Читать книгу Del umbral de la piel a la intimidad del ser - Ignasi Beltrán Ruiz - Страница 7
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Los tiempos antiguos fueron suficientemente sabios como para ver que lo inmensurable es la primera realidad (la realidad absoluta o última), y también para ver que la medida (la ratio) es un modo de considerar un aspecto secundario y dependiente, relativo, pero de ningún modo necesario de la realidad.
David Bohm
Presento este trabajo con la idea de abrir un espacio de análisis y reflexión sobre la piel (que bien pudiera ser bajo la óptica de los nuevos conocimientos al respecto), no solo como un órgano más de los sentidos, sino como el gran órgano de lo sentido, por el profundo nexo que realiza a través de las diferentes modalidades táctiles y sus posibles transformaciones en otras modalidades perceptivas potenciadas en la interioridad del individuo.
En todo caso, es un órgano sofisticado y uno de los más extensos, perceptivos e interrelacionados de la persona. Ello nos ofrece diferentes imaginarios que pueden desplegarse; desde un sentido que nace a flor de piel y que maquillamos en exceso pero de cuya trama, ligada profundamente a la vida emocional personal, solemos hablar poco.
El escenario de la posturología (que iré desarrollando en diferentes apartados) será el marco de referencia desde el que crecerá una parte importante del libro. En posturología son muy importantes los órganos de los sentidos y la piel; entre otros, a este tipo de órganos de los sentidos tan plurifuncionales ligados a las percepciones y relacionados con el entorno sensorial les denominamos captores posturales; aunque de manera común se hable más de los ojos y la mirada, de la planta de los pies y del oído interno. A la piel voy a darle, en el panorama que planteo, un papel primordial, muy relacionado con el resto de los sentidos.
La piel como captor es tan importante para su estudio, exploración, diagnósticos y tratamientos que ocupa un lugar primordial en el conjunto de lo que denomino sistema postural y posicional humano, del cual hablaremos. Las informaciones sensoriales que desde ella realizamos están relacionadas con las terapias psicocorporales.
Desde la ortodoxia, la piel se contempla de forma muy diferente y reduccionista; por lo cual pretendemos resituarla de forma destacada en un novedoso marco desde esta nueva especialidad que la estudia, que nos parece adecuado denominar posturología integradora (que ampliando el término también podemos denominar humanista, dado que contempla el posicionamiento y relación del individuo con el ecosistema en el que se ubica y el entorno sensorial, relacional y cultural envolvente). Vamos a ver también el entorno perceptivo, propioceptivo, interoceptivo sensorial y orgánico interno desde una regulación propia y natural de tipo homeostático, en la que todo está incluido e interrelacionado.
Todas estas propuestas y aspectos comportan estudiar las relaciones de la percepción individual ligada al espacio externo, que nos lleva de nuevo al ecosistema envolvente del individuo en resonancia con el propio ecosistema interno, con cultura y sociedad, cosmovisión, tipología y otros aspectos, tomados en conjunto como un cotinuo relacional, perceptivo, incluidos en una esfera espacio-temporal sin límites ni centro.
Y como no podía ser de otra forma, vamos a relacionar toda la extensión de nuestra piel con el espacio de una interioridad y exterioridad prurimodal, que denominaremos hábitus*. Podemos decir que no existe, como tal, el cuerpo separado de su hábitus en el espacio, y en el tránsito por cualquier rincón del mismo nada deja de estar relacionado con la imagen inconsciente del yo perceptivo de la persona.
El cuerpo ocupa el espacio percibido por los sentidos, y él mismo es habitado con un sentido (como una construcción simbólica) que las culturas denominan yo, pero que también podemos convertir en un nosotros y vaciarlo en momentos de transcendencia dejando la interioridad hueca, resonando con el universo que lo gestó y en el cual se disolverá.
Para ello, y de forma previa a los apartados anatómicos, histológicos y neurofisiológicos que en el caso de este contexto que trataremos creemos prescindibles (aunque según la necesidad de correlato que tenga el lector puede consultar en otras fuentes), parece adecuado considerar al captor piel, también, desde un punto de vista antropológico, filosófico y humanista, para acercarlo más a los aspectos psicoterapéuticos que me he propuesto.
Vamos a ir a la piel a modo de tránsito constante, en un dentro-fuera, como si se tratara de un umbral, o un obligado paso fronterizo hacia diferentes imaginarios corporales, que muestre como en ella se manifiesta lo humano, la sensibilidad, la emoción y a la vez sus infinitas interdependencias con la globalidad corporal y su marco relacional.
Es evidente que esto puede ser objeto de variadas lecturas, según la visión singular de cada persona, pero si dejamos resonando la metáfora «del umbral de la piel» ya no solo para su lectura y análisis, sino también para que a través de todo ello podamos entrar en una práctica clínica-terapéutica (o en un conocimiento novedoso que nos lleve de la mano de un paradigma complejista, interdependiente e interdisciplinar), se abren nuevos horizontes. Y todo ello, a buen seguro, puede que nos ubique en un conocimiento diferente de la persona, en una percepción más nítida del espejo de aprendizajes al que estamos confrontados siempre en terapia.
Con cierta frecuencia, cuando un tema proviene del longevo y necesario paradigma científico, suele estar rodeado de un halo de ortodoxia un tanto reduccionista y alcanforada que nos desubica de aspectos esenciales, dado que se polariza al extremo lo que es ciencia y lo que no lo es, desligándose de la integridad y atrapando a los más rígidos de sus seguidores en un «debeismo» interesado que lo aparta de lo que por naturaleza, citando a Nietzche, es «humano demasiado humano».
Por lo cual, en este constructo de la piel, y sin más calificativos ni preámbulos, de una parte de ello vamos a prescindir, o al menos intentarlo, con propuestas atrevidas y libres, sin que ello suponga una descatalogación de muchos de los aspectos vigentes en la ciencia que consideramos muy válidos en otros contextos.
Pretendemos entrar en un análisis desde un imaginario distinto, algo lejano al anatomofisiológico, aunque no tanto si nos permitimos expandir conceptos. El escenario propuesto está lleno de metáforas y aparentes aspectos que puedan parecer un tanto fantasiosos; pero por eso creo que, del mismo modo que las técnicas de fantasía en terapia pueden ayudarnos a atravesar las dudas, incredulidades, recelos y rigurosidades (en definitiva, a superar el miedo al cambio y ver la realidad), también ahora pueden ayudarnos en esta travesía.
Y ¿por qué no?, citar también que la incertidumbre del posible vacío que se origina al poner en primer plano aquello que en apariencia se sale de los excesos de la racionalidad académica y parece insustancial y vacuo de contenido aplicativo, puede llegar a ser (y así lo espero) algo muy creativo. En este caso, corro un riesgo que pienso que vale la pena, aunque solo sea para facilitar el tránsito de un cierto oscurantismo arcaico con intereses poco claros hacia un siglo que pueda ser de nuevo un renacimiento de las Luces; pero de eso ya han pasado veinte años y creo que, ya hemos dejado marchar demasiados trenes, ¡subamos de nuevo!
De todas formas, me resulta muy difícil presentar un tema en el que pretendo desconceptualizar, o bien ayudar a superar algunos tópicos, o ponerlo todo patas arriba para luego reordenarlo diferente con nuevos conceptos. Suena a excusa, ¿verdad?
La realidad relativa del tema surge después de observar, analizar y tratar, a lo largo de más de cuatro décadas, la postura corporal de infinidad de personas; todas ellas aquejadas de diversos tipos de dolor: crónico, funcional, idiopático, psicológico y un sinfín de denominaciones, vanas para la persona que sufre y también para el profesional inconformista que pretende salir de lo protocolario y es poco dado a los aspectos protocolarios clínicos y tipificadores al uso.
Había y hay un común denominador en el tema, y es que todos llevamos encriptado y grabado «a flor de piel» algo así como un guion completo de vida que, por más que se intente esconder, está en la piel de forma perenne. En su ubicación y distribución (al modo de la clasificación del análisis transaccional de Berne extrapolada a la piel), posee múltiples localizaciones ordenadas en cartografías, que aparecen llenas de relaciones parentales; entre otros, allí están todos sus correspondientes traumas, abandonos, traiciones, desamores; tiene asociados y reflejados en su superficie todos los diversos sufrimientos; como también los tienen todo el sistema perceptivo, sensorial, sensitivo y los propios sentimientos.
En definitiva, todo se corresponde con una postura corporal y un posicionamiento vital personal, con la historia de vida. Todo está dibujado de manera peculiar en el reflejo de la piel, e incluido en una muy extensa red de relaciones, muchas de ellas aún desconocidas.
Pero lo más destacable es, sobre todo, que el sistema es muy reactivo al tacto terapéutico directo (eso sí, con una cierta metodología, entrenamiento y conocimiento del tema). Hemos de saber de qué hablamos cuando hablamos de postura y piel, y tocamos su superficie desde una intencionalidad terapéutica.
Diré también que no todo son heridas y sufrimientos; la piel también está llena de afectos, caricias, recursos de todo tipo y un sinfín de conexiones (aunque en algunas ocasiones el manejo de ello que hacen determinadas personas tampoco parece ayudarlas).
Como estamos viendo, todo lo citado hace de la piel un pergamino vivo, con una expresión atemporal de lo que sucedió y con una jerarquía ordenada desde lo que podemos llamar lesión primaria, que con frecuencia tiene que ver con las diferentes memorias cicatriciales de las personas que, de alguna forma, no se han sentido amadas, o no como ellas querían o necesitaban.
De ese abanico amplio nacen la complejidad y la dificultad de poner título concreto y ordenar «de manera estructurada» el tema que pretendo desarrollar y direccionar con cierto rigor para ver sus posibilidades metodológicas y aplicativas en psicoterapia.
