Читать книгу La extraordinaria vida de la gente corriente - Iván Ojanguren Llanes - Страница 9

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Todo se encuentra en constante transformación. Ahora mismo, mientras lees esta frase, 500.000 células de tu cuerpo aproximadamente se han muerto y han sido reemplazadas por otras1. Las modas, la tecnología, las ideologías, la política, los países, los líderes, la música, los trabajos, o incluso tus gustos han ido cambiando –y lo seguirán haciendo– a lo largo de los años. Hasta tal punto estamos en constante evolución que incluso nuestra manera de entender muchos conceptos importantes también cambia con el tiempo. Por ejemplo: ¿cómo entendíamos la felicidad cuando contábamos con tan solo cinco años?, ¿y cuando teníamos quince?, ¿y hoy en día? Todo cambia. Es así.

Existen a su vez dos maneras de estar en el mundo: puedes elegir adaptarte a los cambios e ir a rebufo del cambio impulsado por otros, o bien formar parte del cambio, esto es, ser el impulsor del mismo. Los protagonistas de este libro han decidido lo segundo: ser agentes del cambio, y para ello están constantemente reciclando su manera de ver el mundo y sus objetivos en base a su propia experiencia; huyen del apego a decisiones u objetivos pasados si concluyen que ese objetivo está caduco o ya no les aporta. Esto justamente es lo que aprenderemos en esta primera historia: es más importante seguir siempre a tu corazón en las decisiones importantes del presente que aferrarte a criterios de actuación pasados. ¿Por qué? Porque esto hace que al cabo de los años tengas la profunda convicción de que tu vida te pertenece y que, aunque las cosas no salgan como esperabas, al menos cuentas con la seguridad de que has hecho lo que consideraste correcto en cada momento, viviendo una vida alejada de los sentimientos de arrepentimiento.

Quédate cerca.

Un día de primavera del 2018 llegó a mis manos la revista Club Renfe, donde el titular de un pequeño artículo llamó mi atención: Nunca es pronto para cambiar el mundo2. El artículo hablaba de una ONG muy particular formada solo por estudiantes que creían en la educación como medio para cambiar el mundo; su presidenta, María Caso, de veinte años de edad por aquel entonces, sentenciaba al final de la entrevista: «Nos dedicamos a la educación porque construye sociedades más libres y otorga poder a los que no lo tienen».

No pude evitar sentirme atraído por esta frase ya que, como iremos viendo a lo largo de todas estas maravillosas historias, las personas que han encontrado su vocación siempre ponen el foco en el impacto positivo de sus profesiones allí donde las desempeñan.

Tras una investigación preliminar donde concluí que María era candidata para este estudio, me puse manos a la obra: conseguí su contacto a través de la ONG que ella misma fundó, Inakuwa, y tras una breve conversación telefónica decidimos vernos en Madrid y continuar con la charla. Nuestro primer contacto fue en una cafetería vintage del barrio de Malasaña. «Normalmente no me pongo nerviosa cuando tengo que hablar de Inakuwa –me dice María al poco de entablar la conversación–, ¡pero si tengo que hablar de mí puedo convertirme en un manojo de nervios!». Eso significaba que tenía ante mis ojos a una persona corriente. Poco después de comenzar aquella charla también concluiría que María no solo era corriente… también era extraordinaria.

María Caso Escudero nació en Madrid en 1998 en el seno de una familia mixta de seis hermanos; en el momento en el que mantuve mi primera entrevista con ella –mayo del 2018– estudiaba primer curso del grado de Medicina. Sus padres tuvieron una relación, digamos, poco avenida, lo que provocó que desde la adolescencia ella se centrase en sus estudios como medio para refugiarse de la situación que vivía en casa. Esta situación dio rienda suelta a su pasión por aprender cosas nuevas. Así, María se quedaba a menudo después de clase en el instituto estudiando y ayudando a otros compañeros con las tareas del día.

Desde muy pequeña, María jugaba a las mamás y a las tiendas como otras niñas, pero pronto comenzaría a sentir inquietud por el mundo y por cómo funcionaba este. Me cuenta emocionada que a los siete años se encontraba con sus padres de vacaciones en un pueblecito de Asturias, Póo. Allí, en un hotel, sus hermanos mayores le preguntaron: «Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?». A lo que María contestó: «¡Presidenta del Gobierno!». Se le ilumina la cara y continúa. «Recuerdo perfectamente que el último día de las vacaciones una mujer se acercó a mí con una tarjeta en la mano y me dijo: ‘Escríbeme una carta explicándome por qué quieres ser presidenta del Gobierno. Estoy convencida de que lo serás algún día’. ¿Sabes? Más adelante supe que se trataba de una diputada del Congreso; no solo le escribí una carta, sino varias a lo largo de los siguientes meses –continúa ligeramente emocionada–; el hecho de que alguien confiara en mí y le diese valor a lo que yo quería ser de mayor, aunque sonase extravagante, hizo que despertase más mi interés sobre aquello y que de verdad creyese que podía ser presidenta del Gobierno, ¿por qué no?».

