Читать книгу Tú disparaste primero - Helena Pinén - Страница 8
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ОглавлениеPatrick cerró el portátil. Se frotó las sienes y los ojos. Se sentía emocionalmente exhausto. Su estómago gruñó, recordándole que no había podido cenar por culpa de aquella videoconferencia de última hora. No podía quejarse, por algo era jefe y tenía el sueldo que tenía. Salió de su dormitorio. Le era extraño refugiarse allí cuando recibía llamadas desde Nueva York o Hong Kong y se encontraba fuera de la empresa. Al fin y al cabo, atisbaba a ver la cama desde su escritorio.
Suspiró y se frotó la nuca mientras recorría, descalzo, la distancia entre su puerta y la del niño. Era casi medianoche y comprobó que dormía a pierna suelta. Sonrió mientras lo arropaba mejor con la sábana. Le acarició la mejilla y se inclinó, haciendo crujir la barandilla de la cuna bajo el peso de sus costillas, para darle un suave beso en el pelo. Brandon se removió pero no se despertó ni soltó su chupete.
Hacía pocos días que lo tenía a tiempo completo en su vida, pero lo quería mucho más que cuando Felicia estaba viva y se veían cada fin de semana. Era su sobrino, no lo olvidaba, pero ahora había más afán protector en su corazón. Más amor, tal vez. Era un sentimiento intenso como ningún otro. Uno que taladra con un gusto dulce, uno que da miedo, pero que a la vez no quieres soltar.
Debía ser algo parecido a lo que había sentido Peter cuando Brandon había nacido.
Patrick se prometió que otra noche en la que hubiera una videoconferencia improvisada, por más urgente que fuera, no pensaba aceptarla. Hong Kong podía esperar al día siguiente. Pero hacer que Brandon se durmiera gracias a él, no.
Salió de la habitación casi caminando de puntillas, guiándose por la tenue luz que llegaba del salón. Fue hacia allí y se pasó una mano por la cara.
Lía estaba dormida en el largo sofá, tumbada de lado, con un brazo cayendo por el borde. Patrick recogió el mando a distancia que había caído al suelo y apagó el televisor. Cogió la caja de cartón que había en la esquina de la mesa auxiliar.
Le había prometido una pizza. La había pedido, pero no había podido ni probarla. Cuando el repartidor había llegado, Brandon seguía despierto y a él le habían avisado de que tenía una videollamada. Lía había cenado sola después de conseguir que el niño se durmiera. Le había dejado más de la mitad de la cena para él. Cerró la tapa de la caja y la miró.
Esa misma tarde había visto a través de su camiseta blanca un poco de su ropa interior, pues se había mojado bañando a Brandon. Y en aquellos momentos, por su postura y lo escotada que era su camiseta de tirantes, tenía un ángulo bastante claro de sus senos.
Patrick se acercó al ventanal con una porción de pizza fría en la mano. Respiró hondo.
No negaría que la chica le parecía guapa, atractiva. No sabría decir si era por el físico, su voz suave o su naturalidad. Le había causado una gran impresión la primera vez que la había visto. Si bien algo en su interior le decía que, de acostarse con Lía, las cosas se torcerían entre ellos.
Porque Lía no merecía ser usada como un desahogo más. Sabía que un polvo con ella no le devolvería a Felicia ni la felicidad que se llevó consigo.
No quería herirla.
La muerte de Felicia había puesto del revés todo su mundo hasta el punto de no creer en el sexo por el sexo.
No se terminó ni siquiera aquel pedazo de pizza. Fue a la cocina y tiró lo que había sobrado de la masa con jamón dulce, atún, aceitunas rellenas y pollo. Regresó al salón y se inclinó para tomar en brazos a Lía, pero algo le hizo dar un paso atrás. Se miró. El deseo era obvio a través de sus pantalones.
Si la tomaba entre sus brazos, si notaba aquellas curvas contra su cuerpo, le haría el amor. Se contuvo mientras una fina capa de sudor le cubría las sienes. ¿Aquello estaba pasando realmente? Era una sabandija. ¿Cómo se atrevía a sentir algo tan impuro como aquello cuando Felicia ya no iba a ser acariciada nunca más?
