Читать книгу Salto de tigre blanco - Gustavo Sainz - Страница 9
Оглавление1. Pez relampagueante
Yo recuerdo el día preciso en que decidí convertirme en el Diablo. Su nombre significa el que espera. El que espera el fin de los tiempos… El Diablo es también el tentador, el curioso, el que abre las puertas del deseo… Y es inmortal, como yo…
Yo estoy segura de que pasé la noche de Año Nuevo en casa de Croissant… Esta versión es desde luego la mía, porque hay otras, siempre me contradicen, me desdicen, niegan lo que yo digo, me ignoran, ni siquiera me escuchan, no importa nada lo que yo opine… Ya se sabe, llegaron las doce campanadas y besos, abrazos, champaña, risas estúpidas, frases estereotipadas, en fin… Al salir de allí fui a casa de Pepino un rato, charlamos, tomamos una copa de vino con amigos… Pepino me preguntó si mi marido me había deseado feliz año nuevo… Me reí… ¡Qué ocurrencias!… Desde luego que no, ni yo a él, por supuesto… Ya era casi de madrugada… Me fui a casa y vi como siempre que la puerta del cuarto de mi marido estaba cerrada… Toqué primero con suavidad, después con ira, traté de abrir, pero estaba tan cerrada como siempre y me fui a dormir a mi cuarto sintiéndome más que rechazada, más que siempre… Perdida… Abandonada… Sola… Cansada… Y pensé ahora, es ahora… Muy agitada busqué las pastillas en donde las tenía escondidas… Muy agitada me cambié de ropa… Vi mis cosas desperdigadas por el cuarto… El cuarto desordenado… Las reglas inflexibles que me dio mi madre… Cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa… No me importaba un carajo… Escribí un recado final y a la chingada con todo… He vivido odiando mi compañía… Saqué mis llaves de la bolsa, fui a la cocina y llené un tarro con agua, aseguré las píldoras, comprobé si llevaba mi licencia de manejar y la libreta con el recado… Al salir de casa volví a sentir el peso de la puerta cerrada del cuarto de mi esposo… Eran como las seis de la mañana y me puse a manejar sin saber hacia dónde iba… A la montaña, sí, pero a qué parte de la montaña… Subí hacia el Ajusco y me detuve ya bastante arriba porque quería escribir algo más… Empezaba a salir el sol… El auto estaba calientito, había casas cerca, me pasaban otros autos de vez en cuando… Me sentía a ratos asustada, a ratos preocupada, a ratos deprimida, a ratos contenta mirando los árboles y las montañas… Luego seguí manejando… Más arriba… Me detuve en otro lugar asoleado y pensé no, qué idea se me metió… No, todavía no, ahora no… Le di vuelta al carro y lo volví a estacionar un rato… Por fin decidí volver a casa… Pasé por casa de Pepino, serían como las diez de la mañana, estaban sus papás… Hola… Feliz Año Nuevo… Le dejé un recado a Pepino en un sobre cerrado: “Ya se terminó este asunto”, le escribí, “it was fun while it lasted, pero ya estuvo bueno, a mi edad jugando con un niñito de 19 años”… Me despedí de su madre, de su padre y llegué a casa otra vez… Y de nuevo, al instante de abrir la puerta, la necesidad súbita, absoluta, terminante, urgente de exterminarme… Ya basta… Ya basta… ¡Ya basta!… No quiero más… Le hablé a Papaya por teléfono, serían como las 10:30, le dije que tenía catarro y que pensaba quedarme todo el día en la cama, y sentía mucho tener que cancelar nuestra merienda de esa noche, la primera del año nuevo… Levanté mis cosas… Arreglé todo mi cuarto… Colgué mi ropa en el clóset… Hice de nuevo la cama aunque no había dormido en ella… Dejé en la mesa el libro Education por Adaptation and Survival que estaba leyendo, y pensé “aquí está un libro sobre cómo vivir y yo estoy preparándome para morir”… Guardé mis anillos y el reloj y mis cadenas de oro, pero coloqué en la mesita los regalos que me habían dado mis hijos en Navidad… Luego puse muy a la vista el recado en el que decía que por Año Nuevo y estar muy satisfecha, etcétera… Y saqué doce pastillas de un frasco y ocho del otro… Me tomé todas, saqué otras seis que puse sobre la cama para tomarlas luego, y guardé los frascos en un cajón del clóset… Me acosté boca abajo… No supe más… Eso es todo lo que recuerdo…
Yo como fotógrafo no conozco mejor motivo de interés que un cuerpo joven femenino. ¿Qué diría Abel Gance? Me engolosina el mito de la mujer niña. Oh, mi mujer y mi niña (Breton)… Revisaba sus contornos, el tono muscular, lo tostado de la piel, los vellitos dorados, la juventud resplandeciente, toda ella como encarnando mis aspiraciones. Más tarde le pedí que se bañara conmigo y no quiso, entre pícara y pudibunda. Habíamos agotado más de seis horas de video. Me bañé porque escurría sudor por todas partes. Me acosté desnudo en la cama y ella entró a bañarse a su vez. Salió envuelta en una toalla y se acostó a mi lado. Nos besamos con la impericia de siempre. Ha sido difícil enseñarla a besar. Y lo curioso es que se empeña realmente en aprender, abre los labios, succiona, enreda su lengua y vuelve a succionar, teóricamente todo bien, pero hay algo que falta y no sé qué es. La acaricié lenta, minuciosamente. Lamí su cuerpo con avidez, su sexo como una golosina. El clítoris alarma de incendios (Aragon).
Yo soy traductor, es decir, traduzco por juego, por necesidad y hasta por costumbre. Pero no soy de ninguna manera durante veinticuatro horas traductor. No camino como traductor, no me siento como traductor, no como como traductor, no estornudo como traductor, no duermo como traductor, no me visto como traductor. Además de traducir hago otras cosas distintas, como tocar el violín y el piano, lavarme los dientes, establecer relaciones eróticas con el sexo opuesto y ocasionalmente con el mismo sexo, defeco placenteramente, orino, leo, como y me gustan los antojitos muy especialmente, bebo de todo, desde pulque hasta toloache, desde ron hasta cocacola, ginebra, vodka, tequila, cervezas, coñac hasta tés hindúes y leche enlatada, escribo cheques y me hago bolas con la chequera, veo televisión, voy al teatro y a los conciertos de música popular y clásica, y generalmente hago traducciones para sobrevivir. Hoy, por ejemplo, me dieron un cuento. Es enorme y quizá sea más bien un relato, novella o novela corta. Se llama Vida, muerte y otros sueños. Está dividido en 63 fragmentos y el primero no tiene número sino un epígrafe: They are known as They. Primer problema, pues la primera traducción que se me ocurre es Ellos son como son, lo que me suena bien, pero que a la vez siento perentorio, pues puedo encontrar algo mejor. ¿Ellos son como Ellos? Claro que así nunca entregaría la traducción. Y la primer frase, qué extraña, debe ser literatura de vanguardia, en donde todo se vale: Vivían como Sacudidores, con una pequeña diferencia: no dejaban de probar nada, y no dejaban entrar a nadie. Bueno, parece que hoy voy a acabar temprano y podré relajarme y tocar el piano. ¿Vivirían como Sacudidores? ¿Qué significará vivir como Sacudidores?
