Читать книгу ¡Préstame a tu novio! - Iris Boo - Страница 6

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Capítulo 2



Su presencia allí me dejó tan impactada, que no me percaté del otro hombre que entraba en el salón por el otro lado. Su voz profunda y masculina me hizo volverme hacia él.

―Lo siento, he acabado con el jabón de manos.

―Oh, no te preocupes, Tonny. María lo repondrá enseguida.

Cuando alzó la vista hacia mí, unos increíbles ojazos azules me sonrieron. Solo pude asentir. La sorpresa que Jane se había encargado de darme me había dejado sin palabras.

―Será mejor que te arregles para salir. Mis papás nos han invitado a cenar a todos.

Genial. No solo tenía que saber que Jane iba a hacer pasar a “mi novio” Noah, por “su novio”, sino que además tenía que hacer de testigo. ¿Y qué iba a hacer?, ¿decir “no gracias, estoy muy cansada”, y dejar que la rabia me comiese viva?, ¿o ir, sonreír tanto como mis músculos faciales aguanten, y aprovechar la ocasión y cometer un homicidio en el baño de señoras de un restaurante que nunca volveré a pisar? Lo segundo pintaba mejor, porque no tendría que limpiar la sangre después.

―Ok, una ducha rápida y estoy lista.

Caminé deprisa a mi habitación y cerré la puerta. Y no sé cómo sonó desde fuera, pero grité tan fuerte mi impotencia que no creo que la pobre almohada que tenía en la boca se recupere del shock. Menos tensa, que no más contenta, recogí algo de ropa y me dirigí al baño. Antes de cerrar la puerta levanté la voz, pero no me acerqué al salón. Seguro que mi cara aún estaba congestionada por el grito y no quería darles aún más motivos para pensar que estaba loca.

―Jane, ¿podrías dejarme tu secador? El mío hace ruidos raros.

No esperé a que respondiera. Cerré la puerta, acomodé la ropa y acerqué la toalla a la ducha. Después abrí el grifo y esperé a que el agua cogiera temperatura. Seguir las pautas habituales era fácil de hacer. Eso, o salía ahí afuera, agarraba a Jane de los pelos y tiraba de ella hasta mi cuarto, donde tendríamos una “larga” y “desestresante” charla. Al menos lo sería para mí, cuando los pelos de su cabeza estuviesen en mi mano, y no pegados a su cuero cabelludo. Estaba apoyada en el lavabo, cuando dos golpecitos a la puerta precedieron a Jane.

―Aquí tienes.

Le cogí por la muñeca y tiré de ella hacia dentro, cerrando la vía de escape a su espalda.

―¿Pero qué parte de NO es la que no entendiste?

―Lo siento, lo siento. Pero Noah llegó para llevarte a cenar y mis padres avisaron que estaban llegando… solo tuve tiempo de explicarle un poco por encima…

―E hiciste lo de siempre, rodaste la bola de nieve un poco más. ¿No comprendes que en cualquier momento te puede explotar en la cara? Bueno, explotarnos en la cara, porque al final te la has apañado para meterme en todo el lío.

―Perdóname, María. Te prometo que te… te compensaré. Además, no puede ser tan malo, solo será esta noche y después ya se me ocurrirá algo para arreglarlo, lo prometo.

¿Qué iba a hacer?, ¿matarla? Los actores estaban todos en escena y la obra ya había empezado. Así que, como decía Freddie Mercury, «Show must go on» (el espectáculo debe continuar).

Doce minutos y medio, eso es lo que tardé en ducharme, secarme el pelo y ponerme un vestido, unas sandalias y recogerme la melena en un moño. Bastante calor tenía yo encima como para sudar más.


* * *


Transporte, estupendo, ahora a ver cómo nos repartimos en dos coches. Ya me había sentado en el de Noah, en el asiento trasero, que no había vuelto a probar desde un calentón de besuqueos que tuvimos hacía casi tres meses, cuando vi la oportunidad de poner las cosas en claro.

―¿Cómo pudiste dejarte enredar para algo así?

―¿Yo? Jane me dijo que te lo había comentado.

―Y le dije que no.

―Eso no me lo dijo. Bueno, el lío ya está en marcha, así que no podemos echar marcha atrás. Relájate, todo va a ir bien.

Esa frase era la que más me molestaba, porque cuando alguien te dice “todo va a ir bien”, es que ni ellos están seguros de que vaya a hacerlo.

La puerta del asiento del acompañante se abrió y un cuerpo enorme ocupó casi todo el espacio.

―Oh, espera. Está ajustado para alguien más pequeño.

