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La pandemia de covid-19: causas y consecuencias

Juan Carlos Eslava C.

Resumen

Desde una perspectiva de análisis social de la enfermedad, este capítulo reflexiona sobre las causas y las consecuencias de la pandemia de covid-19, con el fin de entender la complejidad del momento actual e imaginar posibles escenarios pospandémicos. El texto inicia con una caracterización de lo que se sabe acerca de la actual pandemia; luego, analiza sus causas, tanto próximas como profundas, para, finalmente, discutir sus consecuencias sociales, mediatas e inmediatas. El trabajo sintetiza un cúmulo de saber disperso y señala lo limitado que es quedarse en el análisis de las causas proximales de la pandemia.

Palabras clave: causas, consecuencias, coronavirus, covid-19, pandemia, zoonosis.


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Eslava C., J. C. (2021). La pandemia de covid-19: causas y consecuencias. En F. Caballero Parra (Ed.), La pandemia de covid-19 y los cambios en las condiciones de vida (vol. 4, pp. 19-49). Ediciones Universidad Cooperativa de Colombia. https://doi.org/10.16925/9789587603491

The covid-19 Pandemic: Causes and Consequences

Juan Carlos Eslava C.

Abstract

From a social analysis perspective of the disease, this chapter examines the causes and consequences of the covid-19 pandemic, in order to understand the complexity of the epidemic phenomenon and imagine possible post-pandemic scenarios. The text begins with a characterization of what is known about the current pandemic, then analyzes its causes, both near and profound, to finally discuss its social, mediated and immediate consequences. The work synthesizes a cluster of scattered knowledge and points out how limited it is to stay in the analysis of the proximal causes of the pandemic.

Keywords: causes, impacts, coronavirus, covid-19, pandemic, zoonotic.

Según los datos oficiales reportados, hacia mediados de diciembre del 2019, se presentaron varios casos de pacientes con una extraña neumonía, sin una causa específica conocida, en algunos hospitales de la ciudad china de Wuhan, provincia de Hubei. Esto, por supuesto, inquietó a varios médicos que los atendieron; se sabe, por noticias periodísticas, que dos de ellos, el oftalmólogo Li Wenliang y la médica Ai Fen, pusieron sobre aviso a las autoridades sanitarias, aunque su notificación no fue bien recibida y, por el contrario, se les recriminó y la situación fue desestimada.

Sin embargo, para finales de diciembre, la preocupación ya había crecido lo suficiente entre los encargados de la sanidad del país y el brote de la enfermedad fue reportado ante la Organización Mundial de la Salud (oms), por el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades. Para comienzos de enero del 2020, las autoridades sanitarias chinas reportaron el primer muerto por la epidemia, reconocieron la etiología viral de la enfermedad e identificaron, provisionalmente, el agente causante como un coronavirus, al cual se le dio el nombre de nuevo coronavirus 2019 y fue presentado en la literatura como 2019-nCov (Zhu et al., 2020).

De manera muy rápida, los investigadores chinos empezaron a estudiar la caracterización genómica del virus y establecieron algunos vínculos filogenéticos con el virus causante de otra epidemia, la del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (sars, por su sigla en inglés) pero, sobre todo, con un virus de los murciélagos (Zhu et al., 2020). Cabe señalar que, desde hace varios años, la preocupación por el estudio de los coronavirus ha estado muy presente y varios investigadores han estado trabajando al respecto (Yu et al., 2019).

Dado el aumento de los casos de personas infectadas en China y su extensión a otros 114 países, el 11 de marzo del 2020, la oms declaró el estado de pandemia causada por el nuevo virus, ahora denominado sars-CoV-2. Este último nombre dependió del Grupo de Estudio de Coronavirus del Comité Internacional de Taxonomía de Virus (csg, 2020). Desde ese momento, se asumió oficialmente y de modo amplio que dicho virus era el causante de la pandemia de la nueva enfermedad por coronavirus 2019, cuyo nombre sintético se popularizará como covid-19. Para mediados de abril, se registraban un poco más de 1 800 000 casos confirmados con cerca de 120 000 muertes, en cerca de los 194 países soberanos reconocidos (who, 2020a), mientras que para la segunda semana de mayo la cifra ya alcanzaba los casi cuatro millones de casos confirmados, con cerca de 275 000 muertes, en todos los países y en otros territorios especiales (who, 2020b). Ya para inicios de junio, se reportaban un poco más de 6 500 000 de casos confirmados y cerca de 380 000 muertos (who, 2020c).

Por lo que se sabe, el sars-CoV-2 es una cepa de coronavirus que no se había identificado previamente en humanos, de allí la susceptibilidad general de la especie ante el ataque del virus. El análisis filogenético sugiere que el sars-CoV-2 podría haber surgido del ciclo zoonótico y haberse propagado rápidamente por la transmisión de humano a humano (Chan et al., 2020). Sin embargo, aún se discute acerca de la fuente exacta de sars-CoV-2, aunque su cercanía filogenética con virus de murciélago lo señalan como principal reservorio. La transmisión entre humanos ocurre a través del contacto cercano con un individuo infectado que produce gotas respiratorias al toser o estornudar dentro de un rango de aproximadamente 2 metros (Ghinai et al., 2020). El cuadro clínico de las personas infectadas incluye fiebre, tos no productiva, mialgia, falta de respiración, como también recuentos normales, o aún disminuidos, de leucocitos. Además, los casos graves de infección causan neumonía, síndrome respiratorio agudo severo, insuficiencia renal, coagulopatías y muerte (Saxena et al., 2020).

Hasta el momento, no hay un tratamiento específico disponible contra el sars-CoV-2 y el tratamiento actual se basa en medidas de apoyo a los pacientes, sobre todo a los que tienen complicaciones clínicas. Sin embargo, se han emprendido una multitud de trabajos para probar varias sustancias farmacológicas y algunas evidencias sugieren que el uso de algunos medicamentos, usados para otras condiciones, pueden ser una opción terapéutica. Por ejemplo, se ha señalado que el Remdesivir, un fármaco en estudio para tratar la infección por el virus del Ébola, bloquea la infección por sars-CoV-2 in vitro. También se ha dicho que el Favipiravir, diseñado para tratar la infección por el virus de la influenza, exhibe actividad antiviral contra el sars-CoV-2 (Saxena et al., 2020). Asimismo, se ha hecho mucha propaganda al hallazgo de que el uso de hidroxicloroquina resulta eficaz contra el sars-CoV-2 in vitro, dado que interfiere con la glucosilación de los receptores celulares, aunque se ha mostrado lo limitado de los estudios existentes (Pimentel y Andersson, 2020). De igual manera, se ha señalado que los inhibidores de la proteasa tmprss2 bloquean la infección por sars-CoV-2 en las células pulmonares (Maurya et al., 2020).

Las líneas de investigación se multiplican, aunque la esperanza está puesta en el desarrollo de una vacuna. Al respecto, son varias las propuestas que se han hecho, aunque, en general, la mayoría de los expertos considera que aún es prematuro pensar en esta opción, dado el tiempo que se requiere para hacer todos los análisis necesarios1. La orientación básica del trabajo sobre la vacuna es hacer uso de la respuesta humoral que el organismo genera sobre la proteína S presente en los coronavirus, dado que esta proteína participa en la internalización del virus en la célula mediante la unión a un receptor de la enzima convertidora de angiotensina celular (ace2). Las funciones de la proteína S en la unión del receptor y la fusión de membranas la convierten en el objetivo ideal para la producción de vacunas; otras estrategias recurren a vacunas recombinantes o al uso de arn mensajero (Srivastava y Saxena, 2020).

Pero, dada la inexistencia de un tratamiento o una vacuna, la acción frente a la pandemia se ha efectuado mediante medidas no farmacológicas de vigilancia de casos y aislamiento preventivo. Esto ha implicado implementar fuertes restricciones en la movilidad de las personas y amplias medidas de higiene personal y otras acciones, orientadas a la reducción de la transmisión persona a persona del sars-CoV-2. El mundo está conmocionado y atemorizado, y pese al intenso trabajo investigativo desplegado para conocer los detalles de la enfermedad y el comportamiento de la epidemia, aún es mucho lo que se desconoce.

Sin embargo, el saber hasta ahora acumulado, procesado a una enorme velocidad y producido a una escala impresionante, ya nos permite tener una aproximación general a la complejidad de la pandemia y establecer su vínculo con las dinámicas sociopolíticas, económicas y culturales de las sociedades contemporáneas. Al revisar alguna de la documentación existente y analizar los hallazgos que tenemos a la mano, podemos decir, por lo pronto, que contamos con un conjunto de evidencias importantes, que nos señalan que la pandemia actual no es un simple fenómeno natural que relaciona un virus con una especie biológica susceptible.

Por supuesto que dicha relación está en la base del fenómeno pandémico, pero el asunto va más allá, toda vez que la pandemia se relaciona de manera estrecha con el tráfico de animales silvestres, la producción agroindustrial, el manejo fabril de las granjas, el abarrotamiento de los mercados de comida, el saqueo de la biodiversidad y, en últimas, la destrucción sistemática de los ecosistemas (Svanpa, 2020; Wallace et al., 2020). De la misma manera, están involucradas cuestiones tan propias de nuestro mundo actual como el intenso comercio intercontinental, la hipermovilidad de los ejecutivos empresariales, el desplazamiento intensivo de personas dentro de las redes turísticas, la rapidez de los sistemas de transporte, la masificación de las urbes y la enorme desigualdad social existente (Neiderud, 2015; Ramonet, 2020).

Todo esto nos conduce a una comprensión más amplia y profunda de la pandemia que exige, por demás, ahondar en el análisis de sus causas y consecuencias. El presente escrito busca reflexionar, justamente, sobre las causas, tanto próximas como profundas, de la pandemia y sobre las consecuencias sociales, mediatas e inmediatas que ella ha traído, con el fin de entender la complejidad del momento actual e imaginar posibles escenarios pospandémicos.

Causas de la pandemia

Como era de esperar, desde el inicio del brote epidémico de la actual enfermedad denominada covid-19, la pregunta por el agente causal no se hizo esperar. Dado el cuadro clínico de la enfermedad, el contexto epidemiológico en que se presenta el brote y la tradición salubrista contemporánea, la búsqueda de un agente viral fue asumida como un asunto casi natural. Por ello, la respuesta más inmediata a la pregunta frente a la causa de la pandemia hace referencia al agente causal y, hoy en día, se asume sin mayor dificultad que el causante de la enfermedad es el sars-Cov-2, un virus del género Coronavirus y de la familia Coronaviridae.

Si bien esta respuesta tranquiliza a los temperamentos más sosegados, para los más agitados, la respuesta conduce a otra pregunta más profunda sobre el origen del virus; al respecto, las hipótesis son varias e incluyen algunas teorías del complot. Desde un comienzo, los estudios genómicos y filogenéticos han insistido en que el sars-Cov-2 está relacionado con virus de murciélagos y de alguna otra especie intermediaria como el pangolín. Sin embargo, un estudio, publicado a finales de enero y retirado por sus autores a comienzos de febrero, debido a la presencia de equivocaciones, llevó a postular que el sars-Cov-2 había sido creado de modo artificial, como una mezcla entre coronavirus y el vih (López-Goñi, 2020); opinión que, asimismo, fue expresada en prensa por el virólogo francés y premio Nobel de medicina, Luc Montagnier.

También se ha dicho que el virus salió de las instalaciones del Instituto de Virología de Wuhan y se diseminó de modo accidental (Mosher, 2020); y aunque la duda surge debido, entre otras razones, a la capacidad técnica que, desde hace varios años, se tiene para la manipulación genética de microorganismos, muchos investigadores han desmentido los rumores de la creación artificial del virus y han defendido su origen natural. En una carta publicada por un grupo de científicos, salubristas y médicos en la revista Lancet, se señala expresamente que la labor de muchos científicos de varios países, que han publicado y analizado genomas sars-CoV-2, concluye de manera contundente en que este coronavirus se originó en la vida silvestre (Calisher et al., 2020); efectivamente, eso es lo que dicen diversas investigaciones (Chan et al., 2020; Li et al., 2020; Paraskevis et al., 2020; Zhu et al., 2020).

Por ello, y dada la atribuida improbabilidad de que el virus haya sido creado en el laboratorio (Andersen et al., 2020), una segunda respuesta que se ha dado a la pregunta acerca de la causa de la pandemia se basa en el reconocimiento de que la enfermedad corresponde a una zoonosis; de modo que la causa está relacionada con la manera como el reservorio del virus (para este caso, los murciélagos) se relacionan con los seres humanos; aún se discute la participación de otra especie intermediaria que pudiera ser el pangolín, pero aquí no hay acuerdo entre los expertos (López-Goñi, 2020).

Una tercera respuesta que se ha dado se refiere a la propagación de la enfermedad y las formas de contagio. En términos generales, se sabe que una persona puede contraer la enfermedad covid-19 por contacto con otra que esté infectada por el virus. La enfermedad se propaga principalmente de persona a persona a través de las gotículas que salen despedidas de la nariz o la boca de una persona infectada al toser, estornudar o hablar. Estas gotículas son relativamente pesadas, no llegan muy lejos y caen rápidamente al suelo, aunque se ha discutido bastante acerca del hecho de la generación de aerosoles y la permanencia del virus durante varios minutos en el aire (Gibbens, 2020; Lanese y Writer, 2020; Lok, 2016).

Pero, si bien la transmisión por inhalación de las gotículas se considera la principal vía de contagio, lo cual se muestra en algunos trabajos como el de Ghinai y colaboradores, en el cual se encontró que la transmisión de persona a persona del sars-CoV-2 puede ocurrir debido a una exposición prolongada y sin protección con la persona infectada (Ghinai et al., 2020), también se ha señalado que la gotículas pueden caer sobre diferentes objetos y superficies que rodean a la persona, como llaves, mesas, pasamanos y ropa, de modo que otras personas pueden infectarse si tocan esos objetos o superficies y luego se tocan la nariz, la boca o los ojos (Doremalen et al., 2020). De allí que se haya recomendado ampliamente el lavado de manos con agua y jabón o con un desinfectante a base de alcohol.

Por lo tanto, y resumiendo, podemos decir que, ante la pregunta en relación con las causas de la pandemia, se puede señalar que estas son la presencia de un coronavirus, la alta contagiosidad de este, su fácil transmisión y la transferencia zoonótica; estas serían las causas próximas de la pandemia de covid-19. Pero aquí cabe tener presente que en salud pública es común escuchar la expresión “la causa de las causas”, para referirse tanto a la cadena causal que conduce a la ocurrencia de un fenómeno de interés, como a los elementos de la estructura social que lo hacen posible. En últimas, es una manera de remontarse de las causas más próximas a las más profundas, con lo cual se busca llegar a las razones estructurales de los fenómenos asociados a la salud y la enfermedad (Braveman y Gottlieb, 2014; Marmot, 2018). Ello ha permitido que se hable de manera amplia de los “determinantes sociales de la salud”, pero también ha ayudado a que se explore la relación entre ellos y se haga visible la necesidad de analizar los “procesos de determinación” que entran en juego (Morales et al., 2013).

Desde esta última perspectiva, resulta esencial comprender que, más allá de las interacciones moleculares entre organismos, de la relación biológica entre especies o de la eficacia de la propagación del contagio, la manera como surge la actual pandemia está profundamente vinculada con la forma en que, actualmente, nos relacionamos los seres humanos con las diferentes especies animales y esto remite, de manera directa, a la industria de alimentos y a la explotación de los ecosistemas. Esto es así porque, como se mencionó antes, nos enfrentamos a una zoonosis; además, porque, al descartar la posibilidad de que el virus haya escapado de un laboratorio y fortalecer de esta manera la idea de la transferencia zoonótica, adquiere mayor importancia el papel atribuido al llamado “mercado húmedo” de Wuhan en la forma como el virus sars-Cov-2 contagió al humano (Chuang, 2020; Leung et al., 2020).

