Читать книгу El bosque - Харлан Кобен - Страница 8
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Оглавление—Se lo aseguro —repetí—. Es Gil Pérez.
—El chico que murió con su hermana hace veinte años.
—Evidentemente, no murió —dije.
No creo que me creyeran.
—Puede que sea su hermano —dijo York.
—¿Con el anillo de mi hermana?
—Ese anillo es muy común —dijo Dillon—. Hace veinte años estaban de moda. Creo que mi hermana tenía uno. Se lo regalaron al cumplir los diecisiete, creo. ¿Estaba grabado el de su hermana?
—No.
—Pues no podemos estar seguros.
Hablamos un rato, pero no había mucho más que añadir. La verdad es que yo no sabía nada.
Dijeron que estarían en contacto. Localizarían a la familia de Gil Pérez, para que hicieran una identificación positiva. No sabía qué hacer. Me sentía perdido, atontado y confundido.
Mi BlackBerry y mi móvil estaban enloquecidos. Ya llegaba tarde a una cita con el equipo de la defensa en el caso más importante de mi carrera.
Dos universitarios ricos y jugadores de tenis de la lujosa población de Short Hills acusados de violar a una afroamericana de dieciséis años de Irvington llamada —no, su nombre no ayudaba nada— Chamique Johnson. El juicio ya había empezado, se había aplazado y ahora esperaba poder cerrar un trato de condena en prisión antes de que volviera a empezar.
Los policías me acompañaron a mi oficina en Newark. Sabía que los abogados de la defensa pensarían que mi retraso no era más que una táctica, pero no podía remediarlo. Cuando entré en el despacho, los dos abogados de la defensa ya estaban sentados.
Uno de ellos, Mort Pubin, se levantó y se puso a aullar.
—¡Hijo de puta! ¿Sabes la hora que es? ¿Lo sabes?
—Mort, ¿has adelgazado?
—No me vengas con esa mierda.
—Espera. No, no es eso. Estás más alto. Has crecido. Como un chico de verdad.
—Ya está bien, Cope. ¡Llevamos una hora esperando!
El otro abogado, Flair Hickory, siguió sentado, con las piernas cruzadas, como si no tuviera ninguna preocupación en la vida. Era de Flair de quien yo estaba pendiente. Mort era ruidoso, mal hablado y exagerado. Flair era el abogado defensor que yo más temía. No era lo que uno esperaba. De entrada, Flair (juraba que era su nombre real, aunque yo tenía mis dudas) era gay. Vale, no es para tanto. Hay muchos abogados gays, pero Flair era gay gay, como el hijo natural de Liberace y Liza Minnelli, criado sólo con Streisand y musicales.
Flair no lo disimulaba en los juzgados, más bien le sacaba partido.
Flair dejó que Mort se desahogara un rato, flexionó los dedos y se miró las uñas. Pareció satisfecho. Después levantó la mano e hizo callar a Mort con un gesto elegante.
—Ya está bien —dijo Flair.
Llevaba una camisa de color púrpura. O puede que fuera berenjena o vincapervinca, un color de esos. No entiendo mucho de colores. La camisa era del mismo color que el traje. El mismo que la gran corbata. El mismo que el pañuelo de bolsillo. El mismo —Dios nos ampare— de los zapatos. Flair reparó en que me estaba fijando en su ropa.
—¿Te gusta? —preguntó Flair.
—El dinosaurio Barney imita a Village People —dije.
Flair hizo una mueca.
—¿Qué pasa?
—Barney y Village People —dijo, apretando los labios—. ¿No se te ha ocurrido una referencia pop más anticuada y sudada?
—Iba a decir el teletubbie púrpura, pero no recordaba el nombre.
—Tinky Winky, y también está anticuado. —Se cruzó de brazos y suspiró—. Bueno, ahora que estamos todos en este despacho con decoración tan hetero, ¿podemos dejar marchar a nuestros clientes y acabar de una vez?
Le miré a los ojos.
—Lo hicieron, Flair.
No me lo negó.
—¿De verdad vas a subir a declarar a esa estríper combinada con prostituta trastornada?
Iba a defenderla pero él sabía de lo que hablaba.
—Sí.
Flair intentó no sonreír.
—La destruiré —dijo.
No dije nada.
