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El sentido de un curso de vida reside en un esquema sintagmático

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Greimas y Courtés escribían en Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje (1982), a propósito del esquema narrativo canónico:

El esquema narrativo es como un marco formal en el que viene a inscribirse el «sentido de la vida» con sus tres instancias esenciales: la calificación del sujeto, que lo introduce en la vida; su «realización» por lo que «hace»; y la sanción –a la vez retribución y reconocimiento– que es lo único que garantiza el sentido de sus actos y lo instaura como sujeto según el ser1.

El «sentido de la vida» se inscribe en una «forma» (la secuencia de tres tipos de pruebas). El razonamiento comienza con estructuras de enunciados narrativos, examinados a partir de corpus folclóricos y, pasando por una serie de extrapolaciones sucesivas (a todos los textos, a todos los géneros narrativos, y luego a toda serie de acciones significantes), alcanza un nivel de generalidad suficiente hasta llegar a las «formas de vida». Así pues, se trata de una forma sintagmática de la vida colocada bajo las exigencias de la narratividad, y eso en los primeros tiempos de la semiótica estructural y generativa.

Hay otras formas sintagmáticas imaginables, pero volveremos sobre esto a su tiempo y momento. Por ahora importa la naturaleza del razonamiento que conduce del enunciado lingüístico y textual a la forma de vida: por generalizaciones sucesivas, por extensión progresiva de las posibilidades de análisis y del campo de pertinencia, lo que no era más que formas de textos particulares se convierte, por niveles escalonados, en forma de la experiencia en general. En esta ocasión, una experiencia elemental y genérica: la de la vida misma.

Teniendo en cuenta el esquema narrativo canónico, inmediatamente advertimos que la «forma» narrativa que da sentido opera selecciones muy fuertes sobre la «sustancia» (vital). Por el lado de la sustancia, en efecto, la primera etapa de la vida es el nacimiento, y la última es la muerte; por el lado de la forma (el esquema narrativo canónico), la primera etapa es la calificación, y la última, la sanción. Nacer a la vida en cuanto sustancia no es más que un límite inicial, y es preciso proyectar sobre él una forma sintagmática particular para que se convierta en significativa. La forma sintagmática proyectada por el esquema narrativo canónico decide específicamente lo siguiente: neutraliza el valor del límite inicial, y solo toma en cuenta el conjunto de las fases de adquisición de la competencia2. Asimismo, como escribía Montaigne, la muerte no es más que el «fin» de la vida, y no la «meta»: para dar sentido a ese fin, el esquema narrativo lo sustituye por el conjunto de las fases de reconocimiento y de retribución3.

La «forma de vida», al proyectar sobre el «curso de vida» un esquema sintagmático, determina, decide, en suma, la naturaleza, el número, el tamaño y la composición de los segmentos y de las articulaciones consideradas como pertinentes para poder acoger el «sentido de la vida». El «curso de vida» es una sustancia; la proyección de un esquema sintagmático sobre ese curso hace de él una «forma»; y esa forma es susceptible de funcionar luego como una «forma de la expresión» que puede ser asociada a una «forma del contenido». En este caso, para el segmento de la «sanción», los contenidos son los valores proyectados, ya sea sobre el sujeto, o sobre el objeto que le es atribuido.

Esa forma elemental será complejizada, hasta cuestionada, y presentará alternativas. Lo que se ha denominado, por ejemplo, «viraje modal» en semiótica ha permitido sustituir un inventario relativamente fijo de actantes, y una esquematización narrativa cerrada, por una mayor diversidad de roles modales. Gracias a la abertura de la combinatoria modal, la descripción narrativa se ha afinado y se ha ido adaptando progresivamente a la diversidad de los discursos concretos. De pronto, la inestabilidad y la variación han ganado todas las fases del esquema narrativo canónico: la del contrato y la de la manipulación, y, más generalmente, la de la «calificación del sujeto», especialmente bajo la influencia de la semiótica de las pasiones, pero también la de la acción y la de la sanción, gracias a la diversidad de «devenires» de la identidad modal.

El análisis de la dimensión sensible ha puesto de manifiesto la aparición de otros tipos de alternativas: sometido, por ejemplo, a los esquemas específicos de la aprehensión sensorial de los valores figurativos, el curso de vida adquiere forma bajo la exigencia de los recorridos de la estesis, que comprenden igualmente fases de conjunción y de disjunción, pero sin considerar la calificación ni la sanción, es decir, fuera de los marcos fijados por el esquema narrativo, y que desarrollan, en lugar del esquema narrativo, las afecciones sucesivas del cuerpo propio del sujeto sensible. Concebido para dar cuenta de las microsecuencias de la experiencia sensible, ese tipo de esquema «estésico» puede también, como lo ha demostrado Greimas en De la imperfección (1990), por generalizaciones sucesivas, acceder al rango de «forma de vida».

Esto quiere decir que se puede considerar, por ejemplo, la construcción del «sentido de la vida» como un gesto estético, y que, con esta condición, el «estilo» semiótico del esquema sintagmático que se impone es un estilo sensible. Así ocurre, principalmente, con el beau geste [el bello gesto], que trata de inaugurar una nueva ética sobre el fondo de una ruptura estética: ese estilo sensible y estético se convierte, entonces, en una expresión, que recibe por contenido principalmente valores y pasiones.

Esas dos variantes, que reúnen y asocian las estesis, la combinatoria modal y los estados propioceptivos del sujeto sensible, han dado lugar a la semiótica de las pasiones, cuyo principal aporte no consiste en el microanálisis de tal o cual tipología de figuras pasionales, sino, al contrario, en el despeje de esquemas sintagmáticos de recorridos pasionales. Esos recorridos sintagmáticos de la pasión, que comprenden especialmente fases de sensibilización (despertar propioceptivo, disposición afectiva), de emoción y de moralización, son aptas para estructurar tanto segmentos textuales restringidos como cursos de vida completos. Es posible ahora fundar el «sentido de la vida» en formas sintagmáticas surgidas del esquema patémico canónico (Greimas y Fontanille, 1994, pp. 223-228; Fontanille, 2006), y caracterizar, con base en sus variantes, las configuraciones pasionales y estéticas propias de cada una de las culturas individuales y colectivas.

Poco importa, sin embargo, la diversidad de las esquematizaciones posibles, pues lo que cuenta por el momento es solamente el principio sobre el cual aparece, en el razonamiento semiótico, una «forma de vida»: un esquema sintagmático es elegido como plano de la expresión y proyectado sobre un curso de vida; y le son asociadas configuraciones modales, pasionales y temáticas como plano del contenido. Se trata de la formación de una semiosis en toda regla, gracias a la reunión de los dos planos de un lenguaje. Los esquemas proyectados pueden variar y alternar, así como los contenidos asociados, pero el principio de constitución de una forma de vida como semiótica-objeto permanece constante.

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