Читать книгу La extraordinaria vida de la gente corriente - Iván Ojanguren Llanes - Страница 11
Оглавление«¡¡Yepaaa!! Anoche dormí en un albergue único; se respiraba paz, era mágico, Iván. Me acordé mucho de ti. El hospitalero, David, un tío alucinante; éramos su familia, todos éramos una familia… Nos dio de cenar, nos habló de la vida y de su propio viaje, de cómo él vive el Camino de Santiago… Luego nos invitó a que nos presentásemos y les contásemos a los demás las razones que nos empujaron a hacer el Camino. Iván, la noche más mágica de mi vida; por algo dicen que este albergue te marca el Camino. Éramos veinte personas, de seis nacionalidades y todos emocionados, llorando… Indescriptible. Tienes que venir. Ya te lo contaré. Un abrazo».
Este fue el mensaje de Whatsapp que recibí de mi buen amigo Andrés Fernández un 4 de julio del año 2017. Durante el proceso de investigación para escribir este libro comprobé que las personas corrientes y extraordinarias tienen el don de inspirar en las distancias cortas. Tal vez no sean famosas o no hayan ganado ningún premio. Puede que tampoco sean hijos predilectos de ninguna ciudad. No importa, tienen la capacidad de provocar emoción gracias a la pasión que ponen en todo lo que hacen. Tras investigar un poquito más acerca de David y su albergue, solo encontré buenos comentarios, cálidas experiencias y enormes sentimientos de gratitud por parte de decenas de peregrinos que habían pasado la noche con este hospitalero del Camino de Santiago. Total, me decidí a contactarle y, como esperaba, se mostró encantado a la par que incrédulo con la idea: «Claro que acepto tu proposición de charla y entrevista. Solo decirte que no hay ninguna intencionalidad en lo que se crea cada día en mi casa, solo atender a las personas del modo en el que me han atendido o me gustaría que me cuidaran a mí en el Camino». Y es que las personas que han encontrado su vocación profesional por norma general no buscan la gloria o el reconocimiento: simplemente hacen lo que sienten que está bien para ellos y para el mundo y se dejan llevar desde la humildad y la modestia. «…Cuido a las personas como me gustaría que lo hiciesen conmigo», dice David. Más adelante nuestro protagonista me reconocería que a raíz de nuestros encuentros empezó a ser verdaderamente consciente del impacto que tiene en la gente.
El Camino de Santiago es probablemente uno de los recursos de crecimiento personal más alucinantes que existen en el mundo. ¿Lo mejor de todo? Los españoles lo tenemos al alcance de nuestra mano. Bien, para entrevistar a David quise vivir la experiencia en primera persona como peregrino, así que metí en la mochila algo de ropa para sobrevivir unos pocos días, un saco de dormir y me puse en ruta. El albergue de David se encuentra en el pueblecito de Bodenaya, dentro del Camino Primitivo –el que conecta Oviedo con Santiago de Compostela– y como resido en Oviedo fue sencillo: tan solo tenía que echar a andar hasta llegar a su albergue.
Cuando le llamé por teléfono para decirle que estaba en ruta no dudó en darme pequeños consejos: «No tengas prisa; el Camino está ahí las veinticuatro horas –me decía–. Puedes hacer una parada en Salas para retomar fuerzas antes de las dos horas de ascensión a Bodenaya. ¡Ah! Si puedes, desvíate para ver la cascada de Nonaya; con las lluvias de este invierno tiene que estar preciosa». Es increíble cómo David está recibiéndote y allanando el camino mucho antes de que llegues a su casa, invitándote no solo a caminar, sino también a disfrutar mientras caminas.
Finalmente, hacia las 16:00 h llegué a su albergue. Estaba cansado, había caminado más de veinte kilómetros y los últimos ocho fueron de ascensión continua con un desnivel de 400 metros. Según entré y sin decir ni una sola palabra –¡estaba tan cansado que no tenía ni fuerzas para hablar!– él notó mi presencia y con una sonrisa sincera me dio la bienvenida de palabra, luego se acercó a mí y me entregó un sentido abrazo de cinco segundos.
Cinco segundos.
Imagina por un instante que abrazas a tu pareja o a un allegado. Bien, ahora hazte a la idea de que estás cinco segundos abrazándole. En serio, haz la prueba; cronométralo.
Uno… dos… tres… cuatro… cinco.
Cinco segundos abrazando es mucho más que un abrazo. Es una muestra incondicional de amor. En realidad ese abrazo significa muchas cosas: has llegado, te veo. Eres bienvenido. Eres valioso. Estás en tu casa. Estás bien.
