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INTRODUCCIÓN

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Este libro-entrevista es el último testamento del P. Jacques Dupuis, el reconocido teólogo y pionero jesuita de origen belga que murió hace quince años en Roma. Lo considero un trabajo de importancia histórica y creo que podría reabrir o, al menos, contribuir significativamente a la reapertura del debate teológico sobre un tema de gran relevancia en el que todavía queda mucho por comprender.

En esta breve introducción explicaré tanto la génesis como la historia de este libro. Dado que el P. Dupuis murió en diciembre de 2004, los lectores sin duda querrán saber por qué se ha tardado tanto tiempo en publicarlo. La pregunta pide una respuesta; la daremos aquí.

Tuve mi primera conversación larga con el P. Dupuis en octubre de 1998, semanas después de que la vaticana Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida entonces por el cardenal Joseph Ratzinger, informara a sus superiores jesuitas de que se había abierto una investigación sobre su revolucionario trabajo Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso (orig. inglés: Maryknoll, NY, Orbis Books, 1997). El libro, traducido ahora a muchas lenguas, discute la relación entre el cristianismo y las otras religiones mundiales y explora qué lugar tienen estas en el plan divino de salvación de la humanidad.

Dupuis había sido consultor del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (1984-1995) y un profesor muy estimado en la Pontificia Universidad Gregoriana (de ahora en adelante «la Gregoriana»), donde sus clases atraían a una numerosa audiencia. Vino a la Gregoriana en 1984 para dedicarse a la enseñanza a tiempo completo después de haber pasado treinta y seis años en la India, donde había sido profesor de Cristología, lo que más tarde él describiría como «la única pasión de mi vida». En la India también actuó como uno de los principales asesores de la Conferencia Episcopal India y produjo, primero en colaboración con el P. Josef Neuner y después en solitario, la monumental y largamente apreciada obra The Christian Faith in the Doctrinal Documents of the Catholic Church [La fe cristiana en los documentos doctrinales de la Iglesia católica].

Cuando la CDF abrió su investigación, yo era el corresponsal en Roma de The Tablet (un semanario católico internacional con sede en Londres) y de la Unión Católica de Noticias Asiáticas (en inglés, UCAN), la principal agencia de noticias en Asia. Los dos organismos estaban muy interesados en el caso, como lo estaba yo también. De ahí en adelante y hasta tres días antes de su muerte estuve en contacto frecuente con el P. Dupuis. Lo visité a menudo en la Gregoriana. Cenamos juntos muchas veces, normalmente en el comedor de la comunidad. Conversábamos durante horas sin término, cara a cara o por teléfono. Fui testigo de cómo sufrió en esos últimos años de su vida, no solo durante el período de investigación de su libro (desde septiembre de 1998 hasta febrero de 2001), sino también en los años posteriores a su conclusión, y hasta la víspera de su muerte, cuando él sentía que estaba permanentemente vigilado por la CDF y por los que estaban relacionados con ella.

En esos años también vi su profunda, inquebrantable fe en Jesucristo y su incredulidad cuando los oficiales de la Congregación, actuando en nombre de la Iglesia, le acusaron de haber incurrido en error doctrinal, incluso en herejía. Nunca supo quiénes fueron sus acusadores ni se le dio la oportunidad de hablar con ninguno de los oficiales de la Congregación hasta que la investigación llegó, efectivamente, a su conclusión el 4 de septiembre de 2000, como cuenta su compañero jesuita, defensor legal y gran amigo, el P. Gerald O’Collins en el prefacio de este libro y en su fascinante autobiografía, On the left Bank of the Tiber.

Soy periodista especializado en los asuntos del Vaticano, no teólogo. Antes de involucrarme en el caso Dupuis había leído mucho sobre las dificultades y el sufrimiento que otros teólogos antes que él habían experimentado a manos de la CDF o de su predecesor –el Santo Oficio– a causa de sus escritos o conferencias. La lista es larga e incluye a reconocidos estudiosos, tales como Henri de Lubac, SJ, Yves Congar, OP, y Edward Schillebeeckx, OP.

