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CAPÍTULO 2

LA MEMORIA COMO TERAPIA LIBERADORA: LOS RECUERDOS Y EL AFECTO

Clara Martínez Sánchez

«Me da miedo la noche» —dice el niño—. «Por

la noche los muertos se levantan…» Quizá lo haya

imaginado […], habrán sido unos desconocidos los que

han proporcionado a la noche su rostro arrasado por las

lágrimas o su sonrisa olvidada.

BORIS CYRULNIK

¿Cuál es tu primer recuerdo? ¿Eres consciente de los hilos que tejen tu memoria? ¿Por qué recuerdas lo que recuerdas y por qué olvidas lo que olvidas?

SENTIR

¿Qué sensaciones nos generan volver la mirada a nuestra infancia?

¿Qué hilos tejen nuestra memoria? ¿Cómo resuenan en nuestro cuerpo estos hilos?

Nuestra identidad se ha venido tejiendo día a día desde nuestra infancia a través de los hilos de la memoria, hilos que se entretejen en las dimensiones biológica, psicológica, existencial y espiritual. Los hechos y eventos de nuestra vida nos determinan; es un proceso que nos ha permitido evolucionar y transformarnos. Tenemos la capacidad de autodeterminación; esta conciencia facilita la posibilidad de restaurar aquellos momentos biográficos que han sido marcados por eventos dramáticos, trágicos, traumáticos o desagradables de nuestra historia, para transformarlos en huellas de sentido cargadas de ternura y afecto; es decir, en vivencias significativas y positivas del pasado, que nos permiten hacer un balance existencial positivo, para convertirlas en motores de nuestra existencia.

Pero a veces el dolor y el sufrimiento nos agobian y enceguecen, y así nos convierten en sujetos agresivos y violentos. Sin embargo, somos seres resilientes por naturaleza, que por medio del amor y la ternura podemos iniciar procesos de reconciliación y restauración personal y social. La memoria individual teje simultáneamente una memoria colectiva al acompañar a niños, niñas, adolescentes y adultos en ser protagonistas de su propia trasformación.

Procesos biológicos de la conformación de la memoria

PENSAR

¿Qué estímulos físicos cotidianos impactan nuestra memoria?

¿Qué factores le dan significado a nuestras experiencias para que se conviertan en recuerdos a largo plazo?

Mientras que el aprendizaje es el proceso mediante el cual se adquiere nueva información sobre el mundo que nos rodea, la memoria es el proceso que garantiza el almacenamiento de la información. La memoria es el código secreto que mantiene unidos a los innumerables fragmentos de experiencias de vida y de recuerdos que han participado en la formación de nuestra identidad personal (Werner, 2012, p. 2).

Gozamos de diferentes tipos de memoria, en los cuales las células cerebrales construyen complejas e intrincadas redes neuronales. La memoria no es una sola entidad, se puede dividir en dos componentes mentales básicos: la memoria primaria o de corto plazo y la memoria de almacenamiento secundario o de largo plazo. Las dos memorias difieren en la manera en la que se encuentra la información que representan. La memoria a corto plazo favorece las características físicas del estímulo, mientras que la memoria a largo plazo se centra en el significado de los estímulos. La memoria a largo plazo se basa en dos sistemas distintos: la memoria explícita y la memoria implícita.

La explícita se subdivide en memoria semántica, es decir, la de los hechos o conocimientos generales, y la memoria episódica, que es la de los acontecimientos, que contiene los elementos del pasado de la persona (autobiográfica) y lo prospectivo de las operaciones futuras.

La memoria implícita se refiere a las capacidades motora, verbal o cognitiva, cuando se adquiere experiencia, y se repetirá ulteriormente. La memoria implícita facilita el rendimiento sin tener que hacer un recuerdo consciente (Werner, 2012, p. 2).

PENSAR

¿Qué criterios hemos construido a lo largo de nuestra vida para seleccionar, organizar y regular nuestra memoria?

Podemos, entonces, darnos cuenta de que somos memoria, con procesos conscientes y no conscientes de aprendizaje y de selección de información. Sin embargo, tenemos la autodeterminación de organizar y regular esta memoria; no somos simples ratas de laboratorio que aprendemos a recorrer un laberinto para, al final, tomar una recompensa. Somos personas libres y responsables de orientar nuestra vida; aun, a pesar de las disfunciones orgánicas, nuestro cerebro posee la habilidad de la trasformación: «La arquitectura del cerebro va cambiando y adaptándose a las circunstancias actuales, una forma de remodelamiento llamada neuroplasticidad» (Borisenko, 2010, p. 115).

La resiliencia también se expresa en las neurociencias; en cómo, pese a todos los condicionamientos ambientales, biológicos, psíquicos, sociales, el hombre puede autodeterminarse; y es allí donde radica la fuente de la espiritualidad. Es lo que Viktor Frankl llama la «libertad interior» o logoactitud1, como lo expresa en su libro El hombre en busca de sentido.

LAS DIMENSIONES

Restauradora

Antes de mirar o atender las historias de los niños y las niñas a partir de la recomendación del texto de Martínez, debemos revisar primero nuestro propio recuerdo de nuestras historias infantiles para sanarlas.

 Como personas adultas, ¿qué espacios podríamos construir para trabajar en la iglesia el dolor de nuestro niño o niña interior?

 ¿Con qué espacios y elementos de las actividades o discursos pastorales contaríamos para resignificar las historias de violencia y dolor de nuestros niños, niñas y adolescentes?

