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1. Trayectoria vital de Helene von Druskowitz: de joven prodigio a las tinieblas del psiquiátrico
ОглавлениеHelene von Druskowitz, en opinión de Luisa Murano, «pertenece a aquellos miembros de la especie humana que tienen el don de poseer un pensamiento independiente [...], [como] Sócrates, Hipatia de Alejandría, Margarita Porete, Giordano Bruno, Wilhelm Reich... Son los imperdonables, como los llama Cristina Campo»1, personas que terminan pagando muy clara su decisión de vivir y pensar libremente. Ella, igual que su bête noire, Friedrich Nietzsche, se vio internada con solo treinta y cinco años en un hospital psiquiátrico, seguramente por la autonomía e independencia hacia las normas y usos sociales e intelectuales de las que hizo gala a lo largo de toda su vida; y allí moriría en 1918, cuando la Primera Guerra Mundial tocaba a su fin (una contienda que, quizás, habría interpretado nuestra autora como la expresión más evidente de la nefasta voluntad de poder propugnada por el filósofo de Röcken).
Helene von Druskowitz (su nombre real era Helena Maria Druschkovich) nació el 2 de mayo de 1856 en Hietzing (Viena). Sus padres tenían tres hijos, y ella era la más joven y la única mujer. A la edad de dos años, su padre murió y la herencia le permitió, tanto a ella como a sus hermanos, recibir una educación superior, destacando muy pronto por sus inusitadas dotes intelectuales. Ella misma, recordando su niñez, se describe como una niña superdotada:
Desde la infancia fuiste objeto de distinción y el orgullo de tus benditos padres. Aunque todavía eras una muñequita, no había montaña ni río que no estuviesen en tu cabeza, recubierta de bonitos cabellos negros. Todos los héroes y heroínas, con sus batallas, habitaban en ella, y al mismo tiempo tenías un soberano conocimiento del reino animal, vegetal y mineral. Todos decían que eras una niña prodigio.2
En primer lugar, Helene se decidió por la música y cursó la carrera de piano en el conservatorio de Viena hasta 1873. Al mismo tiempo recibió clases privadas que le permitieron realizar, en 1874, el examen de habilitación para el Pieristen Gymnasium de la capital austríaca (los institutos estaban reservados para alumnos varones). Ese mismo año —quizá como consecuencia del llamado Gründerkrach de 1873, que arruinaría, entre otros, al filósofo y poeta Philipp Mainländer—, se trasladó con su madre a Zúrich, cuya universidad admitía mujeres desde 1867. Allí, entre 1874 y 1878, estudió filosofía, filología germánica, arqueología y filosofía oriental, así como diversos idiomas contemporáneos. En 1878, con veintidós años, conseguiría el título de doctora en Filosofía, con la disertación titulada Byron’s «Don Juan», que sería publicada en 1879. Era la primera austríaca en obtenerlo y la segunda mujer en elevarse a este grado después de la polaca Stefania Wolicka (1851-1895), que lo había logrado en 1875. Estaba preparada para ingresar en la Geistesaristokratie de la época3.
Estaba claro que Helene no se iba a dejar encasillar en los habituales roles femeninos de su tiempo: impartió conferencias en diferentes ciudades (Viena, Múnich, Zúrich, Basilea...) y viajó por diversos países: Francia, Italia, España, norte de África... En 1881 entró en los salones vieneses, donde conoció a Marie von Ebner-Eschenbach (1830-1916), ingresando en su círculo literario y estableciendo relaciones con Betty Paoli (1815-1894), Ida von Fleischl-Marxow (1824-1899) y Louise von François (1817-1893), quien, a su vez, la presentó al literato Conrad Ferdinand Meyer (1825-1898). Este diría de ella:
Tiene algo de turco o de serbio en su aspecto; y, a la vez, se sabe al dedillo todas las teorías filosóficas modernas, algo que tiene muy poco de turco. Creo que vale mucho, y si puedo echarle una mano en su rápido ascenso, lo haré con mucho gusto.4
Comienza a publicar diversos escritos, como el drama Sultan und Prinz (1881), que no tuvo éxito, y diversos trabajos literarios y de crítica musical, utilizando multitud de seudónimos: «Adalbert von Brunn», «Erna von Calagis», «H. Foreign», «Frl. E. v. René», «H. Sakkorausch», «H. Sakrosant»…). En 1884, nuestra doctora publica un libro dedicado a estudiar la figura de Percy B. Shelley, continuando así su interés por la literatura romántica anglosajona, que nunca le abandonará, pues traduce a Algernon Charles Swinburne y estudia a William Blake; en 1885 dedica un ensayo titulado Drei englische Dichterinnen a tres escritoras británicas: Joanna Baillie, Elizabeth Barrett-Browning y George Eliot.