La despertó con suavidad, poniendo una mano tierna en su hombro. Ella abrió los ojos con varios parpadeos y tardó en enfocarlo. Cuando lo hizo, su entrecejo se arrugó y se incorporó sobre un codo.
Joder, el gesto resaltaba más sus pechos. Controlarse le estaba costando un mundo.
—¿Patrick?
¿Se habría dado cuenta de que lo había tuteado, a diferencia de aquella tarde, donde había vuelto a imponer distancias entre ambos?
—¿Qué hora… es?
Patrick no necesitó mirar el carísimo reloj de pulsera que todavía llevaba anudado en la muñeca.
—Pasan de las doce.
—¿Y… mmm… has estado trabajando hasta ahora? —preguntó, aclarándose la garganta, notando que tenía la voz y la lengua pastosas.
Patrick sonrió con ternura. Lorraine no se había equivocado y había tenido un buen ojo con ella. Estaba más que capacitada para el puesto que ocupaba. Pero era dulce con todo lo que la rodeaba, preocupándose por todo lo que ocurría. No sólo con Brandon.
—Está bien, Lía —la ayudó a levantarse, de nuevo notando aquella calidez apoderándose de sus dedos ahora que la sujetaba para mantenerla en pie—. No te preocupes tanto por las cosas. Estoy acostumbrado a estos horarios tan insanos.
—No deberías. Entiendo que tu puesto lleva responsabilidades, pero si te enfermas… —bostezó. No lograba mantenerse erguida, tan adormilada seguía—. ¿Quién cuidará de Brandon?
—¿Sabes quién no se puede permitir ponerse enfermo? —le peinó el pelo y no supo por qué lo había hecho. Esperaba que Lía estuviera tan atontada que no se diera cuenta. O, como mínimo, que no se acordase al día siguiente—. Tú. ¿Por qué no vas a dormir?
—¿Has cenado?
Mintió, asintiendo. Ella pareció quedarse tranquila, haciendo que sí a su vez, mientras se peinaba la cabellera con los dedos. El sueño se reflejaba en sus ojos azules, en su pelo desordenado, en la marca de la almohada que cruzaba su pómulo.
Patrick también contuvo las ganas de reseguir aquella línea con los nudillos.
Se recriminó a sí mismo semejante actitud. Por el amor de Dios, la soledad y la autocompasión no podía hacer mella en él. Al menos, no de ese modo. Conocía a Lía de hacía dos días y apenas hacía una semana que había enterrado a su hermana. Si sus cálculos no fallaban, no podría fijarse en una mujer hasta dentro de cinco años y no a las cuarenta y ocho horas de conocerla.
La acompañó hasta su dormitorio y le prometió cuidarse de Brandon si esa noche se despertaba. Estaba agotada, lo leía en la palidez de sus mejillas. Él lidiaba con proveedores y empleados a menudo, pero Lía se encargaba de un niño de menos de un año y de un ático desproporcionado para tres personas.
¿Quién estaba más cansado?
¿Quién merecía dormir, al menos, seis horas de una sentada?
—Pero… es mi trabajo.
—Ya te he dicho que eres primordial aquí. Si caes enferma, Lía, no me servirá de nada tenerte contratada —le comentó.
Su seriedad y sus palabras la pusieron alerta. No pensaba despedirla, por ahora. De caer enferma y no poder salir de la cama, su contrato peligraba. Si la echaba, la operación podría irse al garete y entonces no habría forma de proteger a Brandon desde dentro de su día a día.
No podía presentarse ante el comisario con semejante fracaso.
Aceptó la derrota a regañadientes, si bien fingió muy bien no sentirse para nada coaccionada. Tampoco es que McBane estuviera amenazándola; la verdad es que estaba siendo muy considerado.
Cuando se sentó en el borde de la cama, Lía se dio cuenta de que Patrick tenía razón. Llevaba varias noches sin dormir bien. El cambio de misión, la infiltración, el cambio de horarios y de tareas, la habían dejado al borde del colapso. Necesitaba unas pocas horas para sí misma y hacer una cura de sueño.
—Como usted mande —accedió.