 ¿De qué manera podríamos aprovechar la plasticidad del cerebro y la resiliencia para acompañar pastoralmente en los procesos sanadores?

Formativa

 ¿Cómo podrían la escuela dominical, el culto, la misa, la pastoral o la catequesis generar condiciones ambientales que le permitan a la niñez autodeterminarse?

 ¿Qué condiciones dentro de la estructura y las prácticas pastorales deberíamos analizar para promover la ternura y la reconstrucción de historias de dolor de las personas que participan?

Transformadora

 ¿Qué aspectos dentro de la iglesia tanto personales como colectivos podríamos cambiar para que las personas que han sufrido violencia y dolor encuentren discursos, actividades y afectos que les permitan leer su historia de vida desde las huellas de sentido que nos plantea Martínez?

La psicología de la memoria y el afecto

PENSAR

¿Qué sensaciones dolorosas recordamos, y de qué nos han desconectado?

¿Cuáles valores encabezan nuestra jerarquía para darle significado a los recuerdos?

Muchas de las vivencias y experiencias de la infancia y la adolescencia nos marcan, dejan huella, y a veces de por vida. Si estas huellas son gratas, alegres y fáciles de recordar, no hay problema; pero, si son marcas que han dejado una cruel cicatriz, como experiencias de sufrimiento profundo, eventos traumáticos, maltrato, abusos, es con ellas cuando recordar se convierte en un martirio y en una experiencia desalentadora de la vida y de nosotros mismos.

A veces, con el miedo, los recuerdos traumáticos, negativos o desagradables, se vuelve imposible la expresión de la ternura; ellos nos impiden conectarnos con emociones como la alegría, la tranquilidad o la gratitud. Nos imposibilitan expresar afecto y amor tanto para nosotros mismos como para nuestros semejantes. Esta dificultad radica, según Sigmund Freud, en que un recuerdo tiene una carga afectiva o «monto de afecto». Esta asociación persiste según la forma en que la persona reacciona frente a los sucesos de su vida. Si la persona logra expresar las emociones y sentimientos intensos asociados a algún suceso en particular, el afecto se separará de la representación. En cambio, si el «monto de afecto» es intenso y no logra descargarse, el afecto permanece ligado al recuerdo (Laplanche, 2004, p.1). Esto quiere decir que a las vivencias y eventos que nos ocurren les asignamos un «valor afectivo», y depende de la intensidad que les otorguemos se organizarán en la jerarquía de nuestra memoria y en la rememoración tardía o inmediata de los recuerdos. Esta jerarquía está íntimamente relacionada con nuestras creencias, valores, pautas de crianza y rasgos de personalidad.

Freud también trae el término abreacción, más conocido en términos cotidianos como «catarsis», se refiere a la descarga o expresión emocional espontánea que se produce poco después del suceso emocionalmente relevante, que también puede ser inducida en procesos de acompañamiento por tutores, guías o terapeutas. En ese sentido, la catarsis resulta fundamental como uno de los pasos necesarios para la reparación; pasos que veremos más adelante.

ACTUAR

¿Qué pistas nos da el concepto de «catarsis» para ayudar a nuestro propio proceso de reparación?

¿Cómo podemos propiciar espacios de catarsis en las actividades o el acompañamiento pastoral?

Nuestra memoria establece asociaciones tal como se encadenan en el discurso del individuo, y corresponden a una organización compleja de la memoria. Se puede comparar a una especie de archivos ordenados según distintos criterios de clasificación, y que podrían consultarse por diferentes vías (orden cronológico, orden por materias, etcétera). Tal organización implica que la representación o la huella mnémica (huella de memoria) de un mismo acontecimiento puede encontrarse en el interior de varios conjuntos.

En conclusión, los recuerdos están cargados de energía emocional. La memoria es selectiva, fija y congela el recuerdo en una o varias escenas; de tal forma que, depende de la intensidad afectiva que le hayamos impregnado, el recuerdo aparecerá o no de nuevo; y su aparición dependerá también de las asociaciones que hayamos establecido con otras vivencias.

LAS DIMENSIONES

Restauradora

¿Qué actividades o discursos pueden elaborarse en las iglesias que permitan conectar a las personas de nuevo con sus sentimientos aun después de las situaciones de violencia y dolor?

Formativa

¿Cómo podríamos desde los distintos grupos pastorales formar a nuestros niños, niñas y adolescentes para ayudarles a formar nuevos valores afectivos?

Transformadora

¿Qué modificaciones estructurales habría que efectuar para que los encuentros y las relaciones humanas sirvan de «catarsis» a las personas sobrevivientes de violencia, abuso, y negligencia?

De la memoria torturadora a la memoria liberadora: La resiliencia como acto de ternura

Vemos, entonces, que tenemos un sistema de memoria biológica y psicológica, que nos permite crear identidad y construir una biografía, que a través de los años vamos generando redes y asociaciones mnémicas (de recuerdos) que nos permiten traer o no al presente las vivencias dolorosas o placenteras, alegres o tristes, satisfactorias o frustrantes. ¿Qué hacer, entonces, cuando esos recuerdos son desagradables, dolorosos o traumáticos? ¿Estamos condenados a recordarlos? ¿Qué hacer, entonces, con esos fantasmas del pasado que a veces nos persiguen y agobian?

