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CAPÍTULO 1

UNA TERNURA INMENSA QUE HUMANICE LA FE Y REDIMA LA VIDA: ESBOZOS PASTORALES PARA UNA TEOLOGÍA BÍBLICA DE LA TERNURA

Harold Segura

Como escuchase un llanto, me paré en el repecho

y me acerqué a la puerta del rancho del camino.

Un niño de ojos dulces me miró desde el lecho

¡y una ternura inmensa me embriagó como un vino!

GABRIELA MISTRAL

La teología cristiana de la ternura es una reflexión creyente que, como tal, se hace desde la fe y cuyo tema se propone comprender a partir de la tradición judeocristiana, el compromiso con la vida y el seguimiento de Jesús. Es un esfuerzo por concebir la ternura desde la perspectiva del Dios de la vida en medio de sociedades caracterizadas por la deshumanización y carentes de afecto, justicia y misericordia.

SENTIR

Cómo la comunicación humana va más allá que las palabras, y cómo ese universo de expresiones puede proyectar ternura en todo lo que se hace, de tal manera que cada contacto entre las personas las humaniza vez tras vez.

En este ejercicio teológico, la ternura se entiende1, en primer lugar, como un género de comunicación humana por la que no solo se establecen vínculos con palabras, sino también con expresiones de afecto, como caricias, miradas, sonrisas y otras formas de transmitir amor. En segundo lugar, se entiende como una práctica de convivencia incluyente y solidaria con la que se acoge a todas las personas por igual porque se les reconoce su dignidad y valor. Y, en tercer lugar, también se entiende como un vínculo de relaciones humanas que ayuda al crecimiento de la afectividad, la confianza y la seguridad, para que las personas «desarrollen la capacidad de afrontar las dificultades que surjan a través de la vida». La ternura es una forma de relacionarnos, de convivir y de construir una sociedad más justa y solidaria. Es «una revolución cultural que anima el florecer humano y social […] que se cultiva desde relaciones de amor, cuidado de la vida en todas sus expresiones y reivindicación política del derecho al cuidado libre de violencia y pleno de amor» (Grellert, 2016).

La primacía de la realidad

Esta última implicación social y política de la ternura es un eje primordial del quehacer teológico, porque a la teología le interesa anunciar al Dios de la vida, y luchar para que esa vida sea plena aquí y ahora… y no solo después de la muerte. José Míguez Bonino, ilustre teólogo argentino, consideraba que la primera pregunta que debería plantearse la teología es si «hay vida antes de la muerte» (Míguez, 1990, p. 65), y no la pregunta celestial acerca de cómo es la vida después de la muerte. ¡Ahí, donde reina la muerte, debe resplandecer la vida!

Una de las expresiones del imperio de la muerte en nuestro continente es la violencia. Un informe publicado por el Banco Internacional de Desarrollo (BID), titulado Los costos del crimen y la violencia en el bienestar en América Latina y el Caribe, indica que

América Latina y el Caribe (ALC) es la región más violenta del mundo. En ella vive menos del 9 % de la población mundial, pero se registran el 33 % de los homicidios en todo el mundo, lo que la convierte en la región con el mayor porcentaje de asesinatos en todo el mundo, con África por detrás con 31%, Asia en tercer lugar con 28 % de los homicidios, seguida de lejos por Europa y América del Norte, con solo 5 % y 3 % del total, respectivamente, y Oceanía, que representa menos del 0,3 %. De hecho, con tasas regionales de homicidios de más de 20 por cada 100.000 habitantes —más de tres veces el promedio mundial— ALC es la región más peligrosa del planeta. (Jaitman, 2005, p. 4)

PENSAR

En el reto «político» que tiene la teología, la cual anuncia al Dios de la vida en una región de peligros como nuestra América Latina.

Esta consideración de la realidad es el primer paso en el ejercicio teológico. Así lo ha enseñado con acierto la tradición teológica latinoamericana: primero se observa la realidad (momento sociológico); ella se convierte en materia prima de la teología (Suárez, 2007, p. 172). Después, esa realidad observada se juzga a la luz de las Escrituras, la tradición teológica y la práctica pastoral del pueblo de Dios (momento hermenéutico). Y, en tercer lugar, se actúa a favor de la vida y en contra de las fuerzas de la muerte (antivida). Sin este último paso, la teología corre el riesgo de reducirse a una elucubración teórica, llamativa por su atractivo académico, pero inocua para la trasformación de las realidades sociales. Por eso, pensar en la ternura desde la óptica teológica es, de por sí, pensar en una respuesta creyente ante la violencia, la deshumanización y la injusticia que imperan en nuestro mundo.

Corresponde ahora que nos adentremos en cómo la Biblia, en sus dos testamentos, hace referencia a la ternura de Dios. Primero, se reseñarán dos expresiones del Primer Testamento: hesed y rahûm, y tres metáforas en relación con el carácter misericordioso y tierno del Señor: una madre que amamanta, un padre que vela por sus hijos e hijas y un esposo que ama hasta el extremo (esposo embelesado). Después se hará un ejercicio similar para el Segundo Testamento. En este se presenta a Jesús como la encarnación de la ternura del Señor, al Espíritu, como la personificación de la dulzura divina, y a la comunidad cristiana, como testigo, que por medio de su vida comunitaria da testimonio de esos atributos del Señor.

SENTIR

Todas las emociones que despiertan esos adjetivos con los que las distintas generaciones expresaron la ternura de Dios y la plasmaron en el Primer Testamento.

Dios, tan tierno como una madre que amamanta, un padre que vela por sus hijos o un esposo embelesado. En el Primer Testamento, la ternura se inscribe en un conjunto de palabras que hacen alusión al amor, a la misericordia, al cariño y a la compasión de Dios. Esas cualidades revelan la naturaleza más profunda de Dios. Ellas no solo nos muestran el actuar del Señor, sino su naturaleza misma:

Uno de los términos con mayor alcance y profundidad de significado es hesed (דסח). Esta palabra se traduce en algunas versiones de la Biblia como amor o misericordia y aparece más de doscientas veces (Bonilla, 1999) en el texto hebreo, la mayoría de ellas en el libro de los Salmos. Un ejemplo es el salmo 136, que es un cántico de alabanza con un estribillo que se repite a manera de exclamación litúrgica. Hesed es la palabra que sobresale cada vez que se dice: «Alaben al Señor por su bondad, porque es eterno su amor» (Salmos 136.1). O, como lo expresan otras versiones: «Porque para siempre es su misericordia». Los sustantivos más usados para traducir el término son amor, misericordia, lealtad, bondad y fidelidad.