En este punto, María reflexiona: «Siempre me interesó la política, incluso antes de decantarme por estudiar Medicina me planteé seriamente estudiar Ciencias Políticas… Aunque por el hecho de ser mujer y buena estudiante siempre tuve el peso del entorno que, directa o indirectamente, me instaba a estudiar algo diferente como si la política fuese una cosa solo de hombres –y continúa con un halo de indignación–. Lo peor es que, consciente o inconscientemente, te lo acabas creyendo. ¿Cómo se explica que llevemos más de 40 años de democracia en España y todavía no hayamos tenido una mujer presidenta del Gobierno? Es ridículo». María en este instante no puede ocultar su frustración, su indignación… Y no es para menos. Aún nos queda un buen trecho para que exista una verdadera igualdad entre mujeres y hombres. Además, soy de los que piensa que el mundo necesita más mujeres líderes, más mujeres ocupando puestos de responsabilidad; en definitiva: que la igualdad de género se vea reflejada en todos los estratos de la sociedad. Como descubriremos más adelante, esa indignación llevaría a María muy pronto a dar un giro vital de 180°. Esto es importante: los protagonistas de este libro no se quejan sin más. Es decir, señalan con el dedo aquello que consideran injusto, y no se quedan ahí, sino que pasan a la acción. No esperan a que los problemas se resuelvan: hacen por resolverlos.

Quisiera compartir una reflexión al hilo de la presión social que muchas veces ejercemos en los jóvenes instándoles a estudiar esto o lo otro, y de cómo en realidad les estamos haciendo un flaco favor aún cuando creemos que nuestra intención es noble. Padres y madres suelen llamarme cuando sus hijos no rinden en sus estudios: «A ver si consigues que estudie, porque no hay manera». Es curioso cómo muchas veces somos los adultos los que tiramos balones fuera echando la culpa al joven cuando en muchas ocasiones es tan solo una cuestión de trabajar desde las motivaciones del estudiante y no desde las motivaciones del adulto. Curiosamente, lo que más les ayuda a retomar la ilusión es que alguien les escuche de corazón, que tenga en cuenta sus inquietudes, gustos, opiniones y deseos de futuro. Una vez que se sienten verdaderamente escuchados, estos jóvenes pueden ponerse manos a la obra para formarse como medio para conseguir eso que anhelan, o al menos como manera de dar un primer pero importante paso.

De esto sabe mucho Elisa Beltrán, otra protagonista de este libro que tiene una máxima: «Enseñar a los niños desde sus intereses». Recuerdo la anécdota que me contó acerca de cómo enganchó a la lectura a un niño que quería ser youtuber y que no mostraba interés por aprender a leer porque «no es necesario saber leer para ser youtuber». Elisa le dijo: «¿Y cómo vas a entender los comentarios que te hagan? ¡A lo mejor te están diciendo algo malo y no lo sabes!». Desde ese día aquel niño se volvió de los más aplicados de clase. Eso justo es lo que le sucedió a María cuando aquella diputada le dijo «Puedes ser presidenta del Gobierno»; alguien escuchó sus palabras, las acogió y las tomó muy en serio, realimentando así el deseo de conseguirlo y la convicción de que era algo posible. Personalmente siento que los jóvenes –y los niños, recordemos que María tenía siete años cuando vivió esta experiencia– necesitan ser escuchados, necesitan que les comprendamos y que les dediquemos el tiempo necesario; si solo les damos órdenes no creo que les estemos enseñando demasiado..., salvo acostumbrarles a recibir órdenes y a obedecer. Es curioso; nos quejamos del auge de los populismos cuando los adultos solo instamos a los niños a que nos hagan caso sin invertir el tiempo necesario en explicar el fin último de esa instrucción. Recordemos que estos mismos niños serán los adultos del mañana y que, seguramente, continuarán esperando a alguien a quien seguir ciegamente, salvadores a los que obedecer sin rechistar. Es lo que han aprendido. Es lo que saben hacer. Pero… ¿es esa la sociedad que queremos?

Al poco de cumplir los diecisiete años y tras concluir el curso académico, María decidió hacer voluntariado en África para poder pensar y encontrarse: «Quería tener espacio para mí y como siempre había sentido algo especial por África, decidí dar el paso y vivir la experiencia como voluntaria; al mismo tiempo quería lanzar una señal de alerta a mis padres para que fuesen conscientes de que algo tenía que cambiar; la situación en casa comenzaba a ser insostenible». Aquí vemos una habilidad intrapersonal enorme de María: la capacidad para comprender situaciones y llegar a sus propias conclusiones derrochando madurez y responsabilidad.

