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Prólogo

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Henry Fraser es una de las personas más extraordinarias que he conocido jamás.

Antes del accidente que le cambió la vida, Henry era inteligente, talentoso y guapo, rasgos que la mayoría consideraríamos más que suficientes. Todavía no se habían dado las condiciones para que pudiera demostrar la persona extraordinaria que era en realidad. Un día se fue de vacaciones con sus amigos, se tiró de cabeza al océano y todo cambió en un segundo.

La primera vez que me topé con la historia de Henry fue por casualidad. Había visitado la página del equipo de rugby, Saracens, para obtener información sobre un encuentro deportivo que mencionaba en una novela policíaca que estaba escribiendo. La historia de Henry me llamó la atención y, como acostumbran a hacer todos los novelistas mientras se documentan, abandoné de inmediato lo que se suponía que tenía que hacer para leer algo mucho más interesante.

Unas semanas más tarde, mi amigo y agente, Neil Blair, empezó a contarme la historia de un nuevo cliente. El relato me resultó familiar. «Neil, no estarás hablando de Henry Fraser, ¿no?».

En consecuencia, con la excusa de compartir agente literario, me puse en contacto con Henry. Conversamos por internet durante un tiempo y finalmente nos conocimos en su primera exposición de arte, en la que documentaba cómo había pasado de realizar bocetos con la boca a pintar hermosos cuadros completamente logrados. Aquella noche dio un discurso y estoy segura de que marcó a todos los que lo oyeron. Me asombraron su honestidad, su modestia y la determinación con la que describió tanto su accidente como la forma en que se había adaptado y había intentado aprovechar al máximo la vida que no había esperado.

Sigo a Henry en Twitter y hablo con él a menudo por mensaje directo. La mayoría reaccionan ante él del mismo modo que yo: con admiración y un dejo de asombro. Sin embargo, de vez en cuando veo que debe tratar con otro tipo de atención. Una mujer le dijo que había recibido un castigo por haber cometido la estupidez de tirarse de cabeza al océano desde la playa. Un hombre lo acusó de estafar a todo el mundo: si de verdad estaba paralizado, ¿cómo utilizaba Twitter?

Uno casi puede oler el miedo en esos comentarios. Aceptar la realidad de la historia de Henry significa reflexionar sobre desafíos y privaciones que a muchos les parecen demasiado aterradores de contemplar. Echarle la culpa es una forma de intentar evitar reflexionar sobre una verdad muy sencilla: que la existencia de cualquiera puede sufrir un cambio repentino, irreversible e inevitable.

Los seres humanos somos mucho más frágiles de lo que nos gusta creer. El destino obligó a Henry Fraser a seguir un camino aterrador para el que no era posible prepararse. Tenía que encontrar la manera de que su vida volviera a merecer la pena y, al hacerlo, demostró ser una persona con una perseverancia, fuerza y sabiduría extraordinarias. Se esfuerza tanto física como mentalmente, supera las expectativas de todas las formas posibles, recauda dinero para causas que le importan y su arte mejora con cada dibujo y cuadro que pinta.

Ante todo, Henry es una prueba viviente de que la aceptación y la aspiración no son mutuamente excluyentes. ¿Cuántos de nosotros podemos decir que aceptamos la realidad de nuestras vidas y seguimos viviéndolas al máximo? Es comprensible que nos enfurezcamos con las limitaciones, pero a veces las convertimos en una excusa para no actuar, para no hacer todo lo que está en nuestras manos: por nosotros, por otros, por el mundo.

Henry sigue siendo inteligente, talentoso y guapo, pero ahora es mucho más que eso, es excepcional: alguien verdaderamente inspirador. Es extraordinario, no por lo que le ocurrió, sino por lo que consigue hacer. Este libro es su logro más reciente, y nadie que lo conozca duda de que conseguirá muchos más. Estoy orgullosa de considerarlo un amigo.

J. K. Rowling

Las pequeñas grandes cosas

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