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sensaciones del cuerpo y sentimientos de la mente

Nos interesa hablar de los sentimientos, pero para entenderlos tenemos que comprender antes qué son las sensaciones, cómo se forman, qué significan y la función que cumplen.

¿Por qué es necesario entender las sensaciones?, por una razón muy sencilla: los sentimientos son algo que sentimos. De modo que hemos de averiguar qué es eso de sentir.

Todos conocemos de primera mano sensaciones de calor o frío, dolor y placer, color, forma, posición y movimiento de las cosas; presión, peso, suavidad, aspereza, luz, penumbra y oscuridad, olores, sonidos, sabores, posición y movimiento de nuestro cuerpo, somnolencia, sed, hambre, asco, cansancio, necesidad de movernos, picor, escozor, deslumbramiento, atracción, repulsión, excitación sexual, calma, satisfacción, hastío…

Cada una de esas sensaciones depende de dos factores: la índole del estímulo que las provoca y el estado en que se encuentra nuestro cuerpo al recibirlo.

Unos estímulos proceden del exterior, otros del interior de nuestro cuerpo.

A su vez, las sensaciones (por sí mismas) pueden tener un carácter, tonalidad o signo (valor) que puede ser: 1) positivo (agradable o atractivo), 2) negativo (desagradable o repelente) y 3) neutro (indiferente).

Según sea el signo o valor de la sensación, se provoca una reacción (las positivas o negativas) o una ausencia de reacción (las neutras).

Otra cosa diferente es que alguna sensación esté enlazada (debido a la experiencia) con otras que tienen un signo diferente, de modo que una sensación que, por ejemplo, en sí misma sea neutra, ha quedado enlazada con alguna otra de signo negativo, por lo cual aquella neutra adquiere una tonalidad negativa.

Ese nexo entre varias sensaciones simultáneas o sucesivas queda establecido mediante enlaces entre diversas neuronas del cerebro, lo cual constituye la memoria, como ha demostrado Eric Kandel en su investigación sobre el cerebro del caracol marino Aplysia, que le valió el premio Nobel del 2000 (el detalle puede verse en su obra En busca de la memoria).

Creo importante insistir en que las sensaciones, aunque sean neutras, dejan su impronta en la memoria, porque cada sensación no consiste en la estimulación de una sola neurona, sino en la excitación simultánea de un conjunto de neuronas que, en consecuencia, quedan enlazadas entre sí, a través de las conexiones sinápticas entre axones y dendritas (‘troncos’ y ‘ramas’ de las neuronas); de modo que esos enlaces se refuerzan o debilitan en función de la intensidad del estímulo y de las repeticiones del mismo.

No olvidemos que la intensidad de un estímulo se traduce, a nivel de las conexiones neuronales en una mayor frecuencia de la activación del enlace; porque ese enlace es del tipo de un interruptor de un circuito eléctrico: apagado o encendido, sin términos medios: una neurona, cuando alcanza el límite de carga que se llama ‘potencial de acción’, descarga, mediante los neurotransmisores que se ‘derraman’ en el espacio sináptico, esa carga eléctrica, la cual pasa a las dendritas de las siguientes neuronas. De modo que esa vía dendrítica queda fortalecida aumentando el ‘aislante’ que es su revestimiento de mielina y, por tanto, facilitando la transmisión del impulso (como el cauce de un río se ahonda con el paso de la corriente).

De este modo, el cerebro cuya estructura o diseño inicial se construye en función del código genético se va transformando o rediseñando en función de la experiencia, sea por estímulos externos al cuerpo o internos del propio cuerpo.

Es fundamental tener presente que ese desarrollo cerebral se produce en función, además del código genético, de las condiciones ambientales, incluyendo aquí los hechos que ocurren durante la vida fetal, no sólo después del nacimiento.

Para aclarar lo anterior, pondré el ejemplo (mejor dicho, la analogía) de un Estado político: el ADN o código genético de un Estado vendría a ser representado por las condiciones del territorio y de sus habitantes; las interacciones entre esos habitantes entre sí, y de ellos con su territorio llegan a producir una Constitución (una organización política del Estado). De modo similar, cuando hablamos de características ‘constitucionales’ (si se quiere: innatas) de una persona, no estamos hablando únicamente de su genética, sino también de los procesos experimentados por el individuo (proceso constitucional).

Todo ello determina el modo en el que ese individuo va a experimentar los estímulos externos o internos, es decir, la modalidad (subjetiva) de sus sensaciones.