Pero, ¿cómo se las ingenió María para hacer aquel voluntariado? Nos lo explica: «Siendo menor de edad sabía que a priori ninguna embajada me emitiría un visado y que ninguna asociación ni ONG en España querría responsabilizarse de mí –y continúa–; no sé muy bien cómo pero conseguí finalmente ir a un colegio en Acra, capital de Ghana, a través de una asociación local que hizo todo el papeleo legal. Pasé un mes sin estar en contacto con mis padres viviendo con una familia de allí… Ahora lo pienso y no sé ni cómo lo hice exactamente. Fue una locura que a día de hoy creo que no repetiría. ¡Ni siquiera sabría decirte cómo mi madre me permitió ir!». Tesón. Esta es otra de las características de María. Cualquier persona en su situación hubiese dicho: «Eso es imposible», «no hay manera de ir» o «¡quítate eso de la cabeza!». Pero no, María removió cielo y tierra y finalmente consiguió colaborar con un colegio de Acra a través de una ONG local que la ayudó con la logística. En el libro The luck factor, el autor Richard Wiseman comenta una de las cualidades de las personas que se consideran afortunadas: su habilidad para verse consiguiendo sus objetivos y perseverar en las acciones que sienten que les conducen a conseguirlos. Así, el empeño de nuestra protagonista de gozar de un espacio para encontrarse hizo que agotase todas las posibilidades para poder viajar aquel verano a África.

A la vuelta, María se encontró con que sus padres se habían separado. Esto me hace pensar que en realidad todos los seres humanos podemos ser maestros y aprendices; puedes aprender de tu pareja, de tus progenitores e incluso de tus propios hijos.

Tras digerir todo lo acontecido en Acra, donde estuvo impartiendo clases a niños de la calle, María tuvo una revelación: experimentó en primera persona cómo la educación proporciona empoderamiento y libertad a las personas que la reciben. Del mismo modo, se dio cuenta de que aquello que vivió fue un grano de arena en el desierto y que quería llevar a cabo más acciones y de mayor calado: «Me di cuenta de que podía tomar una parte más activa y marcar una verdadera diferencia. Pensé que podía hacerse un voluntariado bien organizado donde sí tuviese un verdadero impacto en el entorno en el que se decidiese actuar». África marcaría a María, siendo el germen de la ONG que hoy preside: Inakuwa.

Con todas estas experiencias María vuelve al instituto. Un profesor de segundo de Bachillerato resultó ser un reclutador de la Phillips Academy Andover en Massachusetts, Estados Unidos, y le propuso presentar la solicitud para estudiar allí un año antes de entrar en la universidad con una beca que cubriría el 100% de sus gastos3. María recuerda que se trabajó la solicitud a conciencia y con mucha ilusión, aunque sin ninguna expectativa ya que solo cuatro alumnos de toda Europa eran becados; de hecho, ella no tenía demasiadas esperanzas: «No buscan cerebritos que saquen buenas notas sin más; buscan gente que, además de ser buenos estudiantes, puedan aportar un valor añadido a los demás con su forma de ser, de ver el mundo y de relacionarse. ¡No sabía lo que yo podía aportarles!». Presentó la solicitud con toda la ilusión y la profesionalidad del mundo y al mismo tiempo, aún deseando que llegase a buen puerto, no tenía demasiado apego a si se la concedían o no; ella hizo su parte sabiendo que no podía controlar lo que pasase a partir de ese momento. ¿La clave de su éxito? Plantearse un objetivo deseable y centrarse en lo que hacía y disfrutarlo para conseguir ejecutar esa tarea de la manera más brillante posible y, al mismo tiempo, olvidarse de lo que trataba de conseguir a cambio mientras la llevaba a cabo. Finalmente le concedieron la beca.

«Fue una experiencia fantástica –me cuenta sobre su estancia en la Phillips Academy–; allí hice buenas amistades con chicas de Francia, Italia e incluso de Bahrein. Trabajar en un entorno multicultural me ayudó a comprender que detrás de cada ser humano hay una persona con la capacidad de aportar valor. Cuando teníamos que sacar un proyecto adelante simplemente nos olvidábamos de nuestro lugar de origen o religión: lo que veíamos era otro ser humano que podía aportar algo valioso y completar la tarea; era curioso ver cómo al final el trabajo de la otra persona lo acababas haciendo tuyo y viceversa. Fui consciente de que los prejuicios son probablemente una de las grandes lacras del desarrollo y la convivencia –y continúa–; además, me empapé de lo bueno de la cultura americana: están convencidos de que todos tenemos algún talento para algo; se esmeran en que experimentes para que puedas destapar ese talento y apostar por él en la vida profesional».

Durante su estancia en EEUU, a María le ofrecieron ingresar en varias universidades americanas, aunque declinó todas las ofertas: «Me apetecía disfrutar al 100% la experiencia de la Phillips Academy, y el hecho de comenzar el proceso de selección para entrar en la universidad de turno me hubiese despistado mucho. Además, aunque aquel mundo universitario me atraía, sentía que de momento mi sitio estaba en Madrid; quería aportar mi granito de arena al mundo actuando desde una cultura y un entorno conocidos, para tener así más impacto, y eso era imposible si me iba a vivir a Estados Unidos». Intuición y contribución, dos sentimientos aliados en las personas corrientes que viven vidas extraordinarias. Aquella decisión le permitió vivir ese año muy centrada donde, además del evidente aporte académico, conoció a un montón de gente con la que pudo intimar y fortalecer lazos. Su experiencia en la Phillips Academy también le hizo vivir la otra cara de la cultura norteamericana: «Están demasiado centrados en producir y en obtener beneficios, en detrimento del aporte social de tu idea» concluye María con un tono más serio.

