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3. EL LIBRO DE VIDA Y LA EXPRESIÓN DE LA SOCIEDAD

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Tomemos como punto de partida ese primado de la elocutio que va a dar lugar a la teoría del carácter absoluto del estilo y a las nociones que hoy se emplean para indicar lo propio del lenguaje literario moderno, es decir el carácter “intransitivo” o “autotélico” del lenguaje. Tanto los partidarios de la excepcionalidad literaria como quienes denuncian su carácter utópico coinciden en remitirse al romanticismo alemán y especialmente a la fórmula de Novalis: “Es un error prodigiosamente ridículo el pensar, como lo hace la gente, que se habla en razón de las cosas. Todos ignoran justamente lo que es propio del lenguaje, a saber, que no se ocupa, sencillamente, más que de sí mismo”38. Pero es necesario observar que este “autotelismo” del lenguaje no es en absoluto un formalismo. Si el lenguaje solo se ocupa de sí mismo no es porque se trata de un juego autosuficiente sino porque ya es en sí mismo experiencia de mundo y texto de saber, porque él mismo dice, antes que nosotros, esa experiencia. “Sucede con el lenguaje como con las fórmulas matemáticas […] que solo juegan entre sí, sin expresar nada más que su naturaleza maravillosa; por eso precisamente son tan expresivas, por eso se refleja en ellas el juego singular de las relaciones entre las cosas”39. La abstracción de los signos matemáticos se deshace de la semejanza representativa. Pero lo hace para asumir ella misma el carácter de un lenguaje-espejo, que expresa en sus juegos internos los juegos íntimos de las relaciones entre las cosas. El lenguaje no refleja las cosas, porque expresa sus relaciones. Pero esta expresión misma se concibe a su vez como una semejanza. Si el lenguaje no tiene la función de representar ideas, situaciones, objetos o personajes conforme a las normas de la semejanza, es porque presenta ya en su propio cuerpo la fisonomía de lo que dice. No se asemeja a las cosas como una copia porque porta su semejanza como memoria. No es un instrumento de comunicación porque es ya el espejo de una comunidad. El lenguaje está hecho de materializaciones de su propio espíritu, de ese espíritu que deberá transformarse en mundo. Y ese porvenir se manifiesta a su vez por la manera en que toda realidad física es capaz de desdoblarse, de mostrar sobre su cuerpo su naturaleza, su historia, su destinación.

La fórmula de Novalis no puede ser interpretada como la afirmación de la intransitividad del lenguaje, opuesta a la transitividad comunicativa. La oposición misma constituye un claro artefacto ideológico. Toda comunicación emplea, en efecto, signos que competen a modos de significancia diversos: signos que no dicen nada, signos que se eclipsan ante su mensaje, signos que tienen valor de gestos o de íconos. La “comunicación” poética en general se funda en la explotación sistemática de estas diferencias de régimen. El paso de una poética de la representación a una poética de la expresión hace bascular la jerarquía de esas relaciones. Al lenguaje como instrumento de demostración y ejemplificación, dirigido a un oyente calificado, opone el lenguaje como cuerpo vivo de símbolos, es decir de expresiones que simultáneamente muestran y ocultan sobre ese cuerpo lo que dicen, de expresiones que manifiestan así, más que tal o cual cosa en particular, la naturaleza misma y la historia del lenguaje como potencia de mundo y de comunidad. El lenguaje no se ve entonces remitido a su propia soledad. No hay soledad del lenguaje. Existen dos ejes privilegiados según los cuales este puede ser pensado: el eje horizontal del mensaje transmitido a un auditorio determinado al que se muestra un objeto, o el eje vertical en el cual el lenguaje habla en primer lugar manifestando su propia procedencia, explicitando las potencias sedimentadas en su propio espesor. No hay contradicción entre la fórmula “monológica” de Novalis, ese místico representante de la poesía pura, y las juiciosas consideraciones del economista Sismondi, que remitía el origen de la poesía a ese momento en la vida de las naciones en que “no se escribe por escribir, no se habla por hablar”40. Estas tesis aparentemente contradictorias no solo están vinculadas entre sí por la relación de Novalis con los hermanos Schlegel y de Augusto Schlegel con el círculo de Madame de Staël al que pertenece Sismondi, sino por su pertenencia a una misma idea de la correspondencia del lenguaje con lo que dice. El lenguaje solo es autosuficiente porque las leyes de un mundo se reflejan en él.

