Читать книгу El pase antes del pase... y después - Irene Kuperwajs - Страница 11
ОглавлениеCAPÍTULO 2 El fin de análisis que encontramos en “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958)
1. Introducción
En este capítulo intentaremos responder a la pregunta por la versión del final que Lacan propone en el texto “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958). (1) ¿Por qué elegí este texto? Porque es el primer informe del Coloquio internacional de Royaumont, que se lleva a cabo entre el 10 y el 13 de julio de 1958, en respuesta a una invitación de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (SFP).
En este texto Lacan reflexiona sobre su posición en el movimiento psicoanalítico, ya que a esta altura no pertenece más a la IPA y forma parte de la SFP. El contexto en el que Lacan lo escribe es el del debate con quienes en aquel momento se erigían como representantes de los principios del psicoanálisis; y pretende mostrar las desviaciones que a su juicio sufrió el psicoanálisis, para hacer de sus escollos, “boyas en nuestra ruta”.
2. El fin de análisis hegeliano
Sabemos que al comienzo de su enseñanza, influenciado por Hegel, Lacan piensa en una concepción del fin de análisis del lado de la realización del ser y del saber absoluto. Luego sostendrá una versión corregida mediante Heidegger, ya que el saber absoluto es considerado equivalente a la asunción por parte del sujeto de su ser-par-la-muerte. (2)
Años después, en “Variantes de la cura tipo” (1955), Lacan plantea el análisis como un itinerario del narcisismo, de las identificaciones, en el que van cayendo las figuras de la conciencia como una suerte de máscaras de la muerte que se develan al final sosteniendo la imagen narcisista. (3) El fin del análisis sería volver a los orígenes del yo y subjetivar la muerte luego de un cierto atravesamiento del narcisismo; sería un final universal.
Como afirma Jacques-Alain Miller en su curso Donc, se puede seguir esta perspectiva en la enseñanza de Lacan del pasaje de una muerte imaginaria a una muerte lógica, a una experiencia de la muerte que marca todas las experiencias de pérdida y separación que conoce el sujeto en el curso del desarrollo. (4) Años después, Lacan pasará de hablar de la muerte a hablar del sujeto tachado ($) sujeto mortificado por el significante que da cuenta de la incompatibilidad entre el deseo y la palabra.
3. La dirección de la cura y sus principios
El texto “La dirección de la cura…” está dividido en cinco partes. La primera se titula “¿Quién analiza hoy?”, y allí Lacan habla del analista, respondiendo a Le Psychanalyse d´ajourd hui, un volumen dirigido por Nacht que describe la actualidad psicoanalítica francesa de esa época. Lacan critica los análisis que pretenden ubicar al analizante a imagen y semejanza del analista, afirmando categóricamente que el análisis no es una “reeducación emocional del paciente” como pretenden algunos.
El primer principio de la cura es que la dirige el analista y, si bien en toda cura hay un poder en juego, eso no equivale a que la dirija el paciente. Es muy crítico del analista que ejerce el poder y se identifica con él, y nos advierte que nadie está exento de perderse en él, tal como Freud lo había hecho en sus escritos técnicos. Se refiere enfáticamente al poder o la verdad. Intenta diferenciarse del entonces poder institucional resaltando la búsqueda de la verdad y la potencia de lo simbólico.
La dirección de la cura reside en primer lugar en lograr que el sujeto aplique la regla analítica, que diga lo que se le viene a la cabeza. Recordemos que a Lacan le interesa a esta altura lo simbólico, ubicar al significante como causa. Se trata de un orden simbólico caracterizado por significantes ligados y ordenados por una ley. Se maneja con la distinción entre metáfora y metonimia, significante y significado, y plantea la diferencia entre demanda y deseo. La “acción del analista”, como él la llama, se da a nivel de lo simbólico, se trata de la palabra y no del espejo; el analista no ocupa el lugar de otro semejante en la cura, sino que debe ocupar el lugar del Otro del lenguaje para permitir así que el sujeto emerja de la palabra, que surja el sujeto del inconsciente.
4. La acción del analista: estrategia, táctica y política
Lacan piensa la acción del analista, su práctica, sobre tres niveles diferentes: la interpretación, la transferencia y el registro del ser. Destaca la dimensión de la táctica ligada a la interpretación, en la cual asegura ser libre respecto de la elección de sus intervenciones; la estrategia ligada a la transferencia, en la cual ya no es tan libre debido al desdoblamiento que sufre su persona, y a que se trata de una situación entre dos que depende del lugar que le da el paciente; y la política, más precisamente la política de la cura, entendida como el horizonte al que se dirige un análisis en dirección a su fin y a sus fines.