Si en su disertación doctoral Druskowitz había valorado a Lord Byron como el prototipo del dandi —alguien a medio camino entre el intelectual y el artista, capaz de reunir lo que Nietzsche había llamado «lo apolíneo» y «lo dionisíaco», en su carácter excéntrico, rebelde, escandaloso, enamorado de la libertad, misántropo y dominado por el fastidio universal (Weltschmerz)—, en su escrito sobre Shelley, Druskowitz alababa la capacidad de este gran poeta romántico para unir lo antiguo y lo nuevo, aspecto que ella consideraba clave para afrontar los conflictos de la época actual; también apreciaba su particular apasionamiento por la naturaleza, así como su tolerancia, su defensa de los derechos de los débiles y su arrebatadora creatividad lírica. A través de Shelley, asimismo, Druskowitz entró en contacto con el ensayo de Mary Wollstonecraft A Vindication of the Rights of Woman (1792), que le hizo comprender la necesidad de reaccionar contra el orden social y el sufrimiento del mundo, especialmente del sexo femenino. Adhiriéndose desde entonces a los postulados de una sociedad libre5, Helene pasará a contraponer el modelo de mujer emancipada planteado por Wollstonecraft al ideal femenino schilleriano, que circulaba en la sociedad germana del momento.
También en 1884 entra en contacto con el círculo que se reúne en torno a Malwida von Meysenbug, formado por personajes como Rainer Maria Rilke, Meta von Salis, Resa von Schirnhofer, Paul Rée, Lou Andreas-Salomé o Nietzsche, con quien se entrevista y mantiene contacto epistolar6. En una carta dirigida a su hermana el 22 de octubre de 1884, le dice Nietzsche:
Por la tarde di un largo paseo con mi nueva amiga Drudkowitz [sic], que vive con su madre a pocas casas de distancia de la pensión «Neptun»; entre todas las mujeres que he conocido, es la que se ha dedicado con mayor seriedad a la lectura de mis libros y no sin obtener frutos. Mira a ver si te gustan sus últimos trabajos (Tres poetisas inglesas, entre las cuales Eliot, de la que es gran admiradora, y un libro sobre Shelley). Ahora está traduciendo al poeta inglés Swinburne. Me parece una criatura de alma noble y recta, que no puede perjudicar a mi «filosofía».7
Parece que, inicialmente, había una estima recíproca entre ambos amigos y que Nietzsche creyó incluso haber encontrado en ella a la discípula que no había conseguido con Lou Andreas-Salomé8. Sus conversaciones debieron girar particularmente en torno a la libertad de la voluntad, cuestión que tan importante papel ocupaba en los escritos juveniles de Nietzsche. Por lo demás, la influencia de la joven debió de ser tan decisiva que Nietzsche se planteó publicar con el editor berlinés Oppenheim, que era quien publicaba sus libros y los de Karl Hillebrand9. Por su parte, en una carta a C. F. Meyer, Helene afirma: «En Nietzsche sobrevive algo del espíritu y del impulso rapsódico de los antiguos profetas».