Tras varias conversaciones con historiadores de la Iglesia y teólogos en Roma llegué a la conclusión de que el caso Dupuis era el último de esta larga serie. Sentí que, aparte de los problemas teológicos implicados en la búsqueda de la verdad, el modo en que se había manejado suscitaba inquietantes preguntas acerca del desarrollo del proceso desde la perspectiva de los derechos humanos. También planteaba algunas cuestiones fundamentales relacionadas con la justicia y la caridad.

Todas estas preguntas habían sido planteadas coherentemente antes del caso Dupuis por el reconocido canonista jesuita Ladislas Orsy, en un artículo publicado primeramente en Alemania, en Stimmen der Zeit, en junio de 1998 y reeditado en inglés en Doctrine and Life en agosto de 1998, con el título: «¿Son los procedimientos de investigación de la Iglesia realmente justos?». Tomó una relevancia especial a la luz de esta nueva investigación de la CDF.

Seguí muy de cerca el caso Dupuis, en la medida en que fue posible, y pronto, antes de que se cerrara con la publicación de la notificación por parte de la CDF el 26 de febrero de 2001, en la que se decía que su trabajo contenía «ambigüedades», pero ya no mencionaban errores doctrinales o herejía, visité a Dupuis y le pregunté si estaría dispuesto a hacer un libro-entrevista conmigo que recorriera toda su vida, comenzando en Bélgica, pasando por su treinta y seis años en la India y terminara en Roma. Le expliqué que quería centrarme, en particular, en la investigación que la CDF había hecho sobre su Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso y sus consecuencias. Al principio se mostró reacio a participar en un proyecto semejante a causa de todo lo que le había pasado, pero finalmente estuvo de acuerdo, después de que yo le convenciera de que así tendría la oportunidad de hacer pública su versión de la historia y de explicar con la mayor claridad posible lo que realmente había sucedido, así como los problemas teológicos que estaban en juego.

Comenzamos nuestra «conversación», como a él le gustaba llamarla, en 2002, y tuvimos terminado el proyecto original –capítulos 1 y 2 de este libro– el 29 de junio de 2003. A finales de ese año, sin embargo, él achacó su creciente angustia y consternación al hecho de que, aun cuando había sido sustancialmente absuelto por la investigación de la CDF, se había dado cuenta de que seguía siendo sospechoso a sus ojos. Se sentía constantemente vigilado dondequiera que diera conferencias, tanto en Italia como en otros países. Además, también sufrió cuando le resultó casi imposible obtener la autorización de sus superiores para publicar los artículos que había escrito; la razón que le daban, decía, era que ellos querían protegerlo evitando que tuviera más problemas con la CDF y, de hecho, aceptaba las instrucciones que recibía para reducir el número de sus escritos y conferencias públicas.

Dada esta nueva situación, le convencí para que reabriera y continuara nuestra conversación a lo largo de 2004. Esto acabó siendo el capítulo 3 de este libro, «Las consecuencias de un juicio».

Vi por última vez al P. Dupuis la víspera del día de Navidad de 2004, a las 6 de la tarde, en la Gregoriana. Habíamos acordado este encuentro por teléfono cuando yo acabé de teclear el borrador final del texto, pues quería que lo revisara. Junto con el manuscrito entero le llevé una botella de buen vino tinto para poner un poco de alegría a su Navidad.

Como siempre, bajó a la recepción para recibirme y acompañarme a su habitación. Había un gran silencio en la casa esa tarde, dado que muchos de los profesores habían salido para pasar los días festivos con sus familiares o amigos, pero Dupuis había preferido quedarse. Charlamos mientras caminábamos por los pasillos, pintados del mismo gris que los acorazados, hasta su cálido estudio-habitación, repleto de libros, un icono de Cristo, objetos de la India, donde había pasado treinta y seis años de su vida, y muchas cosas más.

Una vez dentro le di el borrador del manuscrito, que él recibió con considerable alegría. Incluía el texto completo de las entrevistas que había tenido con él, tanto cara a cara como por correo electrónico, durante los últimos tres años, más una colección de artículos que él quería añadir a lo anterior. Él ya había leído casi todo el manuscrito, en realidad, y solo necesitaba que revisase el capítulo nuevo. De hecho, corrigió y aprobó el texto final al día siguiente: el día de Navidad. A la mañana siguiente, 26 de diciembre, le pidió a un joven estudiante jesuita rumano, de quien estaba haciéndose amigo tanto espiritual como económicamente, que hiciera fotocopias de todo el trabajo, para él y para mí.