Sí, he sido testigo de que es posible transmitir todo eso con un simple abrazo. «El ser humano necesita varios abrazos al día para estar bien –me dice–, así que los abrazos es algo que entregamos de manera natural en esta casa. De este modo consigo pasar ese cariño a los peregrinos y al mismo tiempo yo también me cargo las pilas». ¡Qué sabio es David! Sabe que el mayor premio que recibe uno al ser generoso –en este caso abrazando– es justamente eso: el placer y la energía derivados del disfrute incondicional de la generosidad. «¡Es más! –continúa–, algunos peregrinos me piden hacer hospitalidad, esto es, ayudar voluntariamente en las tareas del albergue, aunque me dicen que no saben cocinar ni hacer las labores típicas de la casa… Entonces les pregunto: ‘¿Sabes dar abrazos?’ Dar abrazos no es menos importante que el resto de tareas de esta casa. Si sabes dar abrazos, eres bienvenido; seguro que puedes ayudarme».
David nació en 1978 y se crió en el seno de una familia obrera en Aranjuez; trabajó desde los dieciocho años en labores de mantenimiento, quince años en una multinacional donde asumió diferentes responsabilidades y después un año en otra empresa más pequeña. «Nunca me atrajo la idea de estudiar –me cuenta–, así que a los catorce años hice un módulo de Formación Profesional y a los diecisiete comencé a trabajar aquí y allá, repartiendo pizzas y cosas por el estilo. A los dieciocho años entré a trabajar en Unilever donde llegué a ser responsable de mantenimiento; además estudié un grado superior al tiempo que trabajaba». En cualquier caso, a David no le desagradaba su trabajo ya que de algún modo notaba que aquello de reparar máquinas con sus propias manos se le daba bien. «Arreglaba todo lo que se me ponía por delante» me dice orgulloso.
Allá por el 2008 y tras pasar varios momentos complicados –algunos de ellos incluso donde su vida estuvo en entredicho–, decidió hacer el Camino de Santiago del Norte donde conoció a personas maravillosas y, lo más importante, experimentó otra manera de ver, de sentir y de vivir. «El Camino es una línea de realidad dentro de un mundo loco e irreal –me dice–. En el Camino todo el mundo te sonríe, comparte lo que tiene y te escucha».
David no quiere hablar demasiado de los momentos difíciles de su vida; solo deja vislumbrar un desengaño amoroso con profundas consecuencias, y sobre todo aprendizajes. Es curioso cómo sin excepción todos los protagonistas de este libro miran hacia atrás y observan los momentos difíciles –incluso peligrosos, como fue en este caso–, recogiéndolos con paz y sentimientos de gratitud; y es que han entendido la situación, han sabido mirarse desde fuera con desapego y perspectiva para seguir adelante con la lección aprendida. David no es una excepción: «Mi pareja decidió tomar sus propias decisiones. Me costó mucho, pero al final entendí que fui yo el que no supo entender ni atisbar por dónde estaba yendo la relación; comprendí que yo era tan responsable de lo que estaba pasando como la otra parte y que no estaba en condiciones de exigirle ningún tipo de comportamiento a nadie. Un día entendí que nadie tiene por qué cumplir mis expectativas, y al mismo tiempo nadie tiene el poder de hacerme daño. Hasta que no interioricé esto, lo pasé francamente mal».
Hay una frase que leí en Internet que me encanta: «Nunca nada te abandona realmente hasta que no aprendes lo que ha venido a enseñarte». Es decir, cada envite que te da la vida es una oportunidad para crecer, para comprenderte mejor, para ser más sabio; si pasas página sin hacer el ademán de aprender o simplemente huyes mil kilómetros para alejarte de ese obstáculo, ese mismo problema te estará esperando allá donde vayas; se volverá a manifestar en tu vida con nuevos nombres, nuevas formas. La actitud que todas estas personas maravillosas muestran en la vida es la de abrirse a los problemas en lugar de taparlos u obviarlos, permitiéndose vivir y experimentar lo que sucede en lugar de compadecerse a sí mismos creyendo que en otro lugar estarán mejor.
En el 2008 y haciendo el Camino, David conoció a una persona que le marcaría para siempre: Álex. Álex regentaba entonces el albergue que hoy David lleva con humildad, orgullo y tesón en el pueblo de Bodenaya. Con él aprendió a compartir y vivió en sus propias carnes que una manera diferente de vivir era posible. David me explica cómo le conoció: «En realidad no tenía intención de ir a Bodenaya –me cuenta–. Iba a pasar la noche en Salas, a ocho kilómetros de Bodenaya, cuando fortuitamente conocí a un peregrino, Ángel, que me dijo que iba a continuar unos kilómetros más. Por aquel entonces estaba muy abierto a cambiar de planes, a dejarme llevar y a escuchar a la vida, así que por alguna razón intuitiva decidí también seguir a Ángel hasta Bodenaya. Esta decisión ha sido muy importante en mi vida: es la responsable de que hoy esté disfrutando de la vida de hospitalero en el Camino de Santiago».