Ahora bien, con todo lo que llevo dicho sobre las sensaciones, seguimos sin saber en qué consiste eso de ‘sentir’, que no es algo que pueda ser observado desde fuera, no es objetivo, sino sólo sentido desde dentro, es decir, subjetivo.

Sin embargo, aunque tu no puedas sentir mi propia sensación, sí existe la posibilidad de que nos transmitamos de algún modo o por alguna vía esas sensaciones, aunque sean propias de cada uno. Ya veremos de qué modo es posible esto; pero antes hemos de entender en qué consiste la sensación propia de uno.

Tratemos de aclarar el motivo por el que nos planteamos este asunto como un problema a resolver, pues podría parecer que se trata de algo obvio; por ejemplo, tendemos a pensar o creer que los colores son algo que existe en el mundo exterior, pero eso no es así, porque en ese mundo lo que hay son ondas luminosas de distinta frecuencia de onda e intensidad; de modo que el color es algo que sólo ocurre dentro de nuestra cabeza.

Lo que llega a nuestra retina es una onda luminosa; en la retina hay dos tipos de células, llamadas conos y bastones (por la forma que tienen), los bastones son ‘sensibles’ a la intensidad luminosa, tan sensibles que pueden ser ‘excitados’ por un solo fotón; mientras que los conos son ‘sensibles’ a la frecuencia de la onda luminosa.

Hay tres tipos de conos, cada uno de ellos sólo es excitado por unas determinadas frecuencias que corresponden a los tres colores siguientes: azul, verde y azul1. Pero insistamos: esa onda luminosa no es amarilla, ni verde, ni azul, sino que tiene una determinada frecuencia que se transforma en sensación cromática. Dicha sensación puede ser el resultado de una mezcla, en diversas proporciones, de esas tres longitudes de onda; es decir, de distintas proporciones del número de bastones de cada tipo que son excitados simultáneamente.

La enorme diversidad cromática que así se obtiene se parece a lo que hace un buen pintor cuando toma pinturas de esos tres colores y las mezcla en distinta proporción para obtener el tono que busca.

Algo parecido podríamos decir de otras sensaciones como el sabor, el olor, el sonido, etc.

Pues bien, siguiendo con el ejemplo de la visión del color, lo que ocurre en ese bastón cuando es excitado, es que emite una señal eléctrica (transportada por una sustancia que llamamos neurotransmisor) a la siguiente célula del nervio óptico. De modo que lo que se transmite a lo largo de esa vía nerviosa es un impulso eléctrico, hasta que llega a la zona del cerebro que es la corteza visual, donde cobra el carácter de sensación de color.

El color es algo que únicamente existe ahí, en la corteza visual, en ninguna otra parte del universo. Pero, sin duda es algo que existe, como todos sabemos y conocemos de primera mano (salvo aquellas personas que son ciegas o daltónicas, a quienes les servirán otros ejemplos sensoriales, que funcionan de modo parecido).

Un ejemplo, ahora del sonido, puede ilustrar este asunto: como todos sabemos Beethoven se quedó sordo, aunque siguió componiendo su magnífica música. Cuando ya era sordo no podía oír sonidos, pero estoy completamente seguro que sí podía seguir soñando la música, seguía siendo capaz de ‘oírla en sueños’.

Esto quiere decir que, cuando soñamos, nuestro cerebro se activa de tal modo que ‘percibe’ sensaciones de sonido, de color, etc. aunque no exista el estímulo que las provoca cuando estamos despiertos.

Ahora no vamos a tratar el tema del sueño, cosa que haremos más adelante; pero sí es oportuno que veamos algún experimento neurológico que pone de manifiesto el fenómeno de transformación de una señal eléctrica, transmitida por la vía nerviosa en una sensación:

Si introducimos un micro-electrodo en el cerebro, en una vía nerviosa que conduce hasta la corteza visual, o hasta la corteza auditiva, etc., el individuo, que sigue despierto y consciente (porque el cerebro no siente dolor alguno por ese motivo), lo que ocurre es que el individuo en cuestión ‘ve’ un color, u ‘oye’ un sonido, exactamente igual que si esa carga eléctrica se hubiese originado por un estímulo exterior sobre el ojo o el oído, etc.

El mismo estímulo eléctrico puede introducirse en cualquier otra vía nerviosa, dando como resultado las diversas sensaciones que corresponden a cada una de esas vías.