Estos tres niveles se articulan, a esta altura de la enseñanza de Lacan, con los tres registros, y la transferencia queda al nivel de lo imaginario, la interpretación de lo simbólico, y el ser en relación con lo real. Pone al analista en el banquillo y destaca que este debe pagar con palabras, mediante su interpretación; con su persona, prestándola para sostener la transferencia; y, por último, “con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser”. (5) Recordemos que en “La interpretación de los sueños” Freud escribe Kern unseres Wesens para referirse al deseo inconsciente como núcleo del ser, el núcleo último, la verdad que se juega al final.
Lacan critica duramente a quienes sostienen que “el analista cura menos por lo que dice y hace que por lo que es”. Aleja claramente la acción del analista del ser del analista, y sostiene que no se trata de que el analista se identifique con el gran Otro, porque por ese camino el análisis concluiría con la identificación con el analista. Se trata de apuntar no al ser sino a la falta en ser; esta es la política del analista, sin garantías. El analista no cura con su ser. La posición del analista queda acá en el lugar del muerto, como en el bridge. Rostro cerrado y labios cosidos para hacer surgir al cuarto, verdadera pareja del analizado.
Lacan defiende la regla de abstinencia oponiéndose también al análisis de la contratransferencia, para apostar a otro tratamiento de la palabra y del silencio, lejos de aquel analista que sostiene un diálogo con sus pacientes y se identifica con el poder.
5. Debate con la ego psycology sobre la interpretación
Lacan retoma cuestiones sobre la interpretación para plantear cómo entendía la dirección de una cura, es decir, a dónde apuntaba. En este punto debate con la ego psycology, más precisamente con Kris, Hartmann, Lowenstein y Glover, en el apartado II, llamado “¿Cuál es el lugar de la interpretación?”. Afirma ahí que los analistas intentan definir la interpretación por lo que no es: explicaciones, respuestas a la demanda, gratificaciones; pero no terminan de precisar el concepto. Sostiene que la interpretación “es un decir esclarecedor”, y esto es absolutamente diferente de considerar la interpretación en su vía imaginaria. Ellos no cuentan con la función del significante ni con el sujeto del inconsciente, que es “sobornado por él”, por eso Lacan resalta que no pueden dar cuenta de cómo la interpretación transforma al sujeto. Explica su doctrina del significante, dado que a esta altura de su enseñanza ya cuenta con su fórmula: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. (6)
Toma un ejemplo de E. Glover, que se pregunta por la exactitud de la interpretación y su eficacia cuando esta es inexacta. Se trata para Lacan de que la interpretación produzca algo nuevo y apunte a la verdad. Esta puede ser inexacta, pero dar en el blanco, tocar el goce. Y, por otra parte, desplaza la resistencia con la que los postfreudianos insistían tanto y la ubica en el analista: “No hay otra resistencia al análisis sino la del analista mismo”. (7) Los postfreudianos se aferran a la contratransferencia porque no se escapan de los efectos de la relación dual y de la ilusión de comprender. En este movimiento, la interpretación es segunda respecto de la transferencia: se espera al final para interpretar, hasta que esté instalada la transferencia. Sólo queda apuntar a la defensa y conectar al sujeto con la realidad.
En el caso de la ego psycology, discute con Hartmann, Kris y Lowenstein, que en 1946 publicaron sobre el ego autónomo. Ellos sostienen que es autónomo porque “está al abrigo de los conflictos de la persona”. Lacan demuele este argumento y lo califica de insostenible, afirmando que esto les resuelve el problema del ser del analista, y “se ofrece a los norteamericanos para guiarlos hacia la happiness sin perturbar las autonomías, egoístas o no, y empiedran con sus esferas sin conflicto el american way hacia ella”. (8) Critica a los analistas que se desvían y apuntan al yo con su interpretación, y toma de ejemplo el caso comentado por E. Kris, “el hombre de los sesos frescos”. Da una indicación precisa respecto de la orientación de una cura: “Otra topología es necesaria para no equivocarse en cuanto al lugar del deseo”, (9) y abre así a una política de la enunciación que se apoya en la virtud alusiva de la interpretación.
Más adelante en el texto se referirá al dedo levantado del San Juan de Leonardo, es decir, al analista intérprete que señala “el horizonte deshabitado del ser” donde debe desplegarse su virtud alusiva, horizonte que luego será retomado cuando trate de señalarse el goce. Es en la falta en ser donde se juega el deseo, y es en lo imposible de decir donde podremos cernir algo del goce. Encontramos acá la incompatibilidad del deseo con la palabra, en la que la interpretación es alusiva. Toda interpretación analítica consiste en reproducir ese gesto que apunta hacia la nada. Para este Lacan, la experiencia analítica debe concluir en asumir la falta “en un horizonte del que el ser ya se fugó”. (10)
6. Transferencia y fin de análisis
Vemos que Lacan sostiene su desarrollo acerca de la transferencia desde la perspectiva del final del análisis de las diferentes corrientes, cuestión que me parece pertinente revisar en la perspectiva de esta investigación. Por otra parte, es relevante recalcar la importancia que le da en este texto a la transferencia, en un momento en que los ingleses enfatizan la contratransferencia y se extravían cuando reducen la experiencia a una dialéctica intersubjetiva, equiparando al analista y al analizante.