El profesor Luis Alonso Schökel, en su Diccionario bíblico hebreoespañol (Schökel, 2008), muestra las siguientes traducciones para hesed: gracia, misericordia, clemencia, bondad, benevolencia, piedad, compasión, conmiseración, cariño, afecto, caridad; lealtad, fidelidad, amabilidad, simpatía, entre otras posibilidades más. Tanto por el significado original del vocablo hebreo como por las palabras con las que se traduce al castellano, es fácil reconocer la validez de la palabra ternura como otra de sus legítimas opciones de traducción, en especial si se reconoce la importancia sociocultural del término, más allá de sus estrictas fronteras etimológicas. Al respecto, dice Tirsa Ventura que «se debe tomar en cuenta tanto el contexto lingüístico como el cultural en el cual se implementa», y añade algo de mucho valor para la comprensión de la ternura bíblica: «para hablar de hesed hace falta pensar en relaciones e interacciones. No existe hesed sin esta idea relacional que […] puede ser entre seres humanos o Dios en vínculo con las personas» (Ventura, 2016, p. 2).

SENTIR

La ternura en nuestra cotidianidad no solo como una actitud sino como un valor humano dentro de nuestra vivencia de la fe cristiana, porque esa es la naturaleza de Dios mismo.

La ternura que se expresa en hesed no se refiere solo a una actitud de Dios, quien es tierno, misericordioso y bondadoso, sino también a un valor humano que se expresa en las relaciones cotidianas mediante el cuidado mutuo, la protección recíproca y las expresiones de afecto. Este caso es el que se presenta en el libro de Rut, y al cual Ventura reconoce como paradigmático para destacar en qué sentido este término hebrero apunta también a relaciones familiares y a la acogida entre personas. En Rut 3.10 se lee: «Booz le dijo: —¡El Señor te bendiga, hija! Esta muestra de fidelidad supera aún a la anterior, pues no has pretendido a ningún joven, sea rico o pobre». En este texto, el vocablo al que nos referimos se traduce con el sustantivo fidelidad, pero ¡cuánta fuerza expresiva se lograría si se afirmara de Rut que su «muestra de ternura [ךֵּ֥דְסַח] supera aún a la anterior, pues…»! No dudo de que la palabra ternura enriquecería de manera formidable el significado del término en nuestro idioma. Y, con Ventura, agreguemos algo más acerca de la misericordia-ternura que se expresa en las relaciones humanas en el caso del libro de Rut:

Lo primero que se puede observar es que el acto misericordioso no viene directamente de Dios, sino de una mujer (Ruth) en favor de otra mujer (Noemí). Sin dejar de señalar que la misericordia de Ruth está respaldada por la misericordia de Dios, concedida a través del derecho del rescate (2.20-21). La responsabilidad de Ruth, en medio del caos que provocó la muerte se ve concretada en su decisión de llevar hacia adelante el proyecto que incluye también a Noemí. (Ventura, 2016, p. 7)

Noemí reconoció que sus dos nueras, Ruth y Orfa, habían actuado con hesed, con ella y con sus hijos que habían muerto. Así, la ternura-misericordia entre los seres humanos, en este caso entre estas mujeres, llega más allá de todo lo esperado, y expresa el rostro del Señor, que también es tierno y misericordioso (Cf. Ventura, 2008).

SENTIR

Cómo la ternura con la que se describe a Dios tiene tantos rasgos como intensidades, los cuales nos develan a un Dios distinto a la lectura tradicional, que nos exhibe a un Dios castigador, incluso vengativo.

Pero, además del término hesed, y sin desconocer la profundidad del significado de este para la ternura veterotestamentaria, rahûm es el más análogo al término latino de ternura. Roccheta, con fino estilo explica que este término bíblico se deriva de la raíz hebrea rḥm y remite a un sentimiento localizado en la parte más profunda de la persona y de su cuerpo, las interioridades, sus vísceras (raḥamîm, plural de intensidad), el vientre materno (reḥem), y corresponde por tanto a una vivencia de fuerte participación afectiva, que no se limita a observar desde lejos el objeto al que se dirige, sino que lo experimenta en primera persona, con cariño, como en el caso de una madre que se conmueve por el hijo que ha dado a luz (1 Reyes 3.26). Por consiguiente, el verbo rāḥam significa sentir piedad y benevolencia por una persona que se encuentra necesitada; una emoción interior que se traduce en gestos concretos de bondad y solicitud. Los gestos surgen como expresión visible de un amor intenso y de una viva com-pasión que roza en sus raíces la profundidad del que lo realiza (Rocchetta, 2001m p. 106).

En este caso, y a diferencia de hesed, este término se emplea en la mayoría de las veces para referirse a Dios, y en relación con los pactos o alianzas de amor que ha hecho con su pueblo. Este es el caso de Isaías 54.10: «Aunque se muevan las montañas y se vengan abajo las colinas, mi cariño (hesed) por ti no menguará, mi alianza de paz se mantendrá dice el Señor, que te quiere (meraḥamek)». Este versículo es afín a otro en el que Dios se presenta con la ternura de una madre que amamanta y protege a su hijo consentido, al que ama y nunca olvida: «Pero Sion dijo: “El Señor me dejó vacía, mi Dios se olvidó de mí”. ¿Se olvida una madre del bebé que amamanta? ¿No tiene compasión del hijo que dio a luz?» (Isaías 49.14-15 PDT). La palabra rakjám, que en español se traduce con el sustantivo compasión equivale a mimar, acariciar, compadecerse, ser clemente o misericordioso. Es la ternura que se expresa por medio de gestos concretos, no abstractos ni retóricos, como una expresión gratuita y libre del amor.

PENSAR

En las implicaciones que tienen toda las formas de comunicación en la iglesia, para reemplazar esas imágenes tradicionales acerca de Dios que esconden la dimensión de la ternura; esa que leemos en los textos veterotestamentarios.

Así como en unos casos la ternura del Señor es como la de una madre, en otros se asemeja a la de un padre: Como un padre quiere a sus hijos, el Señor quiere a sus fieles. (Salmos 103.13). Es una ternura inmensa, como la describe otro salmo: Señor, tu misericordia es inmensa, dame vida según tu justicia. (Salmos 119.156). Esta ternura que nos enseña el Primer Testamento devela un rostro de Dios pocas veces acentuado por las teologías tradicionales. Estas, anquilosadas por sus enciclopédicas especulaciones metafísicas, nos acostumbraron a ver el rostro de Dios como enjuiciador y justiciero. Esas teologías fabricaron una equivalencia equivocada entre la grandeza de Dios y la aspereza de su rostro. Como si ser grande significara ser distante e implacable.