De hecho, existe un fenómeno, que se da en algunas personas, llamado ‘sinestesia’, que consiste en que un estímulo sonoro, por ejemplo, es percibido por la persona de dos formas simultáneas: como sonido y como, por ejemplo, color o forma. De modo que esa persona ‘ve’ sonidos; otra ‘oye’ colores; etc. (en realidad deberíamos decir que siente visualmente ondas sonoras, o siente auditivamente ondas luminosas).

La explicación de este fenómeno parece ser que el estímulo sonoro, por ejemplo, se transmite por su vía correspondiente, pero también por otra vía que termina en la corteza visual; como una especie de derivación en un circuito eléctrico.

Todo esto es lo que nos lleva a plantearnos la pregunta anterior: ¿cómo se transforma ese estímulo eléctrico que llega a la zona cerebral correspondiente en una ‘sensación’ que tiene la cualidad de sonido, forma, color, presión, temperatura, etc.?.

A ese resultado sensorial, que sólo percibe el sujeto (la sensación es un hecho subjetivo) es a lo que los neurocientíficos llaman cuale (plural: cualia).

Los cualia sólo existen en el sujeto, es decir, en el cerebro del sujeto, pero los neurocientíficos se debaten en cómo explicar ese enigma. Porque nosotros no sentimos cargas eléctricas sino colores, sonidos, etc.

En el mundo no hay color, sino ondas electromagnéticas, no hay sonidos, sino ondas de presión, no hay sabores, sino sustancias químicas. Mejor dicho: en el mundo exterior no existen esas sensaciones, pero sí en la parcela del mundo que somos nosotros y otros seres vivos.

Veamos lo que dice uno de esos neurocientíficos, llamado Llinás2:

“El término ‘cualia’ se refiere a la calidad de las entidades. El filósofo Willar Quine empleó el término para denotar el carácter subjetivo de las sensaciones. (…) lo emplearé para referirme a cualquier experiencia subjetiva generada por el sistema nervioso, como por ejemplo el dolor, el color, o el tono específico de una nota musical.” (p. 235).

“Mi razonamiento es que la existencia misma del sistema nervioso central se origina en la experiencia sensorial, la cual, gracias a la predicción, permite el movimiento activo (motricidad)”. (p. 237)

“Penfield encontró (…) que era posible evocar experiencias sensoriales muy específicas al estimular eléctricamente la corteza sensomotora (…). Dependiendo de la corteza estimulada, los pacientes ‘oían’ fragmentos de canciones familiares o de voces, o ‘veían’ a algún familiar o evocaban alguna imagen del pasado”. (p. 239)

“Teóricamente hay razones de muchísimo peso para pensar que el fundamento de las cualia se encuentre en fenómenos eléctricos neuronales” (p. 240)

“Aceptamos, pues, que las cualia se desencadenan gracias a la actividad eléctrica en el cerebro y que están constituidas por eventos muy cercanos en el tiempo a las estructuras eléctricas que se deslizan sobre la superficie de las membranas neuronales” (p. 241)

“Las cualia realmente son eventos celulares fugaces y discontinuos” (p. 242)

“Los PAF [patrones de acción fijos] sensoriales están acompañados de experiencias subjetivas, bien sea por la activación de las vías sensoriales debida a estímulos externos, bien por la estimulación experimental eléctrica (o química) en diversas áreas del cerebro, o bien por acciones iniciadas en el interior, como en los sueños.” (p. 243-4)

“Al parecer, las cualia se relacionan no sólo con neuronas particulares en sí sino, más aún, con la geometría dinámica de los patrones de actividad eléctrica que las neuronas son capaces de producir”. (p. 244)

“…creo que la esencia de la sensación es justamente el conjunto de patrones de actividad eléctrica de las neuronas y de sus contrapartes moleculares”. (p.245)

“Desde hace tiempo se sabe que células simples tienen propiedades de irritabilidad (la capacidad de responder comportamentalmente a estímulos). (…) Si pensamos que las cualia representan una especialización de este sensorio primitivo, sería un paso razonable (…) para llegar al fenómeno de los ‘sentimientos corporativos’ de los organismos superiores, en el ámbito multicelular. Si nos podemos acomodar a esta noción, comprenderemos que las cualia deben surgir fundamentalmente de propiedades de las células aisladas, amplificadas gracias a la organización de circuitos especializados en funciones sensoriales” (p. 248) (Subrayado mío)

“En las cualia, el producto de la activación celular – la ‘sensación’ – es la suma (logarítmica) de cada activación celular sobre un evento coherente común (una propiedad geométrica) en un momento determinado”. (p. 250)

“Quienes niegan que las cualia se reducen a la actividad eléctrica y a la geometría de los circuitos neuronales, tal vez lo hagan por no haber comprendido las geometrías funcionales; las cualia no son eventos misteriosos (…) que operan el milagro de transformar la actividad eléctrica en ‘sentimientos’. (…) La actividad neuronal y la sensación son el mismo y único evento” (p. 255).