—Eres orgullosa, ¿eh? —se acercó, se agachó frente a ella y la ayudó a quitarse las zapatillas. Estaba tan cansada que no atinaba a inclinarse—. No te preocupes. Sabré manejármelas. Prometo acudir a ti si no veo la luz al final del túnel.
—Lo está haciendo muy bien. Se le ve más relajado con Brandon y él lo nota.
—He aprendido de la mejor, tenlo presente.
Lía se sonrojó de pies a cabeza. Por suerte, estaba oscuro gracias a las persianas bajadas. Dudaba que Patrick se hubiera percatado de su rubor.
—Buenas noches, señor McBane.
Patrick le acarició la oreja al ponerle un mechón tras ella. El moño se había deshecho por completo al quedarse dormida en el salón y ahora la corta melena estaba suelta. Lía contuvo la respiración. Aquel leve contacto había terminado de despertarla, pues solo una persona insensible no reaccionaría ante semejante caricia, por más inintencionada que fuera…
—Patrick —la corrigió con voz ronca.
Ella se mordisqueó el labio inferior. Patrick se apartó un paso; pese la oscuridad que los rodeaba, la tenue luz del pasillo lanzaba sombras y vio el gesto. Lo volvió loco al momento. Temiendo que se notase la erección, se despidió con un hilo de voz y salió.
Ni siquiera huyendo se libraba de su perfume de coco. Iba a necesitar poner más ambientadores automaticos, pues no podía obsesionarse con aquella colonia.
La puerta se entreabrió cuando ya estaba alcanzando su propio dormitorio
La mujer lo llamó y su piel se puso de gallina bajo la ropa.
—Patrick.
Miró a Lía, que se había apoyado en el marco de la puerta. Tenía el pelo a un lado, la ropa desmadejada y la luz jugueteaba con su rostro, dándole cientos de expresiones. Parecía una ninfa.
—Si alguna vez necesitas hablar, de lo que sea… cuenta conmigo.
Él tragó saliva. Nunca había pensado que una desconocida se ofreciera a ser su hombro sobre el que llorar. Algo le decía que sus ganas de escucharle y ayudarle a deshacerse de la pena, nada tenía que ver con el sueldo que había estipulado en el contrato.
—Gracias —murmuró, con voz temblorosa.
En esa ocasión fue Lía quien se acercó hasta él, descalza. Lo tomó de la muñeca cuando vio que retrocedía. Ambos se vieron asaltados por una ola de calor que descendió desde los labios hasta sus piernas, acariciándoles el vientre, haciéndolos estremecer. Más ninguno se apartó. De nuevo, hacían ver que no pasaba nada entre ellos. Querían creer que el otro no sentía nada. Era mejor así para ambos, así que se dedicaban a cumplir con la función y seguir adelante como si la tensión sexual no resulta no estuviera entre ellos.
—A veces… es más fácil abrirse a un extraño que a alguien conocido —le aseguró Lía. Fue como si hablase por experiencia; a McBane ya le había parecido ver más veces en su mirada un atisbo de tristeza—. Por favor, si necesitas librarte de algún fantasma o simplemente… contarme algún problema que te esté agobiando, estoy aquí.
—Lo tendré en cuenta, Lía. Gracias —con cuidado de no ofenderla, se zafó. No soportaba más aquel cosquilleo ardiente pulsando sobre su yugular—. Buenas noches.
Sin darse la vuelta para ver si se quedaba parada en el pasillo o no, entró en la habitación. Al cerrar tras de sí, apoyó la frente en la hoja de madera. Suspiró para sus adentros para no delatarse. Aquella mujer lo estaba haciendo enloquecer y no encontraba el motivo de tal enajenación. Se quitó la camisa y los pantalones, avergonzado de sus emociones y sensaciones. Era primitivo y salvaje, algo que no podía sucederle. Hacía mucho tiempo que esos adjetivos ya no formaban parte de su diccionario.
Bajó las persianas y se tumbó en la cama, mirando el techo, preguntándose por qué Celia. Por qué, de entre todas las mujeres que conocía, la única que despertaba su interés en un momento tan complejo, era ella.
