Читать книгу La ciencia de los sentimientos - Ignacio Rodríguez de Rivera - Страница 10
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¿qué pone en movimiento a la mente?
Recordemos que la mente es un sistema formado por un conjunto de elementos que hemos llamado cualia (cualidades sensibles, positivas, negativas y neutras) y que, por lo tanto, son de índole subjetiva – “y” de las relaciones entre ellos (que se originan por ser activados simultáneamente).
Cada uno de esos conjuntos de cualia constituye una representación mental de una experiencia sensible del individuo, bien sea originada por estímulos externos o internos (o de ambos al mismo tiempo).
Tomemos un ejemplo que muchos hemos podido experimentar en nuestra vida cotidiana: veamos cómo se produce una sensación de movimiento en algunas ocasiones:
Estoy sentado en el asiento del tren, junto a una ventanilla, y el tren está detenido en la estación junto a otro tren, también parado.
‘Veo’ que el tren vecino se mueve, primero lentamente y, poco a poco, más rápido. Al poco tiempo, percibo una vibración en mi cuerpo y entonces siento y me doy cuenta de que es mi propio tren el que está moviéndose (si su movimiento fuese más acelerado, también percibiría, a través del órgano del equilibrio de mi oído, mi propio desplazamiento; pero en este ejemplo eso no sucede, porque la aceleración no es suficiente para estimularlo).
Durante la primera etapa, cuando sólo siento el movimiento a través de la vista, lo atribuyo a que el movimiento es ajeno: el tren vecino. Pero cuando, además de la vista, interviene el sentido corporal de la vibración, ambos sentidos unidos y simultáneos dan como resultado la cualidad sensorial de movimiento propio.
Lo que pretendo poner de manifiesto con este ejemplo es que un mismo hecho (movimiento del tren) puede producir dos cualia diferentes, según intervenga uno o varios sentidos en su formación: cualidad de movimiento ajeno, o cualidad de movimiento propio.
(Queda por saber si, en realidad, al mismo tiempo que se mueve mi tren, también se mueve el otro en sentido contrario. Necesitamos otros datos para averiguarlo).
Esto nos ocurre continuamente cada día, cuando vemos que el sol se desplaza allí arriba, porque no percibimos el movimiento de nuestro planeta. Por eso seguimos diciendo que el sol ‘sale’ o ‘se pone’ sobre el horizonte. Eso es lo que sentimos, aunque ‘sepamos’ que ambos se desplazan respectivamente: primero creímos saber que el Sol se movía; luego averiguamos que la Tierra se mueve en torno al Sol; más tarde llegamos a saber que ambos se desplazan respectivamente, aunque en distinta proporción. (Y el cuento sigue con que todo el sistema solar se mueve, que también se mueve la galaxia, etc.).
Pero volvamos al tema de la mente y los hechos que ocurren en su interior:
El hecho de que varios cualia se produzcan simultáneamente tiene la consecuencia de que las neuronas que se activan al mismo tiempo quedan enlazadas entre sí, de modo que, cuando uno de esos cualia es reactivado por un nuevo estímulo, se activan todos los demás a él enlazados; es decir, que si la primera constelación contenía, por ejemplo, la sensación de color rojo, y también el calor; cuando recibamos un estímulo visual de cierta frecuencia correspondiente al rojo, también se activa la cualidad de temperatura. O a la inversa: la activación del calor activa la de rojo.
Esa ‘representación’ de la experiencia rojo-caliente se vuelve a hacer presente ante lo rojo o ante lo caliente. Por eso podemos decir que la mente es un sistema de re-presentaciones de la experiencia.
Pero, antes de seguir adelante, tratemos de aclarar ese concepto de sistema que vengo usando:
Un sistema es un conjunto de elementos relacionados entre sí de tal modo que la variación o cambio de uno de ellos acarrea (directa o indirectamente) cambios en los demás.
Suele decirse que un sistema es un conjunto de elementos “y” la relación entre ellos. Por lo tanto un sistema es una unidad, no una suma o agregado de unidades; un sistema no es reducible a los elementos que lo componen.
La molécula de agua es un sistema compuesto de tres elementos atómicos: dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, que están relacionados entre sí. Si los separamos, desaparece el agua, con todas sus propiedades químicas y físicas.
Una imagen, a tamaño perceptible, de un sistema puede ser el siguiente (que pongo siempre como ejemplo gráfico de los elementos y sus relaciones):
Tenemos un conjunto de poleas y las tenemos colocadas en un mismo plano en el espacio. Cada una de esas poleas puede girar libremente, con independencia de las demás.
Ahí tenemos un conjunto de elementos, que son las poleas.