En los años 50 Lacan piensa –desde una perspectiva hegeliana– que la transferencia es el tiempo del análisis en la medida en que el tiempo es el concepto mismo de la cosa. En la IPA decían que la transferencia tiene que ser liquidada y desaparecer al final, ser reducida a cero. Contra ello Lacan afirma que habrá que evaluarla al final y ver lo que resta de ella. Encontramos la pregunta por el ser del analista y el fin del análisis didáctico: al final se trata de un ser en el deseo y no un ser en la demanda, como lo plantea el neurótico. Lacan dice que sólo hay ser del analista en la transferencia, en relación con la palabra del analizante. Si la demanda queda ligada con la identificación, el fin del análisis queda ligado a la identificación con el analista, como plantea la escuela inglesa. Vemos que la identificación se presenta como respuesta a la pregunta por el ser, y de cierta manera se cierra así la falta en ser del sujeto.
Lacan distingue acá la transferencia del comienzo y la del final. No se trata de hacer de la transferencia una suma de los sentimientos positivos o negativos que tiene el analizante hacia su analista y unificar los fenómenos. En la lectura estructural que realiza distingue, por ejemplo, el enamoramiento primario del inicio del tratamiento de “la trama de satisfacciones que hace difícil romper esa relación”. Es decir, ubica en el amor posterior la dificultad en la transferencia y todos los problemas respecto del final. El “manejo de la transferencia es inseparable de su noción”. (11)
Lacan rompe con la trilogía frustración-agresión-regresión que usan los postfreudianos, que proponen por ejemplo que habría que impedir el enamoramiento del primer tiempo y ponerse a distancia, frustrarlo. Éric Laurent afirma que la sustituye por el binomio demanda-deseo, y reemplaza la técnica por la “acción analítica”. (12)
Años después, en el Seminario 11 (1964), Lacan vuelve a ubicar las concepciones de Abraham y Ferenczi sobre la transferencia, para afirmar que es en la concepción de la transferencia que hace un analista donde se verifica su propia relación con la causa analítica, su fantasma. (13) Dice que Abraham es una madre buena que mira cómo florece el pequeño objeto de su amado hijito: el objeto genital no ambivalente. Guarda para Ferenczi el lugar de hijo-padre, el que se engendra a sí mismo. (14)
6.1. Transferencia y fin de análisis en Anna Freud
El geneticismo, representado por Anna Freud, sostiene una concepción de la transferencia basada en los fenómenos analíticos del desarrollo y en la observación directa del niño apoyándose en el análisis de las defensas. Lacan rescata de ella que le da crédito “legítimo” a la noción de “yo inconsciente”, en la que Freud reorientó su doctrina. Ella intenta construir un desarrollo del yo que se corresponda con las etapas del desarrollo pulsional (oral, anal, fálico, genital), y de ahí se desprende un tipo de personalidad que es observable, a diferencia de la que emerge de la pulsión. La perspectiva de la transferencia para esta corriente es examinada a partir del comportamiento del paciente. A. Freud plantea que entra en análisis un yo débil, y el que sale por medio de la identificación imaginaria con el analista es un yo fuerte. El analista aparece como el ideal con el cual identificarse. (15)
6.2. Transferencia y fin de análisis en la teoría de la relación de objeto: Karl Abraham y Donald Winnicott
Karl Abraham es el fundador de la teoría de la relación de objeto, y el “objeto parcial” es su contribución más importante. Articula la transferencia con la capacidad de amar que guiaría al sujeto hacia lo real. Descarta la capacidad de amar de los psicóticos por su narcisismo y autoerotismo, cuestión criticada por Lacan.
La relación de objeto supone la crítica a un narcisismo primario, ya que según esta teoría desde siempre existe la relación del sujeto con un Otro. La perspectiva abrahamiana –afirma Lacan– supone la maduración de un objeto inefable que la convierte en una “concepción ectoplásmica del objeto”, (16) esto implicaría una concepción “sin substancia”. (17) Propone pasar del carácter pregenital, causa de todos los males, al carácter genital, meca de la felicidad y lo sublime. Lacan se burla de esta “novela rosa del paso de la forma pregenital a la forma genital donde las pulsiones no toman ya ese carácter que supone un aspecto destructivo. Son verdaderamente tiernas, amantes…”. (18) Abraham pretende que las etapas libidinales vayan desapareciendo en su desarrollo libidinal, y que al final el sujeto pueda separarse de toda agresividad, del sadismo, y tener una relación pura con un objeto que integra todas las fases del desarrollo. Llega a totalizar toda la historia en un objeto inefable.
