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Capítulo 3. Elisabeth

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Birmingham, 26 de junio de 1944

El gimnasio del Yardley Wood School se convertía, los sábados por la tarde, en lo más parecido a una sala de baile. Las luces de colores y la música que sonaba sin parar me hacían olvidar durante unas horas que fuera de aquellas paredes se estaba librando la II Guerra Mundial.

Esas tardes significaban para mí mucho más que una simple diversión: era el único momento en el que conseguía olvidar la soledad y la tristeza que me acompañaban desde la muerte de mi padre. Bailar me hacía sentir que ellos aún vivían. Bailaba como si me estuviesen viendo. Durante aquellas horas era feliz. Todos los que estaban en aquel gimnasio esperaban con entusiasmo mi actuación. Cuando anunciaban por el altavoz mi nombre, la gente estallaba en aplausos como si fuese a actuar una gran estrella. A mis dieciséis años ya era famosa en la ciudad. Según la Srta. Connolly, mi profesora de danza, me esperaba un futuro muy brillante. Empecé mis lecciones de baile a los dos meses de morir mi padre. En los últimos cuatro años me había convertido en una experta bailarina. Aunque mis orígenes nada tenían que ver con Escocia o Irlanda, mis pies se movían al son de las danzas gaélicas como si me hubiese criado allí desde pequeña. Aquel esperado baile marcaba el inicio de la fiesta y convertía a todo el gimnasio en lo más parecido a un céilidh 1. Aunque me faltaban tres personas para completar el baile, a nadie de los allí presentes parecía importarles. Fue en una de esas tardes cuando le besé por primera vez.


Céilidh. Festejo con danza tradicional de los pueblos gaélicos (Irlanda y Escocia).


Jamás me atreví a preguntar a mi tía quién pagaba aquellas clases porque lo único que sabía con certeza es que ella no lo hacía. Nunca vino a verme bailar aunque la Srta. Connolly no dejaba de insistirle para que lo hiciera. Durante esos cuatro años no dejé de preguntarle a mi profesora quién estaba costeando todo aquello, pero lo único que conseguí sonsacarle fue que se trataba de alguien que me tenía un cariño muy especial. Esa persona se convirtió en lo más parecido a un ángel de la guarda. Te imaginas que existe, crees que te cuida y te protege pero no puedes verle ni disfrutar de su compañía ¿por qué? Si era justo lo que yo necesitaba.

En aquellos oscuros años de mi vida, las palabras de la Srta. Connolly mantenían mi esperanza viva. Me dijo que si no hubiese estallado la guerra, ya habríamos viajado a Londres para hacer una prueba y que con toda seguridad ya me hubiese convertido en una bailarina famosa.

Ese viaje representaba para mí huir definitivamente de Birmingham y de mi tía Jennifer para empezar una nueva vida. Antes de conocer a Elwyn solo quería que aquella guerra acabase cuanto antes para poder escapar de allí, pero cuando le conocí mis prioridades cambiaron. El baile quedó en segundo término, desbancado por mi único deseo de que regresara cuanto antes para empezar mi vida junto a él.

El sábado once de marzo, al subir a mi habitación para cambiarme de ropa y marcharme al gimnasio a bailar, me encontré una caja encima de mi cama. La abrí con la misma ilusión que un niño abre sus regalos el día de Navidad. Cubierto por un papel muy fino de color rosa encontré un vestido azul de manga corta, unos calcetines blancos cortos y unos zapatos negros de un charol brillante. Sobre ellos había una nota escrita a mano: “Esta tarde brillarás como una estrella”. Cogí el vestido, lo abracé y empecé a dar vueltas con una sonrisa de felicidad como hacía tiempo que no sentía. Cuando me lo puse, me quedaba perfecto, como si me lo hubiesen hecho a medida, al igual que los zapatos. Al mirarme en el espejo me sentí tremendamente bonita. Lo único de desentonaba de aquella imagen eran los rulos que me colgaban del pelo. Me senté frente a mi tocador y empecé a deshacerme de ellos con rapidez. Con unas simples pasadas, el cepillo terminó de moldear mi melena. Bajé las escaleras a toda prisa para dirigirme al salón a dar las gracias a mi tía. Siempre supe que algún día nuestra relación volvería a ser como años atrás. Estaba sentada en el sofá tejiendo un jersey con la radio puesta. Me puse delante de ella mientras mi mano derecha desplegaba el vuelo de mi falda. Ni siquiera se dignó a mirarme: “a mí no me des las gracias, no me gastaría un chelín más en ti, bastante gasto tengo ya con mantenerte”, me dijo sin apartar los ojos de su costura. Cerré los ojos y apreté con fuerza la mandíbula para tratar de calmar el dolor que me provocaron sus palabras. Mi mano descendió lentamente hasta que la falda retomó sus propios pliegues. Me dirigí a la puerta de entrada, cogí mi abrigo y las llaves y me marché al gimnasio del colegio para intentar hacer brillar la estrella que todos decían que era.

Durante todo el camino no dejé de llorar. Los últimos años de mi vida no eran más que trabajo, sufrimiento y preguntas sin respuesta. La única amiga en la que podía confiar era Brenda, y aunque su madre en cierto modo me daba un poco de miedo, cuando estaba en su casa me sentía como si estuviera en un hogar donde se me aceptaba y quería.

En esos momentos en los que me sentía tan infeliz, siempre acudía a mi mente la frase del escritor Samuel Johnson que mi padre me dejó escrita antes de partir hacia Dunkerque: “Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción”. “¿Cuánto tiempo más tenía que esperar?”, me repetía cada mañana al despertar. Afortunadamente la espera había llegado a su fin.

Cuando Brenda me vio llegar, corrió a reunirse conmigo mientras yo me apresuré a secarme las lágrimas. Su entusiasmado abrazo me confirmó que algo importante tenía que decirme.

—¡Está aquí! —me dijo con una sonrisa nerviosa.

—¿Quién? —pregunté desconcertada.

—Pues Colin y ¡su amigo! —me dijo con un histérico susurro—. Se llama Elwyn y según me ha dicho Colin, desde que te vio bailar hace tres semanas no deja de hablar de ti. Dice que cuando termina de trabajar se pasa las horas delante de la panadería para verte. Supongo que te espera sentado en un banco del parque a que termines para acompañarte a casa. El pobre aún no sabe que vives en el piso de arriba.

Al oír sus palabras cerré mis ojos ilusionada. Por lo visto parecía que Brenda no sabía que ya había hablado con él. No me podía creer lo que me estaba ocurriendo. Por fin le volvería a ver.