Pero en diciembre de ese mismo año ya aparecen signos evidentes de distanciamiento entre ambos. En una carta a Meyer del 22 de diciembre de 1884, la joven expresa, ya sin ambages, sus dudas sobre la capacitación filosófica de aquel filólogo metido a filósofo:
Mi entusiasmo por la filosofía de Nietzsche se ha revelado como una mera passion du moment, un miserable fuego de paja. Sus aires de profeta ahora me parecen ridículos. ¿Quién negaría a este hombre abundancia de espíritu y un gran talento para la forma? Sin embargo, su entusiasmo es solo suficiente para pronunciarse con refinamiento sobre algún que otro problema, en forma de reflexiones; pero no basta, como él cree, para los grandes problemas filosóficos, que trata más bien superficialmente y sin verdadera seriedad.10
Al año siguiente, Helene mostraría intención de devolverle a Nietzsche el manuscrito del Zaratustra IV, que Nietzsche le había enviado (este envío demuestra que él aún creía en su capacidad filosófica y en un posible discipulado por parte de ella11). Completamente alejada ya de la «filosofía nietzscheana» —que nunca reconocería como tal—, la joven pronunciaba en Moderne Versuche eines Religionsersatzes su sentencia definitiva sobre la misma:
Tampoco puede negarse que exista algún que otro pensamiento original y geniales relámpagos luminosos en sus análisis psicológicos. Pero, en general, puede decirse de sus reflexiones filosóficas que el tratamiento de los problemas no armoniza con su importancia; que expresiones de auténtica sabiduría alternan con inútiles ocurrencias y dudosas sofisterías; pruebas de auténtica agudeza, con paradojas, y en ocasiones lamentables errores, y que el autor casi se contradice en cada punto. […]
El pensamiento que se encuentra en el fondo de Zaratustra es una consecuencia del darwinismo, y ya había sido expresado repetidamente antes de Nietzsche. No obstante, debe concedérsele a este haberlo concebido de manera más afectiva que cualquier otro. Sin embargo, como le sucede a menudo, Nietzsche es desviado por el afecto, de manera que apunta muy por encima y mucho más lejos de la meta.
Al conocer estas opiniones críticas, Nietzsche reaccionó como solía hacerlo en estos casos: con furia y dirigiendo a su antigua amiga invectivas personales. Conservamos un borrador de respuesta a una carta no conservada de Helene, fechado a mediados de agosto de 1885, en el que Nietzsche muestra su enojo por la opinión adversa de la filósofa en relación con el contenido de su obra:
Mi estimada señorita:
El ejemplar le estaba enviado en propiedad, pero algo diferente es apropiarse siquiera de una palabra de él. ¡Y ahora quiere usted incluso escribir sobre esas cosas!, respecto de las cuales aún no ha vivido nada, ni mucho menos tenido ese sacudimiento sagrado e interior que tendría que preceder a todo grado de comprensión.
Para mi triste sorpresa, observo de su — — — por lo que sé de estas p[ersonas] actuales, mi esperanza es pequeña.
Disculpe, mi estimada señorita, pero no soy de aquellos que «hacen lit[eratura]», ni mucho menos de los que creen que se puede hablar públicamente de todas las cosas. A quien no me está agradecido desde el fondo más profundo de su corazón por el hecho de que simplemente haya expresado algo así como mi Z[aratustra], a quien no bendice toda existencia por el hecho de que sea posible en él algo como este Z[aratustra], le falta todo, oído, entendimiento, profundidad, formación, gusto y, en general, la naturaleza de un «ser humano escogido». A estos escogidos quiero atraer a mí con ello: — — —
Ps. El ejemplar enviado, mi querida y estimada señorita, le pertenece por supuesto en propiedad.
