Читать книгу Ternura, la revolución pendiente - Harold Segura - Страница 6
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
A LA MEDIACIÓN PEDAGÓGICA
—Adrián, ¿qué es para ti la ternura?
—El amor.
—¿Me das un ejemplo de ternura?
—Mucho cariño y amor.
—¿Qué dibujitos harías para ilustrar la ternura?
—Mmmm, una manita, un osito y todo…
(ADRIÁN, CINCO AÑOS)
La mediación pedagógica de este libro sobre teología y ternura es una invitación a recuperar la capacidad de sentir. Así como en el epígrafe Adrián usó un elemento concreto como la mano para ilustrar la ternura, le insto a ver esta mediación como una Ruta para sentir. Ya que la ternura se experimenta de maneras concretas en nuestro cuerpo, mediante nuestros sentidos, esta propuesta de mediación pedagógica promueve el camino corporal del tacto y de la piel, así como el de las entrañas, como medio para experimentar la ternura, para, luego, transmitirla, y siempre desde una relación de vínculos transformadores.
Es, además, un recordatorio de que el nivel de razonamiento de los niños y las niñas antes de los doce años es concreto, directo y lineal. Si hablamos de ternura, no nos queda más remedio que encarnarla en nuestro cuerpo, para que ellos y ellas la comprendan desde el suyo.
Los sentidos, que constituyen una fiesta de estímulos para los niños y las niñas, son el sendero por el que las personas adultas debemos retornar, si en verdad queremos construir, desde la ternura, cualquier proceso formativo. Ya de por sí Jesús nos indicó que, si queremos conocer el reino de Dios, debemos ser como los niños y las niñas. Así que, recordar lo que se siente con un abrazo, una alzada, un beso, una caricia en el cabello o las mejillas, o ser tomado de la mano es un requisito para que nos internemos en esta dimensión del amor.
El afecto físico es una condición necesaria para construir la sensación de seguridad, la cual resulta vital para el desarrollo integral de toda persona, de manera especial en la infancia temprana. Se ha demostrado científicamente que el afecto con ternura, solo a nivel físico, promueven el crecimiento, el desarrollo del sistema inmunológico, mejora el estado de ánimo y hasta estimula el buen desempeño escolar, entre otras evidencias físicas. Así que la ternura resulta necesaria no solo para el sano desarrollo del aspecto emocional, sino también para el del físico, cognitivo y espiritual. Así explica Maturana sobre lo imprescindible del cuerpo en la encarnación de la ternura, cuando afirma que por «el dominio de aquellas conductas o disposición corporal a través de la cual el otro surge como otro legítimo en coexistencia con uno mismo» (Maturana, 2004).
La ternura es, incluso, la forma en que experimentamos y expresamos la vida misma, habla mucho de nuestra satisfacción personal y de nuestra conciencia del sentido mismo de existencia. Cuanto más nos guste la vida y disfrutemos de ella, de lo que somos, hacemos y de las personas que nos rodean, probablemente tendremos más sensibilidad y más disposición de dar afecto con ternura.
Precisamente de esto trata esta mediación que hemos denominado Ruta para sentir; de que por medio de algunas sugerencias metodológicas podamos disfrutar de la tarea formativa que cumplimos con nuestros pequeños y pequeñas, y de que en nuestras actividades pedagógicas logremos proyectar ese regocijo mediante la ternura para con quienes desempeñamos nuestra labor.
Pero, antes de pasar a la Ruta, se proponen primero dos pasos previos con ideas fundamentales sobre la ternura: señalar su importancia en los procesos educativos y las implicaciones que ella tiene no solo a nivel pedagógico sino también personal.
Iniciar la Ruta implica primero recorrer un camino de adentro hacia afuera, empezando por nuestra propia persona y, luego, por nuestra relación con las demás personas.