El estilo de las relaciones entre el sujeto y el objeto es de lo más evolucionado. Esto es lo que les está prometido a aquellos que, al final de un análisis logrado, “se percatan de la enorme diferencia de lo que creían antaño ser la alegría sexual, y de lo que experimentan ahora”. (19) Para los que tienen esta alegría Lacan advierte, citando a la PDA: “se comprende que la relación genital sea sin historia”. Interroga la sustancia de este objeto inefable, y tiempo después va a referirse a las “sustancias episódicas” del objeto, cuando habla del desarrollo y hace la lista de objetos: oral, anal, escópico e invocante. Distingue así la estructura de la sustancia, que según Laurent nos aproxima a la función de lo real. Para Abraham este objeto se queda sin sustancia y sólo queda el afecto que nos liga a él, el amor y el respeto. (20)
Lo que critica Lacan es esta falta de sustancia, efecto de esta oposición de lo pregenital y lo genital. El paso del objeto parcial al amor global es el momento mítico, pero lógicamente articulable, que para él constituye el motor de la conclusión. (21) Si bien Lacan ironiza y se burla, afirma a la vez que Abraham hubiera podido demostrar que la descomposición del objeto en los estadios de desarrollo es “otra cosa que un factor patológico” (22) y que, por lo tanto, en lo real no hay armonía de lo genital. Para Lacan no se trata de la reducción del falo al objeto genital: hay algo que falta. Es muy distinto que transformar los objetos en lo sublime del objeto de amor. Por eso Lacan insiste en que no hay que confundir la sublimación del objeto pulsional con lo sublime, con el orgasmo perfecto.
Encontramos que Lacan también menciona a Donald Winnicott en la crítica que realiza de los analistas de la relación de objeto. En esta época ubica al “objeto transicional” inventado por Winnicott en la serie de objetos descubiertos por los analistas que demuestran su carácter ahistórico, un objeto del orden pulsional que es del registro fálico. Entre madre e hijo circula el falo imaginario presente desde siempre. A Lacan le sirve, ya que habla del carácter atópico del falo, pero sabemos que más tarde en su enseñanza lo usa para mostrar el resto de sustancia que hay en él, y será el prototipo del objeto a lacaniano. (23) Unos años después, en el Seminario 10, se refiere a la cesión del objeto y la conecta directamente con la función del “objeto transicional”: “Este objeto que él llama transicional, se ve bien que lo constituye en esa función de objeto que yo llamo el objeto cesible”. (24) Respecto de la función del objeto transicional, afirma en el capítulo siguiente:
Para funcionar auténticamente… el objeto en juego en la ruptura del vínculo con el Otro, a este objeto primero que llamamos el seno le falta su vínculo pleno con el Otro… El seno no es del Otro, no es el vínculo del Otro que hay que romper, es como mucho el primer signo de dicho vínculo. Por eso tiene relación con la angustia, pero también por eso es la primera forma del objeto transicional en el sentido de Winnicott, la forma que hace posible su función. Por otra parte, no es en este nivel definido por el a, el único objeto que se ofrece para desempeñarla. (25)
Según Winnicott, el registro del otro se presenta para el bebé como una experiencia que reúne a la madre objeto y a la madre ambiente (que protege y cuida). La madre “suficientemente buena” es la que va adaptándose activamente y gradualmente de un modo menos completo a las necesidades del niño, que va tolerando la frustración. El destete será el eje del proceso de desilusionar al niño. La ilusión es la función principal del objeto y de los fenómenos transicionales que se dan en esa zona intermedia entre la realidad interna y externa que se conserva a lo largo de la vida. Allí Winnicott ubica las experiencias con las artes, la religión, la vida imaginativa y la labor científica y creadora. Él considera que, si el yo está bien construido, puede dominar las pulsiones del ello. El yo puede hacer frente a la angustia producida por la emergencia pulsional y luego aceptar la responsabilidad. (26)
6.3. Transferencia y fin de análisis para el middle group
Esta corriente está representada por Ferenczi, Balint y Strachey, quienes sostienen la “introyección intersubjetiva”, que según Lacan “es nuestro tercer error por instalarse en una relación dual”. (27) Lacan critica las teorías del final del análisis en tanto identificación con el analista y sitúa las diferencias entre ellos: Ferenczi plantea la introyección, Strachey la identificación con el superyó del analista, y Balint el trance narcisista terminal. Desde esta perspectiva al analizado no le queda más que llevarse a la boca el objeto analista, “se come el narcisismo del analista”.