Por lo que se refiere a su carta, sincera, aunque no precisamente prudente y perspicaz, quizá ni siquiera especialmente «modesta», digo, como con frecuencia: ¡qué pena no tener una media hora de diálogo cuando es necesario! Este mismo invierno provoqué que un respetuoso y muy entregado compañero de mi edad rompiera de vergüenza en pedazos un artículo que había escrito sobre mí.12
Transcurrido poco más de un año, en una carta a Malwida von Meysenbug, de finales de febrero de 1887, Nietzsche le dice:
Me han dicho que una señorita Druscowitz [sic] ha ofendido a mi hijo Zaratustra con una presumida cháchara literaria: parece que por algún delito he dirigido contra mi pecho el cañón de las plumas femeninas — ¡y está bien así! Porque, como dice mi amiga Malwida: «¡Soy aún peor que Schopenhauer!».13
El 17 de octubre de 1887 Nietzsche aún le decía a Carl Spitteler: «La pequeña tontuela literaria Druscowicz [sic] es cualquier cosa menos mi “discípula”»14. El propio Meyer, por su parte, dentro de los parámetros misóginos de la época, que no podían comprender que la joven filósofa se hubiese percatado de la pomposa vaciedad y del carácter meramente literario de muchos de los argumentos nietzscheanos, salió en defensa del dolido filólogo: «También debería —se refería a Helene— dejar de fustigar al profesor Nietzsche: se diría que hubiera querido casarse con él»15. La verdad es que aquella «tontuela» no cejaría en su mordaz empeño, y en 1888 volvería al ataque, defendiendo a Eugen Dühring frente a Nietzsche en su escrito: Eugen Dühring. Eine Studie zu seiner Würdigung [Eugen Dühring. Un escrito en su honor]. Allí declaraba:
Es un hecho que existe una forma de justicia en la raíz de los sentimientos reactivos; y las deliberaciones del propio Nietzsche sobre este tema son incompletas y vagas —características que, incidentalmente, pertenecen a todos los posicionamientos de este escritor.16
Druskowitz llevaría su decepción hacia Nietzsche y su pensamiento hasta el punto de describirlo unos años más tarde, en Pessimistische Kardinalsätze, como un «enemigo mortal de la filosofía»:
Entre las memeces más infames a las que se ha visto sometido el mundo germánico se encuentra el homenaje a un tal Nietzsche,
que ha promocionado aquel malvado rasgo fundamental [i. e.: la voluntad de poder] de la manera más condenable y estúpida. Es, y sigue siendo, inconcebible cómo pudo llegar la inteligencia germánica a la desgracia que ha supuesto este ridículo filólogo suizo, tan estupendamente caricaturizado por el escritor y novelista G. Keller bajo el personaje del conde Strapinski, en su relato El hábito hace al monje. Afortunadamente, pronto se ha tomado posición frente a este escritor tonto y de espíritu completamente idiotizado, por lo que esperamos no vernos más en la penosa tesitura de tener que poner en ridículo a un sujeto de tal manera inflamado por la nobleza vulgar, por la clerigalla y sus ridiculeces. Pues aquel loco no solo fue, por una parte, un enemigo mortal de la filosofía, sino que también lo fue del simple cristianismo, cuya doctrina moral, aunque no muy profunda, puede, no obstante, llamarse buena, y no tiene nada que ver con la vulgar arbitrariedad.
Retomando la trayectoria intelectual de la pensadora austríaca, parece evidente que dicha trayectoria se fue situando de forma cada vez más acusada al margen y a la contra de los parámetros femeninos de su época (como se pone de manifiesto en su obra Unerwartet [Lo inesperado] (1889): nunca llegó a sentirse a gusto en ningún país ni con credo religioso alguno. Abiertamente atea, rechazó, además, el matrimonio, al que consideraba:
Una institución inadecuada para mujeres capaces. El hombre capaz —decía—, puede considerarlo como su pacífico lugar de esparcimiento en el que reúne y despliega sus fuerzas; pero una mujer que sea capaz se hunde en él; y yo quiero desarrollar [la expresión literal es: «vivir»] mis talentos.17
Bebía, fumaba y se declaraba, además, orgullosamente «anormal», aludiendo a sus inclinaciones lésbicas, que la llevarían a entablar relaciones amorosas con la cantante de ópera Therese Malten, soprano dramática, activa sobre todo en el Teatro de la Ópera de Dresde (y que había sido elegida por Wagner para alternar con Amalie Materna y Marianne Brandt en el papel de Kundry en la primera representación del Parsifal). Al mismo tiempo desarrolla una importante actividad en el marco del feminismo: escribe en las revistas Der heilige Kampf [La lucha sagrada] y Der Fehderuf [Llamada a las armas] y publica piezas literarias como Die Emanzipations-Schwärmerin (1890), en la que se pone de manifiesto que, aunque consideraba que las mujeres poseen los mismos derechos que los hombres, no por eso debe perseguirse una confusión de los sexos. En esta comedia, Druskowitz opone a las mujeres supuestamente «emancipadas», que sueñan con la liberación mediante grandilocuentes discursos, la figura de una estudiante que afirma:
A mí me parece, sin embargo, que las mujeres deberíamos actuar ahora y aprovechar, conforme a nuestras fuerzas, la libertad que se nos garantiza. Cada mujer que posea talento para un determinado asunto debe tratar de ponerlo en práctica, pues solo si cada individuo particular muestra talento podrá crecer la opinión sobre la capacitación de las mujeres en general. Solo el talento puede demostrarse a sí mismo. Dejen ustedes a una doctora que realice una difícil operación, o que diagnostique y acabe con una enfermedad complicada, y promoverá con ello mucho más la cuestión femenina que cientos de discursos públicos a favor de nuestro sexo.18
Tras perder entre 1886 y 1888 a sus dos hermanos y a su madre, Helene se trasladó a Dresde, donde fue cayendo progresivamente en el alcoholismo y en una bancarrota tanto financiera como emocional, lo que contribuyó a su ruptura con Malten en 1891.
