Читать книгу La extraordinaria vida de la gente corriente - Iván Ojanguren Llanes - Страница 7

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Nota inicial del autor


Alos treinta y un años tuve mi crisis existencial. Aquello sucedió viviendo como expatriado en Bahrein, trabajando como consultor y jefe de equipo. Tenía un buen trabajo, un buen sueldo y mucha proyección en mi sector. Estaba muy valorado por mis compañeros, responsables, subordinados y también por los clientes para los que trabajaba. Todo el mundo me auguraba un futuro muy prometedor dentro de mi empresa, y además ya estaba propuesto para pasar a la capa de gestión dentro de la organización.

Supuestamente lo tenía todo; o al menos tenía todo lo que había creído que había que conseguir en la vida: un trabajo respetado, un buen sueldo, así como la posibilidad de viajar y tener experiencias en diferentes países, culturas e idiomas. Además, tenía una pareja maravillosa a la que amaba y un buen puñado de personas en las que podía confiar y a las que podía considerar verdaderos amigos.

El punto de inflexión en mi vida sucedió una madrugada; eran las 2:00 h de un 23 de agosto de 2011 y me encontraba solo en mi apartamento en Bahrein. Estaba preparando una demostración de un sistema informático que debía presentar a las 8:00 h del día siguiente; a la cita acudirían nada menos que el ministro de Defensa, el ministro de Sanidad y toda la junta directiva del hospital militar en el que por aquel entonces trabajaba como proveedor. Esa presentación era crucial: si salía bien, seguiríamos adelante con el proyecto; si salía mal, nos íbamos todos para casa y un equipo de casi cien personas se quedaría sin carga de trabajo. Estuve preparando esa presentación durante dos meses, durmiendo muy poco y sin disfrutar de tan siquiera un día libre.

Bien, esa madrugada me encontraba ultimando detalles cuando repentinamente el sistema informático dejó de funcionar. No me lo podía creer. ¡Solo quedaban unas pocas horas para que la presentación diese comienzo! Un sentimiento de impotencia me invadió por completo. Me puse tremendamente nervioso. Estaba tan agotado, perturbado y hastiado que mi reacción fue montar en cólera, y en un arrebato de ira y profunda enajenación hice añicos un palo de escoba golpeándolo contra todas las paredes de aquel apartamento, al tiempo que lanzaba gritos verdaderamente desgarradores mezcla de rabia, frustración y auténtico dolor. Si en ese momento hubiese tenido la oportunidad de verme por un agujerito, habría tenido miedo de mí mismo. Tras volver en mí y ser consciente de la situación, solté asustado el trozo de escoba que me quedaba en la mano y tras unos instantes de absoluto desconcierto me eché a llorar.

Solo Dios sabe lo que lloré aquella noche.

Es más, ahora mientras escribo tengo que parar y recomponerme un poco ya que las lágrimas vuelven a nublar la pantalla de mi ordenador portátil.

Aquella llorera sería la primera de muchas que seguirían en sucesivas semanas. No obstante, algo había cambiado en mí para siempre. Me di cuenta de que mi vida había pasado en un abrir y cerrar de ojos; fui consciente de que cuanto más dinero tenía en mi cuenta bancaria, más vacío me sentía por dentro; y lo que más me inquietaba: el futuro estaba envuelto en una nebulosa donde, por más que lo intentaba, no atisbaba a encontrarme. Todo eso que creía que tenía, trabajo, dinero o seguridad, se desvaneció ante mis ojos del mismo modo que el arcoíris se desvanece mientras lo admiras… Y es que me faltaba lo más importante: mi integridad, mi coherencia y la satisfacción de estar haciendo lo correcto. En definitiva: me había pasado treinta y un años dejando de lado todo aquello que alimentaba mi felicidad.

