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Capítulo 3 Desborda el límite

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Antonio y Cleopatra empieza con Filón, uno de los oficiales de Antonio, que se queja a otro del insensato enamoramiento de su jefe:

Sí, pero este loco amor de nuestro general

desborda el límite. Esos ojos risueños,

que sobre filas guerreras llameaban

como Marte acorazado, dirigen

el servicio y devoción de su mirar

hacia una tez morena. Su aguerrido pecho,

que en la furia del combate reventaba

las hebillas de su cota, reniega de su temple

y es ahora el fuelle y abanico

que enfría los ardores de una egipcia.

Clarines. Entran Antonio, Cleopatra con sus damas, el séquito y eunucos abanicándola.

Mira, ahí vienen. Presta atención y verás

al tercer pilar del mundo transformado

en juguete de una golfa. Fíjate bien.

(acto 1, escena 1)

Todo en esta gran obra «desborda el límite». Sube el Nilo, inunda sus orillas, trae abundancia a la tierra egipcia. Las gigantescas personalidades de Antonio y Cleopatra rompen todos los límites:

Cleopatra

Si de veras es amor, dime cuánto.

Antonio

Mezquino es el amor que se calcula.

Cleopatra

Mediré la distancia de tu amor.

Antonio

Entonces busca cielo nuevo y tierra nueva.

Coqueteando, Cleopatra provoca a Antonio amenazándolo con fijar una frontera a su pasión. En el tono del Apocalipsis, Antonio se jacta de que la encantadora a la que llama «mi serpiente del Nilo» tendrá que descubrir un nuevo cielo y una nueva tierra. Negándose a atender a los emisarios de Roma, exclama:

¡Disuélvase Roma en el Tíber y caiga

el ancho arco del imperio! Mi sitio es éste.

Los reinos son barro, y la tierra con su estiércol

mantiene a bestias y a hombres. Lo grandioso

de la vida es hacer esto, cuando una pareja

tan unida puede hacerlo. Por lo cual,

¡bajo castigo reconozca el mundo entero

que somos inigualables!

Podríamos llamar a esto la epifanía de su pasión y de su orgullo. Antonio lo dice y no lo dice en serio. Él ambiciona Roma y Egipto. Quiere el mundo entero. La grandeza de su historia culmina en el fiero abrazo con Cleopatra. Explícitamente, celebra la fusión sexual de sí mismo como Hércules y de Cleopatra como Isis. Ambos forman una pareja inigualable sobre la cual el mundo debe emitir veredicto de unicidad.

El orgullo por su proeza compartida –política, militar, erótica– es uno de los grandes ingredientes de su gloria. Este orgullo es semejante al gozo de Falstaff en su lenguaje y a la confianza de Hamlet en el alcance de su consciencia.

Podría decirse que el mundo es la tercera mayor personalidad de Antonio y Cleopatra. Octavio César, el futuro Augusto y primer emperador, palidece en presencia de Cleopatra, su Antonio y el ancho mundo. Octavio destruirá a Cleopatra y a Antonio y se convertirá en el señor universal que imponga una paz romana. Y sin embargo, tanto él como el mundo se convierten en público de los amantes imperiales que acaparan la escena y se la apropian.

Cleopatra

¡Admirable engaño!

¿Se ha casado con Fulvia y no la quiere?

No soy la boba que parezco, y Antonio

no va a cambiar.

Antonio

...si no lo excita Cleopatra.

Por amor del Amor y sus tiernas horas,

no perdamos el tiempo con disputas.

Que no corra un minuto más de vida

sin algún placer. ¿Qué diversión hay esta noche?

Cleopatra

Atiende a los embajadores.

Antonio

¡Quita allá, discutidora!

A ti todo te cuadra: reñir, reír,

llorar; en ti toda emoción

pugna por hacerse bella y admirada.

¡Nada de mensajeros! Los dos solos

pasearemos esta noche por las calles

observando a las gentes. ¡Vamos, reina mía!

Anoche lo deseabas. [Al mensajero] ¡No me hables!

Burlándose de su amante, Cleopatra le recuerda su agresiva esposa, a la que él no quiere. Se encoge de hombros y dice que prefiere creerle cuando él sólo habla de placeres, aunque ella sabe lo que hay. La insensata respuesta de Antonio depende de la rica palabra «excita», en la que se combinan la excitación sexual, la locura y el estímulo para las nobles hazañas. «A ti todo te cuadra: reñir, reír, / llorar». Cuadrarle todo esto suena como si se nos recordase el flujo y reflujo de Cleopatra, como su Nilo. Antonio opta por la prolongación de los placeres, incitado por presagios de un final próximo. Hábilmente, Cleopatra evita a Antonio y le exige que escuche a los embajadores.

Hay aquí una huida hacia la brillante destrucción cuando Antonio admira la pasión de su Isis. Inconscientemente, habla como Osiris, ciego a su propia dispersión y hechizado por una diosa cuyas lágrimas y risas realzan su belleza por igual.

Flujo y reflujo, el ritmo del río del tiempo, pronto hacen que el romano Antonio oiga la resonancia de lo opuesto:

Enobarbo

¡Chss...! Aquí viene Antonio.

[Entra Cleopatra.]

Carmia

Él no, la reina.

Cleopatra

¿Habéis visto a mi señor?

Enobarbo

No, señora.

Cleopatra

¿No estaba aquí?

Carmia

No, señora.

Cleopatra

Estaba de ánimo alegre, y de pronto

le da por pensar en Roma. ¡Enobarbo!