En este punto quise retarla un poco y le pregunté acerca de la posible oportunidad perdida por no estudiar en EEUU, si no perdió un tren que solo pasa una vez. María me mira a los ojos y con voz firme me dice: «Creo que si eres bueno haciendo lo que haces te abrirás camino allá donde estés. En este sentido creo que es más importante encontrar tu sitio donde realizarte como persona que el hecho de estudiar en una determinada universidad». María tiene confianza plena en que conseguirá llegar a buen puerto siempre que siga el camino marcado por su corazón, por su intuición y por su buen hacer; es su forma particular de proporcionarse confianza, motivación y suerte. Aquello no fue una oportunidad perdida. Aquello no fue un tren al que había que subirse simplemente porque pasaba. ¿Sabes? Los trenes están pasando constantemente, a todas horas. Más importante que subirte al primer tren que se cruce en tu vida es preguntarte: ¿a dónde quieres ir? Y luego súbete al tren que va en esa dirección.


Proyecto Inakuwa4



Era mayo del 2017. Estando todavía en Estados Unidos, María recibió una llamada. Al otro lado del teléfono estaba Jesca, una abogada tanzana que había dado con ella a través de una conocida común que sabía de su experiencia educativa en Ghana. Jesca tenía una propuesta para María: liderar un proyecto ese mismo verano que perseguía aumentar la independencia de un grupo de unas setenta mujeres utilizando la educación como medio para conseguirlo. La idea de organizar esas formaciones cautivó a nuestra protagonista: «Tuve la sensación de que aquello era importante, así que acepté la propuesta. Para llevarlo a cabo tenía claro que no solo necesitaba volver a Madrid para darle verdadera forma a ese proyecto, sino que también haría falta más tiempo para montar un equipo serio y competente que afrontase ese reto con garantías; finalmente le propuse a Jesca tenerlo todo listo para el verano del año 2018». A su regreso a España en septiembre del 2017, nuestra protagonista se matricula en Medicina y a su vez siente la necesidad de reconectarse con el mundo de la cooperación directa: «Aunque había colaborado puntualmente con Cruz Roja en EEUU, quise volver a vivir una experiencia como voluntaria así que pasé varios días en el centro BASIDA de un pueblecito de Ávila donde reconecté con la Humanidad a través de historias asombrosas, y algunas también trágicas, pero que representan el mundo en el que vivimos». María me cuenta por ejemplo que en aquel centro conoció el caso de una persona de Burundi que atravesó toda África, cruzó el Mediterráneo y al llegar a España contrajo el SIDA y terminó en una silla de ruedas. Historias como esta avivaron en ella la llama del voluntariado y la cooperación, así que tras aquella temporada como voluntaria decidió volcarse en el proyecto de formación en Tanzania que posteriormente daría nacimiento a Inakuwa.

En todas sus experiencias previas –África, EEUU, Bachillerato o BASIDA– se había percatado de que a la hora de resolver un problema, siempre surgen más ideas, enfoques diferentes y más soluciones trabajando conjuntamente con otras personas: «Cuando trabajas en equipo todo se multiplica; la energía que se genera es mucho mayor así que el impacto que consigues ahí fuera es mucho más grande. Además, trabajar en equipo hace que no te sientas solo y convierte la experiencia en algo mucho más enriquecedor y divertido. Solo le veo ventajas». Con esta filosofía lo primero que hizo María fue reclutar gente para su proyecto de formación en Tanzania: «Empecé a explicar el proyecto a un montón de personas de confianza y me alucinó la aceptación que tuvo –cambia la voz a un tono más agudo y hablando más rápido me dice–: Yo no entendía nada, ¿cómo podían confiar en mí cuando les decía que íbamos a impartir formación en materias de las que todavía no teníamos ni tan siquiera temario y a través de una organización que por entonces era inexistente? Ante mi sorpresa muchas personas se sumaron al proyecto». Esta es otra de las cualidades de los protagonistas de este libro: inspiran. ¿Por qué? Porque la causa a la que sirven es tan importante para ellas que consiguen convencer –y conmover– a otros para que los acompañen en el viaje. Son 100% pasión y energía, y eso basta para embelesar a las personas y conseguir animarlas y hacerlas partícipes del proyecto.

En uno de mis viajes a Madrid tuve la oportunidad de compartir una comida con algunos de los vocales de la ONG y les hice esa misma pregunta: «¿qué hizo que os subieseis al carro?». He aquí la respuesta: «Por un lado me parecía una locura, aunque por otro veía a María tan entregada y entusiasmada que quise unirme al proyecto». Una vocal me dijo: «Me parecía todo un tanto precipitado, una locura, aunque viniendo de María ni me lo pensé. Si María creía que aquello era factible es que efectivamente se podía llevar a cabo». Así, una vez que aunó un equipo mínimo, comenzaron a presentar el proyecto en clases de la universidad para captar a voluntarios que los ayudasen a dar los primeros pasos: constituir la ONG, crear la web, captar y gestionar fondos, administrar redes sociales y un largo etcétera.