Para nuestro camino interior
Despertar la vocación al amor…
La pedagogía de la ternura es despertar esa vocación al amor que a través de la historia distintos investigadores han descrito sobre la conducta humana. Es dejarnos contagiar por esa forma que tienen los niños y las niñas de sentir el mundo, y devolverles esa vocación al amor con acciones y lenguajes cotidianos de cariño y cuidado.
Romper esquemas tradicionales…
Educar con la pedagogía de la ternura es, además, un acto de amor en sí mismo. Es romper con el esquema tradicional racional e irrumpir con los afectos y los sentidos. Es reconocer que las personas no solo son cerebros que hay que llenar con ideas, sino también corazones desbordantes de sentimientos, los cuales podemos abonar con ternura.
Reconocernos como seres afectivos…
Cada quien debe reconocerse no solo como figura con distinto estatus al de los demás en un mismo espacio, sino como un ser deseoso de ternura y capaz también de darla, sin miedo a mostrar los sentimientos propios. Así, como comunidad de fe, podremos propiciar con la ternura ese intercambio de propósitos de vida y de certezas de plena realización personal, incluso colectiva.
Al encuentro de la otra persona
Buscar la conexión…
Nuestra vinculación con los niños y las niñas, nacida de nuestro interés, como personas adultas, de conocer y crear un lenguaje y una conexión con ellos, les generará condiciones de seguridad y estabilidad afectiva. Ambas condiciones les permitirán reducir sus resistencias emocionales, o necesidades defensivas, que traen muchos de nuestros niños y niñas, y adolescentes, debido a sus historias de vida. Generar un entorno de ternura es proveer seguridad, la necesidad más básica de la niñez.
Ética del cuidado…
Leonardo Boff, conocido teólogo latinoamericano, nos habla de una ética del cuidado que debemos tener con toda forma de vida. Él nos explica que el cuidado es una manera de preservar la vida, pues con él enseñamos a conocer y a amar las cosas. El cuidado no solo tiene que ver con la protección sino también con el deseo de vincularse con todo. Con esta invitación a trabajar en nuestras iglesias con la niñez desde la pedagogía de la ternura, se procura señalar que la vinculación plena con los niños y las niñas es una condición necesaria previa a la ternura. Esta vinculación se establece con su lenguaje, sus fantasías, sus mundos internos lúdicos, llenos de color y desbordantes de sensaciones.
Ternura para el desarrollo…
Esta ternura que se procura en los procesos formativos de nuestras iglesias puede brindar condiciones óptimas para el desarrollo integral de cada niño y niña. El amor, la seguridad, el reconocimiento y la afectividad son elementos que nutren los procesos evolutivos de la niñez, tanto físicos como emocionales. Y también influyen a largo plazo en su personalidad, formando jóvenes amorosos y adultos con tendencia a la ternura.
Humanizar…
Optar por la ternura es humanizar procesos de crianza y formación que tradicionalmente han seguido las líneas de producción a gran escala. En dichos procesos se estandarizan de forma rasa las dinámicas, con lo que se invisibiliza la diversidad y particularidad de las personas, y su capacidad de cambiar, de ser espontáneas y de transformarse.
Encarnar la ternura de Dios
La ternura que usted y yo, como personas adultas, les demos a los niños y niñas es la forma en que ellos y ellas van a ir comprendiendo el amor de Dios. Somos la manifestación concreta de ese ser abstracto del cual les hablamos, y al cual les invitamos a amar y a que se sepan amados y amadas por él.
La Ruta para sentir
Empezar a lenguajear con ternura
El lenguaje no consiste solo en palabras, sino en gestos, en formas de expresarnos con el cuerpo o con signos concretos o con símbolos abstractos; toda forma de comunicarnos de todas las maneras posibles es el lenguaje. Lenguajear, como señala Maturana, es la forma en que, mediante el lenguaje, nos construimos y reconstruimos.
Tenemos que revisar nuestras palabras, las formas como nos referimos a ellos y a ellas, la manera en que nos les acercamos, en que nuestro cuerpo les habla… Todo esto, que nos parece a veces insignificante, en la realidad de las interacciones con los niños y las niñas, es para ellos y ellas evidencia concreta y cotidiana que les comunica, sin lugar a dudas y de forma contundente, mensajes que les quedan grabados.