FERENCZI Y LA INTROYECCIÓN
Freud se encuentra tempranamente con el problema del narcisismo, y en sus artículos sobre la transferencia y la resistencia muestra que las curas se complicaban. Es en esa época que Ferenczi propone la “técnica activa” (1919-1926) que parte de la inercia del síntoma y de la impotencia de la interpretación, para apuntar a la restitución de la historia infantil. Freud avala al comienzo esta propuesta, ya que piensa que era una salida para escapar de la ritualización obsesiva del análisis; es la época del forzamiento temporal con el Hombre de los Lobos.
Ferenczi pensaba que el narcisismo era un obstáculo para la cura, y que el carácter hace de muralla para acceder a los recuerdos infantiles. La técnica activa debe conducir al paciente al punto máximo del amor de transferencia, para lograr que ceda libido sobre los rasgos de carácter. Pero encontramos en su Correspondencia lo que Freud le escribe en 1910: “Me parece que, en lo concerniente a la influencia de las pulsiones sexuales, sólo podemos conseguir permutaciones, desplazamientos, nunca una renuncia… la resolución de un complejo… secreto absoluto. […] El hombre no debe aspirar a exterminar los complejos sino a llegar a un acuerdo con ellos”. (28) Estas tempranas palabras de Freud nos recuerdan lo que plantea en “Análisis terminable e interminable” respecto de los límites terapéuticos del análisis.
Ferenczi proponía una reducción de la simbolización a favor de la descarga y repetición del trauma. Por ello adscribe al trauma de nacimiento de Rank, que lo piensa como real. Ferenczi no pensaba en acortar las curas imponiendo un plazo, sino más bien en lograr que el paciente pierda satisfacción real en la transferencia y que prevalezca la realidad exterior. Para Ferenczi el fin del análisis debía terminar en “un nuevo hábito”. (29) Se trata de un análisis completo del carácter, de una estricta separación de la realidad y del fantasma, entendido este como permanencia de lo infantil. (30)
El análisis didáctico, análisis del analista, tenía que limar todos los restos simbólicos de su relación con el Otro. Bien conocemos la relación que el propio Ferenczi tuvo con Freud, la reivindicación amorosa de la que lo hizo objeto, la transferencia negativa que le reprochó no haber analizado. Mantuvo con él una total sumisión filial, un complejo paterno muy alimentado, y “el que fue el gran teórico de la posición subjetiva del analista no habrá demostrado, en lo que a él mismo se refiere, la existencia de una suerte de atravesamiento conforme con cierto ideal de pase que él contribuyó a formular”. (31) Presenta las dificultades de los finales de análisis cuando no se le da el lugar que requiere al complejo de castración, no deja atrás el complejo paterno y sigue con su demanda infinita de gratificación. No obstante, podemos decir que Ferenczi reconoce la falta en ser y la ubica en la pareja analista-analizante.
Estas cuestiones aparecieron tempranamente en la historia del psicoanálisis. Ferenczi escribe “Introyección y transferencia” (1909), donde concibe la transferencia como la introyección de la persona del médico en la economía subjetiva. Se trata de “la absorción en la economía del sujeto de todo lo que el analista presentifica en el dúo como hic e nunc de una problemática encarnada”. (32) En esta perspectiva, es el analista quien debe aceptar ser dejado por el analizante y debe confesarle al paciente el sentimiento de abandono, hacerle saber que podría hacerle falta a alguien.
Esta indicación sería desde la perspectiva de Lacan retomar la cuestión de la falta en ser del neurótico implicando al analista. Lacan pone la lupa sobre la pregunta por el ser del analista en la transferencia, y la desarrolla a la luz de la falta en ser, la pasión del ser, las desgracias del ser o el horizonte deshabitado del ser, retomado en el punto V del texto. El paciente absorbe, introyecta la persona del analista y, al final, el analista puede confesar que está en posición de ser dejado por el sujeto. Como mencionamos, los reproches de Ferenczi a Freud decían acerca de lo que no le había dado, de lo que él esperaba sobre su ser y su correspondencia con Freud: “Pone en evidencia el encuentro de una transferencia de trabajo con una posición subjetiva que convierte el análisis en interminable”. (33)
BALINT Y EL TRANCE NARCISISTA
Lacan había mencionado a Balint, discípulo de Ferenczi, en el Seminario 1 en razón de los que sostienen la relación intersubjetiva en el análisis y una teoría del amor moralizadora. (34) Lo que llama “amor primario” implica que la madre satisface todas las necesidades del niño y ubica una satisfacción plena, una armonía total en esta relación.