(acto 1, escena 2)

Cleopatra intuye sagazmente que «pensar en Roma» alejará de ella a Antonio. La política y la pasión se funden al darse cuenta de ello.

Enobarbo

¿Señora?

Cleopatra

¡Búscalo y tráelo aquí! ¿Dónde está Alexas?

Alexas

Aquí, a tu servicio. –Ahí llega mi señor.

Cleopatra

No quiero verlo. Venid conmigo.

Su desdén es tan auténtico como táctico y nos recuerda que, mientras ella representa continuamente su propio papel, es consciente de los límites de su histrionismo. Los mensajeros informan de que la mujer de Antonio, Fulvia, y su hermano Lucio fueron derrotados por Octavio. Las malas noticias se multiplican. Los de Partia han atravesado las líneas romanas. Fulvia ha muerto. Antonio, que no la quería, la alaba como una gran alma «que nos deja». Una nueva percepción le avisa de que debe romper sus cadenas egipcias y abandonar a la «reina hechicera»:

Antonio

¡Enobarbo!

Enobarbo

¿Qué deseas, señor?

Antonio

Debo irme de aquí pronto.

Enobarbo

Mataremos a las mujeres. Ya sabemos lo mortal que es para ellas un desaire. Padecer nuestra ausencia será su muerte.

Antonio

Tengo que irme.

Enobarbo

En caso de necesidad, que se mueran las mujeres.

Sería una pena abandonarlas por nada, pero si hay

una causa importante, que no cuenten. Como tenga la

menor noticia de esto, Cleopatra se nos va en el acto.

Por mucho menos la he visto yo irse veinte veces. Será

porque en ello hay un ardor que la hace amorosa: se va

con mucha rapidez.

Enobarbo es meticuloso al describir el ardiente talento de Cleopatra para fingir sus muertes, un arma decisiva en su arsenal.

Antonio

Es más lista de lo que pensamos.

Enobarbo

¡Ah, no, señor! Sus emociones están hechas de la flor

del amor puro. No podemos llamar vientos y lluvias

a sus suspiros y sus lágrimas: son tempestades y

tormentas mayores que las que anuncia el almanaque.

Eso no es ser lista. Si lo es, ella trae la lluvia igual de

bien que Júpiter.

Antonio

¡Ojalá no la hubiera visto nunca!

Enobarbo

Entonces te habrías quedado sin ver una gran obra

maestra, y sin esta suerte menguaría tu fama de viajero.

El lenguaje es admirable y cómico, y nos dice una vez más que Antonio y Cleopatra no pueden subsumirse en géneros o categorías. El pobre Antonio, embelesado por ella, admira su arte y a la vez es reducido a desear que se termine. La lengua de Enobarbo brilla cuando es un eco de Hamlet:

¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Qué noble en su raciocinio! ¡Qué infinito en sus potencias! ¡Qué perfecto y admirable en forma y movimiento! ¡Cuán parecido a un ángel en sus actos y a un dios en su entendimiento!

(Hamlet, acto 2, escena 2)

Cleopatra es una obra maestra que es maravillosa de otra forma: erótica y a la vez, trascendente.

Antonio

Fulvia ha muerto.

Enobarbo

¿Señor?

Antonio

Fulvia ha muerto.

Enobarbo

¿Fulvia?

Antonio

Ha muerto.

Enobarbo

Entonces ofrece a los dioses un sacrificio de gratitud.

Cuando place a sus divinidades quitarle la mujer a

un hombre, nos enseñan quiénes son los sastres de

este mundo. Y en ello está el consuelo de que, cuando

un traje está gastado, los del oficio hacen otro. Si no

hubiera más mujeres que Fulvia, ¡triste asunto! Tu

pesar culmina en la consolación: el camisón viejo

trae la enagua nueva, y en la cebolla hay lágrimas que

bañarán tu dolor.

(acto 1, escena 2)

Esto es fascinante, como si a Enobarbo lo hubiera contagiado el gozoso ingenio de Falstaff, y me hace desear que Shakespeare hubiera agrandado su papel:

Antonio

El asunto que ella ha abierto en el Estado

no soporta más mi ausencia.

Enobarbo

Y el asunto que tú has abierto aquí te necesita, especialmente el de Cleopatra, que exige enteramente tu presencia.

Antonio

Basta de frivolidad. Anuncia mi intención

a mis oficiales. Yo haré saber

a la reina la causa de este apremio,

y me dará licencia de partir.

[ . . . ]

Anuncia a mis oficiales mi deseo

de que partamos en seguida.

Enobarbo

A tus órdenes.

Esta secuencia es esencial para aprehender la renovada subida del dinamismo de Antonio. De pronto es romano y desea hechos, no ilusiones. Sus hercúleos y potentes vientos se elevan y, a fin de corregirse, acepta que le digan sus defectos como arando para arrancarle sus errores y devolverle su sentido del terreno de su gloria.

La rueda de la fortuna y del tiempo que se hunde le avisa a Antonio de que su placer le llevará a la pesadumbre. Enobarbo, el riente cínico, juega con la idea de una mujer que muere al alcanzar su orgasmo. Cleopatra suele fingir la muerte, desmayándose dramáticamente cuando le conviene, de modo que sus muertes implican un aumento de vigor o exuberancia sexual. Enobarbo nos agrada por su abierta franqueza, su lealtad a Antonio y su ingenio escabroso. Pero Antonio vuelve a ser un general político romano y no hace caso a esas respuestas livianas. Su espíritu marcial desborda el límite y él reasume su hercúlea estatura.

Cleopatra

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