Yo también hacía días que me había fijado en él. Al tercer día de verle sentado en el mismo banco mirando fijamente hacia la panadería, supe que ya no estaba allí por casualidad, sino más bien para verme. Durante esas semanas intenté encontrar una excusa para salir y provocar un encuentro, pero por miedo a las reprimendas de mi tía no lo hice. Creo que me enamoré de él el mismo día que entró a comprar pan. Sin yo saberlo, la historia de mis padres volvió a repetirse. Cuando le vi caminar hacia el interior de la panadería empecé a temblar de nerviosismo pero a la vez de felicidad. Lo único que repetía en mi mente sin parar es que mi tía se quedara dentro de casa y me dejara disfrutar de aquel momento. Él también parecía estar nervioso. Su forma de mirarme, su torpeza al hablar provocada por la timidez y el color encarnado de sus mejillas los encontré tremendamente encantadores. Seguramente no necesitaba comprar pan porque cuando le pregunté “¿qué quería?” se me quedó mirando sin saber qué responder. Finalmente le volví a preguntar “¿pan de molde cortado?” Antes de responder, sonrió. Los hoyuelos de sus mejillas le hacían parecer simpático pero sobre todo, muy atractivo. “Sí, por supuesto” contestó. Cuando me preguntó cuánto me debía, le contesté que ya estaba más que pagado por todos los días que se había pasado sentado frente a la panadería.

—¿Así que me has visto? Y yo que pensaba que no te habías fijado en mí —dijo un poco más tranquilo.

—Claro que te he visto —contesté.

Después de unos segundos de silencio en los que me miró fijamente a los ojos, volvió a hablar.

—Me encanta cómo bailas —dijo directamente en voz baja, casi susurrando.

Yo agaché mi cabeza avergonzada pero a la vez feliz.

—Me encantaría…—empezó a decir hasta que mi tía apareció de repente.

—A mí lo que me encantaría es que si ya no tienes nada más que comprar salieras de mi panadería. Y otra cosa, como te vuelva a ver sentado en el banco controlando cómo trabajamos, llamaré a la policía —dijo mi tía señalándole con el dedo.

Yo me quedé paralizada sin saber cómo reaccionar y Elwyn se puso firme al escucharla y obedeció.

—Siento las molestias ocasionadas señora. No volverá a ocurrir. Que tengan una buena tarde.

Me miró, movió su cabeza en señal de saludo y salió de la tienda con paso firme. Al verle marchar cerré los ojos aterrada, no por todo lo que tendría que oír de boca de mi tía sino más bien por no saber cuándo le volvería a ver. El sábado de esa misma semana recibí mi correspondiente castigo por no haberle cobrado el pan de molde. Mi tía me hizo limpiar a fondo la panadería de arriba abajo y de esquina a esquina. ¿Qué mejor forma de castigarme que privándome de bailar? Cuando acabé estaba tan agotada que hubiese sido incapaz de dar un solo paso de baile. Ni siquiera cené, después de asearme me fui directamente a dormir. En mi mente únicamente estaba él y la angustia por saber cuándo le volvería a ver. Finalmente, la espera había llegado a su fin.

—¿Y está aquí? —pregunté mientras miraba sobre el hombro de Brenda.

—Pues claro, ¿es que no has oído lo que te he dicho? —me dijo mientras me cogía del brazo y emprendíamos el camino hacia ellos.

Colin y Elwyn nos esperaban en la puerta de entrada del gimnasio. A medida que nos acercábamos, la sonrisa de Elwyn crecía hasta completar la curva perfecta para que los hoyuelos aparecieran en sus mejillas. Brenda abrazó a Colin y le besó como si no le importara lo que pensara la gente de ella. Yo me quedé inmóvil frente a Elwyn hasta que Colin nos presentó. Su primera reacción fue la de acercarse a mí para darme un beso pero enseguida retrocedió. Qué lástima, pensé, sorprendida de mi actitud. La verdad es que me moría de ganas de besarle. Estiró su brazo educadamente para darme la mano y yo precipité la mía para unirme a la suya. Durante unos instantes la apretó con fuerza como si no quisiera separarse de mí. Colin se echó a reír.

—Le vas a romper la mano, galés —dijo mientras le daba una palmada en el espalda—. Venga, vamos adentro, que tengo ganas de bailar y de un poco de oscuridad.

Colin abrazó a Brenda por la cintura, ella me guiñó un ojo y desaparecieron tras la puerta. Nosotros dos nos miramos unos segundos presos de una terca timidez que no nos dejaba hacer otra cosa que sonreír. Finalmente Elwyn me cogió de la mano tímidamente y con un escueto “vamos” entramos en el gimnasio. Ese simple gesto despertó en mí sentimientos que ya tenía olvidados como la protección, la ternura y ¿el amor? ¿Me estaba aferrando a él para huir de mi vida, o realmente era cierto que el amor a primera vista existía? Muchos sábados me había fijado en chicos que me devoraban con la vista al verme bailar, pero ninguno de ellos había despertado en mí esta sensación de alegría y ganas de vivir. Ahora entendía las palabras del escritor Samuel Smiles: “La esperanza es como el sol, que arroja todas las sombras detrás de nosotros”. Frente a mí solo veía luz, comienzo, felicidad. Atrás quedaban las sombras que me habían acompañado durante esos cuatro años.

Una vez dentro, me soltó de la mano tan despacio que lo sentí como una caricia. Empezamos a mirar a todas partes en busca de nuestros amigos. Finalmente Elwyn los encontró en una esquina oscura y apartada, a merced de una pasión sin trabas. Yo me sonrojé y aparté la vista de ellos rápidamente. Elwyn me volvió a sonreír.

—Creo que no nos acompañarán durante un buen rato —dijo levantando los hombros—. Mejor, así podremos hablar y conocernos un poco. Supongo que esta vez tu tía no aparecerá de repente ¿no?

Yo me eché a reír.

—No, no vendrá. Nunca ha venido a verme a bailar.

—Ella se lo pierde. Por cierto ¿no me digas que creíste que no te volvería a ver? Si lo pensaste es que no me conoces bien todavía.

—Pues la verdad es que tenía mis dudas. Como no has vuelto por la panadería…

—Quise dejar pasar unos días para que pensara que le había hecho caso. Además creí que el sábado te vería pero como no apareciste supuse que tu tía no te dejó venir. Si no hubieses venido hoy, hubiese ido en busca tuya.

