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Luchito/Carpetas: Borradores

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De: ivana.parraguez@hotmail.com

Para: luchoazul.cardenas@hotmail.com

27 de septiembre de 2009 a las 3:46

Asunto: Luchito.

Cuando te conocí te encontraba el mino más lindo, transgresor y cristiano del 40 y del mundo. En ese tiempo sentía que tenía que agradecer que te fijaras en mí. Puse en práctica lo que me había enseñado Daniela Romo a mí y a todas las niñas de Latinoamérica. Tú eras mi príncipe.

Siempre me criticaste porque me gustaba leer. En el fondo, no podías darme reconocimiento, porque dentro del mundo flaite nadie puede destacar por algo positivo; además, como eras machista, nunca ibas a halagar las habilidades intelectuales de una mujer —igual de flaite que tú—. Era como si siempre compitiéramos: ¿quién era la persona más católica?, ¿quién trabajaba mejor con las niñas y los niños?, ¿quién hablaba con enfoque de género?, ¿quién era más de izquierda? Y, finalmente, te pusiste a estudiar lo más parecido a mi carrera, porque estudiar lo mismo hubiera sido interpretado como un guiño de admiración.

Tampoco pude relacionarme con tu familia en su real dimensión. ¿Te acuerdas cuando fuimos a San Sebastián? Estábamos en la playa, tu gente decía que tenía bonito el pelo, querían hacerme trenzas y me encontraron liendres.

Los piojos me los habían pegado los niños de las colonias urbanas, pero no dijiste nada; te burlaste igual que el resto.

En la escuela 360, también me habían encontrado piojos y desde entonces todo el curso me decía “piojenta”, hasta el niñito que me gustaba; me daba tanta vergüenza que me iba todo el camino llorando pa’ la casa. Una vez llegué a encerrarme en el baño. Ahí estuve harto rato, hasta que vi una gillette y me hice pequeños cortes en las piernas, como jugando. Esos minúsculos cortes y las hebras de sangre que brotaban extrañamente me calmaron. Durante las noches de insomnio, con los ojos cerrados me toco las costras, son líneas de un sistema braille que he creado para dejar por escrito el dolor sobre mi piel.

En ese tiempo me tiraban el churro en la población y muchos cabros de la parroquia se me declaraban, pero no tenía ojos para nadie más. Sentía que te daba rabia haberte enamorado de mí, como los giles, eso decían en tu barra y no querías ser un gil, al que su mina lo paquea.

Comprendo que tu club deportivo te entregue una identidad, además, has logrado introducir acciones sociales, aunque no me parece válido que tengan que defender esa idea a golpes, si es necesario. Tal vez, solo se trata de un punto de fuga en esta cultura viril, una excusa perfecta para echar fuera lo que quema por dentro, sin saber procesarlo de otro modo.

Para mí igualmente es flaiterío toda esa miseria relacional que practicas al decir que las mujeres andan puro paqueando, que ellas tienen que hacer las cosas de la casa y que los hombres que las hacen son macabeos.

¿Por qué idealizabas la pobreza como si fuera algo romántico y revolucionario?

Querido, sabes que vengo de una carencia absoluta. Como conozco en primera persona la pobreza, te puedo garantizar que es un asunto salvaje, es tremenda y nadie debería ser pobre, me parece peligrosa su romantización. Cuando me gané la beca, me hacías burla diciendo que estaba feliz con las migajas de los gringos y tal vez tenías razón, en el sentido de que toda la plata de la beca no era nada en comparación con la riqueza de los gringos, pero me dolían tus palabras, porque las usabas como una forma de bajarle el perfil a mis méritos.

A veces tenía contradicciones respecto a este tema de la pobreza y las becas. En ocasiones, tal como tú lo hacías, les quitaba el valor a estos logros y casi me avergonzaba de haber recibido la beca, como si no fuera algo para enorgullecerse. En el momento de adherir a las etiquetas estudio+posgrado+extranjero dejaba de ser posible que fuera nombrada la princesa de tu esquina, aunque eso era un sueño imposible, jamás lo ibas a hacer, porque solo eran ustedes —los machitos víos— los reyes de la esquina. Esa idealización de lo marginal se rompió, porque salí de la radicalidad binaria que te exige la pobreza (para poder superarla). En España conocí otros matices de la realidad social.

Con la plata de los gringos, te compraba regalos y hasta te invité a Barcelona, pero no aceptaste, percibí que lo hacías como una forma de insinuar que nuestra relación no iba a seguir a la distancia; tenía que volver a Chile si quería pololear contigo, esa era tu condición. Cuando lo pasaba mal en Barcelona, me daban ganas de renunciar a la beca y volver a estar contigo en Colina, en tu cama y tratar de dormir con tus ronquidos.

