Читать книгу Monjes hispanos en la Alta Edad Media - Isabel Ilzarbe - Страница 7

Оглавление

INTRODUCCIÓN

Existen en el ideario colectivo algunas imágenes muy arraigadas sobre el mundo medieval. Es común que cuando pensamos en aquella sociedad nos venga a la mente la clásica división trifuncional, relacionada con el sistema feudal. Este modelo se basa en la existencia de tres órdenes: milites —los que guerrean—, laboratores —los que trabajan la tierra— y oratores —los que rezan—. El estamento de los oratores era el responsable de la oración en favor de los otros dos, además de ostentar la exclusividad de la realización del culto divino. Podría parecer que, debido a las funciones que tenían asignadas, se mantuvieron al margen del ejercicio del poder señorial. Pero nada más alejado de la realidad: la Iglesia formó parte desde el principio de los esquemas de dominación y dependencia propios de este tipo de sociedades.

Uno de los más claros ejemplos del poder eclesiástico-señorial, especialmente en el ámbito rural, es el de los monasterios. Estos, a través de diversas formas de adquisición, lograron hacerse con la propiedad de extensiones de tierras más o menos amplias que conllevaban unos derechos sobre el aprovechamiento de recursos y, por tanto, terminaron creando vínculos de dependencia con los campesinos que vivían y trabajaban en ellas. Y todo esto a pesar de que el monacato, al menos teóricamente, debía suponer un alejamiento del mundo, de la sociedad y de los peligros para el alma que en ella se escondían.

Al aceptar esta realidad sobre los cenobios medievales nos asaltan varias cuestiones. ¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a las comunidades monásticas a romper el aislamiento voluntario que las caracterizaba? ¿Cómo ejercieron el poder sobre las tierras y los hombres que se encontraban en sus dominios? ¿Cuál fue el proceso que llevó a los monasterios a convertirse en centros de poder? Y por supuesto, ¿cómo afectaron a este proceso las distintas reformas llevadas a cabo en el seno del monacato?

Existe una abundante bibliografía en torno a estas cuestiones. Una consulta sencilla al respecto demuestra que el tema planteado ha tenido un gran recorrido historiográfico, a través de distintos puntos de vista, siempre relacionados con la forma de «hacer historia» imperante en el ámbito académico. Los estudios monásticos han conocido por tanto un extenso desarrollo, especialmente en lo que respecta a aquellos trabajos que se han centrado en la realidad material de los dominios monasteriales. Después de este gran desarrollo, en los últimos años se aprecia tal descenso del interés de los historiadores hacia este tema que podríamos pensar que ya ha sido trabajado hasta sus últimas posibilidades.

¿Por qué traer de nuevo este asunto a colación si, en apariencia, poco más se puede decir sobre él? La respuesta está en una idea que ya en diciembre de 2013 motivó la decisión de abordar la cuestión en mi trabajo de fin de grado, Los señoríos monásticos castellanos, embrión del que nace la obra que el lector tiene en las manos en este momento: un monasterio, en tanto que centro de poder señorial, es una realidad poliédrica, que evidentemente se desarrolla históricamente en relación con las circunstancias en las que se encuadra. Es, por tanto, un conjunto de aspectos que engloba tanto aquellos que se relacionan con su organización interna como los que se desprenden de sus relaciones con agentes sociales, económicos y políticos externos. Podemos encontrar numerosos trabajos de una calidad incuestionable en los que se aborda el tema, en muchas ocasiones tomando como punto de partida un monasterio concreto. También contamos con obras sintéticas sobre la historia del monacato cristiano, que a menudo se han centrado en el aspecto espiritual y ritual de su desarrollo histórico o en la vida cotidiana dentro de los cenobios medievales. Sin embargo, existen grandes dificultades a la hora de encontrar obras generales en las que se intente abordar la realidad de los monasterios medievales en su conjunto. Este es un problema muy grave para quien pretende introducirse en un tema tan complejo sin poseer unos conocimientos previos muy específicos. He de reconocer en este momento que, cuando traté de abordarlo por primera vez, sentí que el asunto me superaba.

La motivación de este trabajo, en consecuencia, es muy clara: se plantea como una toma de contacto que sirva al lector para iniciarse en el tema. Se trata además, al igual que en el trabajo de fin de grado al que aludía antes, de una revisión de lo que ya sabemos que pueda catapultarnos hacia todas las cuestiones que aún no hemos podido responder, como por ejemplo cuál es la política de dependencias monacales y el juego de vínculos externos, cuáles son los espacios de sociabilidad, cómo se define el ámbito del ritual y las ceremonias, cómo son los días y las horas en el interior del monasterio, cuál fue la formación de los monjes, cómo esperaban la muerte o cuál era el espacio imaginario de la comunidad y qué querían que conociese la sociedad que les rodeaba.