El teólogo español Olegario González de Cardenal afirma con sobrada razón que el «Dios de la ternura es probablemente una de las designaciones que revelan mejor la relación de Dios con el hombre, por ser éste fruto exclusivo de su amor, destinatario permanente de su amor y objeto perenne de su espera en amor». Y se atreve a considerar que en Occidente ha quedado en penumbra esta perspectiva, al traducir rahamim por misericordia y compasión. Mientras que rahamim con que Dios mira a todas sus criaturas se dirige ante todo a su realidad como fruto de creación y gloria de su existencia, la misericordia y compasión en cambio presuponen algo negativo que superar, algún pecado que perdonar o algún desamparo que aliviar. La mirada de Dios se dirige ante todo, al ser que él ha creado, con el impulso con que las entrañas orientan hacia el fruto que es el hijo (González, 2001, p. 53).

A renglón seguido, González de Cardenal llama la atención al hecho de que fueron los filósofos —y no los teólogos— quienes reivindicaron el rostro tierno de Dios. Así lo hizo en su momento Gottfried Leibniz (1646-1716), también Alfred North Whitehead (1861-1947), y recientemente Gianni Vattimo y John Caputto.

Pero sigamos con el Primer Testamento. A la ternura maternal y paternal del Señor se suma la metáfora de Dios como un esposo embelesado que, ante las reiteradas decepciones que le ocasiona su amada, ya sea por infidelidad o desamor, él, en lugar de sumirse en el despecho, decide salir tras ella y buscarla hasta reconquistar su amor. ¡Qué maravillosa ternura la de este esposo cuyo amor se muestra terco y resiliente! El Dios de aquellos relatos no tiene vergüenza en demostrar su enamoramiento y de reconocer que el rostro de su amada ha cautivado su corazón (Salmos 45.13). En el libro del profeta Jeremías, este amante añora con nostalgia los días en los que ella lo amaba: Esto dice el Señor: Recuerdo el cariño de tu juventud, el amor que me tenías de prometida: seguías mis pasos por el desierto, por tierra donde nadie siembra. (Jeremías 2.2); no desconoce la gravedad de la infidelidad, ni el descaro con el que ella (Israel) quiere regresar a él: Y tú, que te has prostituido con tantos y tantos amantes, ¿vas ahora a volver a mí? (3.1), pero, aun así, decide recibir a la infiel y pagarle su falta con amor entrañable y tierno: «Vuelve, Israel, apóstata —oráculo del Señor—, que no les frunciré el ceño, porque yo soy bondadoso —oráculo del Señor— y no guardo rencor por siempre» (3.12).

SENTIR

Cómo Dios nos seduce y nos invita a experimentar su ternura para con la humanidad. No se trata solo de compasión, sino también de un deseo apasionado de vincularse a nosotros mediante la ternura.

En el libro del profeta Ezequiel se repite la escena. Ella (Israel) se prostituye sin vergüenza alguna y él sabe de su desfachatez: «Pero, pagada de tu belleza y aprovechando tu fama, te prostituiste y prodigaste tus encantos de prostituta con todo el que pasaba, quienquiera que fuese. Tomaste algunos de tus vestidos y te hiciste tiendas de colores para instalarlas en los santuarios de los altos, y te prostituiste en ellas» (Ezequiel 16.15-16). Entre las infieles, esta las supera a todas: «Te ha ocurrido lo contrario que a las demás mujeres pues, como nadie ha ido tras de de ti solicitándote, has sido tú la que ha pagado en lugar de recibir lo convenido. ¡Justo al revés!» (Ezequiel 16.34). Pero, en esta historia de tristezas y cinismos acontece la ternura de Dios, esta vez por medio del perdón que restablece la relación y hace posible que renazca el amor. Aunque ella ha sido infiel, él no ha renunciado a su fidelidad: «Establaceré mi alianza contigo y tendrás que reconocer que yo soy el Señor» (Ezequiel 16.62). Él es el amante tierno que la lleva por siempre grabada en sus manos (Isaías 49.16).

Quizá el caso más expresivo de la metáfora del Dios que ama con la ternura de esposo abandonado es el que se presenta en el libro de Oseas. Allí tampoco existe la reciprocidad del amor (Oseas 2.2), no obstante, el esposo sale en búsqueda de quien lo ha traicionado:

Pero he aquí que voy a seducirla: la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Le devolveré sus viñas y haré del valle de Acor una puerta de esperanza; y ella me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto. Y ese día —oráculo del Señor— me llamarás «marido mío» y nunca más «baal mío». Quitaré de su boca los nombres de los baales y no los recordará más (Oseas 2.16-19).

En Oseas, se alcanza una de las cumbres bíblicas acerca de la ternura cuando expresa en boca de Dios: «Mi corazón está conturbado y mis entrañas se conmueven» (Oseas 11.8), versículo que Luis Alonso Schökel traduce con mayor vivacidad, así: «Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas» (Schökel, 2008:09).

Movido por ese amor que le «da un vuelco el corazón», el Dios amante promete un nuevo matrimonio. Este anuncio de que va a «empezar de nuevo» forma parte del lenguaje esperanzador de los profetas. Ellos saben qué tan porfiada es la ternura del Señor y que no se agotará ante las repetidas deslealtades del pueblo. Por eso anuncian que, en el futuro escatológico, se avecinan otras bodas y que por eso hay motivos para esperar una nueva relación de amor entre el Señor y su pueblo. La alianza de amor por parte de él es inamovible, como lo proclama Isaías (54.8-10). En este texto, el profeta intercambia los dos términos a los que se ha hecho anterior referencia: hesed (misericordia-ternura) y rahûm (ternura-compasión).

PENSAR

En los alcances que tiene la ternura, reconciliar, ser resiliente y usar misericordia, en términos de las acciones pastorales de la Iglesia y su quehacer teológico.

En un arranque de enojo, por un momento, me oculté de ti, pero con amor (hesed) eterno te tuve compasión (rahûm). Lo dice el Señor, tu redentor. «Así como juré a Noé, cuando el diluvio, no volver a inundar la tierra, así juro ahora no volver a enojarme contigo ni volver a amenazarte. Aunque las montañas cambien de lugar y los cerros se vengan abajo, mi amor (hesed) por ti no cambiará ni se vendrá abajo mi alianza de paz.» Lo dice el Señor, que se compadece (rahûm) de ti (Isaías 54.8-10 DHH).

El anuncio escatológico de los profetas antiguos tiene un primer cumplimiento cuando Dios viene y se presenta por medio de Jesús. Dios mismo ha venido para cumplir su promesa, y vino ataviado como esposo, según lo enseña el apóstol Pablo: «Pues los he desposado con un solo marido presentándolos a Cristo como si ustedes fueran una virgen pura» (2 Corintios 11.2).

LAS DIMENSIONES

Restauradora

Esta parte inicial del capítulo nos invita a que revisemos hasta dónde ha calado la imagen tradicional acerca de Dios como un rostro despiadado, vengativo, sin compasión. Y explora el Primer Testamento para que tomemos conciencia de los incontables adjetivos que contradicen dicha imagen, pues nos revelan todas las formas posibles de compasión y ternura con que se relaciona Dios con nosotros. Así, nos devela a un Dios de puro amor, ternura y compasión que ha quedado invisivilizado en los discursos religiosos, y muchas veces en las prácticas pastorales.