Muchas cosas podemos aprender de esta experiencia. Por un lado, ¡qué importantes son las personas en nuestra vida! Y qué importante es recordarlas y guardarles el respeto y la gratitud que merecen; tanto Ángel como Álex son personas que guarda en su corazón. Por otro lado, observamos esa actitud para estar abierto a nuevas experiencias, nuevos retos. Qué duda cabe de que lo más sencillo para David hubiese sido quedarse en el pueblo de Salas y ahorrarse los ocho kilómetros de subida, pero decidió abrirse a lo desconocido, a la incertidumbre. Y acertó… ¡Vaya si acertó! No solo conoció a una de las personas más influyentes de su vida –Álex–, sino que acabó tomando las riendas de su albergue de peregrinos donde hoy ayuda a miles de personas al año a que encuentren su camino al tiempo que se ayuda a sí mismo. Y lo más importante: disfruta de cada instante de su vida; es decir, no lo considera un trabajo. Siente que es ahí donde tiene que estar; así consigue vivir cada día y cada instante al máximo.
Einstein dijo una vez que si no cambias nada, nada cambia; también dijo aquello de que eres un loco si pretendes tener mejores resultados en la vida haciendo y repitiendo lo mismo que te ha llevado a la vida que tienes hoy –y que quieres mejorar–. Así, tomar la decisión de caminar ocho kilómetros más cambió la vida de David para siempre. Abrirse a nuevas y diferentes experiencias es algo que hace de manera habitual porque sabe que tal vez en la siguiente esquina esté la siguiente lección, la siguiente persona, la próxima vivencia que le abra las puertas a un lugar inimaginable y maravilloso hasta ahora desconocido. Sin ir más lejos, la noche que estuve con él entrevistándole le pedí que me regalase unos minutos más de su tiempo a la mañana siguiente ya que quería tener la posibilidad de ordenar mis notas, y tal vez hacerle más preguntas. Tras pensárselo unos instantes me contestó: «¿Sabes qué, Iván? Como vas a volver a Cornellana, puedo acompañarte hasta Salas y compartir Camino contigo, ¿qué te parece?». Postergó sus quehaceres de la mañana siguiente para hacer el Camino durante un par de horas conmigo. ¿Por qué? Porque David se ha abierto a la vida, está siempre con el objetivo de cuidar a las personas en su albergue y al mismo tiempo con el corazón en el presente, tomando las decisiones oportunas a cada momento; la vida le habla y él contesta. En ese momento sintió que tenía más sentido seguir charlando conmigo, aunque luego tuviese que apurar las tareas del día para dejar el albergue listo para los nuevos peregrinos.
Siguiendo con su historia, en el año 2012 la empresa en la que trabajaba decidió echar el cierre; entonces vio esa situación como una oportunidad: «Cuando nos comunicaron la noticia, los trabajadores nos movilizamos para protestar por el despido. Recuerdo estar acampado en una protesta con mis compañeros cuando de pronto tuve un momento de lucidez y pensé: ¿y si esto es justamente lo que necesito?, ¿y si esta situación es en realidad una oportunidad que me está dando la vida para ir en la dirección marcada por mi corazón?». David supo convertir un problema, un despido en este caso, en una oportunidad: la posibilidad de dedicarse a algo más acorde con su manera de comprender la vida y el trabajo. De nuevo, esto es algo común a todos nuestros protagonistas: convierten los problemas en oportunidades que les permiten aprender y abrirse a nuevas posibilidades que de otro modo seguirían ocultas. Saben que los problemas en realidad son síntomas que deben ser escuchados y honrados para posteriormente actuar sobre la verdadera causa que los creó.
Tras el despido decidió hacer de nuevo el Camino del Norte –variación del Camino que, como él mismo reconoce, siempre le ha marcado muchísimo–, optando sobre la marcha tomar el Camino Primitivo en Oviedo para hacer noche en el albergue de Álex, en Bodenaya. En lugar de terminar en Santiago, caminó hasta Finisterre pasando previamente por Muxía –Muxía es también un centro importante de peregrinaje–. Al llegar a Finisterre tuvo la idea de volver caminando a Aranjuez: «Una vez en Finisterre sentí que volver en algún transporte a casa me sobrepasaba; no podía simplemente subirme a un autobús después de todo lo que había vivido, así que decidí hacer la vuelta a casa a pie –y continúa–: Ese viaje de vuelta a Aranjuez dio un vuelco a mi vida. Verás, aunque viajes solo, en el Camino hay mucha convivencia; en los albergues acabas hablando y conociendo a gente con la que de manera natural terminas compartiendo Camino. Si haces el regreso caminando, eso no sucede: vas en dirección contraria al resto así que el viaje es tremendamente introspectivo. Recuerdo haber caminado los más de 700 kilómetros que separaban Finisterre de Aranjuez con la mente súper lúcida, muy consciente».