Dos días después, el 27 de diciembre, al final de la cena en el comedor de la comunidad de la Gregoriana, se cayó mientras se levantaba para marcharse y se golpeó la cabeza con una de las mesas de madera. Lo llevaron a toda prisa al hospital, donde murió al día siguiente, al parecer de una hemorragia cerebral.

El 30 de diciembre asistí a la misa funeral, celebrada en la capilla de la comunidad de la Gregoriana. Fue presidida por el superior de la comunidad, representante del padre general de los jesuitas, Peter Hans Kolvenbach, que se había hecho amigo de Dupuis, pero que lamentablemente no podía asistir, porque tenía una audiencia con el cardenal Ratzinger esa misma mañana. El arzobispo Michael Fitzgerald, por entonces presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, era uno de los concelebrantes. Él era el único oficial del Vaticano en la misa, pero su presencia era muy significativa y un homenaje al hombre que había realizado una importante contribución al PCDI durante sus diez años como consultor.

Me conmovió profundamente antes de la misa el que el joven estudiante jesuita rumano antes mencionado pusiera una rosa roja sobre el ataúd de Dupuis. Había perdido a un buen amigo; la Iglesia católica había perdido a un teólogo pionero que había contribuido grandemente no solo con la Iglesia de la India, sino con la Iglesia universal y con la comunidad cristiana más amplia en el diálogo con las otras grandes religiones del mundo.

Este libro-entrevista representa su contribución final a esa relación tan importante. Tiene su historia particular, primero considerando la génesis y los contenidos del libro y, segundo, relacionado con el motivo por el que ha tardado tanto en publicarse.

El libro fue idea mía, pero Dupuis le puso el título: No apaguéis el Espíritu. Él también insistía en añadirle tres artículos y tres apéndices al libro-entrevista, para ofrecer una más completa y profunda elaboración de algunos puntos cruciales planteados por él en nuestras conversaciones. Dos de ellos, sin embargo, han sido publicados ya en otros lugares (como se puede ver en la nota editorial de este libro un poco más adelante) y, por tanto, no han sido incluidos aquí. El tercero, «La teología del pluralismo religioso, revisada», es el capítulo 4, puesto que es el único que no ha sido publicado aún. En él, Dupuis resalta los puntos principales en los que siente necesario aclarar o matizar su posición a la luz del debate surgido tras sus dos libros.

Dado que este libro se terminó el día de Navidad de 2004, ¿por qué entonces ha tardado trece años en ir a la imprenta?

Para responder a esta pregunta es necesario remontarse a finales del año 2003, cuando terminamos el proyecto original (capítulos 1 y 2). El P. Dupuis me escribió entonces una carta en la que me preguntaba por el asunto de la publicación. Decía claramente que no quería que se publicara el libro mientras Juan Pablo II fuera papa y el cardenal Ratzinger, prefecto de la CDF. Sin duda, no quería arriesgarse a tener nuevos problemas con la CDF como resultado de este libro. Nunca consideró la posibilidad de que el cardenal Ratzinger pudiera suceder a Juan Pablo II como papa, pues era ampliamente conocido que Ratzinger quería retirarse. Además, ya que conocía bien el mercado, decía que él buscaría editor cuando Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger ya no estuvieran en activo. Pensaba que Orbis Books debería ser la primera opción, dado que ahí había publicado sus primeros trabajos.

El P. Dupuis murió más de un año antes que Juan Pablo II; después, el cardenal Ratzinger fue elegido papa en abril de 2005, gobernando la Iglesia como Benedicto XVI hasta su renuncia el 28 de febrero de 2013. Respetando la voluntad de Dupuis, sentí que no podía publicar este libro en esos años y, por tanto, el manuscrito reposaba en una estantería de mi estudio.