Yo no los conocía, no sabía de qué o quiénes estaban hablando. Yo estaba lejos, muy lejos, abstraída, aislada… Veníamos de regreso a mi casa. “Tienes una amiga muy callada ¿no?” Me esforcé por imaginar que yo estaba a muchos kilómetros de allí, que no era de mí de quien hablaban, porque yo no los conocía, yo sinceramente, realmente no tenía idea de lo que decían, yo estaba lejos, muy lejos… Me esforcé también por no llorar, después de todo ya tengo veinte años y no puedo llorar así como así… No fue sencillo, sentía el nudo en la garganta, sentía cómo los ojos se me llenaban de lágrimas, sentía el desamparo, la soledad, el rechazo que tantas veces he sentido… Muy callada… Muy callada… ¡Cuántas veces he oído eso en mi vida! ¿Cuántas veces tendré que oírlo en el futuro? ¿Cuántas veces me pregunté a mí misma el porqué? ¿Por qué soy “muy callada”? ¿Por qué? ¿Por qué todo, absolutamente todo lo guardo para mí? ¡Las innumerables veces que pude haber resuelto las cosas con los seres que me rodean si tan sólo hablara, si tan sólo dejara salir lo que llevo dentro de mí…! Estoy imposibilitada para ello, me encierro en un mutismo absoluto, no digo nada y curiosamente siempre, siempre, siempre, las personas sienten “algo” que las separa de mí, irremediablemente. Invariablemente hablan de un muro que levanto a mi alrededor. Lo hago, sé que lo hago porque quiero apartarme, alejarme, desaparecer… Si pudiera desintegrarme y desaparecer para resurgir en otro lado ya lo habría hecho tantas, tantas veces… ¿Por qué soy así? ¿Por qué me cuesta tanto trabajo existir? ¿A qué se debe que nunca logre la comunicación con otro ser? ¿Por qué tengo que guardar este silencio mortal? ¿Por qué? Tengo que saber la respuesta, la respuesta que sólo yo tengo. Soy diferente, absolutamente diferente de cuantos me rodean. Soy increíblemente sensible. Registro cada gesto, cada palabra, cada actitud y todo lo interpreto. Un tono de voz alto, con la menor nota de enojo basta para que yo desee encontrarme del otro lado del mundo. No es posible. No es posible vivir así. Me siento “desadaptada social”. Hoy fue terrible. Nunca he sentido más largo el camino a mi casa. Fue eterno… Pero si intento explicar qué fue lo que pasó, resulta que no pasó nada. Y siempre ocurre así, de manera que no puedo ni siquiera intentar analizar lo sucedido porque no hubo nada perceptible a los sentidos. Es decir, no fue lo que dijo, no fue lo que hizo, sino quizá cómo lo dijo y cómo lo hizo… O quizá no, tampoco fue eso…
Yo creo que la mujer no tiene sexo. No quiero que entiendan ni lo entiendo como si no tuviera ninguno, como carencia, sino exactamente al contrario, sólo que no puede asumirse bajo ningún término genérico ni específico. Le toca al poeta descubrir a la mujer, dice Octavio Paz. Cuerpo, senos, cintura, nalgas, pubis, clítoris, vagina, labios, vulva, cuello uterino, matriz, manos, pies, ombligo, músculos, sangre, caderas, sudores, uñas, y ese nada que ya las hace gozar en su diferencia, de su diferencia, impiden su conducción a ningún nombre propio, a ningún concepto. Así pues, la sexualidad de la mujer no puede inscribirse como tal en ninguna teoría si no es a través de su contraste con los parámetros masculinos…
Yo puse la grabación más gastada y más fea que teníamos de La Traviata (la de Toscanini), y nos pusimos cera francesa para dormir en las orejas. Fuimos hacia la mesa de controles y los giramos todos a la derecha menos los bajos, a los cuales les dimos vuelta a la izquierda. La noche era de bronce. A la primera nota sentimos que todos los vecinos despertaron asustados con la impresión de que un elefante se estaba ahogando en tormentoso drenaje. Patadas, gritos, maldiciones, golpes de todos lados, de abajo, de arriba. Una pobre mujer, declaró El Último Triunfo o La Gran Aguja de Crochet, sea lo que sea, en ese desierto poblado que llaman Mexikafka. Muchos, quizá todos, telefonearon a la policía, que tenía otros pescados que freír y bastante hambre. En el cuarto flotaron vapores de una manera interesantemente diáfana, casi poética. Nos hicimos el amor sumergidos en un mar de odio. Cuando El Perro de la Luna tiró el dinero a los pies de uno de Los Barcos de Vela, uno de Los Adoradores del Plátano Blando perdió el control y los vecinos se ahorraron o se les negó el último efecto: mi tos de tísico.
¿Yo mismo por yo mismo? ¡Pero si éste es el programa mismo del imaginario! ¿Cómo reverberan, cómo rebotan los rayos del espejo sobre mí? Más allá de esa zona de difracción —la única sobre la cual puedo echar una mirada sin poder nunca, no obstante, excluir de ella a aquel que precisamente va a hablar de ella— está la realidad, y está también lo simbólico. Respecto a éste no tengo la más mínima responsabilidad (¡ya tengo bastante que hacer con mi imaginario!): le toca al Otro, a la Transferencia y, por tanto, al lector. (Roland Barthes: Roland Barthes par Roland Barthes.)
Yo fui a comer al café Viena en Popocatépetl, y de allí a la oficina de Ginechen. Durante la comida terminé de leer un artículo que me prestó la otra vez sobre cómo se producen los cambios en la gente. Me llamó la atención, por ejemplo, que según el autor muchos psiquiatras tienen la idea errónea de que son una especie de cirujanos de la psique —llega el paciente, se pone en sus manos, y éste le extirpa (o trata de extirparle, pues este sistema no tiene éxito) el problema que lo hace sufrir. O bien, del otro lado de la moneda, el paciente llega con la idea de que el psiquiatra lo cure. Pero en la práctica el paciente es el único que puede curarse o componerse. Depende totalmente de él el éxito que pueda llegar a tener la terapia. No es suficiente que sea puntual, que escarbe asiduamente en su memoria para revivir su pasado —tiene finalmente que asumir la responsabilidad de curarse o no curarse. Otra cosa que me hizo pensar es que el autor dice que la terapia psiquiátrica es que el paciente pueda cambiar cierto tipo de conducta que a lo largo del tiempo y a fuerza de repetición, se ha convertido en parte integrante de su personalidad. Cuando él comprende este punto y empieza a crear un nuevo tipo de conducta, y llega a integrarlo a su personalidad, cambiarán las circunstancias en que vive y que lo hacen sufrir.
Yo voy a la escuela y entre clase y clase o de camino de la escuela a la casa o de la casa a la escuela, hace días que tengo una sola obsesión y una vez y otra me vienen a la mente el tema, las imágenes y todo lo concerniente a los ojos y la vida sexual. Debo radiar mi obsesión, porque hoy mientras acompañaba a una de mis compañeras a la parada del camión, ella me hablaba de su tía, a quien le gusta maquillarse extravagantemente los ojos. En una reunión una señora le preguntó: ¿Por qué te maquillas tanto los ojos? Y ella respondió: Si me vieran el culo, también me lo pintaría… ¡Qué estrafalario! Mi compañera me soltó esta anécdota en los mismos días en que yo había empezado a hacer esta investigación con el propósito de empezar de una vez por todas con mi tesis. ¿Qué mosca me picó, qué perro me mordió para que me obsesionara con semejante tema?
Yo diría que el falo es prehistórico, algo no asimilado por la historia, por la Historia de la Cultura… Aunque hay una asimilación falsa, el falo de museo, de los dioses, de las esculturas clásicas. Y ésta es una asimilación mentirosa, hipócrita, cómoda, sin duda demasiado cómoda… ¿Por qué se puede encontrar tan fácilmente en cualquier aeropuerto revistas adonde se ven las vaginas de las mujeres? ¿Por qué no aparecen falos en erección? No hay posibilidad, y no se trata de censura ni nada así…
Yo desde que tengo memoria quería suicidarme… Hoy mismo, en espera de la vida o la muerte, prefiero esta última… Mi hermana cuenta que Sandía llegó de Acapulco la noche del 3 de enero, y aunque la puerta estaba cerrada pensó entrar y decir hola… Me encontró en el suelo, inconsciente, boca abajo, con la ropa mojada de orines, la cara hinchada y con manchas oscuras… Trató de ponerme en la cama, pero no pudo… Parece que me agité mucho y balbuceé que no me moviera… Llamó a Camambert, pero no lo encontró… Llamó a mi esposo, pero no contestó nadie en su oficina, era sábado en la noche… Llamó a Piña Colada que estaba a punto de salir al cine… Piña Colada y Perita en Dulce vinieron a casa… Me llevaron a un hospital para un tratamiento de emergencia… Sandía se quedó en casa para tratar de localizar a su papá… Lo encontró en casa de la abuelita… Perita en Dulce dice que entre él y Piña Colada trataron de subirme a la cama, pero que pesaba demasiado… No pudieron… Sandía había llamado a una ambulancia, pero la cancelaron los muchachos… Perita en dulce encontró dos frascos de fenobarbital junto a la cama… Con ayuda de alguien en el edificio me pudieron meter en el elevador… Al llegar al hospital tuve un paro respiratorio… Me dieron oxígeno… Me lavaron el estómago y prestaron una ambulancia para llevarme a otro hospital… Mi esposo me dijo Me afectó mucho saber que podrías morir… El 5 de enero desperté y vi un barandal… Parecía un barandal… ¿Qué veo?… Ya era enero 6… Un barandal… Cama… Hospital… Estoy soñando… Tengo que estar soñando… Otra vez… Vi un barandal de cama de hospital… No era un sueño… ¿Qué podía ser?… ¿Qué pasó?… Estoy en un hospital… Estoy en una cama con las manos amarradas y conectada a toda clase de tubos que vigilan dos enfermeras… No estaba esto en mi programa… No era mi plan… Yo quería morir… Pero ¿quién era yo?… ¿Yo?…
Yo miro tu rostro y gozo mucho cada uno de tus rasgos. Te quiero hablar de la mujer vino, de la mujer fruta, de la mujer flor, de la mujer astro, de la mujer tierra, de la mujer objeto. Te quiero decir que de la mujer que hace el amor por primera vez se dice que es desflorada… Y que convertir a la mujer en flor es sugerir la idea de pureza, de virginidad y de acceso doloroso del macho en la joven… Te quiero decir también que la protección de la joven es la protección del capital, y que el mito de la pureza es un mito capitalista y cristiano… Te quiero decir muchas cosas más, pero por ahora sólo te miro. Te miro y te miro.
