Читать книгу La magia de la vida - Isabel Cortés Tabilo - Страница 9
Amor sublime
ОглавлениеNavegué en el fondo de tu alma
como una musa inspiradora,
que fluye como río de sentimientos cobijados
en los espacios siderales y eternos.
Me pierdo en tu misteriosa mirada
y no existe para nosotros un buen puerto,
donde amarnos sin tregua, sin penitencias
en la infinita sinfonía del tiempo.
Florecen de tus manos blancas mil deseos
huellas de amor en nuestras almas,
vacío que estrella mi corazón dividido
siento que pierdo el rumbo de mi existir.
Arrebolados sentimientos de culpa
en el patíbulo de lo prohibido e inverosímil,
caen malogradas pasiones de melancolía
arañando mi alma de desolación.
Durante varios días hizo muchas plegarias, esperando de Dios alguna respuesta, alguna revelación, o algo; hasta que una noche tibia se rompió el manto de la incertidumbre. Tuvo una hermosa revelación: «soñó con la Virgen Santísima, la vio con sus delicados y blancos pies, pisando una serpiente larga y verdosa, en señal que fue ella quien aplastó el pecado representado en Satanás. En su cabellera larga y divina, había una corona de estrellas que iluminaban el mundo». Luego, sintió la voz del Todopoderoso, que apacible y misericordioso le decía:
—«Hija, no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados». (Lucas 6:37)
«No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» (Juan 11:40)
Al día siguiente despertó con un jardín de alegrías nuevas en su corazón, decidió ir a visitar nuevamente al padre y terminar definitivamente con esta situación.
—Padre, necesito hablar con usted —ordenó Lucrecia con un brillo especial en sus ojos.
—Dígame Lucrecia, ¿qué la trae por estos lares?
—Padre, siento mucha rabia, pena y desilusión por esta situación tan irregular e incómoda —contestó ella súbitamente.
—Lucrecia, si se refiere a mis hábitos pensé que usted sabía, no es secreto para nadie en la facultad.
—Dígame padre, ¿por qué la iglesia no permite que se casen? Ustedes los sacerdotes, que son los afectados y que sufren tanta soledad e incomprensiones, por qué no se organizan y le exigen al Papa que cambie esa absurda ley del celibato, que al final nadie cumple, al parecer todos viven de puras apariencias, parecen fariseos que predican y no practican, ¡viven un mundo de hipocresías! A
Jesús no le gustan los términos medios, «los quiere fríos o calientes y los tibios los vomita» —concluyó ella enfadada.
—Lucrecia, ¡cálmese por favor! Déjeme explicarle nuestra posición. La razón de que nosotros no podemos ser casados, es porque en nuestro servicio ministerial debemos dedicarnos en cuerpo y alma a la obra de Dios. Si tuviésemos familia nos desviaríamos a atender nuestros propios hogares, no a los feligreses en sus necesidades espirituales. Imagínese pues, si fuésemos casados y en plena misa nos llaman que la esposa o un hijo tuvieron un accidente, ¿cuál debería ser nuestra prioridad? —respondió él tajante y sin titubear.
—Disculpe que lo contradiga padre, pero pienso que es sólo una estrategia eclesiástica netamente económica; porque si los curas se casaran, el clero tendría que mantenerlos a ustedes, a sus familias y les saldría el doble más caro.
—Quizás usted tenga algo de razón, es la persona más cuerda que he conocido —contestó él, con un tono más relajado.
—Padre, mi filosofía de vida siempre ha sido «todo o nada», a mí no me gusta el doble estándar —agregó ella para confirmar su punto de vista.
—Lucrecia, yo nunca había conocido a alguien que tuviera tantos valores, usted fue la primera que me puso en mi lugar, quizás por eso a mí me tocó tan fuerte, a veces parece usted mi pastora tratando de enrielarme; pero igual me gustaría preguntarle ¿qué va a pasar con nosotros? —la miró profundamente con infinita dulzura.
—Padre, el tiempo de la pasión ya pasó, cuando solamente existía la atracción entre nosotros, pero ahora que hay sentimientos involucrados, el estar juntos sería para unirnos definitivamente, pareceríamos matrimonio unidos de cuerpo y alma. Eso es imposible, si usted analiza la situación ambos tenemos compromisos; además, ahora tengo todas las respuestas, usted jamás dejaría sus votos por nadie. Quizás hubiese sido bueno tener un desliz, pero yo tengo todo lo que una persona necesita para ser feliz, además con mi esposo Sebastián, me siento amada, protegida, respetada y consentida. Si doy un paso en falso, podría perderlo todo a cambio de nada —concluyó muy segura de su respuesta.