Si bien el protagonismo del mercado en mención ha sido debatido, aún se mantiene la idea de que los mercados de este tipo, donde conviven muchas especies en condiciones deplorables, son todo un caldo de cultivo para el desarrollo de múltiples enfermedades, como también un escenario privilegiado para la mutación de los microorganismos. En particular, el mercado callejero de la calle Xinhua, en Wuhan, se reconocía como un amplio espacio de intercambio comercial, donde se vendían y se cocinaban todo tipo de animales salvajes en un menú muy variado, y todo un pequeño zoológico con animales hacinados en hediondas jaulas diminutas donde se entremezclaban intensos olores que caracterizaban el espacio, pese al lavado constante de sus dueños, lo cual, por demás, le lleva a adquirir el mote de “mercado húmedo” (Chuang, 2020).

Seguramente, no es el consumo de la carne de murciélago el evento central de la transmisión zoonótica y, de hecho, se duda que este plato se haya vendido en el mercado en mención, pero lo que sí se puede afirmar, por lo pronto, es que la presencia simultánea de alimentos exóticos y tradicionales en el mercado de Wuhan y la aglomeración de diversas especies de animales, que hace posible la infección, se da por las intrincadas redes comerciales que operan en una geografía económica que relaciona las urbes modernas, en plena expansión, como Wuhan, con las zonas de junglas y bosques donde las diversas especies sufren hondas alteraciones y de donde se extraen exóticos patógenos que entran en contacto con otras especies animales alojadas en granjas y mercados.

Como resultado, el virus sars-Cov-2, alojado en murciélagos, encontró un camino para impactar de modo feroz en la vida social de los humanos. Una ruta que, por demás, permitió que de un pequeño mercado en una de las provincias del emergente coloso económico llamado República China Popular, se expandiera al resto del planeta, a una gran velocidad, siguiendo los itinerarios de una frenética industria aeronáutica internacional.

Este fenómeno no resulta particularmente extraño, toda vez que ya ha ocurrido otras veces en las últimas pandemias. Aunque, seguramente, la cantidad y la velocidad del desplazamiento de grandes contingentes humanos sea hoy mayor que en otros momentos. Como lo señala el biólogo evolutivo Rob Wallace: “La agricultura dirigida por el capital que reemplaza a las ecologías más naturales ofrece los medios exactos por los cuales los patógenos pueden evolucionar hacia los fenotipos más virulentos e infecciosos” (Wallace, 2020). Por lo anterior, no es fortuito que otras epidemias como el sars hayan tenido como epicentro la misma zona geográfica. Pero lo mismo puede ocurrir en otras regiones del planeta, como lo demostró la epidemia de gripe aviar de 2004-2005, la epidemia de gripe porcina del 2009 y el mers del 2012.

Cabe tener presente, como lo han estudiado varios autores (Henao, 2018; Pitzer et al., 2016; Quammen, 2012; Wallace, 2009, 2016; Wallace y Wallace, 2017), que en estas otras epidemias también se manifiestan los vínculos estrechos entre la expansión del agronegocio y la emergencia de enfermedades infecciosas. Así lo refiere el propio Wallace, en una obra fundamental titulada Big Farms Making Big Flu. Dispatches on Infectious Diseases, Agribusiness and the Nature of Science. En últimas, su mensaje es muy claro: la agroindustria es un complejo industrial globalizado que es perjudicial para la salud animal (Wallace, 2016).

Su análisis de las condiciones en las que viven los animales antes de ser sacrificados permite entender por qué las granjas industriales favorecen el desarrollo de virus más patógenos y eficaces en su modo de transmisión, toda vez que la inmunidad natural no puede desarrollarse adecuadamente en los animales criados industrialmente; por lo tanto, la enfermedad se exporta desde estas granjas a todo el mundo, a través de las redes comerciales conectadas globalmente. El caso de la gripe aviar es ampliamente estudiado, aunque el autor también refiere lo ocurrido en el caso de la llamada “gripe porcina” (Wallace, 2016).

Al respecto, es claro que mucho de lo mencionado también ocurrió con la gripe porcina, que originó la pandemia de gripe del 2009 y 2010; la industria porcícola se constituyó en el nicho primario del virus de la influenza y en la instancia propulsora de la pandemia. Tal como lo señala la odontóloga y salubrista colombiana Liliana Henao, en su tesis doctoral, la industria porcícola transnacional Granjas Carroll de México desempeñó un papel protagónico en el estallido del brote epidémico, dada la manera en la que conservaba a sus animales en sus granjas industriales. En últimas, y según los análisis de expertos, el hacinamiento a que eran sometidos los animales, su uniformidad genética y la vacunación generalizada propiciaron la generación de nuevos virus y su transmisión entre los humanos (Henao, 2018).

Con base en lo señalado por Wallace y Henao, como también por algunos otros estudiosos de las pandemias, se puede decir que hay cierta conciencia de que las formas de producción actual aceleran la evolución de la virulencia de los patógenos y su posterior transmisión, dado que estimulan el uso de monocultivos genéticos, ponen en situación de gran estrés inmunológico a los animales, facilitan la infección recurrente, proporcionan un suministro continuo de animales susceptibles y posibilitan que los virus salten la barrera inter especie (Atkins et al., 2012; Pitzer et al., 2016; Henao, 2018; Wallace et al., 2020).

En conclusión, y como complemento de la mirada de las causas próximas, las causas estructurales y profundas de la pandemia nos hablan de las formas de producción de la comida, el agronegocio, la monopolización de los mercados, la cría industrial de los animales y los acuerdos comerciales. Por lo anterior, las causas de la pandemia involucran la presencia de una pequeñísima y muy contagiosa partícula viral, la existencia de una generalizada susceptibilidad poblacional, la carencia de vacunas y tratamientos, la dificultad que conlleva la presencia de infectados asintomáticos y el caótico juego de las mutaciones genéticas; pero, más allá de esto, también vinculan las esferas económicas, políticas y culturales de la sociedad, en las cuales las formas de agricultura, las modalidades de producción y consumo y las dinámicas del poder social tienen un peso enorme. Todo ello nos remonta a la enérgica y voraz vida de una sociedad actual cuyo modo de producción se basa en la explotación del ser humano, la dominación de los demás seres vivos y la destrucción de la naturaleza.

Si esta complejidad del fenómeno pandémico se tiene en mente a la hora de organizar acciones que lo enfrenten, resulta claro que no basta con adecuar los sistemas asistenciales, aumentar la disponibilidad de respiradores y unidades de cuidados intensivos, capacitar a mayor número de personal sanitario o acrecentar los recursos biotecnológicos para la investigación y el tratamiento, por más importancia que estos aspectos tengan. Se hace necesario, igualmente, actuar sobre otras dimensiones de la vida social y repensar la manera como los humanos habitamos el planeta y nos relacionamos entre nosotros y con los demás seres vivos. La acción implica, por supuesto, la reformulación del proyecto civilizatorio que adoptamos; pero, por ahora, meditemos acerca de las consecuencias de la pandemia.

Consecuencias de la pandemia

Existe un tácito acuerdo en considerar que la vida no será la misma después de esta pandemia, aunque los pronósticos enfrentan visiones distintas, muchas de ellas incluso opuestas. Para algunos, el mundo será más abierto, más solidario y consciente de los dilemas ambientales, para otros, por el contrario, el mundo será más individualista, más hipertecnológico y más controlado por el poder de las corporaciones y de los Estados. Hay pronósticos para todos los gustos.

Tal vez, una de las oposiciones más resaltada, en los diversos medios escritos, frente a la consecuencia geopolítica de la pandemia es la que protagonizaron el filósofo, sociólogo y psicoanalista esloveno Slavoj Zizeck y el filósofo y experto en estudios culturales sur coreano Byung-Chul Han. En un artículo publicado hacia finales de febrero, y luego traducido y divulgado ampliamente, bajo el juguetón título de “Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo”, Zizek (2020) presagia el ocaso del capitalismo. Mientras que, por su parte, Han (2020) publica un artículo hacia finales de marzo, bajo el título de “La emergencia viral y el mundo de mañana”, donde afirma que Zizek se equivoca y la revolución viral nunca llegará.