Pero voy a aventurarme y voy a utilizar la piel como excusa de pasaje a través del cuerpo del individuo, en un intento de entender más que ocurre en ella como grabación resonante del interior, y proceder de forma concreta con el dolor y sufrimiento asociado a la historia de las personas; eso sí, desde otros escenarios algo diferentes a los convencionales.
De ello surge una narración compleja, tupida de heterogéneas personas, con sus diferentes posturas, sus caracterizaciones particulares y sus correspondientes personalidades, caracteres y relaciones asociadas.
Dice, desde la atenta observación, la escuela Yogachara de Asanga del siglo iv: «Todos los fenómenos emanan del espíritu que los percibe».
Creo en la idea de C. Jung respecto al inconsciente colectivo (y también en muchas otras cosas del maestro), y en el juego de los arquetipos; aunque no hago de ello una bandera, lo utilizo como modelo, y a la vez dejo, siempre que puedo, el espacio personal para que surja una síntesis con muchos otros modelos junto al que creo haber ayudado a edificar.
Llegado a este meeting point —libre de conceptos, espero—, y luego espero un poco más, sin prisa alguna, respetando el tempo, y es entonces que surge eso que es significativo de un tema; en este caso de una cartografía que se expresa a modo de pergamino vivo de la piel, con una línea del tiempo segura, fiel, que nos guía; porque va ligada a todas las memorias tisulares y a la marea global del movimiento intrínseco del cuerpo, y la resultante es que tiene repuestas fisiológicas y emocionales notorias, perceptibles e interpretables.
La mano sensitiva del terapeuta, ubicada en el lugar preciso, se condiciona con su influjo informacional: cambios en la trama tisular en las que mediante la percepción van apareciendo escenas completas, con todo tipo de matices, desde el marco mental del paciente en consonancia con los diferentes estratos de los tegumentos, que el paciente puede ir verbalizando según lo que siente, o no, y que suele ir seguida de un «darse cuenta» de la persona.
Es un trabajo perceptivo, de escucha atenta, sin prisas, pues hemos salido de una dimensión espaciotemporal de los tejidos a un espacio casi meditativo en el que todo aparece; en el que los dedos de la mano perceptiva, de alguna forma, sienten, ven y piensan; están en sintonía con el suceso y ayudan a la búsqueda del recurso necesario. En ese momento, la piel es como una pantalla táctil, y la otra mano, la motora, trabaja con diferentes ventanas, dejando que se instrumentalice desde el interior de la persona lo que sea necesario para facilitar que se produzca un cambio en su cobertura.
En principio, solo actuamos sobre un minúsculo starter de una zona precisa de la piel, a partir del cual todo se enciende y cambia. Necesitamos, además del aprendizaje terapéutico previo, desarrollar una atención perceptiva consciente. Y luego, tras unos instantes, se puede hablar en relación con lo vivenciado, justo lo necesario, invitando entrar en la charla banal y el discurso; hay que dejar más bien que se complete el trabajo desde el silencio creado.
Espero que esta breve narración práctica haya podido situarnos en el punto de partida de cómo actuamos y hacia donde nos dirigimos. De todas formas, es una experiencia intransferible desde el relato, y la única solución es la propia experienciación del terapeuta. Por lo tanto, creo que retomando diferentes aspectos de lo que hemos ido viendo, podemos decir que, a modo de expresiones del mundo, llevamos «a flor de piel» reflejos de paisajes variopintos que nos cubren como un collage, que no vemos ni notamos pero que, de alguna forma ignota, intuimos, y que por instinto nos puede llevar a cubrirnos, a taparnos, a protegernos; con coberturas de la personalidad, de la cultura, de la moda, de nuestra propia sombra, etc. Pero lo que tapamos o pretendemos tapar con la excusa de la desnudez es una herida dolorosa e hiperestésica que no queremos o no podemos ver ni tocar, ni que la toquen, por eso hay que cubrirla.
A veces, también ocurre que la tapamos refugiándonos en la inconsistencia del aparentar; no importa si tenemos calor o frío, si es desasosiego o vergüenza, utilizamos la excusa fácil de la meteorología, el ambiente, personas o dolencias diversas para cubrir apariencias.
Pero al final, aunque esté cubierta, si buscamos con atención a través de la mirada táctil y experta de unas manos perceptivas y sensibles que miran y traducen de modo particular lo que leen, se acaban manifestando con cierta nitidez los crípticos grafismos tejidos de tensiones tisulares, de espasmos de miedo o placer, de anhelos o carencias, y de todo aquello negado, reprimido o inconcluso.
Dado que es un tejido (aunque sea corporal), está ubicado en una trama de largas líneas de fuerza, entretejidas de forma peculiar, que siguen una urdimbre personal en la que se mezcla la grafología de nuestra historia. Por eso la piel es depositaria de variadas herencias, tiene cicatrices de diversos orígenes y, en definitiva, de relatos muy diferentes, de los cuales va a ser un instrumento; por tanto, podemos utilizar el tránsito a través su limen como un rito de paso para leer en sus claves, para acceder al interior de la persona; es decir, al interior de otros niveles que ya no son solo la piel, sino un contínuum del conjunto corporal.
Si queremos concretar más, son bloqueos en músculos, en los órganos, en los nervios periféricos, son bloqueos neurovegetativos, etc. Y aunque en algunos casos este sería más un trabajo de tipo osteopático, biodinámico o sensorial, la idea es facilitar a diversos profesionales entrar en el tema propuesto dada la multifactorialidad en el formato de presentación. No debemos olvidar una muy adecuada analogía —lo más superficial, la piel, es también lo más profundo—; por tanto, creo que no habría en ese sentido excusa posible de beneficiar a la persona que lo necesita de las competencias profesionales diversas integradas y trabajando en equipo.
Con ello quiero decir que en el nivel que tratamos, la piel (como sabemos) está formada por varias capas (epidermis, dermis, hipodermis), y en ellas tenemos diversos sensores y tipos de células especializadas de tipo táctil (por poner una palabra genérica), y debajo de la piel tenemos el tejido conectivo con diferentes tipos de fibras de colágeno, tejido adiposo, líquidos intersticiales y fibras nerviosas; de todo el conjunto, más las informaciones viscerales y del sistema musculoesquelético, parten todas unidas a las conexiones ascendentes hacia el Sistema Nervioso Central (SNC) al que llegan por vías transmodales a los diferentes centros de procesamiento, de los cuales salen a su vez las vías descendentes de la sensibilidad hacia los diferentes tejidos; pero además de la información neural y humoral, sabemos que hay otros tipos de comunicaciones de tipo bioeléctrico y electromagnético, e incluso aspectos más sutiles difíciles de describir, que colocamos bajo el epígrafe de energéticos y de memorias emocionales, que son los conectores con la globalidad personal más sutil y la transmisión desde lo interno a lo externo, y también sucederá a la inversa, en un trasiego constante que conforma la trama energética de cada persona, que a su vez va ligada al entorno sensorial. Lo cual, nos da idea de la complejidad de las estructuras que intervienen en dicha trama, algunas poco conocidas y estudiadas, salvo en las medicinas holísticas tradicionales como la China o la Ayurvédica. Por tanto, creo que esa misma complejidad nos invita a trabajar en un equipo multidisciplinar integrado, que es una opción que venimos realizando hace años y de la cual estamos satisfechos; no solo por el aprendizaje del proceso de integración de disciplinas médicas o psicológicas clásicas, sino por encontrar los nexos de unión con otras medicinas y sus resultados terapéuticos.
De todas formas, no olvidemos el hecho, de que estamos hablando de un sistema no lineal; es decir, en el cual no hay proporcionalidad entre el estímulo y la respuesta, cuanto más pequeño, preciso y sutil es el estímulo, de forma exponencial mayor es la respuesta; característica fundamental de los sistemas tipo caótico no lineales definidos por Henry Poincaré, matemático ilustre del siglo xix.
Todos estos aspectos, como hemos comentado, están relacionados dentro del mismo escenario de la posturología, entendida como sistema oscilatorio de tipo no lineal caótico, que funciona sobre una base de grabaciones que se encuentran engramadas en diversas zonas corporales y que en su conjunto constituyen una especie de esquema corporal postural integrado, compuesto por estos engramas referenciales (es así como llamamos a los registros de todo tipo de motivos y percepciones en diferentes partes del sistema nervioso y también en la memoria celular de muchos tejidos). Estos engramas están interconectados de forma contínua y tienen, entre otros, un rol comparador entre los diferentes referenciales posturales, emocionales y medioambientales, a partir de las posibles diferencias que surjan. Si es así, el sistema completo hace las oportunas correcciones en vías a estabilizarse. Y entre todos los engramas está la historia personal con sus referentes e historias inconclusas o traumáticas, todo ubicado en la profundidad y reflejado de forma fiel en la superficie de la piel.
La piel, por su extensión, creemos que agotaría cualquier intento simplificador o tipificador (que de todas formas está lejos de mis intenciones). En esta ocasión, la pretensión es acabar relacionando lo expuesto después de algunas de las diferentes aproximaciones que haremos —con todo lo que venimos denominando sistema postural— y sus múltiples interrelaciones, que aparecen como cuestiones muy interesantes unidas al posicionamiento emocional delante de cualquier acontecimiento intra o extrapersonal.
Ahora, por tanto, creo que procede añadir y adelantar un pequeño resumen de lo que entendemos por sistema postural, aunque luego viene ampliado en un capítulo específico. De hecho, hablaré solo de algunos aspectos significativos del mismo, específico, eso nos permitirá una progresiva integración de algunos aspectos.
