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APOLO Y DAFNE

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¿Sabían que los deportistas, guerreros y poetas recibían como premio una corona de laurel? Es un símbolo de victoria y se usa, por ejemplo, en los Juegos Olímpicos. Ahora vamos a averiguar por qué.

Eros o Cupido, ese niño con alas, travieso y juguetón andaba siempre arrojando flechas de oro para encender amor y flechas de plomo para generar sentimientos contrarios, de rechazo al amor.

Apolo, dios de las musas, de la música y la poesía siempre se burlaba de Cupido cuando se lo cruzaba por ahí:

—¡Hola, pequeño afeminado! ¿Para qué tienes tantas flechas si no sabes usarlas?

—Un día te arrepentirás de tus burlas, Apolo— le respondía Cupido.

Este diálogo se repetía con frecuencia y Cupido iba acumulando rabia y deseos de venganza.

Con paciencia esperó el momento oportuno. Una tarde, corriendo por el bosque, vio a Apolo y lo sorprendió con sus travesuras. Apolo estaba concentrado en dar muerte a la serpiente Pitón que aterrorizaba a los habitantes de la isla de Delfos, y no se dio cuenta de la presencia del niño alado. Tampoco había visto a una ninfa que, muy cerca de él, recogía flores.

—¿Qué me sucede? —gritó Apolo —un ardor en el pecho me desespera.

El pequeño Cupido reía escondido en la copa de un árbol, pues había clavado una flecha de oro en el corazón de Apolo y lo había encendido de amor por Dafne, la ninfa cazadora, joven y muy bella que se había acercado asustada por sus gritos.

—Ja, jajá— soltaba sus carcajadas Cupido —ya no te burlarás de mí, sufrirás y me recordarás eternamente.

—¿Qué has hecho niñito afeminado?— gritaba Apolo mientras miraba embelesado a la ninfa que, recuperada la calma, continuaba recogiendo flores y frutos.

Cuando Dafne vio que Apolo se acercaba desesperado con intención de atraparla, sintió crecer gran odio por él. Cupido había clavado en su pecho una flecha de plomo y de ese modo había consumado su venganza.

—Dafne, te amo— clamaba Apolo.

—¡Vete, no te acerques! —gritaba Dafne mientras escapaba velozmente.

Ese día logró ponerse a salvo, llegó a su casa y, aterrada, se encerró. Pero Apolo no cesaba de buscarla y perseguirla obsesionado. Se internó en el Olimpo de los dioses para solicitarles ayuda.

—Zeus, padre mío, apiádate, estoy perdidamente enamorado de Dafne y ella huye de mí.

—Pronto la alcanzarás, hijo. Te facilitaré el encuentro—respondió el dios supremo y se esfumó en medio de una nube.

Una mañana, Dafne paseaba con sus hermanas cerca de su casa y vio a Apolo que salía como una flecha desde su escondite y corría hacia ella.

—Dafne, no escapes, te amo— repetía.

—No te acerques, te odio— gritaba Dafne mientras huía desesperada.

Cuando se vio acorralada por Apolo, rogó a su padre que la protegiera:

—Padre, ayúdame, no quiero casarme con Apolo, lo odio, no deseo unirme a él.

—Hija—le respondió angustiado —Eres tan bella, te mereces un buen esposo y yo deseo tener nietos.

—Pero será otro, no Apolo, lo aborrezco. Por favor, ayúdame. Él no puede unirse a mí por la fuerza.

Continuó corriendo y ya casi sin aliento, sin fuerzas. Lloraba e imploraba auxilio divino tropezó y cayó.

Su padre se apiadó y la transformó. En ese instante la piel de Dafne comenzó a volverse una tierna corteza, sus cabellos hojas, sus brazos ramas y sus pies retorcidas raíces que se fijaban cada vez más en la tierra. Cuando Apolo llegó, se abrazó al árbol en que se había convertido Dafne. Y, convencido de que ya no podría tenerla, le juró amor eterno.

—¡Dafne! – la llamaba y lloraba unido al árbol de laurel que ahora era ella —no has querido ser mi esposa, pero nunca dejaré de amarte y tus hojas adornarán por siempre mi cabeza. ¡Dafne! —repetía —a partir de hoy dispondré que la corona de laurel esté sobre la cabeza de reyes, príncipes y emperadores. Será colocada en el cuello de los triunfadores. Reinarás por siempre entre los mejores.

Apolo tuvo que resignarse y amarla en la nueva forma que Dafne había adquirido. Utilizó sus poderes para que la planta de laurel fuera siempre verde y hermosa. Fue el único modo en que, desde ese momento, la adoró, la acarició y la cuidó.

Y colorín colorado… este mito ha terminado. El laurel también está en algunos escudos, los laureados son los victoriosos y… Laura ¿Conocen una Laura? Es una triunfadora, coronada de laurel.

¡Cuántas costumbres heredamos de los griegos y romanos! ¿Verdad?


¿Me contás un mito, abuela?

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