Como lo han hecho ellos, otros escritores también han terciado en la discusión. El escritor y activista uruguayo Raúl Zibechi (2020) ha afirmado que la actual pandemia supone la profundización de la decadencia del sistema capitalista y una ventana de oportunidad para el cambio profundo de sociedad, algo que también ha sugerido la periodista y activista canadiense Naomí Klein (2020); pero es mirado con sospecha y escepticismo por autores como los historiadores argentinos Petruccelli y Mare (2020) y el historiador israelí Yuval Noah Harari (2020).

Como se percibe, la reflexión es permanente y la prensa no ha dejado de circular opiniones al respecto, las cuales, en últimas, insisten en que la urgencia del momento es la crisis más grande de nuestra generación. Dada su envergadura, estamos abocados no solo a la aceleración de los procesos históricos sino también a la necesidad de plantearnos la pregunta acerca de qué mundo queremos habitar en el futuro. La conciencia de vivir en una encrucijada se va haciendo cada vez mayor.

Por lo pronto, y evitando caer en la tentación de formular predicciones sin mayor sustento, me interesa señalar que los impactos que ya estamos viviendo son varios, pero algunos serán de más largo aliento y también deberemos estar preparados. Pero, como el panorama es complejo y cambiante, describiré, de manera rápida, algunas de las consecuencias que ya nos afectan de modo directo y esbozaré una reflexión general sobre lo que puede ser el escenario futuro, pero solo a manera de hipótesis provisional.

Impactos inmediatos

Desde el momento en que se declaró la pandemia, su impacto social ha sido enorme y se ha manifiestado de manera directa en la desaceleración de la economía y en las políticas de ajuste que ello induce. Si se tiene en mente que la decisión de implementar medidas de aislamiento social y, sobre todo, la cuarentena generalizada fue muy rápida y sorpresiva, la afectación de la vida económica es extraordinaria. Tanto así que ya se reconoce que la pandemia ha sacudido los cimientos de la estructura económica capitalista que, actualmente, organiza el mundo.

Por supuesto, la referencia a la crisis económica no se ha hecho esperar y las preocupaciones por salvar la economía han sido circuladas por los medios de comunicación de manera insistente. De hecho, desde muy temprano se empezó a señalar que las estimaciones más optimistas de los economistas preveían que la tasa de crecimiento de la economía mundial disminuiría, al menos, el 1 %, pero con el transcurrir de la pandemia las proyecciones han sido menos tranquilizadoras, llegando a decir que el pib de Estados Unidos puede caer un 3,8 % y en Europa podría caer un 8 o 9 % y que el desaceleramiento de la economía de China solo los haría crecer un 3 % (Cepal, 2020a).

Las medidas de aislamiento social preventivo adoptadas en los diversos países, como recurso para contener el contagio, han deprimido la actividad económica puesto que han implicado el cierre de fábricas, el cese de operaciones de algunos servicios públicos, la cancelación de las actividades comerciales en muchos sectores y una disminución del consumo de varios bienes y servicios. En el plano financiero, la liquidez se ha reducido y se han producido pérdidas de rentabilidad y riqueza, por lo tanto, se ha aumentado la volatilidad de los mercados financieros. Y se estima que los efectos microeconómicos en las empresas son muy grandes y tendrán repercusiones importantes (Cepal, 2020a).

Todo lo anterior afecta de modo directo al mundo del trabajo y los trabajadores de muchos sectores se enfrentan a una disminución de sus salarios, el aumento de su insolvencia y la pérdida de sus puestos de trabajo; la precarización se extiende mucho más y se hace más manifiesta. Aunque cabe señalar que esta no es homogénea, dado que suele afectar a ciertos grupos, más que otros, y las mujeres suelen hallarse en peor condición que los hombres. Claro está, la crisis económica que se vive actualmente no solo se debe a la pandemia, pues debemos recordar la crisis financiera del 2008 que tuvo importantes efectos de los cuales aún no nos recuperamos, pero para todos es claro que la presente pandemia ha producido un gran freno en la economía.

La pandemia, como lo señala la economista argentina Candelaria Botto (2020), ha puesto en la mesa de discusión el tipo de trabajos que se realizan en la sociedad y ha evidenciado cuáles trabajos son esenciales para el funcionamiento de la sociedad, es decir, los hoy en día llamados “trabajos esenciales”; de igual forma, plantea cuáles trabajos son más bien accesorios o parecen superfluos cuando se miran desde la perspectiva de su aporte social. Por demás, se ha reconocido la gran importancia de la labor en los sectores de sanidad, educación y de alimentación. Sin embargo, la precarización también ha azotado con cierta saña a estos sectores y la crisis económica los afecta de modo muy fuerte, como a la mayor parte de la población.

Lo anterior, que es general para la economía global, se acrecienta en América Latina, toda vez que la región mantiene su primera posición en la tabla de desigualdad en el mundo. Tal como se señala en el informe especial de la Cepal, a propósito de la covid-19, la pandemia afecta profundamente la economía regional puesto que ha disminuido la actividad comercial de sus principales socios comerciales, lo que ha favorecido la caída de precios de los productos primarios, ha interrumpido las cadenas globales de valor, ha generado menor demanda de servicios de turismo y ha conllevado, por específicas dinámicas financieras, la depreciación de las monedas locales (Cepal, 2020a).

Además, se estima que los sectores económicos más afectados son el comercio al por mayor y al por menor, los hoteles y los restaurantes, el transporte, la reparación de bienes, el almacenamiento, las comunicaciones y los servicios, en general. Mientras que otros sectores son medianamente afectados como la explotación de minas y canteras, las industrias manufactureras, el suministro de electricidad, gas y agua, la construcción, la intermediación financiera, las inmobiliarias, los servicios empresariales y de alquiler, la administración pública, y los servicios sociales y personales (Cepal, 2020b).

Ante ello, los Gobiernos han tomado varias medidas monetarias, financieras y fiscales para evitar el colapso del actual sistema económico. Entre ellas se encuentran medidas como reducción de tasas de interés de los bancos centrales y apertura de líneas de crédito especiales, emisión de préstamos adicionales, ampliación de los plazos para el reembolso de los créditos o la extensión de hipotecas, redireccionamiento de los presupuestos estatales, desgravación fiscal, retraso de los plazos de presentación de declaraciones de impuestos o exenciones de estos para ciertos sectores económicos y búsqueda de financiamiento adicional, mediante empréstitos, para canalizar recursos hacia medidas urgentes a corto plazo (Cepal, 2020b).

Pero no todo ocurre en el ámbito económico; también las otras esferas de la vida social han sido estremecidas por la pandemia. Como lo señala el periodista español Ignacio Ramonet (2020), la pandemia se torna un “hecho social total” y esto es así porque toda la vida social ha sido intervenida para evitar la propagación del contagio. Los eventos masivos se han detenido: tanto los cultos de las iglesias, como los conciertos musicales, las competencias deportivas, las visitas a bibliotecas y museos, y hasta las salidas de compras a las plazas y a los centros comerciales. Las escuelas y las universidades han cerrado sus puertas. El transporte, tanto terrestre como aéreo, se ha restringido enormemente. Aun los detalles más elementales de la relación entre las personas se han afectado, pues solo basta mirar las recomendaciones que se han formulado, y en algunos lugares se han impuesto de modo autoritario, frente al dejar atrás las reuniones familiares, los abrazos y los besos.

No es la primera vez que eso pasa y, de hecho, las medidas que actualmente se han tomado nos remontan, en un primer momento, al comienzo del siglo xx, cuando ocurrió la pandemia de gripa de 1918. Pero, ya en un segundo momento, la memoria nos lleva más atrás en el tiempo cuando la humanidad se enfrentó a grandes epidemias como las de viruela y gripa, en el siglo xvi, en medio de la conquista española de las tierras del continente americano (Cook, 2005); la llamada “peste negra”, en la Europa medieval (Gottfried, 1989); la plaga Justiniana, en el Imperio Bizantino (Mordechai y Eisenberg, 2019) y la peste de Atenas, en la antigua Grecia (Couch, 1935).