Antes de construir un nuevo rostro de Dios desde la ternura, resulta imperativo que examinemos en nuestro interior las secuelas que el rostro desfigurado de un Dios despiadado ha dejado en nuestra vivencia de la fe cristiana

Como parte del proceso de nuestra propia restauración y el de nuestra comunidad de fe, nos urge retomar el aporte de este capítulo sobre la evidencia bíblica acerca del deseo de Dios de vincularse a la humanidad. Distintos textos veterotestamentarios están llenos de metáforas apasionadas, como la del esposo embelesado. Este panorama de la ternura de Dios nos da la certeza de que, como hijos e hijas de este amoroso Padre, él nos busca para amarnos independientemente de lo que cada persona piense de sí misma.

Formativa

Otro aporte valioso de esta parte es que la ternura no debe entenderse solo como una actitud, pues, entonces, se trataría de una decisión muy personal, incluso opcional o innata, Más bien, el autor nos exhorta a que la veamos como un valor humando, especialmente de convivencia. Vista desde esta perspectiva, nos demanda cambios a nivel de comunicación en todas las formas que nos ejemplifica la lectura.

Recuperar los textos en los que se nos muestra a Dios, el Padre, a Jesús, el Hijo, y al Espíritu Santo como protagonistas de este valor de la ternura, y colocarlos como enseñanza y práctica fundamental de la vivencia de la fe cristiana sería un paso revolucionario dentro de la formación pastoral y la reflexión teológica.

Transformativa

Al tomar conciencia de que América Latina se ha convertido en zona de peligro, como lo indican las estadísticas que el autor comparte, y del significado que esa realidad cobra para quienes creemos en Cristo, nos vemos en la necesidad de trabajar en la reconstrucción del rostro desfigurado de Dios. La tarea pendiente para el quehacer teológico es construir un rostro de Dios con todos los rasgos de la ternura que a lo largo de la Biblia quedan expuestos. No es una cuestión de sentimentalismos, sino que se trata de un proceso de cambio profundo, con alcances transformadores, no solo a nivel espiritual individual, sino también a nivel de comunidades, en aspectos como la resiliencia, el ejercicio de la misericordia en la convivencia, y la praxis política revolucionaria que esta ternura implica.

SENTIR

Cómo Jesús anuncia el advenimiento del Reino al encarnar en sí mismo la ternura de Dios.

Y cómo, entonces, la ternura es requisito para que se instaure el Reino.

Jesús, ternura de Dios hecha carne. El Segundo Testamento se inicia con los cuatro evangelios. En ellos se presenta la ternura de Dios hecha carne (Juan 1.1, 14). Jesús es el resplandor de la gloria de Dios (Hebreos 1.3); quien lo ha visto a él ha visto a Dios (Juan 10.30). Por eso, los gestos de cariño hacia las personas más vulnerables de su sociedad (niños, niñas, viudas, forasteros, enfermos, pobres y pecadores), así como su valiente confrontación a los que se sentían dueños de Dios (aunque solo lo eran de su propia religión) y ostentaban todo tipo de poder, son muestras palpables de la ternura divina. En Jesús no hay lugar para la sensiblería vacía de actos concretos de amor. Es ternura que abraza a las personas necesitadas, consuela a las que sufren, alienta a las desesperanzadas, restaura a las quebrantadas, y así anuncia la llegada del Reino de Dios (Lucas 17.21). Pero también, por esa misma ternura, confronta a los poderosos (Lucas 13.32), derriba las mesas de los cambistas en el Templo (Mateo 21.12) y combate diferentes expresiones del Mal (Marcos 5.7-8). Como bien lo escribe Roccheta:

Hablar de la ternura de Jesús no significa proponer un devocionalismo barato ni repetir los lugares comunes acostumbrados de una piedad edulcorada y sentimental; la actuación de Jesús constituye realmente un «lugar teológico» de revelación no menos importante que su transmisión en forma verbal. Los actos de Cristo no representan simplemente unas anécdotas o unos buenos ejemplos, sino las encarnaciones históricas de la ternura de Dios y una epifanía de su ternura invisible, como lo es la totalidad de la corporeidad del Verbo encarnado, en la que «habita la plenitud de la deidad» (Colosenses 2.9) (Rocchetta, 2001, p. 135).

La ternura de Dios se expresa en cada etapa de la vida y ministerio de Jesús; él es la ternura de Dios en su plena y visible manifestación. Desde el «Benedictus», o cántico de Zacarías, al inicio del Evangelio de Lucas, se anuncia su llegada como aquel que es el «sol de un nuevo día» que trae desde lo alto la misericordia del Señor: «Y es que la misericordia entrañable de nuestro Dios, nos trae de lo alto un nuevo amanecer para llenar de luz a los que viven en oscuridad y sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por caminos de paz» (Lucas 1.78-79). Eliza Estévez López comenta este texto afirmando que

la conclusión del Benedictus proclama que la humanidad recibirá la visita del Dios encarnado cuyo amor fluye y se desentraña en el Hijo como plenitud de misericordia y afecto benevolente que conduce a la auténtica paz. El movimiento liberador y salvador se inicia desde el Dios que ha visitado nuestra casa y ha irradiado su luz trastocando los paradigmas antiguos de funcionamiento e inaugurando una nueva forma de entrañarse con los otros, los cercanos y los lejanos, los de casa y los de fuera, los conocidos y los extraños. De ahí que la senda de un discipulado hospitalario solo se puede emprender desde la misericordia entrañable (Estévez, 2006, pp. 134-135).

La encarnación es fruto de la ternura de Dios, quien se solidariza con nosotros y nos hace cercano su amor y su misericordia por medio de Jesús. Después, durante sus años de ministerio, Jesús expresa la ternura en múltiples formas, y da muestras tangibles del nuevo rostro de Dios a quien llama Abba, «Padre». A propósito de esta forma de llamar a Dios, José María Castillo comenta que «es correcto decir que Jesús le cambió el nombre al Dios del judaísmo», porque, «para Jesús, Dios es el Padre. Más aún, es el Padre designado con el marcado carácter de intimidad que tenía la palabra aramea abba». (Castillo, 2010, p. 81). Y así, con el anuncio del Abba, «Jesús pasó por todas partes haciendo el bien» (Hechos 10.38), sanando, enseñando y demostrando cómo es Dios y cuánto nos ama.

PENSAR

En la propuesta del autor de que leamos la muerte de Jesús en clave de ternura.

¿Qué luces nos aporta el entender su muerte no como sacrificio sino como muestra de amor?