Durante la creación de la ONG, María tenía claro que los formadores tenían que ser jóvenes estudiantes: «Parte de lo que quiero demostrar es que los jóvenes podemos aportar mucho a la sociedad; con este proyecto ponemos en valor y en el centro del mapa la función de los jóvenes ya que siento que en general no nos tienen demasiado en cuenta –y continúa–: la acogida desde la universidad fue fantástica y nos dejaron presentar el proyecto en Madrid, Barcelona y otras ciudades donde contábamos la importancia de la educación para conseguir sociedades más libres. Era alucinante ver cómo las personas se acercaban tras la presentación para saber más y ofrecerse para colaborar». María hace hincapié en que su objetivo era no solo implicar a estudiantes, sino también demostrar que se podía hacer una labor profesional y directa: «Creo que el problema actual con la cooperación es que no se sabe muy bien lo que se hace cuando donas dinero; en organizaciones como Inakuwa damos la posibilidad de hacer una cooperación directa, bien haciendo trabajo de campo como formador o bien como gestor de alguno de los departamentos».

¿Qué labor hace exactamente Inakuwa? En muchas culturas, la mujer juega un papel vertebrador: es quien cría a las nuevas generaciones y, si consigue mejorar su calidad de vida a la par que gana confianza y autonomía –por ejemplo, aprendiendo a leer y escribir o accediendo a un trabajo digno–, estas mejoras se proyectarán también sobre el resto de la comunidad. En el momento en que escribo estas líneas

–verano del 2019– María se encontraba en el pueblo de Rau, en Tanzania; «Les damos formación básica en aquellos ámbitos que, tras una investigación previa con Jiendeleze, una ONG local, consideramos que pueden tener más impacto en la vida de estas mujeres y de la sociedad en general en el corto plazo. Por ejemplo, educación sexual para que comprendan mejor su cuerpo, alfabetización y matemáticas para que puedan gozar de un grado mínimo de independencia y confianza en sí mismas, nutrición para que mejoren su dieta con los productos que tienen a su alcance, clases de cerámica para que puedan tener utensilios de cocina básica con la tierra de su propia aldea, o clases de costura, para que aprendan un oficio y ganen autonomía accediendo a un trabajo digno». María me habla de otras formaciones como la agricultura, importantísima para el sustento de la población: «Hasta el año pasado los huertos se echaban a perder en la época de lluvias; tras una investigación previa, decidimos enseñar la técnica del bancal profundo y la comunidad la aplicó al huerto común; su rendimiento ha mejorado muchísimo y esto ha animado a más mujeres a asistir al curso este año para que esos conocimientos los puedan aplicar a sus huertos individuales –continúa animada–. Estamos muy contentos, la verdad. El primer año estuvimos un mes en Tanzania, pero este año, el 2019, ya hemos tenido que crear dos grupos para cubrir julio y agosto. El trabajo del primer año generó mucho interés en las mujeres y este segundo año muchas más se han interesado por los cursos que ofrecemos, incluso ya estamos instruyendo a personas locales para que continúen la formación en algunos aspectos críticos que impactan en su economía y confianza personal como son la alfabetización, las matemáticas, la costura o la economía básica para montar un negocio». En realidad, Inakuwa consigue algo maravilloso: crear un lugar de encuentro entre las mujeres –más allá de un espacio de formación–, donde hablan de sus verdaderos problemas, inquietudes y necesidades que a su vez se materializan en nuevas iniciativas y proyectos.

María me cuenta que su objetivo no es solo ayudar a la población, sino también crear un protocolo de actuación que se pueda exportar a más lugares del planeta incluyendo el análisis de necesidades de formación, colaboración con autoridades y asociaciones locales y labores de concienciación social. Uno de los aspectos más importantes del programa es conseguir la autosuficiencia de la población en el menor tiempo posible: «Uno de los objetivos es que las labores de desarrollo continúen en nuestra ausencia; por eso formamos personas locales en las competencias clave detectadas de modo que estas a su vez puedan continuar, de forma remunerada, la labor formativa en esa comunidad y también en comunidades vecinas; de ahí la importancia de colaborar estrechamente con las autoridades regionales, para que comprendan la importancia y el impacto positivo de esta intervención y fomenten la expansión del proyecto a otras comunidades». Para Inakuwa, la figura del formador no es un mero transmisor de conocimiento: «Para nosotros va mucho más allá de impartir la materia: los formadores están atentos a la aparición de nuevas necesidades dentro de su especialidad que tal vez solo ellos pueden ver, investigan posibles mejoras, hacen labores de campo para mejorar sobre la marcha el curso o bien crear las bases para otro diferente más potente».

