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Primeras huellas que hacen historia: Los Ranqueles

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Los aborígenes ranqueles constituyeron el centro de absorción de numerosas tribus errantes y, en la época de mayor poder, ocuparon las llanuras del sur de Córdoba y Santa Fe y el oeste de Buenos Aires. (1). Se los denominó “Araucanos de la Pampa”emigraron desde la provincia de Arauco, Malleco, Gautí, Bío Bío. Región central de Chile.

El nombre primitivo fue “ranculches y ranquelches”, para derivar después en “ranqueles”. Su traducción literal de la lengua araucana es la siguiente “rancul” es carrizal y “che” gente o persona; lo que significa entonces: “gente del carrizal”. Los ranqueles ocuparon la región denominada Mamúl Mapu, o sea la “región del monte”, pero los grandes jefes o caciques tenían su residencia principal en Leubecó, en territorio de la actual provincia de La Pampa, colindando con el sur de la provincia de Córdoba.

El desplazamiento de los ranqueles a la parte meridional de nuestra provincia ocurrió en la primera mitad del siglo XVIII. Según el R.P. Juan B. Fessi, estas tribus estaban en pleno auge a mediados de siglo en la parte sud de Córdoba con el nombre de <aucas>, o sea aborígenes alzados o rebeldes.

En 1725- como ya hemos hecho referencia- los aucaces que habían estado aliados con los pampas o moturos, rompieron ruidosamente la alianza; así es como en 1726 los primeros atacaron a los segundos con un escuadrón de más de trescientos hombres armados de lanzas y espadas, persiguiéndolos a muerte. Los pampas huyeron y buscaron asilo en las poblaciones cristianas, fortificándose finalmente en río de los Sauces, zona del actual departamento Río Cuarto.

En este diferendo tuvieron que intervenir las autoridades militares de Córdoba y el cabildo de La Carlota, obligando a los aucaes a volver a sus tierras y a los pampas a sus dominios; más estos, temerosos de sus enemigos, se refugiaron en centros poblados por cristianos y en especial en las cercanías de Cruz Alta; departamento de Marcos Juárez.

Los ranqueles en definitiva se ubicaron en las zonas comprendidas entre los ríos Chadelas o Chadileufú y Quinto.

A principios del siglo XIX el cacique araucano Yanquetruz arribó a las tierras de los primitivos pampas al frente de un importante ejército de lancero. Los ranqueles por esos días acababan de perder a su gran cacique Calelián y eran muy pocos en número; al morir Calelían (hijo) de viruela, los integrantes del pueblo hicieron una alianza con Yanquetruz y lo declararon jefe en el transcurso de 1817, comenzando la definitiva araucanización de los ranqueles, pues estos perdieron su hegemonía como unidad étnica.

Han sido varios los escritos argentinos que se ocuparon de la vida de estos aborígenes, entre otros: Domingo Faustino Sarmiento en “Facundo”; el coronel Lucio V. Mansilla en “Una excursión a los indios ranqueles”; trabajo premiado en el Congreso Internacional Geográfico (1875); y José Hernández en “Martín Fierro”, obras todas muy difundidas y traducidas a varios idiomas.

En 1875 se pudo calcular la población ranquelina en unas 5.000 personas.

El coronel Mansilla describe a los ranqueles como personas de “frente algo estrecha, la nariz recta, corta y achatada, la boca grande, los labios gruesos, los ojos sensiblemente deprimidos en el ángulo externo, los cabellos abundantes y cerdosos, la barba y el bigote ralos, los órganos del oído y las vista más desarrollados que los nuestros, la tez cobriza y a veces blanco amarillenta, la talla mediana, las espaldas anchas, los miembros fornidos” (5). Agregando que la , cara de los ranqueles era achatada , aplastada, con pómulos abultados y facciones repulsivas, y el cabello sumamente negro, cayendo sobre los hombros”. (6)

Eran desconfiados, astutos y recelosos; “ladinos”, al decir de Hernández, no solo con los hombres blancos, sino también con los otros aborígenes. Para ellos los hombres blancos eran sus enemigos y les dispensaban un odio sin retaceos.

A lo largo y ancho de La Pampa los ranqueles estaban repartidos en unos cuatrocientos a seiscientos toldos. Cada familia se componía de diez a veinte personas.

Ubicaban las viviendas a la orilla de las lagunas, bañados y ríos. Los toldos los disponían en dos hileras, al decir de Mansilla; eran galpones “de madera y cuero. Las cumbreras, horcones y costaneras eran de madera y el techo y las paredes de cuero de potro, cocidas con venas de avestruz. El mojinete tenía una gran abertura; por allí salía el humo y entraba la ventilación….todo estaba dividido en dos secciones de nichos de derecha a izquierda, como los camarotes de un buque. En cada nicho había un catre de madera, con colchones y almohadas de pieles de carnero y unos sacos de cuero de potro colgados en los pilares de sus casas. En cada nicho pernoctaba una persona”. (7)

Junto a cada toldo había una gran enramada de paja con un amplio armazón de madera, donde los aborígenes recibían las visitas; allí se instalaban asientos de cuero de carnero colocados en filas, dejando un callejón en el medio. Un asiento más alto se destinaba a la visita de mayor rango.