Este mundo puede adoptar diversas figuras, de aspecto más o menos místico o racional. Para Novalis, que se inspira en Swedenborg, es el “mundo interior de los sentidos” y constituye la verdad del otro mundo, esa verdad espiritual que el proceso de la Bildung debe volver un día idéntico a la realidad empírica. Pero otro adepto de Swedenborg, Balzac, sabrá volver equivalentes ese mundo interior de los sentidos y la anatomía de una sociedad. A partir de ese momento el lenguaje va a decir, en primer lugar, su propia procedencia. Pero esta procedencia puede estar relacionada tanto con las leyes de la historia y de la sociedad como con las del mundo espiritual. La esencia de la poesía es idéntica a la del lenguaje en la medida en que la esencia del lenguaje es idéntica a la ley interna de las sociedades. La literatura es “social”; expresa la sociedad ocupándose de sí misma, es decir de la manera como las palabras contienen un mundo. Y es “autónoma” en la medida en que no tiene reglas propias, en que es el lugar sin contornos donde se exponen las manifestaciones de la poeticidad. En este sentido Jouffroy podrá decir que “hablando con propiedad no es un arte sino la traducción de las artes”41. Antes, la traducción “poética” de las artes era la equivalencia de los modos diferentes del mismo acto de representar. En adelante es algo completamente distinto: la traducción de los “lenguajes”. Cada arte es un lenguaje específico, una manera propia de combinar los valores de expresión del sonido, del signo y de la forma. Pero una poética particular es también una versión específica del principio de la traducción entre lenguajes. “Romanticismo”, “realismo” o “simbolismo”, esas escuelas entre las cuales se acostumbra repartir el siglo romántico, están todas determinadas, de hecho, por el mismo principio. Si difieren entre sí, es solamente por el punto a partir del cual operan esa traducción. Tal como Zola la poetiza, la cascada de telas en la vitrina de la tienda de Octave Mouret es efectivamente el poema de un poema. Es el poema de ese ser doble, ese “ser sensible-suprasensible” que constituye según Marx la mercancía. El libro se consagra en mucha mayor medida al poema de este ser suprasensible que a las tribulaciones de la pálida Denise. Y la interminable descripción “realista” o “naturalista” no tiene nada que ver con el principio del reportaje y de un uso informativo del lenguaje, ni tampoco con la estrategia calculada del “efecto de realidad”. Es signo de la poética del desdoblamiento lingüístico de todas las cosas42. El paraíso de las damas nos presenta un “mundo interior de los sentidos” que no es ni más ni menos místico que la “doble cámara” de Baudelaire, el “castillo de pureza” de Mallarmé o la “boca de sombra” de Hugo. El desdoblamiento poético de todas las cosas puede ser interpretado tanto de un modo místico como de un modo positivista. En el primer caso, hará aparecer el mundo de los espíritus, en el segundo, el carácter de una civilización o la dominación de una clase. Pero misticismo y positivismo también pueden estar juntos, como Cuvier y Swedenborg en el prefacio de La Comedia humana. Escritores fuertemente impregnados de misticismo simbolista como Hugo o Balzac se dedican a comprender, mucho antes que los sabios positivistas, la manera como el hombre “tiende a representar sus costumbres, su pensamiento, su vida, en todo lo que se apropia para sus necesidades” y a exponer los principios de la “historia olvidada por tantos historiadores, la de las costumbres”43. Y, antes de ellos, fueron historiadores de los orígenes de las civilizaciones europeas modernas como Barante y Guizot los que propagaron la nueva acepción de la literatura al estudiar la relación de su desarrollo con las instituciones y las costumbres.

La palabra muda

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