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INTRODUCCIÓN

Desde julio de 2018 llevo realizando trabajo de campo para comprender el fenómeno del macarrismo, aunque mi interés por las subculturas, las conductas socialmente desajustadas y la cultura callejera viene de mucho antes. Mi conocimiento del macarrismo se sustenta en experiencias callejeras propias, que se retrotraen a mi adolescencia, junto con entrevistas a unas doscientas personas vinculadas al imaginario callejero, muchas de ellas con una importante reputación (macarra) en grandes ciudades de España. Los individuos por mí entrevistados no han sido selec­cionados arbitrariamente, sino que me he interesado por aque­llos cuya reputación les precedía. Una parte fundamen­tal del trabajo etnográfico que he realizado se ha sustentado en dicho proceso de selección, basado a su vez en un «olfato», el mío, para identificar los macarras y personajes más interesantes, cargados de lo que podríamos denominar numinosidad callejera. Es decir, aquellos poseedores de un especial aura en el imaginario colectivo y la mitología de las calles[1]. Estos individuos, pandillas o grupos han servido de pantalla a una proyección comunitaria: sus conductas han estimulado el interés de aquellos que han contemplado sus «hazañas» o han oído hablar de ellas, despertando en ese público espectador –inconsciente urdidor de relatos folclóricos– una especial fascinación.

Tanto en Macarras interseculares como en otros trabajos, he llevado a cabo una etnografía del macarrismo, en la que no solo he cartografiado parte de la historia del macarrismo callejero intersecular (aproximadamente, de 1965 a 2010), sino que he recopilado mucha mitología urbana referente a ese objeto de estudio. Podríamos decir, en términos kantianos, que he analizado tanto la cosa en sí del macarra –su ser objetivo– como la proyección subjetiva –fenómeno– de aquel que no solo contempla, sino que además construye y diseña parcialmente muchos de los relatos folclóricos mencionados. En última instancia y para simplificar, he entrevistado tanto a protagonistas como a espectadores y narradores que, aspirando a participar del mito, han contribuido, todos ellos, a crearlo, desa­rrollar­lo y fijarlo en el imaginario social. Naturalmente, como estudioso que ha recogido tales fenómenos, represento un eslabón fundamental en dicha cadena productora de relatos y sentidos. Mi rol resulta muy relevante por la sencilla razón de ser prácticamente el primero en poner en papel la mitología mencionada, basando mi trabajo en entrevistas personales. Las obras que he publicado representan las únicas historias orales sobre la vida pandillera y macarra que existen en España. Cuando uno lee literatura sobre estas temáticas, ya sea en España o fuera de ella, lo que más choca es la extremada pobreza de testimonios orales. Tales obras antropológicas, de estudios culturales y otras disciplinas me parecen generalmente demasiado técnicas a la vez que pobres en datos etnográficos. Esto se debe, principalmente, a tres causas principales: 1. los autores de tales libros están demasiado interesados en escuchar su propia voz y sus propios análisis por medio de una típica palabrería académica; es decir, que prefieren lucirse antes que dejar que se luzcan sus objetos de estudio, que son los que en realidad habrían de hablar[2]; 2. los autores de tales libros son, en el 99 por 100 de los casos, ratones de biblioteca sin ningún conocimiento de primera mano de las calles, por lo que, entre otras cosas, tienen miedo de interactuar con delincuentes y matones; 3. la investigación objetiva a pie de calle puede parecer un arduo trabajo, siendo más fácil «investigar» frente a un ordenador desde un cómodo estudio, tomando datos de libros o directamente de Google. Esto último representa un verdadero problema que afecta al periodismo, las ciencias sociales y otras muchas disciplinas. Google representa un verdadero Matrix que nos nutre de pseudoconocimientos y representaciones defectuosas. De hecho, ha llegado la hora de combatir los enfoques posmodernos –fascinados con la representación, ya sea digital o de cualquier otro tipo– y alimentar nuestros conocimientos a partir de la experiencia y la interacción directa con los objetos a analizar e investigar, es decir, que habríamos de hacer prevalecer al fenómeno frente a nuestra potencia proyectiva.

Tras realizar dos obras principalmente etnográficas sobre macarrismo, he considerado oportuno –animado por mi editor Tomás Rodríguez, a quien se le ocurrió la idea del presente libro– escribir esta antropología del macarrismo, en la que analizar teóricamente los contenidos acumulados, analizados y experimentados en estos tres años de entrevistas y observación participante.

Quisiera dejar claro por qué en el título empleo el término «macarrismo» en lugar de «macarreo». Yo, personalmente, no había establecido distinción de significado entre ambos conceptos, hasta que leí una elogiosa reseña de Macarras en elblogdemiguelfernandez. En ella el autor, establece una distinción: a su juicio, el macarreo haría referencia al proxenetismo, mientras el macarrismo sería propio de una cultura callejera no necesariamente ligada a la prostitución. La lectura de esa reseña despertó en mí la necesidad de distinguir también entre ambas palabras. Pero, aunque estoy de acuerdo en la definición que hace del «macarrismo», no ocurre lo mismo con la noción de «macarreo». Personalmente, considero que la palabra «macarreo» sería ideal para referir al macarrismo trendy: la fascinación puramente decorativa por las barriadas, la marginalidad y las estéticas de la pobreza. El macarreo, pues, sería una forma de moderneo quinqui o trash que hace al moderno emplear códigos macarras para acumular prestigio simbólico al margen de los contenidos reales y dolorosos de la marginalidad, la delincuencia o la pobreza. Hablamos de un macarrismo posmoderno, sin referente. En definitiva, con la palabra «macarreo» hacemos referencia al moderneo macarra, al macarrismo de cartón piedra, de parque temático.

El libro que sostienes entre tus manos, pues, no es una antropología del macarreo, sino una antropología del macarrismo. Como se diría en la calle, esta es una antropología sobre la «gente real», aquellos que han vivido los barrios en primera persona.

[1] Este olfato o intuición personal no paracen haber ido muy desencaminados. Como prueba de mi aptitud para cazar «talentos macarras», tenemos que muy probablemente va a realizarse una serie de ficción basada en la Panda del Moco, mítica pandilla de pijos malos de los ochenta, que fue documentada por escrito por primera vez por mí en Macarras interseculares. Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros (Santa Cruz de Tenerife, Melusina, 2020).

[2] En una cultura posmoderna como la actual, en la que impera la subjetividad del autor, el objeto o el fenómeno –es decir el macarra o el pandillero– parece lo de menos. No cabe duda de que la posmodernidad está atentando gravemente contra el valor de la escucha.

Macarrismo

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