Durante los días de su pasión y muerte, la ternura se torna en Jesús sufrimiento y dolor. En su entrañable entrega nos demuestra que está dispuesto a pagar el precio del amor hasta el extremo. No huye, ni esquiva los costos de vivir la ternura en medio de una cultura deshumanizante que ocasiona dolor y muerte. El amor tiernísimo de Jesús se manifiesta también al morir por aquellos a quienes ama y son sus amigos: El amor supremo consiste en dar la vida por los amigos. (Juan 15.13). La teología podría encontrar en la ternura una nueva clave para reinterpretar la muerte de Jesús sin el exclusivo carácter sacrificial y reparador que ha dominado a la teología católica y protestante desde los tiempos de Anselmo de Canterbury (1033-1109). La radicalidad del amor pudiera ser la clave de esa relectura teológica: la redención como acontecimiento exclusivo del amor tierno y solidario del Dios trino. Porque no es la humanidad quien le ofrece a Dios la muerte de su hijo como un sacrificio para aplacar su ira, sino que es el amor de Dios, quien por su gracia infinita nos ofrece su redención. En este caso, la cruz no representaría «la forma de una prestación humana propiciatoria, sino la expresión de un amor de absoluta benevolencia de Dios». (Rocchetta, 2001, p. 166).

PENSAR

¿Cómo explicar que la victoria de Jesús sobre la muerte es en sí un acto de rebeldía, movido por su ternura, contra un mundo deshumanizador? ¿Qué otros actos de rebeldía asumidos por

Jesús, motivados por su ternura, debemos incluir en nuestra praxis pastoral?

La resurrección, por su parte, declara la victoria concluyente de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio y de la misericordia sobre la inclemencia. Es la demostración irrebatible del triunfo escatológico de la ternura. Para el teólogo bautista alemán Thorwald Lorenzen

la resurrección de Jesús supone la muerte definitiva de la muerte […] significa que, en un devenir histórico marcado y ensombrecido decisivamente por la realidad de la muerte, donde debe morir todo ser humano y donde el poder disgregador de la muerte está ya en acción sofocando la vida, la historia se ve enfrentada a una nueva dimensión de la realidad. Una realidad más fuerte y capaz, por tanto, de relativizar su poder deshumanizador (Lorenzen, 1999, p. 335).

La ternura es, por consiguiente, promesa del nuevo mundo; es parte de aquella realidad capaz de relativizar los poderes que destruyen la vida y de devolverle a los seres humanos la capacidad de amarse, amar y ser amados.

Compasión entrañable. A decir verdad, el lenguaje del Segundo Testamento, tal como señalan los traductores bíblicos, no tiene la misma riqueza del Primero en cuanto a los términos que usa para designar la ternura, misericordia y compasión. De manera breve se presentan a continuación los principales vocablos que se emplean en los evangelios y en el resto del Segundo Testamento.

PENSAR

En cómo la ternura se constituyó en distintivo único del cristianismo, y cómo las multitudes reconocían a Jesús por la ternura con la que miraba a las personas vulnerabilizadas y actuaba en favor de ellas. ¿En qué procesos históricos y pragmáticos se perdió la ternura en la praxis pastoral? ¿En qué procesos de producción teórica de la teología quedó invisibilizada la ternura y por qué?

El sustantivo oiktirmós (οἰκτιρμός) significa compasión y misericordia. En su forma verbal expresa apiadarse o compadecerse de alguien. En algunos casos evoca el término hebreo rahûm para indicar la ternura o el cariño que proceden de Dios. Así, por ejemplo, en Romanos 12:1 Pablo exhorta: «Por tanto, hermanos míos, les ruego por la misericordia de Dios que se presenten ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Éste es el verdadero culto que deben ofrecer», o también en 2 Corintios 1:3: «Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues él es el Padre que nos tiene compasión y el Dios que siempre nos consuela». En otras ocasiones, se usa para describir la relación de fraternidad que debe distinguir a la comunidad de fe; así, por ejemplo, en Colosenses 3.12 anima: «Sean, pues, profundamente compasivos, benignos, humildes, pacientes y comprensivos». En todos los casos, tanto los evangelistas como los demás escritores reconocen que la ternura-compasión de Dios es el fundamento que anima a los seguidores de Jesús a actuar de la misma manera.

El término splánjnon (σπλάγχνον) aparece en varias ocasiones: Filipenses 1.8, Filemón 10-12; 2 Corintios 7.15; 1 Juan 3.17, entre otros. Significa «el lugar donde se origina el amor materno y la fuente de los sentimientos y del afecto en general […] el centro de la sensibilidad y del sentimiento» (Meza, 2007, p. 440). En su forma verbal, splanjnízomai (σπλαγχνίζομαι), apunta a

un sentir profundamente humano, a una conmoción entrañable que vuelca el corazón del ser humano a actuar en favor del otro, es decir, evoca una relación visceral, lo más entrañable y humana que pueda experimentar una persona, como un sentimiento muy fuerte de compasión. (Meza, 2007, p. 44)

Este es el hermoso caso presentado en la parábola del hijo pródigo cuando se ilustra el sentimiento del padre perdonador: «Aún estaba lejos, cuando su padre lo vio y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo estrechó entre sus brazos y lo besó» (Lucas 15.20).

Otro término es eleéo (ἐλεέω), el cual se traduce por compasión, piedad o misericordia. El evangelista Marcos usa este vocablo para ilustrar el amor compasivo de Jesús ante Bartimeo, el ciego de Jericó: Al enterarse de que era Jesús de Nazaret quien pasaba, empezó a gritar: —¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Muchos le decían que se callara, pero él gritaba cada vez más: —¡Hijo de David, ten compasión de mí! (Marcos 10.47-48). En Jesús, su eleéo (compasión) es más que asistencia filantrópica, es un acto liberador que le devuelve a la persona su capacidad de relacionarse con otros y de que la traten con dignidad. Y, también aquí, los gestos de Jesús son el patrón que debe asistir a la comunidad cristiana en su práctica de la compasión-ternura liberadora: «El maestro de la ley contestó: El que tuvo compasión de él. Y Jesús le replicó: —Pues vete y haz tú lo mismo» (Lucas 10.37).

El cuarto término es jrestótes (χρηστότης), que significa bondad, rectitud, amabilidad, mansedumbre o excelencia en el amor. Se usa para demostrar la suavidad con la que una persona se acerca a otra para brindarle su amistad o hacerle algún favor. También para mostrar de qué manera ama Dios a todas las personas por igual y sin hacer diferencia entre unas y otras: «Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. De este modo tendrán una gran recompensa y serán hijos del Dios Altísimo, que es bondadoso incluso con los desagradecidos y los malos» (Lucas 6.35). En este caso, Dios ofrece un patrón de comportamiento que debe distinguir a quienes se llaman hijos e hijas suyos.

