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PRÓLOGO

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Los autores clásicos como Cicerón o san Elredo de Rieval han escrito con entusiasmo sobre la bendición que suponen los amigos verdaderos. Una y otra vez he visto cómo Jacques Dupuis, SJ, era bendecido con la amistad de William («Bill») Burrows, jefe de redacción emérito de Orbis Books, y de Gerard («Gerry») O’Connell, ahora corresponsal en Roma de la revista America. Ambos estuvieron generosamente a su lado en los últimos años de su vida, así como hicieron otros amigos, como el arzobispo Henry D’Souza, arzobispo emérito de Calcuta, y John Wilkins, editor de The Tablet, en Londres.

Gerry convenció a Dupuis para que respondiera a algunas largas y detalladas entrevistas sobre sus primeros años (en Bélgica), sus treinta y seis años en la India y sus últimas dos décadas en la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma (1984-2004), que culminaron en la enorme tensión y el sufrimiento causados por la Congregación para la Doctrina de la Fe [CDF] (desde octubre de 1998 hasta su muerte, en diciembre de 2004). Esas respuestas, sus memorias, forman la primera parte de este libro. Originalmente, Dupuis había querido que la segunda parte del libro incluyera tres artículos inéditos y algunos apéndices. Desde su muerte, sin embargo, todos esos artículos y apéndices, excepto uno, han sido publicados en otros lugares, como explica la nota editorial. En consecuencia, esta segunda parte solo incluye el único artículo aún inédito hoy, en el que Dupuis ofrece «un balance provisional» de los cinco años de debate que siguieron a la publicación de su libro Toward a Christian Theology of Religious Pluralism [Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso] 1, donde subraya los puntos principales en los que pensaba que era necesario clarificar su posición o en los que había que hacer algunos matices.

Un largo capítulo en On the Left Bank of the Tiber 2 [En la margen izquierda del Tíber], las memorias sobre mis propios años en la Universidad Gregoriana (1974-2006), cuenta la historia de la investigación que la CDF hizo del libro, de Dupuis, sus acusaciones y el modo en que los procedimientos de la Congregación lo dejaron profundamente herido. El secreto y el anonimato que marcaron aquellos procedimientos habrían sido censurados incluso por los antiguos romanos. En los Hechos de los Apóstoles, Porcio Festo, el procurador de Judea designado por el emperador Nerón en el 60 d. C., comentaba a propósito del caso contra san Pablo: «No es costumbre romana entregar a un hombre antes de que pueda carearse con sus acusadores y tenga ocasión de defenderse de los cargos» (Hch 25,16). ¡Ojalá hubiera podido Dupuis, desde el principio, carearse con sus acusadores y defenderse personalmente de los cargos!

Quisiera añadir algunas observaciones a la historia tal y como Dupuis la ha contado en No apaguéis el Espíritu. Leí cuidadosamente el manuscrito final, inédito aún, que había escrito para las Ediciones Paulinas de Montreal (Médiaspaul Publishers); no añadía nada digno de mención a cuanto ya había publicado anteriormente. Su último libro publicado 3, sin embargo, incluía algunas adiciones y modificaciones importantes a lo que había escrito en Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso. Yo expliqué detalladamente esas modificaciones en un artículo, «Christ and the Religions» (Cristo y las religiones) 4.

Cuando se conocieron los procedimientos de la CDF contra Dupuis, amigos como Jon Sobrino, SJ, Claude Geffré, OP, y otros más procuraron hacer todo lo posible por visitarlo en la Gregoriana. Dupuis no había conocido con anterioridad a Jean Vanier, fundador de El Arca, una serie de comunidades extendidas por todo el mundo para discapacitados mentales, que sería galardonado con el premio de la Fundación Templeton en 2015. Vanier, adivinando lo herido que se sentiría Dupuis, me telefoneó antes de la visita que iba a hacer a la comunidad de El Arca en Roma y vino a conocer a Dupuis a la Gregoriana durante el almuerzo.