Poco a poco, sin prisa, sin pausa, fui siendo más y más consciente de que mi vida había sido una sucesión de decisiones auto-impuestas, de que me había pasado todo el tiempo haciendo lo correcto, lo sensato..., en lugar de hacer lo que me pedía el corazón. Estas auto-imposiciones me habían negado la posibilidad de conocerme a mí mismo y expresarme en el mundo del modo que consideraba más coherente. Del mismo modo, fui consciente de que yo solito me había metido en aquel lío; es decir, nadie en ningún momento me obligó a estudiar esto o lo otro, tampoco nadie me forzó en contra de mi voluntad a trabajar en una multinacional; yo mismo había tomado todas las decisiones. Asumir este punto fue probablemente lo más complicado, y es que también descubrí que estaba demasiado acostumbrado a echarle la culpa a otros de mi insatisfacción, de mi malestar, de mis problemas. Estaba tan condicionado a hacer lo que se esperaba de mí y a obedecer que había delegado toda la responsabilidad de mi situación en otros: familia, sistema, empresa, jefes, políticos y un largo etcétera. La lista de culpables era bastante grande.

Hasta ese día.

Aquel día D fue tremendamente duro a muchos niveles; te engañaría si te dijese lo contrario. Así y todo, siempre recuerdo aquella experiencia con profundo respeto y gratitud: fue la semilla que poco a poco iría germinando hasta ponerme en la dirección vital que de verdad tenía sentido para mí. A partir de ese día me empeñé en contestar a la siguiente pregunta: ¿a qué me dedicaría si no tuviese la obligación de hacer nada en la vida y me garantizasen que me iba a ir bien económicamente con la actividad profesional que eligiese? Así, comencé a crear el espacio necesario y me comprometí a conocer mis talentos, pasiones, aspiraciones y anhelos; cambié el rumbo priorizando aquellas actividades donde no solo marcaba una diferencia, sino que también disfrutaba y sentía que el mundo se beneficiaba de algún modo. Comencé a hacer mucho ensayo y error en otras disciplinas y contextos siempre comprometido con mi hambre de conocer cómo podía aportar más a los demás al tiempo que me aportaba a mí mismo. En definitiva: me comprometí a descubrir mi verdadera vocación profesional.

Sabes que has encontrado tu vocación profesional cuando por la mañana te sientes con ganas de levantarte; sabes que estás en el camino porque tomas el despertador como aliado, no como enemigo, y sientes que esa causa a la que contribuyes a través de la máxima expresión de ti mismo –tus talentos y pasiones– es algo importante y necesario. Cuando amas tu trabajo, despertarse por la mañana se convierte en un regalo, una oportunidad más para salir ahí fuera, expresarte y hacer algo que merezca la pena para ti y para el mundo. En cierto modo, el viaje al encuentro de tu vocación profesional tiene un punto espiritual muy fuerte: tienes que sentirte parte de algo más grande.

Con todos los aprendizajes y herramientas que utilicé en todo este proceso, escribí mi primer libro, Apasiónate: herramientas para encontrar tu vocación; herramientas que luego utilicé para mis cursos, talleres, y también procesos de acompañamiento individual en los que ayudo a decenas de personas al año a encontrar sus talentos, pasiones y maneras de contribuir ahí fuera. Durante mis cursos y procesos individuales me di cuenta de la importancia de utilizar ejemplos de personas reales que ya hayan encontrado su vocación profesional, de modo que mis clientes pudieran verse reflejados en otros seres humanos. Bien, los ejemplos que abundan sobre personas que hacen cosas extraordinarias suelen ser de grandes pensadores, líderes espirituales, mentes privilegiadas con súper poderes, superdotados que han cambiado el mundo, o seres tan ricos que podrían pagar un sueldo a cada habitante de mi ciudad; además, sus vidas suelen venir acompañadas de buenas dosis de fuegos artificiales. Es decir: personas extraordinarias que han hecho grandes cosas de las que podemos aprender, no lo niego, pero tan inalcanzables que nos cuesta vernos reflejados en ellas.