Les recreamos el mundo, nos recreamos y les recreamos su vida a partir de las palabras y del trato que les damos. El lenguaje moldea la forma en que se comprende el mundo, así que la ternura debe iniciar por revisar nuestro lenguaje, y descubrir si en este lenguaje llevamos la ternura impresa en cada palabra y en cada gesto.
Cuando planifiquemos y llevemos a cabo los encuentros formativos de nuestras iglesias, debemos revisar la forma en que hablamos, en cómo elaboramos los materiales, la decoración, o lo que les damos a leer. Cuando hablemos en el culto o la misa, revisemos nuestra mirada, gestos físicos y los espacios en que les enseñamos la Palabra, y cómo les escuchamos… Todo lo que comuniquemos debe llevar el sello del amor, del respeto, del reconocimiento del otro como igual, del afecto; en fin, de la ternura encarnada.
Ponernos en su mirada
Eso quiere decir que para que nos miren a los ojos nunca tengan que ver hacia arriba, no solo físicamente sino en cuanto a la relación afectiva y formativa. La horizontalidad es requisito para experimentar la ternura. El que nos sintamos en su mundo, en su nivel y en igualdad de valor y posición, en todos los procesos provee un puente directo para que fluya la ternura. La jerarquía y los roles en los procesos formativos obstaculizan la vivencia de la ternura, pues colocan a las personas en condiciones de distancias y de interacciones con barreras emocionales, de poder, de obediencia, de normas y de racionalidades que invisibilizan la humanidad, la particularidad y el amor.
Más que controlar, es sentir con el otro lo que provee acompañamiento. Más que exigir la atención y el obligar mediante el poder, es escuchar lo que construye el diálogo. Dar ternura es mirar frente a frente a ese otro u otra que fui, que soy y seré. Recordar que los niños y las niñas también nos enseñan y que eliminar esa sed de estatus y jerarquía, que caracteriza a las personas adultas, nos ayudará a crear el vínculo de la ternura.
En sus miradas se encuentra la conexión a ese universo propio de ellos, lleno de fantasía y juegos. Es al mirar ese universo cuando la ternura brotará, mientras ellos contemplan con los ojos abiertos y dispuestos a aprender.
Siempre, en cada actividad que planifiquemos, en cada encuentro en el que participemos, debemos dar un lugar importante a la voz de las niñas y los niños, sentarnos a su lado, a su nivel, agacharnos si es el caso, mirarlos de frente es básico si queremos dar ternura. Cara a cara, como iguales, escuchándolos y respaldándolos para que su mirada y sus palabras se valoren al igual que las de las personas adultas.
Encarnar la ternura
Tenemos que empezar por recordar que tenemos un cuerpo, luego, que este siente, y, entonces, entender que este necesita moverse, necesita afecto y seguridad.
Encarnar la ternura significa también volver a ser como niños y niñas, como nos lo enseñó Jesús. Significa vivir de la ilusión, de la inocencia y de admirar todo lo que les rodea. Es revivir el cuerpo, la capacidad de disfrutar, experimentar las sensaciones más cotidianas, recuperar la capacidad de asombro, fortalecer el vínculo del cuerpo con lo que nos rodea, especialmente con las demás personas. Todo eso nos ayuda a recuperar nuestra capacidad de sentir a fin de vivenciar la ternura.
Si no recuperamos nuestro cuerpo no podremos encarnar la ternura. Necesitamos apropiarnos de nuestro cuerpo y de la capacidad de dar y recibir afecto para poder concretar la ternura en nuestras relaciones. Si recuperamos la capacidad de sentir y aprendemos a celebrar nuestros sentidos, comprenderemos mejor a la infancia, nos meteremos con más facilidad en el mundo de los niños y las niñas. Y no solo eso, sabremos enseñar la ternura con nuestro ejemplo, mediante el disfrute del afecto y la promoción de la ternura en todas las relaciones interpersonales.