Intentó buscar un motivo, una excusa. Tal vez era tan buena chica, que brillaba con luz propia. O porque su sonrisa podía parecerte el antídoto para todo dolor existente. Por no hablar que era inteligente, simpática y muy agradable, tanto con niños como adultos.
Comprendía a los pequeños, se los ganaba con rapidez. Brandon era la prueba. Desde la muerte de Felicia, el niño había caído en un espiral de lloros y mutismo preocupantes. Pero ahora que Lía estaba en su vida, parecía haber recuperado la poca voz que poseía; incluso había sustituido los berrinches por las risotadas.
Lía era una cuidadora envidiable, cualquier colegio o guardería la querría para sí si viesen el potencial que tenía.
Incluso él había caído en su influjo, prendándose de su humanidad.
Anthony conocía a un buen investigador privado. McBane se preguntó si podía pedirle una tarjeta a la mañana siguiente. Sin embargo, tan pronto como aquella opción surgió en su cabeza, la desechó.
Había puesto la vida de su sobrino en manos de aquella mujer. Confiaba lo suficiente en ella como para creer que, si debía saber por qué no había ido a la universidad y se había dedicado a trabajar por Europa, ella se lo haría saber.
De sus labios.
No de los de un detective…
***
Para cuando Patrick abrió los ojos de nuevo, se sorprendió al ver que faltaba media hora para que sonase el despertador. Estaba tan agotado la noche anterior, que ni siquiera se había dado cuenta de que iba a caer rendido de un momento a otro.
Se incorporó en la cama y terminó de desvestirse. Parte de aquel traje ya estaba inservible, tan arrugado lo había dejado. Debería llevarlo a la tintorería para que le diesen un buen planchado. En calzoncillos, fue hacia la habitación de Brandon. Se asomó y dio gracias al cielo al comprobar que no se había despertado en toda la noche.
Como aquel era su anterior dormitorio y contaba con un baño propio, cogió lo poco que quedaba allí. No podía usar la ducha porque temía despertar al bebé, así que lo mejor era usar el cuarto de baño que había entre el dormitorio de invitados y su antiguo despacho.
Se dio una ducha rápida, sabiendo que Lía no tardaría en levantarse, y tendría que usar el baño. Se tocó la barba. Parecía un náufrago, no era de extrañar que el señor Chi hubiese quedado atónito la noche anterior. Y es que ni siquiera la webcam había podido esconder su demacrado aspecto. Tardó unos segundos en decidirse, pero cogió la cuchilla.
Bastante tenía ya llevando la pena por dentro como para permitir que el mundo entero siguiera viéndolo como un mártir, se dijo. Si quería que dejasen de apiadarse de él, debía mostrar un poco del hombre que era antes. Aunque fuera una farsa, porque aquel Patrick McBane jamás regresaría. Quizá una parte de lo que fue, pero nunca sería él al cien por cien.
Cruzó el pasillo a toda velocidad. No quería que Lía lo sorprendiese con una toalla envolviendo sus caderas. Sería muy violento, quién sabe… podría pensar que la acosaba.
Nada más lejos de la realidad.
Cuando veinte minutos más tarde, salió del dormitorio, poniéndose la chaqueta del traje, se la encontró en la cocina.
Sabía que estaba despierta porque mientras escogía la ropa minuciosamente, pues había escuchado el agua de la ducha correr. Y se le había hecho tan extraño… Patrick estaba acostumbrado al silencio. Nunca había escuchado su ducha, pues sólo la usaba él. Aquel sonido tan cotidiano se le había antojado chocante, casi fuera de lugar. Como si no estuviera en su apartamento o aquella no fuera su vida en realidad.
Supuso que aquella era su nuevo presente. Soportaría cualquier cambio en su vida por Brandon.
—Buenos días, Lía.
Ella se volvió hacia Patrick con una sonrisa. Tenía la tetera en una mano y la cafetera en la otra. Ya había servido dos tazas. En una se adivinaba el café y en la otra té.
—Buenos días, señ… Patrick —rectificó a tiempo, mientras dejaba junto a la taza el azucarero y una cucharilla—. Te veo distinto hoy.
Él, a su vez, había tomado la margarina de la nevera y un bote de mermelada de fresa.
Intentó sonreír. Se sentía desnudo así, afeitado. Qué tontería.