Yo creo que el hombre surge de un mono que se volvió dramático, mímico, que aprendió a representar papeles. Yo creo de verdad que el ser humano siempre ha simulado ser más terrible o más benévolo de lo que en realidad es, según el rito que ejecute, de acuerdo con el mito que encarne. O más flaco o más gordo,o más alto o más rubio, o más cansado o más rico o más pobre. No es posible hablar del surgimiento de la dramatización, ya que se trata de uno y el mismo ensayo con el proceso exploratorio del mono-primate que lo condujo a su evolución mutante en hombre. Ensayando en la práctica a través de actuaciones mímicas algunos de sus ensueños, este sujeto prehistórico logró redifinir sus acciones y con ellas a sí mismo, hasta devenir mono-humano. Lo que sí es factible ahora mismo es reparar en el vertiginoso incremento de la teatralización. Basta salir a la calle, asomarse por la ventana, leer el periódico, prender la televisión. Se trata de una mutación ligada con la multidiversidad de los papeles sociales asignados a las mujeres y los hombres urbanos enmascarados. Y la conciencia de estas máscaras también se ha vuelto aguda, ya que desde el siglo pasado ella misma ha comenzado a presentarse como encubridora, disfraz y revelación a la vez.
Yo y Alguno veníamos por el Periférico. “¿Quieres que te lleve a tu casa o vamos a la mía por un rato?”, propuso. Inmediatamente pensé que si me preguntaba eso era porque tenía algo que hacer. ¿Por qué imaginé esto? Por temor, por inseguridad, por un miedo que ya viene resultando eterno. Yo a mi vez pregunté: “¿No tienes que escribir?” Alguno se negó a responder y volvió a preguntar, agregó que me decidiera rápido pues temía perder la salida correspondiente en el Periférico si es que íbamos a su casa. Entonces le dije: “Pues tómala…” Así lo hizo y pronto nos encontramos en su departamento. Al llegar yo me dirigí al sofá y Alguno mencionó que iba al baño o algo por el estilo mientras me pasaba una revista para que yo viera el formato. Regresó y yo continuaba mirando la revista. En eso sonó el teléfono. Era Faramallón, un caricaturista muy amigo de Alguno, a quien no veía desde hacía mucho tiempo pues vive en Europa. Quedaron de encontrarse en un lapso de una hora. Yo había ido a casa de Alguno porque deseaba estar con él, tenerlo cerca, sentir sus caricias, y porque deseaba hacer el amor con él, lo deseaba con todas mis fuerzas, y entonces resulta que vendría un amigo suyo en una hora. Sucedió lo de siempre. Interpreté ese gesto. Su amigo era más importante, no deseaba estar conmigo y por lo tanto yo no desaba estar ahí un segundo más, un instante más. Al mismo tiempo sentí que “me oponía a la cultura”, como dice Freud. Me sentí posesiva, castradora, enajenante. Fue horrible. Sentí que caía en lo que tanto odio: la aniquilación del otro ser. Y mi deseo de desaparecer se intensificó aún más. Ya no sólo era por el rechazo que Alguno me hacía, sino el rechazo propio. Me odié por creer que con Alguno todo sería diferente. Me odié por permitirme esperar algo de él, por permitir ilusionarme. Me odié y arrepentí. Sólo deseaba irme, irme lo más pronto posible. Le pedí que me llevara a mi casa. Se negó. No le daría tiempo de ir y regresar en una hora. Entonces lo hice, levanté esa barrera entre él y yo. Lo hice deliberadamente, a sabiendas de que él lo sentiría. Y así fue. Después de unos espantosísimos diez minutos o tal vez menos, así, empezó a hablar. Dijo que trataba de comprenderme, pero tal parecía que yo estaba incapacitada para tener un gesto de cariño hacia él, que me esforzaba por mantenerme alejada, que me esforzaba por crear una distancia infranqueable entre él y yo. No contesté. No dije una sola palabra. Pero me lastimó profundamente. De nuevo la desilusión, el enojo conmigo misma. Yo misma le había dado una carta a Alguno en donde traté de explicarle lo que sucedía en mi interior, creí que me entendería. Creí, creí. Esperé que así fuera. ¿Por qué me permití esperar algo de alguien? ¿Por qué creí que con Alguno sería diferente? Era igual, igual que siempre. Tampoco él entendía. Ninguno, Anónimo, Cualquiera, Fulano, Zutano… Son tantos los que me han dicho eso también. “Eres muy fría”, “No eres cariñosa”… Etcétera. De nuevo lo escuché. Esta vez tampoco dije nada. Nuevamente la inercia se apoderó de mí. Que piense lo que le dé la gana. Ni modo. Momentos después me dijo que con esa actitud lo único que lograba era causar lo que tanto temía: la separación. Que él no podía vivir con la incertidumbre, con la inseguridad que yo le provocaba. Que él no sabía ya en realidad si yo lo quería o no, que pensaba que yo no deseaba verlo, que me imponía su presencia. Y todas esas cosas que he oído una y otra vez. ¿Por qué tengo que ser como los demás esperan? ¿Por qué se disgustan cuando no resulto como ellos me imaginaron? No es culpa mía. Eso, independientemente de que mi actitud obedece a una causa: el miedo. ¿Por qué en lugar de reclamarme no se preocupan por investigar si hay algo debajo de esa actitud? Tengo miedo. ¿En verdad estaré incapacitada para amar? “Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío, mi corazón se cierra como una flor nocturna”, dice Neruda. Es la historia de mi vida. Sólo confío en mí, sólo espero algo de mí. ¿Me lleva esto a la soledad? Sí, creo que sí. Alguno me lo dijo hoy claramente. ¿Qué hacer? Me siento tan perdida, tan desolada, tan desamparada, tan asustada, tan incomprendida… ¿Qué hacer? Bueno, después de decirme todo lo anterior llegó Faramallón. Yo no lo conocía ni a él ni a su trabajo. No me causó buena impresión. Su modo rudo y violento provocó en mí un rechazo instantáneo. Rechazo que como siempre se convirtió en silencio. Esta persona no me agradó, definitivamente. Su modo de ser chocó brutal y definitivamente conmigo. Él lo notó. Todos lo notamos. Y finalmente rehusé acompañarlos y me trajeron a casa. Fue en el auto cuando Faramallón opinó: “Tienes una amiga muy callada ¿no?” Entonces llegamos, al fin llegamos y me despedí. Ahora siento un gran vacío dentro de mí y no sé qué hacer.
Yo entro en el salón de clase, miro uno a uno a todos los nuevos alumnos, me presento, presento el curso, hablo de los métodos de evaluación, y para empezar les pido que anoten un epígrafe. Es de María Zambrano, de un ensayo titulado Notas de un método, y será el punto de partida para nuestras inquisiciones. ¿Listos? Hay dos o tres mujeres bonitas, dos viejas, dos gordas, cuatro hombres, uno bastante imberbe y seguramente atarantado. “Parece una necesidad del sujeto el encubrirse”, comienzo, y cuando veo que descansan los lápices y plumas, continúo muy pausadamente. “¿De dónde le viene al sujeto esta necesidad, la necesidad de representarse o revestirse, de fabricarse una máscara? ¿De dónde procede esta especie de desdoblamiento, si no de algo inserto en el sujeto mismo y a lo que podemos llamar el Yo? Cuando el sujeto se embebe en ese Yo, cuando se deja embeber por él, se hace personaje, deja de ser persona y entra a representar todo aquello que su Yo le impone”… Fin de la cita. Suspiros de alivio.