Sí, pensé, para mí. El asiento se deslizó hacia atrás y tuve que retirarme hasta el hueco de detrás del conductor. El coche de Noah no es que fuera muy pequeño, pero para un tipo como aquel, Tonny, dijo Jane que se llamaba, era considerablemente demasiado ajustado. Él tendría que viajar en un todoterreno para sentirse cómodo.

―Gracias. Jane va en el otro coche, así yo os indico dónde está el restaurante.

―¿Seguro?, si has llegado hoy a la ciudad, aún no sabrás mucho de calles.

―Pasamos esta mañana para reservar y luego fuimos a mi apartamento. Tengo grabado el camino en mi cabeza, no te preocupes.

Nos sonrió a los dos, aunque se quedó mirando un ratito más en mi dirección. Estupendo, ahora sí que estaba segura de que se había oído el alarido salvaje que di en mi habitación. Pero como soy una persona muy correcta, le devolví la sonrisa y él pareció más contento, porque devolvió la vista a la carretera.

Me pasé los 20 minutos siguientes observando de una cabeza a otra. Noah rubio con reflejos dorados, Tonny castaño oscuro tirando a moreno. Noah con un corte de pelo a capas que resaltaban sus ondas naturales, Tonny con el pelo corto, bueno, no tanto, porque empezaba a enroscarse detrás de las orejas. Noah con una espalda estilizada y perfectamente recta, con ese cuello que me encantaba mordisquear. Tonny con unos hombros que parecían hechos para cargar fardos de 50 kilos, anchos, fuertes y, por lo que insinuaba su camiseta blanca, tonificados hasta la perfección. La piel de Noah, viviendo en Miami, era imposible que estuviese blanca, tenía ese dorado acariciado por el sol. Tonny parecía haber pasado alguna hora más tostándose bajo los rayos solares. Noah era el príncipe perfecto, el que te imaginas cabalgando en su corcel blanco. Tonny era más del tipo escolta del príncipe. Mejor no te metas con él.

En fin, cuando llegamos al restaurante, mis oportunidades para estar los tres a solas se perdieron por completo. Así que cenamos y Jane contestó las preguntas que yo hubiese contestado y Noah deleitó a sus “ficticios suegros”. Creo que mi expresión debió de ser algo extraña, porque Tonny no hacía nada más que mirarme con el ceño fruncido. Por mi parte, yo no hacía otra cosa que apretar los dientes y sonreír cada vez que Noah o Jane se metían demasiado en su papel. Que si miraditas por aquí, apretoncitos de manos por allí, que si te toco aquí. Lo dicho, cuando acabó la cena, tenía la piel ardiendo, la cara roja y casi seguro que mis oídos eran dos chimeneas de vapor a pleno rendimiento.

―Bueno, Noah. Ha sido un placer conocerte. No te preocupes por acercar a Jane a casa, ya la llevamos nosotros. Ya te hemos entretenido bastante y seguro que mañana tienes que madrugar para ir a trabajar.

―Oh, no se preocupen por eso, mañana es el primer sábado que no tengo guardia este mes.

―¡Vaya!, eso es estupendo. Entonces mañana sí que podemos tener un auténtico día en familia.

―¿Eh?

―Claro, mañana íbamos a ayudar con la mudanza de Tonny y un par de brazos fuertes siempre vienen bien. Te apunto la dirección.

Bien, seguro que, en ese momento, Noah habría preferido no estar metido en esto, pero… que se fastidie, pensé. Su día libre cargando muebles y cajas. Me parecía que esa pequeña “venganza” era una mala manera de resarcir mi malparado ego de novia suplantada, pero qué se le iba a hacer. Y como la venganza tiene un precio, tuve que pagar el mío.

―Oh, entonces María también podía ayudar.

No, si la niña era un peligro cada vez que abría la boca. No había tenido yo bastante con ver a mi novio con ella colgada de su brazo, no. Ahora tenía que verlo, otra vez, y además ir desembalando cajas. ¿Pero qué se pensaba esta hija de Satán? ¿Que además de suplantarme, arruinar el único sábado que íbamos a tener los dos solos en ese mes, encima me iba a poner a trabajar? Definitivamente, le odio.

―Oh, eso sería estupendo, querida. ¿Verdad, Tonny? Tres pares de manos femeninas ayudarán a poner la casa a punto en un periquete.

Escuché el bufido de Tonny y miré hacia él, sorprendiéndole pasando su mano por el pelo de su nuca. Sí, le entendía. Ese mismo gesto lo hacía Alex cuando mamá le obligaba a ir al supermercado con ella. Iría porque no tenía más remedio, pero maldita la gracia que le hacía hacer de mayordomo, chófer y mula de carga, sin recompensa alguna y encima sin protestar.

¡Préstame a tu novio!

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