Sin esta capacidad física de sentir y disfrutar el afecto no podemos explicitar el amor mediante la ternura. Es fundamental experimentar el amor de maneras concretas en todas las relaciones y en las actividades que se programen en todos los procesos formativos o pastorales. Es en lo concreto que los niños y las niñas adquieren el sentido de las cosas.
Encarnar la ternura en nuestro propio cuerpo nos permite tomar conciencia de las necesidades e inquietudes de nuestros niños y niñas durante los encuentros en la iglesia. Ya que no son solo cerebros y ojos lo que se nos acercan, sino cuerpos llenos de energía y sensaciones, el abordaje que hagamos en la planificación de las actividades —incluso en los discursos y las temáticas para la preparación de personas responsables de esta población— debe ser holístico. Debemos tomar en cuenta no solo los objetivos por alcanzar en el aprendizaje, sino también aquellos por alcanzar en la dinámica de interrelaciones y de participación. Así aseguraremos la vivencia de la ternura en los procesos.
Seguir al maestro de la ternura
Como creyentes y seguidores de Jesús apreciamos sus enseñanzas y las valoramos como mensaje de vida y de amor. Quizá los textos en los que más se evidencia que él es un maestro de la ternura son aquellos en los que se hace referencia a la forma en que tocaba a las personas para sanarlas o para protegerlas. Y para nuestro interés en este libro, lo más representativo de su ternura lo leemos en los textos en los que demanda cuidado y especial trato a los niños y las niñas.
En ese momento histórico en el que las niñas, los niños y adolescentes no eran más que objetos, Jesús, con su amor a las personas desfavorecidas, inició su revolución de amor. Hablamos de revolución porque la ternura constituye en sí una revolución en medio de una cultura con altos grados de estructura racional, con dinámicas de poder y violencia.
Jesús acogió amorosamente a quien lo buscaba, a la persona que estuviera enferma, abandonada, bajo el severo juicio social y religioso, incluso si estuviera muerta. Y no solo la acogía, también le daba afecto físico; él siempre tocaba o se dejaba tocar (como algunos relatos nos muestran), con caricias, con el soplo de su aliento, hablando de frente, protegiendo.
Jesús mismo amonestó a sus discípulos porque ellos no habían entendido bien su revolución de amor, pues todavía no se habían percatado del lugar tan importante que ocupan los niños y las niñas en el Reino. Así que, en nuestros lugares de trabajo pastoral o formativo, debemos reflejar esa ternura de Jesús; debemos hablar, mirar, tocar y proteger como él; dejemos que él ame a través de nosotros.
Sus enseñanzas así como sus actos reivindicaban de manera constante la dignidad y la trascendencia espiritual humanas. Él logró una ruptura total entre él y el paradigma legitimado de la violencia. Su vida encarnó la más absoluta empatía para con las personas vulnerabilizadas, pues su revolución de amor no se quedó solo en un discurso evangélico, sino que también con su amor sanador tocó con su propio cuerpo a las personas que luchaban contra el dolor y la enfermedad.
Son numerosos los textos que exponen a Jesús conmoviéndose profundamente ante la angustia humana y actuando para remediar dicha situación. «Jesús, conmovido, les tocó los ojos, y al punto los ciegos recobraron la vista y se fueron tras él» (Mateo 20.34). La ternura es un acto de justicia ante estas situaciones de dolor humano. El contacto físico amoroso de Jesús es un hecho que está presente a lo largo de los evangelios; por eso hemos dado a Jesús el título de «el maestro de la ternura».