Ahora colocamos una cadena, cable o cuerda (‘cabo’ que dirían los marinos) de tal modo que rodee en cierto orden de particular a esas poleas. Con este método bien trazado hemos obtenido algo que se llama “sistema” de poleas, el cual funciona de tal modo que, cuando una de las poleas gira, provoca giro en las demás (lo cual sirve para elevar grandes pesos) con velocidades angulares que dependen del diámetro respectivo.
En ese sistema tenemos representadas dos cosas: los elementos (ruedas) y las relaciones entre ellos (la cuerda o cabo).
Los cambios de uno de los elementos produce cambios en los demás. Esto quiere decir que la ‘libertad’ de cada elemento queda limitada al formar parte de un sistema. Pero también quiere decir que el sistema así formado posee unas características o potencialidades que no tiene la mera suma de sus elementos. (En el ejemplo anterior se cumple aquello de que la unidad hace la fuerza)5.
A mí personalmente me gusta intentar una definición, en términos matemáticos, del concepto de sistema (los especialistas dirán si es acertada o no): Un sistema es un conjunto de variables mutuamente dependientes; porque creo que dicha definición permite caracterizar cada sistema según sea la índole de sus elementos y de las funciones que los relacionan entre sí.
Una vez entendido el concepto de sistema, podemos volver al asunto de ese sistema que llamamos mente:
Hemos visto que sus elementos más simples son los cualia, también hemos visto el tipo de relaciones iniciales que existe entre ellos: simultaneidad y mutua reactivación en cada nueva experiencia en la que coincide, al menos, uno de esos elementos.
Con sólo esto me atrevo a afirmar que hemos descrito y explicado cómo se forma la mente humana inconsciente. Y a partir de aquí podemos explicar el modo peculiar en que funciona esa mente o si se quiere decir en términos del antes citado Matte Blanco la lógica propia de la mente inconsciente (lógica que él formula en términos de la lógica matemática de Russell-Whitehead: lógica simétrica vs. asimétrica).
Las características del sistema inconsciente son las que enunció Freud en su célebre (y discutida) obra La Interpretación de los Sueños, características de las que únicamente me interesa destacar aquí dos, a saber: A) en el sistema inconsciente hay ausencia del factor temporal y B) hay ausencia del principio de no contradicción.
Es decir: ni tiempo ni negación; o, dicho de otro modo: sólo hay presencia (actualidad) y no hay contradicción, cosa que ya vimos cuando hablamos de sentimientos opuestos y simultáneos o, mejor dicho, de sentimientos que contienen simultáneamente valores negativos y positivos, pues en sí mismos no son contradictorios, sólo lo son para la consciencia.
Una vez aclarado el concepto general de sistema, podemos pasar a plantearnos cuáles son las causas o hechos que ‘ponen en funcionamiento’ al sistema mental, pues no todos los procesos que ocurren en el cerebro tienen que ver con la mente. Por ejemplo, el cerebro regula muchos procesos del organismo (respiración, ritmo cardiaco, vigilia o sueño, actos reflejos ‘automáticos’ a un estímulo, etc., por mencionar sólo algunos que son perceptibles para el sujeto).
Es un error, bastante frecuente entre neurocientíficos, calificar a esos procesos como inconscientes pues, aunque es cierto que transcurren sin que la mente sea consciente de ellos (como no somos conscientes de la circulación linfática o sanguínea), sería más apropiado decir que son procesos cerebrales ‘ajenos’ al ámbito propio de la mente (a nadie se le ocurre decir que la circulación de la sangre es un hecho inconsciente). Cuando hablamos de consciencia o inconsciencia, se sobreentiende que estamos hablando de asuntos o características de los procesos mentales, los cuales involucran necesariamente ciertos procesos cerebrales que todavía no han sido suficientemente aclarados por las neurociencias.
De paso, sobre esta última cuestión, creo oportuno señalar que las neurociencias han comenzado, a partir del último tercio del siglo XX, a investigar cuáles son los hechos neuronales que acompañan a la consciencia, por iniciativa de Krick (el mismo que descubrió, junto con Watson, la forma de doble hélice del ADN). Pero tengamos en cuenta que una cosa es saber cuáles son esos hechos cerebrales y otra muy distinta ‘explicar’ la consciencia. Por ejemplo: una cosa es saber cómo funciona una bicicleta (de qué está formada y cómo se mueven sus piezas) y otra bien diferente explicar su movimiento, que no es consecuencia de esas piezas, sino de la fuerza que se les comunica.
Lo que tratamos de averiguar ahora no es de qué está formado el sistema mental (cosa que ya hemos visto y llegado a la teoría de que está formado por cualia producidos por la experiencia), ni tampoco cómo funciona ese sistema mental (reactivando enlaces o relaciones entre esos cualia), sino qué es lo que hace que se produzca dicha reactivación.