Ese mismo año, presa de alucinaciones, fue hospitalizada y puesta bajo tutela, primero en el psiquiátrico de Dresde y luego en el Heil- und Pflegeanstalt Mauer-Öhling, con el diagnóstico de «megalomanía» y «misandria», cumpliéndose en ella un destino muy parecido al de Nietzsche. La verdad es que, aunque es cierto que su estado de salud mental era preocupante (si nos fiamos de sus cuidadores, Druskowitz afirmaba sentirse perseguida por los hombres y tenía miedo de ser víctima de sus ataques sexuales), los auténticos motivos de su internamiento nunca estuvieron claros, y parece, más bien, que detrás de ellos se encontraba una suerte de reacción de la sociedad ante una persona incómoda que, adelantada a su tiempo, se había atrevido a desafiar las normas morales del momento. La filósofa misma, ya ingresada, declaró en cierta ocasión sentirse víctima de «un crimen social perpetrado contra ella»19.
Traute Hensch ha seguido con detenimiento los informes médicos que se fueron emitiendo sobre aquella paciente tan peculiar, en los que se da cuenta de su estado y actividad:
La paciente recibe a los médicos con una noble y condescendiente dignidad; de primeras habla poco y responde solo con una imperceptible inclinación de la cabeza. Se lamenta del crimen social perpetrado contra ella. (Mauer-Öhling, 15-06-1891)
Está tranquila y algo indignada por haber sido trasladada en contra de su voluntad. [...] En este período lee mucho. [...] Se encuentra completamente orientada en el tiempo, es ordenada y, por lo general, se muestra calmada. (Ibid., 8-10-1894)
A la altura de 1904-1905, después de catorce años de internamiento y de estar sometida a un tratamiento psicofarmacológico ininterrumpido, los informes no son muy distintos, aunque registran matices importantes: indican que la filósofa se interesa cada vez más por el espiritismo y la meditación (mantiene contactos con la Spiritistischen Vereinigung in Köln), nos dicen que ha llegado a creer que está en contacto telepático con personalidades de la nobleza; que ella misma sostiene haber sido concebida de manera sobrenatural, siendo hija de un príncipe búlgaro llamado Tedesco Vertravin, y que, además, mantiene la existencia de un «sexto sentido», cuyo cultivo permitiría a la humanidad alcanzar la perfección; dichos informes destacan, asimismo, que, a pesar de su encierro, Helene seguía trabajando incansablemente:
Siempre el mismo cuadro clínico: se trata de una persona con un elevado concepto de sí misma y mucha autoestima; muy selectiva en las relaciones con los pacientes, pero siempre gentil y afable; se ocupa de problemas filosóficos, escribe tratados, pone anuncios en las revistas. [...] Está tratada continuamente con hipnóticos. Realiza a la perfección actividades literarias. Compone con una caligrafía ininteligible confusos tratados andrófobos. [...] Se muestra creativa y se dice espiritista y socialista. Todavía quedan restos consistentes de la vasta cultura que antes poseía. [...] Aunque agitada por alucinaciones, la paciente sigue siendo inofensiva.
Su comportamiento no varía: fuma tabaco en pipas inglesas, se muestra diligente, se prepara el té, compone poesías alabando el alcohol, escribe ilegibles y confusos dramas y tratados filosóficos, manda sátiras andrófobas a revistas feministas y se siente en el ápice de su actividad literaria. Sufre mucho por la carencia de aprecio de sus semejantes, pero, no obstante, es inofensiva, buena y se muestra muy agradecida ante cualquier palabra cortés que le dirija cualquier hombre, al que le declara enseguida que él es una excepción de su sexo, dotado de escrotos caprinos.20
¿Podríamos calificar una pequeña obra maestra como Pessimistische Kardinalsätze. Ein Vademecum für die freisten Geisten [Proposiciones cardinales del pesimismo. Un vademécum para los espíritus más libres] —cuyo título parece desafiar ya desde el comienzo el concepto nietzscheano de «espíritu libre»— de «confuso tratado andrófobo»? Aunque Curt Paul Janz afirma que «los desmesurados ataques al mundo masculino [que contiene este panfleto] no pueden ser leídos sino con risas y cabeceos»21, lo cierto es que con él Druskowitz conseguía su peculiar cuadratura del círculo filosófica al sintetizar de forma magistral, en muy pocas páginas, dos conceptos que parecían hasta ese momento irreconciliables (sentado el precedente abiertamente misógino del Buda de Frankfurt): feminismo y pesimismo22. Para ella, un espíritu solo puede considerarse auténticamente «libre» si sobrevuela los prejuicios misóginos que han lastrado la historia de la humanidad (y, en este sentido, Nietzsche tampoco había sido un espíritu libre). El hombre —como varón— resulta una imposibilidad lógica y ética, por lo que se le debe considerar una verdadera «maldición para el mundo». La pensadora austríaca considera que la comprensión de la fatalidad que ha representado el varón y su impositiva voluntad de poder constituyen el verdadero centro de gravedad del auténtico pesimismo. Por tanto, solo una crítica del hombre puede aclararnos el estado de postración que vive nuestro mundo; y esa crítica antropológica debe ampliarse mediante una crítica del concepto de Dios, una lamentable impostura masculina, que ha contribuido no poco a la opresión sobre las mujeres ejercida durante milenios.
Pero su diatriba se perdió sin tener repercusión alguna: la leyenda de Nietzsche se iba construyendo poco a poco, hasta alcanzar su apogeo en nuestros días, mientras que ella y sus denuncias feministas y pesimistas no llegaron a difundirse y se vieron condenadas a un olvido casi absoluto. El entramado clínico hizo bien su trabajo, y Helene permaneció ingresada veintisiete años. En 1918 un proceso diarreico severo la llevó a la sección de infecciosos de la institución, donde fallecería el 31 de mayo, según el acta de defunción, de «marasmo, tuberculosis y otros padecimientos», poco después de haber cumplido los 62 años. En su testamento, redactado en 1907, podemos leer sus últimas voluntades:
1. La testamentaria dispone y espera que, después de su muerte, se le haga erigir un monumento fúnebre que, aunque simple, sea adecuado y conforme a su rango; y para este fin ordena que se utilice todo el dinero aún disponible, así como la suma depositada en el Palacio de Justicia de Viena. Si la cantidad reunida fuese todavía insuficiente, desea que el resto se reúna vendiendo su máquina de escribir y su cubertería de viaje.
2. La inscripción del monumento no deberá componerse sin consultar los libros que se encuentran sobre el escritorio, en los cuales, bajo la identificación del nombre de la autora, aparece entre paréntesis la modificación de este, consecuencia del honor público alcanzado, es decir:
Sra. Dra. Helene von Druskowitz-Calagis
Reconocida escritora
La testamentaria declara que se ha de comunicar a los periódicos su fallecimiento.
Ruega que todas sus cartas, manuscritos, etc., así como todas las cartas que se reúnan tras su muerte, sean quemadas y que los libros sean devueltos con la anotación de que la destinataria ha muerto.
Dra. Helene von Druskowitz,
Mauer-Öhling, 9-julio-190723
Un pequeño parque, situado en Wien 13-Hietzing, en la esquina entre Wolkerbergenstrasse y Biraghigasse, recibió en 2006 el nombre de «Helene Druskowitz-Park». Un homenaje que se nos antoja demasiado escueto para uno de los espíritus más libres que hayan existido jamás.