Yo estuve con ella casi todo el día, lo que se dice rápido, pero es algo como fuera del tiempo, que ni siquiera puede fecharse. Salimos de la escuela, pasé a cobrar a un par de oficinas. Nos tocó el caos vial de costumbre y de Sur 124 a la Zona Rosa hicimos casi dos horas. Comimos en La Pérgola, Armonía proustiana, preguntándome de Anáfora y Sinonimia con cierto rencor, que Apóstrofe le contó, que Anáfora era su confidente. Le expliqué que salía antes con ellas, que me gustaban mucho, pero que estaba retirándome de esas relaciones, que todo eso se disolvía por sí mismo porque no podía compararse con lo que nos pasaba a nosotros, con lo que sentía cuando estaba a su lado, y cómo saber que una mujer como ella iba a presentarse en mi vida así, tan de pronto, y cómo iba yo a estar esperándola en soltería y olor de santidad… Río con franqueza. Me dijo que cuando subió al auto estaba enojadísima, pero que se le olvidaba continuamente. Fuimos al departamento y nos besamos largamente en la oscuridad escuchando melodiosa música de arpa, minuciosamente besándola, primero por aquí y después por allá, mordiendo sus clavículas con suavidad, los lóbulos de sus orejas, casi sin hablar, mecidos por la música de Nicanor Zavaleta.
Yo ya no tengo más el problema de lo uno-después-de-lo-otro del narrar. Ya no me preocupa qué hago después con la noche, con el día, con la mañana, con las horas. Yo puedo escribir como quiera. Puedo dejar que un tiempo transcurra como si el tiempo estuviera detenido, o como si el tiempo siguiera muy muy despacio. En una oración puede ser primavera y en la siguiente puede ser invierno, o frío, luego es de noche, luego es de noche otra vez, el día no aparece nunca… Es una liberación muy humana, espero que la acepten. Y sin la cual no podría seguir adelante…
Yo creo que cada una de nuestras relaciones es diferente y somos diferentes en cada una de ellas. Por eso la monogamia es tan perversamente interesante.
Yo creo que la sexualidad y el papel de la mujer tienen mucha importancia en las obras de Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez. Especialmente en El siglo de las luces y en Cien años de soledad. En estas dos obras aparecen varias escenas de violación de mujeres en el desarrollo de las tramas. La violación de mujeres tiende hacia la cosificación de la mujer como víctima. Voy a tratar de analizar las similitudes y diferencias entre la forma como Carpentier y García Márquez presentan la violación de sus protagonistas, las razones posibles por las que estos autores escribieron esas escenas, y hasta qué punto las víctimas son objetos…
Yo tengo un poco de frío y estoy esperando que den las nueve. Cornelius van Dam convino en pasar por mí. Afuera se ve lluvioso y hace frío. Hice mis maletas y todo cupo perfectamente. Vinieron de la empresa con seis cajas y sólo se llevaron tres atiborradas de libros que me mandarán por barco a cuenta de la editorial. El chico que trabaja en la administración local me habla del año y medio de acuartelamiento que tienen que sufrir los jóvenes acá, y de la obligación de llevar siempre consigo el carné de identidad, con fotografía en colores y huella digital, renovable cada cinco años. Voy a la oficina y asisto a la junta general, en donde me hacen hablar de mis proyectos. Veo bastante linda y sobre todo sensual y comestible a la Subgerente de Tránsito. Me invita Ludwig H. Heydenrich a comer mariscos en un lugar llamado Jacinto, reputado como muy bueno, pero que no me parece mejor que otros que hemos visitado. Querido me dice a media cena, esta noche vas a tener el pito fosforescente… Volvemos a la oficina y se define mi cargo y también mi sueldo. Esto me provoca gran tranquilidad pues dejaré de desperdigarme en miles de chambitas. Gianni Ser Lapo me trae al hotel y camino hasta la tienda Bayer en la Vía Layetana para comprar una maleta más y tener el par. Vuelvo al hotel en un taxi. Don Michael Alpatov me dice que esta visita le ha servido para entrenarse como anfitrión y que la próxima será mejor. Gianni me ofrece su casa de Biarritz y un auto por si quiero venir de vacaciones. Ahora la deseable Alcognia, Subgerente de Tránsito: me invitó a cenar ayer y yo dije por cortesía que estaba seguro de que la pasaría bien con ellos, y ella replicó Con mi marido quién sabe…, entre pícara y retadora. Desde el despacho debajo de la casa de Michael confirmé mi asistencia y Gianni me llevó hasta su domicilio y para mi alboroto el marido aún no había llegado. Alcognia me llevó a la cocina y se burló diciéndome que iba vestido muy de Príncipe de Gales, y cuando volvimos a la sala empezó mi examen, un poco árido y feroz, que cuántas veces hacía el amor al día. Me asustó su cinismo y hasta me intimidaban sus ojos bárbaramente luminosos y las mejillas tostadas por el sol y los labios, al besarla, extraordinariamente pantanosos. Se disculpó de pronto, como asustada de su proceder, se arregló la ropa desordenada, el cabello, y en eso, como si lo hubiera presentido, llegó su esposo, alto, atlético, jovial, alegre, burgués, autonombrándose experto en Schubert. Fuimos a cenar al Tibidavo, una cena incómoda, siempre sometido a examen sobre museos, galerías, películas, libros, músicos, fotógrafos, pintores. Volvimos a su casa. Los senos de Alcolagnia me parecían enormes, el porte espléndido, las nalgas frutales. Sus cabellos eran como los de Solange, entre rubios y rojos y cafés, ralos y lacios hasta la altura de los pezones. Me enseñó sus libros favoritos, sus fichas, me habló de Louise Labé y de Julien-Offroy de La Mettrie. Este último dijo “que cuanto más lascivo era un cuadro, más constituía una imagen ingenua y expresiva de una realidad que el corazón adora”… Como a las dos de la mañana decidí irme y ella acordó llevarme al hotel. Al llegar al Ritz me dijo que no tenía nada de sueño, pero no quería invitarla a subir y la invité a caminar, entre alarmado y expectante. Me preguntó qué opinaba del binomio dolor-placer, y si creía que se podía llegar al placer haciendo sufrir, o bien, sufriendo uno mismo. Bueno, le dije, eso lo desarrolla Sade. La noche era tranquila y dimos una vuelta enorme, sin tocarnos, ella describiéndose a sí misma como una burguesa con fantasías, pero invitándome a leerla más a fondo, insinuando que tenía otra vida pese a sus bien dotados 23 años, tres idiomas y 45 000 pesetas de sueldo. A las seis de la mañana la besé y acaricié sobre la ropa, más cansado que lujurioso, y casi la llevé a rastras hasta su coche. Subí a dormir. Cuando desperté, todavía mantenía la sensación de ella en las manos y los labios. Apenas pude le mandé un ramo de flores con unas edecanes amabilísimas, y casi al mediodía volví a verla en la oficina fumando y caminando nerviosa de un lado a otro, tensa y desesperada, con tintes espléndidos en la piel joven… Empiezo a decidir no llevar maleta de mano sino nada más mi bolsa con los documentos de viaje, el libro de Joyce Mansour y mi libreta de apuntes, además del enorme libro de litografías de Adami.
Yo todavía me estaba bañando cuando mi ex esposo entró en mi cuarto. Hola, floja, me dijo asomando la cara. Me vestí muy de prisa y salimos a ver el terreno que dice estar comprando en Bosques del Pedregal. Primero pasamos por casa de Guan Yin y Grendel. Nos gustó mucho a todos. Mi ex ya tenía un croquis de la casa que piensa construir. Me gustó mucho todo. Él estaba muy contento. Está tomando el timón otra vez. Me siento tranquila. De regreso, al pasar frente a la casa de Peredur, me acordé de pronto que anoche soñé que mi ex y yo entrábamos en auto a la privada de casas que están detrás de la casa de Peredur, con la intención de estacionarnos hasta el fondo y hacer el amor…
Yo le enseñé un subrayado en las Obras completas de Charles Baudelaire: Un hombre va al polígono de tiro de pistola acompañado por su mujer. Apunta a una muñeca y dice: “Me imagino que eres tú”… Cierra los ojos y abate a la muñeca. Luego, besando la mano de su compañera, dice: “Ángel mío, te doy las gracias por mi habilidad”. Ella gozó la analogía.