Siento, luego pienso; juego, luego actúo
Sentipensar, término creado por Saturnino de la Torre (1997), en sus aulas de Creatividad en la Universidad de Barcelona (De la Torre, 2001),
es el proceso mediante el cual ponemos a trabajar conjuntamente el pensamiento y el sentimiento […], es la fusión de dos formas de interpretar la realidad, a partir de la reflexión y el impacto emocional, hasta converger en un mismo acto de conocimiento que es la acción de sentir y pensar. (De la Torre, como lo cita Núñez, 2014, p.51)
El mundo adulto es racional, mientras que el mundo de los niños y las niñas es emocional, las personas adultas actúan y los niños y las niñas juegan. No se trata de que las personas adultas no sentimos o jugamos ni que los niños y las niñas no piensan o no actúan; sino que nuestro proceder predominante va en esa línea así como el de ellos y ellas.
De ahí la demanda de sentir y luego pensar, pues le daremos vuelta a la tendencia, trataremos de ponernos los zapatos de los niños y las niñas; y, antes de aplicar la racionalidad para todo y de vivir la experiencia solo en el plano racional, seremos niñas y niños, y veremos todo con el corazón; y antes de actuar, jugaremos primero.
Que todo proceso, actividad y lenguaje pasen primero por nuestros sentimientos; y que, antes de hacer cualquier cosa, juguemos primero. Jugar es una forma de probar, tantear, ensayar la realidad antes de hacer razonamientos con ella. Modificamos la realidad desde la fantasía, la inventamos desde la creatividad, la vivenciamos en el cuerpo… Primero pasa por nuestros sentidos y por la imaginación antes de racionalizarla.
Comprender estos procesos lúdicos y sensoriales resulta fundamental para nuestro trabajo con los niños, niñas y adolescentes. Pues estas personas viven del presente, de lo que se pueda disfrutar con el cuerpo, de lo que se pueda moldear, transformar y jugar. Necesitan mover sus cuerpos, reír, recibir estímulos de manera constante; necesitan la interacción frecuente entre pares, actividades que los divierte, el arte, el sentido del humor y más.
Conocer estas necesidades es primordial cuando planificamos actividades o encuentros para niños y niñas en la iglesia. Debemos actuar conscientes de que requieren jugar antes que pensar o hacer; sentir antes que analizar cualquier cosa. La tarea de meternos en su mundo es una tarea difícil, pues significa la deconstrucción del mundo adulto «maduro», que con tanto celo protegemos e idealizamos.
Primero, sentir con todos nuestros sentidos; luego, externar las emociones; y, después, pensar; todo esto implica un «razonamiento» alimentado con sensaciones y emociones. Estas últimas constituyen el motor de la acción. Este «sentipensar» es, en esencia, el motor del aprendizaje que resaltaba Piaget, el padre de la educación.
La invitación que resta en este apartado es a que recuperemos la fantasía. Que toquemos, olamos, veamos, saboreemos, oigamos, riamos… Que hagamos todo lo que nos vincule con el cuerpo, con la capacidad de disfrutar y con lo reconfortante que es el afecto físico. Que nos reencantemos con la vida y con las personas para que brote la ternura por sí misma.
No olvidemos que las emociones, las motivaciones y el placer de hacer las cosas son lo que nos impulsa a la acción. Independientemente de la edad, ese impulso que nos activa, recorre toda nuestra vida. Por eso, en este apartado se introduce el concepto de conmoción, la acción generada por la emoción; el movimiento físico que proviene de la emoción. Se trata de esas acciones con sentimientos que transforman el entorno.
Cada actividad, cada acción que hagamos o promovamos en los distintos grupos de la iglesia debería ser una «conmoción», un movimiento que provenga del corazón, alimentado por la ternura y la relación de amor con las personas.
Hacia la ruta de este libro, la mediación
El presente libro, así como procura ayudarnos a profundizar más en la espesura de la ternura, pretende también ayudarnos a quitarnos los zapatos (elemento que se interpone entre nuestro cuerpo y la tierra), pues el suelo en que pisamos es sagrado. Por eso mismo, nos despojaremos de la razón para adentrarnos en el mundo de los sentidos, para lograr quedar así al nivel de los maestros y maestras (la niñez). Empezaremos por sentir.