Asimismo, necesito decirte que eres conservador en el tema sexual, como la mayoría de los hombres chilenos, de derecha, izquierda, católicos o ateos. Lo peor era que me manipulabas diciendo que necesitabas sentirme de verdad. Y por eso quedé embarazada y me tuve que hacer un aborto, porque no querías usar condón y tenía que tomarme la pastilla del día después a cada rato y ya me tenía chata. Sí, lo repito: me hice un aborto.

Nunca se podía decir la palabra aborto o hablar de esto, porque altiro te enojabas y cambiabas el tema, o si no, te ponías a hablar sobre el derecho a la vida, pero te apurabas en decir que no eras machista. Sí, me hice un aborto, porque nos habíamos acostado después de que habíamos terminado, acababa de ganarme la beca y tú ibas a entrar a la universidad.

Cuando te conté que estaba con atraso, dijiste que me ibas a acompañar, acto seguido te dio miedo e insinuaste que no estabas seguro de que fuera tuyo; al final terminamos discutiendo. Debía concentrarme en los preparativos del viaje; tenía que hacer trámites, pero no hacía nada, estaba paralizada. La Mary me llevó al médico y me dieron licencia por depresión, pero fue peor: pasaba todo el día acostada, llorando. Mi cuerpo comenzaba a cambiar: los pechos se me hinchaban, me dolía la cabeza, tenía asco, vértigo y no comía. Me cortaba para no sentir el dolor que me producía tu actitud de cabro chico y por la angustia de ver que mi futuro, el que siempre había soñado, se iba a la mierda y no sabía cómo evitarlo. El tiempo pasaba y tenía que tomar una decisión yo sola, porque te llamaba y no contestabas. Me abandonaste cuando más te necesité. Recordaba nuestro famoso pacto de amor y me parecía tan ridículo, para colmo, habíamos terminado; era como si no pudiera exigirte nada.

Llamé a la Mary y le dije que iba a abortar. Ella compró las pastillas y me acompañó, tenía que ponerme una debajo de la lengua cada dos horas y esperar. Estaba muerta de miedo, más encima hablábamos de las historias que se contaban en Colina sobre las chicas que llegaban desangrándose a la posta y los médicos no las atendían y las denunciaban a los pacos; esperaba que eso no me pasara a mí. Ella decía que conocía a una matrona feminista a la que podíamos llamar en caso de emergencia. Avanzaban las horas y cada vez me sentía peor, la Mary me hacía tecitos y se acostaba a mi lado, pero se tuvo que ir para alcanzar la última micro de Colina. Me dejó durmiendo, estuve retorciéndome hasta la madrugada.

Al otro día seguía sangrando. Me desesperé y, como la Mary no podía ir a verme, llamé al Feo y llegó altiro. Le conté y me retó, que nunca iba a cambiar, que si se lo pedía él se hacía cargo y se venía conmigo a Barcelona a cuidar a la guagua para que estudiara tranquila. Me puse a llorar y me dijo que fumara marihuana para relajarme. A primera vista me pareció una locura, pero ya había tocado fondo, no quería pensar en nada.

Tú llegaste tarde, en la noche, te enojaste porque había fumado marihuana, mira qué chanta, querías retarme, pero nos dio un ataque de risa con el Feo, estábamos volaos y te fuiste. ¿Qué querías que hiciera? Me sentía partida en dos, y tú, el amor de mi vida, me sancionaba porque fumaba marihuana. Estaba sola frente a un precipicio. Tenía pesadillas. Despertaba llorando y me cortaba.

Nunca hablamos de nuestro aborto, tampoco te conté los detalles de lo que pasó ese día, hicimos como si eso, innombrable, nunca hubiera ocurrido. Nos volvimos a juntar un par de veces más, volvimos a hacerlo, pero no hablábamos con sinceridad sobre, repito, nuestro aborto. A veces, te decía que nunca me ibas a perdonar por lo que hice, pero no decía explícitamente qué, y tú, qué, no pensáramos en el pasado ni en el futuro, que y viviéramos el presente.

Ya es momento de que me perdone a mí misma y pueda cerrar esta historia contigo, mi primer amor, mi Lucho (mi lucha), te amé en cuerpo y alma. Mas no quiero seguir arrastrando esta culpa que cae sobre mi espalda como un látigo. El tiempo pasó y hoy cada cual está haciendo su vida.

Cafiche de mi corazón

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