Inakuwa quiere de verdad marcar una diferencia en la autonomía de las mujeres, por eso hace estudios sobre qué oficios o maneras de ganarse la vida pueden ser más viables y accesibles para la comunidad, siempre partiendo de iniciativas de las propias mujeres y poniendo las decisiones importantes en sus manos: «Queremos ser facilitadores, catalizadores; no queremos que la comunidad dependa directamente de nuestra actuación». Así, María me cuenta que plantearon crear una piscifactoría; Inakuwa visitó hasta quince que se encontraban en una zona similar para valorar su viabilidad atendiendo al clima, el terreno o las comunicaciones. Tras el estudio constataron que no solo era viable económicamente, sino que también respondía a una necesidad real como suministro de proteínas de origen animal: «Ya estamos creando la piscifactoría y son ellas quienes deciden el tamaño de las piscinas, las especies de peces o la organización del mantenimiento. Ellas controlan el proceso, nosotros las ayudamos en el camino y nos aseguramos de que esas mismas mujeres locales que están adquiriendo este conocimiento lo pasen al resto de la población cuando ya no estemos». María me cuenta la importancia de trabajar con las autoridades locales: «Evidentemente esto no podría tener tanto impacto sin contar con el apoyo del gobierno local; en este caso, además, las autoridades accedieron a proporcionar el agua para la piscifactoría de forma gratuita siempre y cuando el espacio se utilizase también para dar formación de emprendimiento a otras personas que deseen aprender de su experiencia –continúa más seria–. Son los gobiernos los que deberían estar haciendo esta labor; para concienciarlos creamos sinergias y relaciones profundas donde en reuniones semanales nos pedimos colaboración mutua y aprendemos unos de otros; les damos información de campo sobre las necesidades reales de las mujeres con las que trabajamos a nivel sanitario, económico, etc., para que conozcan mejor el perfil de su población y puedan así planificar políticas de desarrollo útiles».

María me cuenta que uno de los objetivos colaterales de Inakuwa es fomentar la concienciación social en el mundo occidental –en particular en Madrid y en España– a través de diferentes iniciativas: jornadas de puertas abiertas, mostrar África en positivo a través de documentales, «para que la gente sepa que África no es esa imagen oscura; al contrario, África es luz, color, ideas, iniciativas, cultura». Inakuwa también está en contacto con la Universidad Complutense de Madrid para tratar de introducir asignaturas relacionadas con la Agenda 2030 de la ONU para el desarrollo sostenible, así como en colegios e institutos: «Si conseguimos que los jóvenes en particular y la sociedad en general tengan en cuenta otros factores más humanos, conscientes, contributivos además de los económicos, tendremos un impacto muy grande en todo el mundo ya que esa humanidad y ese deseo de contribución lo podrán difundir en los contextos donde ejerzan».

Sí, querido lector, ¡yo también me he enamorado de María! Qué duda cabe de que la sociedad del futuro, como bien dice Jordi Pigem en su libro Buena crisis, será «postmaterialista»… O no será. Construir la sociedad del futuro requerirá ir más allá del fin puramente instrumental de tu profesión; requerirá hacerse la pregunta: ¿en qué sentido el mundo puede ser un lugar mejor a través de mi trabajo?

En una de nuestras últimas entrevistas personales, en mayo del 2019, María estaba terminando el segundo curso del grado de Medicina y habíamos acordado vernos para revisar mis notas de su historia. Había pasado un año aproximadamente desde nuestro primer encuentro en aquella cafetería en Madrid cuando, al poco de comenzar nuestra charla me dice: «Iván, hay algo importante que quiero decirte… ¡Espero que no me mates!». Aquí, sin lugar a dudas, comienza una de las grandes lecciones que nos transmite esta historia: «¿Qué sucede?» pregunté intrigado. «Pues, verás, con todas las vivencias que he tenido en los últimos meses tanto personales como con Inakuwa, he tomado una decisión importante –María continúa con una sonrisa de oreja a oreja–. He decidido comenzar el curso que viene un doble grado de Ciencias Políticas y Filosofía y dejar Medicina en un segundo plano».

¡Bum!

¿Mi reacción? Felicitarla por la decisión. «En cierto modo no me sorprende –le dije sonriendo–; esta es justamente una cualidad que me he encontrado en todos vosotros: estáis constantemente haciendo ensayo y error, reciclando vuestros objetivos y tomando nuevas decisiones acordes a vuestra experiencia. ¡Enhorabuena por la decisión!». María se echó a reír. «No te creas, ¡no ha sido una decisión fácil! Mis allegados me han insistido en que continúe estudiando Medicina; así y todo, la decisión está tomada y ya he movido todos los hilos para comenzar el doble grado en septiembre». Como el lector irá descubriendo, son justamente estas decisiones difíciles las que a la larga hacen que nuestros protagonistas terminen encontrándose a sí mismos y aportando a los demás desde su verdadera esencia como seres humanos.

Las personas de este libro se dedican a lo que aman y son talentosas porque siempre han sabido escuchar a su corazón y centrarse en aquello que sentían que tenía más sentido a cada instante; esto es justamente lo que hace que no les cueste y que hagan fácil lo difícil. Así, María no comenzó a estudiar Medicina solamente porque se le daba bien, ni mucho menos porque tenía salida. A María le apasiona aprender, le encanta trabajar en equipo y, además, a cada momento estudia algo que siente que es importante para marcar una diferencia en el mundo. Esto, amigos, es lo que hace que, en realidad no le cueste estudiar. María había alineado su pasión –aprender– con su deseo de contribuir a través de una profesión de acción directa como ser profesional de la salud. «Al principio creía que estudiando Medicina también podía aportar mi parte al mundo ya que siempre he creído en la acción directa; tenía la sensación de poder salvaguardar directamente el bien más preciado e inalienable: la vida. Finalmente me di cuenta de que si lo que quería era hacer llegar una ayuda de calado a la población debía estudiar algo más enfocado a poder actuar desde instituciones públicas; ahí es donde creo que hay más medios y más rango de maniobra. Hay una cosa de la que estoy convencida: estos dos años en la universidad han sido muy importantes para tener más seguridad en mí misma cuando hago labores de voluntariado de campo». Así, debido al modo tan holístico y abierto que tiene María de ver la vida, no solamente estudia en la universidad, sino que en paralelo se forma en la Escuela de Liderazgo Universitario para aprender más sobre sí misma y cómo relacionarse eficientemente con otras personas a través del conocimiento de la historia, la antropología, los derechos humanos o la espiritualidad.