Yo no puedo leer las instrucciones, no puedo leer ni mi mano en esta oscuridad. Prende los faros. Así es mejor, baby. Dice aquí. Dice que para coger por ocho horas seguidas, bueno, dice que te embriagues levemente con licor, que añadas el polvo de la yombina de tu preferencia, que te des un toque de la Raya Azul de Nepal, y que tengas el anillo a la mano, eso dice. ¿Nada de beleño, belladona, marihuana, heroína, coca, vaselina, hielo, anfetaminas, aspirinas? Nada de eso, pero todo se puede probar…
Yo estaba en un café y noté la presencia de una joven que despedía un aire misterioso. También observé a dos hombres mayores mirándola, uno de ellos demostrando un interés más que peculiar. La mujer alta, de piernas largas y pelo negro y lacio, vestida con una minifalda violeta, tenía una mirada serpientegatuna de fugacísimo brillo. Su languidez servía para destacar otras cualidades felinas. Leía o simulaba leer un gran libro, un libro tamaño volumen ilustrado. Era obvio que buscaba un encuentro. Alguien gritó ¡Lorelei! Después de un tiempo el hombre interesado se abrió paso entre las mesitas y llegó hasta ella. Lo vi detenerse levemente para poder leer el título del libro y se marchó. De su caminar se desprendía cierta turbación. Terminé mi demitasse y por simple curiosidad, al salir, pasé por el mismo sitio. Al acercarme supe sin lugar a dudas que era Simone. Se trataba “de un volumen grande, encuadernado, con una brillante sobrecubierta en colores con la reproducción de un cuadro de Leonor Fini, o que parecía por lo menos ser un cuadro de ella. En un lago especular había una mujer desnuda, de gran cabellera platinada contra un crepúsculo rojo, rodeada de lunares pájaros cenicientos, de íctinos y alucinados ojos. El título: Los ojos y la vida sexual (Sabato 376). Georges Bataille me presentó a Simone en los cuentos de su primer libro, Historie de l’oeil, una colección de historias que dejan una sensación peculiar en las partes privadas, al mismo tiempo que cierta vergüenza por la violencia de lo que cuentan. En el episodio titulado “Las patas de la mosca”, por ejemplo, Simone y sus amigos habían torturado sexualmente a un cura llamado don Aminado, ahora bañado en su propio semen. Simone desnuda y sentada en cuclillas en el pecho del cura aplica una fuerte presión fuerte y gradual en el cuello, sobre la garganta, detrás de su manzana de Adán. El cura, ya exhausto, experimenta a pesar de eso otra erección. Uno de los amigos de Simone dirige el pene del cura hacia la vagina de ella, mientras Simone lo estrangula. Cuando el cura está muerto, Simone ve una mosca posada en el ojo abierto del cadáver. Ella decide que quiere tener ese ojo que le parece un huevo. Uno de los amigos saca de su cartera unas tijeritas y con cuidado extrae ese ojo de su cuenca y corta los ligamentos resistentes. Simone juega con el ojo. Lo mete en su vagina y en su ano. Trata de mantener el ojo entre sus nalgas. Los amigos se revuelcan de excitación. Y al fin Simone orina. Chorrean sus orines como si fuesen lágrimas. Estudian el ojo. Los mira desde la mojada y babosa vagina de Simone. La pupila era de un color azul pálido. Y yo estaba segura, completamente convencida de que Simone era esa mujer que estaba en el café. Ella tenía un don para los disfraces. Mientras yo caminaba por la banqueta, recordaba que ella y sus amigos se vestían como curas para viajar por España. Alquilaron un coche. Llevaban maletas enormes para guardar todos sus disfraces. Siempre se burlaban de la policía que no podía encontrarlos. En el pueblito de La Ronda sus amigos se pusieron enormes sombreros negros, sotanas y largas barbas negras. Fumaban puros. Ella se vestía como un seminarista. Por fin llegaron a Gibraltar, adonde compraron un yate equipado con una tripulación de negros…
Yo me impresioné con el número tan alto de inconvenientes que me fue enumerando. Que mi pene colgaba, oscilaba, vulnerable, pasivo, testarudo, miserable, arrugado, oprimido, perpetuamente frustrado, estúpido, deshuesado, ciego, furioso. Y se levantaba cuando nadie lo llamaba ¿verdad? Se encogía, podía quedarse fofo en los instantes cruciales. Se irritaba. Erguido bajo la ropa dificultaba de pronto la marcha. A veces se balancea en la entrepierna contra los testículos. Si se somete a cierta abstinencia huele mal. Y lo peor es que su potencia es limitada. Sale a escena de vez en cuando rotundo de sangre y deseo, y desaparece entre bastidores apenas acabada la proyección. O apenas empezada, lo que siempre es bastante peor…
Yo le pregunté si podía ir al jardín… Dijo que sí… Me recosté allí en un sillón, en medio de toda esa claridad y empecé a llorar… Vinieron Gorgonzola, el doctor y Zanahoria, un alcohólico… Luego Langosta… ¿Tú por qué estás aquí?… Porque… Demasiado bla, bla, bla… Me llevaron a clase de francés… Je m´appelle Jacqueline, ¿et vous?… De pronto me sentí muy triste y lloré de nuevo… Me sentí muy cansada y salí otra vez al jardín a leer los reglamentos del Instituto… Al rato se acercaron otro doctor y una enfermera… Amables… Me preguntaron si tenía frío… Sí, le dije, y la enfermera fue por un suéter… Me trajo el suéter… Un suéter bonito… Le platiqué cómo me tomé los fenobarbitales y me dormí… Me acompañó a mi cuarto… Un bonito cuarto… Desempaqué… Entró Piña Colada… Háblale a mi doctor, pregúntale… El secuentex… Han pasado ocho días de mi ciclo… ¿Qué hago?… El doctor dijo que estaba bien, que empezara a tomarlo desde hoy… Piña Colada me llevó al salón de rehabilitación… Quería hacer algo… Pedí una libreta y una pluma… Estaban en clase de inglés con Rice Crispies… Divertida… Hacen juegos de salón… Aprenda inglés jugando… Pero estoy tan cansada… Es hora de cenar… Me siento con Mermelada… Le digo que cuando salga de aquí se puede hacer rica fabricando ropa desechable de papel… Le parece muy buena idea… Le llevo una charola de comida a Chocolate que apenas puede hablar, come un poco, murmura gracias… Estoy tan fatigada que digo ya me cansé… Alguien me toma de la mano y lleva a mi cuarto… Me acuesto… Empiezo a hablar y me pongo a llorar… Al carajo con mamá… La enfermera me deja hablar… Le explico que la vivacidad de mamá y todas las cosas interesantes que ha hecho en la vida son como una barrera que ni siquiera mi brillante hermano ha podido franquear, y que yo represento un peligro y una amenaza para mis hijos, que mi propia vitalidad y fuerza les puede impedir competir y rebasarme… Y mi desmedida lujuria… Por eso debo morir… Duermo mal porque aún me duele mucho la garganta. Me metieron muchas sondas… No sé qué hora es… Soñé mucho con mi marido… Lo quiero… No sé si lo quiero… Todavía lo quiero… Ya no lo quiero… No me importa… Me besó… Casi nunca me besa… A veces pasan hasta seis meses y no me besa…
Yo soy inasible en la inmanencia… ¿Soy claro? Pues yo resido igualmente en los muertos que en los seres que todavía no han nacido…
Yo veo claramente dos caminos: cambiar mi modo de ser o seguir igual. Cambiar lo veo difícil, me rebelo ¿por qué ser como los demás creen que debo ser? Con esta actitud corro el riesgo de perder a Alguno. ¿Importaría? He pasado ya tantas veces por esta situación que perder a Alguno no me causaría especial dolor, estaría triste “pero siempre estoy triste” (otra vez Neruda). Pero ¿dónde me lleva todo esto? Debo intentar algo. Debo intentar amar. Después de todo, en el fondo, anhelo desesperadamente amar y ser amada. Intentaré, pero no será fácil. Sólo me queda esperar de Alguno una gran comprensión y una infinita dulzura cuando trate conmigo. No quiero perderlo. Debo darme esta oportunidad a mí misma. Pero no deseo pasarme la vida explicando por qué actúo de determinada manera. No lo deseo. Por ello, repito, sólo me queda esperar una gran dulzura y comprensión de Alguno. Ojalá, ¡ojalá las tenga! En cuanto a por qué soy así, por qué guardo silencio, o por qué no soy cariñosa, no vale la pena atormentarme. Soy así porque tengo miedo, porque siento inseguridad. No sé cuándo ocurrió, no sé cuándo empezó a ser así, tal vez desde siempre, tal vez desde la adolescencia. No sé. Ocurrió simplemente. Debo superarlo. Lo haré. Sé que será lentamente, muy lentamente. Pero lo haré. Ojalá y tenga Alguno la paciencia de tolerarlo, la calma suficiente para comprenderme. Será gradual y dulcemente, no de golpe. No puedo desprenderme de mis terrores en un día, o de un día para otro. Llegaron conmigo a la existencia. Debo abandonarlos muy lentamente. De otro modo no podría. No puedo de un día para otro tener gestos de cariño cuando siempre los he evitado. No puedo de la noche a la mañana dejar que todo lo oculto en mi corazón salga a flote. No puedo. Tardaría tiempo. ¡Ojalá lo entendiera! El miedo que siento de amar para que todo finalice en un adiós, no puedo reprimirlo, borrarlo con sólo desearlo. Lo haré, pero poco a poco. ¿Esto es muy difícil de entender? ¿Es difícil de comprender mi miedo si he visto que a mi alrededor todo se derrumba? ¿Si he visto que el amor termina convirtiéndose en odio, o ni siquiera en eso, sino en fastidio, aburrimiento, desinterés? Me resisto a amar porque tengo miedo. Alguno lo sabe. Y no voy a repetírselo cada vez que lo vea. Soy un ser temeroso e inseguro que lucha por olvidar la inseguridad y el temor. Sólo necesito tiempo. Algo de tiempo…
Yo dije que nada sexual me era extraño. Rieron y sí, la sexualidad femenina, respondieron ellas. La sexualidad femenina…
Yo le enseñé un cuadro de Félix Labisse: L’avenir devoilé (El porvenir develado). En un verde elemento acuático nadan algunas hojas que evocan sexos femeninos. Emerge un busto de mujer cubierto por una envoltura roja, salvo los ojos y una mano. La envoltura se desgarra y riza como un pétalo, develando los senos color carne un poco pálida. El porvenir aparece como una de las zonas más eróticas del cuerpo femenino… Y una de las frases de Le fou d’Elsa dice: “El porvenir del hombre es la mujer”. ¿Y la mujer?, protestó Armonía ¿no tiene meta ni tendrá fin?
