Читать книгу El miedo más profundo - Харлан Кобен - Страница 12
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ОглавлениеDemasiada historia de nuevo.
La última vez que los dos hombres se habían encontrado en una misma habitación, Myron estaba sentado a horcajadas sobre el pecho de Greg e intentaba matarlo, dándole puñetazos en la cara hasta que Win (¡Win, nada más y nada menos!) logró separarlos. De eso hacía tres años. Myron no lo había vuelto a ver más que en algún destacado de las noticias de la noche.
Greg Downing miró a Myron, luego a Karen Singh y luego otra vez a Myron, como si esperara que para entonces se hubiera evaporado.
—¿Qué demonios haces aquí? —volvió a preguntarle.
Greg iba vestido con una camisa de franela sobre una especie de camiseta de canalé de esas que comprarías en Baby Gap, unos vaqueros descoloridos y unas botas inverosímilmente desgastadas. Una estampa de leñador suburbano.
Myron sintió de pronto que algo se le encendía en el pecho, le ardía, despegaba.
Desde el primer día en que se pelearon por un rebote en sexto de primaria, Greg y Myron respondían a la perfección a la definición de rivales de ciudad. En el instituto, donde llegó realmente la gota que colmó su copa competitiva, Greg y Myron se habían enfrentado ocho veces, repartiéndose el resultado equitativamente. Corría el rumor de que entre las dos superestrellas había mala sangre, pero eran sólo las típicas exageraciones deportivas. La realidad era que Myron apenas conocía a Greg fuera de la cancha. Eran rivales a muerte, eso era cierto, dispuestos a hacer prácticamente cualquier cosa por ganar, pero una vez sonaba el pitido de final del partido, los chicos se estrechaban la mano y la rivalidad quedaba congelada hasta el próximo enfrentamiento.
O eso había creído siempre Myron.
Cuando él aceptó la beca de estudios en Duke y Greg optó por la Universidad de Carolina del Norte, los aficionados al baloncesto se quedaron encantados. Su rivalidad aparentemente inocente estaba lista para colocarse en el prime time de la ACC. Myron y Greg no defraudaron: los partidos entre Duke y la UNC lograron audiencias espectaculares y ningún partido se decidió por una diferencia de más de tres puntos. Ambos estaban haciendo unas carreras universitarias extraordinarias, ambos fueron nombrados estrellas del primer equipo, ambos fueron portada del Sports Illustrated, incluso juntos en una ocasión. Pero la rivalidad permanecía en la cancha. Sus enfrentamientos eran sangrientos, pero la competición nunca pasó al terreno personal.
Hasta que llegó Emily.
Antes de empezar el último curso de la universidad, Myron le planteó el tema del matrimonio a Emily. Al día siguiente, ella fue a verlo, lo tomó de las manos, lo miró a los ojos y le soltó: «No estoy segura de amarte». ¡Pam!, tal cual. Todavía se preguntaba qué había ocurrido. Se había precipitado, supuso. La clásica necesidad de abrir las alas un poco, jugar un poco, cosas así. Pasó un tiempo. Tres meses, calculaba Myron. Y entonces Emily se empezó a ver con Greg. Myron le restó importancia públicamente, incluso cuando Greg y Emily se prometieron justo antes de la graduación. El draft de la NBA también tuvo lugar por aquella época. Ambos pasaron la primera selección, aunque, por sorpresa, Greg fue elegido antes que Myron.
Ahí fue cuanto se desencadenó todo.
¿Resultado final?
Casi una década y media más tarde, Greg Downing estaba en la última etapa de una carrera deportiva en la liga All-Star. El público lo aclamaba, ganaba millones y era famoso. Jugaba a lo que le gustaba. Para Myron, en cambio, el sueño había terminado antes de empezar. Durante su primer partido de pretemporada con los Celtics, Big Burt Wesson le cayó encima y la rodilla de Myron quedó atrapada entre él y otro jugador. Hubo un golpe, un crujido, un ruido seco... y luego un dolor ardiente, desgarrador, como si unas garras de metal le estuvieran cortando la rótula a tiras.
Myron no se volvió a recuperar nunca más.
Un accidente bien raro, o eso pensó todo el mundo, incluido Myron. Durante más de diez años pensó que el accidente había sido una simple casualidad, la obra arbitraria del azar. Pero ahora sabía que había algo más, ahora sabía que el hombre que tenía delante había sido la causa, sabía que su rivalidad infantil, aparentemente inocente, se había convertido en algo monstruoso, había devorado su sueño, se había encarnizado con el matrimonio de Greg y Emily y, con toda probabilidad, había provocado el nacimiento de Jeremy Downing.
Sintió las manos apretadas como puños:
—Ya me iba.
Greg le puso la mano en el pecho:
—Te he hecho una pregunta.
Myron observó la mano:
—Hay una cosa positiva —dijo.
—¿Cuál?
—Que no tendremos que perder tiempo con el traslado —dijo Myron—, porque ya estamos en el hospital.
Greg se rió, burleta:
—La última vez me diste un puñetazo.
—¿Quieres recordarlo?
—Perdónenme —intervino Karen Singh—, pero ¿están hablando en serio?
Greg seguía mirando a Myron.
—Déjalo —dijo Myron—, o me mearé encima.
—Eres un hijo de puta.
—Bueno, yo tampoco te mandaría una felicitación de Navidad, Greg el cagado. —Greg el cagado... Una actitud muy adulta.
Greg se le acercó todavía más.
—¿Sabes qué tengo ganas de hacerte, Bolitar?
—¿Besarme en la boca? ¿Regalarme flores?
—Flores para tu tumba, a lo mejor.
Myron asintió con la cabeza:
—Muy buena, Greg. Quiero decir, uy, qué miedo...
Karen Singh dijo:
—Que estemos en un pabellón infantil no significa que tengan que portarse como niños.
Greg dio un paso atrás sin dejar de mirarle ni un segundo.
—Emily —escupió de pronto—. Te ha llamado, ¿no?
—No tengo nada que decirte, Greg.
—Te ha pedido que encuentres al donante, como me encontraste a mí.
—Siempre has sido un chico listo.
—Pienso convocar una rueda de prensa hoy mismo. Haré una petición directa al donante. Le ofreceré una recompensa.
—Muy bien.
—Así que no te necesitamos para nada, Bolitar.
Myron lo observó y por un momento fue como si volvieran a estar en la pista, con las caras bañadas en sudor, el público alrededor aclamándolos, el reloj avanzando, el balón botando. Nirvana. Nunca más. Arrebatado por Greg. Y por Emily. Y tal vez, por encima de todo, cuando lo analizaba con honestidad, por la propia estupidez de Myron.
—Tengo que irme —dijo Myron.
Greg volvió a retroceder. Myron pasó por su lado y llamó el ascensor.
—Oye, Bolitar.
Se volvió hacia Greg.
—He venido a hablar de mi hijo con la doctora —dijo Greg—, no a remover nuestro pasado.
Myron no respondió. Se volvió hacia el ascensor.
—¿Crees que puedes ayudar a salvar a mi hijo? —preguntó Greg.
A Myron se le secó la boca.
—No lo sé.
El ascensor soltó un pitido y se abrieron las puertas. No hubo ni un adiós, ni un saludo con la cabeza, ni ningún tipo de comunicación más. Se metió dentro y dejó que las puertas se cerraran. Cuando llegó a la primera planta se dirigió al laboratorio de análisis. Se subió la manga. Una mujer le extrajo sangre, le desató el torniquete y le dijo:
—Su médico se pondrá en contacto con usted para comentarle los resultados.