SENTIR

¿Qué huellas de sentido tenemos presentes en nuestro cuerpo?

¿Qué sensaciones nos generan?

Podemos elegir qué, cuándo, cómo y para qué recordar. Los recuerdos que están plenos de sentido de vida se constituyen en un motor; entonces, recordar resulta muy agradable. A esta rememoración trascendente se le llama «huella de sentido»2; es el acto de percibir sentido y valores en una vivencia y a partir de ella traerla al presente cuantas veces se requiera, para disminuir episodios de tristeza profunda, aburrimiento, desmotivación o pérdida del sentido de vida. Viktor Frankl afirmaba que en los momentos de plenitud y alegría había que almacenar estas huellas de sentido en una especie de granero, donde se guardan la provisiones para el invierno, para que, cuando vengan tiempos de soledad, desesperación y desesperanza, visitemos el granero de nuestras huellas de sentido y, con ellas, recordemos que hemos vivido momentos significativos y que tenemos la capacidad de volver a vivirlos. Las huellas de sentido están nutridas de amor, ternura, valores y trascendencia, que es una forma de hacer consciente nuestra espiritualidad.

El asunto es que, cuando nuestros recuerdos son dolorosos y traumáticos, recordar se vuelve terrible porque se vuelve a revivir el sufrimiento. ¿Cómo proceder, entonces, en ese caso, en esos momentos cuando queremos olvidar o, incluso, cuando la desesperación es tan extrema que surgen pensamientos y sentimientos de muerte? Aquí es cuando nace el recurso humano de la resiliencia.

La resiliencia es un fenómeno que propuso Boris Cyrulnik, neurólogo, psiquiatra y psicoanalista francés, para denotar la capacidad que tenemos los seres humanos de sobreponernos a la adversidad; lo que Viktor Frankl también llama: «la capacidad de oposición del espíritu». No es casualidad que ambos autores, tanto Cyrulnik como Frankl, experimentaran la tragedia de vivir las penurias y adversidades de la Segunda Guerra mundial. Viktor vivió treinta y siete años como prisionero en campos de concentración; y Cyrulnik, siendo un niño con solo seis años, fue prófugo de campos de concentración. Ellos trasformaron sus tragedias de forma resiliente a pesar de que perdieron a su familia y seres queridos. Veamos algunos puntos que tienen en común:

Renuncia a la victimización. Sus vivencias y experiencias fueron un motor para ofrecer algo al mundo. La vida les arrebató lo más querido; y ellos, al contrario, donaron su ser para un bien común, y trascendieron a través de la construcción y proposición de alternativas para la trasformación personal y social. Viktor Frankl, a través de la «logoterapia y el análisis existencial»; y Boris Cyrulnik, con la «teoría de la resiliencia». Ambos neurólogos y psiquiatras fundaron escuelas de pensamiento que ayudan a transformar seres humanos y comunidades.

Disposición a la restauración por medio y a través del amor y la ternura. Viktor Frankl, al salir de campos de concentración desolado, deprimido y sin esperanza, fue rescatado en 1945 por el amor de Eleonore Schwindt, enfermera del Hospital Policlínico de Viena, donde Viktor había dirigido el departamento de Neurología. Elly, así la llamaba de cariño, lo acompañó por cerca de cincuenta y dos años, hasta su muerte. Ella compartió con él y vivió con ternura el proceso de restauración interior, que le permitió a Frankl liberarse de la culpa colectiva y reconciliarse con sus captores y con todo lo que ellos representaban. Por otro lado, Boris Cyrulnik se libró de vivir en campos de concentración por el gesto de ternura de la enfermera Descoubès al hacerle una seña que le permitió escabullirse debajo de una moribunda y escaparse en un camión. Asimismo gozó el amor de los adultos que lo acogieron en su errancia por familias y centros de protección para huérfanos (Cyrulnik, 2010, p. 75). La ternura es como un bálsamo que acaricia, reconforta y restaura; es un acto fundamental de agradecimiento con la vida, con lo que somos, con lo aprendido, con lo vivido; es una extensión del amor de Dios.

El cuidado mutuo y el buen trato son tareas humanas de vital importancia que modelan y determinan la salud y el carácter de los niños, y también en el tipo de adultos que se convertirán. Esto resulta aún más importante en los periodos de crisis, en los que la acumulación de estrés y de sufrimiento convierte a los buenos tratos en algo todavía más necesario para prevenir la cronificación del sufrimiento y la aparición de enfermedades mentales.

Escritura narrativa. Ambos aprovecharon el acto narrativo de la escritura como una estrategia de reelaboración y reconstrucción de los eventos traumáticos, como medio de trasformación resiliente, al resignificar hechos, sucesos y situaciones dolorosas y traumáticas en experiencias plenas de sentido. Viktor Frankl, al salir de los campos de concentración, duró nueve días con sus noches, entre lágrimas, dictando las dolorosas experiencias de su cautiverio en esos campos. Este doloroso relato se convirtió en uno de los best seller más leídos en el mundo, El hombre en busca de sentido.

ACTUAR

¿Cómo podríamos implementar en las prácticas pastorales las actitudes resilientes que menciona la autora?