María ha resuelto por sí sola el enigma de la motivación y el sentido de la vida: moverte siempre en contextos donde sientes que disfrutas, que eres excelente y que además tienes un sentido contributivo que va más allá de lo que tú vas a sacar a cambio. Si tienes poder de influencia sobre adolescentes, entenderás por qué un simple «estudia para ganarte la vida» o «estudia para tener opciones» no es para nada motivador cuando tienes trece o catorce años. ¿Por qué? Porque no se entiende. Es demasiado abstracto. Estás tratando de que alguien invierta un montón de horas de su tiempo en algo que solo le dará, teóricamente, frutos en el largo plazo. Tal vez estos mensajes tienen mucho sentido para quien los dice, no lo niego, pero tienen bastante poco o nulo impacto en un joven. Te hará caso –en el mejor de los casos– porque tienes autoridad sobre él y depende de ti, pero no porque crea en lo que le estás diciendo. O, peor aún, se lo creerá, pero, ¡ay de ti como no obtenga ese trabajo o remuneración deseados! Está emergiendo una nueva forma de comprender la educación de modo que cambiemos el anticuado paradigma actual por uno más encaminado a conseguir que cada vez más personas lleguen a la situación en la que está María: disfrutar del camino sabiendo que eso le ayudará a marcar una diferencia en el mundo.

María se ve a sí misma involucrada activamente en la política y también en la acción social en países más pobres. «Seguramente acabaré creando un partido político –me dice sonriendo, aunque no por ello menos convencida–; siento que también estaré volcada en África todo lo que me dé la vida. Estoy convencida de que para conseguir un futuro mejor para todos tenemos que nivelar los derechos de las personas en general y de las mujeres en particular en los países más desfavorecidos». En este momento le pregunto qué mundo le gustaría ver ahí fuera; la respuesta no tiene desperdicio: «En realidad sueño con un mundo más ‘de verdad’; un mundo donde la gente no se ponga máscaras, un mundo donde nadie pueda sentirse legitimado a mentir o a cometer actos de dudosa ética para vivir. Mi mundo ideal es un mundo donde cada persona elige su profesión y su manera de vivir y ganarse la vida. Un mundo donde los médicos lo sean porque sienten que es su vocación, no solo porque sea prestigioso o porque proporcione acceso a una remuneración determinada, por ejemplo. Y lo mismo con cualquier otra profesión: ¿para qué estudias Derecho? ¿Para poder tener un título determinado que te pueda dar más opciones laborales o para defender los derechos de las personas en algún ámbito en concreto? Lo segundo es lo deseable ya que será una decisión vocacional y con hambre de contribución; lo primero te mete en una competición donde solo estudiarás para ganar prestigio y merecimiento social –y concluye–: un mundo de verdad, eso es lo que quiero. Para conseguirlo necesitamos más personas que decidan la dirección de su vida atendiendo a su vocación y a su deseo de ayudar a otros». Simple y llanamente maravilloso. No se imagina el lector lo que he disfrutado escribiendo el párrafo anterior sabiendo que no son palabras mías –aunque podrían serlo perfectamente ya que suscribo hasta la última coma–, sino que vienen de una generación que ya está empujando y retando a algunas mentes anquilosadas y ancladas en maneras caducas de comprender la vida en general y el trabajo en particular.

«Entonces, ¿cómo estás contribuyendo tú a crear ese mundo?» le pregunté a María. He aquí su brillante respuesta–: «Pues… haciendo. Soy de las que piensa que una acción vale más que mil palabras; los libros son necesarios y las palabras también, aunque no tienen el mismo impacto que el ejemplo directo de una acción concreta. Y no hablo de hacer grandes cosas, ¡qué va! La ética y el ejemplo están en las cosas pequeñas, en tu día a día, en todos los contactos que tienes con el mundo desde que te levantas por la mañana… No puedes aspirar a ser ético y contribuir para cambiar el mundo si no atiendes a las pequeñas acciones del día a día. El ejemplo que proyectas sobre los demás, esa es la mejor manera de contribuir a crear un mundo mejor». María conoce a la perfección las leyes de la coherencia, la contribución y la educación. ¿Cómo aspiras a liderar un equipo de trabajo si tú mismo no sabes liderarte? ¿Cómo esperas ayudar en África si no puedes ayudar a tu allegado o a tu vecino? Del mismo modo, María y los protagonistas de este libro no ven el trabajo simplemente como un medio para ganarse la vida, ¡nada de eso! Ganarse la vida a través de lo que hacen es tan solo una recompensa o un efecto secundario de la verdadera razón por la que trabajan: poder aportar su granito de arena para que el mundo sea un lugar mejor en aquellos contextos donde actúan. Así, mimar su entorno y echar un cable siempre que puede es algo importante también en la vida de María: «Me encanta pasar tiempo con mis amigos y la gente que quiero; procuro quedar y charlar con las personas para tratar de mejorar sus vidas, sobre todo si están pasando un mal momento. Creo que es importante estar ahí y crear el mundo desde las cosas pequeñas –y concluye–: tengo la convicción de que, así como haces algo pequeño, así harás algo grande. No puedes ayudar a cien mujeres en Tanzania si no eres capaz de ayudar a un amigo cercano».

