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¡PELIGRO! TEÓLOGO TRABAJANDO La intención de estos capítulos

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Un libro favorito con ilustraciones para niños de tres años: Soy un conejito, observa la vida desde el punto de vista de un conejo. Sobre esa base, este libro bien podría llamarse Soy un teólogo. Dicho título nos sonaría como presuntuoso, elitista, y prepotente al máximo. Al igual que una plomada, hundiría al libro y su autor directamente en el olvido. Sin embargo, como una declaración de compromiso más que una afirmación de aptitudes, no sería del todo inexacto. Mi objetivo es señalar algunos problemas que un teólogo no puede evitar ver y satisfacer en relación con ellos, lo mejor posible, el rol apropiado y característico del teólogo.

¿Qué es eso? Bueno, ¿qué es la teología? (¡Siempre debemos comenzar por el principio!) La teología es uno de esos términos (de los cuales no hay muchos) cuyo significado lo aclaran sus orígenes. La teología viene de dos palabras griegas: theos (Dios) y logos (discurso, alocución, argumento), y significa sencillamente hablar de Dios o, más completamente, pensamientos acerca de Dios expresados en declaraciones sobre Dios. Los pensamientos acerca de Dios son únicamente correctos cuando cuadran con los pensamientos propios de Dios sobre sí mismo; la teología es únicamente positiva cuando permitimos que la verdad revelada de Dios, o sea, la enseñanza de la Biblia, penetre nuestra mente. De modo que la teología es un ejercicio auditivo antes que vocal. Es el intento de escuchar lo que la Confesión de Westminster I.x denomina “lo que habla el Espíritu Santo en las Escrituras” y luego aplicar lo que dicen las Escrituras para corregir y dirigir nuestra vida. Nosotros traemos nuestras dudas y preguntas a la enseñanza de la Biblia para encontrar soluciones, y permitimos que Dios nos haga preguntas, en esa misma enseñanza y por medio de ella, sobre la forma en que pensamos y vivimos. Se le da el nombre de teólogo a todos aquellos que nos ayudan con este proceso.

Existe un sentido en el cual todos los cristianos son teólogos. Por el simple hecho de hablar de Dios, digamos lo que digamos, nos convertimos en teólogos, así como al oprimir las teclas de un piano, suene como suene, nos convertimos en pianistas. (Mientras yo escribía el primer borrador de este libro, mi nieto de veintitrés meses estaba cumpliendo con el rol de pianista.) La cuestión es si somos buenos o malos. Sin embargo, así como en el discurso secular, la palabra pianista se reserva para los intérpretes competentes, así en la alocución cristiana, la palabra teólogo se reserva para aquellos que en cierto sentido se especializan en el estudio de la verdad de Dios.

¿Qué utilidad tienen dichas personas? ¿Existe alguna tarea en particular en la cual deberíamos solicitar su ayuda? Sí, la hay. Junto al lago, en un centro turístico que conozco, se erige un edificio rotulado grandiosamente Centro de Control del Medio Ambiente. Es una planta de tratamiento de aguas residuales que se encuentra allí para asegurarse de que nada contamine el agua; su personal está compuesto por ingenieros y especialistas en el tratamiento de las aguas cloacales. Piense que los teólogos son los especialistas en el tratamiento de las aguas residuales de la iglesia. Su rol es detectar y eliminar la contaminación intelectual y asegurarse, en lo posible, de que la verdad vivificante de Dios fluya pura y sin veneno a los corazones cristianos.

Su llamado los obliga a actuar como los ingenieros del agua, que intentan lograr mediante su predicación, enseñanza, y exposición bíblica que el flujo de la verdad sea fuerte y constante; pero deseo retratarlos en particular como los que están a cargo de eliminar las aguas residuales espirituales. Ellos deben analizar el agua y filtrar todo lo que confunda la mente, corrompa el juicio, y distorsione la forma en que los cristianos perciben su propia vida. Si ven que los cristianos van por el mal camino, deben encauzarlos nuevamente en la senda correcta; si los ven titubeantes, les deben dar certeza; si los encuentran confundidos, los deben ayudar a aclarar las cosas. Es por esa razón que este libro podría llamarse Soy un teólogo, porque eso es precisamente lo que estoy tratando de hacer.