Las luces de colores que iluminaban intermitentemente el gimnasio me hacían sentir como si estuviera dentro de un sueño, pero lo que más agradecí fue el alto volumen de la música. Si quería oír lo que me estaba diciendo, tenía que acercarme a escasos centímetros de él. Cada vez que me preguntaba algo, cerraba mis ojos como si estuviese esperando que me besara. Ni yo misma me conocía. Giraba mi cara lentamente como si mi oído estuviera en mi boca. Nunca antes había sentido ese deseo tan abrumador, que me hacía olvidar cómo debía comportarse una chica decente y envidiar la libertad con la que Brenda se dejaba llevar. Lo que más deseaba en ese momento, además de besarle, era abrazarle. Su compañía me había devuelto las ganas de vivir. A su lado, el tiempo parecía haberse detenido. Al cabo de un rato me cogió de la mano y nos dirigimos a la pista a bailar. Como si fuese un bailarín profesional, me hizo girar en redondo para que mi falda luciera en todo su esplendor. Empecé a dar los primeros pasos despacio para que pudiera seguirme sin dificultad, pero cuál fue mi sorpresa al descubrir que no tardó ni un segundo en marcar el ritmo de aquel baile. Al final era yo la que le seguía a él. La gente de alrededor dejó de bailar para fijarse en nosotros. Al cabo de unos minutos estábamos solos en la pista dando una lección magistral de cómo bailar en pareja. Cuando la orquesta acabó la canción, Elwyn me cogió en volandas y empezó a dar vueltas, mientras todos los allí presentes estallaron en aplausos y vítores de alegría. Estar en sus brazos me hacía sentir una mujer adulta. Se detuvo y me hizo descender poco a poco hasta que mis pies tocaron el suelo sin dejar de mirarme. Mi corazón latía a una velocidad incontrolable. Estábamos tan cerca el uno del otro que nuestros alientos se mezclaban en uno solo. Le quería besar pero mi terca educación no me lo permitía. Afortunadamente, la suya fue más flexible. Cuando le vi acercar lentamente su cara a la mía cerré los ojos, pero la magia del momento desapareció en un suspiro. La realidad cayó sobre nosotros como una guillotina que te sesga la vida en un segundo. Las sirenas empezaron a alertarnos de un nuevo bombardeo alemán. Sus manos firmes me apretaron contra él para hacerme sentir segura en sus brazos. Nunca antes había agradecido tanto un bombardeo como en ese día. La música cesó de repente para dejar paso a la voz del director que nos alertaba, a través del micrófono, de que los alemanes se acercaban, y que el gimnasio no era un lugar seguro. Nos dijo que debíamos de buscar un refugio lo antes posible. Las luces de colores desaparecieron para dejar paso a las potentes luces blancas de los focos, que permanecieron encendidas hasta que la última persona salió de allí, para luego apagarse y unirse a la absoluta oscuridad que se cernía sobre la ciudad cada vez que había un ataque aéreo. La gente corría despavorida hacia la salida. Elwyn me abrazó y me retuvo hasta que el colapso de la puerta se desvaneció. Yo le dije que debíamos de buscar a Brenda pero su respuesta fue tajante. Colin cuidará de ella, me dijo mientras me apretaba contra él. Cuando conseguimos salir a la calle, todo era ya oscuridad. Sobre nosotros el ruido de los aviones marcaba el inicio de una noche muy larga. Las sirenas que nos alertaban se mezclaban con las sirenas de los bomberos que ya habían empezado a circular a gran velocidad por las calles oscuras y desiertas, a excepción de unos cuantos rezagados. Los trozos de los edificios bombardeados empezaron a caer sobre nosotros como si fueran granizo. La metralla incandescente volaba por los aires nada más estallar las bombas y caía a nuestros pies como si quisieran cerrarnos el paso. Aquel bombardeo parecía el final del mundo. Por primera vez en esos cuatro años le supliqué a la muerte que me dejara vivir unos años más, pero las bombas, la oscuridad y el fuego parecían tener otros planes para mí. Corríamos sin saber hacia dónde ir. Elwyn tiraba con fuerza de mi mano para que le siguiera en busca de un lugar seguro donde refugiarnos, pero el cielo estaba tan plagado de aviones que fueras donde fueras no había escapatoria posible. Exhaustos y rendidos a nuestro destino, Elwyn me arrinconó contra un edificio, me abrazó con fuerza y cubrió mi cabeza con sus brazos. El calor que se desprendía de su agitada respiración me hacía temblar todo el cuerpo al notarlo en mi cuello. Me sentí tan protegida que el miedo desapareció completamente. Qué forma más dulce de morir, pensé. Por mi mente no pasaron mis años vividos, sino todo lo contrario, cerré los ojos y soñé todo lo que me hubiese gustado hacer con él. Lloré, pero no de miedo sino de impotencia al pensar que nunca llegaría a vivirlo. El tiempo se acababa pero yo no podía morirme sin antes besarle. Levanté despacio mi cabeza para intentar ponerme a la altura de sus labios. Él acarició mi melena suavemente. Yo le dije “gracias” y él me contestó “a ti”. Nos besamos como si fuéramos amantes obligados a separarse para siempre. Nuestros cuerpos se apretaron como si quisieran traspasar la ropa, mis manos sobre su espalda le impedían alejarse lo más mínimo de mí. Su mano sujetaba mi nuca con la misma intención mientras que la otra se aferraba a mi cintura. ¿Fue quizá la pasión la que hizo un nuevo pacto con la muerte? ¿O quizá el amor había conseguido negociar con ella para dejarnos vivir una vida plena? Fuera como fuera, la muerte siempre tendría la última palabra.

Los aviones se alejaron dejando nuevamente la ciudad en ruinas. Milagrosamente habíamos sobrevivido. La gente empezó a salir de sus casas para ayudar a los heridos, los gritos de los que pedían auxilio te hacían mirar en todas las direcciones para tratar de encontrarlos. Los bombardeos dejaban tras de sí gente enterrada en vida bajo los escombros, niños que lloraban desorientados en busca de sus padres, bomberos intentando extinguir los incendios, familiares gritando el nombre de los que no encontraban, oscuridad, miedo, muerte. Ahora no era momento para la pasión, ahora tocaba agradecer un día más de vida. Me abracé a él llorando. Sus palabras me tranquilizaron.

—¿Por qué no vienes a mi casa esta noche? No creo que tu tía haga nada por protegerte si esos alemanes vuelven.

—Me encantaría pero no puedo. Tengo que regresar cuanto antes a mi casa para ver si todavía sigue en pie y si mi tía está bien. Ella es la única familia que me queda. Lo entiendes ¿verdad?

—Está bien —me dijo—, pero no olvides que ahora me tienes a mí. Si me necesitas, vendré a buscarte. Pity nos ayudará.

Al oír aquel nombre, algo se despertó en mi mente. Fue como si un recuerdo olvidado y lejano, que no podía ubicar, hubiese vuelto al presente.

—¿Quién es Pity? —pregunté.

—Es el propietario del pub que hay justo al lado de donde vivo. Es un buen tío. Me ha ayudado mucho desde que llegué a Birmingham.

En mi cabeza no dejaba de repetirme la misma pregunta: ¿De qué me suena ese nombre?

