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PRÓLOGO KID

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Conozco bien a Kid. Íbamos al mismo colegio, y en el año 2030 coincidimos en la misma clase. Creo que fue en sexto, pero nunca he tenido tan buena memoria como ella. Hemos conservado una buena amistad y hemos seguido viéndonos a menudo, a pesar de llevar vidas muy distintas. Si tuviera que definirla, diría que Kid siempre ha tenido brazos de mono, la naricita como el pico de un herrerillo, unas piernas que, con sus pantalones favoritos, parecían patas de okapi, y hasta un poco de ADN de virus.

No hace mucho, durante la enésima tormenta magnética, mientras le dábamos sorbos a una taza de té de Labrador, se fue la luz. El apagón duró unas pocas horas y fue un momento maravilloso. La oscuridad devolvió a Kid el recuerdo de aquel año 2030.

Por aquel entonces, la humanidad estaba atravesando un periodo extraño. Todo el mundo sabía que algo acababa de hundirse; que los océanos, los bosques, los campos, las ciudades, las nubes, la lluvia, las piedras, los animales, las plantas y los ríos se morían. Algunas criaturas se retiraban y nos dejaban solos, y otras anunciaban su despedida inminente. Los insectos, las aves, los anfibios, los mamíferos, los moluscos y los peces seguían el declive de las plantas, que seguían a su vez el declive de los territorios salvados, dejados ahora tan solo en manos de los humanos. Todos sabíamos que corríamos un gran peligro y que se estaba cometiendo una terrible injusticia con los demás seres vivos del planeta; casi todos estábamos preocupados, tristes o abatidos, mientras los poderosos terminaban de destruir tranquilamente todo lo que quedaba, más que nunca para su propio beneficio. Kid podría contarlo mejor, ya que no ha parado de recordarles a todos que cada ser vivo tiene su sitio, y que ese es el derecho fundamental de todos los habitantes de la Tierra.


Fue una época extraña, difícil, pero indudablemente necesaria, para que por fin cambiásemos y para que llegase el mundo de hoy. Hubo demasiadas catástrofes, perdimos mucho, pero supimos reaccionar y ver las cosas de otro modo. Aún queda mucho por hacer, pero ahora todos los seres vivos respiran mucho mejor, y nosotros con ellos.

El apagón afectó a toda la ciudad, no brillaba ni una sola lamparilla y solo nuestras tazas fosforescentes adornaban el humo de nuestras bebidas con un cálido resplandor. Después de un largo sorbo de té, Kid sonrió de oreja a oreja, como es habitual en ella, y dijo que esos pocos días de julio de 2030 habían sido los más extraordinarios de su vida.

Con los ojos brillándole en la oscuridad, me ofreció el relato preciso de los cuatro días que duró la primera Cumbre de las Especies, después conocida como la Cumbre de los animales, una sorprendente reunión en la que ella participó. La profesora de Ciencias Naturales había apuntado a la clase a un concurso nacional de periodismo, y Kid, que nos representaba, había ganado el premio con un artículo sobre las lenguas animales. Por aquel entonces presumía de conocer el idioma de las liebres, de los zorros y de mil y un bicharracos más, y lo demostraba con muchos gritos, carraspeos y gemidos, lo cual nos hacía preguntarnos a veces por su estado mental, pero casi siempre nos partíamos de risa. Como premio, había ganado el codiciado puesto de reportera en la primera Cumbre de las Especies, que consistía en asistir un día a dicho congreso, escribir una redacción y enviarla a las clases y colegios que lo habían solicitado.

Todo el mundo estaba muy emocionado, era la primera vez que se celebraba una cumbre de ese tipo, una especie de gran reunión mundial con representantes de muchas especies animales. El objetivo era mostrar que la humanidad todavía se preocupaba por los animales y era capaz de escuchar lo que las otras criaturas de este planeta tenían que decir y esperaban las unas de las otras. La idea no gozaba de una popularidad unánime, faltaría más; algunos se partían de risa y otros estaban que trinaban: ¡una reunión de animales, nada menos! Pero la primera cumbre acabó celebrándose. En 2030. En julio. En París. Y Kid estuvo allí.

Se acordaba de todo, y me lo contó durante las tres horas que duró la tormenta. Obviamente, todos habíamos leído su reportaje y nos había encantado, pero era la primera vez que la oía hablar de lo que realmente había vivido allí. De lo que había sentido y de todas las cosas que no había podido o querido incluir en esa redacción.

Preparaos un chocolate caliente y meteos en la cama. Lo que me contó me pareció tan loco que a mí también me gustaría contároslo. A Kid no le importará.


Kid en la Cumbre de los animales

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