Cyrulnik regresó a Burdeos, su ciudad natal, después de más de cuarenta años, con la intención de comprender mejor las estrategias de adaptación que lleva a cabo la memoria para que el pasado vuelva a ser accesible, y escribió su libro Me acuerdo… El exilio de la infancia. En Burdeos, al rememorar y seguir los caminos de su pasado infantil, reconoció cómo los falsos recuerdos de sus vivencias que creó de niño reemplazaron los hechos reales, y le permitieron recuperar la esperanza. Este fenómeno se lo atribuye a la capacidad de trasformar los recuerdos dolorosos por medio de la imaginación y fantasía, como recursos para enmascarar la realidad cruel y dolorosa. Es un proceso contrario al de otras opiniones, teorías y terapias psicológicas que apoyan el quitar los velos de los recuerdos, confrontando sin anestesia afectiva la cruel verdad de la realidad. En otras palabras, Cyrulnik nos expresa en su libro el poder de trasformación mnémica como un recurso resiliente.

LAS DIMENSIONES

Restauradora

 ¿Cómo concretar la ternura en las actividades pastorales y discursos teológicos o en las lecturas bíblicas, de modo que en la vivencia de la fe de los niños, las niñas y adolescentes les sirva para construir huellas de sentido que les ayuden para superar sus historias de dolor y sufrimiento?

 Y, como personas adultas, ¿cómo podríamos implementar procesos para que cada persona por sí misma imprima sus propias huellas de sentido como vivencia de su fe y de acompañamientos pastorales informados y preparados para este fin?

Formativa

 ¿Qué podríamos enseñarles, además de la fe, los valores del reino de Dios y de su dignidad de hijos de Dios, que les fortalezca en resiliencia?

Transformadora

 ¿Qué retos nos deja este apartado para acompañar desde la fe a nuestra niñez en los procesos para revertir condiciones de memoria torturadora a memoria liberadora?

La restauración como arte de la resiliencia con ternura

SENTIR

¿Qué sensaciones guardamos por cada situación de dolor superada?

La palabra restauración viene del latín restaurare, que significa «volver a poner en pie». En sus diferentes acepciones encontramos la restauración de una obra de arte cuando se quiere mantener la obra en mejores condiciones protegiendo su estado original; restaurar el orden cuando hay una revuelta o manifestación; restaurar un computador o un equipo celular para que vuelva a su estado original y quitar errores y bloqueos; restaurar objetos, etcétera. Al revisar la restauración en el arte encontramos una técnica japonesa del siglo XV, que se llama «Kintsugi»; es el arte de restaurar fracturas de la cerámica, como vajillas, tazas y ornamentos, con una mezcla de barniz de resina y polvo de oro, plata o platino. Cuando se termina la restauración de las piezas el resultado son caminos de oro en la cerámica. Esta brilla y luce mucho más que la pieza original. Viene de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse, y además hacerlo para embellecer el objeto, al exponer su transformación e historia.

PENSAR

¿Qué requerimientos implica un acompañamiento pastoral para ayudar en procesos traumáticos?

Por eso, al «Kintsugi» le llaman el arte de la resiliencia, ya que se asimila mucho a lo que ocurre con una persona cuando algo en ella se «rompe o quiebra». Es una expresión que comúnmente escuchamos cuando una persona se siente abrumada, triste, desolada, sin sentido, por causa de alguna situación dolorosa o traumática. Aquí, la persona, a partir del recurso de la resiliencia con ternura, «vuelve a unir sus pedazos», se restaura. Los hilos de oro son los actos de valentía, amor, solidaridad que implica la dura tarea existencial y espiritual de la reconstrucción. Esta reconstrucción se lleva a cabo pedazo a pedazo, ya sea de sí mismo o de una comunidad. Es un proceso que permite reconocer el evento doloroso o traumático; pero en el que, para instaurar un valor agregado, la resina de oro se constituye, entonces, en la restitución de la dignidad al resignificar la biografía. Por esa resignificación se logra que los eventos dolorosos no se recuerden sino que se amplifiquen los valores y virtudes descubiertos en la situación adversa. Las enmendaduras de la psique no se disimulan, esta vez se expresan con amor y ternura, al situarse en el «para qué» de la situación y no en el «porqué». Viktor Frankl afirmaba que «no hay que preguntarle a la vida, hay que responderle».

Es muy importante reconocer que no siempre resulta pertinente rememorar los eventos del pasado traumáticos o dolorosos; cada persona tiene su tiempo, pues para esto se requiere de la disposición y la intención de recordar para reparar.

Si la persona no recuerda el evento traumático, pero aun así sigue su vida de forma armoniosa, amorosa y con sentido de vida, no es necesario forzar la rememoración de los eventos dolorosos. Esta postura ética ante la reparación es relevante en los tutores y mentores que acompañamos a personas o comunidades que han vivido situaciones traumáticas. El respeto por los procesos personales y sociales es una expresión de ternura.

LAS DIMENSIONES

Restauradora

¿Cómo describe la autora este proceso de restauración y cómo se puede celebrar dentro de la estructura litúrgica y pastoral?

Formativa

¿Cómo enseñar a los niños, niñas y adolescentes que poseen una biografía de dolor, abuso o violencia familiar a darle sentido a su vida en vez de buscarlo, como nos dice la autora?

Transformadora

¿Qué cambios estructurales deberían facilitarse a nivel de iglesias y de prácticas pastorales para celebrar la restauración como un elemento de la fe cristiana ante las adversidades y la confianza en Dios?

Restauración paso a paso

La restauración es un proceso, esto quiere decir que es el inicio de un camino, de un andar particular, de un paso a paso, que puede llevarse a cabo de forma personal o como tutor de resiliencia3 acompañando a niños, adolescentes o adultos. Es la oportunidad de liberarnos.