A medida que nos acercábamos a casa pudimos comprobar con alivio que todo seguía intacto. Creo que fue la primera vez que vi a mi tía preocupada por mí. Estaba de pie en la puerta de la panadería. Parecía como si me estuviese esperando. Cuando nos vio llegar hizo un intento por acercarse a nosotros pero finalmente permaneció inmóvil hasta que llegamos junto a ella.

—¿Estáis bien? —preguntó escuetamente.

—Sí, gracias tía. Si no hubiese sido por Elwyn no creo que esta vez hubiese sobrevivido.

Durante unos instantes aquella pregunta me hizo recordar la bondad que había visto en mi tía años atrás, pero rápidamente el odio que asomaba a través de sus ojos me devolvió a la realidad.

—Pues gracias, Elwyn —dijo frunciendo el ceño—. Venga, pasa a casa a cenar que mañana hay que madrugar.

Me cogió del brazo y tiró de mí sin apenas darme la oportunidad de despedirme de él. Ni siquiera sabía dónde vivía, así que otra vez me quedaba con la incertidumbre de saber cuándo le volvería a ver.

Pero esta vez Elwyn regresó antes de lo esperado, dispuesto a ganarle la batalla. Cada día, después de trabajar, se presentaba en la panadería a comprar pan y a preguntarle muy educadamente a mi tía si nos daba su permiso para pasear hasta la hora de cenar. Cuando día tras día las excusas se le fueron acabando, supo que Elwyn no descansaría hasta conseguir su propósito, así que finalmente se limitó a decirme que hiciera lo que quisiera. Desde ese día nos vimos diariamente en nuestro escaso tiempo libre hasta que decidió alistarse en el ejército.

El gimnasio había quedado reducido a cenizas en el último bombardeo, así que nuestras tardes de baile se habían terminado hasta que con el tiempo lo volvieran a reconstruir. En las pocas aulas que habían quedado en pie los alumnos se apelotonaban para recibir sus lecciones diarias y seguir adelante con el día a día. Nadie en aquella ciudad parecía estar deprimido sino todo lo contrario, con cada bombardeo que recibíamos, parecía que nuestra autoestima y orgullo seguían creciendo. La señorita Connolly sufrió varias heridas que la mantuvieron alejada de sus clases durante un tiempo. Aunque yo echaba de menos bailar, ahora prefería pasar la tarde con Elwyn.

En esos escasos dos meses que estuve con él, mi tía no volvió a llamarme la atención. Me levantaba temprano, preparaba el desayuno, hacía las tareas de casa, trabajaba en la panadería, recogía, me cambiaba de ropa y finalmente me iba con él a pasear. Mi vida, por fin, volvía a tener sentido. Como la única condición que nos impuso mi tía era que saliéramos con Brenda y su novio, siempre me esperaban en la puerta de la panadería para aparentar que pasábamos la tarde los cuatro juntos, pero en el momento que girábamos la calle, cogíamos caminos diferentes. Después de recorrernos la ciudad en busca de un lugar donde encontrar un poco de privacidad, Elwyn se atrevió a preguntarme si no me importaría acompañarle a donde vivía. Aunque lo deseaba, tenía muy presente que esa proposición me acercaba a una frontera que no debía de cruzar. Finalmente accedí pero imponiendo unas condiciones que él prometió cumplir. Al menos en su habitación no pasaríamos frío.

Cada día que pasaba a su lado, me resultaba más difícil regresar a casa con mi tía. En aquella habitación me sentía como si estuviese en mi hogar. Nos pasábamos la tarde abrazados en la cama, él siempre buscando dar un paso más, y yo poniendo límites en contra de mi voluntad, así que opté por no dejar de hacerle preguntas.

—Aún no sé nada de ti. ¿Cuándo me vas a explicar algo de tu familia? Ni siquiera sé dónde naciste.

Elwyn me miró con aquella sonrisa que tanto me enloquecía. Parecía que nunca encontraba el momento de hablar sobre ese tema. Finalmente entendí por qué.

—Así que la señorita quiere saber de dónde vengo. Ya habrá tiempo para hablar de eso.

Después de insistirle varios días, una tarde se presentó con una carta.

—¿Esto qué es? —pregunté desconcertada.

—Si tanto interés tienes en conocer mis orígenes aquí lo tienes todo escrito. Esta noche la lees y si mañana no quieres quedar conmigo, lo entenderé.

Aunque en aquella carta hubiese confesado que era un asesino, no creo que hubiese sido capaz de dejar de quererle, pero la verdad es que sus palabras me asustaron. ¿Qué motivo podía esconder para que yo decidiera romper con él?

Al día siguiente le vi sentado en el banco frente a la panadería. Ni siquiera se atrevió a esperarme en la puerta como hacía cada día. Cuando llegó la hora de cerrar, me cambié de ropa y salí a su encuentro. Nada más verme, se levantó y cerró sus manos con fuerza. Estaba nervioso. Empecé a caminar despacio hacia él pero al ver su rostro compungido, eché a correr para abrazarle. Sus brazos me estrecharon con tanta fuerza que apenas podía respirar.

—¿Pero cómo has podido pensar que te dejaría después de leer la carta que me has escrito? —le recriminé furiosa.

—Gracias —me dijo con la voz entrecortada. No te imaginas la noche tan horrible y el día tan angustioso que he pasado. No sé qué haría si me dejases.

—Nunca, ¿me has oído? Nunca te dejaré de querer.

—Ni yo a ti tampoco.

Solo la muerte hubiese conseguido que rompiéramos nuestras promesas.

No habían pasado ni dos meses desde que nos conocimos cuando una mañana Brenda entró en la panadería con una expresión en su rostro de ausencia. Cuando la vi me asusté al pensar que podría estar enferma. Estaba pálida, tenía ojeras y había perdido un poco de peso.

—¿Qué te pasa, Brenda? —pregunté mientras la cogía por los brazos.

Como mi tía estaba despachando, aproveché para salir a la puerta y hablar con ella con un poco de intimidad.

—Se marchan —dijo con la mirada perdida—. No me puede dejar así. No se puede ir ahora.

—¿Qué quieres decir? —pregunté sin ser consciente de a qué se refería.

—Se marchan —me volvió a repetir mirándome a los ojos. Se han alistado en el ejército, Colin y Elwyn. En dos días se marchan hacia el sur.

Por más que trataba de hablar, las palabras no salían. Aquello no podía ser cierto. Elwyn me lo habría dicho.

—Me ha dicho Colin que esta tarde Elwyn te lo dirá a ti también.

La volví a mirar mientras seguía agarrando sus brazos con fuerza como si quisiera evitar caerme. El abandono que había conseguido olvidar en esos dos meses, cayó sobre mí como una pesada losa de la que sería incapaz de deshacerme por mí misma. Me abracé a Brenda llorando. Tampoco a mí me podía dejar así.