Estas y otras preguntas precisan de un estudio más profundo del que corresponde a las características de este trabajo y, por ello, su análisis tendrá que esperar. El objetivo de esta exposición es, en resumen, sintetizar la documentación disponible manteniendo una visión general en torno a los señoríos monásticos castellanos que sirva como punto de partida para futuros estudios en los que ahondar en las nuevas cuestiones que pueden surgir en torno al tema.

Para alcanzar los objetivos propuestos, se ha ordenado la información pertinente en dos partes. La primera trata aquellos aspectos que se pueden considerar claves en la definición del objeto de estudio: los elementos y las bases del poder señorial ejercido por los monasterios como elementos de organización social. Actúa por tanto como una base teórica sobre la que asentar la segunda parte de la exposición, en la que se establece una cronología para situar la evolución histórica de los centros monásticos, tanto en el ámbito interno (observancia, fábrica conventual, etc.) como externo (relaciones con el resto de elementos de la sociedad).

Antecedentes: la evolución de los estudios monásticos hispanos

Mucho se ha escrito en torno a los monasterios hispanos medievales y sus señoríos, y el conjunto de esos trabajos es lo que conocemos como «estudios monásticos». Y como toda obra historiográfica debe dedicar un apartado a conocer cuáles fueron sus antecedentes, resulta oportuno llevar a cabo un breve repaso por la evolución de los estudios monásticos. Para ello, en primer lugar debemos señalar que, aunque no podemos hablar de escuelas historiográficas concretas en este sentido, sí distinguimos una evolución marcada por las tendencias historiográficas imperantes en cada momento. Así, siguiendo el camino trazado por Romero Fernández-Pacheco (1987), reconocemos la existencia de tres grandes momentos en el recorrido de los estudios monásticos desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. A grandes rasgos, estos tres grandes momentos son: la edición de fuentes, la historiografía tradicionalista y la renovación de los estudios monásticos.

Una primera línea de actuación, que ha conocido un amplio desarrollo, es la de la edición de fuentes monásticas. Se trata de un conjunto de obras cuyo objetivo es recoger y exponer, con criterios íntimamente ligados a la diplomacia y la paleografía, los distintos instrumentos documentales disponibles. A nivel académico, esta tendencia se manifiesta, en general, en los amplios apéndices documentales que acompañaban necesariamente las tesis doctorales realizadas en cualquiera de las universidades españolas.

Dentro de esta primera corriente podemos señalar, a modo de ejemplo, a varios autores: Sánchez Balda y su edición del cartulario de Santo Toribio de Liébana, Lacarra con la colección diplomática del monasterio de Irache o Agustín y Antonio Ubieto Arteta con las ediciones de los cartularios de Santo Domingo de la Calzada y San Millán de la Cogolla. Los índices documentales realizados por Vignau para el monasterio de Sahagún, o de Cortázar Serantes para el de Valvanera, también quedarían encuadrados dentro de esta primera corriente.

Casi de forma paralela, se desarrolló un tipo de estudios históricos que, determinado por su carácter tradicional, perdurará hasta los años sesenta del siglo pasado. Estrechamente relacionada con el positivismo histórico, esta corriente se caracterizaba por que sus autores se centraron en el monasterio como sujeto de estudio, desechando cualquier posible influencia de la historia total de la escuela de los Annales o del materialismo histórico. Su principal preocupación fue, por tanto, la descripción formal de la trayectoria histórica de los cenobios. En este marco encuadramos los estudios de Fita sobre Santa María la Real de Nájera (Santa María la Real de Nájera. Estudio crítico, 1895) o de Agapito y Revilla sobre Las Huelgas (El Real Monasterio de las Huelgas de Burgos. Apuntes para su estudio crítico, 1903).

Esta segunda tendencia conoció también la elaboración de estudios de síntesis general para un marco geográfico más amplio que el dominio de un monasterio concreto. Por ejemplo, el tan cuestionado Pérez de Úrbel trató de evidenciar el importante papel de los monjes y los monasterios en la vida española medieval (El monasterio en la vida española en la Edad Media, 1942; Los monasterios castellanos de la Reconquista, 1968). Otro buen ejemplo de este tipo de trabajos, aunque mucho más fundamentado que el precedente y de superior desarrollo metodológico, es la obra de Linage Conde en torno al monacato benedictino o los jerónimos (Los orígenes del monacato benedictino en la península Ibérica, 1978; La orden hispánica de los jerónimos, 1973).

Desde los primeros años del siglo xx hasta la década de los sesenta, cabe destacar, además, que el estudio de los dominios monásticos se llevó a cabo sobre todo desde la historia del Derecho y las Instituciones. Debemos destacar, por ejemplo, el discurso de entrada en la Real Academia de la Historia de Puyol y Alonso (El Abadengo de Sahagún [Contribución al estudio del feudalismo en España], 1915) o la obra de Prieto Bances (La explotación rural del dominio de San Vicente de Oviedo en los siglos x al xiii, 1937-1940).