El sistema postural es un sistema complejo y poco tratado, que está integrado en el SNC y es regulado desde el dominio subcortical del mismo (cerebelo, tronco encefálico, médula), desde esta coordinación a través del tronco encefálico y cerebelo, y algunos núcleos grises, conecta con diferentes áreas, núcleos y vías nerviosas, con el sistema reticular y límbico, con el tálamo, con la corteza sensorial y motora, con los lóbulos frontal, auditivo, visual y también lo hace con los núcleos vestibulares, trigeminales y oculomotores; podemos decir de forma práctica que establece relaciones con todo, incluso si es necesario, con el propio córtex. Es decir, con la integridad del SNC, que comunica a su vez las informaciones al respecto con todos los tejidos corporales, para cualquier aspecto necesario, sea neurovegetativo, neural, motor, emocional, etc., o para constituir una base tonal, relacionada con el tono anímico. Aunque en condiciones de normalidad no es necesaria la participación del córtex, y una parte de la actividad de mantenimiento, incluido también del tono postural, en relación con el sistema reticular y cerebeloso, tienen lo que llamamos unos ciertos automatismos reflejos.
Desde el control subcortical, el sistema postural utiliza una actividad tónico postural ortostática y de soporte al movimiento. Está incluido en ello el reflejo de extensión global, que actúa a modo de reflejo antigravedad, como el reflejo de alarma, que nos permite de forma rápida reaccionar a una situación: apagar el despertador, evitar una caída si tropezamos, etc. El sistema postural es a la vez estabilizador constante de la postura y del equilibrio postural.
Utiliza, como hemos visto, las vías ascendentes y descendentes de la sensibilidad exteroceptiva epicrítica, protopática y propioceptiva, y el sistema extrapiramidal, con lo que tiene un referente continuo de la exterioridad y un referente de la interioridad, utilizando un comparador somatotópico y esquemas corporales diversos (físicos y emocionales) ubicados en diferentes partes del SNC, e intenta, en función de este sistema modificar (como ya citamos), cualquier desviación de los engramas de referencia también en permanencia.
Se reclutan también informaciones en relación con los diferentes nervios vegetativos craneales, como el vago, el frénico y otros centros de control neurovegetativo con los que se relaciona.
Estas informaciones son canalizadas desde los sensores de la piel y los propioceptores a las fibras musculares de tipo tónico; si es necesario, lo hace hacia las fibras fásicas del sistema piramidal, a través de las llamadas cadenas musculares —que interconectan la trama muscular global para el movimiento con la tónica-postural—, conformando, no solo movimientos simples, sino que también — junto al sistema fascial y la tensegridad de los tejidos conectivos— condicionan movimientos espiroideos globales, ligados al gesto y emoción humana, que si hay problemas pueden preparar (o no) un tono adecuado, tanto para la estática como para cualquier inercial de movimiento o contraapoyo a la acción, o posicionarse en una determinada actitud física, emocional o sentimental ante cualquier circunstancia.
Hablar dentro de la teoría de sistemas implica que el sistema postural tenga unas entradas provenientes de las informaciones que procesan los llamados captores del sistema, que en una cierta jerarquía, ojos, pies, piel, vestíbulo, etc., en colaboración con otros órganos de los sentidos; también supone que tengan unas salidas que, en este caso, serían una postura, un tono y un posicionamiento equilibrados y estables con respecto al entorno y el propio sistema, que debiera estar en su conjunto en un proceso de homeostasis también estable.
El sistema postural, gracias a sus exteroceptores, propioceptores e interoceptores, más la información de las emociones y sentimientos en relación con el entorno, nos proporciona información con respecto al suelo y arraigo desde la percepción plantar; a partir de ello se estructura el pilar fundamental de la verticalidad y el sentido de la misma, que redundaría en un mayor sentido de pertenencia y autoafirmación, necesarias para cualquier proceso o proyecto de la persona.
Los ojos nos relacionan con el entorno a través de aspectos visuales y de los ligados a los aspectos táctiles y simbólicos implicados en la mirada; el captor ocular también nos ayuda a energizarnos con la captación fotónica y a dotar del tono muscular adecuado a la postura, con su información continua a la epífisis, secretora de melatonina, que actúa también sobre el tono, la dopamina y otros neurotransmisores.
Junto a las informaciones de la piel, todo ello actuará sobre otras estructuras, de las que depende, desde un aspecto más físico y energético, la cascada de neurotransmisores necesarios en las diferentes relaciones y que se condicionan siguiendo unos ciclos circadianos.
El resultado final de esa captación sensorial masiva es que, una vez procesada su información, se genera como salida del sistema, un tono de base para el equilibrio y posicionamiento con respecto al ego centrado y el entorno perceptivo global que se produce a cada instante y, a su vez, si todo funciona bien, un aprendizaje, motor, cognitivo y emocional con una cierta independencia de la edad; aunque, por lógica, la infancia y preadolescencia serían claves. Y todo lo citado es información manipulable sobre la piel.
Todo el conjunto de entradas y salidas es regulado de forma permanente dentro de este sistema de biofeedback que sigue en algunos de sus aspectos claves, una regulación de tipo no lineal.
El tono de base, con sus automatismos reflejos, sincinesias musculares y las reacciones que se producen en el organismo, es condicionante para que el sistema postural resulte, si lo definimos así, un sistema oscilatorio.
Y esto, que podemos medir y comparar con datos muy precisos provenientes del estudio mediante una plataforma de estabilometría, nos da unas curvas e índices con parámetros numéricos de las diferentes pruebas que, tienen una normalidad fisiológica y unas alteraciones que podemos comparar en su evolución o involución con sucesivas mediciones, que debieran realizarse tras los diferentes tratamientos.
Todo lo que he citado se realiza con un sistema científico y fiable en la evaluación y análisis del sistema postural y su equilibrio.
El hecho de conocer bien el sistema nos ayuda a entender que si de alguna forma conseguimos manipular las entradas adecuadas, a partir de las informaciones que condicionemos con la terapia en estos captores, el cambio que se produce seguirá los criterios que rigen los sistemas de tipo caótico. Estas estimulaciones que podemos realizar a diferentes niveles de sensibilidad y en diferentes zonas, cuando sean procesadas en el interior del sistema, tendrán en correspondencia a las mismas unas respuestas, también a diferentes niveles, relacionadas con el tipo de estímulo que las generó.
Dada esta realidad de la postura integrada, parece que es necesario conocer y aplicar los estímulos de la forma más sutil posible, sobre todo para los niveles más perceptivos o emocionales. Esto se puede conseguir siguiendo la metodología aceptada por la ciencia, que rigen los sistemas de este tipo y las diferentes informaciones que podemos aplicar, en este caso sobre la piel, en la que con estímulos muy pequeños, podemos condicionar cambios importantes en todo un sistema, que en nuestro caso sería el sistema posturo-emocional.
Es decir, y reiterándonos, dada la importancia de este preámbulo y bajo esta óptica, no se necesita que haya una relación de proporcionalidad estímulo-respuesta, ni estímulo en un lugar concreto, ni respuesta de ese mismo órgano o tejido; en este caso, la respuesta es global y puede acontecer en tejidos diana, lejanos y diferentes al que recibió el estímulo inicial. Es un patrón de funcionamiento no contemplado en los estímulos que describen los sistemas clásicos.
Basándonos en ello y utilizando los diferentes niveles de sensibilidad que se dan dentro de los diferentes tejidos y personas, manipularemos los diferentes captores y sus sensores a nivel muy individualizado, y teniendo en cuenta todas las peculiaridades posibles. Y daremos una información muy pequeña y precisa, ya sea sobre los baropresores plantares, los sensores propioceptivos, los exteroceptores epidérmicos etc. Para hacerlo establecemos el nivel donde está el problema; el nivel en el que aplicaremos estímulos posturales en zonas muy concretas de los tejidos que ya están cartografiadas a nivel somatotópico y que además adaptamos a la cartografía intrínseca de la persona concreta, ya que podemos, de forma previa mediante maniobras y test neuromusculares, obtener información previsible y concreta de lo que sucederá. Toda esta criba nos permite cierta precisión; luego siempre surge la variable de lo adecuado del gesto terapéutico para dar la información, variable compleja y difícil de explicar, pero que yo creo que es una de las claves.
Veamos de nuevo: si la respuesta a los test o maniobras (por ejemplo, hablando de la exterocepción epidérmica epicrítica) es la esperada y nos sugiere que en ese captor hay un problema, requerirá de una búsqueda y de la aplicación en el lugar diana de pequeños estímulos, propios para cada especialidad, que están estudiados y diseñados, tanto en su aplicación práctica como también en su sistematización cartográfica; aunque siempre hay que individualizarla, dado que solo son guías útiles de lo frecuente.
Para acabar, el nivel y tipo de información corresponderán al umbral de sensibilidad que requieren dichas zonas para que se produzca un estímulo respuesta adecuado, y sabiendo que en algunas personas no habrá respuesta, porque su situación o problema no lo permite o porque se trata de una entidad patológica que podemos llamar irreversible (desde nuestros conocimientos o métodos, diseñados más bien para alteraciones funcionales).
Este estímulo que ascenderá a través del sistema extrapiramidal y puede ser también piramidal, tendrá una respuesta de forma descendente por las fibras musculares rojas, que son tónico-posturales, que condicionarán, cambios posturales y de tono.
Estos se mantienen mientras el estímulo actúe o tenga latencia la información, o bien tengamos el recurso para el componente tono-emocional; una vez informado y con la respuesta correspondiente, se puede cambiar en permanencia el posicionamiento.
Después de un tiempo, el sistema, entendiendo que dicho cambio forma parte de él mismo (de su esquema corporal y tónico emocional), lo acaba integrando en forma de nuevos esquemas corporales, que serán engramados en las áreas somatotópicas del sistema cortical, subcortical, emocional y postural, uniendo dichas informaciones a los engramas de base ya preprogramados.
Con estos cambios, para la postura y posicionamiento se produce lo que denominamos remediación postural global; es decir, si lo entendemos en su aspecto interrelacionar, hay un cambio de información que permanecerá grabado en la persona desde una nueva reintegración de motivos posicionales, tonales, actitudinales, emocionales y de relación con el entorno sensorial, o consigo misma, desde la nueva postura corporal engramada (no sirve solo teatralizarla, el actor no es el personaje real, aunque puede llegar a emularlo).
Es por todo lo citado que, de todos los captores, en psicoterapia, vamos a escoger la piel y vamos a trabajar sobre ella con un sistema terapéutico informacional, considerándola en todos sus niveles y relaciones. Tratemos de entender, según lo expuesto, algo más el sistema, aunque al final, como casi todo, además de las teorías necesitamos de una práctica y una experienciación de estos nuevos aspectos. La propuesta no solo viene dada por la práctica, que, definitiva aunque sutil, es una técnica más; lo importante es el cambio que podamos hacer a través de la lectura y reflexión de un gesto terapéutico propio de la propuesta que creo que es bueno aprehender, en sus aspectos empáticos y de desarrollo, de una mano conocedora de tactos y umbrales desde sus propias experiencias. Todo ello me parece relevante para el conocimiento de la intimidad del ser.
Por necesidades de guion, como se suele decir, lo vamos a realizar en este formato transitando desde lo más pragmático a lo ensayístico, e incluso espiritual, que no religioso (aunque creo que, de esta palabra, a veces olvidamos el significado etimológico de religare y le dejamos poco más que la ligazón al dogma, que a algunos pone los pelos de punta; le dedico estas líneas porque siempre andamos justificando la distinción, ¡por qué será!).
Pues bien, como decía, para realizarlo en este marco propuesto vamos a ir describiendo los diferentes roles de la piel que nos interesan, desde su consideración como auténtico subsistema dentro de la estructura postural más clásica, que vamos a integrar a otros roles y tejidos que pasan a constituir en su peculiar conjunto lo que podemos denominar espesor del cuerpo, pero en este caso denominaremos postura corporal y hábitus perceptivo.
Creo es apropiado hacer una redundante aclaración: cuando hablo de postura no estoy hablando de una posición del cuerpo estática, todo lo contrario, estoy hablando de un cuerpo que, como veremos, oscila de forma continua, y lo hace en una expresión acorde al tono y la emoción que necesitamos cuando estamos parados o en movimiento; es como flujo continuo, o más bien podemos hablar de un constante posicionamiento delante de Imaginemos un instrumento de cuerda, como una guitarra, está afinada a un frecuencial, en teoría siempre debiera ser el mismo, pero el tono del músico marcará su sonoridad y armonía; podemos tocar en casa cuando estamos tristes y apáticos, delante del público queriendo transmitir algo o con unas cuerdas que de gastadas mantienen con dificultad el frecuencial por más que nos empeñemos, todo ello cambiará la resultante oscilatoria del músico, de los que escuchan y del propio instrumento que vibra (espero que esta aclaración sea útil a lo largo del texto).
De todos los diferentes imaginarios corporales que podamos elaborar, la piel es la cobertura de cualquiera de ellos; tanto a nivel histológico, considerándola una densificación en superficie de lo que acabamos de llamar espesor del cuerpo, o de forma un tanto más grosera, de la masa corporal, el espesor de lo carnal. El tema del espesor es interesante, pero aquí vamos a presentarla como una sutil cobertura de un contínuum sin límites, que aúna todo lo interactivo del cuerpo humano con un universo infinito de relaciones en el que se fusionan los límites de sujeto y objeto cuando los sacamos de una visión dualista.
Por tanto, la vamos a considerar, a la vez que superficie, profundidad, cobertura y apertura, y de ello haremos un intento explicativo que nos incite a la reflexión, y así poder entrever las enormes posibilidades que tiene en psicoterapia su conocimiento unido al de las percepciones y cogniciones, y la potencia de su acción terapéutica desde unas intervenciones mínimas, exentas de riesgo alguno si somos cuidadosos, y que además tienen posibilidades de interacción con muchos de los modelos terapéuticos que ya utilizamos.
Para insistir en su interés, baste ya desde el inicio, recordar su maduración embrionaria común con el SNC a partir de la capa ectodérmica (lo profundo y superficial unidos en su génesis). Por tanto, vamos a considerarla como un auténtico órgano receptor, que reúne (para no ser dualistas) toda la persona.
La piel aparece de forma prematura en las etapas de maduración fetal, y conserva la impronta de todo lo que acontece en dicho proceso de desarrollo prenatal y postnatal; en un principio asociada a su contacto con un medio acuoso, cálido y, hasta cierto punto, ingrávido, que conforma un espacio ideal, filtro cuidadoso del displacer (aunque no siempre lo consigue), es una representación física y simbólica de lo acogedor. En definitiva, un paraíso del que saldrá después de nueve meses y de forma un tanto brusca por la naturalidad un tanto violenta y agitada, primero del tránsito por el canal del parto y después de la expulsión, que marca la salida de un paraíso para, a lo mejor, entrar en otro, o para transitar el sufrimiento. En todo caso, el tránsito físico es difícil en humanos, por muchos factores alrededor del propio parto, y también por el tipo de pelvis femenina y los cambios que sufrió por el bipedismo.
La piel va a ser la receptora de miles de sensaciones de todo tipo; por tanto, ya desde el nacimiento, las informaciones agridulces de un cambiante ecosistema envolvente van a ir formateando sus improntas, algunas de la cuales son de posibles orígenes transgeneracionales.
Podemos considerarla también como la cubertura de resonancia de la intimidad del pequeño personaje que se va gestando en su interior. La piel, en apariencia frágil, engramará estos pequeños o grandes traumas de la vida intrauterina, extrauterina y del propio parto, también y por fortuna aspectos perceptuales felices ligados a estos momentos.
Todo ello acontece en paralelo al crecimiento y al complejo desarrollo de un yo, un ego y unas estructuras de personalidad que se van a ver sesgadas desde el obligado proceso de enculturación del niño en un entorno y sociedad determinados; con muchos aspectos que afectarán la propia estructura carácter de la persona y, como no podía ser de otra forma, en la progresión natural propia del niño y futuro adulto todo se irá reflejando en su postura y la cobertura global del todo personal: su propia piel, que de forma sutil lo llevará escrito de forma atemporal; pero recordemos que lo transcendente es que nosotros podemos ayudar a la persona en la lectura de su propia piel, desde unos nuevos recursos que conecten con su homeostasis reguladora. La grabación será la misma, la podremos seguir viendo, pero ahora solo si queremos, porque ya no aparece el dolor ligado a su escenificación.
Lo cierto es que toda esta estructura resonante queda, en definitiva y de forma más o menos manifiesta, necesitada de los contactos y de las caricias, que en su inicio le fueron constantes. Carencias, posibles cicatrices e improntas cutáneas (las de las personas que de alguna forma no se han sentido amadas, las que han sido negadas, abandonadas, reprimidas) lesivos para la profundidad del ser y reflejados en la superficie cutánea.
Esas zonas de la superficie son las que hemos de reinformar, dándole así a la persona la posibilidad de que, mediatizada por la capacidad informacional de un tacto sutil, conecte con un cambio perceptivo que puede colaborar a la remediación* de sus conflictos, puede que con ayuda terapéutica para que sus asuntos traumáticos o inconclusos se puedan solucionar.
El hecho de cambiar desde lo perceptivo, sin juicios pero con consciencia, será aquello que en lo posible nos deje vivenciar la realidad sin más, en el continuo del ahora fluyente.
De nuevo, consciente de la repetición de ideas y pequeños resúmenes, a modo de metáfora, podemos decir que la piel es un pergamino vivo, de una historia que nace de forma cronológica antes que el propio individuo, en los prolegómenos de un guion transpersonal ancestral tintado de matices del inconsciente colectivo, al que se irán añadiendo capítulos de su propia vida y percepciones de la realidad, todo reflejado en la piel. Conformando en conjunto un guion complejo que se va reactualizando y que se inició, como un contínuum de consciencia que, de alguna forma, se enganchó de manera sutil, como una memoria, de encaje apropiado para la evolución de esa persona en concreto, con las grandes incógnitas que todo lo transpersonal supone.
Lo cierto es que solo sabemos que acaba en un epitafio que con frecuencia queda lejos del genuino propósito que la persona intentó durante su vida. Recuerdo, a propósito del tema, las palabras directas de un lama que nos decía como ejemplo gráfico y expresivo: «una bola de billar recibe el impacto de otra, con ello su vibración y su energía penetran en su interior, mientras sigue una trayectoria propia por un tiempo, luego irá chocando con otras o se perderá en un espacio vacío».
Pero todo ello, no es como un destino inexorable, aunque tenga asociados más aspectos kármicos* (utilizando un término sánscrito menos reduccionista) que destino. Suele ser más bien como un camino sinuoso, que puede realizarse de muchas formas, con aprendizajes vitales y variantes accesorias individuales de crecimiento personal y avance, o sufriendo y aislándonos, no ya del mundo, sino de nuestro ser real y auténtico, y nuestras experiencias, en las que todo parece aunarse.
Volviendo a la piel, con la habilidad y la conexión perceptiva se conformará la clave de acceso y lectura a la persona; como comentamos antes, lo hará por zonas y con unas jerarquías de disposición en torno a su importancia en la trama de emociones y sentimientos, que en ella misma podremos concretar; vendrán dadas desde las percepciones, cogniciones y sentimientos de la persona, unidas por vías de comunicación comunes, tanto neurales, como humorales, energéticas, etc.
Todo ello se une en la globalidad corporal en la esfera de los líquidos intersticiales y de las diferentes fibras de colágeno y, en definitiva, de una comunicación continua fluídica, bioeléctrica, bioquímica, fotónica y otras. Estos aspectos en realidad no pueden dividirse y están en resonancia con el exterior envolvente y el propio cuerpo; no hay dualidad, ni centro ni periferia que puedan separarse. Al no ser aspectos divididos, lo que se manifiesta es toda una orquesta, con una miríada de instrumentos, es una polifonía conjuntada de sentidos, sentimientos y cuerpo, en la que a veces, cuando también se produce ese nexo empático y no dual (persona-terapeuta y persona-paciente), se oye un sonido que creo que es universal, algo parecido a un silencio, o a un perfume indefinido, o a la vibración de un gran espacio vacío, no hay concepto.
Me arriesgo a cualquier cosa que piensen, así lo noto, solo a ratos; pero se parece mucho a lo que me explicaron algunos maestros y a lo que a ellos le relataban los suyos. Aunque, lo más relevante en el tema que nos lleva es que la piel de la persona es un fractal de todo ello y se convierte en una estructura de resonancia de una puerta sin puerta, que durante esos instantes nos ayuda a dar un paso, o a tener un profundo inside de lo que es.
Podemos añadir el hecho de que en el guion individual y en las páginas conjuntas con el guion colectivo humano, todo queda grabado, pero todo tiene una posibilidad de remediación.
Si consideramos nuestra superficie corporal como portal y espejo a la vez, con multiplicidad de interrelaciones, y tenemos en cuenta las nuevas teorías biofísicas, bien podría ser que en una cierta indefinición, esta, la piel, fuera solo un espejismo creado en una artificiosidad conceptualizada por muchos de nuestros esquemas mentales, necesitados de colocar coberturas a la angustia generada al querer delimitar mundos, en principio sin límites, en lugar de contemplarlos sin tener que hacer nada al respecto.
Y es este «no tener que hacer nada» un aspecto esencial de la práctica. En general, a los profesionales de la salud siempre nos inculcaron que hay que hacer algo más. Es como un sueño, lo contemplas, pero no haces nada, y sucede lo que ha de suceder; no hay momento más propicio para parafrasear a Calderón de la Barca, todo un clásico: «La vida es un sueño y los sueños, sueños son».
Parece interesante mirar espacios vacíos, como el cuerpo humano, pues aunque este pese 90 kilos, desde un punto de vista cuántico, es vacío en su relatividad, sin tener que describir mucho más; cito a Heisemberg: «Así el mundo aparece como un complicado tejido de acontecimientos, en el que conexiones de distinta índole se alternan, superponen o combinan, determinando así la textura de un conjunto».
Como se suele decir, la cita va como anillo al dedo. A pesar de estas observaciones de gran calado —que parecemos olvidar, ya que, por el contrario, hemos querido llenar y encorsetar desde nuestro imaginario cultural unas ideas erróneas respecto a lo corporal—, no hemos tenido en cuenta desde su rígido constructo, su densificación relativa; puede que para publicar densos libros de anatomía y fisiología, y así, del mismo modo, poder asegurar la frontera sólida de un yo y el otro, desde los cánones de normalidad o patología, ya sea desde una psicología, una medicina o una farmacología, hegemónicas y corporativistas, que hacen que «todo lo demás» esté condenado a pulular in eternum alrededor de su órbita para no encontrar nunca un espacio en el que ubicarse.
Esto es crítico, pero, como iremos viendo, no le quita el espacio a nadie ni a nada; pues pienso que el espacio no es de nadie en concreto, y debe ser transitado dentro de un cierto orden por todo lo que en él participa.
Tal vez lo hemos querido hacer demasiado académico; eso sí, ahora cada cual le pone las denominaciones a los tejidos, células y funcionalismos según convenga a sus intereses partidistas de una determinada taxonomía o farmacología, y clasifica según su especialidad desmenuzando aún más un constructo herido y disfuncional, que nos lleva a todos a grandes reduccionismos (del mínimo detalle), en los que la persona se pierde, y queda solo una mandíbula, un pie o un hígado, y unas cuantas moléculas nocivas precursoras de una cadena de, que están a años luz de la relación de globalidad.
Creamos una especie de escenario de Babel y olvidamos el holograma vivo que somos los humanos; para que algunos, en aras de una ciencia con una geometría rígida basada en la evidencia que surge de una manifiesta ignorancia de la interdependencia de los fenómenos, confundan las diferentes lenguas y encarcelen —porque ya no se puede quemar por herejía—, las tímidas intentonas de cambio.
Pudiera ser ahora el momento en que nos dejáramos invadir por la fuerza de las palabras basada en una ciencia de lo humano, que necesitamos con urgencia. Esto no niega nada, ni quema nada, hay pilares fundamentales (de la ciencia basada en evidencias) que son necesarios; pero el edificio tiende a ser más alto, podríamos revisar la materia y consistencia del pilar y basarla en otras evidencias, poniendo a la persona en primer lugar, no la enfermedad o la molécula.
De todo ello surge la idea de presentar la piel humana de otra forma; pretendo construir nuevos escenarios donde, como umbral, frontera o paso, la narrativa personalizada, trocitos diferentes de ciencia y formas muy diferentes de praxis terapéutica se den la mano.
Es posible que, incluso así, también sesguemos la piel desde nuestros atávicos miedos o desde algunos excesos que creemos holísticos pero que creo tienen la intención profunda de facilitar, si ese es nuestro deseo. Reflexionemos sobre el hecho actualizado de lo fronterizo o liminal —o tan solo diferente—; aprendamos que es posible una lectura alternativa que nos permite percibir las claves para cruzar la frontera. Es como un rito de paso desde un nuevo imaginario; puede que así podremos verla desde un amplio análisis, como un abanico que se va desplegando, pleno de posibilidades terapéuticas y de aprendizajes vitales, y no solo en los aspectos científicos (al menos no solo en los más caducos y restrictivos).
Un gran paso sería mirar, más bien, desde una vertiente antropológica y postural humanista, porque nos dará una perspectiva émica de observar y reflexionar sobre lo que acontece en la narración para luego experimentarla, vivenciarla, aprender de sus rutas, y comprobar si desde las peculiaridades de cada especialista funcionan los tratamientos.
Escapemos de la tentación de todo tipo de análisis ético, intentemos a conciencia que todo sea sin prejuicios y conceptualizaciones, y llevemos la intimidad al contacto con su propio límite «sin límite» hacia la exterioridad, reflejo de la profundidad.
Mezclándose al final con el espesor del cuerpo, la piel será la cobertura de un constructo, el constructo de lo humano, que siempre queremos reducir en fórmulas no holísticas.
En todo el discurso, entre otros muchos aspectos, tal vez haya el cansancio de mis ojos de profesional académico; entrenado y enculturado desde joven en la más estricta ortodoxia de la ciencia, con la que he aprendido a ver cuerpos, y a describir sus morfologías y anomalías para tipificarlos y establecer un protocolo de tratamientos. Para tocarlos hay que usar siempre guantes metodológicos y asépticos de la ciencia, y examinarlos desde los filtros ópticos al uso; una pulcritud médica que nos aleja sobremanera de la persona.
En definitiva, catalogarlos desde sus desequilibrios, deformidades o patologías para tipificarlos, diagnosticarlos como cuerpos sanos o enfermos, y tratarlos en la medida de lo posible como entidades impersonales.
Con frecuencia, todo lo anterior se realiza desde unos protocolos más o menos estructurados y estipulados por sus evidentes ventajas prácticas; además, de esta forma podemos tener la sensación «de hacer lo que hay que hacer», ya sea para curar o aliviar la enfermedad, o para sostenernos mejor o enderezarnos ortopédicamente.
Y con frecuencia nos atribuimos méritos que corresponden solo a la naturaleza individual y su homeostasis; es decir, a un médico interno (denominado así en términos hipocráticos) caracterizado con toda seguridad en la carencia de tipologías y conceptualizaciones diagnósticas reduccionistas.
Lo cierto es que (al menos alguno) nos sabemos observadores y portadores de lentes estereotipadoras desde el paradigma reduccionista —que, como hemos dicho, nos ofrece una ciencia en exceso lineal—; con unas normas socioculturales y profesionales direccionadas a través del quehacer del oficio, que funciona desde las consignas de la autoridad hegemónica.
Saliendo de ese paradigma y entrando en uno más complejo, se pretende, que desde la piel como reflejo del todo —ni más ni menos—, delimitar una postura humana de inclasificables poses; eso sí, a menudo entretejidas, en alguna parte de su interioridad, con sofisticados nudos de dolor que también requerirán algún tipo de intervención (todo depende de la fuerza del nudo). Es posible que a partir de su lectura se necesite un tratamiento instrumentalizado por nuestras manos, sin verbo, pero creo que ha de ser desde una reflexión a conciencia y adentrándose en un profundo cambio personal propio. Para ser justos, en ocasiones hará falta otro tipo de instrumentalización: de tipo médico o psicoterapéutico.
Por tanto, hay que conocer y percibir los límites de la homeostasis y nuestros propios límites como terapeutas. Si partimos de la base citada del cambio paradigmático del terapeuta, y dado que sus mismos ojos de observador y sus manos (con ese nuevo enfoque) pueden (desde la parte que las conecta a su propia naturaleza creativa) contactar con un espíritu intuitivo dotado de cierta sabiduría ancestral, logrará transgredir las normas y fusionarse de forma transitoria a lo observado.
Eso sí, con permiso expreso de la persona y las guías de la ciencia progresista (y a veces también casi sin ellas). Según lo imperativo del tema, hay que conectar con una nueva perspectiva sin barreras; llevar todo hacia una naciente percepción táctil en nuestros dedos y en su piel que nos permita explorar desde la superficie, casi sin contacto, e ir penetrando con atención y consciencia en la penumbra interior, y allí donde nos lleven nuestras manos, ver la urdimbre de lo humano enredada, enquistada.
Con extremo cuidado, vamos a identificarla y ayudar a que se identifique para la persona que sufre; buscar el recurso y anclarlo, para que cambie la escena; dejar que respire el cambio y, entonces, cortar poco a poco y con filo inciso la sutil superficie que protege sus estructuras enquistadas; así nos habremos adentrado de forma paulatina en la espesura del cuerpo y el dolor primario. Y no lo habremos hecho solo con los ojos, sino (para ser más concretos) con todas las prolongaciones de nuestros sentidos y una conciencia no dual ligadas al tacto; conectados a nuestros dedos a través su sensibilidad táctil epicrítica (más a flor de piel), energética y electromagnética, con todas las propiedades de los dedos que sienten, ven y piensan.
Actuaremos emulando lo que haría un buen cirujano al ir diseccionando los diferentes estratos de tejidos. Llegaremos a algo enquistado, desubicado y doloroso en lo profundo de la piel, músculo o entrañas, y veremos la manera, más adecuada y personalizada para cada individuo, de sacarlo de la forma menos traumática posible. Tranquilos, todo es simbólico, no hay sangre. Solo se requiere un adecuado manejo del sufrimiento humano, mucho tacto y dejar en el lugar tratado (como hemos comentado) algún tipo de recurso para gestionar lo que no se pudo hacer en el momento histórico en que se gestó el trauma.
Para acabar, volver a zurcir todo lo abierto en la trama original, hasta que la naturaleza propia de la persona sane, y comprobar que toda la postura y sus manifestaciones (algunas muy alejadas y sin relación aparente) se remedien en paralelo.
Vemos como el sentido visual y el táctil, unidos a una nueva conciencia y concepción dentro las terapias manuales y energéticas, son transportados a otra dimensión; pasan más a lo perceptivo, a lo fluido, a lo no lineal, con lo que colaboran a la reelaboración desde sus cambiantes densidades, tersuras y tensiones lesionadas. En realidad, el paciente, hasta que no cambiamos esa percepción primaria lesiva, vive en una dispercepción que condiciona una forma anómala de ver muchas de las cosas de su entorno, y en paralelo sufre problemas neurovegetativos, viscerales, musculoesqueléticos y, también emocionales.
Si logramos una diana certera, la mayoría de esos problemas desaparecerán o se mitigarán; si no acertamos, la sintomatología mejorará solo de forma parcial. Por eso hemos de seguir y, un día más inspirado, empático o de más sabiduría, se produzca el cambio.
Una posible solución (para que podamos tener alguna imagen de los entramados tisulares que propongo) puede ser visualizar gráficos que siguen, de alguna forma, el camino de unas líneas de energía parecidas a las que conforman los circuitos de la medicina ayurvédica «nadis» y los meridianos* de la medicina tradicional China, o las líneas de fuerza o tensegridad más modernas. Teniendo en cuenta que todos ellos tienen en común zonas o líneas superficiales, medias y profundas, y tienen unos centros de densificación o convergencia que podéis asimilar con la idea de chakras* o rueda de energía, y algunas líneas que son los canales principales (en terminología China: los canales o vasos maravillosos, el punto de las mil reuniones, etc.); lo que nos hace imaginar la importancia de los mismos (me extiendo algo más sobre ello en un capítulo al respecto).
Como las fórmulas empíricas tradicionales de rancias pócimas que funcionaban no se sabía cómo. Ahora sí, esta vez son fórmulas «casi etéricas», elaboradas de forma manual con la justa medida terapéutica que requiere lo que es umbral y las proyecciones del mismo en forma de sombra. Ahora todo ello se desvela a nuestros dedos con claros matices de herida mal cerrada por un sinfín de situaciones lesivas necesitadas de algo vital renovado, ya que encarnaron su dolor y así nos lo muestran; parece pues necesario cerrar un ciclo de dispercepción y dolor.
Pero en este caso, más que pócimas, necesitan el tacto profundo y superficial al límite, de forma resolutiva, y luego caricias selladoras o palabras expertas que ayuden al «darse cuenta» individual e instrumentalicen un cambio activo, curativo, basado en la captación de la información táctil que llega a través del sistema de células y corpúsculos sensitivos, para llevarla luego al sistema subcortical y cortical y cambiar un referencial engramado en el sistema nervioso. Pero no se trata de fármacos de última generación ni de hilos de sutura especiales.
Para no medicalizarlo (al menos en terminología) más allá de lo necesario, decir que en ello no hay anatomía patológica, ni diagnósticos con terapéuticas protocolizadas, ni microscopios para definir un epitelio estratificado queratinizado con su base de tejido conectivo, u otros, y su trama vascular, etc., es algo muy diferente que nos lleva a otra dimensión.
Se trata de historias ancladas en un tiempo y espacio pretéritos, tan irreales como los aspectos oníricos o los pensamientos proyectivos del futuro; pero en el aquí y ahora aparecen cristalizadas de forma hiriente en la trama de aquello que conceptualizamos como pasado inconcluso o traumático, parasitando a la persona en su globalidad, sus percepciones y sus relaciones.
Pero una vez traspasada la primera barrera mecánica con la que nos encontramos en el contacto, todo se abre a la conjunción de sentidos y conciencia puestos en nuestros dedos, que examinan una superficie en la que se muestran, en juegos de densidades, unas estructuras transparentes y diáfanas salpicadas por nudos, enredos y bloqueos, algunos como tenues marañas y otros como inextricables parajes. Si regresamos a su relatividad, aparecen concretados en estructuras musculoesqueléticas cubiertas de piel, que a modo de capa tejida y decorada al modo de las diferentes latitudes y culturas, se muestra como en las figuras tristes que pintara Villaverde en sus dibujos anatómicos artísticos, hechos a propósito de los primeros libros de anatomía.
En ellos aparecían disecciones humanas, como la figura de un desollado que sostiene en la mano su propia piel; como una queja silenciosa hacia Vesalio y contemporáneos que, en aras de la ciencia y sus propias inquietudes, se habían atrevido a hurgar en la intimidad de sus personas ya cadáveres, ahora convertidos en cuerpos anatomizados obligados a sostener una pose aún viva tras despojarlos de su piel y mostrarla mientras mantienen un gesto humano; excusando así el haber profanado la sacra integridad del cuerpo al diseccionarlo y mostrar la interioridad y la exterioridad de una rex extensa, que ahora parecía no tener secretos para el naciente mecanicismo.
La naciente ciencia quiere escudriñar de forma más pragmática y médica los secretos de la interioridad desde los rincones profundos. Vesalio nos muestra: «Esto es el cuerpo y sus secretos», y casi le cuesta la vida hacerlo público; otros con un talento indescriptible, como Leonardo da Vinci (en este caso metido a anatomista), busca el secreto y el locus de la ubicación del alma. Aún de forma un tanto tímida, pretenden descubrir el lugar de las cogitaciones humanas y, sobre todo, del alma humana, y describen una res extensa y una res cogitans (sobre las cuales filosofara con innegable erudición el buen Descartes, que nos dejó de forma profunda el legado del dualismo, que , si viera la evolución actual del constructo que con su dualismo hemos hecho en todos los órdenes, es posible que cambiara el discurso, quién sabe).
Lo cierto es que la actualizada y preciada cobertura necesita cada vez de más maquillajes, y que estos a su vez requieren ser sofisticados y resistentes, de forma que al final, tienden a cubrir e impermeabilizar la barrera que pretenden decorar (tanto, que llegan a esclerosarla e insensibilizarla de forma selectiva). Y con ello, lo que en apariencia utilizamos para mejorar e incluso creemos que nos reafirma en relación con lo que sería la supuesta exterioridad, nos reseca y nos hace frágiles, pues rompemos la tersura y naturalidad con la que de manera natural se expresa.
En la piel se manifiesta nuestra fisiología (energía, sensibilidad y expresividad) cubierta mediante los juegos de sombras y reflejos del espíritu. La vida la va surcando de arrugas de expresión basadas en dolorosas vivencias repetitivas y en una mímica gestual manifiesta del carácter; se impregna del dolor humano sobre la sedosidad, tersura o aspereza propias de la piel de cada individuo y las cicatrices visibles ligadas a accidentes traumáticos o intervenciones quirúrgicas (alrededor de las cuales se añade la historia de las mismas y el trauma que las produjo, que también deja su memoria en la cicatriz, convirtiéndola a veces en una diana que absorbe a su trama cualquier aspecto, aunque su relación sea lejana). Por tanto, visibles o invisibles, las hemos de examinar todas y, de alguna forma, diluir la memoria traumática en ellas depositada. La más pequeña de todas las presentes (si hay varias), o la invisible a nuestros ojos, serán las que cuenten su historia a nuestros dedos. Las cicatrices siempre están presentes en sus variadas formas y ubicaciones, con sus diferentes historias no resueltas.
Tanto cicatrices como arrugas, como cualquier defecto o exceso en su superficie —que solemos cubrir con pretendidos maquillajes o ropas—, acaban magnificando en nuestro interior el fondo de la historia, cuyas posibles salidas dificultamos con ficticios, pero a la vez confusos, obstáculos, impidiendo la entrada de luz a un umbral que se abre a los laberintos y pasadizos desconocidos que podrían conducirnos con la ayuda de la caricia, mirada, tacto e incluso la palabra, hacia algo más esencial del Ser y sus relaciones y conflictos.
Podemos decir que es posible añadir a la coraza caracterial descrita por Reich —y expandida como modelo por Lowen y Boadella—, otra coraza, puede que con menos carácter, pero sí con una exquisita sensibilidad: la coraza herida de la piel.
Es evidente que a las personas nos interesa mucho delimitarla en una figura personalizada, pero fluctuante según las necesidades, indecisa según las conveniencias, supeditada al ego narcisista; queremos se identifique con lo que creemos es nuestro yo real. Pretendemos que sea genuina, que, si lo deseamos, aleje al otro o bien lo atraiga según nuestras voliciones, ligadas a la necesidad o al dominio, al secreto de la intimidad enmascarada, a la autocomplacencia, y así podríamos citar una enorme suma de prestaciones y ardides que, en definitiva, no dejan de ser una ingente tarea cotidiana y una pérdida enorme de energía.
Para los terapeutas, el hecho de conocer que sobre una superficie tan sutil y amplia se inscribe lo que es en esencia nuestro anhelo humano y sus frustraciones o traumas, comprender que en ella caben infinitos motivos, tantos como todo un guion de vida y sus relaciones y legados del pasado, nos puede llevar a una cierta reflexión y cambio paradigmático, alejado de las interpretaciones aún incompletas del genoma y la epigenética (que tienen sin duda una gran importancia).
A pesar de las dificultades, maquillajes y constructos de nuestras diferentes formaciones psicoterapéuticas o médicas, hemos de aspirar a un cambio que transcienda las capas de tejidos humanos, su espesor de hecho ficticio, y nos lleve más allá de la gélida desnudez ante la muerte, a lo que hemos construido, al miedo y la ignorancia; tenemos que salir de aquel frío que nos cala hasta los huesos con sus más profunda incertidumbre. Podemos entrar en esa superficie refleja de nuestra propia piel; eso sí, después de explorar en cada una de las lecturas de su territorio infinito e impermanente.
Como las personas ciegas, podemos desarrollar el tacto necesario para aprender la lectura en un orden jerárquico de todos los mensajes importantes para la evolución de nuestra persona en concreto y luego de las personas que tratamos. El yo, desde este conocimiento ignoto de la expresión de los sentidos y en este caso de la piel, se cose al nosotros y tapiza la tierra con un mensaje de esperanza. Con excesiva frecuencia no parece ser ese el camino más transitado, pues su manifestación actualizada aparece desde una supremacía del cuerpo: lo bello y lo elegante, lo que se expresa, el personaje hegemónico que monta una escena de conveniencias de su propia vida.
El camino tiene momentos de placer, pero también muchos de dolor, aunque los disfracemos y teatralicemos; en esa dificultad nos encontramos y encontramos a los otros, pero el maquillaje parece imponerse incluso a la propia alma.
Aquello de la belleza interior como metáfora quedó en algo anecdótico, ahora la exterioridad se ha de adecuar a las exigencias de una superficialidad de etiqueta de moda a todos los niveles, en nuevos guiones de exigencia-competencia donde la toxina botulínica o derivados (silicona, cosméticos y tintes), pretenden ayudar a convertir en hegemónica, heterogénea y presentable una superficie idolatrada por nuestros aspectos narcisistas para que los demás nos vean lo mejor posible; o tal vez lo hagamos para nosotros mismos sin ser conscientes del disfraz y la sombra que todo ello esconde, y donde el hedonismo no será más que la fugaz tapadera para el dolor de un camino que pudiera de ser de esperanza y encuentro.
Como estamos viendo, se sigue con frecuencia esta teatralización y disfraz de forma un tanto compulsiva y bajo unos esclavizadores cánones estéticos que, por naturaleza, son un tanto volátiles y díscolos, se crean a partir de estilistas, modas y «culturas» muy cuestionables, y acaban imponiendo los dictados de lo que se convierte con excesiva frecuencia en una neurosis estética que, como sociedades, esconde muchas otras neurosis personales y colectivas.
Aunque parezca pesimista, seguro que también podemos ver cosas agradables, bellas, creativas y simpáticas (y muchos otros adjetivos), pero en general se acaban imponiendo unos cánones lesivos y poco respetuosos con lo genuino de la persona que, no tienen demasiado que ver con la ropa que viste.
De todas formas, no me considero ninguna autoridad en el tema de la moda, maquillajes, tatuajes y otros tantos. Pero sí que a partir de un umbral tan sutil como el de la piel, este tema me produce un cierto prurito reactivo y un posicionamiento al respecto que, entiendo, no es imparcial, pero que espero que también nos ayude en la conclusión de una finalidad terapéutica.
En definitiva, con todo ello, nuestra máscara se construya como más densa para aislarnos aún más; pero al final ¡qué ilusos!, nos la creemos auténtica, moderna, original, personal, y la identificamos con el self.
En realidad es el reflejo narcisista de un ego engañoso, de una realidad efímera, apenas útil para salir a transitar escenarios e interpretar algunas de las escenas protocolarias; del mismo modo que para los actores griegos colocarse la máscara era condición sine qua non para que se desarrollara el drama, porque la voz resonaba en su superficie interna y daba volumen a los personajes que representaban la tragedia.
Por lo demás, hay tantos escenarios y escenas que representar que, sin la naturalidad y autenticidad, todo se convierte en un ímprobo esfuerzo camaleónico de adaptación a una comedia en la que acontecen, entre otros aspectos, conflictos nuestros por resolver. Si actuamos disfrazados, el mismo disfraz nos hace más vulnerables en su artificiosidad precipitada, y pasada la escenificación hedonista que huye de toda polaridad asociada al displacer, cambio, fealdad, enfermedad, vejez o muerte (por más que utilicemos pócimas culturales, cosméticos, estéticas y muecas en apariencia adecuadas), cuando no hay escenario en el que actuar y estamos solos, surgen a flor de piel los conflictos en toda su crudeza.
Estos aspectos —ligados a un culto al cuerpo que quiere expresar los vanidosos reflejos de la belleza, juventud, poder y todo aquello que creemos que es pertinente que aparezca en escena a modo de valores que creemos en auge, en detrimento de los auténticos— comportan múltiples sufrimientos. Pues la piel, que resuena con la pulsación en superficie desde el tambor interior de nuestro corazón, queda bloqueada en algunas zonas o sistematiza en toda su superficie, y eso tiene un correlato con algo que no se expresa o no se puede expresar, y empezará a anudarse más, ya que no entra en resonancia. Las zonas de la trama tisular con ello relacionadas en el seno de las emociones y sentimientos son la diana correspondiente a lo más frágil, que cicatrizó en falso, o ni tan solo lo pudo hacer. Insisto en estas correspondencias con la piel, que me parecen de suma importancia, no solo por conocer su mecanismo de producción, sino por las posibilidades terapéuticas que la cartografía de este sutil sistema nos puede facilitar.
Al extremo, sin el darse cuenta y promover cambios, las máscaras se acaban convirtiendo en «casi grotescas», de carnaval, desdibujadas por las lágrimas de la soledad, por el frío sudor del miedo y los gestos de anhelo. Estas máscaras de nuevos maquillajes, más prestas para una comedia festiva de fingimientos, divertimentos o dramas varios que para transitar por el camino de la vida, se convierten en alguna escena del infierno de la Divina comedia, o de la tragedia humana que supone el tránsito samsárico por la vida, y además disfrazados. Es posible que en la actualidad Dante añadiera algunos pasajes actualizados a sus descripciones, justo en lo referente al tránsito por los infiernos. Como veis, estamos dando el trabajo que no hacemos a los clásicos, que ya lo hicieron de forma magistral en su época; ahora, parece que nos toca a nosotros hacer algunos cambios de escenarios.
Lo cierto es que, al desmaquillarnos y desnudarnos, vemos en el espejo a un personaje desconocido, con el que apenas hemos dialogado, o al menos nunca de forma seria o transcendente. En el fondo del personaje está el niño abandonado, o reencontrado, cuyo dolor nos horada de forma profunda, pero también nos ofrece la posibilidad de un cálido contacto y reencuentro, ahora como una persona integrada y estable. Pero ante la posibilidad dorada de hacerlo, con frecuencia huimos de esa necesaria confrontación (en realidad encuentro); confundimos todo ello con un retazo de sueño o producto de una angustiosa pesadilla que se ha colado en nuestro espejo narcisista y desviamos la mirada, como si no fuera con nosotros, y, algunas veces, temiendo perder el equilibrio o la cordura.
Nos volvemos a maquillar, densa y precipitada, y nos ponemos un nuevo tatuaje en la piel, duele, pero menos que la sospecha del otro dolor, que representa cerca del corazón una filigrana de nombre escapismo, pero que queda escrita como abandono, en realidad de nosotros mismos; luego, en terapia diremos que «nuestros padres»; puede que en su tiempo, pero ahora somos nosotros.
Construimos, disfrazamos y ya hay otro personaje con el que partimos en busca de escenarios donde mostrarnos, fingir, o actuar y dejar que el tiempo pase.
Parece no haber remedio, somos reincidentes, y en cierto modo analfabetos, ágrafos, porque olvidamos en nuestro inconsciente una escritura y un lenguaje milenarios al ver un reflejo en superficie como Narciso, y fijar ahí nuestra mirada y metas, dejando de lado el interior fértil, que tiene dolor, pero también felicidad, y que está construido para un proyecto a imagen y semejanza de lo que aúna personas y universos, y que escribiría en nuestra piel maravillosos aprendizajes vitales.