Cuando aquella tarde le vi acercarse a la panadería, salí a su encuentro. Las facciones de su cara me confirmaron que lo que me había dicho Brenda era cierto. Corrí hacia él pero no para abrazarle. En esta ocasión levanté mis puños para pegarle. Antes de que lo hiciera me cogió por las muñecas y me detuvo. Yo rompí a llorar desconsoladamente. Cuando notó que mis brazos ya no luchaban, me abrazó.

—¿Por qué me haces esto? —le pregunté sollozando.

—Porque es lo que tengo que hacer. ¿No lo entiendes? No me puedo quedar quieto mientras esos alemanes no dejan de bombardear las ciudades. ¿Y si mueres?

—¿Y si mueres tú? —le grité cerrando mis puños otra vez con fuerza.

—No lo haré, te lo prometo. Acabaremos con esta maldita guerra de una vez por todas. Vendré a por ti, me casaré contigo le guste a tu tía o no y formaremos una familia.

—Mi padre no regresó y mira en lo que se ha convertido mi vida. Si tú no regresas, no creo que pueda seguir adelante.

—No digas eso, ¿me oyes? Mírame —me dijo mientras cogía con fuerza mis brazos y me zarandeaba—. Voy a regresar, voy a regresar a por ti. Te lo prometo.

Apenas tenía fuerzas para mantenerme en pie así que me aferré a él llorando desconsoladamente.

—Mañana pasaré la noche contigo —le susurré sin pensar ni tan siquiera en las consecuencias. Él me estrechó entre sus brazos mientras mi tía nos miraba fijamente desde la panadería.

Al día siguiente me comporté como si fuese un día normal y corriente. Al terminar mi jornada, subí a mi dormitorio para cambiarme de ropa, pero en esta ocasión la elección de mi atuendo fue mucho más meditada. Me despedí de mi tía como si fuese a volver al cabo de dos horas para cenar pero por la forma en cómo me miró, supuse que debía intuir algo. Al salir por la puerta fui consciente de que acababa de iniciar un camino sin retorno.

Elwyn me esperaba en el parque. En su cara se veía incertidumbre y nerviosismo. Cuando me acerqué a él, le besé tímidamente en los labios. Aquel simple gesto le hizo ver que no me había echado atrás. Nunca antes le había besado en plena calle. Me sonrió y sin perder un segundo me cogió de la mano y empezamos a caminar. La casa donde vivía estaba en Strarford Rd., a dos manzanas de la mía. Durante el trayecto no cruzamos una sola palabra. Yo ni siquiera pensé en mi tía ni en el castigo que me esperaría al día siguiente, lo único que me preocupaba en ese momento era estar a la altura de las circunstancias, pero sobre todo que Elwyn regresara. Cuando llegamos a la entrada de una pensión, nos detuvimos.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —me preguntó Elwyn nervioso.

—Segurísima —contesté con una sonrisa.

—Sobre todo no digas que tienes dieciséis años. Pity es un buen tío pero a lo mejor se echa atrás si se entera de lo joven que eres. Le he hablado mucho de ti, así que ya casi te conoce.

—¿Vamos a pasar la noche en esta pensión? Yo creí que iríamos a tu habitación —dije sorprendida.

—No. Allí no hay intimidad y no quiero que cualquiera de los que viven conmigo nos moleste.

Yo le cogí la mano y le di mi conformidad con una sonrisa. Quizá tenía razón. Al entrar vimos que la recepción de la pensión estaba vacía. Ambos miramos hacia la izquierda por el largo pasillo que acababa en el pub desde donde el propietario nos vio. Terminó de servir un par de pintas sin dejar de mirarme y, con una sonrisa que no supe interpretar, se dirigió hacia nosotros con un lento caminar provocado por una cojera.

—Bienvenida, pequeña Turner —dijo nada más llegar junto a nosotros.

—¿Me conoce? —pregunté sorprendida al oír cómo me había llamado.

—Ya te he dicho que le he hablado mucho de ti —respondió Elwyn—. Él fue el que me animó a que fuera cada día a la panadería hasta conseguir que tu tía se hartara de mí y te dejara salir conmigo.

—Sí, ya me lo dijiste pero me ha llamado pequeña Turner y solo mi padre me llamaba así. ¿Usted le conoció? —pregunté.

—Más de lo que te imaginas. Y hablando de familia. ¿Qué piensas tú que hará tu tía cuando se entere de que te he dado una habitación? —dijo mientras levantaba una ceja y fruncía los labios.

—No tiene por qué enterarse. Si me pregunta le diré que pasé la noche en la habitación de Elwyn, porque sea aquí o en otro lugar pienso pasar la noche con él. Mañana de madrugada parte hacia el sur y no sé cuándo regresará. Esta noche es lo único que nos queda.

—Tienes los ojos de tu madre y por lo que veo el carácter decidido de tu padre. Esta noche dormirás en mi pensión. La cocina ya está cerrada pero os he guardado algo para cenar. Enseguida os lo subirán.

Elwyn no entendía nada de lo que estaba pasando allí.

—Entonces ¿la conoces? —preguntó extrañado.

—Claro que sí. Y ten por seguro que si no hubieses sido de mi agrado, no te hubiese permitido acercarte a ella.

—Ya lo veo. Así que he sido engañado sin darme cuenta. Yo, venga a contarte cosas de ella, y tú haciéndote de nuevas. Por cierto, te agradezco lo de la cena pero no sé si podré pagártelo todo —dijo Elwyn abatido.

—No te preocupes. La habitación y la cena ya están más que pagadas. Considéralo un regalo de despedida.

—Muchas gracias Pity.

—¿A dónde te envían muchacho?

—Aún no lo sé, solo tenemos órdenes de partir hacia la costa, supongo que una vez allí nos dirán nuestro objetivo.

—Malditos alemanes. ¿Cuándo se enterarán de que no les dejaremos poner los pies en nuestra tierra? Hazme un favor, chico, y vuelve sano y salvo, no quiero que dejes sola a esta muchacha, ¿entendido?

—Lo haré. No tengas la menor duda. Muchas gracias, Peter, por todo.

—Habitación catorce, aquí tenéis la llave, por las escaleras segunda puerta a la izquierda. Mañana te espero, pequeña Turner, bien temprano para desayunar —me dijo mientras intentó sonreír—. Me gustará recordar a tus padres.

—Muchas gracias, Peter. Lo estoy deseando —contesté ilusionada.

—Anda, tirad para arriba, que ahora os llevo algo de cena.

—Hasta mañana, contestamos los dos al unísono.