[Comentario mío: es por todo lo anterior por lo que digo que la sensación, eso que sentimos, no es el ‘resultado’ o consecuencia de una activación neuronal, sino que es esa misma activación neuronal: eso que estás sintiendo es lo que están sintiendo tus células, visuales, olfativas, etc. Sabemos lo que sienten las células: es lo que sentimos nosotros. Lo que afirma Llinás es una teoría poco usual, creo que es original suya, y anula el ‘misterio’ de cómo la actividad neuronal ‘se convierte en’ sensación subjetiva, pues no hay sino una sola cosa ahí].

[Todo lo anterior de Llinás, incluido el comentario mío, es copia de un fragmento del libro que publiqué en 2017, titulado ‘Clara-Mente. El alma del cuerpo’].

Tomando la teoría de Llinás como válida (mientras no se compruebe lo contrario), podemos dar por respondida la pregunta que nos habíamos planteado respecto a qué es, cómo se produce y porqué es así, el fenómeno de sentir.

“Sensaciones del cuerpo”, es la primera parte del título de este capítulo.

Ahora nos toca tratar de entender la segunda parte de ese título: “sentimientos de la mente”.

En realidad, sería más preciso decir que cuando hablamos de las cualia ya estamos hablando de la mente porque, como hemos visto, las cualia son un fenómeno subjetivo, no objetivo u observable por nadie que no sea el propio sujeto que las experimenta.

Es más: mi hipótesis es que los cualia son los elementos fundamentales e irreducibles del sistema psíquico.

Destaco esto porque, de ser acertada mi hipótesis, estaríamos nada más y nada menos que ante la frontera o paso entre lo físico (orgánico) y lo psíquico.

Como dije antes, una característica fundamental de lo que llamamos sentimientos es que es algo que sentimos; por este aspecto sensorial es por lo que me he detenido a hablar de las sensaciones.

Pero lo que diferencia a un sentimiento de una sensación es que en el sentimiento, además de un conjunto de sensaciones, hay también otro ingrediente, al que llamamos pensamiento.

Quiero decir: un conjunto de sensaciones simultáneas que se enlazan entre sí de modo que configuran una especie de ‘constelación’ sensorial, contiene diversos tipos de sensaciones cualitativas (cualia): puede incluir sensaciones positivas y negativas, pero también neutras. El resultado final de la activación de ese conjunto de cualia será una conducta de atracción o rechazo (o indiferencia).

Pero debemos tener presente que esos enlaces entre los elementos del conjunto, quedan establecidos en nuestro cerebro en forma de enlaces neuronales, de modo que, cada vez que uno o varios de esos elementos o cualia es activado por un nuevo estímulo, todos los demás también se activan. (Como luces de Navidad en serie).

Es muy importante tener en cuenta que, en ese conjunto de cualia, puede haber algunos elementos de índole neutra, es decir, que por sí solos no producen re-acción en el sentido de conducta (de atracción o rechazo); pero si la huella de memoria de alguna (o varias) de esas sensaciones neutras es nuevamente activada por un estímulo, también se activan aquellas otras sensaciones de signo positivo o negativo enlazadas a ella.

Mi hipótesis es que esos cualia neutros son los elementos básicos con los que se forma el sistema del pensamiento; es decir, un conjunto de huellas de memoria de cualia neutros que se relacionan entre sí formando un sistema cuyo origen está en la experiencia del individuo, pero que por sí mismo no produce reacción emocional o de conducta; aunque, a través de su enlace con las otras sensaciones (positivas o negativas), cobra un significado de experiencia, emocional.

Para aclarar esto que acabo de plantear, pondré un ejemplo sencillo: un niño recibe el estímulo de una luz intensa que le deslumbra, al mismo tiempo que su madre da una voz alegre diciendo ‘¡sol!’.

El estímulo luminoso produce en el niño una sensación de deslumbramiento ante la que entorna los ojos; al mismo tiempo el sonido sol también es registrado como sensación neutra.

Ambas sensaciones quedan enlazadas: hay una primera palabra que, en sí misma no motiva nada, pero que significa (señala a…) otras sensaciones (deslumbramiento, calor, etc.).

Con lo que opera el pensamiento es con esas palabras (sol, etc.) o ideas; con ‘representaciones’ mentales carentes de valor emocional o de motivación para la conducta; esto son cualia neutros.