El asunto no se trata de olvidar. Algunas personas en consulta psicológica expresan que quisieran borrar sus memorias, así como los computadores, resetear o hacer delete. Quieren que sea simple; pero el proceso de sanación y de restauración no puede asimilarse a una carrera mecánica, pues precisamente lo que nos hace humanos es esa capacidad de autodeterminación y autoconfiguración; es decir, nuestra capacidad espiritual de decidir y expresar la mayor de las libertades: la libertad interior.

PENSAR

¿Qué significa para la autora el olvidar como renuncia, y el recordar cómo decidir?

¿Cómo promover desde la fe el empoderarse del recuerdo para adquirir la capacidad de decidir?

El proceso de restauración abarca todas las dimensiones del ser: biológica, psicológica, social, espiritual, existencial y trascendente. Partimos de la dimensión biológica con la disposición natural de nuestro organismo de adecuarse a los cambios. De manera simultánea, la dimensión espiritual potencializa la capacidad de cambio, de resiliencia y trasformación personal. Luego, la dimensión existencial percibe el para qué del cambio, el para qué del abandono de la hipermemoria torturadora, el para qué de la libertad interior. Enseguida, la dimensión psicológica identifica el valor que sustenta el cambio, pues este debe verse reflejado en acciones que determinan la personalidad y la biografía personal. Después, la dimensión social redundará en la construcción de nuevos saberes y en la trasformación de la memoria colectiva, donde el cambio de persona a persona va transformando la actitud y la postura ante futuros traumas o adversidades de familias, grupos y comunidades. Finalmente, todas las dimensiones se enlazan con la dimensión trascendente, con el suprasentido, donde todo lo anterior reposa en un sentido de vida basado en la dimensión superior que tiene la respuesta siempre del para qué, del sufrimiento, de la aceptación de nuestra historia y de la esperanza y fe de la trascendencia del sufrimiento. Dios recibe nuestro sufrimiento y permite que sea transformado.

A continuación, sugerimos cinco pasos que contribuyen a iniciar un proceso de restauración:

PRIMER PASO. Expresar mi sufrimiento

Este primer paso es fundamental; inicialmente, cuando acaba de suceder el evento traumático o doloroso, es imprescindible su expresión. Si se está en soledad, los medios narrativos orales o escritos son una vía catártica de liberación emocional, al igual que cualquier recurso artístico como la pintura, la escultura, la dramatización por medio del teatro o trabajo manual. Sin embargo, este primer paso de expresión de sentimientos resulta mucho mejor si se lleva a cabo en compañía; que te acompañe otro que reciba tu dolor, que escuche empáticamente, comprenda tu situación particular sin juzgar. Ya sea que hace poco acabara de ocurrir o que se trate de un evento del pasado que insiste en que se le recuerde.

SEGUNDO PASO. Abrazarse a uno mismo: Aceptación

PENSAR

¿Cómo suelo reconocer, aceptar y expresar mis sentimientos?

¿En qué espacios dentro de las iglesias se podrían propiciar estos procesos?

Esto significa reconocer primero esas emociones que nos impiden avanzar, y que están asociadas al evento doloroso o traumático. Abrazarse a uno mismo es aceptar el sufrimiento, sin culpas ni victimizaciones; es reconocer que somos humanos; el primer acto de ternura en el dolor se cumple con nosotros mismos; con mirada compasiva observamos la situación vivida como parte de nuestra biografía. Debemos aceptar también que tenemos la logoactitud para reescribirla en el momento presente.

Aceptar es el acto por el que se comprenden la situación y las circunstancias; consiste en regresar del pasado al momento presente y preguntarse: ¿qué he hecho con eso que me ocurrió? ¿He avanzado en mi vida o al contrario he retrocedido o me he estancado?

TERCER PASO. Descubrir mis huellas de sentido

La memoria, la que nos hace humamos, es la que escribe nuestra biografía. Es la que detiene los momentos significativos que nos marcan o dejan huella, ya sea para avanzar desde la resiliencia o detenernos en el trauma y paralizarnos en el pasado.

«No aportas nada, no te llevas nada, dejas una huella dorada en la morada terrenal» decía el poeta alemán Friedrich Rückert. Todos dejamos huella y seguimos huellas, y las huellas se relacionan íntimamente con registros de memoria afectiva, emocional y existencial. Nos han dejado huella y hemos dejado huella.

SENTIR

¿Cómo me siento al mirarme de manera compasiva?

¿Cómo enseñar que la primera ternura es con uno mismo?

Es así como adquirimos la capacidad de recordar conscientemente, al identificar huellas de sentido; es decir, las vivencias significativas y positivas del pasado que nos permiten hacer un balance existencial positivo de la propia existencia vivida. Podemos descubrirlas en el trascurso de la vida, iniciando desde la infancia; por ejemplo, juegos que nos gustaban, amigos significativos, paisajes, maestros, películas, canciones, lugares, paseos, etcétera.

Nuestros gustos o intereses, son auxiliares de memoria; por ejemplo, si me gusta la fotografía, buscaré dentro del mismo recuerdo doloroso o desagradable una imagen rescatable, un momento que represente un valor vivido o descubierto en esos momentos. Las huellas de sentido se descubren poco a poco, y ese descubrimiento constituye un proceso personal, a través del cual el tutor da pistas y orienta en la búsqueda de ellas. Vale aclarar que es fundamental la resignificación individual para que se afiancen el sentido y el proyecto de vida particular.

