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LXVI

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De este modo lograron los lacedemonios el mejor orden en sus leyes y gobierno, y lo debieron a Licurgo, a quien tienen en la mayor veneración, habiéndole consagrado un templo después de sus días. Establecidos en un país excelente y contando con una población numerosa, hicieron muy en breve grandes progresos, con lo cual, no pudiendo ya gozar en paz de su misma prosperidad y teniéndose por mejores y más valientes que los arcades, consultaron en Delfos acerca de la conquista de toda la Arcadia, cuya consulta respondió así la Pitia:

¿La Arcadia pides? Esto es demasiado.

Concederla no puedo, porque en ella,

De la dura bellota alimentados,

Muchos existen que vedarlo intenten.

Yo nada te la envidio: en lugar suyo

Puedes pisar el suelo de Tegea,

Y con soga medir su hermoso campo.

Después que los lacedemonios oyeron la respuesta, sin meterse con los demás arcades, emprendieron su expedición contra los de Tegea, y engañados con aquel oráculo doble, y ambiguo, se apercibieron de grillos y sogas, como si en efecto hubiesen de cautivar a sus contrarios. Pero sucedióles al revés; porque perdida la batalla, los que de ellos quedaron cautivos, atados con las mismas prisiones de que venían provistos, fueron destinados a labrar los campos del enemigo. Los grillos que sirvieron entonces para los lacedemonios se conservan aun en Tegea, colgados alrededor del templo de Minerva.

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