Los capítulos que siguen tratan sobre algunas preguntas cruciales con respecto a las cuales los cristianos se sienten a menudo titubeantes y vacilantes. Todas estas preguntas tienen un giro directamente personal. ¿Qué desea hacer Dios en su mundo a menudo tan desconcertante y agonizante? ¿Quién tiene derecho a afirmar que lo conoce? ¿Qué requerirá de mí la santidad? ¿Cómo me guiará Dios? ¿Acaso me guiará? ¿Existe algo semejante como la sanidad divina? ¿Qué debería esperar de Dios cuando estoy enfermo o cuando me siento roto en mil pedacitos? ¿Cómo debería reaccionar a mis propias reacciones frente a las cosas, y a la condición actual de la iglesia? Estas son algunas de las preguntas sobre las cuales agrego mi pequeña contribución al caudal de debates cristianos. Son preguntas importantes que a menudo reciben respuestas incorrectas, y yo deseo poder decir lo que puedo acerca de ellas.

EL TRAZADO DE UN MAPA

¿Qué tendría que hacer un teólogo cuando se enfrenta a preguntas de esta naturaleza? Imagínenselo de esta manera: Tendría que trazar un mapa de cada situación problemática de vida, con todos los factores humanos involucrados, y luego superponer todas las enseñanzas bíblicas relevantes y las consideraciones basadas en la Biblia. La escala del mapa tendría que ser bastante grande. El mapa es para ser utilizado cuando caminamos a campo traviesa, así que es importante que los detalles sean correctos.

La vida cristiana es como un viaje a campo traviesa, con cercos y zanjas, subidas y bajadas, lugares agrestes y lugares tersos, desiertos y pantanos. Periódicamente hay tormentas y neblinas salpicadas por los rayos del sol. El propósito del mapa es permitir que el caminante encuentre en todo momento su camino, no importa cuál sea el terreno o el clima. Con un buen mapa, él podrá reconocer el terreno a su alrededor, relacionar las características que observe con el paisaje más amplio, y ver en cada etapa hacia dónde enfilar. El objetivo apropiado de la teología es capacitar a los discípulos de Jesucristo para la obediencia. Los mapas que trazan los teólogos no son simplemente para poseerlos, como tantas de las riquezas intelectuales, sino para que el creyente los utilice para encontrar la ruta de su peregrinaje personal en pos de su Señor.

Recurriremos a detalles técnicos (a veces imposibles de evitar tanto en la teología como en todo campo de estudio científico) sólo con el fin de obtener simplicidad. La simplicidad de principio, una vez que se la alcanza, permite la sencillez de la práctica. Los mejores mapas teológicos son claros y poseen siete cualidades básicas.

Primero, son exactos en su presentación del material, tanto humano como bíblico. Nada puede compensar aquí al fracaso.

Segundo, están centrados en Dios, reconociendo la soberanía divina en el centro de todo y mostrando el control de Dios de los acontecimientos problemáticos, tanto reales como imaginarios.

Tercero, son doxológicos, dando gloria a Dios por sus gloriosos logros en la creación, providencia, y gracia, y estimulando un espíritu de adoración y fervor con júbilo y confianza en todas las circunstancias.

Cuarto, están orientados al futuro, porque el cristianismo es una religión de esperanza. Con frecuencia, el único sentido que la teología puede encontrarle a las tendencias, condiciones, y patrones de conducta presentes, ya que tanto marcan a la sociedad como afectan a los individuos, es diagnosticarlos como frutos del pecado y plantear la promesa de que un día Dios los exterminará y revelará algo mejor.

Quinto, están relacionados con Cristo de dos maneras. Por un lado, ellos proclaman la importancia de Jesús nuestro mediador, profeta, sacerdote, y rey, en todas las relaciones presentes de Dios con la raza humana y sus planes futuros para ella. Por otro lado, ellos vuelven a formular nuestras dudas abstractas convirtiéndolas en un asunto práctico de seguir fielmente al Salvador que amamos a lo largo del sendero de la abnegación y el sacrificio en la cruz, de acuerdo con su propio llamado explícito (véase Lucas 9.23). Ellos nos muestran cómo caminar pacientemente con Él a través de experiencias que abaten nuestra mente y que nos parecen la muerte, hacia una realidad percibida como resurrección personal interior. Ésta es la forma bíblica de vivir la vida cristiana, y los buenos mapas teológicos nos conducen directamente a ella.

Sexto, dichos mapas se centran en la iglesia. El Nuevo Testamento presenta a la iglesia como algo esencial en el plan de Dios. Los cristianos no deben marchar por la vida en aislamiento sino en la compañía de otros creyentes, apoyándolos y siendo apoyado por ellos.