El 13 de marzo de 2013, el cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, fue elegido papa y tomó el nombre de Francisco. Era el primer jesuita que llegaba a ser papa. Trajo una bocanada de aire fresco y de apertura a la Iglesia católica, junto con un clima de gran libertad en muchos campos, incluyendo el mundo académico y el diálogo con las otras Iglesias cristianas y las principales religiones del mundo, como se puso de manifiesto en su discurso a los obispos de Asia durante su visita a Corea del Sur, en agosto de 2014. Supuesto este nuevo clima en la Iglesia, sentí que había llegado el momento de buscar editor para No apaguéis el Espíritu. Se lo comenté al P. Adolfo Nicolás, por entonces general de los jesuitas, y le pregunté si deseaba leer el manuscrito antes de la publicación, dado que Dupuis mencionaba a muchos miembros de la Compañía de Jesús y también de la Universidad Gregoriana. Me respondió sin dudar: «¡Lo leeré en cuanto se publique!».

A finales de enero de 2016, el P. James Martin, el conocido jesuita norteamericano, estaba en Roma y cenamos juntos. Le enseñé el manuscrito y, echándole una rápida ojeada, me puso en contacto con Jim Keane, uno de los editores de Orbis Books. El resto ya es historia.

Durante una visita al Líbano, en mayo de 2016, tuve un encuentro fugaz con Peter Hans Kolvenbach en la comunidad de la Universidad de St. Joseph, en Beirut. Él había sido el superior general de la Compañía de Jesús desde 1983 hasta 2008, y apoyó firmemente a Dupuis. Le dije que este libro-entrevista se publicaría pronto, y, cuando le mencioné que Dupuis le dedicaba grandes elogios en el libro y le expresaba su gratitud por el inestimable apoyo que le había brindado, especialmente en esos últimos años difíciles, el P. Kolvenbach me miró y me dijo: «¡Me siento honrado!».

Estoy seguro de que el P. Dupuis se alegra en el cielo de la publicación de su testamento en Orbis Books. También me hace feliz que esta obra, en la que trabajamos durante largo tiempo, vea ahora la luz del día. Agradezco en particular al P. Gerry O’Collins sus valiosos consejos y su ayuda en todo este esfuerzo.

Quisiera terminar esta introducción citando un fragmento de la respuesta que me dio el P. Dupuis cuando, en junio de 2003, le pregunté: «Si al final de los tiempos Cristo le pidiera cuentas del trabajo que ha hecho, ¿qué le diría?». Lo hago porque creo que su respuesta revela mejor que ninguna otra en este libro la profunda espiritualidad de este pionero y teólogo jesuita que dedicó su vida entera a Jesucristo y su Iglesia. Esto fue lo que me respondió:


Cuando esté al otro lado, no puedo imaginarme a mí mismo dando cuentas al Señor del trabajo que he hecho. Ni siquiera pienso que ese rendir cuentas mío sea necesario. El Señor conocerá mi trabajo incluso mejor de lo que yo mismo lo conozco. Solo puedo esperar que su valoración de él sea más positiva que la de algunos de los censores y, ay de mí, que la de la autoridad doctrinal central de la Iglesia.

Por mi parte, solo quisiera dar gracias a Dios por el don de la vida humana y por la llamada a compartir su propia vida divina en su Hijo Jesús; también quisiera darle gracias por la vida tan llena que, sin mérito alguno por mi parte, me ha regalado a mí, su siervo indigno, y por las muchas oportunidades que me ha dado para aprender a amarle y servirle.

Confío en que el Señor, que conoce los secretos del corazón, sabrá que mi intención al escribir lo que he escrito y al decir lo que he dicho ha sido solo para expresar lo mejor que he podido mi profunda fe en él y mi total dedicación a él.

Más que tender a hablar yo, cuando nos encontremos, espero oír del Señor, en lugar de mis fallos y deficiencias, una palabra de consuelo y aliento. Rezo para que el Señor me invite a entrar en su gloria para cantar sus alabanzas por siempre. Ojalá pueda escucharle diciéndome: «Muy bien, siervo honrado y cumplidor; has sido fiel en lo poco, te pongo al frente de lo importante. Entra en la fiesta de tu Señor» (Mt 25,21).


Amén.


GERARD O’CONNELL

Roma, Italia

No apaguéis el espíritu. Conversaciones con Jacques Dupuis

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