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CAPÍTULO UNO MAÑANA

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Con la mirada fija en el techo, donde se mueve una extraña araña, Kid sueña despierta. A sus once años ya ha vivido muchas aventuras y experiencias, pero ninguna puede compararse con la que la espera mañana. Se imagina sentada junto a un panda, una jirafa o un águila. Se tumba de lado y tira del edredón con un amplio movimiento del brazo. La marmota, el coyote y el cálao se han unido a sus sueños despiertos, y de pronto ya son multitud. La preocupación sustituye al nerviosismo. Se da la vuelta de nuevo y se envuelve en el edredón. ¿Por qué habrán votado por ella todas esas personas a las que no conoce? ¿Por qué los maestros y los alumnos de otros colegios de Francia, lejos de allí, han decidido que ella era la mejor? ¡Que un día escribiese un texto sobre las lenguas animales no quiere decir que sea periodista, ni la más capacitada para cubrir esta cumbre! Había muchos candidatos para los que habría sido un honor; se habrían hecho los interesantes y habrían hablado del tema hasta el infinito. Más que ella. ¿Por qué toda esa gente que la eligió no se dio cuenta de que no se le dan bien los dictados, que no le gustan ni la informática ni el inglés, que ni siquiera es guapa? Que participase en el concurso no significa que quisiera ganarlo. La verdad es que la profesora la presionó un poco; a ella el concurso le importaba un bledo. Kid se estremece y luego intenta relajarse respirando hondo.



Los escalones crujen bajo los pasos de su padre.

—Cierra los ojos, Kid, sé que no estás dormida. Mañana tienes que estar en forma.

—Vale, papá. Buenas noches.

Por primera vez, las especies animales del mundo entero se reunirán para plantearse un reparto del planeta. Sería más correcto decir «para plantearse la idea de un reparto», pero ya es un gran paso.

Mañana, Kid estará allí.

Tiene que reconocer que le gusta la idea de ver a todos esos animales y de intentar mejorar su suerte; además, todos los momentos que ha pasado con su comité de apoyo han sido geniales. Pero el caso es que nunca pensó que podría ganar; si no, no habría aceptado representar al colegio.

Inspira, espira... Todo va bien. Kid piensa que no mola nada estar contenta y no estarlo al mismo tiempo, que es un poco molesto.

Se incorpora en la cama, con los brazos hacia delante, y busca con la mirada, en la penumbra, sus cosas sobre la mesa: una libreta de espiral en forma de estrella de mar, un boli que también sirve de goma de borrar, chicles de grosella y una botella de acero inoxidable. En la silla, su camiseta y pantalones favoritos cubren el respaldo, justo encima de sus zapatos. Se deja caer en la cama y se queda unos minutos mirando el techo y la sombra de las patas de la araña, estiradas por la luz de la luna.


Kid en la Cumbre de los animales

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