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Capítulo 2 Falso rostro esconda a nuestro falso pecho

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Lady Macbeth nos es presentada leyendo en voz alta la carta de su esposo relativa a las profecías de las Hermanas Fatídicas. Su reacción marca el tono de su feroz naturaleza:

Eres Glamis, y Cawdor, y vas a ser

lo que te anuncian. Mas temo tu carácter: está

muy lleno de la leche de la bondad humana

para tomar los atajos. Tú quieres ser grande

y no te falta ambición, pero sí la maldad

que debe acompañarla. Quieres la gloria,

mas por la virtud; no quieres jugar sucio,

pero sí ganar mal. Gran Glamis, tú codicias

lo que clama «Eso has de hacer si me deseas»,

y hacer eso te infunde más pavor

que deseo de no hacerlo. Ven deprisa,

que yo vierta mi espíritu en tu oído

y derribe con el brío de mi lengua

lo que te frena ante el círculo de oro

con que destino y ayuda sobrenatural

parecen coronarte.

(acto 1, escena 5)

El ahora proverbial «milk of human kindness» [leche de la bondad humana] exige ser consciente del lenguaje del Renacimiento inglés. «Human» significa «humane» [bondadoso, compasivo], y «kindness» seguramente significa «kinship» [parentesco]. Verter el espíritu en el oído es envenenar, como cuando, en Hamlet, el espectro le cuenta al príncipe que Claudio «vertió en los portales de mi oído / el tósigo ulcerante» o cuando Yago planea hundir a Otelo: «Le verteré en el oído este veneno.»

«El círculo de oro» es la corona de Escocia. Recuerdo que hace años yo caracterizaba a los Macbeth como el matrimonio más feliz en Shakespeare. Esto puede parecer una broma siniestra, pero es verdad. Su mutua pasión es absoluta en todos los sentidos, tanto metafísica como eróticamente. El hambre de poder se funde con el deseo recíproco y refuerza la turbulencia de su euforia.

Aunque Macbeth es pariente del benigno rey Duncan, Lady Macbeth es de mayor rango. Shakespeare la basó en Gruoch ingen Boite, la hija de Boite mac Cináeda, hijo de Cináed III, rey de Escocia, conocido por los ingleses como Kenneth III. Antes de casarse con Macbeth, Gruoch había sido la esposa del rey de Moray, al que dio un hijo, más tarde rey de Escocia. A Moray lo quemaron vivo sus enemigos. Shakespeare da a entender que el hijo de Gruoch murió con su padre.

«¿Cuántos hijos tuvo Lady Macbeth?» fue en un tiempo una burla contra los críticos que consideraban personas de verdad a los personajes de Shakespeare.2 Yo entiendo que la pregunta es válida y útil. Se podría responder que al menos un hijo, aunque ninguno con Macbeth. No tener hijos es una de las obsesiones de Macbeth. Él se propone asesinar el futuro, pero sus sicarios no llegan a matar a Fleance, el hijo de Banquo, aunque sí matan a éste, compañero de armas de Macbeth. Fleance será el antepasado de los Estuardos escoceses y luego ingleses. Cuando se intensifica la sed de sangre en Macbeth, ordena la matanza de Lady Macduff y todos sus hijos, y se complace en ella.

En toda la obra hay indicios verbales de que el ardor de Macbeth es tan intenso que culmina demasiado pronto cada vez que abraza carnalmente a su esposa. Esto parece estar relaciona do con la ansiedad proléptica que gobierna sus formas de pensamiento y acción. Él se sobreanticipa y salta demasiado rápido al otro lado de su plan, lo que bien podría explicar la falta de hijos de los Macbeth. La lujuria en acción se frustra cuando arde con rabiosa intensidad. Shakespeare es un gran maestro de la elipsis, de omitir cosas. Confía en que nuestra madura imaginación llenará lo que sólo queda sugerido.