Cuando la madre vuelva a gritar “sol” (jugando) el niño reaccionará guiñando los ojos.

Nuestro pensamiento contiene ‘ideas’ concretas (p.ej. ‘sol’) y las relaciones entre ellas producen ‘ideas’ abstractas (luminosidad, temperatura..).

El pensamiento viene a ser, por lo tanto, el funcionamiento del sistema formado por cualia neutros. Y el significado del pensamiento es la correspondencia existente entre los cualia neutros y los cualia con valor positivo o negativo. (Correspondencia entre el sonido ‘sol’ y la sensación luminosa y térmica).

Cuando hablamos de ‘pensamiento abstracto’ de lo que estamos hablando es del desarrollo de un sistema de significantes y de la generación de nuevos significantes por combinación entre los anteriores. Dicho de otro modo: el pensamiento es un proceso de relación entre los “’átomos” mentales con carga neutra que son los cualia neutros.

Que todo ese sistema (el sistema de nuestros pensamientos) guarde o no correspondencia con los fenómenos de la realidad sensible (sensible directa o indirectamente) es cuestión de la ciencia, que comprueba dicha correspondencia mediante la observación, sea inducida por experimentos o por repetición de fenómenos no experimentales.

Pero de lo que aquí nos queremos ocupar es de los sentimientos, los cuales están formados con ambos ingredientes: sensoriales y de pensamiento3.

Pongamos un ejemplo muy simplificado de la distinción entre un conjunto de sensaciones y un sentimiento que puede acompañar o no a dichas sensaciones:

Supongamos que un niño siente escalofríos, temblor, erizamiento del vello corporal, palpitaciones, respiración acelerada, sudor frío…; siente todo eso, pero no sabe qué le ocurre. Se lo dice a su madre y ésta piensa que tiene fiebre; pero comprueba que no es así, empleando un termómetro y llega a la conclusión de que el hijo lo que siente es miedo (más bien terror) y trata de indagar el motivo, además de acogerlo en sus brazos para tranquilizarle.

A través de este tipo de episodios, el niño ‘aprende’ a distinguir las sensaciones febriles de las que acompañan al sentimiento de miedo. Así ese conjunto de sensaciones corporales adquieren un significado, el significado de miedo, el cual no es sino la correspondencia entre sensaciones e ideas de peligro.

Cuando dichas sensaciones son la consecuencia del sentimiento de peligro, (tal vez ocasionado por una expresión temerosa de la madre), las sensaciones y la idea son los ingredientes con los que se forma el sentimiento de miedo.

Otra cosa bien distinta es que la fiebre sea el origen de dichas sensaciones, lo cual puede, o no, producir sentimiento de miedo al peligro de la enfermedad; pero aquí el sentimiento es la consecuencia, no la causa de aquellas sensaciones.

Insisto en esta diferencia entre sensaciones y sentimientos porque ello nos sirve para comprender mejor dos fenómenos que suelen confundirse con frecuencia: me refiero a la angustia y a la ansiedad, términos que en muchos autores he visto que se tratan como sinónimos, aunque podemos comprobar, mediante el uso de psicofármacos, que unos medicamentos son útiles para la angustia y otros lo son para la ansiedad.

[Esta observación la debo, principalmente, a mi esposa, Remedios Gutiérrez Rodríguez, que es psiquiatra (además de endocrinóloga y psicoanalista); a la cual agradezco aquí su colaboración como lectora y crítica de mis trabajos, además de otras muchas cosas, como soportarme durante tantos años].

La diferencia entre angustia y ansiedad, que he podido observar a lo largo de mi labor en psicoanálisis, me ha llevado a la siguiente definición:

Angustia es sentimiento de peligro sin objeto conocido, es decir: es igual que el miedo, pero sin un objeto (hecho o cosa) ante el que reaccionar de uno u otro modo. En el miedo podemos huir, atacar, someternos o paralizarnos (como hacerse el muerto). En la angustia no podemos hacer nada, lo cual puede llevarnos a sentir miedo (con frecuencia miedo a morir), que ya es un sentimiento.

La ansiedad es sentimiento de necesidad sin objeto conocido, es decir: uno siente la falta de algo sin saber de qué se trata. No es un deseo, porque siempre se desea algo sabido (aunque sea equivocado).

Tengamos en cuenta que la angustia se acompaña de sensaciones tales como opresión corporal, dificultad respiratoria (‘angustia’ y ‘angostura’ tienen la misma raíz), temblor, escalofríos, etc. Reaccionamos ante la angustia tratando de huir, pero nos la llevamos con nosotros a donde vayamos.

A veces, logramos atribuir nuestra angustia a un hecho o cosa en particular; entonces hemos construido una fobia a esa cosa; lo cual es relativamente más manejable que la angustia, pues nos permite maniobras de evitación del objeto fóbico, aunque a costa de limitar nuestra libertad.

Sin embargo, la ansiedad se acompaña de otro tipo de sensaciones, tales como respiración profunda y abierta (siempre insuficiente) hasta llevarnos a veces a hiperventilación (todo lo contrario que en la angustia); sensación de que falta algo, sin saber qué es ello; sensación de necesidad, sin saber qué es lo que se necesita.

Resumiendo: angustia equivale a estrechamiento, ansiedad equivale a apertura o ensanchamiento. Peligro o necesidad. Dos cosas bien distintas.

Igual que la angustia puede conducirnos a la fobia, la ansiedad puede llevarnos a la busca compulsiva de un objeto (que, si lo encontramos, no calma nuestra ‘sed’, por ser erróneo).

Un ejemplo de ansiedad, frecuente en nuestra vida cotidiana, es cuando sentimos una sensación de apetito sin saber bien qué es lo que nos apetece; vamos a la nevera o despensa y recorremos lo que hay allí, descartando fruta, embutidos, queso, pan, galletas… hasta que, si tenemos suerte, caemos en la cuenta de que lo que nos apetece es tal o cual cosa. (Las embarazadas y sus parejas conocen bien este fenómeno de los ‘antojos’).

Esos son leves episodios de ‘anhelo o ansiedad’, mientras no se identifica el objeto necesitado y, entonces, se convierte en deseo; como la angustia se convertía en miedo.

Esos fenómenos se desarrollan de muy diversa forma en cada cual y en cada situación. Por ejemplo, la angustia convertida en miedo puede llevarnos a la necesidad de encontrar un arma para defendernos.

Ante la angustia no podemos hacer nada; ante el miedo podemos hacer cuatro cosas: huir, atacar, someternos o paralizarnos (hacerse el muerto).

Muchos autores han señalado que, tal vez, la primera experiencia de angustia se produce en el nacimiento, cuando el anterior feto, que obtenía el oxígeno a través del cordón umbilical, justo al nacer (sea por vía natural o por cesárea) sufre unos momentos de falta de oxígeno (anoxia) hasta que pone en funcionamiento su aparato respiratorio.

También se ha señalado la experiencia corporal que tiene el feto al pasar por el conducto del parto, con su apretada estrechez, episodio que se ahorra con la cesárea. Pero no es esta la ocasión para ocuparnos de este asunto.

En cualquier caso, no cabe duda de que la experiencia del nacimiento ha de dejar su huella en la memoria corporal del individuo, a modo de un ‘troquel’ que condicionará en el futuro su modo de vivir otros episodios con algún tipo de semejanza.

Pero soy de la opinión de que hemos de prevenirnos ante la fácil tendencia a atribuir a una sola causa, como esta del nacimiento, por importante que sea, las características de una personalidad; pues en su formación interviene una multitud de otros factores.

El llamado ‘trauma del nacimiento’, al no tener en cuenta esa complejidad de múltiples variables, ha dado lugar a teorías excesivamente reduccionistas, como si la mente fuese un sistema de tipo lineal, no un sistema complejo de tipo ‘no lineal’, determinista sí, pero impredecible, como nos ha enseñado la teoría matemática del caos determinista, sobre la que tendremos que volver más adelante en varias ocasiones.

Discúlpeme el lector por esta digresión sobre angustia y ansiedad; el motivo que me ha llevado a ello ha sido que se trata de dos fenómenos de nuestra experiencia que nos plantean la dificultad de distinguir, según el criterio que antes presenté, si se tratan de puras sensaciones, o si estamos ante genuinos sentimientos.

Me inclino a pensar, aunque no encuentro argumentos convincentes, que estamos ante dos conjuntos de sensaciones, las cuales, con rapidez casi inmediata, desencadenan la formación de uno u otro sentimiento, según sea el pensamiento que las reviste4 con uno u otro significado.