Sin embargo, yo siempre he creído que esto de vivir de tu pasión no está reservado solo a unos pocos con unas capacidades fuera de lo normal. Al contrario: tenía el convencimiento de que todos podíamos hacerlo. Yo mismo, un tipo normal, había conseguido ponerme en la senda. Total, que por aquel verano del año 2017 me decidí a buscar en mi entorno personas corrientes que hubiesen llegado a ese punto vital tan maravilloso. Lo que tienes ahora en tus manos es el resultado de muchísimas horas de investigación a lo largo de más de dos años de trabajo, decenas de entrevistas formales e informales y, por supuesto, de mucho amor. Amor por tratar de hacer llegar al mundo las historias de personas que están viviendo de corazón la vida que quieren vivir.

Con este libro pretendo acercar al lector diez vidas, diez historias, diez personas corrientes que han decidido vivir de acuerdo a lo que sienten que tiene más sentido para ellas. Diez almas libres que de un modo natural también han encontrado su vocación profesional haciendo lo que aman de forma brillante, a la par que resuelven problemas que sienten que merece la pena resolver; y se ganan la vida con ello. He tratado de hacer un texto lo más heterogéneo posible. ¿Por qué? Porque quiero (de)mostrar al mundo que llevar una vida con sentido en el largo plazo no depende ni de tu sexo, ni de si has nacido en una barriada obrera o en una familia acomodada; por supuesto tampoco depende de si eres más o menos inteligente ya que, gracias a Howard Gardner y su aceptada teoría de las Inteligencias Múltiples –sobre todo en el mundo educativo–, ya sabemos que existen un montón de contextos en los que podemos brillar, más allá de las disciplinas o inteligencias troncales del sistema educativo tradicional, que se centra principalmente en la lógica, las matemáticas y la lingüística dejando de lado otras inteligencias como la musical, la espacial, la corporal, la interpersonal, la intrapersonal o la naturalista.

Los protagonistas de este libro son personas corrientes que desayunan en la misma cafetería que nosotros; personas accesibles que podrías ir a ver físicamente, si ese es tu deseo, a sus puestos de trabajo o a alguno de los lugares donde desempeñan su profesión de forma vocacional. Personas, en definitiva, que viven sin más pretensión que seguir haciendo lo que hacen cada vez mejor.

Con la intención de darle un cariz práctico a esta investigación, he añadido un pequeño estudio comparativo con todos los puntos en común que poseen todas estas personas: quiero que todo el que lea este libro pueda no solo dejarse inspirar por sus vidas, sino también aprender de ellas y comenzar a poner en práctica aquello que tenga más sentido. Para ello te mostraré cuáles son las actitudes que tienen ante la vida, ante ellos mismos y ante los demás; espero que te ayuden. También encontrarás un apartado reservado a explicar la metodología que seguí para escribir estas historias, qué técnicas sociológicas utilicé, cuántos contactos tuve con los entrevistados, así como todo el material consultado, el más importante y relevante para no aburrir al que lee.

La paridad de sexos en las historias que estás a punto de descubrir fue desde el primer momento algo importante; y es que algo también curioso y que he constatado es que la mayoría de los libros sobre estos «genios» inaccesibles se basan en hombres, ¡como si no existiesen mujeres maravillosas de las que aprender y por las que dejarse inspirar!


Por último, te invito a que leas este libro con calma, sin prisa. Mi recomendación es que no leas más de uno o dos personajes seguidos para poder así disfrutar e interiorizar la esencia de cada uno de ellos. Así, no te apures, permítete saborear cada historia de modo que no se te escape nada de lo que ha venido a enseñarte. Lo que tienes en tus manos ha sido cocinado a fuego muy lento, de modo que la ingesta, deglución y digestión han de ir también por esa línea. Sobre todo quédate con aquello que te pueda ayudar y no tengas reparo en desechar aquello que en este momento no te encaje; en este sentido, tienes mi permiso para subrayar lo que consideres oportuno.

En el peor de los casos, espero emocionarte con estas historias. En el mejor de los casos, espero que este libro te inspire para comenzar el viaje al encuentro de una vida con más sentido tanto en el plano profesional como en el personal.

En cualquier caso, mi deseo es que disfrutes la lectura de estas historias lo mismo que yo disfruté escribiéndolas. Que comience el viaje.

La extraordinaria vida de la gente corriente

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