—Lía, no eres mi sirvienta. Me ayudas con Brandon y la casa, nada más. Puedo servirme el café y prepararme unas tostadas.
Al verla parpadear, se preguntó si no había sido muy rudo con ella, pero Lía se encogió de hombros, restándole importancia al asunto y quitándole un peso de encima.
—No es ninguna molestia —dejó el plato con tostadas entre los dos y se sentó en el taburete que le quedaba enfrente—. Además, yo también voy a desayunar ahora, así que si voy a prepararme algo para mí, no veo porque no puedo hacerlo… por ti.
—Está bien.
—¿Prefieres café o té?
—Soy más de café —cogió la taza. Y ella tomó la otra con una sonrisa—. ¿Te va bien el té?
—Oh, sí.
Desayunaron en silencio. McBane hizo un verdadero esfuerzo por no comprobar el teléfono. Solía mirarlo antes de ir a la oficina para echar un ojo a los correos electrónicos.
—Brandon ha dormido como un lirón —decidió decir él.
Lía levantó los ojos de los restos de su tazón y sonrió, algo más activa gracias a la teína.
Había pasado una noche de perros. Había tenido que esperar a que Patrick se durmiese para comprobar que la puerta principal estaba bien cerrada, algo que le había costado la vida misma, puesto que estaba rendida al sueño. También había intentado entrar en su dormitorio para coger el maletín, que nunca estaba en casa cuando ella tenía acceso a la habitación. Fue verlo dormir, casi sentado en la cama, y supo que si entraba, lo despertaría. Era demasiado arriesgado.
Había llamado a Michael después. Estaba despierto, claro. Ese hombre dormía dos horas y media al día.
—¿Entonces todo está bien?
—Por Dios, Michael, cualquiera diría que no te fías de mí —le había respondido a su superior después de ponerse el pijama y tumbarse en la cama, frotándose la frente—. Soy buena en mi trabajo, ya lo sabes. Si te digo que por ahora no hay nada, es que no hay nada. Y eso es bueno, ¿no? Significa que, de momento, Brandon no les interesa.
Pero no podía bajar la guardia, no pensaba hacerlo. Por eso se había cubierto las ojeras y se había maquillado lo justo y necesario para que no se apreciase el cansancio.
Lía miró por el rabillo del ojo el maletín de Patrick. Estaba prácticamente al alcance de su mano. Si Patrick se marchase, aunque fueran dos minutos, podría cogerlo.
—Sí —respondió a Patrick, volviendo al ahora—. Parece que al fin se ha habituado a su nueva cuna y que ya no está tan agitado. Es un alivio...
—Mañana tengo una cena de negocios con Anthony y un par de posibles clientes. ¿Podrás apañártelas sola?
Le sonrió de medio lado mientras intentaba no removerse en el asiento. Aquello no era precisamente una buena noticia. Michael tenía cubierto el trayecto del piso a la oficina y viceversa, pero ahora debería movilizar esos hombres en turno de noche hasta el restaurante.
—Por supuesto.
—Bien —se rascó la barbilla, incómodo. Nunca antes había dado explicaciones de dónde iba o con quién, era la primera vez que lo hacía.
—¿Lorraine va a ir? —preguntó Lía, cortándolo, como quien no quiere la cosa.
Si su antigua compañera iba a estar en aquella cena, las cosas podían ir mejor. Lorraine sabía cómo actuar y no tenía secretos para Anthony. Si las cosas se ponían feas, su marido se quitaría de en medio y la dejaría actuar.
—Sí, ese es el plan… —Patrick entornó los ojos, sorprendido de que ella se preocupase más por la presencia de su amiga—. Entonces… ¿te va bien quedarte más tiempo a solas con Brandon?
—Para eso estoy aquí, al fin y al cabo —hizo un esfuerzo para suavizar la voz y la expresión.
Él pareció satisfecho con la respuesta y terminó de apurar el café. Apenas tendría unos segundos para actuar, pero debía aprovecharlos. Michael le había enseñado a no desaprovechar ninguna oportunidad. El tiempo podía desgranarse y podía hacerse bien… Cuando Patrick empezó a recoger los platos, Lía fue a buscar su teléfono, que estaba junto las bolsas de té. Le envió un mensaje a Lorraine con mucho disimulo, aunque si Patrick la viese, no tendría por qué pensar que estaba hablando con la esposa de su socio.