Al llegar a Aranjuez, David ya no era el mismo; la semilla que había depositado en el año 2008 había germinado en su interior y poco a poco iba descubriendo el tipo de vida que estaba destinado a tener; así, estuvo trabajando en otra empresa similar hasta el año 2015, año en el que decide hacerse cargo de su propio albergue siguiendo los valores tradicionales del Camino: respetar –todos somos iguales en el Camino– , ayudar –los peregrinos se ayudan unos a otros– y compartir –se comparte todo lo que se tiene–.
La vida de algún modo le había llevado a hacer un cambio importante de rumbo, sobre todo a nivel profesional. «Por aquel entonces Álex quería dejar el albergue así que hablé con él y decidí que era el momento de hacer lo que sentía que tenía que hacer. Así, invertí todos mis ahorros y le compré la casita donde muy pronto comenzaría a dormir con mis peregrinos». Cuando le pregunto acerca de cómo supo que podría ser capaz de llevar un albergue de peregrinos, David me contesta: «Yo ya había hecho hospitalidad anteriormente; además, ya había aprendido de otros hospitaleros a escuchar y atender a los peregrinos, a curar ampollas, etc.». Muchas de estas habilidades David las traía de serie, como veremos enseguida. En realidad, en este momento David siguió su instinto: sabía que darle continuidad al albergue de Bodenaya, que tantas alegrías le había reportado a sí mismo y a los peregrinos, era una decisión sensata y más cercana a su concepto de vivir una vida con sentido.
Pero no todo siempre es de color de rosa. «¿Sabes qué? Recuerdo que cuando llegué el primer día sabiendo que solamente me quedaban 300 € en el banco, me eché a llorar. Es inevitable ponerse a veces en lo peor, así que me asaltaron muchas dudas». Claro. Dejar tu vida conocida y sencilla, salir de tu entorno, dejar tu familia, gastar todos tus ahorros e irte a más de 500 kilómetros de tu casa para atender a peregrinos, por muy convencido que uno esté, es una decisión difícil, lo mires por donde lo mires. No puedo dejar de reconocerme en su decisión; y es que yo dejé un buen puesto de trabajo para cambiar radicalmente de sector. Un sector en el que nadie me conocía, y sabía que iba a tener que emplearme a fondo para poder ser un referente, para que la gente entendiese todo lo que les podía aportar. Llegar a la conclusión de que esa es tu mejor opción es un momento glorioso, es cierto, pero también hay momentos de dudas, de miedos, de «¿estoy haciendo lo correcto?, ¿y si todo esto no es más que un capricho que me va a traer más disgustos que alegrías?». Entiendo perfectamente a David y por eso es tan importante haber allanado el camino previamente. Por eso es crucial que la decisión se haya fraguado desde lo más profundo de tu ser a lo largo de una buena temporada; no se trata de que huyas tomando esa decisión, se trata de que te pongas en la dirección adecuada: tu verdadero camino, el que tú elijas, o como diría David, «me puse donde la vida quiso que estuviese». Habrá momentos complicados y ahí es donde tendrás que tirar de saber que estás ayudando de algún modo a crear un mundo mejor, de saber que estás ahí por convicciones propias, por un deseo que sale del fondo de tu corazón. «Hazlo por nosotros», esto es lo que algunos de sus compañeros de trabajo le dijeron cuando les comentó sus intenciones. Esta frase le ayudó mucho a montar el albergue, pues fue consciente de que el mero hecho de que uno tome tus propias decisiones ya es de por sí una acción inspiradora para otras personas.
Tomar decisiones: esa es otra de las lecciones que nos enseña David. Muchas veces vamos por la vida simplemente dejándonos llevar y en la mayoría de los casos no estamos del todo conformes. Tomar decisiones hace que te acerques allá a donde quieres ir, poco a poco, sin prisa, sin pausa, pero acercándote. Eso sí, para que la vida te vaya colocando donde quieres estar es fundamental que esa decisión parta de uno mismo. Déjame decirte algo: siempre hay opciones. Tal vez hoy no puedas tomar esa decisión que consideras importante. En este caso te preguntaría: ¿qué puedes hacer diferente hoy para que dentro de un tiempo sí que puedas tomarla?, ¿cuál es el primer paso necesario que podrías dar para acercarte a donde realmente quieres estar el día de mañana? No es necesario que sea algo de calado en tu vida: puede ser algo tan simple y accesible como comenzar a leer un libro antes de acostarte, darte quince minutos más para comer o ir una vez a la semana a clases de pintura. David no tomó la decisión de comprar una casa en Bodenaya de la noche al día: fue la conclusión última al desarrollo natural de una serie de acciones conscientes. ¿Quieres tomar una decisión que cambie tu vida para bien? Empieza decidiendo qué vas a hacer diferente en el día de hoy, ¡aunque sea algo pequeño! Cuando tengas integrado ese pequeño cambio positivo, vuelve a hacerte la misma pregunta y, una vez más, vuelve a integrarlo. Al cabo de un tiempo te verás a ti mismo con una mejora sustancial en tu calidad de vida, incluso manteniendo el grueso de tus quehaceres y rutinas.