Séptimo, los buenos mapas teológicos se concentran en la libertad. Están sintonizados con los procesos para tomar decisiones de los hombres y mujeres auténticamente cristianos, o sea, las personas que saben que no están sujetas a la ley como sistema de salvación, y sin embargo desean vivir según ella, primero, por amor a su Señor que así lo desea; segundo, por amor a la ley misma, que ahora los deleita con su visión de justicia; y tercero, por amor a sí mismos, ya que saben que no existe verdadera felicidad para ellos aquí o en el más allá sin santidad. La libertad de lo que nos restringe y esclaviza es el aspecto negativo de la libertad para la satisfacción y el contento que constituyen la verdadera felicidad, y es esta realidad positiva de la libertad santa y feliz en Cristo que la teología debe tratar de promover siempre.

La buena teología convoca constantemente decisiones deliberadas y responsables sobre cómo vamos a vivir, y nunca se olvida de que las decisiones cristianas son compromisos a actuar en base a principios (no acorde a un conformismo ciego), contraídos en libertad (no como resultado de presiones externas o intimidación), y motivados principalmente por nuestro amor a Dios y a la justicia (no por temor). Por ende, la buena teología moldea el carácter cristiano, sin degradarnos ni disminuirnos sino más bien realzando la dignidad que nos ha dado Dios.

¿Es la teología peligrosa, como mi título para este capítulo parece indicar? No en sí misma, a menos que se la ejecute basándose en principios falsos—sin embargo, existen ciertamente peligros para aquellos que toman a la teología en serio, aunque los peligros sean mayores para aquellos que no lo hacen. Si descuidamos la teología, tarde o temprano, no importa cuán buen intencionados podamos ser, cometeremos errores garrafales que quizás nunca reconozcamos como errores. El resultado puede ser triste, quizás lo más triste que nos podamos imaginar.

Sin embargo si le ponemos atención a la teología nos encontraremos atraídos hacia la perdición farisaica del arrogante sabelotodo que les dice a los demás lo que tienen que hacer mientras que él se olvida que tiene que hacer lo mismo. Aquellos que trabajan arduamente teologizando, ya sea como profesionales o a partir de un interés general, tienen que luchar en contra de estas dos tentaciones gemelas. La primera es verse a sí mismos como cristianos superiores porque saben más que los demás, y la segunda es eximirse de las obligaciones que comprometen a los demás, como si su pericia los colocara en una clase exclusiva en la cual no se aplican las reglas generales.

Cada miembro de nuestra raza caída se ve tentado a satisfacer el orgullo en alguna forma, porque el orgullo es de la esencia de nuestra herencia de pecado original; y ésta es la forma repetida en la que los aspirantes a teólogos, clérigos y laicos, académicos y pastores por igual, tienen que toparse con esa tentación. Sin embargo, el ideal de Dios para nosotros es que siempre pensemos y hablemos y vivamos en la manera expuesta en los párrafos anteriores, y la honestidad humilde con la que tratamos de conformarnos a ese ideal es la única forma piadosa de hacerlo. La discusión teológica de las preguntas involucradas en el conocimiento de los planes de Dios para nosotros debe siempre tratar de llevarnos por ese camino.

Es innegable que muchos tratamientos teológicos de las áreas de problemas no están a la altura de estos criterios. El autoritarismo dentro de la iglesia, el secularismo de afuera, y una agitada mentalidad ateniense en universidades y seminarios, se han combinado constantemente para contaminar la teología, tanto la pasada como la presente. Pero no es necesario que nos preocupemos ahora de eso. He escrito este capítulo sólo para que ustedes sepan cuáles son los modelos que trato de alcanzar. Puede ser que fracase; ustedes serán los que decidan eso. Pero si lo hago, por favor recuerden que, como el pianista a quien planeaban dispararle los vaqueros del lejano oeste en una famosa historieta, yo trato de hacer lo mejor.

Los párrafos anteriores fueron escritos en borrador en 1987, y ahora estamos en 2001. Con frecuencia me preguntan si a través de los años he cambiado mi forma de pensar en relación con algunas cosas del cristianismo. La respuesta es no, por lo menos en forma conciente; si hay alguna diferencia, es en la manera que respondo a los enfoques que difieren de los míos. Cuando le preguntaron al pianista chileno Claudio Arrau cómo había afectado el envejecimiento a su interpretación, él respondió: “Los dedos se ponen más sabios”. Yo espero que digan algo semejante acerca de los temas que aparecen en este libro, cuidadosamente revisado y a veces expandido, que hayan aparecido anteriormente.

Ahora sigamos adelante.

Los planes de Dios para su vida

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