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CUPIDO

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¿Han visto que a veces queremos mucho a una persona y esa persona no nos quiere tanto? No siempre el amor es correspondido y el responsable de este juego de… “lo quiero, no me quiere” es Cupido con sus travesuras. ¡Ahora les cuento!

Según el mito, Cupido era hijo de Venus, la diosa del amor, y de Marte, el dios de la guerra, y los griegos lo llamaban Eros.

Ese niño alado, inquieto, travieso y audaz fabricó un arco con madera de fresno y flechas con las ramitas de un ciprés.

—¿Qué haces, mi pequeño? —le preguntó su madre.

—Estoy practicando arquería—respondió Cupido—, me encanta.

Así pasaba los días este jovencito, buscaba sitios donde perfeccionar su puntería hasta que un día su madre Venus le regaló un arco y flechas de esos mismos que usaban los arqueros de verdad.

—¡Oh! ¡Qué hermoso regalo, madre! —exclamó el niño mientras saltaba de alegría—. Pero, dime, ¿por qué las puntas son diferentes? —preguntó al examinarlas mientras saltaba de alegría.

—Tú, mi pequeño, cuando claves la flecha con punta de oro encenderás el amor y si en cambio la punta es de plomo sembrarás el olvido y la ingratitud en los corazones —aclaró amorosamente la diosa.

—Eso suena interesante y a la vez peligroso, madre—pensó en voz alta Cupido al interesarse por la suerte que podrían tener dioses, hombres y hasta ellos dos—Me parece algo complicado y serio el uso de estas flechas.

—¡Claro! No es un juego, hijo. Es un poder que ahora posees y debes usarlo con cautela pues, tal como piensas, ni los dioses, ni tú, ni yo somos inmunes a las heridas que producirán tus flechas.

A partir de ese momento, Cupido inició su vuelo travieso y juguetón entre dioses y mortales. Así enciende el amor y el desamor, alegrías y pesares según la flecha que a cada uno alcanza.

El juego se complicó cuando su madre le encomendó una misión muy delicada:

—Escucha, hijo, debes buscar a la mortal Psique y hacer que se enamore del hombre más feo que encuentres en el mundo.

—¿Por qué esto, madre? ¿Qué ha hecho para merecer ese castigo?

—Los hombres han abandonado mis altares, ya no me veneran, no me rinden homenaje pues solo adoran a esa simple mujer, Psique. Debes apartar tal estorbo de mi camino.

Cupido escuchó preocupado, no podía contradecir a su madre, pero, con pesar, se retiró del Olimpo, sede de los dioses. Bajó al mundo terrenal para buscar a Psique. “Hallaré el modo de cumplir con su pedido”, pensó, y anduvo errante por bosques, valles y montañas. Preguntó por ella a los hombres, a los dioses, a todo ser viviente. Navegó por ríos, atravesó muchos arroyos, caminó por largos senderos, visitó cuevas, pueblos y palacios y finalmente la encontró.

Cuando, escondido entre los arbustos la vio, sucedió algo que su madre no había tenido en cuenta, que jamás se le había ocurrido pensar a Venus la diosa del amor: Cupido se enamoró perdidamente de Psique.

Lanzó su flecha de oro y encendió el amor en Psique para ser correspondido por ella, pero se hizo invisible cuando le habló:

—¡Oh, hermosa mujer, mi alma, mi vida y mis desvelos desde hoy solo responden a ti!

—¿Dónde estás? ¿Desde dónde emerge esa voz tan melodiosa que me enamora y me enloquece? —preguntó Psique mientras se esforzaba por verlo.

—No puedo mostrarme ante ti, Psique, otra era mi misión cuando vine a visitarte, pero me he enamorado cuando te vi. Te amo. Debes creer en mí.

—¿Quién eres? —insistió ella en tanto que su mirada lo seguía buscando por todas partes.

—Soy Cupido, habrás oído hablar de mí, seguramente.

—Sí, claro. Ahora comprendo el origen de este fuego que me abrasa el pecho —dijo— y entre sollozos le preguntó:

—¿Por qué no debo verte? ¿Por qué no puedo abrazarte?

—Amada mía, para que nuestra unión sea eterna no podrás ver mi figura, debes confiar en mí. Si confías, podremos seguir amándonos.

Por arte de su magia, Cupido la elevó por los aires, llevó a Psique a su morada y, al entrar, ella se vio sorprendida por los adornos y las joyas, la belleza, el orden y la luminosidad reinantes.

Él le explicó los detalles de la misión que tenía y por qué debía mantenerse invisible ante sus ojos. Psique aceptó la condición impuesta con tal de no perderlo y así vivieron por mucho tiempo, unidos de noche y separados de día. Cupido dormía junto a ella en la oscuridad y no le permitía que encendiera ninguna lámpara. Por las mañanas, partía antes del amanecer, receloso de ser visto.

Ella era feliz, se sentía segura, aunque no lo viese, estaba muy enamorada y consideraba que Cupido era el esposo anhelado. Pero sus padres la extrañaban, reclamaban su presencia, y un día la armonía de los enamorados se terminó.

—He tomado una decisión—dijo su padre el rey a su esposa.

—¿Qué has pensado? ¿Podremos verla? —le preguntó la reina.

—Nuestras otras hijas saldrán en busca de su hermana Psique y nos traerán noticias— afirmó e inmediatamente dio instrucciones a las hermanas para que partieran.