LAS DIMENSIONES

Restauradora

En este capítulo se refuerza la idea de que Jesús es la encarnación de la ternura de Dios. En él se manifiesta toda aquella gama de ternura que se lee en todas las palabras que la expresan en el Primer Testamento. En Jesús la ternura se concreta en una persona que la hace tangible en cada una de sus acciones y palabras. Cada texto bíblico sobre la vida de Jesús debe servirnos para confirmar nuestra fe en un Dios de ternura, que solo se nos muestra y se nos ofrece mediante la práctica de la ternura de Jesús.

Superar la imagen de un Dios enjuiciador y de una fe basada en el juicio sobre el pecado es un paso crítico en el proceso personal de nuestro encuentro con el Dios de la ternura. Nuestro reto como creyentes en Cristo es trabajar esa ternura en nuestra relación con Dios para lograr nuestra propia restauración. Y, para ayudar en su restauración a las personas con las que compartimos en la comunidad de fe, debemos promover a ese Dios de la ternura a través de nuestra propia vivencia de la fe.

Las múltiples referencias sobre Jesús como compasivo y misericordioso nos refuerzan la certeza de que Dios es infinitamente misericordioso. En la vivencia de nuestra fe, esa ternura es signo de su pacto de amor con la humanidad, lo cual debería motivarnos a celebrar una fe compasiva, viva, amorosa, de convivencia más que de sacrificio y castigo.

La muerte de Jesús, como se ha expuesto en este capítulo, debería verse más como un acto de ternura que de sacrificio. Esta perspectiva nos exhorta a que, como personas seguidoras de Jesús, en la vivencia de nuestra fe, nos enfoquemos más en la ternura que en el sacrificio.

Formativa

Así como este texto nos muestra la vida de Jesús, en especial su pastoral y praxis como un acto de rebeldía motivada por su ternura, debemos aprender y enseñar aspectos concretos sobre su persona. Solo así experimentaremos, en los contextos particulares de las comunidades de fe, una fe más acorde a esa ternura rebelde y revolucionaria.

Anteriormente se ha descrito a la ternura como un valor, ahora, en esta parte del texto, se presenta como valor distintivo de las comunidades cristianas originarias. Por eso, todos los espacios de formación, de praxis pastoral, incluso de producción teológica, deberían tomarlo como un valor que los caracterice, que sea el centro de todo lo que se construya desde la fe cristiana.

Transformativa

La ternura como requerimiento para instaurar el Reino, como afirma el autor de este capítulo, es un reto demandante y complejo, con implicaciones de fondo y forma para las comunidades de la fe cristiana. La ternura debe permear todos los ámbitos, desde las acciones pastorales, las celebraciones, actividades cúlticas hasta la producción teológica y las interpretaciones bíblicas. El ejercicio de la ternura engendra transformación, primero a nivel individual, en el propio entendimiento de la fe en Jesús y del Dios tierno, y luego a nivel comunitario, en lo que las distintas iglesias deben hacer en su contexto para llevar vida a un mundo que va contra la vida.

El testimonio de la resurrección de Jesús, que el autor ve como rebeldía de la ternura contra este mundo deshumanizador, puede ser una clave fundamental para la ruta de transformación de la vivencia de la fe cristiana. Esta América Latina, tan asediada por la violencia, solo puede ser transformada desde la ternura encarnada en la Iglesia.

Tan tierno como el Espíritu de Dios: La inexplorada dulzura del Espíritu. En Gálatas 5.22, cuando se describe «el fruto del Espíritu», se usa de manera sugestiva el mismo término jrestótes que algunos traducen como benignidad, amabilidad o gentileza, pero que también característica del Espíritu Santo poco notable en la pneumatología clásica de los últimos siglos. El símbolo del Espíritu ha sido un «código cerrado», reducido a una «paloma» que acompaña en la Trinidad a dos varones. La teóloga brasileña Ivone Gebara lo expresa así con lúcido atrevimiento: «nuestra imaginación religiosa necesita una verdadera terapia, ya que se ha reducido la Trinidad a un hombre viejo, a un hombre joven y a un pájaro» (Gebara, 1994, p. 17).

PENSAR

¿Qué posibilidades nos abre la Trinidad, en especial el Espíritu, para convertir a la ternura en sujeto activo del lenguaje con que nos comunicamos, la producción teológica y la praxis pastoral?

El Espíritu Santo —y la Trinidad en su conjunto— requiere de nuevas comprensiones teológicas. Lo han predicado como aquel que es la fuente de poder de la Iglesia (Hechos 1.8); pero, en el trascurso de la historia, ese poder ha sido asimilado como un poder que concede autoridad sobre otras personas y poderío espiritual para hacer señales extraordinarias y otros prodigios. Esta, precisamente, fue la tergiversación de Simón el mago: «Simón, al ver que el Espíritu Santo venía cuando los apóstoles imponían las manos a la gente, les ofreció dinero, y les dijo: Denme también a mí ese poder, para que aquel a quien yo le imponga las manos reciba igualmente el Espíritu Santo» (Hechos 8.18-19). Simón quería «ese poder».

No obstante, la reflexión acerca de la ternura, nos ayuda a pensar que el poder del Espíritu Santo es, sobre todo, un poder tierno, amable, amistoso y que actúa con dulzura. Esta comprensión nos ofrece una nueva perspectiva del Espíritu y del poder que él le otorga a la Iglesia. ¡La dulzura es la característica que mejor expresa la grandeza del poder de Dios! De manera que la promesa con la que se inicia el libro de los Hechos, «Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y los capacitará para que den testimonio de mí en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el último rincón de la tierra» (Hechos 1.8), es la promesa del poder que le permite a la Iglesia dar testimonio de la dulzura de Jesús, como también de su «amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí mismo» (Gálatas 5.22-23). Porque nadie logra tal testimonio si no es por la gracia del Espíritu. Por esta gracia es que se logra vivir bajo el poder del amor, en lugar de sucumbir ante el amor al poder (Cf. Segura, 2011).

Los escritos del Primer Testamento nos ofrecen el relato de la experiencia de las primeras personas cristianas en su intento de vivir la ternura del Espíritu en el mundo del primer siglo. Aquella era una comunidad misionera, cuya misión consistía en encarnar la ternura de Jesús y así dar testimonio del Reino. Porque esta es la tarea primordial de la Misión cristiana: ser dulzura de Dios para la humanidad (1 Juan 2.6).

En última instancia

ACTUAR

¿Qué acciones deberíamos implementar para que en las iglesias y organismos de formación se abran diálogos interdisciplinarios para alimentar con la ternura a la teología incluso a la pastoral?