Así, desde el año 2015 David tiene lo que podía llamarse un albergue de los que apenas quedan: te recibe con un sentido abrazo ofreciéndote bebidas calientes en invierno y frescas en verano, te lava la ropa y hace la cena para que todos los peregrinos se junten alrededor de la misma mesa a la misma hora. Cuando le pregunto qué le empuja a obrar de este modo, me contesta: «Creo que en general pensamos mucho y sentimos poco; con mi albergue pretendo que la familia que llega cada día pase más tiempo compartiendo y sintiendo, por eso les lavamos la ropa y les hacemos la cena y el desayuno. Lo importante es lo que el peregrino está viviendo en este momento, así que yo me pongo a su servicio». Es decir, libera a los peregrinos de las tareas domésticas para que puedan sentarse o relajarse en el porche y compartir experiencias; en definitiva, para que puedan vivir el Camino de Santiago. «Un día vino un peregrino del norte de Europa, era verano. Cuando llegó le ofrecí una cerveza y la aceptó. Salió al porche y tras tumbarse en el suelo comenzó a reír y a revolcarse… ¡Parecía un niño! Hablando más tarde con él resultó que era un alto ejecutivo, padre de familia, que parecía que siempre tenía que tener una careta puesta en su vida: la del padre de familia responsable, la del jefe serio… Por unos instantes simplemente se dejó llevar. A eso me refiero con que pensamos mucho y sentimos poco. Esa persona durante unos instantes hizo simplemente lo que le pidió el cuerpo; en cierto modo fue plenamente feliz. ¡Y con una cerveza de 0,30 céntimos!».
En todo este proceso de auto-descubrimiento David tuvo una relación sentimental que también le marcó profundamente: «Mi pareja me hacía preguntas retadoras, preguntas que me invitaban a cuestionarme mi vida y mis necesidades. Me enseñó a entender las cosas que me habían pasado y también a escuchar a la vida; es más, en mi lista de contactos la tengo por la eme de maestra». Una vez más apreciamos ese sentimiento de gratitud que David profesa a las personas que de un modo u otro le ayudaron a lo largo de los años.
La labor de David pasa también por ayudar a las personas a ser ellas mismas, aunque no lo hace de un modo demasiado explícito; él simplemente crea las condiciones de tranquilidad, confianza y sosiego para que la magia suceda. «Siento que en el alberque cada día estamos creando un mundo mejor; gota a gota se pueden crear océanos. Trato de que cada persona que venga aquí sienta más y piense menos, ya que pienso que la felicidad tiene más que ver con ser, con estar, con sentir y con disfrutar. Cuando pensamos mucho a veces nos negamos el derecho a disfrutar y ser libres».
David no entiende cada grupo de peregrinos como seres individuales, él los ve como su familia: «Cada día tengo una familia diferente; una familia con la que crecer, compartir, sentir y aprender. En definitiva, una familia a la que querer. Cada noche confirmo que en realidad somos todos lo mismo; he tenido en la misma mesa a musulmanes, ateos, cristianos y budistas y todos hemos compartido, reído y llorado. Las personas estamos todas hechas de lo mismo, de Amor». Me cuenta con una lucidez tremenda que tiene su propia verdad sobre un montón de cosas y al mismo tiempo sabe que cada uno tiene la suya: «Cuando te das cuenta de que cada uno tiene su manera particular de entender lo mismo y de que hay que respetarlo, entonces pasa algo mágico: dejas de enfadarte con el mundo pues dejas de intentar convencer a nadie con tu punto de vista».
Durante la cena David explica los tremendos y maravillosos paralelismos que tiene el Camino de Santiago con la vida: «En realidad no necesitamos gran cosa para vivir –me dice–; para hacer el Camino solo necesitas una mochila y ponerte a andar». Hace hincapié en que lo importante tanto en el Camino como en la vida no es llegar a Santiago de Compostela: lo importante es andar el camino. «Me gusta recordar al peregrino que al día siguiente de llegar a Santiago tan solo será un turista más. Le invito a que no tenga prisa y a que sienta y disfrute de corazón cada paso que da».
Tras la cena todos charlamos sobre nuestra vida, nuestros pensamientos, nuestras inquietudes y nuestras prioridades. Debatimos, y sobre todo nos escuchamos unos a otros. Es curioso cómo en el Camino no es importante a lo que te dedicas en la vida; no es relevante. A nadie le importa tu profesión ni tu estatus social o económico: todos somos lo mismo, nadie es mejor que nadie. Entre tanto, David nos cuenta la historia del Camino, de sus variantes y el origen del pueblo de Pola de Allande –creado para facilitar la peregrinación en invierno–; nos habla del origen de la flecha amarilla que guía al peregrino o del porqué de la palabra «hospitalero»; nos cuenta también que los antiguos peregrinos tenían dos bolsas, una con la comida para ellos y otra con comida para compartir. Como curiosidad, David guarda con cariño una bandera que un peregrino le regaló como recuerdo tras haber terminado el Camino en 1976: «Ese año solo terminaron el Camino 74 peregrinos» me contó orgulloso.
Aquel frío día de febrero –aquel año el invierno fue especialmente duro en Asturias– éramos cinco peregrinos cenando juntos, además de David, el padre de David, que se encontraba de visita, y su compañera Celia, Marc –sudafricano–, Anthony –finlandés criado en Inglaterra–, Daniel –colombiano– y Catherina –alemana–. Hablamos de temas profundos como los objetivos en la vida, de cuestiones políticas como la independencia de territorios que dependen de un Estado mayor, de temas más banales como los estereotipos de las diferentes zonas de España, ¡incluso Marc y yo estuvimos tocando un rato la guitarra! Como curiosidad, Daniel y Catherina se conocieron en el Camino y llevaban veinte días caminando juntos y esa misma tarde, en el albergue, se besaron por primera vez. Al día siguiente se lo comenté a David; me miró con una sonrisa y dijo: «¿En serio? ¡Qué bueno! ¡Pensaba que eran pareja cuando llegaron!». David se queda un rato pensativo y termina diciéndome: «Es normal que pasen estas cosas en el Camino». Magia, amigos. Y eso solo sucede cuando todos nos sentimos acogidos, recibidos, respetados y en paz.
Andrés Fernández, la persona que me envío el mensaje de Whatsapp con el que abrí esta historia, me trasladó una anécdota maravillosa que presenció la noche que pasó en el albergue de David: «Durante la cena había dos mujeres coreanas, madre e hija; todos contamos los motivos por los que decidimos hacer el Camino y cuando le tocó el turno a la madre, su hija hacía de intérprete traduciendo del coreano al inglés. Bien, en un momento dado la madre nos contó visiblemente emocionada que gracias al Camino estaba conociendo de verdad a su hija. Claro, su hija, que era la traductora, se emocionaba muchísimo al intentar traducir algo tan especial, bonito y personal. Acabamos todos con lágrimas de emoción y abrazándonos. Recuerdo que a la mañana siguiente y antes de continuar, David tuvo palabras en privado para todos nosotros; todavía recuerdo lo que me dijo: ‘Somos naranjas enteras, Andrés, no medias naranjas’. Es algo que todavía sigue resonando en mí».
Al llegar la hora de acostarse y para asegurar el descanso, David nos invita a que nadie se ponga la alarma, en lugar de eso, consensuamos una hora en la que él nos despertaría: en nuestro caso decidimos que a las 8:00 h. Total, nos fuimos a dormir y adivinad qué sucedió a las ocho de la mañana: despertamos escuchando el Ave María de Schubert al tiempo que un fantástico olor a café con especias inundaba la habitación. Al bajar a la cocina me encontré café recién hecho, tostadas y todo lo necesario para alimentar el cuerpo y el espíritu antes de la siguiente etapa del Camino.
David no tiene tarifas en su albergue, cobra la voluntad: «Es la filosofía original del Camino –me dice–; así todo el mundo sin excepción puede tener la posibilidad de disfrutar de este fantástico viaje de descubrimiento personal».
Cuando le pregunto acerca de su anterior trabajo se deshace en palabras de agradecimiento: «Gracias a aquel trabajo aprendí a tirar para adelante en la vida y pude ahorrar para comprarme esta casita en Bodenaya; además, todo lo que aprendí sobre reparaciones lo estoy aplicando en mi día a día para mantener el albergue en perfecto estado».