Volvamos de nuevo al tema de los sentimientos: cada sensación, por sí misma no tiene significado alguno; en todo caso una sensación puede ser positiva, negativa o neutra. Por otra parte, y al mismo tiempo, una sensación puede estar enlazada a otras muchas; de modo que la activación de una de ellas implica inevitablemente la activación de las demás. A esto lo solemos llamar asociación de sensaciones, término que se presta a la confusión, pues parece aludir a una sucesión temporal, mientras que de lo que estamos hablando es de simultaneidad, sin tiempo; es decir, de un conjunto de sensaciones que se activan simultáneamente.

En el caso de que, dentro de ese conjunto, estén también presentes sensaciones de carácter neutro, ocurre que las huellas de memoria de esas sensaciones neutras, enlazadas entre sí, constituyen una idea o representación mental que, por sí misma, no produce reacción alguna en el individuo; pero que, a través de su enlace con el conjunto de las demás sensaciones con signo positivo o negativo, adquiere un significado de experiencia.

Es precisamente ese enlace de significado lo que podemos llamar sentimiento, el cual siempre tiene un valor, positivo o negativo, pero también (a veces) simultáneamente positivo y negativo.

Nótese bien que no hablo de dos o más sentimientos de signo opuesto, sino de un solo sentimiento con ambos signos (sentimiento ambivalente). Insisto en esto porque tal cosa no es concebible para nuestra mente consciente, en la que, por decirlo brevemente, no existe algo que pueda ser positivo y negativo al mismo tiempo; en todo caso puede ser parcialmente positivo y parcialmente negativo. Pero no estamos hablando de partes, sino de la totalidad del sentimiento, como la unidad que es, indivisible: el conjunto de sensaciones que ese sentimiento contiene. (Como un vermut, dulce y amargo simultáneamente, no por partes).

Como quiero subrayar, ese tipo de fenómeno mental, cuya formación acabamos de contemplar, no es posible que tenga cabida en nuestra mente consciente y, por lo tanto, sólo podemos conocerlo con nuestra consciencia, sólo podemos hablar de él con nuestra consciencia, deduciéndolo de los efectos que ese fenómeno inconsciente tiene para nuestra consciencia, que es con la que estoy escribiendo (y tu leyendo) estas líneas.

A nuestra consciencia sí llegan las sensaciones que forman parte de un sentimiento; pero llegan de forma separada: calor, hambre, presión, sonido, sabor, etc. Lo que no llega a nuestra consciencia es que, simultáneamente, esas sensaciones están unidas indisolublemente a, por ejemplo, un sentimiento de atracción y repulsión, de amor y odio, de miedo y deseo.

Cuando llegan a la consciencia dos sentimientos opuestos y simultáneos, sentimos un conflicto, que es un problema para la consciencia. En lo inconsciente no hay tal conflicto (no hay problemas inconscientes: es lo que es y nada más, sin preguntas).

Todo esto que ocurre en nuestra mente no consciente, inconsciente, nos es tan desconocido para nuestro pensamiento consciente (el único que re-conocemos), que llevó a Freud a afirmar que se trata de la verdadera realidad psíquica; realidad incognoscible (para la consciencia) que equivale a lo que había afirmado el filósofo Immanuel Kant, en su Crítica de la Razón Pura, respecto a la cosa en sí (la realidad misma) que sólo podemos conocer a través de los efectos que esa realidad produce en nosotros (mediante los sentidos); esos efectos que cobran en nuestra cabeza la dimensión de fenómeno (el fenómeno es eso que nuestra cabeza kantiana, nuestra Razón, construye con sus formas a priori de: espacio, tiempo y causalidad).

Dicho de modo más sencillo: lo que nosotros conocemos del mundo (incluido nuestro cuerpo) es lo que ocurre en nuestros sentidos. Por ejemplo, conocemos el color, no las ondas electromagnéticas que inciden en nuestra retina. Conocemos nuestra fobia a las mariposas nocturnas, no el enlace inconsciente de ellas con una determinada experiencia del pasado (que se hace presente ante la mariposa, sin que conozcamos esa experiencia que, no obstante se hace presente ahora sin saberlo).

Advertencia: no retrocedamos ante el hecho de que podamos hablar sobre algo que no podemos conocer directamente, ante algo de lo que sólo podemos saber (sin conocerlo); pues continuamente estamos haciendo eso mismo en muchas actividades científicas, cuyo valor y utilidad nadie pone en duda: nadie conoce el interior del sol, sólo sus efectos; ni podemos conocer un agujero negro, ni muchas otras cosas sobre las que investigamos con notable éxito práctico.

Es más, yo diría que, cuando hablamos de nuestra mente inconsciente, estamos hablando de algo que sí sentimos directamente; pero esas sensaciones que experimentamos de primera mano, las experimentamos bajo la forma que les da nuestra consciencia, de ninguna otra forma (aunque sea dolor de tripas, que es consciente, debido a una rabia inconsciente al líder).

La forma que cobran en nuestra consciencia es el sentimiento que padecemos o disfrutamos; sentimiento que podemos reconocer y asumir conscientemente, aunque nos duela o guste; pero que muchas veces nos resistimos a reconocer como propio de nosotros mismos; en cuyo caso operamos con él de diferentes formas, mediante diversos procedimientos (que no me gusta llamar ‘mecanismos’) tales como atribuirlo a otra persona (lo que se llama, inadecuadamente, ‘desplazamiento’, ‘proyección’, etc.), u operamos sobre ese sentimiento de forma tal que impedimos que se muestre en nuestra consciencia (lo que se dice, también inadecuadamente, ‘represión’, como si se tratase de un fluido al que se le pone una barrera o presa), operación ésta que podemos comprender mejor si hablamos de ‘retirar la atención’ desviándola a otra cosa.

Por ejemplo, es notable observar cómo personas aquejadas de lo que se llama ‘trastorno obsesivo compulsivo’, se sienten impulsadas a centrar toda su atención, con extraordinaria tensión, en asuntos o cosas que ellos mismos consideran triviales; mientras que se muestran incapaces de sentir unos u otros sentimientos (aunque frecuentemente puedan hablar de esos sentimientos en forma de pensamientos carentes de valor, como pensamientos neutros).

Quiere decir esto, que nuestra cabeza es capaz de inhibir ciertos enlaces que implican sentir algo (como sentimiento), mediante el procedimiento de activar otros enlaces (de pensamiento, prioritariamente); pero no es capaz de anular las sensaciones que todo eso acarrea (tensión, ansiedad, etc).

Los neurocientíficos han podido observar cómo unas vías neuronales pueden inhibir a otras de su proximidad. Tal vez por ahí podría encontrarse la explicación del cómo sucede eso (no el por qué, cuya explicación se hallará en la historia de la experiencia del individuo).

A propósito de todo lo que vengo exponiendo sobre los sentimientos, sobre las sensaciones y el pensamiento, viene a cuento comentar, aunque sea de pasada, algo que creo muy interesante mencionar: se trata del título de un libro del filósofo español, nunca bastante destacado, Xavier Zubiri: Inteligencia Sentiente. Inteligencia y Realidad (Alianza Editorial, Madrid, 1980). El título lo dice todo respecto a lo que vengo diciendo. Trata del problema del saber, planteado en filosofía desde Aristóteles.

Necesidad de saber a la que obedece este trabajo mío en el que me estás acompañando hasta ahora y espero que así continúes, pues también existe en mí la necesidad humana de compartir el saber.

1. Wikipedia: En la especie humana y en muchos otros primates, existen tres tipos diferentes de conos, cada uno de ellos es sensible de forma selectiva a la luz de una longitud de onda determinada, verde, roja y azul. Esta sensibilidad específica se debe a la presencia de tres sustancias llamadas opsinas:

 La eritropsina tiene mayor sensibilidad para las longitudes de onda largas de alrededor de 700 nanómetros (luz roja).

 La cloropsina para longitudes de onda medias de unos 530 nanómetros (luz verde).

 La cianopsina con mayor sensibilidad para las longitudes de onda pequeñas de unos 430 nanómetros (luz azul).

Los 3 tipos de conos mencionados más arriba son llamados:

Tipo L: sensibles a longitudes de onda larga

Tipo M: sensibles a longitudes de onda mediana

Tipo S: sensibles a longitudes de onda corta (corta = short [en inglés])

2. Rodolfo F. Llinás, El cerebro y el mito del yo (ed. Belacqua, Barcelona, 2002):

3. Debo la idea de que los sentimientos están formados por sensación más pensamiento a un autor psicoanalítico, desgraciadamente poco conocido en nuestro país, tal vez por haber escrito su obra en inglés, a pesar de ser chileno, y de haber desarrollado una notable labor en Chile, (además de Londres, Milán y Roma) pero que se formó en Inglaterra. Se trata de Ignacio Matte Blanco, y su obra más destacada es ‘The Unconscious as Infinite Sets. An Essay in Bi-logic’, Ed. Karnac Books, London, 1975 (edición revisada, 1998). En dicha obra estudia las lógicas consciente e inconsciente, empleando la lógica matemática de Russell-Whitehead.

4. Tomo este término metafórico de la obra antes citada de Matte Blanco

La ciencia de los sentimientos

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