La destruiría y yo lo sabía. Y eso era lo que tenía su forma de actuar. Podía seccionar y desmenuzar y seguía cayéndote bien. Yo le había visto hacerlo. Se podría pensar que algunos miembros del jurado serían homófobos y que le odiarían o le temerían. Pero con Flair no funcionaba así. Las mujeres juristas querían ir de compras con él y hablarle de los fallos de sus maridos. Los hombres no le consideraban un peligro y creían que no podía hacerles ningún daño.
Esto lo convertía en un defensor letal.
—¿Qué estás buscando? —pregunté.
Flair sonrió.
—Estás nervioso, ¿no?
—Sólo quiero ahorrarle tu acoso a una víctima de violación.
—¿Moi? —Se llevó una mano al pecho—. Me siento insultado.
Sólo lo miré. Mientras lo hacía se abrió la puerta. Entró Loren Muse, mi investigadora jefe. Muse tenía mi edad, treinta y tantos, y ya era investigadora de homicidios con mi predecesor, Ed Steinberg.
Muse se sentó sin decir palabra, ni siquiera un gesto.
Me volví a mirar a Flair.
—¿Qué quieres? —volví a preguntar.
—Para empezar —dijo Flair—, quiero que la señora Chamique Johnson se disculpe por destruir la reputación de dos chicos estupendos.
Le miré un rato más.
—Pero nos conformaremos con que se retiren los cargos inmediatamente.
—Sigue soñando.
—Cope, Cope, Cope. —Flair meneó la cabeza y emitió ruiditos tranquilizadores con la boca.
—He dicho que no.
—Eres encantador cuando te pones macho, pero eso ya lo sabes, ¿no? —Flair miró a Loren Muse. Una expresión afligida cruzó su cara.
—Cielos, ¿qué llevas puesto?
Muse se incorporó un poco.
—¿Qué?
—Tu ropa. Es como un programa de telerrealidad de la Fox. Cuando las policías se visten ellas mismas. Por Dios. Y esos zapatos...
—Son prácticos —dijo Muse.
—Cariño, regla de moda número uno: Las palabras «zapatos» y «prácticos» nunca deben encontrarse en la misma frase. —Sin parpadear, Flair se volvió hacia mí—: Nuestros clientes se declaran culpables de falta y salen libres con la condicional.
—No.
—¿Puedo decirte dos palabras?
—Esas dos palabras no serán «zapatos» y «prácticos», ¿verdad?
—No, algo bastante más calamitoso para ti, me temo: Cal y Jim.
Calló. Miré a Muse. Ella se agitó en la silla.
—Esos dos nombrecitos —siguió Flair con un tonillo en la voz—, Cal y Jim. Música para mis oídos. ¿Sabes a qué me refiero, Cope?
No mordí el anzuelo.
—En la declaración de la supuesta víctima... has leído su declaración, supongo... en su declaración ella afirma claramente que sus violadores se llamaban Cal y Jim.
—No significa nada —dije.
—Verás, cielo, e intenta prestar atención ahora porque creo que esto podría ser importante para tu caso: nuestros clientes se llaman Barry Marantz y Edward Jenrette. Ni Cal ni Jim. Barry y Edward. Repetid conmigo. Venga, adelante. Barry y Edward. A ver, ¿esos nombres se parecen en algo a Cal y Jim?
Mort Pubin respondió a la pregunta. Sonrió y dijo:
—No, no se parecen, Flair.
Seguí callado.
—Y ya ves, esa es la declaración de tu víctima —siguió Flair—. Es maravilloso, ¿no crees? Espera que te lo busco. Me encanta leerlo. Mort, ¿lo tienes? Espera, aquí está. —Flair llevaba puestas gafas de lectura de medialuna. Se aclaró la garganta y cambió de voz—. Los dos chicos que lo hicieron. Se llamaban Cal y Jim.
Dejó el papel y nos miró como si esperara un aplauso.
—Se encontró el semen de Barry Marantz en ella —dije.
—Ah, sí, pero Barry era un chico guapo, todo hay que decirlo, y los dos sabemos que eso influye, admite un acto sexual consensuado con tu joven y ansiosa señora Johnson aquella tarde. Todos sabemos que Chamique estuvo en su fraternidad, eso no se discute, ¿no?
No me gustó, pero dije:
—No, eso no se discute.
—De hecho, los dos sabemos que Chamique Johnson había trabajado allí como estríper la semana anterior.
—Bailarina exótica —corregí.
