Читать книгу Tú disparaste primero - Helena Pinén - Страница 7
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ОглавлениеLía se notaba más agarrotada que cuando iba al gimnasio cada día para fortalecerse. En tan solo cuarenta y ocho horas había trabajado más que en los últimos tres meses. Debía cuidar del niño, del enorme ático y del dueño de éste. Debía tenerlo todo limpio, recogido y bien cuidado, a la par que debía estar con los ojos bien abiertos.
Nada podía escapársele. Un fallo y Brandon podía terminar muerto.
No fue fácil acostumbrarse a aquella nueva vida, sobre todo las primeras horas. El ritmo frenético, el tener mil cosas que hacer al mismo tiempo cuando al reloj le faltan horas, el dormir poco…
Por eso, Lía siempre había admirado a las madres solteras. Y a esas amas de casa que se quedaban cuidando de sus dos o más hijos mientras preparaban la comida, intentaban que el baño estuviera limpio y que el perro no manchase de barro el sofá.
Por Dios, era como regresar a sus tiempos de novata, donde cargaba con todo a sus espaldas, cuando sus tareas eran pesadas y casi siempre doblaba turnos.
Sólo que allí no podía ir al bar a por una taza de té y empaparse con la cháchara de sus compañeros, que alardeaban de lo buenos que eran y de las ganas que tenían de ser ascendidos. Quién le diría que echaba las bromas sobre pistolas y esposas que le hacían desde que llegó.
Por suerte, Brandon era un niño muy bueno que sólo comía, dormía y, de vez en cuando, dejaba que se le hicieran carantoñas y se le arrancase alguna que otra risotada. Solo lloraba cuando los dientes le molestaban, pero con un mordedor se tranquilizaba a los minutos.
Lía estaba segura de que el pequeño sabía que faltaban sus padres y estaba triste por ello, pero no quiso agobiar a McBane con aquello.
En cuanto a Patrick McBane, Lía comprendía que Lorraine le dijese que era un hombre de hierro, casi inexpresivo. Apenas le había visto sonreír en esos dos días, aunque era lógico dada la pérdida. Por suerte, parecía adorar al pequeño, si bien seguía estando visiblemente incómodo cuando trataba con Brandon.
Ellos se llevaban mínimamente bien, pues cuidar de un bebé unía muchísimo, sobre todo de madrugada, cuando los llantos eran más fuertes. Por ahora se turnaban.
Dado el poco tiempo que se conocían, el poco rato que compartían juntos y las pocas ganas que Patrick tenía de relacionarse con Lía, ninguno de los dos osaba pasar de una relación meramente cordial.
El teléfono móvil sonó y corrió hacia él, prácticamente lanzándose sobre la mesa auxiliar donde lo tenía. Brandon estaba echándose una siesta, despertarlo en ese momento lo dejaría agotado para el resto de la tarde.
No necesitó mirar el identificador de llamadas, Michael tenía un tono exclusivo para él.
—Salas.
—¿Cómo están las cosas por el ático?
La voz masculina sonó tan profesional como la que había usado ella para saludarle. Se incorporó del sofá, resoplando, y se acercó a las ventanas. Observó la ciudad durante unos segundos, en silencio.
—Todo está muy tranquilo. El conserje sube la compra y todo lo que necesito, así que no tengo necesidad de salir de aquí. Llevo encerrada con Brandon desde que me contrató.
Pronto tendría que salir. Brandon necesitaba no permanecer recluido y ella ansiaba la libertad.
—Eso está bien, al menos el niño no está expuesto —el comisario Michael Quinn rumió antes de resoplar.
—Está genial… pero creo que me volveré loca si no me toca el aire en breve.
—La azotea está limpia.
Lía puso los ojos en blanco. Michael apenas le había prestado atención, su única prioridad era mantener los parámetros de seguridad bajo control. Era de agradecer saber que fuera del apartamento todo marchaba sobre ruedas, si bien en esos momentos necesitaba más al amigo que al superior.
—Nadie podrá descender desde ella hasta las ventanas. Tenemos los edificios colindantes llenos de francotiradores. Si ven algo extraño, dispararán con silenciador —siguió explicando.
Michael tenía a sus hombres vigilando las cámaras de seguridad, pero no había grabaciones de la azotea. Antes era un helipuerto, pero cuando McBane y el vecino del ático de al lado compraron sus viviendas, estipularon que no estaban dispuestos a tener algo semejante sobre sus cabezas. Y con eso, se quitó todo lo relativo con la seguridad, pues ya nadie tenía acceso a aquella parte del edificio.