Lacan destaca una pregunta de Balint: ¿a qué podemos llamar salud en el momento de finalización de un análisis? El amor genital es en Balint la satisfacción genital lograda. Lacan afirma que para Balint lo que distingue al amor primario del genital es el acceso a la realidad del Otro como sujeto, porque en el amor primario la relación objetal es cerrada, sin intersubjetividad, pregenital. Le critica a Balint que no se dé cuenta de que lo fundamental es que también el niño se sirve del lenguaje, y por ello la intersubjetividad está desde el inicio: “Al descuidar la dimensión intersubjetiva se cae en el registro de esa relación de objeto que conduce a callejones sin salida tanto teóricos como técnicos”. (35) Dice que en estas teorías de lo que se trata es de “comer el falo”. Si se conserva la falta, el trance narcisista final sería recuperar el objeto perdido de la castración. “La satisfacción final, la introyección final, sería que después del recorrido a uno se le da lo que fue perdido al inicio. Consumación fálica”. (36)
Lacan comenta la referencia de Balint a Angelus Silesius cuando relaciona el ser, en la realización del sujeto, con lo contingente y lo accidental, y evoca ese final de análisis al modo de una erupción narcisista. Si bien afirma que esto también despierta ecos en sus oídos, no concibe el fin de análisis del mismo modo; incluso lo recalca cuando dice que “no se trata de reducir la reconquista analítica del ello a un acto de espejismo”. (37) El progreso del análisis a esta altura no consiste en la ampliación del campo del ego, sino que es un verdadero vuelco, un desplazamiento, un paso de minué ejecutado entre el ego y el id. Lacan dirá acá que el fin de un análisis consiste en un crepúsculo, un ocaso imaginario del mundo, incluso una experiencia que limita con la despersonalización: “Es entonces cuando lo contingente cae –el accidente, el traumatismo, las dificultades de la historia– y es entonces el ser el que llega a constituirse”. (38)
Si seguimos a Laurent, para Balint el análisis termina en la falta del superyó. El analista sienta al paciente en su falda y le muestra el verde del césped por la ventana del fantasma. Esto implica la representación del superyó que impulsa al $ a concentrarse en su fantasma y gozar de él. Este final deja al sujeto en una beatitud desmesurada, expuesto al desenfreno del superyó, y el analista estaría en posición del superyó materno que empuja al sujeto a gozar. Por eso, según Laurent, Lacan habla de la ética del deseo del analista. La adaptación a la realidad es una máscara que encubre el imperativo a gozar del fantasma. (39) No se trata de la mucha o poca distancia al objeto como plantean algunos, sino del falo que introduce una medida para el sujeto neurótico. La única introyección que se juega al final del análisis es la función del falo en tanto que simbólico. (40)
Encontramos destacado en otro ejemplo el oler al analista como un intento de tomar de lo real el desarrollo de la situación analítica. Lacan insiste sobre la diferencia entre analizar y reeducar. Para él se trata del desciframiento del inconsciente y la acción analítica, lejos del “trance narcisista”, en el cual –como dice Éric Laurent (2017)– al final del análisis el analizante venía como el objeto perdido del analista, y el analista tenía que ser conmovido en la última sesión. Era casi un acontecimiento de cuerpo en el analista, en el momento en el cual el analizante le decía: “Bye, bye”. (41)
6.4. El fin de análisis para H. Kohut
H. Kohut pone el concepto de self en un lugar central dentro de la teoría psicoanalítica. (42) Las pulsiones interactúan en el campo del self, que es lo que permite que el individuo se conciba como un todo. En algunas neurosis el self está fracturado y el paciente se presenta afectado por baja autoestima, hipocondría, depresión, desgano ante las tareas de la vida y un temor vago a la desintegración del self. Este autor propone el modo en que el analista debe intervenir para restaurar un self fracturado por experiencias traumáticas ocurridas en su período formativo, es decir, por heridas narcisistas que han dejado huellas profundas no cicatrizadas.
Para la restauración de un self fracturado y su cicatrización profunda plantea el método que llama empático-introspectivo. La empatía, dice Kohut, es para la vida psicológica del individuo lo que el oxígeno para la vida biológica. La herida narcisista ha sido producida por un objeto-self de la infancia del paciente que ha tenido una falla notoria de empatía para con él. Los objetos-self son aquellos que consideramos como parte de nosotros mismos: el padre, la madre o sus subrogados. El psicoanalista, en un esfuerzo por lograr la cicatrización de la herida narcisista del paciente, entabla con él una relación en la que la empatía es el ingrediente primordial. Así, se convierte él mismo en un nuevo objeto-self del paciente, lo que crea una atmósfera favorable para que este regrese a etapas tempranas de su vida e idealice al analista como debió idealizar a sus padres, y manifieste igualmente su grandiosidad exhibicionista infantil. El analista es un espejo de esa grandiosidad.
Kohut sostiene que la empatía conduce al analista a ofrecerse como dador de una satisfacción para el desamparo estructural. Las heridas del self del paciente van cicatrizando progresivamente, y el narcisismo, estancado en etapas tempranas, logra llegar a su madurez. Propone en la salida del análisis un Otro que completa y consuela de la soledad y el desamparo.