—¡Yo no soy nada! —replicó el sacerdote algo disgustado, pensando en su condición de clérigo.
—No quise decir eso, para mi usted es todo, pero ¡dígame!, ¿usted dejaría sus votos por mí? —preguntó ella muy decidida.
—No sé Lucrecia, estoy confundido, por primera vez he dudado de mi vocación, pero creo que no, si la hubiese conocido antes de tomar mis votos, me hubiese casado con usted, pero ahora no podría vivir sin honor, como un cura excomulgado.
—Para mí que usted tiene un harem, siempre está rodeado de mujeres, he escuchado algunos comentarios de que usted, tiene muchas amigas con ventaja —señaló ella con ironía.
—Para mi usted es la única, si tuviese diez, dejaría las diez por estar con usted, por eso insistía tanto en ir a visitarla, abrirle mi corazón y tener una relación seria con usted, Lucrecia —concluyó él.
—Padre, yo no puedo hacer nada, aunque quisiera, porque desde niña tengo el «Santo Temor de Dios», que no es tenerle miedo a Dios, sino el deseo de agradarlo, porque amo a Dios sobre todas las cosas, además he sido muy bendecida por él y en la biblia dice: «Que el principio de la sabiduría es el Santo Temor de Dios» —(Proverbios 1:7).
—Lucrecia, usted está más convertida que todos nosotros juntos —advirtió él con un dejo de admiración.
Después de aquella diáfana conversación, se despidieron como siempre con un beso en la mejilla y un hasta pronto.
Pedro a partir de ese día perdió la esperanza, veía que Lucrecia se había mantenido firme en su posición y no había vuelta atrás, así que buscó refugio en otros brazos. Un día fue a visitar a una amiga que era viuda desde hace varios años, ella no le era indiferente. Decidieron empezar una relación clandestina, para así acallar su afiebrada sotana, de paso calmar la tristeza del luto de su amiga, quien encontraba en él consuelo a su soledad y monotonía.
Transcurrió el tiempo y llegó fin de año, el padre Pedro estaba de cumpleaños, Lucrecia se preocupó mucho en hacerle un buen regalo, habían quedado en ser sólo buenos amigos, le obsequió un set de libros cristianos que le ayudarían con los ejemplos de vida, para la homilía de sus misas. Escribió una tarjeta muy especial para su único amigo:
«Estimado padre: Quiero desearle un feliz cumpleaños, le doy gracias a Dios por su vida, por haberlo conocido y por habernos encontrado. Quiero decirle además, que cuando se sienta triste o la soledad embargue su corazón, se acuerde de su promesa: nos reencontraremos en la vida eterna. Por eso vale la pena seguir respetando nuestros sacramentos, con la gracia de Dios. Con amor Lucrecia».
Aquel día especial, en la facultad le prepararon un cumpleaños sorpresa, chocolate con una deliciosa torta. Al final de la celebración todos se acercaron a desearle todo tipo de buenos deseos y congratulaciones, Lucrecia se acercó de las últimas, le brindó un cálido abrazo, pero él la sorprendió diciéndole al oído:
—Lucrecia, con la única persona que me gustaría estar es con usted, es la persona más especial que he conocido.
—Usted también es especial, felicidades —contestó ella con voz suave.
Ambos mantuvieron sus mejillas unidas mientras se abrazaban, y sintieron un calorcito que recorrió sus cuerpos, como un hormigueo de sensaciones nuevas e inexploradas. Ella sonrojada se alejó del salón.
Esta situación no podía continuar, había que ponerle punto final, y ninguno de los dos era capaz de decidir qué hacer. Aquella relación sentimental no tenía pies ni cabeza, simplemente no tenía ningún futuro. Lucrecia tenía muchas dudas y miedo de dilucidarlas; sin embargo, como era una mujer valiente, sacó fuerzas de flaqueza, esas que brindan las oraciones profundas y sinceras a Dios. Decidió investigar un poco con algunas amigas y conocidas de la parroquia, donde el padre Pedro oficiaba sus misas. Les preguntó derechamente, qué sabían de este párroco tan singular. Algunas coincidían que era una persona encantadora, que a más de alguna le había hecho más de alguna insinuación, y una de ellas quien casi vivía en la parroquia, confesó que ella mantenía una relación con él por más de dos años, que no lo iba a dejar porque lo amaba, y que él la visitaba casi todos los días. Además, la mayoría de las feligresas queriendo robarle un pedacito del corazón al cura, le hacían obsequios y tenían muchos detalles con él.
Lucrecia después de un torbellino de confusiones y revelaciones que zanjaban su alma, escribió en su diario de vida, unos poemas para aliviar su malogrado corazón: