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Introducción a la primera edición

Joan Batiste Cardona i Vives, fue un famoso sacerdote y poeta del siglo xix; hoy una plaza junto a la concatedral lleva su nombre. Allí jugaba con mis amigos al fútbol. Algunas veces, si llovía, subíamos a casa de Sabú, que era enorme, perfecta para jugar al escondite; un día jugando encontramos a Samantha, y yo me quedé alucinado. Manolo, el hermano mayor de Sabú, había puesto encima de su cama aquel enorme póster de Samantha Fox enseñando sus prodigiosos implantes mamarios. Nos reímos mucho, y yo me quedé pensando que de mayor también quería poner cosas chulas en mi cuarto.

Con los años dejamos de bajar a la plaza, cambiamos el fútbol por los quintos, el calimocho en El galaxia y los porros en los huertos de naranjos. Shannen Doherty se instaló en mi pared y poco a poco mi cuarto y el de mis amigos fueron cambiando: aparecieron los primeros libros, figuritas del Warhammer; luego pósters y banderas, primero de los Hombres G, Gun’s & Roses, Queen… hasta que Kurt Kobain, el Cristo de rubia melena, llegó para quedarse.

Mi hermana María se fue a Valencia para estudiar Bellas Artes. En su cuarto se quedaron los pósters de los Bross y Rick Ashley y su estupenda minicadena, que me apropié. Durante mis visitas de hermano pequeño pesado conocí las primeras fiestas en pisos de estudiantes policromados con muebles recogidos de la calle. Luego llegó la universidad y siguieron las fiestas y los pisos compartidos de mis amigos en Barcelona, Madrid y Valencia.

Ya tenemos todos treinta años y, excepto para los doctorandos, la universidad se acabó hace tiempo; todos trabajamos. Aparte de los que hemos heredado y de alguna pareja, todos los demás siguen compartiendo piso. Mi proyecto fotográfico está circunscrito precisamente a estas personas. Las fotografías son lo que parecen: adultos jóvenes en sus cuartos. No es lo mismo tener un cuarto que un dormitorio. Los adolescentes no se aíslan en su dormitorio, lo hacen en su cuarto. El motivo es tan obvio que casi da vergüenza decirlo: es su único espacio privado. Cuando un adulto comparte casa, no tiene dormitorio, sino su cuarto con sus cosas: tanto la acumulación como la ausencia, el orden o el desorden, la naturaleza misma de sus pertenencias dicen mucho de la persona que lo habita.

Todas las personas que he fotografiado trabajan, aunque algunas siguen estudiando de forma paralela. Éste es quizás el aspecto más social de las fotografías. Las personas retratadas viven física y económicamente fuera de sus familias. Comparten casa porque, o bien no tienen suficientes ingresos para vivir solos, o bien los tienen pero prefieren invertir en otras cosas el dinero que se ahorran.

En muchas ocasiones las circunstancias son una extraña frontera entre la elección y la necesidad. A menudo la propia elección del modo de ganarse la vida es difícil de entender para otra gente. La mayoría exigen al trabajo más satisfacción que los meros ingresos, como por ejemplo poder dedicarse a aquello que les gusta. Sin embargo, para otros lo importante es que su trabajo no les ocupe demasiado tiempo, y no tener que renunciar a otros proyectos más interesantes. Combinando estas aspiraciones con el mercado laboral y el precio de los pisos, ya tenéis el porqué de alquilar y compartir.

Por último quisiera hablar de los medios técnicos que he utilizado. He querido mostrar a las personas y sus espacios con la mayor honestidad posible, y por ello he preferido privarme de algunos medios fotográficos comunes. He utilizado tan sólo un objetivo de 55 mm, y únicamente la luz que me encuentro en las habitaciones, tanto natural como de flexos o bombillas. Los planos son más abiertos cuando muestran habitaciones más amplias.

He utilizado carretes de diapositivas de exterior. Por esta razón, unas veces dominan las luces frías, y otras, la luz na- tural de las habitaciones. El uso de tecnología analógica no se debe sólo a una preferencia romántica o de textura. Por mi trabajo como redactor gráfico en prensa conozco el efecto intimidatorio que las grandes réflex digitales como la Mark III provocan en la gente; no sólo porque su aspecto y tamaño resultan imponentes, sino también por la maldición de las cámaras digitales: tan pronto haces la foto te piden que les enseñes la pantalla, y entonces se hace casi imposible conseguir una toma mínimamente natural.

Espero que todos los que os veáis aquí quedéis satisfechos: gracias por haberme abierto vuestras casas; a los demás, gracias por mirarnos.

Castellón de la Plana, 4 de enero de 2009

Ismael Llopis Navarro


Carmen, 23 años, piercer


Inma, 22 años, psicóloga y bailarina

Iker, 28 años, fotógrafo


Isabel, 24 años, traductora


Rocío, 28 años, fotógrafa


Mónica, 29 años, editora


Héctor, 26 años, tatuador


No tendrás casa en la puta vida

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