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Capítulo 2 La visión que dio inicio a un movimiento El camino angosto

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¡1844! ¡Qué año! Samuel F. B. Morse transmite el primer mensaje telegráfico (“Lo que ha hecho Dios”). Se inventa el proceso de pasta de celulosa a partir de la madera, con lo que se reduce el precio del papel prensa. Un odontólogo de Boston, pionero de la anestesiología con óxido nitroso, se extrae su propia muela. Brigham Young es elegido para liderar a los mormones después de que Smith es asesinado en Carthage, Illinois. Karl Marx, de 26 años, escribe: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida... el opio de los pueblos”.

Y Dios se inclina para hablar con Elena Harmon, de 17 años, con una invalidez casi total, en Portland, Maine, durante la primera semana de diciembre.

Pocas semanas antes, Elena y aproximadamente otros cien mil metodistas, bautistas y presbiterianos sufrieron un triste chasco cuando, el 22 de octubre de 1844, Jesús no regresó como ellos esperaban. Ella recordó:

Fue un chasco muy amargo que sobrecogió al pequeño grupo cuya fe había sido tan fuerte y cuya esperanza había sido tan elevada. Pero quedamos sorprendidos al ver que nos sentíamos tan libres en el Señor y que éramos tan poderosamente sostenidos por su fortaleza y su gracia...

Aunque estábamos chasqueados no nos sentíamos desanimados.

La salud precaria de Elena empeoró rápidamente. Como apenas podía hablar con susurros, se le hacía difícil respirar acostada y a menudo se despertaba por la tos y las hemorragias pulmonares. Agonizante por la tuberculosis, Elena estaba tan debilitada que tenía que ser transportada en silla de ruedas y con frecuencia era alimentada por otros.

En esta condición, respondió a una invitación de una amiga íntima, la Sra. Elizabeth Haines, para que ella y otras tres mujeres la visitaran en su casa en Portland del Sur para una reunión de oración. Estas mujeres también estaban confundidas y desanimadas. Habían abandonado su confianza en la validez de la fecha de octubre, pero todavía esperaban que Jesús regresara en algún momento del futuro cercano.

Hoy podemos recordar un chasco amargo similar que afligió a los discípulos después de la crucifixión de su Señor. Cuán oprimido tenían el corazón cuando Jesús se les apareció a dos de ellos en el camino a Emaús, pocas horas después de su crucifixión. ¡Qué diferencia significó su presencia! ¡Qué manera totalmente nueva de ver el futuro!

Así es que, aquella mañana de diciembre de 1844, nuestro Señor visitó a esas creyentes turbadas con la misma clase de alimento que necesitaron aquellos turbados creyentes 18 siglos antes.

Más adelante, Elena recordó: “No había excitación... Mientras yo oraba, el poder de Dios descendió sobre mí como nunca lo había sentido. Quedé arrobada en una visión de la gloria de Dios. Me parecía estar elevándome cada vez más lejos de la Tierra, y se me mostró algo de la peregrinación del pueblo adventista hacia la Santa Ciudad”.1

Aunque Elena relató esta experiencia y la visión en forma oral, no la registró por escrito hasta más de un año después, porque no podía mantener la mano firme para sostener una pluma.

¿Cuál fue la visión que inició su ministerio de setenta años, una visión que se volvió más significativa a medida que pasaban los años?

Mientras estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu Santo descendió sobre mí, y me pareció que me elevaba más y más, muy por encima del tenebroso mundo. Miré hacia la Tierra para buscar al pueblo adventista, pero no lo hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo: “Vuelve a mirar un poco más arriba”.

Los que vieron... y creyeron

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