Sentir. Será como escanear con el corazón cada capítulo, y dejar que el texto nos toque el corazón y el cuerpo. No solo miraremos las palabras de cada autor o autora, sino que nos abriremos a las emociones y sensaciones que estas nos generen, a fin de alimentar el proceso que sigue. Los insumos serán el cúmulo de emociones, sensaciones y fantasías que consigan despertar en nosotros, para así vivenciar el proceso como lo harían los niños y las niñas. En la ruta se incluyen pistas que nos ayudan a efectuar ese «insight» (visión interna, percepción, entendimiento), que nos lleva hacia adentro de nosotras y de nosotros mismos, de nuestros cuerpos y emociones
Pensar. Se plantea como el canal por el que conocemos todas estas emociones y sensaciones; es la construcción del lenguaje para comunicar este proceso interno. Es poner en contexto pedagógico la totalidad del cúmulo de emociones y sensaciones internas que nos preparan para el proceso que sigue, el momento en que todo se concreta.
Actuar. Trata de concretar la acción, en el sentido de encarnar en la realidad lo que hay dentro; y construir con eso condiciones para que las personas puedan, por medio de nosotros y nosotras, vivenciar la ternura. Actuar de modo que consiga gestionar, de todas las maneras posibles, el uso y la promoción de la ternura en cualquier estructura, práctica y discurso.
Desde World Vision se propone que, mediante este libro sobre teología y ternura, se implemente el proyecto de impactar en tres dimensiones a nivel pastoral: restauradora, formativa y transformadora. Desde la mediación pedagógica se invita al lector, como gestor del mensaje cristiano de esperanza, a que procure, desde la construcción teológica de los discursos y las prácticas pastorales, estas tres dimensiones en que se quiere que se vivencie la ternura.
¿Pedagógicamente qué significan estas tres dimensiones? Pues bien, vamos a tratar de hacer camino al andar e inventar cuáles podrían ser las posibles pistas para que estas dimensiones puedan encarnarse en la realidad desde la praxis formativa pastoral.
Dimensión restauradora de la ternura
Debemos señalar que, a nivel pedagógico, se propone construir experiencias mediante las cuales los niños, las niñas y adolescentes logren hacer tal lectura de su vida que consigan ya no ser víctimas sino personas vencedoras, que superan las experiencias de violencia y de dolor, y continúan en la lucha por un trato tierno y en el ejercicio de su fe en un Dios de ternura. Los textos, los discursos, las reflexiones, actividades, incluso el afecto físico, deben apuntar en ese sentido. Toda experiencia pedagógica debe apoyar desde la fe todo proceso de perdón, de confianza, de autoestima, de resiliencia, de lucha, de esperanza, de cualquier acción que promueva en las personas menores de edad insumos que les ayuden a recuperar todo lo que han perdido a causa de las experiencias de maltrato que han vivido, en especial, la capacidad de dar y recibir ternura en todas su formas.
Pero, antes de pensar cuáles son los procesos óptimos para esta población, primero hay que responder a la invitación que cada reflexión y cuestionamiento de este libro nos plantea como personas adultas. Es la invitación a internarnos en nuestra propia persona para descubrir y luego sanar las heridas que las experiencias de vida hayan dejado en nuestro corazón y que nos impiden una relación sanadora con nuestros niños, niñas y adolescentes. Si no restauramos nuestra propia vida, corremos el riesgo de reproducir en nuestras relaciones trazas de ese dolor o enojo.
La dimensión formativa de la ternura
En esta dimensión nuestra misión es acompañar a cada persona en su proceso de mirar dentro de sí misma, y proveerle, además, todo lo que le permita desarrollar las actitudes y aptitudes que la ayudarán a superar por sí misma su historia de maltrato. Pero también consiste en equiparla con las herramientas que requiere para enfrentar en el presente o en el futuro cualquier situación negativa, sin que pierda de vista su valor ni desista de su fe. Al contrario, que vea en su fe en Jesucristo uno de los recursos que le permitan construir su felicidad. Cada actividad o lectura que se haga de la fe debe ser un medio para que las personas menores de edad encuentren ideas, experiencias, conocimiento y ejemplos de actitudes, capacidades, aptitudes y valores con los que se sientan identificadas en sus situaciones, y vean las distintas opciones para salir de su condición de maltrato.