CUARTO PASO. Construir huellas mnémicas de sentido

ACTUAR

¿Cómo podemos resignificar nuestros recuerdos para construir huellas de sentido?

¿Qué estrategias podemos diseñar para ser mentores de este proceso, con nuestra propia niñez primero y luego con los niños, niñas y adolescentes de la Iglesia?

Nuestra memoria tiene infinitas posibilidades y recursos: la imaginación, la fantasía, la creatividad y el sentido del humor; estas forman un equipo que permite resignificar el contenido de los recuerdos. Tenemos la capacidad de reconstruir la interpretación de nuestra biografía, y no tiene que ser al pie de la letra de los hechos reales. Se dice que la capacidad de construcción de versiones de recuerdos nos permite disminuir el dolor de forma creativa, siempre manteniendo el sentido de realidad. Es un recurso muy utilizado en la infancia, pero reprimido en la adultez. Por ejemplo, en un mismo suceso de violencia, un niño de diez años recordaría las flores del jardín, y la madre, que se hallaba en el mismo lugar, las paredes ensangrentadas. En este caso, la sustitución del recuerdo se efectúa de forma inconsciente; sin embargo, podemos identificar o construir de forma consciente dentro del mismo evento doloroso o traumático reemplazos de recuerdos que nos permitan recordar dando sentido al sufrimiento; de allí que hablemos de ellas como huellas mnémicas de sentido.

QUINTO PASO. Pasar de la memoria individual a la memoria colectiva: Tutores de resiliencia

ACTUAR

¿Qué se requeriría para que en las iglesias y sus agrupaciones pastorales se establezcan personas tutoras de resiliencia?

Encontrar la posibilidad de redefinir el dolor por nuestros propios medios afectivos, gracias al vínculo que supone el encuentro y las relaciones de amor, es primordial para la restauración. La ternura es fundacional para reconstruirnos; es una experiencia que nos une con el mundo, con la vida, con Dios, con los demás, con nosotros mismos, con la historia y con lo real.

El tutor de resiliencia es una persona que nos acompaña de manera incondicional, de modo que se convierte en un sostén, que administra confianza e independencia por igual, a lo largo del proceso de restauración.

PENSAR

Si se puede redefinir el dolor propio gracias al vínculo de ternura,

¿cómo podemos generar ese vínculo en las actividades pastorales para llevar a la restauración a la población sobreviviente de violencia?

Cyrulnik nos dice que el tutor de resiliencia deja una impronta que perdura, que se convierte en una inspiración para la creación de nuevos vínculos de apoyo. Casi siempre se trata de un adulto que encuentra al niño y que asume para él el significado de un modelo de identidad, el viraje de su existencia. En la mentoría, la vinculación y el compromiso son fundamentales, el vínculo humano ya de por sí es restaurador, los vínculos de ternura sustituyen cualquier rememoración dolorosa. El vínculo constructivo es la base para el descubrimiento de huellas de sentido, en él el papel del tutor de resiliencia es activo en la resignificación de la biografía, en cuyo proceso el respeto y la solidaridad son esenciales.

También se dice que un tutor de resiliencia puede encarnarse en una actividad o un interés, se convierten en un factor de crecimiento que se proyecta como un camino, que nos pone a salvo y nos reconduce hacia un nuevo desarrollo tras el trauma. Por ejemplo, una canción o una película (Puig y Rubio, 2010).

LAS DIMENSIONES

Restauradora

¿Cómo posibilitar en las prácticas pastorales un proceso de aceptación de la biografía propia, de abrazo al dolor vivido, de construir huellas de sentido y de tener una mentoría que propicie la resiliencia?

Formativa

¿Qué lenguajes, qué discursos, qué estrategias pedagógicas se pueden ofrecer en las iglesias como insumos para que nuestros niños, niñas y adolescentes aprendan a construir sus memorias desde una lectura resiliente?

Transformadora

¿Qué cambios a todo nivel estructural discursivo y teológico, además de pastoral, implica el reto de promover espacios de resiliencia en nuestras iglesias?

Hacia una memoria terapéutica liberadora

¿Recordaste tu primer recuerdo? ¿Quién estaba contigo? ¿Qué edad tenías? ¿Es una huella de sentido o crees que necesitas el proceso de restauración paso a paso?

Traer a la conciencia que somos memoria, que somos biografía, pero que también somos autoproyección nos permite transformar y reencontrar nuestra misión existencial. El autoconocimiento no radica solo en saber quiénes fuimos, quiénes somos, sino, por encima de todo, en saber lo que puedo llegar a ser. Es en él donde la memoria se afianza como una terapia liberadora.

Una nota al pie desde lo teológico-pastoral

El texto de Martínez Sánchez sobre la reconstrucción selectiva de la memoria y sobre cómo procesamos mental y emocionalmente el recuerdo de las vivencias ocurridas durante la niñez para contar la historia de nuestra vida, con rasgos resilientes o no, nos deja algunos retos desde lo teológico-pastoral.

Desde la mediación se proponen algunos, pero también se invita a cada persona lectora a que, desde su propio contexto, descubra más retos.