Pues bien: ya hemos visto que una cualidad sensible es originada por un estímulo, sea procedente del mundo exterior o del interior del propio cuerpo.
En cualquier caso cualquier estímulo produce un efecto en una u otra parte del cuerpo, efecto que consiste en que el órgano afectado es apartado de su propio equilibrio homeostático, y reacciona de tal modo que recobra ese equilibrio.
Por ejemplo, en el caso de una célula de la retina ocular, el estímulo recibido (que la ‘excita’) es una onda luminosa de cierta frecuencia e intensidad (si se trata de ondas fuera de ese ámbito, ultravioleta o infrarrojo, la retina no se estimula: son ondas invisibles). Esa célula excitada, recobra su estado de equilibrio anterior emitiendo o descargando una señal electroquímica al nervio óptico.
Cuando el estímulo es de origen interno, por ejemplo, que se produzca un gasto de glucosa, el órgano en cuestión restablece su equilibrio enviando la ‘señal’ correspondiente hasta la zona cerebral donde se produce la sensación de hambre.
Lo que quiero poner de manifiesto con esos ejemplos simples es que el sistema mental es puesto en actividad a raíz de que el cuerpo necesita algo que sirva para restablecer su equilibrio homeostático.
Dicho del modo más breve posible: la mente se pone en funcionamiento cuando el cuerpo necesita algo.
La tarea de la mente es ‘averiguar’ y responder a eso que ‘me pide el cuerpo’, por expresarlo en términos coloquiales.
Eso ‘que me pide el cuerpo’ es a lo que Freud vino a llamar ‘pulsión’. Él empleó el término alemán ‘trieb’, palabra sin equivalente en español ni en inglés, y que fue traducida a la palabra española ‘instinto’ por Ballesteros (primer traductor de su obra completa) (edición promovida por el filósofo Ortega y Gasset y que revisó el propio Freud, que conocía bien nuestro idioma y que había leído en su juventud ‘El Quijote’); y por Strachey que la tradujo al inglés con la palabra inglesa ‘instinct’.
El propio Freud había señalado que prefería utilizar el término ‘trieb’, en vez de ‘instinkt’, porque el segundo (instinto) se refiere a una conducta programada del individuo; mientras que ‘trieb’ es un impulso de origen orgánico carente de un programa de conducta específico.
El neologismo español ‘pulsión’ fue propuesto por el segundo traductor de la obra completa de Freud, el argentino Etcheverry, debido a las connotaciones que sugiere ese término tales como la de un impulso o empuje de índole indeterminada o inespecífica. (Su raíz latina ‘pellere’=empujar, ha dado origen a múltiples términos: compulsar, compulso, compulsión, expulsar, repulsa, impulsar, impeler, propulsar, pulsar, etc.)
Si me detengo a comentar lo anterior es porque se trata de un concepto que se presta a muchas confusiones y que, si no se aclara suficientemente, puede dar lugar a grandes errores sobre los procesos mentales que ocasiona dicha ‘causa’ del dinamismo mental.
Pondré un ejemplo que ya he utilizado antes: uno tiene la sensación de hambre o apetito, sin saber muy bien qué es lo que le apetece. La ‘señal’ que está recibiendo su mente es la de una ‘pulsión’ que llamamos hambre (para mayor precisión: el hambre es la sensación (cuale) producida por la pulsión originada por la falta de nutrientes) .
La tarea a la que se enfrenta esa persona es averiguar de qué apetito particular se trata. Si el interesado padece un episodio de hipoglucemia, con toda probabilidad que ‘sepa’ detectar que se trata de apetito de azúcar; pero con mucha frecuencia las cosas no son tan fáciles y cuesta mucho descubrir que la apetencia es de, por ejemplo, naranjas (como le ocurrió a las tripulaciones de antiguos navíos, cuya carencia de vitaminas les producía escorbuto).
Una pulsión, en general es de ese modo: una exigencia del cuerpo, sentida como necesidad o apetencia (según su intensidad) inespecífica en principio.
La pulsión es el ‘empuje’ del cuerpo, la sensación que produce no está inicialmente conectada o dirigida a una cosa particular. Por eso decía Freud que supone una exigencia de trabajo para la mente.
En el caso de otros animales, la mayoría de sus necesidades pulsionales desencadenan un repertorio de conductas que están programas ‘instintivamente’; pero en el caso humano, salvo escasos repertorios instintivos, la mayoría de sus pulsiones o exigencias del cuerpo requieren de un aprendizaje más o menos largo.
Este rasgo que nos es propio (aunque, en menor medida, lo comparten algunas especies animales) parece ser debido a que los humanos nacemos con un cerebro inmaduro, todavía poco desarrollado, y a que su desarrollo se completa durante muchos años (dicen que hasta los 21 no se desarrolla la corteza cerebral); de modo que ese desarrollo o madurez se produce en función de las relaciones con el ambiente (sobre todo de su entorno humano).