Cuando Cupido se enteró del arribo de las jóvenes a su morada, pensó en prohibirle a su esposa que las recibiera, pero, luego, enternecido por la ilusión que ella tenía, accedió y le impuso una condición:

—Mi amor, temo tanto por esta felicidad que hasta ahora nada ha enturbiado… Sin embargo, te veo triste y no puedo prohibirte que veas a tus hermanas —dijo a la par que le acariciaba sus hermosos cabellos y se mantenía invisible a sus ojos.

—No te preocupes, amor mío, será solo un encuentro de pocos minutos, una breve visita. Me verán feliz y llevarán tranquilidad a mis padres —lo tranquilizó.

—Debes prometerme algo, Psique, no debes seguir los consejos ni ideas que pretendan infundir tus hermanas.

—Quédate tranquilo, todo saldrá bien – le afirmó ella con ternura.

La visita de las hermanas fue breve, alegre, tranquila. Todas estaban muy emocionadas y felices de verse y contarse vivencias.


Psique les habló de su dicha y les dio ricos presentes para sus padres.

El problema se vislumbró durante la segunda visita, cuando las hermanas quisieron saber más sobre su amado:

—¿Cómo es? Danos detalles de su aspecto, de sus ojos, de esa belleza que tanto se comenta —insistieron.

—En realidad, nunca lo he visto —terminó por confesarles—no me lo permite, dice que si lo viera los dioses se enfurecerían y nuestra unión terminaría —explicó algo triste y temerosa de lo que estaba confesando.

Las hermanas, un tanto preocupadas por la situación y sobre todo envidiosas del suntuoso palacio en que Psique vivía, antes de partir la aturdieron con mentiras:

—Oye, hermana, el Oráculo de Apolo nos ha dicho que tu esposo es un monstruo —dijo una de ellas.

—Además, dicen que, convertido en una serpiente venenosa acabará con tu vida de una manera horrible—agregó la otra hermana. Partieron dejándola afligida.

Psique aceptó el consejo de sus hermanas y la noche siguiente, mientras su esposo dormía, decidió usar su espada para darle muerte; cuando encendió la lámpara no vio un monstruo sino una figura hermosa. Se arrepintió, pero ya era tarde.

Se desesperó e intentó usar la espada contra ella misma. La espada se le cayó y entonces se dirigió al arco con flechas. Se lastimó un dedo con la punta de una de ellas, gimió, y Cupido despertó.

—¿Qué haces? —le preguntó él sorprendido, completamente iluminado, visible, angustiado por lo que sucedería y dolido por su traición.

—Perdón, amado, perdón —lloraba suplicante Psique —creí en mis hermanas, por favor, perdóname— rogó desesperada y se aferró a su pie. Pero Cupido emprendió vuelo y la elevó con él. Enloquecido, quería arrojarla desde lo alto y perderla para siempre.

—¡Cupido, amado, detente! —suplicaba llorosa, pero él no la escuchó, estaba herido y desilusionado, después de un tiempo la dejó caer y continuó su vuelo.

Psique vagó por bosques y montañas, trató de ahogarse en un río; sin embargo, las aguas la arrojaban hacia la orilla una y otra vez. Volvió a la casa de sus padres y se vengó de sus hermanas. Pensó que con esta acción Cupido la perdonaría. No fue así. Se dirigió a la casa de Venus y le suplicó:

—Venus, por favor, pide a tu hijo que regrese, que perdone mi comportamiento—. Las lágrimas la cubrían y se arrodilló a los pies de la diosa.

—Lo enamoraste, por ti traicionó la misión que yo le había encomendado, me engañó, te ocultó para amarte y tú lo desilusionaste, miserable —le gritó Venus mientras la maltrataba, le tiraba los cabellos, le rompía la ropa, la golpeaba. De nada sirvieron las lágrimas, las súplicas, el arrepentimiento, la diosa la escondió en su morada y durante mucho tiempo la sometió a las más duras tareas, sacrificios y sufrimientos.

Un día Cupido arribó a la morada de su madre, la diosa Venus y le habló:

—Madre, mi amor por Psique no ha disminuido, llevo mucho tiempo errando, castigándome, tratando de borrarla de mi ser. No he podido.

—Ya nada puedo hacer por ti, hijo —le respondió orgullosa la diosa y se retiró dejándolo a solas con Psique.

Cupido, que jugaba con sus flechas provocando el amor y el desamor en todos los seres había caído prisionero de sus propias redes. Abrazó a su amada dañada con heridas en el cuerpo, con los cabellos descuidados, irreconocible por los golpes recibidos y le habló dulcemente:

—Psique, no he logrado arrancarte de mí, volvamos a casa, deseo casarme contigo.

—Te amo, Cupido. Haré lo que me pidas, jamás volveré a dudar de tus palabras— expresó con un hilo de voz débil, sumisa, serena y emocionada.

Cupido desplegó sus alas, la llevó otra vez consigo a su morada, la cuidó amorosamente, la alimentó hasta que Psique recuperó fuerza, ánimo y belleza. A pesar de la indignación de Venus, Cupido, o Eros, y Psique continuaron unidos y felices.

¿Les gustó? Como ven, estamos en manos de Cupido cuando de amar se trata.

Les hago una preguntita: ¿conocen la palabra “psicología”?

¡Vean qué curioso! “Psique” significa “mente” y en varias palabras verán el nombre de esta bella mujer que enamoró a Cupido o, también, Eros, como lo llamaban los griegos. ¡Ahhh! A propósito de Eros. ¿Escucharon la palabra “erótico”? Allí, escondido… está el amor. ¿Qué les parece?

¿Les cuento otro mito? ¡Vamos!

¿Me contás un mito, abuela?

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