Cuando llegamos a la habitación, Elwyn abrió la puerta, me miró y con una sonrisa me invitó a entrar. La habitación era pequeña pero el calor que fluía del único radiador y la gruesa moqueta que cubría toda la estancia la hacían muy acogedora. Suspiré y cerré mis ojos. Ojalá estuviese viviendo un reencuentro y no una despedida. Todo el mobiliario estaba en perfecta armonía. La cama de matrimonio mostraba unas sábanas blancas inmaculadas tapadas por varias capas de mantas y cubiertas por una colcha de punto. En el fondo de la habitación había un armario de madera que relucía como si estuviera recién barnizado. La ventana, que daba a la calle principal, dejaba entrar la luz a través de unos finos visillos que intentaban dar un poco de intimidad a la habitación. Junto a la puerta había una mesa redonda con dos sillas, un hervidor, dos tazas con sus respectivas cucharas, té, azúcar y galletas. Sin pensármelo dos veces me giré hacia él y le pregunté lo que ya sabía, con la intención de volverlo a escuchar.

—¿Volverás por mí, verdad? Porque tú me quieres.

—Elisabeth, estoy loco por ti. Te quiero tanto que solo pienso en el día de mi regreso para no separarme nunca más de tu lado. Te escribiré cada día que pueda, así tendré la sensación de que estoy hablando contigo. ¿Me escribirás tú también?

—Cada día, tenga o no tenga dirección a donde enviarte las cartas.

La tensión del momento me hizo llorar. Elwyn se acercó a mí pero antes de que me pudiera abrazar para consolarme, llamaron a la puerta. Yo me giré y me dirigí a la ventana. Elwyn abrió y apareció una mujer, de no más de treinta años, con la cena que Peter nos había guardado. Se la entregó y con un guiño se despidió de él. Elwyn le dio las gracias con una sonrisa de complicidad. Dejó la bandeja sobre la mesa y se acercó a mí. Apoyó su cuerpo en mi espalda y me abrazó por la cintura. Me hubiese pasado horas así. Sus labios no tardaron en recorrer mi cuello en un sin parar de besos dulces y lentos. Aquel momento era demasiado especial para arruinarlo pensando en lo que el futuro nos depararía. Tenía que sacar de mi mente todo el miedo que me anulaba y vivir el presente y quizá, con un poco de suerte, conseguir que nuestro amor no se perdiera con el tiempo. Me giré con decisión dispuesta a entregarme a él. Elwyn me cogió la cara suavemente y me besó en los labios, pero el terco pudor que no me abandonaba le hizo creer que me estaba echando atrás. Elwyn dejó de besarme y me miró desconcertado.

—Será mejor que te lleve a casa —dijo mientras se dirigía cabizbajo hacia la puerta de la habitación.

—Pero ¿por qué? —pregunté desesperada y sin entender a qué venía aquel cambio.

—No quiero forzarte a hacer algo que no quieras y mucho menos que te acarree consecuencias.

—Estoy donde quiero estar, ¿me oyes? Y ninguna posible consecuencia me hará cambiar de opinión.

Mentiría si dijera que no sentía un poco de vergüenza, pero ¿quién no lo siente en su primera vez? Me desabroché el abrigo y lo dejé caer sobre la silla sin dejar de mirarle. Con gran esfuerzo finalmente aislé en mi mente el pudor y empecé a desnudarme delante de él. Bajé la cremallera del vestido y lo dejé caer a los pies para mostrarle la combinación que llevaba tiempo reservando para un momento especial como aquel. Me quité los zapatos. Desabroché el liguero y me lo quité junto con las medias mientras él empezó a desnudarse. Bajé despacio el tirante de mi combinación hasta que esta cayó a mis pies. La expresión de sus ojos al ver mi cuerpo desnudo me ruborizó tanto que crucé los brazos para cubrir mis pechos. Elwyn decidió apagar la luz y dejar la habitación en penumbra para que yo estuviera más tranquila. Se acercó a mí, me tendió la mano y cuando la estreché empezamos a caminar despacio hasta llegar a la cama. Mientras él separaba las mantas para que pudiéramos acostarnos, yo me deshice de la única ropa interior que me quedaba puesta.


Recuerdo que al llegar a ese punto, cerré de golpe el diario de mi madre. Me daba vergüenza seguir leyendo. Hice un intento de devolverlo al baúl y olvidarme de todo aquello porque sentí que estaba usurpando su intimidad, pero luego recapacité. Ya tenía catorce años. Ya no era un niño. Si algún día mi madre descubría que lo había leído, le diría que esa parte la pasé sin leerla. Por nada del mundo querría que se sintiera avergonzada, así que lo volví a abrir, pasé despacio las páginas hasta que llegué al punto donde lo había dejado y continué leyendo.


Cuando se giró hacia mí para permitirme que me echara primero, me encontró frente a él completamente desnuda y cubriendo con las manos la parte mi cuerpo que más deseaba en ese momento. Sin pensármelo dos veces, me acomodé en la cama para buscar refugio bajo las sábanas, sin saber muy bien si el calor que me ahogaba era de rubor o de deseo. Cuando vi como se deshacía de la ropa interior, giré la cara. Creo que él lo agradeció, ya que por primera vez se incomodó al ver cómo era incapaz de controlar su excitación. Cobijados bajo las sábanas nos miramos, incapaces de dar el primer paso.

—¿Tienes miedo? —preguntó Elwyn casi en un susurro.

—Solo de que no vuelvas.

—Volveré. Te lo prometo.

—Lo sé. Te quiero.

Al oír mis últimas palabras se incorporó ligeramente para mirarme pero antes de que pudiera tomar la iniciativa, le rodeé con mi brazo y le besé. La Elisabeth tímida y pudorosa que era, se acababa de entregar a los deseos de su cuerpo para descubrir, por primera vez, lo que significaba hacer el amor. Mis labios empezaron a besarle marcando el inicio de un recorrido que pretendía ser lento y placentero. Un camino de descubrimiento que el destino había elegido para unirnos para siempre. Elwyn me rodeó con su brazo, sin dejar de besarme, mientras que con el otro me llenó de caricias. El primer roce que sentí sobre mi pecho hizo que toda la piel se me contrajera. El calor que crecía en mi cuerpo llegó a un punto que yo creí que era el máximo cuando Elwyn descendió hasta mi pecho para besarlo. Mis piernas, que habían permanecido tensas y juntas, se empezaron a relajar y separarse lentamente, en un suave deslizar sobre las sábanas. Aquel movimiento representó para él una puerta abierta que le permitía entrar en un lugar prohibido hasta ese momento. Su mano empezó a descender por mi vientre en dirección a mi entrepierna en una suave caricia. Al rozar el vello que anunciaba la llegada a su destino cerré las piernas de golpe. Sin retroceder lo más mínimo del camino recorrido, Elwyn me miró con una sonrisa que me infundió confianza.

—Lo siento —me disculpé avergonzada.

—No te disculpes y no tengas miedo —dijo mientras se acercaba a besarme.