Yo en cuanto llegué al departamento la niña me pidió: Mamá, estudia conmigo dos capítulos que mañana tengo prueba de ciencias. Me esforcé en mostrar ánimo y solidaridad sentándome a su lado y al mismo tiempo revisando en el regazo la correspondencia del día. Comenzamos. ¿Qué hay que hacer para evitar las lombrices? Y la niña: Andar con zapatos, lavarnos las manos antes y después de la evacuación. Y estar inmunizado contra las paperas significa que ya tuve paperas y puedo quedar cerca del niño con paperas. La lombriz de paperas no entra en mí. La defensa de los ojos son las lágrimas, de la nariz son los pelos, y de la boca es el jugo gástrico. Yo hablé al vacío: usar calzado ¿para qué sirve? La niña me miró espantada: Mamá, la pregunta es “mencione cinco medidas de prevención contra las lombrices”. Yo volví en mí, aparté las cartas y folletos, en su mayoría reclamos de acreedores, y me dispuse a estudiar con mi hija.
Yo recibí la invitación para reunirnos con algunos pendejos de clase media. No tenía orillas doradas. No las necesitaba. Simplemente sabías que estaba allí: las monedas de chocolate cubiertas con papel de oro, la mazuma mazuma, lo que se necesita para levantarse de la cama y cagarse en la propia y mejor vajilla (si no quieres hacerlo en tu cloaca, es tu viaje, baby), y sí, compañeros. Lo tenían. La hierba que sabe a tinta y dedos callosos, impresa sobre el mejor papel de Crane, de ése que tiene ramilletes de ceros en cada esquina, antecedidos de una cifra… Un general venido a menos se apresuró a abrir la puerta del taxi del cual ya habíamos salido mucho tiempo antes. No le dimos propina. Nos dijo groserías hasta arriba, nos dijo groserías hasta abajo, nos dijo groserías hasta que entramos in brogue. Nos arrastramos por el vestíbulo. Oh, minas de travertini, ¿nunca se acabarán? O eres tú la insinuación, la clave, el letrero, quizá la Cosa Misma, lo aparentemente imposible: provisión inagotable. En realidad todo era feo y blanqueado de piedra de Kasota ¿a quién le importaba? A nosotros. A lo lejos un tambor nos proporcionó un poquito de locura por las orejas: algunas toneladas de prismas habían golpeado el suelo del barco, hacía una noche de luz y miedo. Velozmente hacia arriba. Náusea de montaña. El piso noventa, todo el piso adornado como La Terraza del Terror (balaustradas de hilo nylon transparente). Una autómata —la obra maestra de un montón de artesanos muy diestros y del brujo de Chiapas: La Anfitriona. Brazos de tela de chryselephantine se levantaron y separaron, palmas hacia abajo. Una mano para cada uno para hacer con ella lo que quisiéramos: apretar, lamer, acariciar, besuquear, golpear, pero no precisamente sacudir. Los ojos —trasplantaciones color lavanda de lo mejor—estaban mojados por la alegría, la más cara. Nuestros labios se separaron. Click. Esto es una grabación. Estoy tan FELIZ de que hayan podido VENIR. Si tienen algo que decir —y debe ser algo bueno—, esperen el tono. Sobre esas manos bajaron ojos como de lentes gran angulares. Con la mirada de un connoisseur de perlas, joyas y relojes, alguien que realmente conoce su materia y no acepta ningún engaño de nadie, especialmente cuando nadie le ha dicho nada. Estudiamos la colección. Hmmmm. No era de lo mejor. ¿El anillo que quita el polvo de los nudillos de rubí azul? Ésta es la más famosa falsificación en el mundo entero más Saturno, Marte y Júpiter con todo y lunas de repuesto… Tartamudeo de coraje. Tonto. Cretino. Idiota. Se levantaron las miradas y me miraron a la cara. Mi sonrisa se volvió simplemente más cariñosa, pero mis ojos habían cambiado sutilmente. De ellos brotaba La Aurora Boreal caliente y echando humo. Nuestras caras se sonrojaron, pelaron, sanaron y oscurecieron hasta el bronceado deseado. Un brillo colorado y sano. Nos fuimos inmediatamente. Mejor que Acapulco. Más barato y no hubo bicicleteros pega y corre. ¿Acapulco? ¿A quién le hace falta?
Yo voy a empezar hoy con una cita de Jorge Luis Borges, nada menos que de su espléndida Historia de la eternidad. ¿Listas? ¿Listos? “Una infinita duración ha precedido a mi nacimiento ¿qué fui yo mientras tanto? Metafísicamente podría quizá contestarme: yo siempre he sido yo; es decir, cuantos dijeron yo durante ese tiempo, no eran otros que yo”. Jorge Luis Borges. Be, o, erre, ge, e, ese. Borges.