En algún momento de aquellos dolorosos años finales, Dupuis dejó de venir a comer con la comunidad. Pero sí solía estar regularmente en la cena, a menudo rodeado por jesuitas que lo apoyaban, como Herbert Alphonso, Philipp Schmitz y Norman Tanner. En la noche del 26 de diciembre de 2004 se levantó de la mesa y comenzó a caerse. Instintivamente, mi mano izquierda salió disparada y conseguí cogerlo a tiempo.

La noche siguiente salí a cenar fuera con una pareja italiana cuyo matrimonio se estaba rompiendo y por quienes, en realidad, no podía hacer nada. De vuelta en la Gregoriana me enteré de que Dupuis se había vuelto a poner de pie en el comedor, se había caído y se había golpeado la cabeza con el pico de una mesa de dura madera. El superior lo llevó al hospital, pero no pudieron hacer nada. Murió al día siguiente, al parecer de una hemorragia cerebral. No hubo autopsia, pero, cuando fui a ver el cadáver en la morgue del hospital, pude ver un gran hematoma en una de sus sienes, donde se había golpeado.

Después de la misa funeral que se tuvo en la capilla doméstica de la Gregoriana fui a encargarme del responso en el mausoleo que hay en Roma para los jesuitas que mueren allí. Un joven sacerdote indio quemó un poco de incienso y cantó un himno en malayalam, la lengua de Kerala (Estado del sur de la India), antes de que el ataúd de metal fuera puesto en su nicho. «Dupuis habría preferido un himno en bengalí», me dijo el joven sacerdote antes de la ceremonia. «No te preocupes –le aseguré–, nadie de los que están aquí notará la diferencia».

En los años siguientes a la muerte de Dupuis me puse a investigar con todo detalle lo que dicen las Escrituras sobre la salvación de «los otros pueblos» de Dios. El resultado fue Salvation for All: God’s Other Peoples 5 (Salvación para todos: los otros pueblos de Dios), un libro dedicado a la memoria de Dupuis, «teólogo de un inmenso saber que sostuvo siempre que los seguidores de otras religiones son personas con las que dialogar, sin reducirlos meramente a casos sobre los que hacer declaraciones». Escribí su necrológica para el suplemento del 2010 de la New Catholic Encyclopedia, discutí en dos artículos 6 cómo algunos autores lo habían interpretado y defendí enérgicamente el libro de Bill Burrows, Jacques Dupuis Faces the Inquisition (Jacques Dupuis se enfrenta a la Inquisición), en una carta a The Tablet (6 de julio de 2013). En The Second Vatican Council on Other Religions (El Concilio Vaticano II en relación con las otras religiones) le dediqué un capítulo al modo en que Dupuis recibió y desarrolló la enseñanza del Vaticano II 7.

Actualmente, los debates sobre la teología de las religiones parecen estar en punto muerto. En A Christology of Religions (Una cristología de las religiones), que verá la luz próximamente en Orbis Books, he intentado salir del punto muerto al introducir temas relevantes que desde hace tiempo han sido simple o ampliamente ignorados: la teología de la cruz, el impacto universal del ministerio sacerdotal de Cristo, la eficacia de la oración inspirada en el amor a «los demás» y la naturaleza de la fe real accesible a los que siguen «otras» religiones. Solo lamento no disfrutar de la compañía de Dupuis y de cómo le habría encantado discutir sobre estos temas.

Deberíamos agradecer al fiel amigo de Dupuis, Gerry O’Connell, haber preservado y publicado el contenido de lo que ahora da forma a los ricos y variados capítulos de No apaguéis el Espíritu. Además de arrojar nueva luz sobre un doloroso episodio en la historia de alguien perseguido por la CDF, este libro ayudará a cuantos lo lean a apreciar la teología del propio Dupuis, así como los problemas que hay en juego cuando los cristianos piensan sobre aquellos que profesan otras confesiones religiosas. Más que nunca, nuestro mundo necesita el pensamiento cristiano sólidamente basado de Dupuis y su generosa apertura a «los otros».


GERALD O’COLLINS, SJ, AC

Facultad jesuita de Teología

Parkville, Australia

No apaguéis el espíritu. Conversaciones con Jacques Dupuis

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