En todas ellas hubo gran conmoción social, medidas de aislamiento y mucho temor. Se cuenta, por ejemplo, que en la peste de Atenas los cuerpos contaminados de los muertos quedaban regados por las calles y alejaban a los perros y a las aves de rapiña; hubo cierto momento en el que se perdieron algunos ritos referidos al respeto de los muertos. Los historiadores también han señalado que se recurrió a ciertas medidas de aislamiento como mecanismo de prevención (Couch, 1935). Por su parte, quienes han estudiado la plaga Justiniana mencionan que uno de los problemas más acuciantes fue la retirada de los cadáveres y ello llevó a la utilización de grandes fosas comunes y a la práctica de arrojar los cuerpos al mar. También hablan del miedo experimentado y la histeria colectiva que trastornó a la población y del gran desorden social que generó. Suele señalarse, por demás, la gran importancia que la epidemia tuvo en el cambio de época y en su efecto demoledor de la antigüedad, aunque este último aspecto ha sido criticado con fuerza recientemente (Mordechai y Eisenberg, 2019).

Estudios aún más detallados se han hecho sobre la epidemia de la peste negra, enfermedad que causó tantos estragos en la población europea, aunque no solo en ella, puesto que adquirió la fama de ser la mayor catástrofe demográfica sufrida por la humanidad. De hecho, en la comparación histórica que se ha hecho en la prensa, en estos días, acerca de la letalidad de las diferentes pandemias, esta ocupa el primer lugar. Como se sabe, los efectos que produjo la epidemia fueron enormes. Cuando la enfermedad llegaba a un sitio, los campesinos dejaban su labor en los campos y los comerciantes cerraban sus negocios. El desorden social primó; la respuesta general fue apartarse y huir de los enfermos, hasta donde los recursos y los vínculos sociales les permitían a las personas. Muchos se refugiaron en sus creencias religiosas, pero muchos otros se dedicaron a la vida licenciosa. Al respecto, se ha llegado a afirmar que:

Gran parte de la crueldad y la violencia así como de la piedad y la alegría de finales del siglo xiv y del xv solo puede comprenderse teniendo en cuenta la nueva omnipresencia de la peste y la posibilidad de una muerte súbita y dolorosa. (Gottfried, 2005, p. 184)

En relación con las epidemias, ocurridas en América tras su invasión y conquista por parte de los europeos, se sabe que, si bien los pueblos aborígenes se enfrentaron a varias enfermedades infecciosas autóctonas, las enfermedades epidémicas que no se conocían en las Américas fueron la viruela, el sarampión, la peste bubónica, la influenza y el tifus. Todas ellas existieron en varias partes de la Europa renacentista; por lo tanto, al momento del encuentro de los indígenas con los conquistadores europeos, el cataclismo demográfico que se suscitó fue impresionante, trayendo como consecuencia diezmar la población indígena y, en algunos grupos, llevarla hasta su desaparición. Entre las causas, la viruela y la gripa tuvieron un gran protagonismo (Cook, 2005).

Tal vez, la primera gran epidemia que se produjo fue de la viruela, la cual llegó al continente en la segunda flota de Colón. Y su efecto fue demoledor. En muchas partes, la población quedó tan diezmada que no había casi nadie para alimentar y cuidar a los que sobrevivían a la enfermedad; gran parte de los habitantes de los pueblos huían para evitar el contagio y, según se menciona en las crónicas, los padres abandonaban a los hijos y los hombres a “sus” mujeres. Ante los brotes epidémicos, el pánico y la huida fueron reacciones muy frecuentes. En las grandes civilizaciones amerindias, la gran mortalidad favoreció el resquebrajamiento de sus estructuras sociopolíticas (Cook, 2005).

En cuanto a la epidemia de gripa de 1918, las descripciones son aún más detalladas y amplias, y convergen en mostrar cómo la vida social fue totalmente trastocada, en un ambiente general ya de por sí desquiciado por los efectos de la guerra. Estudios en diferentes partes del mundo han mostrado cómo, bajo las directrices del higienismo de la época, las ciudades emprendieron algunas medidas de limpieza, el cierre de escuelas y la clausura de espectáculos públicos. Además de evitar las reuniones en espacios cerrados, se tomaron medidas de cuarentena; en varios sitios se alentó para que las personas usaran tapabocas y en otras se prohibió, con cierto tesón, que la gente escupiera en el suelo. De igual manera se establecieron cordones sanitarios y se recurrió a la desinfección con creolina y otras sustancias (Echeverri, 1993; Eslava et al., 2017).

La preocupación por el manejo de los cadáveres también estuvo muy presente y eso llevó a que se decretaran algunas disposiciones para el entierro de los fallecidos y se alteraran algunos rituales en las procesiones y en los cementerios. Asimismo, se usaron señales especiales para identificar los lugares donde vivían personas enfermas y se intentó mantener a los niños dentro de sus casas. Estas medidas de higiene pública se acompañaron con medidas de higiene personal las cuales, en buena medida, tuvieron el aval médico. Entre estas acciones se encontraba el lavado y la desinfección de boca y fosas nasales, la disciplina del distanciamiento social, alejarse de los enfermos, descansar bien, ventilar la casa y, de modo especial, garantizar una alimentación sana y adecuada (Echeverri, 1993; Aimone, 2010).

Así como todo esto ocurrió en el pasado, en el presente la vida social también ha sido zarandeada y profundamente trastocada y ello, claro está, ha hecho que el ámbito cultural haya sido completamente alterado, y no solo por lo que implica el cierre de tantos espacios y las limitaciones para expresarse en los escenarios de la vida cotidiana, sino también porque la conciencia colectiva ha estado bombardeada por las noticias de la epidemia y la comunicación digital se ha convertido en la pauta. El encierro físico experimentado por una gran cantidad de personas ha conllevado una mayor conexión digital y los canales informáticos están al tope y retan la capacidad instalada de una colosal industria de telecomunicaciones. Teletrabajo y telediversión se combinan en la intimidad de los hogares, donde eso es posible, y modifican los patrones de relacionamiento doméstico y las formas de percepción frente a la realidad exterior.

Ahora bien, esa gigantesca red mediática a la que estamos sometidos todo el día, que permite hacer un seguimiento obsesivo y en tiempo real de los acontecimientos que ocurren a cada instante, no solo transmite información de la epidemia permanentemente, sino que también, a la par, transmite, minuto a minuto, temor entre la gente. Es bajo ese temor colectivo que se está desplegando toda una estrategia defensiva que busca atenuar (o detener) el contagio para dar tiempo al desarrollo de una medida preventiva o terapéutica eficaz. Es bajo ese temor que los Estados buscan restablecer su autoridad, la cual había sido socavada por el impulso corporativo y por las directrices neoliberales. Con ese temor, el personal de salud labora infatigablemente, en los lugares donde ha irrumpido la epidemia, o se apresta, en aquellos que aún están a la espera de que llegue la tormenta. Es bajo ese temor que los ingenieros acometen la tarea de mejorar tecnológicamente la forma de enfrentar la amenaza y los biólogos y biotecnólogos laboran afanosamente para lograr desarrollar una vacuna. Con ese temor, los virólogos intensifican su esfuerzo por descubrir los secretos de un virus que le ha dado una bofetada a la arrogante humanidad, complacida por su despótico ejercicio de dominación de la naturaleza.

El miedo se ha expandido tan rápido y globalmente que, efectivamente, estamos viviendo un momento histórico caracterizado como un pánico de masas global, tal como lo menciona el historiador argentino Petruccelli (2020) en uno de sus artículos. El asunto no ha pasado desapercibido para los analistas del momento y se ha convertido en un eje permanente de reflexión. Desde las primeras advertencias de un inquieto y ambiguo Giorgio Agamben (2020), hasta la encuesta Gallup de abril sobre coronavirus (Schwartz, 2020), pasando por la intimista cavilación de la psicóloga feminista boliviana María Galindo (2020), la lúcida meditación de la socióloga argentina Maristella Svampa (2020) y los ya mencionados Petruccelli y Mare (2020), por solo mencionar algunos. Todos constatan el ambiente de miedo existente y reflexionan acerca de él y la amenaza que ello conlleva.