7. La cuestión del ser: el final del análisis como identificación
La cuestión del ser fue abordada por Lacan en el Seminario 1, donde decía que el ser es lo que se cava en la experiencia de la palabra y se realiza en el análisis. Recordemos también que Lacan elaboró en el texto de “La instancia de la letra en el inconsciente” que el análisis apunta al corazón del ser. No se trata del ser-ahí de Hegel, sino de un ser en correlación con la lógica del significante, que no es innato. En “La dirección de la cura…” plantea –como ya he mencionado– el ser del sujeto pero como falta en ser. Autores como S. Ferenczi y E. Sharpe se refieren tanto a la carencia del ser del neurótico como al del analista; la falta en ser reconocida por Ferenczi es “como el corazón de la experiencia analítica”.
A esta altura podemos decir que los ingleses definieron el final del análisis por la identificación del sujeto con el analista, y esto no es simplemente una posición, sino una manera de tratar el ser y de proteger al sujeto de la falta, de obturarla. Hay quienes reconocen la falta en ser y la ratifican, y otros que toman la dirección de tapar esta falta. El analista, en ese final como identificación, ofrece su persona para rellenar la carencia de ser. Los postfreudianos cierran la pregunta por el ser del analista y responden con la identificación. Hay variaciones según se trate del yo o del superyó, o por ejemplo de la dialéctica de objetos fantasiosos propuestos por M. Klein, que podemos ubicar del lado de la identificación. A ella le interesa el objeto del fantasma con el cual el sujeto se identifica y obtiene su ser, por ejemplo, “ser una mierda”.
Lacan cree que este final es fallido y advierte sobre la fantasía reducida a lo imaginario, por lo que critica a los kleinianos que no han podido salir de ahí. Para Lacan esos objetos parciales son significantes, son objetos que funcionan en la dialéctica con el Otro; la identificación con el analista será siempre una identificación con significantes. El seno, el excremento, el falo, el sujeto los gana o los pierde, pero lo que Lacan destaca es que el sujeto es esos objetos según el lugar donde funcionan en su fantasía; el sujeto puede identificarse con los objetos, con los significantes de la demanda del Otro. Esta identificación es precisamente lo que Lacan llama desgracias del ser. (43)
Así, pues, la identificación con un objeto parcial no la considera como lo que se revela al final de un análisis, como algo que tengamos que aceptar. Al contrario, es algo que tenemos que curar. (44) Los postfreudianos ponen en la cuenta del analista la comprensión y un happy end. Lacan refiere: “Existen desgracias del ser que la prudencia de los colegios y esa falsa vergüenza que asegura las dominaciones no se atreven a desligar de sí”. (45) Apunta a la selección de los analistas en la IPA, y menciona las desgracias del ser a las que se ve sometido el neurótico al final. Dice que “la demanda de ser una mierda es algo ante lo cual es preferible ponerse un poco al sesgo cuando el sujeto se descubre ahí”. Taponar su castración con las desgracias es alejarse del deseo; la falta de ser engendra pasión de ser, es decir, demanda de ser, aspiración de completar su ser incompleto.
Está claro que en el final del análisis didáctico no se trata de devenir analista por identificación, sino como resultado del proceso analítico.
8. El deseo del analista
En la perspectiva de Lacan, la relación con el ser donde opera la acción del analista tiene que dar lugar al deseo; hablará por primera vez del “deseo del analista”. Las pasiones del ser, amor, odio e ignorancia, evocan toda demanda más allá de la necesidad, y dan cuenta de lo que se le exige al Otro a raíz de la falta en ser. La pasión del ser del lado del analista es la ignorancia. Se trata de formular “una ética que integre las conquistas freudianas sobre el deseo: para poner en la cúspide la cuestión del deseo del analista”. El analista crea demanda con la oferta de hacer hablar al paciente que, por el sólo hecho de hablar, demanda: “Demandar: el sujeto no ha hecho nunca otra cosa, no ha podido vivir sino por eso, y nosotros tomamos el relevo”. (46)
Lacan apunta también a lo que el sujeto no tiene y espera que se le dé: demanda vacía que el analista escucha y sostiene con su presencia, con el silencio; y el analista responde desde una posición ética en la transferencia. Marca una diferencia con aquellos que, fascinados por la frustración, mantienen una posición de sugestión y se orientan por lo que le faltó al paciente en su infancia, haciendo reeducación emocional. Se trata de ir más allá de la demanda y la identificación, y esto es a lo que se refiere con el “deseo del analista”. El analista ocupa entonces el lugar del Otro, pero rechaza el poder de la sugestión que le otorga ese lugar. Abre el camino de la transferencia y el deseo. “Interroguemos lo que ha de ser del analista en cuanto a su propio deseo”, afirma Lacan.