Vestían como gauchos pobres, los menos; otros solos usaban poncho, y algunos se tapaban con una jerga; eran afectos a las vinchas de tejido pampa, que les sujetaba los cabellos. Los caciques y jefes usaban las ropas de los gauchos, adornándose con objetos de plata.

Las mujeres eran, en cuestión de vestidos, muy adictas a las ropas de las blancas. Usaban muchos adornos: collares, zarcillos, brazaletes en brazos y tobillos. Muy coquetas, se pintaban los rostros en forma ostensible y eran afectas al uso de espejos, que constituían el mejor regalo que se les podía hacer.

Los ranqueles hablaban el idioma araucano, con algunas modificaciones. Practicaban la agricultura sembrando maíz, zapallos y sandias.

La caza era uno de los pasatiempos favoritos, a la vez que le proporcionaba carne para muchos días; se especializaban en cacerías de gamos, avestruces y venados.

Eran grandes bebedores; lo hacían en exceso y en forma escandalosa; ingerían aguardiente, chica y vino.

los efectos de la bebida en el aborigen eran los comunes, pero con una violencia y desafuero extraño; recordaban los agravios hechos a sus mayores y deudos y se empeñaban en vengarlos en aquel acto, del que nacían frecuentes pendencias entre sí, hiriéndose y matándose mutuamente a vista de sus caciques y padres, sin respeto a nadie y muchas veces acometiéndolos. El español debió ser siempre un insensible espectador, sin auxiliar a nadie, aunque les veía hacerse pedazos; porque en el momento que lo hacía, el auxiliado y el contrario le acometían, imponiéndose. Era un acto de cobardía entre ellos reparar o quitar el golpe y por lo mismo se herían de muerte y mataban. El emborracharse era una de sus mayores felicidades y los caciques daban el ejemplo: para esto observaban una franqueza y una generosidad particular. Un cacique no tomaría sin la concurrencia de sus súbditos; era cosa muchas veces observada, que si no había más que un cigarro, todos habían de fumar de él; pasándolos de mano en mano, y así con los comestibles y cuanto se presentara. Para estos alardes, que por tales los tenían, venían a su usanza todos pintados los rostros, de negro unos con lágrimas blancas en las mejillas; de colorado otros con lágrimas negras y parpados blanqueados; con plumajes y machetes, reservando las lanzas, bien acicaladas, en un asta de seis varas de largo, con mucho plumaje en el gollete, en los toldos, para hacer el uso que conviniera de ellas, “según el resultado de los parlamentos”.

Los caballos eran los animales preferidos de los ranqueles. Los amaestraban con extraordinaria habilidad y los cuidaban como parte de su cuerpo. Eran habilidosos jinetes, y los equinos en las guerras fueron valiosos instrumentos de la misma.

Habían caciques generales, caciques capitanejos y mandones. Cuando el cacique llegaba a viejo, un plebiscito para elegir sucesor. En cuestiones importantes, se consultaba al consejo de ancianos.

Creían en deidades, una buena, invisible, a la cual no rendían culto, pero le destinaban una pizca de sus comidas o bebidas que arrojaban al suelo mirando al cielo, exclamando: ¡Para Dios! A esta deidad la denominaban “Cuchaentrú” o sea “Hombre Grande” o “Chanchao”, es decir, “Padre de Todos”. La otra deidad era “Walichú”, escrita comúnmente “Gualichu”, verdadero Satanás o Demonio, signo de la adversidad, que ocasionaba todos los males y desgracias y estaba en todas partes. Para conjurarlo se sacrificaban animales de tiempo en tiempo”.

Los ranqueles tuvieron fama de valientes, eran audaces y astutos, llenos de picardía, en fin desconfiados como la pampa misma.

Por años fueron el terror de los pueblos del interior de la provincia de Córdoba. Los archivos están llenos de documentos donde se muestran como hombres crueles, siendo famosas las depredaciones en estancias, chacras y lugares habitados por el hombre blanco; donde atacaban quedaban las ruinas y el terror.


La lengua ágrafa que utilizaban los ranqueles para llamar a su lugar Mamul Mapu (país del monte) esta lengua no posee escritura y tampoco existe consenso absoluto por parte de los especialistas respecto de los signos fonéticos más adecuados para transcribir las expresiones orales. Como regla muy general, las palabras simples terminadas en consonante son agudas, ej.: ralun, malen y las teminadas en vocal, son graves, ej.: huapi, cura, ruca.


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