Esta dimensión debe equipar también a la persona adulta con herramientas personales para que sepa identificar la violencia y el maltrato en su propia vida, a fin de que inicie el proceso de deconstrucción de todas las prácticas, actitudes y valores patriarcales, de poder y adultocentrismo. Con el fin de lograr un proceso liberador, esta dimensión formativa implica romper con los paradigmas tradicionales que hemos interiorizado y que estamos en inminente amenaza de transmitir en nuestras relaciones si no trabajamos en derribarlos.
La dimensión transformadora de la ternura
La ternura no es solo afecto y palabras de aliento, sino también un compromiso de cada creyente a que esta se instaure en todos los procesos y estructuras desde cada individuo hasta la comunidad de la iglesia y el mundo. Necesitamos revisar los discursos, las prácticas y las vivencias de la fe en los que la ternura se haya anulado, e incorporarla desde las voces de los niños, las niñas y adolescentes.
Desde esta propuesta se visualiza esta dimensión como una voz profética, como la de Juan en medio del desierto. Ahí, en medio de la injusticia, la voz de los que no han tenido voz resuena como un eco de esperanza de lo que viene, aquello que trae sanación y posibilidades de liberación y fe.
Para lograr estas tres dimensiones no podemos dejar de lado los tres principios que nos propone World Vision Oficina Regional para América Latina y El Caribe: relacional, mentoría, condiciones estructurales de garantía.
Principio relacional. Es la conciencia de que las dinámicas de los encuentros de las distintas personas y los vínculos que se construyen en esas interacciones son los que posibilitan que la ternura presente estas tres dimensiones. No consiste solo en lo que podamos enseñar a los niños y niñas, sino en el trato cotidiano que podamos encarnar para ellos y ellas en acciones concretas.
Es aprender de los niños y las niñas cómo relacionarnos en sus términos. Es encariñarnos y disfrutar esa ternura que muchas veces nos parece tan natural en ellos y ellas. Es experimentarla con los maestros y maestras de la ternura, para asumirla en nuestra vida a fin de encarnarla.
Principio de mentoría. Trata del acompañamiento que requieren los niños, las niñas y adolescentes, de manera personalizada, dedicada, que se basa, en primera instancia, en el respeto y la comprensión de sus procesos biológicos e intelectuales, y, luego, en el ejercicio de la ternura desinteresada. Es una guía paralela, no una encima o delante, sino más bien al lado, de modo que se le permita a los niños, niñas y adolescentes caminar a su ritmo, mirar el mundo desde sus propios, sin imposiciones, pero sí con susurros de amor al oído.
Principio de condiciones estructurales de garantía. Las estructuras sociales, económicas y políticas tienen que resultar afectadas por practicar nuestra fe. La ternura con que tratamos a los niños, las niñas y adolescentes debe ser el fundamento para un cambio real en prácticas y discursos, incluso políticas. La sociedad y todas sus instituciones y agrupaciones civiles y religiosas deben fomentar el trato con ternura a su niñez y adolescencia, en la búsqueda por asegurar una mejor humanidad.
Al final de todo esto, la propuesta de la mediación es ser puente entre cada uno de los aportes de los distintos textos y la práctica pastoral y formativa en todas las iglesias. En sí, es la aventura de sentir y fantasear cada idea, cada palabra de los autores y autoras, para poder encarnar la ternura en nuestra cotidianidad individual, como personas adultas, y colectivamente, como iglesia.
Referencias
Maturana, H. (2004). Transformación en la convivencia (p. 219). Santiago: Edotorial Comunicaciones Noreste
Núñez, C. (2014). Creatividad: El aura del futuro. Argentina: Departamento de Ediciones y Publicaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de San Juan.