En el momento en el que mantuve las entrevistas con María, Inakuwa estaba creciendo mucho y muy rápido. En julio del 2018 eran quince voluntarios y en enero del 2019 ya eran más de ochenta, de modo que lo que funcionaba a nivel organizativo hacía unos meses comenzaba a dar síntomas de agotamiento… De algún modo María sentía que Inakuwa se le podía escurrir entre los dedos. Como no podía ser de otro modo, yo quería ayudarla en su maravilloso proyecto, así que le propuse echarles una mano del modo que creí más valioso en ese momento. A través de unas sesiones de coaching de equipo, los directivos y vocales de la ONG podrían decidir cómo querían trabajar y organizarse para sostener ese crecimiento con éxito, amén de reconectar con sus valores e identidad como organización. María no se lo pensó ni un instante: adelante. Total, hablé con una compañera, Andrea Caride, con la que ya había trabajado en Anantapur, India, en el otoño del 2018 para los directivos de la Fundación Vicente Ferrer, y preparamos dos sesiones. Aquella experiencia fue alucinante tanto para Andrea como para mí –y me consta que también lo fue para Inakuwa–. Aprendimos lo que no está escrito. Descubrimos en primera persona el empuje, las ganas, la seriedad, la intensidad, la madurez, la profesionalidad, la claridad y el deseo de contribución de todo el equipo de líderes de la organización. Quince jóvenes en su mayoría universitarios que nos alegraban el día tras cada sesión. Tras ver en acción a estas almas libres supimos que hay esperanza. Supimos que el mundo está en buenas manos. Personalmente confirmé que existen dos realidades: la que te cuentan en los medios de comunicación y la que experimentas en la vida real. No digo que no haya todavía mucho por hacer ahí fuera para mejorar este mundo; queda por hacer, y mucho. Por eso existen organizaciones como Inakuwa. Hay muchas personas que están haciendo cosas bellísimas y absolutamente necesarias ahí fuera; tan solo tenemos que permitirnos verlas. Y eso también forma parte del mundo. Te invito a que también centres tu atención en ellas.

Termino con una reflexión personal: señalar lo que no nos gusta con el dedo está bien, aunque no soluciona nada. No cambia nada el hecho de que te guste o no una determinada realidad. Te invito a que pienses: ¿cómo puedo contribuir a mejorar esa situación? ¿Qué acciones concretas puedo llevar a cabo para objetivamente ser parte de un cambio positivo de esa realidad que no me gusta? Te animo a que pases a la acción, y, si no sabes por dónde empezar, busca iniciativas que ya estén en marcha y colabora con ellas.

¿Sabes? Soy de los que piensa que el mundo no se cambia: el mundo se crea. A cada instante estás creando el mundo en el que vives. Lo creas en cada contacto con otro ser humano, en cada conversación. Lo creas cuando te levantas por la mañana y das los buenos días a tu pareja. Lo creas cuando das las gracias al camarero que te sirve ese café calentito y humeante por la mañana. Lo creas cuando agradeces una ducha a presión, porque, créeme, la echas de menos cuando no la tienes. Lo creas cuando buscas tu propio beneficio a la par que el beneficio de los demás. Porque la vida no trata de elegir una cosa u otra… ¡Qué va! Se trata de comprender que las dos partes deben tenerse siempre en cuenta.

Tú. Y los demás.


Si quieres escuchar a la protagonista contando su historia en primera persona, puedes hacerlo con ayuda de este bidi:

1 El número aproximado de células que mueren y nacen en el cuerpo humano fue sacado de este artículo del periódico El País: https://elpais.com/elpais/2017/04/19/buenavida/1492611746_017597.html

2 El artículo por el que supe de María por primera vez se encuentra en el número 27 de la revista Club Renfe; puedes ojear ese número en este enlace: https://issuu.com/prisarevistas/docs/renfe27

3 La Phillips Academy Andover es probablemente el colegio de alto rendimiento más prestigioso de Estados Unidos especializado en cursos preparatorios para la universidad; prestigioso hasta el punto de que las universidades más importantes se fijan en sus alumnos para comenzar los procesos de selección y reclutamiento.

4 Puedes saber más de Inakuwa aquí: http://inakuwa.org

La extraordinaria vida de la gente corriente

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