Así que había que tener gente especializada movilizada. Lía lo veía excesivo, pero era una mandada. Si alguien se metía en líos por poner tantos efectivos en el campo, sería Michael, no ella. Aún así, no quería que reprimieran a su amigo.
—¿Has mandado revisarla? Quizá sería más eficaz…
Y más barato. ¿Cuánto estaría costando esa vigilancia con semejante armamento?
—Cualquier precaución es poca, Salas —que se dirigiera a ella por su apellido, le dijo a Lía por qué estaba siendo tan distante. Estaba acompañado de alguien importante que escuchaba la conversación—. Sé que has comprobado que no hay micrófonos en el ático, pero… ¿crees que podrían dejar alguno en el maletín de McBane?
Antes de poder responder, una nueva llamada entró por la otra línea. Tenía que contestar. Por poco entró en pánico al ver que se trataba de Patrick.
—Todo limpio por aquí. Revisaré ese maletín en cuanto me sea posible. Pero no te prometo nada… No tenemos tanta confianza el uno en el otro todavía. No puedo entrar en su dormitorio, así como así, cuando él está aquí. Tengo que colgar —fue rápida, no le dio opción a rebatir—. ¿Diga?
—Lía —la voz sin tono concreto de McBane llegó hasta ella—. ¿Cómo va todo?
—Está todo muy tranquilo por aquí —y era cierto. Las palabras de Michael validaban su opinión—. Brandon está dormido. Si dentro de media hora no se despierta, lo haré yo para que se tome la fruta.
—Bien… Tengo una reunión, pero intentaré llegar pronto para ayudarte a bañarlo.
—No se preocupe, puedo hacerlo sola sino —se llevó el teléfono a la galería posterior a la cocina y terminó de sacar la ropa de la lavadora, sosteniendo el móvil con la ayuda del hombro contra la oreja.
Patrick rezongó, pero aceptó. Al fin y al cabo, ella estaba allí para cuidar de Brandon. Por una tarde que no estuviera presente mientras lo bañaba, no pasaba nada.
Aunque colgó pronto, a los pocos segundos, McBane volvió a llamar y Lía no pudo evitar responder, casi riendo por lo nerviosa que se estaba poniendo:
—¿Ahora qué?
Quiso meter la cabeza en la secadora. Podía ser joven y alocada, pero se suponía que respetaba a McBane. No podía hablarle de aquel modo. Debería recordar el protocolo y mantener su papel a la perfección. Dejar salir a la verdadera Lía no era buena idea.
—Disculpe…
—No te disculpes, me gusta que seas tan natural —sus palabras la sorprendieron—. De hecho, quería preguntarte… ¿Crees que podrías tutearme?
—¿Cómo… dice?
Patrick sonrió mientras observaba Londres extenderse al otro lado de la ventana de su amplío despacho.
Había algo en aquella pregunta, formulada con un leve tartamudeo de lo más adorable, que lo había hecho olvidar por un segundo que había una daga clavada en su pecho, hundiéndose milímetro a milímetro, arrancándole constantes muecas de dolor que debía esconder del mundo. Un mundo que se compadecía de él y lo miraba como si fuera un perdedor.
Como si una fuerza sobrehumana lo obligase a ello, miró la fotografía de Felicia por encima del hombro. Él no la había tomado, ni siquiera había sabido de su existencia hasta la muerte de su hermana y su cuñado. La había cogido de la casa familiar el otro día, tras la visita del abogado. Tenía varias más, la mayoría estaban guardadas, aunque había un par en el cuarto de Brandon. Pero esa estaba destinada a estar en su oficina. Ver su sonrisa soñolienta y orgullosa mientras sostenía un Brandon recién nacido, le hizo sentir terriblemente solo.
Un recordatorio: ahora tenía que acortar sus reuniones y sus jornadas laborales.
Ella ya no estaba y él usaba a Celia como soplo de aire fresco para olvidar durante unos segundos que estaba en una sala demasiado caldeada, asfixiante. El mismo averno.
Porque era la única que no hablaba de Felicia ni su accidente, aunque seguramente Lorraine ya le habría contado lo sucedido. Era la única que lo trataba como un ser humano normal, haciendo así que, de tanto en tanto, se olvidase que estaba pasando un duelo. No le preguntaba constantemente cómo se encontraba y eso le permitía ser, durante unos segundos, el Patrick McBane de meses atrás.