Sin prisas y con una paciencia controlada esperó a que yo me tranquilizara. Sus besos no tardaron en conseguirlo. Poco a poco deslicé las piernas y las volví a abrir para entregarme definitivamente a él. El camino se reanudó hasta que sus dedos resbalaron en mi interior. Yo me estremecí sin control. Quise gemir de placer pero su boca, que me besaba apasionadamente, ahogó mis gemidos con los suyos. Acabábamos de cruzar el punto de no retorno. Ahora lo único que quería era dejarle entrar en mí pero él parecía no tener prisa. Sus dedos se empezaron a mover rítmicamente a la vez que mi respiración se aceleró hasta que tuve que dejar de besarle para poder coger el aire suficiente. Su boca regresó a mi pecho sin perder un segundo. Parecía estar tremendamente excitado pero seguía sin querer dar el paso final. Sus dedos me hicieron perder el control. Mis caderas se empezaron a mover arrastradas por una sabiduría natural. Creía que era imposible sentir más calor pero con cada nueva sensación me daba cuenta de que aún no había llegado al final. El vaivén de mis inmaduras caderas provocó en Elwyn la necesidad lujuriosa de perderse en mi sexo antes de entrar en él. Con un rápido movimiento guiado por una incontrolable excitación, apartó las mantas que nos cubrían y se arrodilló frente a mi entrepierna, rodeando mis muslos con sus brazos. Yo me incorporé de inmediato para impedirle llevar a cabo aquel acto que tanto me avergonzaba pero sus manos firmes no me dejaban retirarme lo más mínimo. Los movimientos de su lengua me hicieron olvidar poco a poco los perjuicios que me acosaban. Cerré los ojos y me dejé caer sobre la cama para entregarme por completo a aquel prohibido descubrimiento. Mi cuerpo entero estaba al borde de un abismo de placer en el que estaba deseando caer. Me aferré a mi melena como si así confiara en no perder la cabeza. Mi agitada respiración y mis gemidos no eran más que la motivación que necesitaba para continuar ¿hasta cuándo? Todo mi cuerpo estaba descubriendo nuevas experiencias desconocidas que me estaban llevando a una excitante locura. Quería gritar, quería suplicarle que no parara. Estaba llegando a algo nuevo que no paraba de crecer. Mis piernas se tensaron, bajé las manos hasta las sábanas para retorcerlas con fuerza hasta que un inmenso placer inundó mi interior y me hizo vibrar una y otra vez.

No me atreví a mirarle. Estaba tan avergonzada que subí las manos para cubrir mi cara. Mis piernas se deslizaron por la cama sin fuerza hasta que poco a poco mi respiración empezó a encontrar un poco de calma. Elwyn no me dio un respiro. Se abalanzó sobre mí con una agilidad felina. Yo le abracé y abrí mis piernas todo lo que pude. Su mirada delataba tanta excitación que tuve miedo de que me hiciera daño. Sé que quiso ir despacio pero él tampoco pudo controlar sus actos, así que sin esperar tregua alguna se hendió en mi interior rompiendo la barrera que nos separaba para sentirnos una y otra vez. Me fue imposible contener un grito de apasionado dolor que aplaqué clavándole las uñas en la espalda. Después del primer momento recibí las sucesivas embestidas con una total entrega, como si fuese el preludio de mi eterna unión con él. El placer que sentía Elwyn se materializó en unos continuos gemidos que me hicieron olvidar el dolor que me infringía. A cada embestida me apretaba más, como si quisiera llegar al fondo de mis entrañas. Yo me mordía el labio para permanecer callada y sumisa. Intentaba pensar qué podía hacer para que disfrutara más pero el peso de su cuerpo sobre el mío apenas me dejaba moverme. Ya no podía abrir más mis piernas pero sí que podía subirlas. Mis manos abandonaron su espalda para coger mis muslos y subirlos lo máximo posible. Aquel cambio pareció gustarle porque empezó a moverse más rápido. La nueva postura me dolía y me escocía pero sin embargo me gustaba. Parecía que hubiera perdido la razón. Él buscó desesperadamente mi boca para perderse en un beso húmedo y salado de pura lujuria. Me apretaba, me embestía, me rompía pero yo seguía firme en mi total entrega hasta que finalmente se derramó en mi interior.

Durante unos segundos permanecimos abrazados. Elwyn me susurró un sincero te quiero que me agrandó el alma. El amor, el miedo y la desesperación se adueñaron de nuestros cuerpos en una continua lucha de poder. Él se acomodó junto a mí y yo me cobijé entre sus brazos. Fue entonces cuando me atreví a preguntarle por el vendaje que llevaba en el brazo.

—¿Qué te ha pasado? ¿Tienes una herida? —pregunté preocupada.

—No, bueno sí, pero ya está cicatrizando. ¿Por qué no me retiras el vendaje y le echas un vistazo? A lo mejor te gusta —me dijo enseñando sus hoyuelos.

Sorprendida por sus palabras, retiré la venda para descubrir, ante mi total asombro, mi cara tatuada en su brazo.

—Si me llevo la foto que me diste la puedo perder, me la pueden quitar o se puede romper. Así me aseguro de que siempre te llevaré conmigo.

—Elwyn, no sé qué decir. Es lo último que me hubiese imaginado, pero si te he de ser sincera, me encanta. Te quiero. ¿Lo sabes, verdad? Jamás podré querer a nadie como te quiero a ti.

La mirada de Elwyn se cristalizó pero antes de que sus ojos se nublaran, me abrazó y me besó en la frente.

—Yo también te quiero mi pequeña Turner. No habrá nadie que pueda ocupar tu lugar. Pase lo que pase siempre serás tú la única. No lo olvides nunca.

Permanecimos abrazados hasta que pudimos controlar nuestras lágrimas. Tan solo nos quedaba esa noche para estar juntos. No pasaron más de diez minutos cuando decidimos saborear la cena que nos había traído Peter. Me levanté, me puse únicamente la combinación para cubrir mi cuerpo y prepararé la mesa. Comimos un suculento shepherd’s pie sentados uno frente al otro, sin apenas hablar, presos de la angustia por el futuro que nos esperaba. Cuando terminamos de comer, preparé un té para acompañar los scones. La mermelada que Elwyn tenía en la comisura de los labios fue la excusa perfecta para que me sentara sobre él y empezara a besarle hasta que acabamos haciendo el amor sobre aquella silla, mientras la noche avanzaba sin freno. De regreso a la cama nos abrazamos y empezamos a hablar para permanecer despiertos.

—Cuando regrese de la guerra pienso acabar mis estudios de carpintería y quién sabe, a lo mejor acabo dando clases en alguna escuela. No me veo toda mi vida en una fábrica haciendo tornillos, la verdad.

—¿Y qué harás conmigo? —pregunté con incertidumbre.