Cuando Lady Macbeth es informada de que el rey Duncan será su huésped, acoge la noticia con salvaje exaltación:

Hasta el cuervo está ronco de graznar

la fatídica entrada de Duncan

bajo mis almenas. Venid a mí, espíritus

que servís a propósitos de muerte, quitadme

la ternura y llenadme de los pies a la cabeza

de la más ciega crueldad. Espesadme la sangre,

tapad toda entrada y acceso a la piedad

para que ni pesar ni incitación al sentimiento

quebranten mi fiero designio, ni intercedan

entre él y su efecto. Venid a mis pechos de mujer

y cambiad mi leche en hiel, espíritus del crimen,

dondequiera que sirváis a la maldad

en vuestra forma invisible. Ven, noche espesa,

y envuélvete en el humo más oscuro del infierno

para que mi puñal no vea la herida que hace

ni el cielo asome por el manto de las sombras

gritando: ¡Alto, alto!

En 1954 asistí en Londres a un Macbeth de la Old Vic en el que Paul Rogers interpretaba a Macbeth y Ann Todd a su esposa. La actuación de Ann Todd me pareció profundamente perturbadora. El director, Michael Benthall, le hacía doblarse, con la mano en la vulva, cuando ella gritaba «unsex me here» [literalmente, desexuadme aquí].3 Su imagen de pelirroja blandiendo un puñal se me grabó a fuego en la memoria y vuelve a mí cada vez que releo y enseño Macbeth.

El dominio que Lady Macbeth ejerce sobre su marido se manifiesta en el primer momento en que los vemos juntos:

Entra Macbeth.

Lady Macbeth

Gran Glamis, noble Cawdor y después

aún más grande por tu proclamación.

Tu carta me ha elevado por encima

de un presente de ignorancia, y ya siento

el futuro en el instante.

Macbeth

Mi querido amor, Duncan viene esta noche.

Lady Macbeth

¿Y cuándo se va?

Macbeth

Mañana, según su intención.

Lady Macbeth

¡Ah, nunca verá el sol ese mañana!

Tu cara, mi señor, es un libro en que se pueden

leer cosas extrañas. Para engañar al mundo,

parécete al mundo, lleva la bienvenida

en los ojos, las manos, la lengua. Parécete

a la cándida flor, pero sé la serpiente

que hay debajo. Del huésped hay que ocuparse;

y en mis manos deja el gran asunto de esta noche

que a nuestros días y noches ha de dar

absoluto poderío y majestad.

Macbeth

Hablemos más tarde.

Lady Macbeth

Muéstrate sereno:

mudar de semblante señal es de miedo.

Lo demás déjamelo.Salen.

En una obra de sólo dos mil líneas de verso y prosa, «time» [tiempo] aparece cincuenta y una veces.4 En el «después» de Lady Macbeth resuena la profecía de la Bruja 3a, si bien no está claro que sea parte de la carta de Macbeth. Aunque no la comparta, Lady Macbeth parece influida por la dolencia proléptica de su esposo:

Tu carta me ha elevado por encima

de un presente de ignorancia, y ya siento

el futuro en el instante.

Cuando le aconseja «para engañar al mundo, / parécete al mundo», vuelve a estar contagiada de su espíritu. Un grato pasatiempo se convierte en máscara del futuro. Y la ocupación que ella quiere tener en sus manos también entraña el asesinato de Duncan. Como hija de un rey, encuentra su voz más auténtica en «dar / absoluto poderío y majestad» y en la firmeza de su «Lo demás déjamelo».

Con música de oboes y a la luz de las antorchas, el rey Duncan y su séquito contemplan el castillo de Macbeth. En su inocencia, la entrada de Duncan y Banquo en su asesinato activa nuestra sensación de miedo:

Duncan

El castillo está en un sitio placentero;

en su frescor y dulzura, el aire

cautiva mis sentidos.

Banquo

El huésped del verano, el vencejo

que ronda las iglesias, nos demuestra

con su amada construcción que el hálito del cielo

aquí seduce de fragancia: no hay saliente, friso,

contrafuerte o esquina favorable en que este pájaro

no haya hecho su colgante lecho y cuna.

He observado que donde más anida y cría

el aire es delicado.

(acto 1, escena 6)

Se creía que el vencejo, cuyo nido se adhiere a los muros, traía buena suerte.

Entra Lady Macbeth.