Necesitaba su ayuda ya.
Por suerte, su amiga estaba despierta desde hacía rato.
Dejó el teléfono en el bolsillo del pantalón y guardó las bolsas de infusiones en sus cajas. A su vez, dejó las cajetillas de cartón en el cajón.
El móvil de Patrick sonó. Maldiciendo por lo bajo, salió disparado hacia su dormitorio, temiendo que la melodía despertase a Brandon.
En cuanto salió por la puerta, Lía cerró el cajón y fue a por el dichoso maletín. Lorraine iba a ayudarla a matar dos pájaros de un tiro, lo cual era perfecto.
Casi con reverencia, pasó las manos por el forro de cuero y lo abrió. Sacó los documentos que había en él, los apartó y resiguió con las yemas cada rincón del interior. No había escuchas ni cámaras, tampoco ningún dispositivo GPS. No podía decir lo mismo de la oficina. Quizá Lorraine pudiese ir a echar un vistazo.
Dejó los papeles en su sitio, leyendo antes los sellos y los títulos, asegurándose así que eran inofensivos.
Escuchó los pasos de Patrick acercarse. Con el corazón latiendo con fuerza contra sus costillas, cerró el maletín y lo cogió con fuerza. No iba a descubrirla con las manos en la masa en busca de micrófonos, aunque no evitaría que la viese con el maletín. Así que optó por la vía más sencilla y menos sospechosa.
Salió de la cocina con el maletín contra su pecho y por poco chocó con él.
Tal y cómo había planeado en los últimos segundos.
—Oh, vaya… —con una risita, fingió sentirse como idiota por la torpeza. Le tendió la pequeña, delgada y elegante maleta—. Iba a llevártelo yo ahora. Pero hoy… no llegas tarde, ¿verdad?
—Me gusta llegar el primero… —Patrick aceptó el maletín con una sonrisa y guardó en él su carísimo smartphone de última generación. Le sonrió, entre divertido y frustrado—. Era Lorraine. Llamaba al colegio de los niños porque dos de ellos están con la gripe, y se ha equivocado al marcar.
Lorraine siempre tan despistada, pensó mientras se despedía de Lía y pasaba por el dormitorio de Brandon para ver que no se había despertado a raíz de la pronta llamada.
Le besó en la cabecita, empapándose de su respiración acompasada y de su colonia infantil. Luego, elevó los ojos al cielo, como si pudiera verlo a través de las persianas echadas.
Sentía que Felicia lo observaba desde allí. Un pensamiento tan absurdo que nunca hubiese creído que le pasase por la cabeza. Patrick jamás había creído en que hubiese algo más allá de las nubes o bajo tierra. Ahora tenía que creer para no pensar que su hermana se había perdido para siempre.
—No te dejes el paraguas.
Se giró hacia Lía, que estaba en la puerta, observando la escena. Como otras tantas veces.
—Me gustan los plegables. Siempre lo llevo en un bolsillo de la chaqueta. Estoy a salvo por si llueve, Lía.
—Que pase un buen día —sonrió ella, algo ruborizada.
—¿Cómo dices? —la pinchó mientras iba hacia la puerta principal, a sabiendas que ella lo seguía para cerrar tras él con llave, siguiendo sus propias instrucciones.
Lía se escondió detrás de la puerta mientras él esperaba el ascensor. Le sonrió mientras apoyaba las manos en el filo. Patrick apreció lo joven que era en realidad.
—Que pases un buen día, Patrick.
Eso está mejor, quiso responderle.
—Si necesitas cualquier cosa, llámame —fue cuánto contestó.
Ella le guiñó un ojo.
—Lo haré.
Patrick se apoyó en la pared del ascensor cuando las puertas metálicas se cerraron, dejándolo solo en el cubículo. Lía parecía un ángel de la guarda. En apenas tres días se había convertido en su salvación, aunque al principio no había tenido muy claro si su presencia en la casa iba a ser efectiva.
—La has mandado tú, ¿verdad, Felicia?