Читать книгу ¿Hubo socialismo en la URSS? - Jaime Canales Garrido - Страница 6
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“¿Quién ignora que la primera ley de la Historia
es que no hay que osar decir nada falso, y que
no hay que temer confesar toda la verdad?...
Como nada es más hermoso que conocer la
verdad, nada es más vergonzoso que aprobar
la mentira y tomarla por verdad”.
Marco Tulio Cicerón
La presente monografía no es, en el sentido riguroso del término, un trabajo de historia, si bien son abordados en ella acontecimientos de trascendencia histórica universal.
Y afirmamos que no es una obra de historia, porque el autor, no pudiendo refrenar su íntimo deseo de intentar mostrar la verdad histórica sobre las cuestiones objeto de esta investigación -por así decirlo- tomó partido desde el inicio mismo de su exposición, algo que está, supuestamente, vedado a un historiador.
De suyo se comprende que, al enterarse de una realidad enteramente diferente a la que la abrumadora mayoría de las personas conoce o cree conocer, el autor no pudo abstenerse de exteriorizar cierta estupefacción, pues experimentó la sensación de estar remando contra la corriente. Y, por ello, dicha revelación no pudo no encontrar una suerte de toma de posición bastante crítica en la apreciación de algunos nefastos acontecimientos de alcance universal, que -por su esencia, magnitud y consecuencias- no dejarían de motivar repudio en cualquier persona amante de la verdad y de la justicia social.
El lector tiene en sus manos un estudio teórico y, al mismo tiempo, una crónica analítica de importantes acontecimientos históricos que -dentro de lo que fue posible, debido a la complejidad y superposición en el tiempo de las cuestiones enfocadas- fueron tratados en orden cronológico.
Este libro es parte de un trabajo de investigación sobre el marxismo, el socialismo y la dictadura del proletariado -que el autor inició el año 2007- cuya finalidad medular era y es entregar antecedentes fidedignos sobre la edificación de la sociedad socialista en la URSS y dar a conocer algunas de las causas -tanto internas como externas- de la destrucción de la Unión Soviética.
Originalmente, lo medular del contenido de este volumen debería haber constituido la primera parte de una trilogía, que comprendía el análisis de tres cuestiones fundamentales sobre la teoría y la práctica marxista, teniendo como objeto principal de estudio a la Unión Soviética, a saber:
1. La doctrina de Marx, Engels y Lenin sobre el Estado, la dictadura del proletariado y el socialismo, como primera fase de la sociedad comunista;
2. El marxismo y la edificación de la sociedad socialista en la URSS;
3. La destrucción de la Unión Soviética.
Sin embargo, los avatares de la vida -siempre más rica que la teoría y las buenas intenciones- obligaron al autor a interrumpir el trabajo en su versión inicialmente planificada, debido a que, en abril del año 2017, le fue solicitado que escribiera un artículo acerca de la Unión Soviética con motivo del centenario de la Gran Revolución Socialista de Octubre, que se celebró en la Conferencia Internacional de Profesionales Egresados de los Países Socialistas, en la ciudad de Viña del Mar.
El autor -inmerso en la angustiante tarea de revivir intensamente los “descubrimientos” que había hecho a finales de los años 80 sobre la destrucción de la URSS- se vio, en un principio, involuntariamente impelido a sobrepasar el marco del mencionado artículo y, en su lugar, elaborar un ensayo que debería, al menos pálidamente, relatar parte de lo que los archivos del Kremlin habían develado entre los años 1989 y 1996, altura en que fueron cerrados nuevamente.
No podía el autor dejar de abordar en su trabajo cuestiones de tamaña trascendencia para los destinos de la Unión Soviética, como la campaña del terror contra la URSS y Stalin, iniciada en 1933 -fecha demasiado temprana como para escribir sobre las supuestas represiones masivas del “malvado” Stalin- promovida, peregrinamente, por la Alemania nazi y el magnate norteamericano Hearst, propietario de una de las cadenas más grandes de medios de desinformación masiva del mundo; el escamoteo, las falacias y calumnias emanadas del espurio “Informe Secreto” al XX Congreso del PC (b); la verdad de las represiones; el papel jugado por la burocracia partidaria tras la muerte de Stalin en el proceso de desmontaje de la URSS, iniciado por Jruschov, continuado en los años 60 y 70, y consumado por Gorbachov y su equipo de colaboradores entre los años 1985 y 1991.
Ahora bien, aquel ensayo que había tocado las cien páginas -luego del correspondiente trabajo de revisión y del categórico convencimiento del autor de que había surgido la posibilidad de dar a conocer lo desconocido para la mayoría de los lectores latinoamericanos- se hizo harto más voluminoso, alcanzando las doscientos cincuenta páginas, en las que el lector era convidado por el autor a realizar un periplo -a veces, no con la extensión y profundidad deseables- por todas las supra mencionadas cuestiones. Esta circunstancia acabó por invalidar la trilogía originalmente ideada.