No obstante, la publicación en 1969 de la investigación realizada por García de Cortázar en torno al dominio de San Millán de la Cogolla (El dominio del monasterio de San Millán de la Cogolla [siglos x al xiii]. Introducción a la historia rural de Castilla altomedieval) marcaría el inicio de la renovación de los estudios monásticos. Para Cortázar no se trataba únicamente de estudiar el dominio de un monasterio, sino de utilizar su análisis como plataforma desde la que adentrarse en la historia rural, en este caso castellana, en la que las realidades materiales tienen un peso preponderante. En esta nueva línea encontramos autores como García González (Vida económica de los monasterios benedictinos en el siglo xii, 1972) o Moreta (El monasterio de San Pedro de Cardeña [Historia de un dominio monástico castellano] [902-1338], 1971).

En Cataluña, esta renovación se iniciaría en el momento en que el profesor Ríu publica un artículo, de marcado carácter teórico y con el objetivo evidente de evidenciar las posibilidades de explotación de las fuentes monásticas, titulado Esquema metodologic pe a l’estudi d’un monestir (1967). Todo aquello que rodeaba al centro monástico, tanto a nivel socioeconómico como espiritual, tenía cabida en los estudios que preconizaba. Este nuevo esquema de trabajo planteaba un problema: para llevarlo a cabo era preciso que el historiador contara con una formación integral poco frecuente en la época, elemento que, por tanto, imposibilitaba el enfoque propuesto por el autor catalán. De hecho, poco tiempo después el propio Ríu concretó su proyecto inicial, reduciéndolo al estudio de los aspectos socioeconómicos de los dominios monásticos (Aspectes socio-economics de la história monástica, 1972).

También en Cataluña, y al hilo de la renovación de los estudios monásticos, Altisent, encuadrado en un grupo de autores de la Universidad de Barcelona que trabajaban con esquemas institucionalistas y diplomatistas, empleó estos nuevos métodos en sus estudios sobre Poblet (L’estructura económica del monestir de Poblet al 1460, 1970; Les granges de Poblet al ségle xv [assaig d’história agraria d’unes granges cistercenques catalans], 1972).

Durante las décadas siguientes, los estudios sobre dominios monásticos ampliaron su campo temático. Así puede apreciarse en los trabajos de Pérez Embid (El Císter en Castilla y León, 1989; El Císter femenino en Castilla y León: la formación de los dominios [siglos xii-xiii], 1986), Fortún Pérez de Ciriza (Leyre, un señorío monástico en Navarra [siglos ix-xix], 1993), Reglero de la Fuente (El monasterio de San Isidro de Dueñas en la Edad Media. Un patrimonio cluniacense hispano [911-1478], 2002) o García Turza (El monasterio de Valvanera en la Edad Media [siglos xi-xv], 1990, y, recientemente, El monasterio de San Millán de la Cogolla: una historia de Santos, copistas, canteros y monjes, 2014).

No podemos terminar este recorrido sin citar algunas de las obras de carácter general que pueden acercarnos al desarrollo histórico del monacato medieval. La primera a la que haré referencia es la Historia del monacato cristiano de Alejandro Mansoliver (1994), que dedica sus dos primeros volúmenes al monacato medieval. También resulta interesante la breve síntesis de David Knowles, El monacato cristiano (1969), aunque está dedicada al conjunto del monacato cristiano a lo largo de toda su historia. Por otra parte, los aspectos relacionados con la vida cotidiana de los monjes en la Edad Media fueron profundamente estudiados por Linage Conde en una obra de gran utilidad para adentrarse en esta cuestión: La vida cotidiana de los monjes de la Edad Media (2008).

Tampoco queremos dejar de lado las investigaciones centradas en el balance historiográfico que se centran en lo que ya se ha dicho sobre el monacato medieval hispano. Existen algunos estudios que contienen abundante información que puede resultar de gran utilidad para quien desee introducirse más a fondo en la evolución de los estudios monásticos. Probablemente, la obra más rica en cuanto a la abundancia de sus contenidos, y que nos ha servido como fuente básica a la hora de elaborar este trabajo, sea Los monasterios en la España medieval, de Romero Fernández-Pacheco (1987). Contamos también con varios artículos dedicados al mismo fin, pero centrados en áreas geográficas mucho más concretas, como los de Fortún Pérez de Ciriza («Dominios monásticos en la Corona de Aragón», 2010), Reglero de la Fuente («Un género historiográfico, el estudio de los dominios monásticos en la Corona de Castilla», 2010) y García Turza («Los monasterios en la Rioja medieval: cuarenta años de historiografía», 2010). Llegados a este punto, remitimos al lector interesado a consultar estas obras, cuya referencia completa podrá encontrar en el apéndice bibliográfico que se añade al final de la misma.

Monjes hispanos en la Alta Edad Media

Подняться наверх