—¿Contigo? Pues sencillamente en cuanto llegue lo primero que haré será pedirte en matrimonio y si tu tía me lo impide, te dejaré embarazada para que no tenga más remedio que claudicar. Que sepas que pienso formar una gran familia.

—¿Cómo de grande? —pregunté.

—¿Cinco hijos te parece bien?

—¿Cinco? —dije sorprendida.

—Sí, cinco me parece un buen número y ya hasta sé qué nombres les pienso poner.

—Dímelos.

—Al primero me gustaría llamarle Philip porque lo encuentro un nombre con clase. El resto será muy fácil, Robert y Bárbara por tus padres, Jennifer por tu tía…

—¿Quieres que una de nuestras hijas se llame como mi tía después de cómo se está comportando con nosotros?

—Sí, será una lección para ella que no olvidará. Y si finalmente te convenzo para tener el quinto, me gustaría que se llamara Colin, como mi amigo. ¿Qué te parece?

—La idea de poner el nombre de mis padres la encuentro maravillosa. ¿No se enfadarán los tuyos?

—Afortunadamente ellos siguen vivos y dudo mucho que se molesten. Y viviremos felices hasta que la muerte nos separe.

—No digas eso —dije con miedo.

—Elisabeth, mírame. No me pienso morir en esta guerra. Me moriré, sí, pero de viejo y junto a ti. Tenemos una larga vida por vivir y muchas cosas por hacer y no pienso dejar que nada ni nadie se interponga entre nosotros, así que no te queda otro remedio que esperarme. ¿Lo harás, verdad?

—Sí, te esperaré —contesté con los ojos vidriosos.

—Anda, dame un beso e intenta dormir un poco.

—No, no quiero dormir.

—Está bien, pues nos quedaremos despiertos hasta que amanezca.

La luz del amanecer irrumpió en la habitación para anunciarnos que el momento de la despedida se acercaba. El nudo que oprimía mi garganta me obligó a llorar. Elwyn tampoco pudo hablar. Hicimos el amor despacio, con la misma pasión como si fuera la última vez, después nos vestimos rodeados de un silencio sepulcral que solo interrumpimos para decirnos adiós.

—Por favor, Elisabeth, no llores, no me lo pongas más difícil todavía. Deja que la última imagen que tenga de ti sea tu sonrisa —me suplicó con los ojos inundados.

Con un suspiro entrecortado, conseguí detener mis lágrimas y esbozar una sonrisa cargada de tristeza y de temor.

—Tendrás cuidado, ¿verdad? —supliqué—. Pero qué estúpida soy, ¿cómo se puede tener cuidado en medio de una guerra? Por favor, lucha con todas tus fuerzas, pero para regresar junto a mí cuanto antes. ¿Lo harás?

—Te lo prometo y tú sé fuerte. Nunca pierdas la esperanza porque regresaré, ¿me oyes? Pase lo que pase volveré a por ti. Sueña con el primer amanecer que podremos ver juntos sin tener que separarnos nunca más. No sabes lo mucho que me duele alejarme de ti. Te quiero tanto. No lo olvides nunca.

—Lo haré. Soñaré con ese amanecer hasta que lo viva contigo. Te quiero.

Nos fundimos en un último abrazo cargado de pasión e incertidumbre. Elwyn me miró, me dio un tímido beso en los labios y desapareció tras la puerta con paso firme sin detenerse ni tan siquiera a cerrarla. El abandono que regresó a mí para quedarse me hizo temblar como una niña desamparada en medio de un mundo al que no le importase su vida. La angustia me hizo precipitarme a la puerta para bajar escaleras abajo y volver a abrazarle pero cuando oí a Peter hablar con él, me quedé junto a la puerta para escucharles.

—No te avergüences de llorar muchacho. Es lo más normal. Toma, te he preparado algo de comer para el viaje.

—Muchas gracias Pity —respondió Elwyn—. Eres muy amable. Te agradezco mucho tu hospitalidad y la cena de anoche. ¿Te puedo pedir un último favor?

—Lo llevo haciendo desde que Robert me lo pidió antes de partir a Francia, tal y como me lo vas a pedir tú ahora. No te preocupes por Elisabeth que yo cuidaré de ella hasta que regreses, pero regresa. No temas, que esta vez lo conseguiremos. Sé fuerte muchacho y vuelve pronto. Anda, deja que te de un abrazo.

—Adiós, Peter, y gracias por todo.

Al oír que se marchaba, me dirigí hacia la ventana. El nudo que tenía en el estómago apenas me dejaba respirar. Abrí las cortinas para apoyar mis manos y mi frente en el frío cristal. Elwyn caminaba decidido por mitad de la calle cuando de repente se paró y se giró para mirarme. Me vio apoyada en la ventana con las palmas de las manos abiertas. Se quedó quieto mirándome durante unos segundos hasta que finalmente levantó su mano para decirme adiós. Se besó los dedos y los dirigió hacia mí. Yo no pude moverme. Tan solo lloraba y temblaba. Le vi cerrar su mano con fuerza. Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la estación en busca de Colin.

Recibí su último beso con la amarga sensación de que no le volvería a ver en mucho tiempo. Las lágrimas me nublaron la vista. Cerré los ojos porque la sola visión de ver como se alejaba me desgarraba por dentro. Lloré sin importarme que me oyeran porque volví a sentirme sola y abandonada. Las fuerzas desaparecieron de mi cuerpo y me hicieron sentir frágil y vulnerable. Poco a poco me dejé caer en el suelo hasta que mi cuerpo se amoldó como si fuera una muñeca de trapo. La soledad había regresado a mi vida con la firme decisión de no abandonarme en mucho tiempo. Al menos ahora podía contar con Peter.


Cerré el cuaderno despacio y lo dejé en el suelo a mi lado. El pasado de mi madre, que acababa de descubrir, me hizo llorar desconsoladamente al ser consciente de lo mucho que tuvo que sufrir años atrás. En ese instante entendí muchas cosas. Su forma de ser tenía un motivo. Me acurruqué bajo mi manta porque tenía frío pero, aunque era bien entrada la noche, el sueño había desaparecido. No pude regresar a mi habitación sin antes conocer algo más sobre el verdadero amor de mi madre. En sus escritos descubrí que mi nombre no fue puesto por azar sino más bien por cumplir un sueño que se quedó a medias. En mi cabeza batallaban un sinfín de preguntas, sentimientos y tristeza que me abrumaban. Quería a John, mi padre, pero las palabras de mi madre consiguieron que una parte de mi corazón empezara a querer a Elwyn. Necesitaba conocerle. Quería saber cómo era y cómo murió. Me sequé las lágrimas con las manos, me acerqué al baúl y saqué un grupo de cartas que estaban atadas con un lazo. El destinatario: Elisabeth Turner, el remitente: Elwyn Griffiths-Jones, mi padre.

Gold Beach

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