Por lo dicho hasta aquí se entrevé la necesidad de ahondar en una teología latinoamericana de la ternura, con arraigo bíblico, talante pastoral y compromiso social. Existen valiosas contribuciones teológicas provenientes de otras latitudes (principalmente de Europa) que se deben agradecer y tener en cuenta. También hay aportes procedentes de otras disciplinas, como la pedagogía,2 la psicología, la filosofía, etcétera. La teología debe contar con ellas como legítimas interlocutoras en el diálogo interdisciplinario. Y así, entre exploraciones bíblicas, contribuciones teológicas, confrontaciones proféticas de la realidad, acciones pastorales y diálogos fecundos, la teología de la ternura debe avanzar. La jornada teológica ya se inició, el camino por recorrer aún es largo; ¡no hay cómo retroceder! Sirva el presente texto como estímulo para la jornada y pan para ese camino. Los capítulos siguientes profundizarán algunos de los temas enunciados en este capítulo introductorio y expondrán otros aspectos medulares del tema.

La ternura abre un novedoso universo de posibilidades para vivificar la lectura bíblica, renovar —¿revolucionar?—la teología, actualizar la labor pastoral del pueblo de Dios, y, sobre todo, humanizar nuestras formas de convivencia. Esta teología nos ayuda a:

ACTUAR

¿Cómo podríamos reconstruir desde la ternura, en diálogo con los niños y las niñas, los rostros desfigurados de Dios que encubren y nos alejan del Dios tierno?

Reconstruir los significados trinitarios3 y los rostros desfigurados de Dios. Dios el Padre es tierno y vela por sus hijos e hijas con amor; es, a la vez, como una madre que amamanta a sus pequeñuelos con cariño. Dios el Hijo es la ternura encarnada; su misericordia no tiene límites y busca la justicia del Reino con amorosa insistencia. Dios el Espíritu se caracteriza por la dulzura, alegría y caridad.

Y, si Dios significa tres personas divinas «en eterna comunión entre sí» (Boff, 1992, p. 19), a nosotros se nos convocado a la comunión humana, porque «somos imagen y semejanza de la Trinidad». La ternura es la «antesala para la convivencia entre los seres humanos […] la puerta abierta para la inclusión», porque ella «abre las puertas del corazón para entrar en relación con los demás» (Grellert, 2016).

Cimentar una eclesiología del pueblo de Dios que se distinga por la ternura y el testimonio encarnacional. La misión de la Iglesia, como se ha señalado antes, consiste en dar testimonio de la dulzura de Jesús por medio de la vida, las obras y las palabras. La Iglesia como pueblo de Dios en misión continúa la obra de Cristo, encarnando su presencia en el mundo y actualizando su mensaje misericordioso (Juan 15.12-14). Esa misión se cumple por medio del servicio compasivo y no por el poder jerárquico (Mateo 20.26-28); y mediante la ternura como revelación del amor de Dios al mundo (Juan 3.16).

La pastoral «no es otra cosa que el ejercicio de la maternidad de la Iglesia. La Iglesia da a luz, amamanta, hace crecer, corrige, alimenta, lleva de la mano» y por eso se requiere «una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternas» (Kasper, 2015) de la ternura. Ejemplo de lo anterior son las palabras del apóstol Pablo en su Primera Epístola a los Tesalonicenses: «Y aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos habernos presentado con todo el peso de la autoridad, preferimos comportarnos entre ustedes con dulzura, como una madre que cuida de sus hijos» (1 Tesalonicenses 2.7).

La dulzura es la capacidad que mejor expresa la grandeza de Dios. Por lo tanto, soñar con una Iglesia más tierna, con personas cristianas más dulces y que las personas que las dirigen sean más afectuosas, es volver a soñar con la utopía del Reino.

Promover la participación política del pueblo de Dios como agente de transformación social. La teología de la ternura conlleva a acciones de cambio personal y cultural con repercusiones políticas. La ternura es una práctica revolucionaria, pero no de una revolución que solo exige el cambio de las estructuras sociales, sino una que también asume el cambio de conductas y comportamientos personales, en la familia, la escuela, el lugar de trabajo, la comunidad de fe, el barrio y la sociedad en general.

PENSAR

¿De qué maneras y en qué espacios se vive en la Iglesia esta contraposición de la dominación patriarcal sobre el afecto maternal de Dios cuyo carácter es ternura?

Ante el desamor y la deshumanización, la ternura afirma el camino del amor «comprometido con las transformaciones para la dignidad y la vida plena de todas las personas». Se compromete en facilitar la transformación de la familia, la protección de la niñez y la erradicación de la violencia contra la niñez, la incidencia a favor de políticas públicas que den prioridad a las personas más vulnerables de la sociedad, etcétera. Acerca de esta «revolución de la ternura», el cardenal alemán Walter Kasper ha explicado de forma brillante que es «la revolución cristiana de la revolución […] Es una revolución en el sentido original del término: el retorno al origen del evangelio como camino hacia el futuro, una revolución de la misericordia» (Kasper, 2015, p. 133).

ACTUAR

¿Cómo lograr mediante los discursos religiosos y las prácticas pastorales la reivindicación del perdón sobre el espíritu enjuiciador que domina, y de la gracia, e instaurarlos como principio de la ternura?

Actualizar el significado social de la gracia como gratuidad de la ternura en un mundo regido por la eficacia. (Cf. Martínez, 2006, pp. 71 ss.) A la Reforma Protestante (siglo XVI) se le debe en gran parte el haber recordado la centralidad de la gracia de Dios. Pero, para el reformador alemán Martín Lutero (1483-1546), las implicaciones de tal centralidad no concernían solo a la dogmática cristiana, sino también, y ante todo, a la vida personal y a la vivencia de la fe. Para él, creer en la gracia significaba vivir bajo la misericordia de Dios y no bajo su juicio implacable. Lutero decía que el redescubrimiento de la Sola Gratia significaba que se le habían abierto las puertas del paraíso, porque esa gracia le había liberado del terror ante un Dios iracundo y vengativo. Juan Stam, explicando el impacto personal de la gracia sobre la atormentada vida de Lutero, comenta que «la doctrina de la justificación por la gracia significó para Lutero su liberación del dominio de la ley y de las obras», y que fue «la respuesta a su angustiosa búsqueda de paz y salvación». (Stam, 2014, p. 242).

Por su parte, la Iglesia Católica, en la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación, afirmó (1999) que

en la justificación, el justo recibe de Cristo la fe, la esperanza y el amor, que lo incorporan a la comunión con él. Esta nueva relación personal con Dios se funda totalmente en la gracia y depende constantemente de la obra salvífica y creativa de Dios misericordioso que es fiel a sí mismo para que se pueda confiar en él.

Es decir, tanto para protestantes como para católicos, la gracia es más que una doctrina, es un principio liberador para vivir el amor y la ternura. Mensaje apremiante que debe proclamarse al unísono en este mundo donde, por «des-gracia», el valor de las personas depende de la eficacia de sus resultados o de los bienes materiales que poseen (salvación por las obras). «La praxis de la ternura aparece, así, como una especie de escuela de gratuidad» (Martínez-Gayol, 2006, p. 72). La ternura es la práctica de la justificación por la gracia.