Duncan

¡Mirad! ¡Nuestra noble anfitriona!

El afecto que recibo es a veces mi molestia,

mas siendo amor lo agradezco. Acabo de enseñaros

a rogar que Dios me premie por ser una carga

y a que me agradezcáis vuestra molestia.

Lady Macbeth

Nuestro entero servicio, prestado en todo

dos veces y después aún doblado, sería

un rival pobre y endeble frente a los altísimos

honores de que Vuestra Majestad

colma a nuestra casa. Por los anteriores

y las nuevas dignidades añadidas

rogaremos por vos como eremitas.

Duncan

¿Dónde está el barón de Cawdor?

Galopé tras él con la intención

de preparar su llegada, pero es buen jinete

y su gran afecto, penetrante cual su espuela,

le ha ayudado a adelantarse. Bella y noble dama,

esta noche soy vuestro huésped.

Lady Macbeth

Vuestros siervos administran

a sus siervos y a sí mismos con sus bienes

para rendir cuentas cuando así lo dispongáis

y devolveros lo que es vuestro.

Duncan

Dadme la mano.

Llevadme a mi anfitrión; le quiero bien

y he de seguir favoreciéndole.

Con permiso, señora.

Salen.

Este diálogo encierra una extraña crueldad. Duncan, escocés de las Tierras Bajas, no es muy consciente de las salvajes Tierras Altas de los Macbeth. La gentileza de Lady Macbeth apenas oculta su inminente ferocidad. De pronto vemos a Macbeth, por primera vez solo en escena, y escuchamos su asombroso monólogo, en el que irrumpe su involuntario don proléptico:

Si darle fin ya fuera el fin, más valdría

darle fin pronto; si el asesinato

pudiera echar la red a los efectos y atrapar

mi suerte con su muerte; si el golpe

todo fuese y todo terminase, aquí

y sólo aquí, en este escollo y bajío del tiempo,

arriesgaríamos la otra vida.

(acto 1, escena 7)

Cuando releo esto, oigo a Ian McKellen dominando extraordinariamente las sibilancias y el arrastre de las erres. El triple «fin» es ambiguo. ¿Se refiere a la ejecución o a la conclusión? «Assassination» parece ser invención de Shakespeare. El juego verbal de «surcease, success» [final, efecto] es intrincado. Se supone que la muerte de Duncan sería su final, pero «success» podría aludir a los esperados sucesores de Macbeth además de significar simplemente lo que sucederá. El juego de «the be-all and the end-all» [literalmente, el serlo todo y el acabarlo todo] es otra invención de Shakespeare. El «bank and shoal» [escollo y bajío] es enmienda moderna –que me resisto a aceptar– del texto original «bank and schoole».

Pero en tales casos

nos condenan aquí, pues damos

lecciones de sangre que regresan

atormentando al instructor: la ecuánime justicia

ofrece a nuestros labios el veneno

de nuestro propio cáliz. Él goza aquí de doble amparo:

primero porque yo soy pariente y súbdito suyo,

dos fuertes razones contra el acto; después,

como anfitrión debo cerrar la puerta al asesino

y no empuñar la daga. Además, Duncan

ejerce sus poderes con tanta mansedumbre

y es tan puro en su alta dignidad que sus virtudes

proclamarán el horror infernal de este crimen

como ángeles con lengua de clarín, y la piedad,

cual un recién nacido que, desnudo,

cabalga el vendaval, o como el querubín del cielo

montado en los corceles invisibles de los aires,

soplará esta horrible acción en cada ojo

hasta que el viento se ahogue en lágrimas. No tengo espuela

que aguije los costados de mi plan,

sino sólo la ambición del salto que, al lanzarse,

sube demasiado y cae del otro…

Al saltar sobre la vida tras la muerte, Macbeth prevé un juicio contra sí mismo. La ecuánime justicia puede llevarle a la situación del marrullero Claudio, obligado por Hamlet a beberse el cáliz envenenado que, previsto para Hamlet, acabó con Gertrudis. En Macbeth irrumpe una gran voz que proclama la índole angelical de Duncan y anuncia el descenso de la piedad en forma de un recién nacido desnudo cabalgando el viento o del querubín a semejanza de una criatura a lomos de los aires invisibles. Macbeth salta sobre el semental de su ambición, se eleva demasiado y cae al otro lado.