Sobre la construcción teológico-pastoral acerca de Dios

 Proveer a las personas, a través de las imágenes teológico-pastorales acerca de Dios, perdón, sanación, libertad, seguridad, confianza, ternura, resistencia, compasión, esperanza, incluso ilusión. Es decir, que se las equipe con elementos que les sirvan para generar autodeterminación, motivación, sentido para la vida.

 Vivir una espiritualidad que ayude a crear resiliencia, empezando por la restauración.

 Promover el estudio de los textos y los contextos donde se viva la experiencia con Dios y/o la fe como generadores de todos los insumos necesarios para una revisión compasiva de la historia de vida que permita la construcción de huellas de sentido que favorezcan la restauración.

 Establecer, mediante la identificación de Dios y sus mensajes, una relación entre la fe y el proceso de sanación de historias de dolor y violencia, para así vivir en la fe la plenitud tanto de ser seres creados y amados por Dios —a pesar de esas historias de las que se haya sobrevivido— como de la capacidad de amar y de dar y recibir ternura.

Sobre las prácticas litúrgicas de la fe

 Conectar la fe con la ternura, el afecto, la motivación, la resistencia y la resiliencia mediante las actividades comunitarias que se llevan a cabo en la iglesia para celebrar la fe.

 Promover en la iglesia espacios en los que las personas puedan encontrarse consigo mismas para trabajar en su restauración, construcción de nuevas huellas de sentido en medio de una comunidad que las acompañe en los procesos de sanación. Estos procesos deben permitir el autoconocimiento y autoaceptación para mirar la propia historia con la misma ternura con que Jesús miraba a las personas, independientemente de sus historias de vida.

 Celebrar en la comunidad de fe la esperanza en el Dios de la ternura, al Jesús que la asumió y con la que nos ilustró cómo es el Reino.

 Motivar a las personas a asumir de manera activa su rol de ser constructoras de su propia vida, mediante la superación de las adversidades y como partícipes de la promesa de Dios en Jesús.

 Guiar a las personas a que perciban sus problemas y situaciones de dolor como un motor en su vida que las lleve a abrirse a la gracia de Dios con gratitud y con esperanza.

Sobre los discursos evangelizadores o doctrinales

 Proveer, mediante el mensaje y acciones pastorales y evangelizadoras de la iglesia, experiencias, ideas, sensaciones y motivaciones para que las personas hagan una revisión de su propia historia con mirada compasiva y, además, con la certidumbre de que cuentan con la fidelidad de Dios. El mensaje debe entregarse cargado de imágenes del Dios tierno, que las motive a enfrentar las experiencias dolorosas y a restaurarse para ayudar a otras personas a pasar por ese mismo proceso, acompañadas por la comunidad.

 Exponer discursos y/o doctrinas que resalten los valores del Reino, por medio de los cuales las personas encuentren sentido a su vida. De manera que, así, se les facilite la experiencia de fe que las empodere para transformar su propia realidad.

 Caracterizar el mensaje cristiano con caricias o bálsamos para los corazones y los cuerpos que han sufrido violencia en esta realidad de incertidumbre y desesperanza que impera en muchos contextos de América Latina.

Sobre el acompañamiento pastoral

 Aplicar algunas de las pistas importantes que el texto nos da sobre el acompañamiento entre las personas como un ejemplo o modelo por imitar, la experiencia de catarsis y el tema de la mentoría (figura restauradora).

 Practicar el acompañamiento pastoral implicado en la necesidad de la ternura para crear resiliencia. Tal acompañamiento debe promover una espiritualidad con altas dosis de conexión afectiva, mediante la cual se celebren los procesos de sanación, empezando por la aceptación y el perdón.

 Crear en cada persona la sensación de que pertenece a la comunidad, y que ser parte de ella le da sentido a su vida, pues le permite ver con esperanza el futuro, al superar en medio de ella su historia de sufrimiento.

 Darle un giro importante a la figura del trabajo pastoral, pues, en la parte espiritual ya no se hará la exclusión que tradicionalmente se le ha dado al cuerpo y a las necesidades afectivas de las personas; ahora, debemos ver a las personas de una manera global, es decir, en su conjunto de dimensiones.


RUTA PARA SENTIR

RETOS PERSONALES (SENTIR Y PENSAR)

Lenguajear con ternura

La autora aportó desde la psicología información muy valiosa sobre la memoria y cómo los recuerdos, en parte, son elecciones que parten de una jerarquía de valores que construimos desde nuestra historia. Así que, para quienes somos responsables de la población infantil y adolescente, darles a estas personas opciones positivas para que resignifiquen de una forma constructiva sus recuerdos puede representar un verdadero reto.

Sentir… cómo guardamos los recuerdos en nuestro cuerpo y cómo, por medio de nuestras relaciones, dejamos huellas en las personas. ¿Qué personas y situaciones dejaron huellas en nosotros durante nuestra niñez?; y, ¿qué nos hace sentir, en este momento, el hecho de que la recordemos?

¿Cómo podemos dejar en las personas con quienes nos relacionamos cotidianamente huellas de sentido que les permitan superar las situaciones de violencia?

Pensar… en cómo afecta en nuestras relaciones nuestras propias huellas de sentido. ¿Con qué actitud y sentimientos valoro las huellas de sentido que se imprimieron en mí durante mi niñez? ¿Cómo he hecho la selección de memoria en la construcción de mi propia historia y qué espacio le he dado a la vivencia de la fe en esa selección?