El carácter inespecífico de la pulsión podemos verlo con mayor claridad si observamos a un recién nacido: el bebé siente una incomodidad, desazón, molestia, dolor, que no ‘sabe’ identificar: reacciona pataleando y llorando (conducta, esta sí, instintiva o refleja). La persona que lo cuida (función ‘madre’) detecta ese malestar del bebé y emprende la tarea (a veces bastante ardua por estar sometida a la tensión que le genera el llanto) de averiguar cuál es la necesidad del bebé: cambio de posición, hambre, sed, escozor por humedad, gases, etc. (unas son pulsiones originadas en el cuerpo del bebé, otras son necesidades provocadas por estímulos externos).
Hasta que no responde adecuadamente, la pulsión no cesa (ni el estímulo adverso tampoco).
Si las cosas marchan suficientemente bien, la madre responde adecuadamente a la necesidad de la criatura, y ésta ‘aprende’ a ir identificando, a través de múltiples repeticiones, cuál es su necesidad.
Otras veces, por desgracia, la madre (insisto en emplear este término para designar a cualquier persona cuidadora) ‘interpreta’ erróneamente aquella necesidad, por ejemplo, cada vez que llora le pone a mamar, lo cual satisface al bebé y se duerme, aunque siga escocido por su orina o heces.
Este error materno facilita o determina, en mayor o menor medida, que el lactante en cuestión desarrolle la tendencia a intentar satisfacer cualquier situación incómoda con una conducta equivalente a la de mamar: será ‘un mamón’ que, siempre que se siente necesitado de algo, quiera resolverlo incorporando cosas de otras personas. Un carácter ‘oral’, que diría Freud.
Con este ejemplo, bastante simplificado, quiero poner de manifiesto dos cosas: A) que la pulsión (‘lo que me pide el cuerpo’) es lo que pone en movimiento al sistema psíquico y B) que la mente se organiza de un modo u otro en función, no sólo de las pulsiones que surjan durante la vida, sino también en función del aprendizaje adquirido a través de la experiencia; experiencia notablemente dependiente de las condiciones del entorno.
Ahora bien, sería un error considerar que las pulsiones son el único motivo por el que se produce una actividad psíquica, ya que la pulsión es el resultado de una variación del equilibrio homeostático del cuerpo, originada por el propio dinamismo orgánico; pero a las pulsiones, que se manifiestan con cierta periodicidad propia de cada sujeto y de la etapa de su vida, hay que añadir otro motivo por el que el organismo es apartado de su equilibrio homeostático; se trata de los estímulos, tanto los de origen externo como interno (por ejemplo los gases intestinales del bebé anterior).
También los estímulos acarrean una necesidad corporal más o menos urgente e intensa que debe ser respondida desde el sistema mental (salvo aquellos casos en que exista una respuesta refleja o instintiva).
En cualquier caso, el que existan o no ciertos estímulos es bastante aleatorio y no corresponde a necesidades propias del individuo.
Una vez averiguado lo anterior, nos toca ahora intentar indagar cuáles son esas pulsiones básicas, aproximadamente iguales para todos nosotros, con independencia de la cultura o ámbito social en el que vivamos. (Los estímulos, sobre todo los externos, sí que varían mucho según el ambiente).
Otra cosa es que una misma pulsión puede tener distinto grado de intensidad en cada cual, en función de su propia dotación genética. Por ejemplo, la necesidad de comer será más o menos intensa o frecuente dependiendo del metabolismo de la persona.
Un error, que ha sido muy criticado, de Freud, que fue quien acuñó ese concepto de pulsión, fue creer que sólo existía la pulsión sexual, por una parte, y por otra un conjunto (nunca detallado por él) de ‘pulsiones de autoconservación’.
Más tarde, englobó a esas pulsiones en una sola, más general, que denominó ‘pulsión de vida’ e introdujo otra pulsión denominada ‘pulsión de muerte’. Teoría aún más criticada, si cabe, que la anterior.
No voy a entrar ahora en ese debate, que continúa abierto entre los propios psicoanalistas; aunque más adelante trataré el asunto de la hipotética ‘pulsión de muerte’, pero para hacerlo necesitamos aclarar otros muchos asuntos previamente.
De momento nos basta por admitir que las pulsiones, en el sentido que antes he expuesto, son hechos producidos por la dinámica de los organismos y que producen la activación del sistema mental humano.
5. El asunto de los sistemas tiene una larga historia que no vamos a tratar aquí, pero vale la pena leer la Teoría General de los Sistemas, escrita por Karl Ludwig von Bertalanffy en 1928.