Por supuesto, la incertidumbre y la conciencia de fragilidad nutren ese temor abisal que agobia a las personas y las enfrenta ante la inminencia de la muerte. Si bien el ataque de la partícula viral solo aniquila a una muy pequeña fracción de la población humana, toda ella ha sucumbido a la angustia que produce la conciencia de la propia desaparición, así para muchos sea claro que eso no conlleva la extinción de la especie. Además, ese miedo íntimo es reforzado por los rumores y las noticias que llegan constantemente y que sirven de alimento a una frenética sociedad adicta al deslumbramiento y lo espectacular, a lo fantasioso y lo que cause gran sensación.

Este temor se acrecienta en los grupos sociales que experimentan y sobrevaloran la seguridad. Como lo señala Petruccelli (2020), las clases altas y una parte de la clase media viven vidas confortables, prolongadas y protegidas, y son ellas las que más intranquilidad experimentan por la irrupción de un virus que trastoca el orden establecido el cual, además de todo, afecta con especial agresividad a la población adulta mayor. Ese temor de clase se transmite y se proyecta en los canales bajo su dominio y este terror reclamó medidas urgentes y drásticas que se concretaron en un aislamiento social preventivo que ha sido muy extendido y seguido de manera estricta, entre dichas clases, pero que difícilmente se ha podido llevar a cabo entre las clases populares.

Con dicha medida, toda la dinámica social ha sido perturbada, aunque el impacto no es igual en todas partes y la manera de afrontar la situación es diferente según los recursos y la capacidad de las personas y los grupos sociales. Por ello, la condición de desventaja social entre personas, grupos, clases y naciones se ha hecho más que evidente, y la desigualdad campea por doquier y enfrenta a las sociedades a dilemas profundos. La pandemia nos confronta, de manera patente, con la dramática condición humana, pero, aún más, con la trágica condición societal que privatiza las ganancias y los privilegios, y socializa las amenazas, los riesgos, los costos y los sacrificios.

Impactos mediatos

Pero, más allá del remezón instantáneo, la misma situación de incertidumbre y angustia por la que atravesamos ha puesto en evidencia lo inadecuado que resulta la manera como están organizadas nuestras sociedades y lo desequilibrado que resulta la distribución de la riqueza, los recursos, el poder y las oportunidades. Esto, de por sí, exigirá todo un replanteamiento de lo que conocemos como la “situación normal”, y hará que cada vez sea más fuerte el llamado a no regresar a la normalidad, porque esa normalidad ya es, en sí, todo un problema (Méndez, 2020).

Lo anterior es así porque el mundo donde vivimos no es, precisamente, un dechado de virtud, armonía y solidaridad. Si se hace un recorrido muy general sobre la situación mundial, uno no puede dejar de concluir que, antes de la pandemia, ya estábamos en una crisis civilizatoria. Con esta expresión, por cierto, se quiere resaltar la existencia de una confluencia de múltiples crisis que conmocionan todos los aspectos de la vida social, ponen en entredicho los esquemas de intervención tradicionales y afectan la capacidad propia de regeneración de los ecosistemas del planeta (Eslava, 2020).

Solo para tener una corta idea de lo que ello implica, vale la pena mostrar algunos datos inquietantes. Según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) del 2010, alrededor de 1 750 000 de personas viven en condiciones de pobreza multidimensional. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), casi la mitad de los niños del mundo (el 46 %) vive en condiciones de pobreza, condición que mata a más de 9 000 000 de niños al año. Esto significa que, más o menos, 25 000 niños mueren cada día a causa de la pobreza. Un niño cada cuatro segundos (Unicef, 2011).

De igual manera, se puede observar que, al finalizar el siglo xx, el 1 % más rico de la población tenía más riqueza que el 57 % más pobre. Pero, una década más tarde, ya en el siglo xxi, la riqueza de ese 1 % más rico equivalía ya, a la del 95 % de la población. Según cálculos más recientes de la Oxford Committee for Famine Relief (Oxfam), se estima que se ha llegado al punto en que ese 1 % posee lo mismo que el 99 % restante. Los hombres poseen un 50 % más de la riqueza mundial que las mujeres (Oxfam, 2019).

Profundamente vinculado al tema de la desigualdad y la pobreza, aparece el tema del hambre. Tal como lo reconoce Unicef, en uno de sus informes del 2011, actualmente, en lo que llaman el “mundo en desarrollo” casi doscientos millones de niños menores de cinco años padecen desnutrición crónica. De manera más general, en el mundo cerca de mil millones de personas pasan hambre y las estimaciones indican que esta cifra va en aumento (Unicef, 2011).

Por otra parte, la crisis energética es uno de los grandes problemas que afrontamos y va más allá del alza de los precios del petróleo —ahora temporalmente disminuidos a causa de la pandemia—, puesto que conlleva el agotamiento de los recursos naturales sobreexplotados en este sistema socioeconómico. El despilfarro de los recursos y el uso irracional de la energía son preocupaciones que vienen de tiempo atrás, pero hoy en día adquieren tremenda importancia. En cuanto a la crisis ambiental, baste decir que en los últimos 50 años hemos perdido una tercera parte de la cobertura forestal del planeta y en este tiempo, el 60 % de los bienes y los servicios de los ecosistemas del mundo —de los que depende el sustento humano— se han degradado o utilizado de forma insostenible. El número de animales vertebrados se redujo un 30 % entre 1970 y el 2006, y el ritmo de descenso se mantiene. De los quince indicadores del Convenio sobre Diversidad Biológica (acuerdo de la Cumbre de la Tierra, en 1992 en Río de Janeiro), diez tienen sostenidas tendencias negativas (Fuentes, 2017).

Por último, en cuanto a la convivencia en el planeta, resulta alarmante señalar que, de los veinticinco conflictos armados registrados en el mundo en el 2018, diez siguieron activos en el 2019. Se contabilizaron 385 000 muertos en la guerra civil en Sudán, desde el 2011; al menos 131 000 muertos en la guerra en Afganistán, desde el 2001; y al menos 100 000 muertos en la guerra contra el narcotráfico en México (Aragó, 2019). Por no hablar de la continuidad del asesinato de líderes sociales y excombatientes de las farc en Colombia, lo cual pone en entredicho la voluntad de paz de las élites colombianas (ccj, 2018).

En lo referente al volumen de asesinatos en el mundo, el estudio global de homicidios del 2019, de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (unodc), señala que las tasas globales han disminuido un poco en el último cuarto de siglo, pero esta disminución no se ha debido a la reducción del número de homicidios, sino al aumento de la población mundial. Para el 2017, hubo 6,1 víctimas de homicidio por cada 100 000 habitantes. Cabe resaltar que, para ese mismo año, se registraron 87 000 feminicidios, con un aumento del número de mujeres asesinadas por sus parejas o familiares cercanos; el informe es enfático en afirmar que el hogar es el lugar más peligroso para las mujeres (unodc, 2019). Todo esto permite reiterar que la normalidad que hemos estado viviendo es claramente inadecuada, por no decir, es perversa.

Por supuesto, y para retomar el punto de las consecuencias de la pandemia, la necesidad de repensar la sociedad y el propio Estado se hará más evidente, aunque la demanda para volver a incorporarnos al mundo productivo del capital será muy fuerte. Los cambios experimentados en el mundo del trabajo, la recesión económica, la crisis de algunas empresas y sectores (como aerolíneas y el sector del turismo, entre otras), la profunda dependencia tecnológica, la expansión de la biovigilancia, el apetito de los negocios virtuales, la expansión de la industria biotecnológica, el auge del mercado de las comunicaciones y la voracidad del sector financiero serán condiciones que presionaran para reacomodar la dinámica económica y política en un escenario de gran tensión geopolítica.

Como ya se mencionó, se estima que la crisis de la covid-19 producirá una gran recesión económica; estimaciones iniciales señalan que millones de personas engrosarán las filas del desempleo. Según la Organización Internacional del Trabajo (oit), la pandemia tendrá una amplia repercusión en el mercado laboral en tres aspectos fundamentales: la cantidad de empleo, la calidad del trabajo y los efectos en los grupos específicos más vulnerables frente a las consecuencias adversas en el mercado laboral. Según las estimaciones que ha hecho dicha organización, se espera que entre 5 000 000 y 24 000 000 de personas más participarán del desempleo, lo que implica que habrá cerca de doscientos millones de desempleados en el mundo. También se prevé que el subempleo aumente y, seguramente, ocurrirá que la cantidad de trabajadores en situación de pobreza aumente considerablemente (oit, 2020).