¿Qué actividades, reflexiones y discursos dados en la iglesia permitirían a los niños y a las niñas a reconstruirse desde relaciones y experiencias que propicien su resiliencia, basadas en un acompañamiento con ternura?

Ponernos en su mirada

Si comprendemos cómo se estructura la memoria a partir de las jerarquías de valores construidas desde lo que es significativo para nuestros niños, niñas y adolescentes, nos queda el reto de conocer estos valores y saber qué les resulta significativo, para ayudarles a construir huellas de sentido.

Sentir… cómo era nuestra mirada en la infancia, qué era significativo en ese momento, qué robaba nuestra atención, y en qué se nos iba el tiempo. ¿De qué manera esta revisión nos cambiaría ahora, en nuestra adultez, la forma en que vivimos la fe, nos relacionamos, y, especialmente, expresamos y recibimos ternura con los niños y las niñas en la iglesia?

Pensar… en cómo recuperar esa mirada infantil, y cómo tratar de mirar con ella el proceso que gestionamos dentro de la iglesia o de agrupaciones pastorales. ¿Cómo nos veríamos? ¿Qué elementos de la planificación del lenguaje o de la lectura bíblica reconoceríamos como significativos desde esa mirada?

Encarnar la ternura

La ternura, según la autora, es una herramienta que permite generar restauración en varios sentidos; así que debe incluirse en la mentoría para la resiliencia, por medio de la recuperación del recuerdo positivo como elemento de equilibrio en la biografía personal y como motor de una lectura sanadora de la experiencia del propio sufrimiento.

Experimentar la ternura en nuestras palabras, nuestra mirada, nuestras actividades, nuestra lectura de la Biblia, nuestro contacto físico, nuestro ambiente en la iglesia, nuestra convivencia en general es la misión cristiana más importante que tenemos que cumplir con nuestros niños, niñas y adolescentes que han sufrido historias de vida de dolor, adversidad y violencia familiar.

Sentir… cómo nos sentimos cuando recibimos ternura en medio de una situación difícil.

Pensar… en cómo esas sensaciones nos han servido de motor para superar las dificultades. ¿Con qué espacios contamos dentro de la estructura de la iglesia para encarnar la ternura con las niñas y los niños?

Seguir al maestro

Conocer la importancia de la mentoría para generar resiliencia en las personas que han sufrido violencia y saber que, en la iglesia, colaboramos con Dios en su desarrollo espiritual es ya un llamado a acompañarlas en este proceso siguiendo el ejemplo de ternura de nuestro gran maestro Jesús. Él, cuando decidimos seguirlo, nos comprometió a acompañar especialmente a las niñas y los niños.

Si la vida de Jesús da testimonio de su amor, esperanza y cuidado, al encarnarlos en su propio cuerpo y al darnos su vida, no podemos, como él, eludir la invitación a resignificar el dolor de quienes nos rodean.

Reflejar su amor en cada palabra, en cada contacto, en cada gestión que hagamos, para encarnar su ternura en el cuidado que demos, es parte esencial del acompañamiento pastoral al que, como sus seguidores, él nos ha llamado, dentro y fuera de la iglesia. Que nuestra evangelización sea insumo fundamental para crear resiliencia como fruto de nuestra obra de amor y de compromiso cristiano.

Sentir… las sensaciones que generan en mí las palabras de amor de Jesús hacia los niños y las niñas.

Pensar… en cómo podemos encarnar esas palabras en nuestra labor pastoral.

PROYECTOS PASTORALES (ACTUAR)

Sentir, luego pensar; jugar, luego actuar

Desde cualquiera que sea nuestra posición o compromiso dentro de la iglesia, podemos asumir este mensaje de Jesús con la conciencia ya no solo de un «deber religioso» sino también de las implicaciones psicológicas de la ternura en el trato a nuestra infancia y adolescencia para su desarrollo integral ante sus biografías de dolor y sufrimiento

También es una gran oportunidad no solo para que impactemos en el desarrollo espiritual de esta población sino también para que sirvamos de instrumentos de sanación mediante la labor pastoral.

Para esto es necesario que primero nos volvamos como niños y niñas, y miremos todo desde el nivel de su mirada, y sintamos todo desde sus sentidos, y planifiquemos desde lo que les parece significativo, y empecemos a caminar a su lado, no adelante.

Nuestra tarea ya no consiste en que pensemos de primero, he impongamos lo que consideramos «deberían saber» los niños, las niñas y adolescentes, sino que ahora se trata de que sintamos, escuchemos, y luego juguemos.

El juego es el mecanismo mediante el cual los niños y las niñas representan el mundo, lo construyen, lo cambian en su propio mundo, y se ubican en la realidad.

Siempre se ha descalificado el juego como una mera fantasía vacía, temporal y provisional en la vida de las personas. Sin embargo, el juego, desde el nivel de la niñez, es su recurso para ensayar cómo actuar en la realidad. Resulta trascendente que comprendamos que para ellos es su laboratorio para aprender y para construir tanto su identidad como sus valores.

Antes de que pensemos desde el nivel pedagógico las actividades serias, las pensadas desde la visión adulta, resulta imperativo que empecemos a pensar el juego como una estrategia pastoral. Esta debe tener objetivos claros, pero con la flexibilidad y creatividad que las personas menores de edad requieren para que sean ellas mismas. Así, al expresar su propio universo interno y al dejarnos asomarnos a él, aprenderemos a hablar su lenguaje.

Ternura, la revolución pendiente

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