Sólo me miró.
—Y por eso volvió. Sin que hubiera intercambio de dinero. En eso también estamos de acuerdo, ¿no? —No se molestó en esperar que contestara—. Y puedo presentar cinco o seis chicos que dirán que se comportó afectuosamente con Barry. Vamos, Cope. Tú ya has pasado por esto. Es una estríper. Es menor. Se coló en una fiesta de una fraternidad. Se ligó al chico rico y guapo. Él se la quitó de encima, no la llamó o lo que fuera. Y se enfadó.
—Y muchas abrasiones —dije.
Mort pegó contra la mesa con un puño que parecía capaz de aplastar un animal.
—Sólo busca ganar dinero —dijo Mort.
—Ahora no, Mort —dijo Flair.
—¡Cómo que no! Todos sabemos de qué va esto. Les está acosando porque están forrados. —Mort me dedicó su mejor mirada pétrea—. Sabes que la puta tiene antecedentes, ¿no? Chamique —alargó su nombre de una forma burlona que me sacó de quicio— también tiene su abogado para exprimir a nuestros chicos. Para esa zorra esto sólo es día de cobro. Nada más. Un puto día de cobro.
—¿Mort? —dije.
—¿Qué?
—Calla y deja que hablen los adultos.
Mort me miró despreciativamente.
—No eres mejor, Cope.
Esperé.
—La única razón de que los proceses es que son ricos. Y lo sabes. Estás jugando a esa mierda de ricos contra pobres ante los medios. No finjas que no lo haces. ¿Sabes lo que da más asco? ¿Sabes lo que realmente me jode?
Ya había tocado unas pelotas aquella mañana y ahora había jodido a un abogado. Menudo día llevaba.
—Dime, Mort.
—Que nuestra sociedad lo acepta —dijo.
—¿Qué?
—Odiar a los ricos. —Mort levantó las manos, indignado—. No paro de oírlo. «Le odio, es tan rico.» Fíjate en Enron y todos esos escándalos. Ahora es un prejuicio fomentado, odiar a los ricos. Si yo dijera que odio a los pobres, me lincharían. Pero ¿insultar a los ricos? Adelante, vía libre. Todo el mundo es bienvenido para odiar a los ricos.
Le miré.
—Tal vez deberían crear un grupo de apoyo.
—A la mierda, Cope.
—No, en serio. Trump, los chicos de Halliburton. El mundo no ha sido justo con ellos, caramba. Un grupo de apoyo. Eso es lo que se merecen. Tal vez un maratón televisivo o algo así.
Flair Hickory se levantó. Teatralmente por supuesto. Casi me esperaba que hiciera una reverencia.
—Creo que hemos terminado. Nos vemos mañana, guapo. Y tú —miró a Loren Muse, abrió la boca, la cerró, se estremeció.
—¿Flair?
Me miró.
—Eso de Cal y Jim —dije—. Sólo demuestra que dice la verdad.
Flair sonrió.
—¿Cómo es eso, exactamente?
—Tus chicos fueron listos. Se llamaron a sí mismos Cal y Jim, para que ella dijera eso.
Arqueó una ceja.
—¿Crees que colará?
—¿Por qué iba a decirlo ella si no, Flair?
—¿Disculpa?
—A ver, si Chamique deseaba jugársela a tus clientes, ¿por qué no utilizar los nombres correctos? ¿Para qué se iba a inventar el diálogo con Cal y Jim? Ya has leído su declaración: «Dale la vuelta hacia aquí, Cal», «Dóblala hacia allá, Jim», «Uau, Cal, le encanta». ¿Para qué iba a inventarse eso?
Mort me respondió:
—Porque es una zorra sedienta de dinero y encima es estúpida.
Pero me di cuenta de que le había metido un gol a Flair.
—No tiene sentido —dije.
Flair se inclinó hacia mí.
—La cuestión, Cope, es que no tiene que tenerlo. Y tú lo sabes. Puede que lleves razón. Puede que no tenga sentido. Pero eso da lugar a confusión. Y la confusión me da muchos puntos para mi táctica favorita: la duda razonable. —Sonrió—. Puede que tengas algunas pruebas físicas. Pero si haces subir a esa chica a declarar, no me reprimiré. Será pan comido. Los dos lo sabemos.
Se fueron hacia la puerta.
—Nos vemos en el juzgado, colega.