Lo cierto era que le sacaba de quicio que Lía lo tratase de usted. Patrick apreciaba el modo en que lo hacía sentir y ella seguía hablando como si fuera un director de colegio. Por eso le había pedido, sin dejar ver que estaba rogando, que dejase de ser tan formal. No soportaba que lo hiciera sentir tan mayor, tan importante. No cuando pasaban tantas horas juntos, pues dormían bajo el mismo techo. Si Patrick era partidario de tutearse con sus empleados, dado que pasaban ocho horas o más al día compartiendo oficina… ¿por qué no con la chica interna que lo ayudaba con Brandon? Sería lo correcto, lo justo y lo más agradable.
Esperaba que no la incomodase su petición. Inquieto porque ella no decía nada, se aflojó el nudo de la corbata.
—Pero… pero…
—Por favor, Lía. No voy a dudar de tu profesionalidad sólo porque te tomes una pequeña libertad conmigo.
Cerró los ojos con fuerza, esperando una respuesta…
—¿Patrick?
Lía respiró hondo, aturdida por haberse atrevido a tutearlo tan pronto, tan acostumbrada estaba a las formalidades. Siendo honesta, estaba pasmada por lo bien que sentaba tratarlo como a un amigo más.
Paladeó su nombre. Sólo había osado pronunciarlo en su cabeza, pero en su lengua y en sus labios sonaba distinto. Mucho más pecaminoso y bonito. Como si fuera una melodía tatareada, chocolate fundido cubriendo una fresa, las olas acariciando los pies anclados en la arena…
¿Qué demonios estaba pensando? Ahora sí que iba a meter la cabeza en la secadora.
—Mejor así, Lía. Me gusta.
Y sin decir nada más, McBane cortó la comunicación, dejándola aturdida, mirando la pantalla del smartphone como si fuese una cucaracha.
Terminó de programar la secadora y se apoyó en la pared. Los últimos cinco minutos le habían parecido tan surrealistas y fugaces que dudó que hubiera sucedido de verdad. Incluso tuvo que comprobar el listín de llamadas del teléfono. Estaba allí por un motivo y pensaba cumplir aquella misión costase lo que costase… pero no esperaba sentirse de aquel modo tan extraño.
Fue al dormitorio de Brandon con pasos tambaleantes. Necesitaba alejarse de aquella galería. Era donde había dicho su nombre por primera vez y el eco de su propia voz resonaba entre las cuatro paredes. Quizá observar al niño dormir desharía el nudo que la estrangulaba a la altura del estómago.
¿Por qué se sentía tan confusa?
Cuando abrió la puerta, se encontró con que el pequeño estaba jugando con un peluche. Sonreía, se adivinaba la curvatura de sus labios pese al chupete. Estaba encandilado. Lía notó que los latidos de su corazón recuperaban el ritmo habitual ante la paz que Brandon transmitía.
—¿Te lo pasas bien con el búho, cariño? —le preguntó, acercándose más a la cuna.
Brandon levantó los ojos en su dirección y su sonrisa creció, llegando a soltar el chupete.
—¿Qué te parece si merendamos un poquito mientras miramos los dibujos? —lo tomó en brazos y cogió el búho para ponerlo entre los dos cuerpos—. Y nos llevaremos a tu nuevo amigo…
Los deditos de Brandon cogieron los suaves mofletes del peluche y se rio. Lo dejó en el parque y fue a prepararle una papilla mientras escuchaba su parloteo incesante. Era curioso cómo ya estaba más animado que esa mañana, que apenas gorgoteaba.
Lo colocó en su trona y puso un canal infantil en la televisión para distraerlo. Brandon aplaudió. Sin embargo, en cuanto puso los ojos en el mejunje de frutas y galleta, no apartó la mirada de la comida.
Charló con él mientras le daba la papilla. Brandon le respondía en algún momento —sabía decir algunas palabras, como papá—, otras se reía con sus formas de hacer llegar la cuchara hasta su boca. A veces se negaba a comer, pero cuando veía que Lía fingía llevárselo a la boca, reclamaba la papilla como suya levantando las manos hacia ella. Podía parecer una escena cuotidiana, pero lo cierto era que estaban trabajando en un vínculo.
Después de darle la merienda, vio con él la televisión, jugaron un rato. Una hora antes de bañarlo, lo dejó en el parque para planchar, a su lado, la ropa que había sacado de la secadora minutos atrás. Le explicaba todo lo qué hacía, tan convencida estaba desde siempre que los niños entendían todo lo que los adultos decían.
Cuando vio a Brandon frotarse los ojos, Lía recogió la tabla de planchar. Se estaba haciendo tarde en el horario del niño. Lo tomó en brazos, sabiendo que McBane llegaría tarde y que no iba a contar con él para la hora del baño. Le iba a ser difícil dejar el ritmo de la empresa.
Meneó la cabeza y varios mechones se le escaparon del moño informal que se había hecho por la mañana.