David ama lo que hace. Tiene un don especial para escuchar a la gente y para hacer que todos los que llegamos a su albergue nos sintamos como en casa. Le hablé de la persona que me recomendó conocerle y me dijo inmediatamente: «Ah, Andrés; sí, ya me acuerdo; te podría decir incluso dónde se sentó en la cena». Increíble: hacía casi un año desde la última vez que se habían visto. Solo alojándote una noche ahí entenderás por qué a las 17:00 h eres un peregrino rodeado de desconocidos, pero a las 23:00 h ya eres parte de la familia de ese día.
«¿Sabes otra cosa que he aprendido? –me dice animado–, vivir es mucho más sencillo de lo que durante muchos años había creído; me he dado cuenta de que me había creado necesidades, necesidades que ya he dejado atrás. Estoy convencido de que todos podemos vivir con muchísimo menos de lo que creemos que necesitamos». Gran lección; me viene a la mente Francine, otra protagonista de este libro a la que enseguida conocerás y que tan solo necesita un pueblecito abandonado y tesón para disponer de lo necesario, para vivir plenamente y feliz.
En un momento dado quise hacerle una pregunta retadora a David: «David, ¿no te cansas de dar abrazos a tantos desconocidos todos los días?, ¿no hay días en los que no te apetece abrazar a nadie?» le pregunté. Mientras se le ilumina la cara me contesta: «Mira, en realidad, ¡los hospitaleros tradicionales somos vampiros! Nos alimentamos de la energía de los peregrinos, de vuestras historias, de vuestro amor. Yo lo único que hago es devolverle al mundo ese amor en forma de abrazos». Abrazos que, dicho sea de paso, también le cargan las pilas a él. Brillante. David no se plantea aburrirse de dar abrazos a sus peregrinos, justamente porque esa es la razón última de su albergue; recibe y luego redistribuye el amor del que se guarda una parte para seguir adelante.
Cuando le pregunto acerca de su habilidad para escuchar y para que los demás se sientan escuchados y entendidos me dice: «Pues no sé, la verdad. Lo cierto es que en el grupo de amigos de Aranjuez yo siempre hacía de pegamento… Me sentía cómodo logrando hacer piña en el grupo». Una habilidad innata que había pasado desapercibida durante muchos años –¡aunque nunca dejó de ponerla en práctica!– se convertiría a posteriori en una de las piezas angulares de la actividad de David: ponerse en la piel de la otra persona y escucharla con el corazón. Consigue que la escucha no sea algo liviano o banal; al contrario: logra que sea una experiencia reparadora, sobre todo para el peregrino.
David cuenta con más habilidades: «A veces solo con ver al peregrino entrar por la puerta ya sé si tiene algo que contar, un lastre que soltar o un problema que resolver». Qué duda cabe que David ha ido limando y desarrollando ese talento con el paso del tiempo, recibiendo en su albergue a una media de catorce personas diarias. Cien personas a la semana con las que poner en práctica estas habilidades hacen que las haya pulido –tal vez de forma natural e involuntaria– hasta la excelencia. Tengo la firme creencia de que todos tenemos talento en algo; es más, seguramente ya estemos brillando en algo, aunque es posible que o bien lo estemos expresando inconscientemente –como en el caso de David–, o bien creamos que no podemos profesionalizarlo. Como ves, hacer de «pegamento» tal vez sea algo que no tenga una salida profesional por sí misma, aunque a David le sirve para ayudar a muchos peregrinos y que a su vez estos recomienden su albergue, pudiendo así ganarse la vida con ello.
En su día a día David está expuesto a una carga emocional fortísima. Imagina atender cada día a un montón de personas, cada una de ellas con una historia detrás y normalmente en búsqueda de alivio o de respuestas. ¿Cómo hace para que no le afecten las historias de los peregrinos? ¿Cómo se las arregla para no sufrir tras conocer a una persona especial y saber que tal vez no volverá a verla nunca más? Me responde sin dudarlo: «Con el ritual del desapego –ríe un poco y continúa–. Todas las mañanas cambio las sábanas; ese es el momento que utilizo para limpiar el albergue de la energía de la familia anterior para dejar así espacio a la familia que está por llegar. Realizo esta tarea muy despacio, conscientemente y procuro también limpiarme de emociones y estar así listo para el primer peregrino y el primer abrazo de la mañana». Me cuenta cómo este ritual lo hace especialmente consciente durante el verano: «Trato siempre de cargarme las pilas hasta mayo para aguantar al máximo los meses de más ajetreo; normalmente en verano la energía del peregrino es diferente, además de que son más durante muchos días seguidos». David siempre abre la caja de las donaciones cada tres días para evitar conocer el dinero que ha donado cada familia, «así me aseguro de no asociar familias y emociones con el dinero que han aportado». David consigue detectar qué es lo que más le conviene desde un punto de vista anímico y emocional, y actuar en consecuencia; así, el ritual del desapego, saber que tiene que cargarse las pilas hasta mayo o cómo entiende la gestión económica del albergue son buenos ejemplos de ello. Nadie se lo ha dicho: él simplemente ha ido observando en sí mismo qué es lo que mejor le funciona a cada momento.