Yo conocí a otra nueva paciente… Espárragos… La saludé y le ayudé a servirse su desayuno… Ahora vamos a una junta de comunidad que empieza a las ocho… Se habla allí de una pareja de jóvenes que se abraza y se besa en el salón de descanso… El Palenque, le dicen… Según el reglamento no deben hacerlo… Pregunto si se está discutiendo desde el punto de vista terapéutico, estético o moral… Terapéutico… Se acuerda que se aplique el reglamento… Se discute si se conecta otro tocadiscos en la biblioteca… Seguí leyendo el reglamento… Tiene faltas de ortografía… Me quedé un rato en el jardín hablando con la bella Mermelada, quien está segura de que la depresión maníaca es un problema de litio y dieta… En un grupo se habla de ir al circo este fin de semana… Yo no quiero ir… Detesto el circo… Detesto a los payasos y a los animales hambrientos… Detesto las juntas de terapia… Detesto las discusiones… No quiero saber lo que quiere hacer el grupo… Yo hago lo que me da la gana y nada más… Al diablo con el grupo… Me sentí muy triste… Pensé en el fin de semana… Recordé muchos fines de semana… Lloré… Les dije que me sentía muy triste y sola los fines de semana… Me quedé un rato sola… Recordé tantos fines de semana sola, caminando entre extraños en Chapultepec… I smiled at a stranger today/ and he smiled back at me/ We both went on our way/ smiling…
Yo nada más tengo una exigencia: honrar todas tus partes. La boca tanto como el sexo, el útero tanto como la oreja, la vulva como el ano, la rodilla como el fino tejido de tus párpados, la planta de tus pies y el lóbulo de tus orejas, hacer oír los cantos más variados, buscar las modificaciones más sutiles en tu piel según haga frío o más calor. Quiero estar en todas partes para que el goce, el que se proclama prisionero del pubis o del pene ariete ya no esté en ningún lugar preciso, sino que surja inesperado entre los dedos de tus pies, en la punta de tu lengua, en la nuca, alrededor, en la profundidad de tu ombligo, la espalda, las palmas de las manos, el interior de tus muslos, tus sobacos, los labios vaginales, el clítoris… Ah, si yo tuviera mil bocas…
Yo quería encontrar en la biblioteca algún libro con las pinturas de Leonor Fini. Busqué dos títulos que me dio mi profesor sobre ella y su obra, Leonor Fini, de Xavière Gauthier (Le Musée de Poche, 1975), y Le livre de Leonor Fini (Éditions Clairefontaine, 1975). No los encontré. Pero veía autorretratos de Víctor Brauner y pinturas de André Mason y Fernand Léger. Encontré un dibujito de Fini. Hice copias. Descubrí que Brauner desde 1927 y hasta 1937 había pintado “imágenes del inconsciente, obsesivas, concernientes a los ojos, algunas de extrema agresividad. Cuadros en los cuales el ojo es substituido por un sexo femenino o se transforma en cuerno de toro, pinturas en las que los personajes están parcial o totalmente desprovistos de sus ojos” (Sabato 308). La edición original de Histoire de l’oeil (1928), ahora entre los libros raros de la biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard, tiene ocho litografías de André Mason (Suleiman 134). El frontispicio muestra dos figuras femeninas, cada una de ellas con un globo ocular en el sexo (Lojo de Beuter 562). Recordé la imagen de la “vagina dentata” del libro La destrucción o el amor (1933), de Vicente Aleixandre, y pensé en la importancia del ojo sexual para todos los surrealistas. Por la noche me la pasé leyendo en voz alta diferentes pasajes de Abaddón el exterminador. Por ejemplo ése donde Sabato bajaba por una escalera de grandes ladrillos chatos de la época colonial, guiado por Soledad a los túneles secretos de Buenos Aires. Al fin se encontró en una caverna más o menos del tamaño de un cuarto. Sobre un muro había un farol que daba una tenue iluminación. Soledad apagaba su luz cuando R bajó por las escaleras. Los tres formaban un triángulo. Sabato percibía que bajo su túnica transparente Soledad parecía una mujer serpiente. Con movimientos lentos y rituales Soledad se quitó la túnica, se acostó sobre su camastro y abrió las piernas. R acercó el farol de la pared a los muslos de Soledad. En ese momento Sabato “vio que en lugar del sexo de Soledad había un enorme ojo grisverdoso que lo observaba con sombría expectativa”. Sabato se quitó su ropa. R lo hizo arrodillarse ante Soledad, entre sus piernas abiertas. “Entonces ella se incorporó con salvaje furor, su gran boca se abrió como la de una fiera devoradora, sus brazos y piernas lo rodearon y lo apretaron como poderosos garfios de carne y poco a poco, como una inexorable tenaza lo obligó a enfrentarse con aquel gran ojo que él sentía allá abajo cediendo con su frágil elasticidad hasta reventarse. Y mientras sentía que aquel frígido líquido se derramaba, él comenzaba su entrada en otra caverna, aún más misteriosa…” (Sabato 420).
Yo le pregunto con qué derecho llama usted experiencia a la desfloración…
Yo eyaculo sobre esa tardía tradición platónica y cristiana que ahoga el cuerpo bajo la vergüenza…
Yo y mi amada en la desilusión poscoital. Absortos en nuestros pensamientos, resumiendo experiencias, haciendo balance, calificando pretensiones… El tema no era el amor, sino aquello que lo hace tan difícil y frágil… Por la mañana se manifestaron las antiguas contradicciones de unión y separación, apariencia y extrañeza, pasión y correr del tiempo…
Yo creo que no siempre hemos sido actores en una mucha mayor medida que hombres de acción, como lo somos ahora… ¿Cómo se dio el proceso a partir del cual hemos extraviado ese sentido de entereza que conocemos como personalidad y ese valor de integridad que definía a la conciencia individual y social práctica? ¿Por qué se ha ido vaciando tan rápidamente de significado y de seguridad la propia conciencia del hombre urbano en cuanto su pertinencia para concluir los cambios biográficos que se desean y las transformaciones históricas que se requieran?
Yo me miro en el espejo y miro a un extraño que dice ser yo…
Yo estoy sola… Yo no soy de nadie… Nadie pertenece a nadie… Nadie es de nadie… Llega Piña Colada y dice que no es cierto… Dice que yo soy de la familia, que yo soy ellos, parte de ellos… Pero nos llaman para otra junta… Han llegado los familiares de otros pacientes… Hay una pareja chocante, tradicional, formal, hipercorrecta… Se sientan muy juntos y estirados en el sofá… Ocupan todo el sofá… El papá viejo (autoritario y prepotente) y la mamá (menuda, arregladita) de Mermelada… Que Mermelada tomaba drogas y ahora quieren “que se decida”, “que se ponga a estudiar”, “que ya no se drogue”, “que a ver si se hace mujercita”, “que sea responsable”… Rice Crispies y Gansito atacan a Mermelada, apoyan a la mamá… “Es que no eres constante”, le dicen, “no terminas las cosas”… Y la mamá: “Hijita, todo lo que hacemos por ayudarte y tú no haces nada”… “Ya no te tenemos confianza”… “No eres buena”… “Siempre te portas mal”… “Nunca haces nada por ti”… Mermelada se iba enconchando… Cerraba su cara… Interrumpí y le dije a la mamá que dejara de portarse como mamá… Que ella no es más una niña… Que tiene veintiún años… Que la dejen hablar… Que diga lo que le parezca… Que la traten como persona… Que la traten como la persona que es y no como si fuera solamente una niña malcriada… Mermelada se enojó por fin y empezó a gritarles…
Yo odio los diciembres, temo los diciembres. ¿Desde cuándo cuentan los diciembres para mí? Desde que pasé la primera Navidad con Ninguno. Decir Ninguno quiere decir dieciocho años, es decir la fecha en que empecé a existir. Existí realmente cuando sentí el cuerpo de Ninguno desnudo sobre el mío. No fue la primera vez que hice el amor cuando sucedió esto. No, estaba demasiado asustada, demasiado desilusionada y triste para darme cuenta de ello (entonces). Fue mucho tiempo después. De cualquier modo hace ya tres años de lo de Ninguno… Tres años… Me pregunto si algún día lo olvidaré. Y también, cuando me atrevo a ser sincera conmigo misma me pregunto si lo amé de verdad. No sé, juro que no sé. Pero si no lo amé, ¿por qué vuelve una y otra vez a mi memoria? ¿Por qué me causa aún cierta tristeza? ¿Por qué es aún el punto de comparación? Ninguno, siempre Ninguno, como un fantasma que ronda mi vida, como una presencia que no llega a ser lo suficientemente vaga para convertirse en ausencia. ¿Qué hay realmente en mi interior? ¿Es que amo a Ninguno y no me atrevo a confesarlo? ¿Es eso? ¿Es que pretendo alejarlo buscando sus opuestos? ¿Es que estoy utilizando a Alguno para convencerme a mí misma de que Ninguno fue sólo una aventura? ¿Cómo puedo vivir sin conocerme? ¿Cómo es posible ser sin ser? A veces siento que todo lo que me ocurre es como si no ocurriera verdaderamente.. Es como si todo le pasara a otra persona, no a mí. Seres y cosas no me tocan, son extraños. Luego comprendo que no es así, que todo me ocurre a mí, que debo hacer algo, que debo tener alguna reacción, que debo sentirme afectada. Surge en este preciso momento la angustia. Se supone que las cosas me afectan y no es así, se supone que uno debe amor al primer amante, se supone que debe sentirse tristeza ante su partida, se supone que debe extrañársele, se supone, se supone. Pero conmigo no pasa nada de esto. Es por eso mi desconcierto. Me siento culpable por no actuar como todo el mundo supone que debe actuarse en determinadas situaciones. Me siento culpable y trato de actuar con las normas establecidas, de acuerdo con los acuerdos tácitos. Entonces la confusión es aún mayor. Todo se convierte en un insuperable lío, todo se convierte en una angustia terrible por no saber ser. Sí, creo que me siento mal por no haber amado a Ninguno, por no haber extrañado su presencia, por haber impedido que me escribiera… Actué contrariamente a como se suponía debía haber actuado. Pero aún hay algo más. Ninguno fue demasiado definitivo en mi vida para simplificar su influencia con la explicación anterior. Hay algo más… Lo sé, está ahí, esperando a ser descifrado y traducido en palabras. Pude haberlo amado, pude… Y si no fue así, fue porque amor es estar dispuesto a entregarse, a conocerse, estar dispuesto a sentir con dolor la falta del amado, es concebir la vida como futuro que los unirá, es estar dispuesto a sacrificar numerosas libertades por la única y total libertad de amar. Es todo esto y es todo lo que no puedo traducir a palabras, es todo aquello a lo que Ninguno y yo nunca estuvimos dispuestos. Él por temor a comprometerse y yo por miedo al rechazo, a la desilusión, a la separación. Me contuve sí, concentré cada una de mis fuerzas para no amarlo, para no extrañarlo, para no sentir dolor hasta su partida. Sí, Ninguno y yo nos dispusimos a no enamorarnos. Forjamos cuidadosamente nuestra separación. Y si por alguna razón descubríamos que nos extrañábamos mutuamente, buscábamos la presencia de otro ser para alejarnos aún más, para intentar demostrarnos a nosotros mismos y a los demás que no nos necesitábamos, que muy bien podíamos vivir el uno sin el otro. Y todo ello era, además, un gran intento para no involucrarse, no intentar conocer al otro. Pero todas estas complejidades las encubríamos. Qué equivocados, qué absolutamente equivocados estábamos… Ahora lo veo claro, hasta el ligerísimo rencor que he llegado a sentir por él…
Yo creo que lo que nos sirve de realidad no es tanto lo exterior a nosotros. La “realidad” está llena de nuestras fantasías e imaginarios. No es más que una frontera de acercamiento entre noso-tros y el mundo. Una frontera frente a nosotros mismos. Un poco nosotros…
Yo te abracé con toda la fuerza que pude y tú te escapaste y me quedé abrazando a alguien que no conocía…
Yo tenía que haber sido el primer hombre alado. Hubiera dado el salto hacia atrás que me pedían y hubiera tenido alas, como el Diablo… ¿El condenado?