—Vamos a bañarte, pequeñín. Ya verás qué calentita estará el agua…
Brandon parecía encantado con la idea. Golpeaba el agua con los puños, riendo a carcajadas mientras la mojaba.
Escuchó la puerta principal abrirse y luego cerrarse. El corazón se le subió a la garganta, pero siguió hablando con Brandon sin perder tono. Debía ser Patrick. No podía ser otra persona…
A pesar de todo, se maldijo por no poder llevar encima su arma. Le daba seguridad y en caso de emergencia le iría de fábula. El problema era que la pistola se veía demasiado y con ella pegada a la cinturilla del pantalón, nadie se creería que era una simple niñera.
Notó su presencia en el vano de la puerta. Conocía bien su colonia. Era McBane. Seguramente se estaría quitando la corbata, tras haber dejado la chaqueta del traje olvidada sobre el brazo del sofá.
Se relajó un poco. No debía saltar a la mínima y andar pensando con el estómago contraído que no tenía ninguna arma de fuego a mano. Nadie la atacaría por la espalda. Allí dentro estaba más segura que en un refugio antiaéreo gracias a la eficacia de Michael.
Atrapó el labio entre los dientes cuando McBane se agachó a su lado para darle un beso en la cabecita a Brandon. Fue un instante de lo más tierno, roto por una travesura infantil sin mala intención. El bebé empapó su camisa de Armani en un santiamén. Los dos adultos se rieron.
—Así que te gustan las fiestas de camisetas mojadas, eh…
—¡Señor! —ella lo frenó, sacando al niño al fin de la bañera—. No creo que…
Patrick la cortó meneando la cabeza y envolviendo a Brandon en la mullida toalla. Se lo quitó de los brazos, tomando la iniciativa sin darse cuenta.
—Nunca recordará que hemos tenido esta conversación, Lía. Es demasiado pequeño… —en sus ojos danzaba la burla, si bien no habían perdido el fulgor de sufrimiento que los empañaban—. Te prometo que su integridad sigue intacta.
Ella quiso replicar, pero Patrick alzó la mano para apartarle una gota de agua que pendía de su sien. Los dedos masculinos sobre su piel fueron como fuego, un reguero de brasas que conectó directamente con su bajo vientre. Tragó saliva.
—Está bien —se rindió, bajándose las mangas de la camiseta, que también tenía salpicada de agua y jabón—. Usted es aquí el responsable del niño. Yo le cuido, pero la educación corre de su cuenta.
—No pensé que fueras tan dramática…
—¿Puede terminar de arreglarlo usted mientras yo le preparo el biberón?
—Claro, me encargaré de vestirlo —se marchó, dejándola sola en el cuarto de baño, rodeada de vapor.
Lía suspiró. Fue a su dormitorio a cambiarse la camiseta, que estaba calada. Se puso una básica de tirantes y por encima una sudadera que pronto se quitaría. Patrick tenía los radiadores encendidos las veinticuatro horas.
—No quiero que Brandon pase frío en ningún momento —había dicho tras regular el termostato.
Antes de salir, se aseguró de que su revólver seguía en su sitio y respiró más tranquila. Su tapadera seguía intacta. Luego tendría que comprobar que los cerrojos estaban bien echados… y sobre todo, tendría que llegar hasta el maletín de McBane y mirar si había o no dispositivos de escucha.
Una vez preparado el biberón, Lía se dirigió hacia el dormitorio del pequeño mientras lo movía como si fuera una coctelera.
Se encontró sonriendo cuando vio a Patrick terminando de vestir a Brandon. Era adorable observarlos. McBane le explicaba que la reunión que lo había retrasado esa tarde había sido un aburrimiento, lleno de números y gráficos. Ya no parecía tenerle miedo al crío, ni estaba exageradamente tenso cuando lo sujetaba. Lo besaba y hablaba con él con más soltura, incluso había empezado a ser más paciente.
Los dos días que Lía había pasado allí le había estado enseñando cómo cogerlo, cómo cambiarlo de ropa, tan llena de botones y cremalleras. Aquello había fortalecido la relación entre tío y sobrino.
El niño buscaba en él una nueva figura paterna. Si Lía lo sostenía en brazos, estaba encantado; si Patrick hablaba, se removía hasta que era él quien lo cogía y lo acunaba.
Patrick también se encontraba cómodo con Brandon, aunque todavía rezongaba cuando le tocaba cambiar pañales o apenas podía pegar ojo. Algo que posiblemente haría toda la vida, ya que era el lado malo de la paternidad.
Sus miradas se encontraron y Patrick le sonrió.
—¿Por qué no le das tú el biberón y yo pido una pizza para los dos?