Entra Lady Macbeth para devolver a su marido a su conjunta decisión:

Macbeth

No vamos a seguir con este asunto.

Él acaba de honrarme y yo he logrado

el respeto inestimable de las gentes,

que debe ser llevado nuevo, en su esplendor,

y no desecharse tan pronto.

Lady Macbeth

¿Estaba ebria la esperanza

de que te revestiste? ¿O se durmió?

¿Y ahora se despierta mareada

después de sus excesos? Desde ahora ya sé

que tu amor es igual. ¿Te asusta

ser el mismo en acción y valentía

que el que eres en deseo? ¿Quieres lograr

lo que estimas ornamento de la vida

y en tu propia estimación vivir como un cobarde,

poniendo el «no me atrevo» al servicio del «quiero»

como el gato del refrán?

Su desdén retrata vigorosamente a Macbeth como un borracho que se levanta tras dormir un sueño etílico, aquejado del remordimiento de la náusea. Su desprecio encierra un reproche sexual que combina la ambición con el ardor y se burla de su incapacidad. Para Lady Macbeth, el ornamento de la vida es la corona. El proverbial adagio del gato que quería comer peces sin atreverse a mojarse las patas aumenta su provocación.

Macbeth

¡Ya basta! Me atrevo

a todo lo que sea digno de un hombre.

Quien a más se atreva, no lo es.

Lady Macbeth

Entonces, ¿qué bestia

te hizo revelarme este propósito?

Cuando te atrevías eras un hombre;

y ser más de lo que eras te hacía

ser mucho más hombre. Entonces no ajustaban

el tiempo y el lugar, mas tú querías concertarlos;

ahora se presentan y la ocasión

te acobarda. Yo he dado el pecho y sé

lo dulce que es amar al niño que amamantas;

cuando estaba sonriéndome, habría podido

arrancarle mi pezón de sus encías

y estrellarle los sesos si lo hubiese

jurado como tú has jurado esto.

Una vez más, duda de la virilidad de Macbeth al insinuar que retraerse de su osadía le acobarda. Nos sobresalta la imagen de estrellarle los sesos a la criatura que había perdido cuando fueron asesinados ella y su primer marido.

Macbeth

¿Y si fallamos?

Lady Macbeth

¿Fallar nosotros?

Tú tensa tu valor hasta su límite

y no fallaremos.

Esto puede entenderse como la imagen de tensar un instrumento musical o la cuerda de una ballesta. Sin embargo, el reproche sexual vuelve a aparecer cuando insta a Macbeth a tensar su valentía hasta el extremo.

Cuando duerma Duncan

(y al sueño ha de invitarle el duro viaje

de este día) someteré a sus guardianes

con vino y regocijo, de tal suerte

que la memoria, vigilante del cerebro,

sea un vapor, y el sitial de la razón,

no más que un alambique. Cuando duerman

su puerca borrachera como muertos,

¿qué no podemos hacer tú y yo

con el desprotegido Duncan? ¿Qué no incriminar

a esos guardas beodos, que cargarán

con la culpa de este inmenso crimen?

Macbeth

¡No engendres más que hijos varones,

pues tu indómito temple sólo puede

crear hombres! Cuando hayamos manchado

de sangre a los durmientes de su cámara

con sus propios puñales, ¿no se creerá

que han sido ellos?

Lady Macbeth

¿Quién osará creer lo contrario

tras oír nuestros lamentos y clamores

por su muerte?

Macbeth

Estoy resuelto y para el acto terrible

he tensado todas las potencias de mi ser.

¡Vamos! Engañemos con aire risueño.

Falso rostro esconda a nuestro falso pecho.

La decisión de Macbeth es abiertamente fálica al continuar con la metáfora de tensar un instrumento o una ballesta. Sin embargo, es irónico que no sea posible engañar al mundo; éste nos engaña. El último verso fusiona la falsedad de corazón y rostro en esta distorsión del conocimiento.

Macbeth

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