¿Yo entonces qué debo hacer? ¿Arrodillarme y dar las gracias al Dedo por haber soñado El Sueño Imposible? Adolf el masticador de tapetes, el de la nariz roja. Va a ser un spritzer —agua mineral y sangre de gitano pendejo—, y una chuleta asada de judío. Y no olvide la salsa de mostaza oder, Maxie ich mach mit einem Dachau fahrt…
¿Qué te parecen algunas stein de Der Freischütz?
Gracias a Dios, Dios es solamente otra enferma invención de Labios Soñadores, la propensión infinitamente ingeniosa del Género Humano por inventar maneras aún más nuevas de Engañar, Entrampar y Atormentar —no a sí mismo, el Género Humano no es un ser en sí—, sino uno al otro. Tú, yo, cada uno de nosotros. Demasiado y demasiado tiempo…
Maten a los profesores. Masacren a los estudiantes. Derrumben las iglesias piedra por piedra. Igual el Capitolio, todos los Capitolios. El Capitolio Blanco, el Capitolio Rojo, la Casa Rosada, el Palacio Nacional de México, el Ayuntamiento de Guadalajara. Dinero, religión y arte… ¿Venecia? No dejen que siga hundiéndose en el mar. Empújenla al agua. Es piedra, cemento, bronce, vidrio, tela y muy poca pintura. Estorba… Deséchenla…
Pero esto es pura anarquía…
Cuidado, o podrías resultar el primero que se va. Anarquía. Si esto es todo lo que nos queda, dámelo…
Me revuelves el estómago. Siento que te dejé sacarme de los almacenes de carne bajo las lámparas azules del parque. Eres peor que una ración de carne ensangrentada…
Bueno. Estás loco. Tal vez estás despertando. Sangre. Si se necesitara sangre para limpiar todo el desorden, entonces será sangre. Sangre. Sangre sobre las sábanas, las paredes, en las calles y los metros, en los enfriadores de agua y el sanitario de señoras. Y no solamente sangre sobre una inserción vaginal más blanca que lo que es el blanco. Las uñas de alguien. La lengua arrancada y sangrante de alguien. Alguien con las tripas sacadas y sangrando y si tú sabes qué quiere decir tripas sacadas, quiero decir que agarro este cuchillo, y lo meto con fuerza en tu vientre precisamente aquí, así, y lo subo y saco —tiro el juguete por allá—, y meto la mano y agarro con el puño y arrastro tus tripas sangrientas y calientes, llenas de mierda, y eso que no se puede aflojarlas muy fácilmente. ¿Qué te parece?
Daría mi sangre, mi mente, mi alma, sea lo que sea, todo el amor que he sentido o hubiera podido sentir —y esto es mucho—, si por un minuto, por un segundo, si pudiera creer en una vida después de la muerte y morir con la seguridad de que te quemarías en un hoyote del infierno durante toda la eternidad, exactamente como un asador eléctrico de carne que alguien olvidó apagar. Apagar… Tú me das asco…
Bueno. Por fin. Tal vez podamos sobrevivir… Porque, chamaco, no te engañes, no se puede dejar el odio a un lado. Está presente, como la sangre. Ten. Toma esta navaja inoxidable de un inyector Lady Schick, con el filo de platino, más afilado que lo más afilado, y corta mi brazo. Aquí. Carne es carne y la carne sangra. Quiero que me veas sangrando y que sepas, por lo menos por esta vez si no para siempre, que sangre y odio son cosas reales, rojas y reales como rosas. Tómala y córtame…
No.
¡Hazlo!
Nunca.
Yo creo que nuestra vida está hecha de percepciones que se cruzan en el mismo tiempo, a veces el mismo espacio, a veces el mismo espacio-tiempo…
Yo salgo de la junta y voy a rehabilitación… Allí Zanahoria me dice: Fíjate, si hubieras muerto y persistiera tu idea de que te eliminabas para no ser una barrera infranqueable para tus hijos, ellos se quedarían con la idea de que no vale la pena lograr todo lo que has logrado: sobrevivencia, posición, salud, inteligencia, belleza, amistades, dinero, en fin… Ellos pensarían que no vale la pena destacar… Espárragos me pregunta si la puedo substituir en una obra de teatro porque ella ya se va del Instituto… ¿De qué se trata la obra?… Es acerca de un viejo que quiere ir a morir a una montaña y quiere que lo lleve allí un niño que no es su hijo, pero la madre del niño (esa sería yo) no se lo permite… No quiero saber nada de viejos que van a la montaña… No quiero saber nada de madres que se meten en la vida de sus hijos… El Dr. Tylenol y el Dr. Aspirina, y con cara larga Rice Crispies y Gansito… Chocolate me pide que diga algo… Que les platique por qué estoy aquí… ¿Cómo se resumen en unas cuantas palabras la angustia, el miedo, la soledad que va acumulándose en toda una vida?… Les digo de mis actividades en los últimos cuatro meses… La mudanza a Villa Olímpica que tanto me desagradó… El largo y terrible silencio entre mi marido y yo… La paulatina e inexorable disminusión de mi capital por haber renunciado a mi trabajo… El papel de ama de casa que nomás no resisto ni un minuto siquiera… La dificultad para incorporarme un semestre más en la Universidad adonde quería estudiar una nueva carrera… El esfuerzo por llevar adelante un negocio nuevo y la falta de fuerzas para hacerlo… La creciente obsesión por la muerte y el amante de diecinueve años en un esfuerzo desesperado por aferrarme a la vida… Y la futilidad del esfuerzo… Les expliqué por qué y cómo tomé las píldoras… Cuando terminé hubo un silencio espantoso… Me sentí incómoda… Pregunté ¿por qué nadie dice nada?… Chocolate dijo que él había pensado matarse a los veinticinco años y que ahora tenía veinticuatro y medio…Yo había pensado desde antes en matarme a los sesenta y cinco…Me adelanté… No me gusta nada este grupo silencioso… Tuve que apurarme a comer porque me dijeron que tenía que examinarme un médico general… Amable… Dice que tengo una ligera congestión bronquial producida por el paro respiratorio y la intubación… Me recetó una medicina… A las dos otra junta… La dirigió Tylenol… Muy alegre y simpático… Todos bromeamos menos Chocolate, que estaba triste, y Zanahoria que se durmió… Clase de francés… No asistí… Me aburre… Me siento muy, muy cansada… ¿Es usted neurótico?… No se preocupe… Nosotros nos hacemos cargo de todo… Póngase en nuestras manos y olvídese de sus problemas… Nosotros se los resolveremos por una pequeña cuota mensual…
Yo pienso que no soy yo quien seduce, sino mi propio falo. Que quizás yo no soy otra cosa sino su instrumento, pues todo, mi estado de ánimo, mis planes, mi pasado, parten de allí. Cierto dominio provisional, la potencia periódica, el gasto inútil. Ésa sería mi verdadera biografía, ritmada por los movimientos de la erección y la relajación, fantasiosamente hasta el infinito…