Esto, por supuesto, traerá graves consecuencias impactando los ingresos y el empleo de las personas y sus hogares, particularmente, de aquellos en mayor situación de vulnerabilidad. Aquí cabe señalar que los grupos más vulnerables serán las personas con problemas de salud subyacentes o de edad avanzada, las mujeres (a raíz de la amplia labor que desarrollan en los sectores más afectados), los jóvenes, los trabajadores sin protección social y los trabajadores migrantes (oit, 2020).

Una consideración especial merece la situación de la mujer, dada su histórica discriminación y debido a que una de las consecuencias de las medidas de aislamiento preventivo implementadas en varios países ha sido el incremento del trabajo no remunerado de las mujeres en sus hogares, lo cual hace que las mujeres en situación de pobreza sean las más afectadas, tal como se señala en una de las notas técnicas del pnud, y no solamente por la pérdida de ingresos y por el aumento en el trabajo de cuidados, sino también por las propias condiciones materiales de vida en sus hogares, barrios y comunidades (pnud, 2020).

Aunque la onu ha hecho un llamado para que la recuperación de la crisis económica producto de la pandemia conduzca a una economía diferente, la lógica del capitalismo no parece que permita, por sí mismo, dar un giro radical a la economía. Por ello, varios analistas han señalado que se acrecentarán formas de empleo y explotación que ya se desarrollan en medio de la pandemia; aquí cabe señalar la importancia que adquiere el teletrabajo y la expansión de los negocios vía virtual.

Es indudable que las formas de teletrabajo se han acrecentado como efecto de las directrices de aislamiento social. Esta modalidad que surgió, hace algún tiempo, como forma de trabajo flexible y eje sobre el cual se proyectaba la transformación del empleo tradicional, irrumpe en el escenario de la crisis sanitaria con ímpetu improvisado. Esto está sometiendo a enormes presiones a los trabajadores, quienes no solo han perdido la intimidad de su hogar, sino que también han borrado las fronteras entre los tiempos de trabajo, labores domésticas y descanso. El ocio parece desaparecer en gran cantidad de trabajadores y con ello aumenta la posibilidad de ver afectada su salud, tanto física como mental; esta dinámica laboral parece naturalizarse rápidamente y podrá reforzar la reestructuración productiva mediante la estrategia de la acumulación flexible. El fantasma de la precarización acecha (Menéndez, 2020).

Otro ámbito en el que operan los cambios suscitados, que se entroncan con una tendencia previa ya constituida, es el de los negocios virtuales y la venta on-line. Según las noticias de prensa, esta modalidad de comercio aumentó significativamente y si bien las consolas de video y computadores fueron las que más se fortalecieron debido a la necesidad de responder con el teletrabajo, seguramente, eso está acompañado por el incremento de otros productos y la expansión de este tipo de negocios adquirirá una mayor presencia en la vida de las personas (El Tiempo, 21 de abril de 2020).

También es esperable que adquiera mayor fuerza la industria biotecnológica, la cual tiene actualmente gran tribuna y respaldo debido a la gran expectativa que se tiene en relación con una vacuna contra el sars-CoV-2 y un tratamiento para la covid-19. Para todos ha sido notoria e impresionante la rápida movilización de las empresas biotecnológicas y farmacéuticas para conseguir tales fines, dándole continuidad a un proceso iniciado varios años atrás (Cooper, 2008). Pero su mayor desarrollo no solo reacomodará la distribución de los sectores productivos, sino que también reforzará las dinámicas de desarrollo del trabajo informacional, la bioeconomía y el vínculo universidad-empresa, en un contexto de capitalismo cognitivo. Esto último puede tener importantes repercusiones en el ámbito universitario (Ibarra, 2003) y, sin duda, las tendrá en el sector de la asistencia médica, en el cual está hoy en día concentrado el anhelo para enfrentar esta y otras epidemias por venir (Triggle y Williams, 2015; Dover, 2020).

Una incógnita que se abre hacia el futuro es aquella referida al comportamiento del consumo en la época posterior a esta pandemia. Algunos analistas han advertido que la experiencia vivida en este momento puede hacer más fácil la generación de conciencia frente a la protección ambiental y la disminución del consumo, pero también puede surgir una compulsión consumista acrecentada por las estrategias de mercadeo implementadas por diversas empresas, agobiadas por el bajón en sus ventas. Según lo reportado por la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), como ejemplo llamativo, al examinar el comportamiento de los consumidores en cuanto a sus compras con pagos electrónicos en medio del aislamiento preventivo, se encuentra que la facturación total bajó un poco, en relación con el año anterior, y se destaca que las mayores compras se hicieron en las categorías de supermercados, almacenes por departamentos y droguerías (Fenalco, 2020).

Pero también resulta llamativo e inquietante, por lo mencionado en algunas noticias de prensa, el aumento de ciertos consumos no tradicionales e ilegales, como el de pornografía infantil y el de sustancias psicoactivas. Tal como lo refirió un artículo publicado en la bbc Mundo, a finales de abril, la actividad de los llamados “círculos de pedófilos” se ha incrementado y, para el caso de España, se señala un incremento de las descargas de material pornográfico en cerca del 25 %, comparando las últimas semanas de marzo con las primeras (Attanasio, 2020). Mientras que en el periódico El Tiempo se menciona que, en una pequeña encuesta realizada por redes sociales efectuada por una ong, en Colombia, sobre el consumo de sustancias psicoactivas legales e ilegales durante la cuarentena, se percibió que las sustancias más usadas fueron marihuana, alcohol, café, cigarrillo y té (El Tiempo, 23 de abril de 2020). Lo anterior hace pensar que después de la pandemia se mantendrán muchas de las problemáticas sociales que nos aquejan.

En cuanto a las relaciones sociales, el panorama tampoco es fácil de definir. Aunque muchas personas han estrechado sus vínculos, así sea de forma indirecta, y varias comunidades han desplegado magníficas pruebas de cuidado de los suyos, las noticias abundan con respecto a lo contrario, tanto así que se ha llegado a plantear que estos son tiempos de insolidaridad. Tal como lo señala Ramonet, los egoísmos nacionales se manifestaron con sorprendente rapidez una vez iniciada la pandemia en Occidente, ya fuese en la batalla por las mascarillas o en la lucha por los equipos médicos y por los insumos para las pruebas de detección del virus. De igual manera, muchos extranjeros o forasteros, o simplemente ancianos enfermos, sospechosos de introducir el virus, han sido discriminados, perseguidos, violentados y expulsados en diversos países (Ramonet, 2020). Asimismo, la xenofobia y el racismo se han hecho presentes y pueden aumentar si el miedo permanece.

Mención especial merece la esquizoide actitud que se ha tenido, en muchos lugares, frente a los trabajadores del sector salud. Si bien, por un lado, se ha reconocido su esfuerzo y se les agradece su encomiable labor asistencial, por otra parte, se les maltrata, se les explota y se les ha llegado a amenazar por considerarlos peligrosos y un foco de diseminación de la infección. Las noticias acerca de estos atropellos han circulado ampliamente y es de mencionar lo ocurrido en México y Colombia, donde médicos, y sobre todo enfermeras, han sido víctimas de amenazas, agresiones e insultos. En la medida en que el miedo y la incertidumbre surjan frente a nuevas epidemias, esto conllevará nuevas tensiones hacia futuro (El Tiempo, 15 de abril de 2020; González, 2020).

Un tema que ha sido ampliamente discutido entre los analistas sociales durante la época de la pandemia ha sido la lucha geopolítica protagonizada por Estados Unidos y China. Desde el mismo comienzo de la epidemia, se evidenció una tensión entre los dos países, los cuales han estado disputándose la hegemonía del mundo desde hace unos años. Como lo analizó el economista y sociólogo italiano Giovanni Arrighi en su último libro, el cual le da continuidad a sus reputados análisis previos sobre los ciclos sistémicos de acumulación, el final del siglo xx vio el resurgimiento económico de Asia Oriental y China se tornó, desde los años noventa, en un poder emergente. Dicho poder se configuró en un momento de pérdida de la hegemonía estadounidense que, pese a todo, batalla por mantener su posición privilegiada en el sistema mundo (Arrighi, 2007).