En última instancia, hacer teología de la ternura es hacer que resplandezca el rostro amoroso de Dios (por encima del Dios enfadado y áspero que han presentado muchas teologías tradicionales) y apurar el Reino que se nos ha dado, como lo enseña el profeta-poeta, Dom Pedro Casaldáliga:

Somos, en última instancia,

el Reino que nos es dado

y que hacemos cada día

y hacia el que, anhelantes, vamos (Casaldáliga, 1986).

Referencias

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RUTA PARA SENTIR

RETOS PERSONALES (SENTIR Y PENSAR)

Lenguajear con ternura

Este capítulo es muy rico en imágenes de Dios que contienen muchísimos rasgos de la ternura. Desde el texto sagrado, se recupera la importancia que, para la vivencia de la fe, tiene la comunicación de esta ternura. Pero debe ser una comunicación no solo en términos verticales, de Dios a nosotros, y orales, sino en términos horizonatales, de la convivencia comunitaria, y de las distintas formas de expresar la ternura. La ternura se presenta incluso más que como una actitud, como un valor humano.

Sentir… el poder tranformador que trae a nuestra vivencia de la fe el conocimiento de que el Dios en quien creemos es un Dios tierno. Esto nos obliga a reemplazar los rostros del Dios despiadado y enjuiciador con las imágenes del Dios tierno.

Pensar… en todas las secuelas que ha dejado en la praxis pastoral, la producción teológica, incluso en las relaciones personales el hecho de que se haya invisivilizado la ternura de Dios en la vivencia de la fe cristiana.

Ponernos en su mirada

El autor nos señala que América Latina es una zona de riesgo, de mucha violencia, así que la mirada de los niños y las niñas tiene mucha incertidumbre, incluso miedo.

La vivencia de la fe cristiana debería, entonces, responder a esta realidad tan deshumanizadora, y, como indica el capítulo, ser signo de esa ternura y compasión de Dios, ya encarnada en Jesús.

Sentir… desde la mirada los niños, cargada de temor, aun de desesperanza, qué tan sedienta del mensaje y práctica de la ternura de la fe cristiana se halla la humanidad en general. La ternura del Padre, de Jesús y del Espíritu sigue hoy totalmente vigente como signo distintivo del cristianismo.

Pensar… en cómo la ternura de Jesús le dio sentido a su práctica y mensaje, para que, entonces, nuestra práctica y mensaje lleve ese mismo distintivo de la ternura.

Encarnar la ternura

Todas las referencias bíblicas que nos ayudan a ver a Dios como bondadoso, misericordioso, compasivo y tierno constituyen amplias posibilidades para que, como personas seguidoras de Jesús, proyectemos en diversas formas esa ternura de Dios. Debemos vivir la ternura para dar testimonio del Dios de ternura con nuestra propia vida, es decir, al practicar nuestra fe, tratemos con caridad a las demás personas.

Sentir… cómo Jesús encarnó la ternura, para encarnarla nosotros igual. Jesús nos invita, desde nuestra humanidad, a vincularnos más con Dios, que nos busca porque nos ama. Dios nos demanda que al seguirlo seamos ternura para las personas vulnerabilizadas del mundo, así como Jesús lo fue.

Pensar… en todos los textos bíblicos del Primer Testamento que exponen las distintas formas en que Dios expresa su ternura. Pensar también en cómo la hemos expresado en nuestra experiencia de vida y en cómo podríamos expresar ternura a las demás personas.

Seguir al maestro

Jesús era misericordioso, y con ese distintivo lo conocieron sus contemporáneos. El testimonio de los evangelios es que nadie pasaba por alto sus palabas, acciones y cómo expresó sus emociones, y así lo conocieron ampliamente en todo el territorio de Israel.

Él, como encarnación de la ternura de Dios, como lo señala Segura, era la ternura en todas sus formas para todas las personas. La manera como se vinculó con las personas vulnerabilizadas reflejó con toda claridad que el Dios misericordioso del Primer Testamento nunca permaneció lejos, sino que se hizo cercano, y más ahora que se encarnó en Jesús.

El Segundo Testamento abunda en textos de cómo Jesús nos enseña a encarnar la ternura en cada acción y palabra. Nos enseña que la fe se vive mediante el amor y la ternura expresada en todas las formas posibles.

Sentir… esa ternura con la que Jesús se relacionaba con las personas, a fin de experimentarla en nuestra cotidianidad, y así ser un canal de esa ternura para las personas con las que nos vinculamos. Sentir ese deseo de Dios que se encarnó en Jesús, el de vincularse a personas que se hallaban en condiciones vulnerables, que lo movieron a tener compasión de ellas.

Pensar… en las múltiples situaciones que nos retan a obrar con ternura en todo lo que somos y hacemos, para ser coherentes con nuestro seguimiento de Jesús. El maestro a quien seguimos es la viva encarnación de la ternura de Dios. Nuestro seguimiento de Jesús significa no solo seguirlo en el valor humano de su ternura, sino también en su praxis revolucionaria, cuyo impacto político provocó su muerte. De esa manera entenderemos su resurrección como signo de la rebeldía de la ternura contra este mundo.

PROYECTOS PASTORALES (ACTUAR)

Sentir, luego pensar; jugar, luego actuar

El presente capítulo recorre las imágenes que el Primer Testamento expone acerca de Dios, que lo revelan como un Dios colmado de ternura. Los rasgos de esta ternura nos inspiran y nos sirven de insumos para sentir y jugar en comunidad desde la vivencia de la fe.

Sentir... las diversas formas en que Dios decide relacionarse con las personas dándose a conocer como Dios amoroso. Sentir cómo Jesús vivencia la ternura al conectarse con las personas prestando atención a su dolor y a su tristeza

Jugar… dibujando todas esas imágenes en el lenguaje, los ritos, los documentos, las doctrinas, la praxis pastoral, los discursos, la producción teológica y los cantos.

Actuar… siguiendo el ejemplo de Jesús al encarnar esa ternura en todo lo que somos y hacemos para que este valor humano sea un distintivo de las comunidades cristianas.

PISTAS DE LAS DIMENSIONES DE LA TERNURA



1. En las definiciones de ternura se sigue el Marco Conceptual adoptado por World Vision y publicado en: Grellert, 2016.

2. Una de las mejores contribuciones a la pedagogía de la ternura se le debe a Alejandro Cussiánovich (Perú). Cf. Cussiánovich, 2010.

3. Ivone Gebara reclama la urgencia de esta reconstrucción: 1994, p. 17.

Ternura, la revolución pendiente

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