En un momento dado le pregunto si esta charla tan amena y constructiva que yo viví en su albergue con los otros peregrinos era algo habitual o no. De nuevo, ríe y contesta: «En todo el tiempo que llevo de hospitalero he observado esto: cada familia parece estar destinada a encontrarse ese día; creo que vosotros no habríais encajado del todo con las personas que estuvieron la noche anterior, por ejemplo… Sin embargo, la noche anterior sí que estuvieron fantásticamente bien entre ellos». Es conmovedor observar la fe que tiene David en el Camino y en su poder para ordenar las energías y los estados de ánimo, consiguiendo que las personas adecuadas se encuentren. Te regalo otra explicación posible a raíz de mi experiencia en su albergue: David crea un contexto tan maravilloso que enseguida uno se siente como en casa y con ganas de hablar, compartir y escuchar. Al sentirte escuchado tienes la sana necesidad de escuchar al otro, lo que crea un clima de entendimiento, respeto y amor.
Le pregunto dónde se ve a sí mismo en, digamos, diez años, a lo que contesta: «Me veo en el Camino, aunque sin apegos a este u otro albergue. Sé que quiero seguir viviendo una buena temporada en esta línea de realidad». Me cuenta que cada vez que vuelve al mundo irreal nota que su energía y su estado de ánimo cambian; para realmente disfrutar de un periodo de descanso y cargarse las pilas, sus vacaciones se basan en realizar alguna variación del Camino, esta vez como peregrino. Nuestros protagonistas se dedican a aquello que les carga las pilas; para saber si eso que están haciendo es lo que deben estar haciendo realizan un simple chequeo: si se sienten bien haciéndolo, siguen, si no, prueban algo diferente.
¿Cómo se ve David de viejecito?: «Pues no sé, ni idea; supongo que lo iré vislumbrando por el camino. Tal vez en algún lugar tranquilo, la India, por ejemplo, disfrutando y viviendo en paz». Como vemos, las aspiraciones de David son muy claras: escuchar a la vida, ayudar a otros a que disfruten y sientan más al tiempo que él vive tranquilo sin ningún afán de protagonismo. Y es que David no quiere medallas, tan solo quiere continuar disfrutando mientras él ayuda a otros a estar bien y sentirse acogidos: «Mi sitio está aquí. Ahora me debo a mis peregrinos». En realidad, en este momento me reconoce que le causó cierto desasosiego el hecho de que alguien quisiera entrevistarle para un libro, «no acabo de creerme que mi historia sea tan importante, de verdad». Es curioso cómo nuestros protagonistas derrochan humildad; no sienten que estén haciendo nada extraordinario, no alardean de nada, no se sienten más que nada ni nadie. Simplemente hacen lo que sienten con amor, responsabilidad, tesón y sin olvidarse nunca de disfrutar.
David ha dejado de lado sus miedos: «Si algún día dejo de poder afrontar los gastos con las donaciones significa que la vida me quiere en otro sitio… ¡Pues me iré a otro sitio! La vida te pone siempre donde debes estar y siempre estaré escuchándola para tomar la siguiente decisión». Al mismo tiempo, David se siente afortunado; afortunado por haber sabido escucharse, por haber entendido el mensaje y por haber puesto el rumbo adecuado a su existencia. Así, vive en constante aceptación de lo que le sucede, entendiendo que en realidad es un afortunado y que las pequeñas desavenencias de la vida son solo pequeñas motas de polvo en un universo impoluto.
Además, sabe que la felicidad no es algo que se consiga: «Va contigo –me dice–; el truco es blindarla, nutrirla». Y es que David ha descubierto uno de los secretos mejor guardados para vivir una vida plena y feliz. ¿Estás listo para escucharlo? Ahí va:
La felicidad es un estado de ánimo que está por encima de tus emociones y de tus expectativas; además, es algo que ya tienes; es decir, no tienes que hacer nada para ser feliz. Tan solo tienes que preocuparte por no darle palos a tu felicidad.
¿Cómo?
Haz un plan para dejar de hacer las cosas que no quieres hacer y llena ese espacio con actividades que sí quieres hacer: actividades que disfrutas, que te cargan las pilas y que sientes que ayudan a crear el mundo que quieres ver ahí fuera.
En definitiva: deja de perseguir la felicidad.
Ya la tienes.
Tan solo tienes que protegerla.
Si quieres escuchar al protagonista contando su historia en primera persona, puedes hacerlo con ayuda de este bidi: