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Prólogo

Vivimos cada vez más en una civilización de lo instantáneo, donde lo fugaz y lo perecedero imponen el valor de lo fast, del consumo rápido, del acceso y de la satisfacción inmediatos, hasta el punto de que el sujeto mismo acaba consumido en ese tiempo sin saberlo. Que se haya añadido a este fenómeno el calificativo de “líquido” para indicar el sentimiento de fragilidad que lo acompaña no impide que esta liquidez tome cuerpo, se solidifique de manera igualmente rápida en la angustia. La angustia es una verdadera epidemia del mundo contemporáneo y, cada vez más, motivo acuciante de consulta en los servicios de urgencia. El sujeto que llega a estos servicios a punto de verse liquidado por el tiempo de lo instantáneo –ya sea bajo el efecto de un trauma, de un pasaje al acto o de otra emergencia súbita de lo real– suele presentarse como en aquella historia paradójica: “Dios mío, dame un poco de paciencia… ¡pero que sea rápido!”

La angustia, uno de los nombres de la urgencia subjetiva, es el mejor signo que podemos encontrar en el sujeto consumido por este tiempo. Es el mejor si tenemos en cuenta que la otra alternativa es con frecuencia la del pasaje al acto agresivo, en la violencia dirigida al otro o hacia uno mismo. Pero la angustia no es todavía un síntoma. Esta es una de las primeras enseñanzas de la experiencia psicoanalítica tal como Freud la inauguró. Su texto Inhibición, síntoma y angustia sigue siendo en este punto una brújula clínica fundamental.

Hace falta, para que la angustia se convierta en un síntoma tratable, un tiempo. Y ese tiempo no es fácil de producir porque no se reduce a ninguna pauta cronológica de un protocolo, evaluable a partir de unidades contables. Es un tiempo subjetivo, el tiempo que hace falta para que el propio sujeto se localice él mismo en lo que puede decir de la experiencia traumática que lo ha llevado a la urgencia. Es el tiempo para preguntarse: ¿qué soy y dónde estoy en lo que digo? Cuando este tiempo llega a producirse, entonces lo que angustiaba toma la forma de un síntoma tratable.

Esta es la apuesta que el sujeto de la urgencia puede realizar en su encuentro con un psicoanalista.

Y es también la apuesta decidida de la propuesta que el lector encontrará en este libro de nuestra colega Inés Sotelo. La apuesta tiene un nombre, DATUS, y una lógica interna que estas páginas despliegan de un modo que podemos leer según tres dimensiones conocidas en la orientación lacaniana después de que Jacques-Alain Miller las despejara en diversos momentos y lugares:

1. Dimensión epistémica. Hay que recorrer saberes diversos para resituar la noción de urgencia que proviene del campo médico. El lector encontrará en estas páginas un excelente trabajo de rastreo histórico, jurídico, institucional, de la noción y de la experiencia de la urgencia. A la vez, el saber del psicoanálisis despliega un abanico de significaciones de lo que hoy se suele llamar urgencia para mostrar lo que hay de singular en cada una. Una frase de Jacques Lacan al principio de su enseñanza abre para Inés Sotelo una fecunda vía de trabajo: “Nada creado que no aparezca en la urgencia, nada en la urgencia que no engendre su rebasamiento en la palabra”. Lo que es tanto como decir que no hay urgencia sin lenguaje, que la experiencia de la urgencia supone todo un mundo simbólico previo en el que el tiempo depende de la significación producida a partir de una cadena significante. Depende del momento en el que cortemos esta cadena que obtendremos una u otra significación, una u otra experiencia de urgencia subjetiva. La frase que hemos citado antes –“Dios mío, dame un poco de paciencia… ¡pero que sea rápido!”– es un buen ejemplo: los puntos suspensivos indican en el enunciado el tiempo de la urgencia en la enunciación, un tiempo que puede extenderse más o menos según la significación que obtenga para cada sujeto, nunca la misma.

2. Dimensión clínica. Es en esta singularidad de la experiencia de la urgencia que los casos relatados en estas páginas –y hay muchos– obtienen su verdadero valor de ejemplos. Pero son ejemplos para interrogar al saber clínico más que para verificarlo o demostrarlo. El ejemplo clínico tiene aquí la función de poner en suspenso el saber acumulado para abrirlo a una nueva investigación. Si algo debe saber el practicante que se sitúa en el lugar de recibir al sujeto de la urgencia es, siguiendo una enseñanza del psicoanálisis ya apuntada por Freud, poner en suspenso el saber previo que haya adquirido de otros casos, por semejantes que le parezcan. Cuando se trata de responder a la demanda urgente esta condición es todavía más cierta. Lo que valió para un caso no vale necesariamente para otro. En todo caso, sí es cierto que podemos sacar una primera enseñanza de cada uno de ellos: no es lo mejor responder a la urgencia subjetiva con la urgencia del Otro, ya sea la urgencia de curar o la de desangustiar; y lo peor es responder a la angustia con la señal de angustia. De nuevo, hace falta aquí un tiempo subjetivo para conducir esta demanda de urgencia hacia un tratamiento posible. Este tiempo no puede darse si el que recibe la demanda está demasiado pegado a su propia angustia, a la inmediatez de su síntoma, a la ignorancia de su fantasma, o si está demasiado acomodado en su lugar de sujeto supuesto saber. Lo que implica que quien ha pasado por una experiencia analítica estará siempre en mejor posición para producir este tiempo subjetivo necesario para el tratamiento de la urgencia. En el caso del sujeto de una experiencia traumática, se trata especialmente de producir un bien decir sobre lo que era imposible de decir. Lo que, por otra parte, puede ser también una buena forma de decir qué es un final de análisis.

3. Dimensión política. La propuesta de Inés Sotelo alcanza aquí la consecuencia pragmática de las dos dimensiones anteriores: la creación de un dispositivo de atención y tratamiento de la urgencia subjetiva siguiendo la lógica y la enseñanza de la experiencia analítica. El lector encontrará no sólo una descripción detallada de lo que supone tal dispositivo sino también la exposición de la ética que orienta esta clínica. Se trata, en efecto, de una “política del síntoma” en el sentido que Jacques Lacan dio a este término. El síntoma no es en esta orientación un trastorno a eliminar en primer término y a cualquier precio sino un modo que el sujeto tiene de responder a lo más real en su vida. De hecho, encontramos ya en Freud este principio que ha fundado la política del psicoanálisis: el síntoma no es una inadaptación del sujeto a la realidad sino lo que éste ha tenido que inventar para intentar adaptarse a ella. Recibir al sujeto en la urgencia según este principio cambia muchos de los presupuestos que a veces se dan por demasiado sentados a la hora de diseñar una política de salud mental. En varios lugares de este libro se subraya la frecuente contradicción que aparece entre los fines de la institución, que tienden necesariamente hacia un “debe valer para todos”, y los medios que el practicante pone en marcha cuando se orienta en una clínica que sólo “vale uno por uno”. Es una tensión no sólo inevitable sino necesaria para localizar lo real en el que se funda toda empresa política, y especialmente en el campo de la llamada “salud mental”. Si los psicoanalistas toman este real como una brújula de su acción “fuera de sus consultas”, como se suele decir, es porque lo escuchan “dentro de sus consultas” en el nudo más íntimo del sufrimiento de cada sujeto.

Señalemos que en el marco de la Asociación Mundial de Psicoanálisis se han dado y se siguen dando muchas iniciativas de sus miembros en la creación de instituciones orientadas según estos principios. Y ello en diversos países y coyunturas, según modos distintos de intervención. Tal como indiqué al tomar a mi cargo en la presidencia de la AMP en abril de 2014, la vivacidad y la profusión de iniciativas de este tipo de sus miembros con la invención de nuevos dispositivos, asistenciales y clínicos, es muy bienvenida, especialmente en una coyuntura de crisis. Y son invenciones también necesarias para la experiencia de la Escuela. Son una suerte de laboratorio, un lugar de elaboración restringida, de experimentación incluso con los diversos elementos que nos vienen dados en la clínica. Un laboratorio debe servir para tomar pequeñas muestras de estos elementos y ver cómo operar con ellos en el crisol de la Escuela, ver qué enseñanzas podemos extraer de su análisis y de las combinaciones de sus elementos estructurales para comprender mejor cuál es la especificidad de la intervención del analista ante el nuevo real de la clínica de nuestro tiempo. Un laboratorio así supone también un trabajo en el gusto por el detalle clínico, en el estudio de los metales que se combinan en las nuevas aleaciones de la clínica actual.

En esta orientación no puedo más que felicitar la apuesta de la que este libro es tanto el testimonio como la sabia argumentación. El lector sabrá medir las consecuencias de uno y otra.

Miquel Bassols (*)

Abril de 2015

*- Miquel Bassols es psicoanalista, miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la Ecole de la Cause Freudienne. Docente de la Sección Clínica de Barcelona. Doctorado por el Departament de Psychanalyse de la Universite de Paris 8. Presidente de la Asociation Mondiale de Psychanalyse.

DATUS Dispositivo Analítico para el tratamiento de Urgencias Subjetivas

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