Para Lacan, Freud era un “hombre de deseo” que tenía una posición ética ante el problema del deseo del Otro. Nos permite leer que el ser del analista es el deseo del analista, y esto lo implica a él mismo; un analista alejado del lugar estándar, que no apuesta al progreso de la verdad ni a la masificación, sino a preservar lo indecible. Más adelante, en su Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), dirá que el deseo del analista apunta a obtener la máxima diferencia entre el ideal y el objeto, y que se trata de un deseo impuro. (47)
9. Una versión del final lacaniano: la falta en ser
Lacan articula en 1958 la política del psicoanálisis con la cuestión de la posición del analista y el fin del análisis. Se trata de la relación con el ser, la falta en ser y el falo. En este texto aparece el falo como objeto de identificación primordial, marca del sujeto afectado por el lenguaje: “El analista es aún menos libre en aquello que domina su estrategia y táctica: a saber, su política, en la cual haría mejor en ubicarse por su carencia de ser que por su ser”. (48) Hace hincapié en el ser del analizante como falta en ser, y en la pasión del neurótico como un tratamiento de la falta en ser. En cuanto al analista, actúa con su propio ser, y es aquel al que se habla pero a su vez está destinado a preservar lo indecible, como mencioné anteriormente.
Jacques-Alain-Miller afirma en Política lacaniana (1998) que desde el principio de su enseñanza Lacan califica el fin de análisis a partir de la desidentificación con el falo. (49) Esta teoría del fin de análisis se fundamenta en cuatro argumentos que conciernen a la sexualidad femenina. Primero, la mujer es definida a través del penisneid, su deseo de falo. Segundo, la ecuación freudiana para la mujer, niño = falo, conduce a dar al sujeto el estatuto original de niño fálico. Tercero, la metáfora paterna, resorte del Edipo, tiene un efecto de desidentificación sobre el niño fálico, separa al sujeto de esta identificación fálica. Y cuarto, sobre esta base, el fin del análisis está centrado ante todo en la noción que lleva a cabo la metáfora paterna. Por lo tanto, su primer concepto es el fin de análisis como metáfora paterna con su efecto de desidentificación fálica, tal como lo precisa al final del texto “La dirección de la cura…”. Miller plantea que, si se admite esto, lo que rige el fin de análisis es la posición del Otro, porque la metáfora paterna hace precisamente emerger el Otro como tal, es un final instituyente del Otro. (50) En este sentido, se trata de cómo realizar el falo, y no del síntoma.
En su “Conferencia de Atenas” (2014) (51) Miller retoma esta idea y agrega que hasta 1958 Lacan sostiene la hipótesis de que “hay Otro del Otro”. Hay el Otro del significante y el Otro de la ley, cuyo significante es el Nombre del Padre. El Nombre del Padre, sostén de la función simbólica, nos permite el sueño de cada cosa en su lugar, de un mundo armónico, y el desorden pasa a ser lo imaginario. Lacan evocaba un fin del análisis por la constitución de la metáfora paterna, el elemento determinante para el fin del análisis era el Nombre del Padre, significante que da su sentido al goce. Sabemos que luego toda su enseñanza va en sentido contrario, hacia el “desmantelamiento metódico, constante, encarnizado de la pseudoarmonía del orden simbólico” (Miller dixit).
El paso que Lacan da hacia el Seminario 6 de la metáfora paterna a la metonimia del deseo implica seguir la vía del deseo, que hace tambalear la hipótesis de que “hay Otro del Otro”. Con ello aparecerán otras versiones del final. Podríamos decir que “La dirección de la cura…” es una bisagra cuya última parte da cuenta ya del peso que Lacan le dará al deseo.
9.1. Preservar el deseo
Al final del texto Lacan plantea un mandato para el analista: “hay que tomar el deseo a la letra”. Se trata de leer el deseo con sus rodeos por el significante y orientarnos hacia ese deseo por el significante fálico. Para Freud, el núcleo de nuestro ser se sitúa en el nivel del deseo inconsciente, indestructible, y Lacan lo sigue cuando enuncia su manera de pensar la práctica. Su primera enseñanza culmina con el deseo como constitutivo del sujeto, y se puede extraer una cierta definición ontológica según la cual “el ser es el deseo”. También nos encontramos con su denuncia a los impasses en las curas, por reducir el análisis a una técnica, y ejemplos clínicos de los que se vale para ilustrar estas cuestiones. Por ejemplo, para articular el deseo y la falta en ser del $ –el inconsciente estructurado como un lenguaje–, usa el sueño de la bella carnicera relatado por Freud. Dice finalmente que “el deseo es la metonimia de la carencia de ser”, y no se capta sino en su interpretación.
Si seguimos la lectura que hace Miller en “El ser y el Uno” (2011) (52) podemos decir que este texto de “La dirección de la cura…” es un comentario del grafo del deseo que acá está definido como un puro efecto del significante, sin sustancia. Un deseo acordado a una falta, a S(A), y no a una significación definitiva.