En su análisis, el economista italiano resalta el momento de inicios del siglo xxi, cuando a raíz de los acontecimientos tras el atentado de las Torres Gemelas, en Nueva York, el Gobierno estadounidense desplegó un formidable operativo para reinstalar a los Estados Unidos como el Estado más poderoso del mundo, legitimado por la lucha en contra del terrorismo. Pero, unos años más tarde, y dado el desastre de la intervención militar en Irak, la realidad ensombrece los anhelos imperialistas estadounidenses. No solo el poderío militar se resintió, sino también el influjo estadounidense se redujo en el mundo árabe; de igual forma, la situación económica se complicó, dado que Estado Unidos no logró recabar la ayuda económica proyectada como pagos por protección entre sus aliados. Por ello, Arrighi hace uso de la expresión “dominación sin hegemonía” para referirse a la situación estadounidense (Arrighi, 2007).

Simultáneamente, nos dice el autor, fue ocurriendo un fenómeno económico que tendrá efectos políticos de importancia. Estados Unidos ha aumentado su déficit en la balanza de pagos y se tornó el país más endeudado del mundo. Y los principales prestamistas y financiadores de ese déficit son los países asiáticos, con Japón a la cabeza y China después; esto último fue forjando una conciencia dentro de Estados Unidos frente al hecho de que China está siendo la principal beneficiaria del proyecto de globalización diseñado por los gobiernos norteamericanos, desde el periodo presidencial de Reagan. El reto chino, en comparación con japonés, resultó más fuerte, puesto que China asumió su desarrollo de modo autónomo y empezó a emerger como un rival estratégico de Estados Unidos y un claro competidor por el control de los recursos escasos. Ante la enorme preocupación por el alcance y el volumen de la capacidad armamentística china, la política norteamericana realizó algunos movimientos geopolíticos, pero el reto que plantea China no es militar, por lo menos en lo inmediato, sino económico y político (Arrighi, 2007).

Si bien existe una importante discusión frente a la caracterización del modelo chino, lo que parece claro es que cuando Deng Xiaoping, el gran arquitecto de la apertura económica de China de las décadas de los años ochenta y noventa, se planteó como objetivo desarrollar la economía nacional y la agricultura lo hizo siguiendo varias de las enseñanzas de la economía neoclásica, pero una vez afincado cierto desarrollo no se sometió a los mandatos del Consenso de Washington. El paso al capitalismo en China se produjo con un fuerte apoyo estatal, por lo que suele hablarse del modelo chino como un “capitalismo de Estado”, el cual se manifiesta en la fuerte regulación, la educación, la inversión en ciencia y tecnología y el fomento de la competencia.

Lo importante, por lo pronto, es que el ascenso de China la puso en un escenario de disputa con el poder de Estados Unidos y las tensiones que ya se presentaban, en el ámbito comercial, adquieren un tono fuertemente político en medio de la pandemia, toda vez que el presidente Trump se ha encargado de atizar la polémica, señalando la responsabilidad del gobierno chino frente a la expansión de la epidemia. Dejando de lado las mutuas acusaciones con respecto a una posible creación del virus, las cuales, como ya se mencionó antes, han sido descartadas por la mayoría de los investigadores, China, como epicentro de la epidemia, ha sido un protagonista central en esta época.

Y no solo por ser el país donde inició el trasegar de un virus que tiene en vilo al planeta, sino también por su directa, autoritaria y eficaz manera de encarar la contención de la epidemia, por su impactante despliegue científico-técnico y por su innegable capacidad productiva, la cual se evidencia en su destreza para la producción de mascarillas, equipos de protección personal e insumos de laboratorio. También, por su desconcertante disciplinamiento social, su innovador ejercicio de control social y su fuerte, aunque no omnímoda, capacidad represiva (Chuang, 2020).

Frente a la ambigua percepción de China donde, en todo caso, prima cierta idea de una sociedad ordenada y segura, fuerte, aunque restrictiva, aparece la presencia de Estados Unidos como un país caótico, profundamente desigual, individualista e insolidario, regido por una élite empresarial retrógrada que solo busca mantener el statu quo y los privilegios que detenta el poder capitalista. Una sociedad que experimenta una riqueza hiperconcentrada, pero, en la cual, el nivel de vida de los trabajadores se ha visto reducido, de modo significativo, como consecuencia de la gran precariedad y el pluriempleo en el mercado de trabajo (Navarro, 2020). De esta manera, se ha fortalecido una percepción de un país en decadencia que se enfrenta a una potencia en ascenso.

Por supuesto, esto ha hecho que se planteen varios escenarios mundiales, posterior a la pandemia, en los cuales Estados Unidos y China se ubican en posiciones distintas. Por un lado, se propone un escenario de creciente división internacional en el cual Estados Unidos pierde el liderazgo, pero nadie logra arrebatárselo; por otro, se menciona un escenario en el que se logra una gran cooperación internacional, en la que se alinean los intereses de las diversas potencias. Otros hablan de un escalamiento de las tensiones entre Estados Unidos y China, mientras que algunos piensan que Estados Unidos irá hacia un creciente nacionalismo que se compensará con el liderazgo de otros países de Occidente y algunos más sostienen en la dirección que formuló Arrighi, que un nuevo ciclo sistémico de acumulación tendrá como centro a China (Lissardy, 2020).

Lo único cierto es que hay mucha incertidumbre. Pero la mayoría de las opiniones tienden a afirmar, cada una a su modo, la pérdida de hegemonía de los Estados Unidos y el aumento de la presencia de China. Esto modificará el panorama geopolítico que hemos vivido hasta ahora y establecerá cierta inestabilidad mundial que dificultará la coordinación global frente a la perspectiva de nuevas epidemias. Claro, a menos que las lecciones de esta pandemia nos obliguen a tomar más en serio lo que implica una salud pública internacional y una conciencia colectiva de cuidado del planeta.

Como se ha visto, las consecuencias inmediatas que se manifiestan nos afectan a todos, aunque no de igual manera. Hacia futuro, los resultados mediatos también serán diferenciales y estarán sujetos a la lucha política. Mientras que las élites económicas y políticas, los sectores empresariales y una parte de las clases medias buscarán la manera de volver a la normalidad y renovar el compromiso con el crecimiento económico y la productividad, así sea cediendo, por un tiempo, ante algunos reclamos redistributivos, los grupos ambientalistas, los Gobiernos alternativos, las agrupaciones anticapitalistas, los movimientos feministas, los movimientos indígenas, los sectores subalternos y algunos otros más, incluyendo investigadores y pensadores independientes buscarán la manera de hacer más pronunciada la crisis del capitalismo, con el fin de hacer viables propuestas alternativas que rompan con el pensamiento neoliberal imperante, que frenen el consumismo desmedido, nutran la riqueza de la vida comunitaria, promuevan el buen vivir y nos reconcilien con la naturaleza. Esto nos pondrá, sin lugar a duda, en toda una encrucijada y en una situación en la que cada cual tendrá que tomar partido.

Referencias

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1 El presente texto se elaboró en un momento en el cual las vacunas se postulaban como una opción a mediano plazo, dados los estrictos requerimientos para su elaboración y prueba. Pero, solo unos meses después, ya existen como una realidad. Tanto así que la mayoría de países ya han avanzado significativamente en los procesos de vacunación. Queda por evaluarse, en todo caso, el tiempo real de protección y los efectos a mediano y largo plazo. Dado que los estudios se han hecho a una velocidad asombrosa, los estudios de seguridad efectuados son de muy corto plazo, así que la labor de farmacovigilancia deberá ser muy rigurosa. Existen varios tipos de vacunas, pero las que más han llamado la atención, por su tecnología novedosa, son aquellas que usan arnm. En lo referente a la farmacoterapia, no se ha avanzado tanto, aunque se han hecho muchos estudios clínicos evaluando diversas posibilidades terapéuticas.

La pandemia de COVID-19 y los cambios en las condiciones de vida

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