Parece que nada puede resquebrajar las corazas, y en este caso la piel es una de ellas, y seguimos con tozudería enmascarados, amnésicos; vamos cada día a dormir queriendo hacer realidad el sueño hipotético que proyectamos respecto al día siguiente, y vemos paseando a los personajes reales y sus anhelos en el sueño de la noche anterior, ¿qué hacemos entonces con el día que nos toca vivir?, ¡nos volvemos a disfrazar! En realidad, los diferentes estados están llenos de sueños, perturbados por el propio sueño, parece que todo, de hecho, es por el estar dormidos y sin atención a lo fluyente. Vivimos confundidos, sin visos de una realidad que no sea los aspectos oníricos proyectados. Podría afirmarse, si no fuera por tanta somnolencia colectiva y tanta conceptualización, que ahora, en nuestros tiempos, soñar un futuro mejor acaba por convertirse en condición imprescindible para muchas personas. ¿Será que a todos nos ha picado un pequeño insecto portador de un virus que transmite adormecimiento colectivo?
Sea, que necesitamos el disfraz y lo soñado para salir al quehacer imprevisto e improvisado de lo cotidiano; eso sí, en este caso enmascarando las simplezas, los placeres o tragedias de nuestras largas noches de insomnio con los imaginarios personales que su lenta cadencia va creando.
Puede resultar interesante recordar que, de forma etimológica, máscara (personare) y personalidad se relacionan en su significado en la raíz griega, aunque parece claro que no es tan solo en la etimología la semejanza, pues en la actualidad bien puede representar los aspectos fusionados de una artificiosidad ligada a las representaciones del cuerpo en la modernidad.
Para no seguir abusando con las letras de aspectos críticos y de fondo triste, no me extenderé más en lo referente a la caricaturización, enmascaramiento y otros aspectos que no trato por su complejidad, como tatuajes, piercings, remodelaciones quirúrgicas y otros modos de actuación sobre la piel y el cuerpo en general, sobre los cuales urgen ciertas reflexiones.
Respecto a la piel, tema central, vamos a ensayar, por una vez, desnudarla y sostener el desnudo (como en el prólogo del libro), si ello es posible; al menos desmaquillarla con cuidado, con tal sutilidad que hagan invisible la cobertura como tal; que aparezca en su naturalidad genuina y nos abra una puerta a lo que sería un hiperespacio (en terminología cuántica), o un paraíso o el nirvana (echando mano a la transcendencia), o incluso, por qué no, un cierto infierno interior a transcender para no habitarlo in eternum.
Veamos si franqueando su umbral, entramos al espacio íntimo e infinito del Ser, llenos de clara luz, que transparente hasta los huesos, que haga desaparecer todo constructo artificioso, en un espacio diáfano, sin límites. Demos la vuelta al cuenco que contiene la vida, vaciándolo de lo innecesario, que son muchas cosas, para que resuene en su frecuencia genuina y se llene de algo fértil y fresco. Vamos a hacerlo, con objeto de ayudar en nuestro caso a las personas, a la ciencia y a nosotros mismos. Salgamos de las apariencias alrededor de la singularidad de la persona, vamos a levantar la mirada y el vuelo de los viejos paradigmas, llenos al límite de tantos y tantos conceptos fútiles. Así cada vez podremos observar más a flor de piel, como reflejo de la esfera infinita del cuerpo ya no solo físico, pues en realidad, sin centro ni superficie periférica todo es pura transparencia, claridad, espacio; ya no hay necesidad de microscopios ni artilugio alguno.
Pongamos la atención solo en el tacto, sorprendámonos; que bajo esa perspectiva tenemos una visión profunda sin fronteras, unida a una conciencia despierta y atenta. Ya solo falta la intencionalidad en una parada sobre la piel, sin pretensión alguna, y podemos proceder a la lectura de unos criptogramas de nuestra historia, ordenados de forma cronológica, que se muestran al cálido y preciso tacto entrenado en una manualidad casi iniciática y humanista, acrisolada por la maestría de siglos de placer y dolor de la humanidad, transmitida desde lo que va más allá de lo genético, e imprimada del juego cósmico inherente a todos los cuerpos, representado aquí y ahora en la humildad de un terapeuta que utiliza solo sus manos y sus percepciones pero que no se siente artífice de nada, pues ya ha aprehendido en lo experienciado de forma previa en su propia persona, y aunque todo está relativizado desde el sentir individual, nos disolvemos en un nosotros, en la totalidad, y aunque sea solo un atisbo, podemos capturar instantes próximos a ella y regalarlos al prójimo y a nosotros mismos.
Dejemos atrás las manos crispadas que se extienden pedigüeñas y pretenden atrapar lo efímero que se escapa entre los dedos y solo queda como anhelo irresuelto en el registro de nuestra propia piel. Podemos descifrar con nuestros dedos entrenados, y sin crispación o prejuicio alguno, aquello que nos propongamos.
Aunque usáramos muchas más palabras sobre el tema (y así lo he hecho yo mismo y he visto ensayado en muchos tratados y artículos de todo tipo), sería difícil plasmar de manera amplia los diferentes aspectos referidos a la importancia real de la piel-emoción; no ya solo por su importancia refleja, estética o en definitiva humana; sino porque se hace del todo imprescindible una reflexión profunda y un cambio al respecto en el marco de la postura, posicionamiento y humanismo en general. A ello espero que invite el texto.
Soy consciente de haber sido repetitivo sobre algunos aspectos o frases, y voy a seguir siéndolo; pues estoy convencido de que si sacamos las repeticiones de su posible monotonía, se produce un calado que a modo de cadencia mántrica tiene la pretensión de ir permeando vuestra propia sensibilidad, si así lo deseáis, y facilitando que algunas cuestiones penetren en ese espacio reservado para lo transcendente, que bien pueden serlo también. En definitiva, todo se acaba encontrando en el contacto personal e interpersonal, aunque sea a través de la lectura. Espero no haberos mareado mucho y haber aportado alguna idea válida.
Al final, siempre acabo citando para darle un toque de realidad y realización a Santa Teresa, que viene a decir: «Que a Dios se le encuentra trabajando, entre las cacerolas». Qué hay más loable pues que buscar lo transcendente en los cuerpos de las personas, manejando la cacharrería interna de lo humano y sus espejos polvorientos para limpiar en un soplo y buscar lo esencial a través de la tersura o las arrugas de la piel; poco importa, es umbral secreto sin prejuicio alguno.
He de decir que todo ello ya ha supuesto una gran evolución en la comprensión y tratamiento de una parte importante del posicionamiento de la persona, ha aparecido una cuestión fundamental que nos ha permitido seguir avanzando: la combinación e integración simultánea de las informaciones prurimodales sobre los diferentes captores y la sofisticación de su estimulación, que, tras muchos intentos, hemos conseguido en la Universidad de Barcelona y en uno de sus hospitales. Lo he realizado con un equipo de profesionales sin los cuales no hubiera sido posible. Lo hemos hecho en silencio, sin estruendos, poco a poco. Es un avance pionero, basado en lo que aprendimos en su momento de otros profesionales de otros países, sin los cuales tampoco hubiera sido posible, y ahora espero que mis alumnos y alumnas sigan actualizando sin personalismos, para devolverlo a la ciencia que lo promovió, al humanismo que lo guió y a los cientos de pacientes que nos visitan. Doy las gracias a una enorme lista de personas, con las que fue un placer aprehender y trabajar.
Eran unas líneas necesarias de agradecimiento y respeto a mis colaboradores y maestros, tanto en los temas más médicos como humanistas, y bajar con humildad algunos escalones para reconocer el nosotros, que tanto nos cuesta a veces.
Como podéis ver, el tema tiene muchas vertientes con caracteres muy diferentes, unas más ligadas a la actuación en el campo médico, otras psicoterapéuticas, y otras más desde un punto de vista de la antropología, de los imaginarios corporales y el humanismo en general, aunque la intencionalidad es integrarlo en su conjunto, porque creo que no debe fragmentarse en parcelas. Hago este preámbulo a un somero recorrido histórico, ya que me he planteado una especie de estrategia por capítulos, necesarios respecto al umbral de la piel y la postura, de forma que al final, con todo ello, podamos realizar lo que en cierto modo sería un collage del constructo humano reflejado en la piel, que nos invite a seguir explorando la interioridad humana y articulando nuevos equilibrios posturales.
Pero si al final de este capítulo que acabamos, nos queda la idea de utilizar el tacto sutil de nuestras manos que piensan y ven, y hacerlo sin crispación alguna, dejándolas actuar sabias en tacto sin directrices ni conceptos, y lo realizamos unido al recurso constante de nuestro corazón-mente, empático, cálido y transpersonal, seguro que podemos derretir sin violencia alguna la cera de cualquier maquillaje y entrar por el umbral de la piel al interior del corazón humano.
Unas líneas de un texto tántrico del Yoga del cuerpo ilusorio nos dicen: «Uno mismo, los otros, el mundo, todos los seres aparecemos aunque sin realidad propia. Somos tan aparentes como irreales. Aparecemos pero no existimos. Esto es un sueño, una ilusión mágica. Contempla el rostro mismo de lo inasible».
A partir de las citas que voy poniendo desde el preludio del libro, creo presentar, junto a las mías (mucho más modestas), una declaración de intenciones donde vemos que en algunos aspectos, como en el histórico, emergen en el panorama de la ciencia, en una determinada época, teorías o propuestas que cambian la concepción que hasta el momento teníamos sobre algunos temas y, por fortuna, en algunos casos se producen incluso cambios de paradigmas.
Ahora continuaremos con una presentación histórica general a propósito de la posturología y aspectos afines.