Lo referido condicionó, por supuesto, el contenido y la forma del presente trabajo, que, acaso, pueda haber sufrido cierta pérdida de información específica que podría haber suscitado un mayor interés del lector por los tópicos aquí abordados, y que parecieran ser de más yerma lectura que los expuestos en el referido ensayo.
Con todo, si, por un lado, hay que concordar que la temática de este estudio no es de fácil lectura -porque se analizan en él, en medida significativa, cuestiones de índole teórica-, por otro, no se podría refutar el hecho de que gran parte de la información que no pudo ser expuesta en el referido ensayo, enriquecida, encontró sede en este.
Por cierto, al objeto de poder situar el lugar de la Unión Soviética en el proceso histórico del desarrollo de la humanidad, no se podría haber prescindido de las obras de los fundadores del marxismo.
Como es sabido, desde el primer momento de su surgimiento, el marxismo ha sido objeto de múltiples e inicuos ataques y tergiversaciones, sobre todo, en estos conturbados tiempos de una sensible carencia de ideas y, por tanto, de acelerada deshumanización del hombre, en que peregrinos especialistas, aventuradamente, declaran muerto el legado de Marx.
Fue en ese exacto contexto que el autor juzgó que no podía ni debía hurtarse a la imperiosa necesidad de citar extensamente las primigenias ideas de los fundadores del socialismo científico -a veces, con una extensión no siempre deseada y bienvenida-, lo que, amén de hacer poco ligera y menos dinámica la lectura de este texto, no siempre facilitó la tarea de exponer, de modo sucinto, la doctrina marxista-leninista sobre las aludidas cuestiones. Pero, ¡¿quién podría expresar mejor sus ideas que el propio Marx?! ¡Y qué decir de Engels y Lenin!
Y, precisamente, con base en esas ideas es que el autor intenta, en las páginas que siguen, determinar en qué medida la doctrina marxista-leninista encontró su plasmación en la vida de las sociedades del siglo XX, particularmente a la luz de la experiencia de la Unión Soviética en sus casi setenta años de vida.
Si bien es sabido que una de las obras teóricas marxistas más importantes sobre el Estado, la dictadura del proletariado y el comunismo es El Estado y la revolución, de Lenin -en la que se podría afirmar que está dicho prácticamente todo acerca de estas tres trascendentales categorías-, el autor, pertinaz, se aventuró a presentar sintéticamente -allí donde fue posible hacerlo- el pensamiento original de los fundadores del marxismo. Porque, para los efectos del objetivo que persigue el presente trabajo ello devino definitivamente imperioso.
En esta investigación, el lector, además de encontrar un profundo y detallado análisis de cómo la teoría marxista se transformó -con las inevitables adaptaciones que la realidad impuso- en práctica, podrá, por vez primera, tener acceso a abundante y variada información de fuentes fidedignas sobre hechos que tuvieron una importancia decisiva para el destino de la URSS.
Igualmente, el lector interesado en conocer más en pormenor el proceso histórico habido en el país de los Soviets, comprendido entre los años 1917 y 1991, podrá encontrar en el presente estudio respuestas a algunas de las sempiternas preguntas que suscitó la edificación del socialismo en la URSS, que difieren de las conjeturadas verdades propaladas por los medios de comunicación de masas y los, supuestamente imparciales “especialistas” en el socialismo y la Unión Soviética.
Es importante señalar que en los círculos académicos tanto de América Latina, como también de Europa y de los Estados Unidos -exceptuando los trabajos científicos de algunos preclaros y honestos investigadores de estos últimos países- prevalece una visión distorsionada de la verdadera historia de la Unión Soviética.
En Occidente, numerosos son los autores renombrados que, echando mano a una antojadiza interpretación de la realidad de la URSS, inducen al lector a tener una visión extremadamente errada y negativa del fenecido Estado Soviético.
Sucede, con indeseable frecuencia, que el mero hecho de relatar los acontecimientos habidos en la Unión Soviética con arreglo a nuevas fuentes de información -en primer lugar, a documentos de los archivos desclasificados- se transforma en motivo suficiente para que ciertos “académicos”, entre ellos historiadores y analistas políticos, califiquen a los autores de los susodichos relatos con el rótulo de “estalinistas”, como si se tratara de un epíteto peyorativo, tal como, durante el siglo pasado y el corriente, en muchos países del mundo, se usó y usa, con esta misma connotación, el término “comunistas”. Lo que -dicho sea de paso-, paradójicamente, se corresponde con la realidad, pues el socialismo real fue construido y consiguió desarrollarse mientras el comunista Stalin se mantuvo al frente del Partido Comunista de la URSS -auténticamente leninista- y del Estado Soviético.
Tal abordaje por parte de los académicos muestra, por un lado, pura y simplemente, la carencia de conocimientos específicos de que adolecen y, por otro, sus prejuicios, estos -como se sabe- enteramente reñidos con cualquier tipo de actividad científica.
Es pertinente acotar que en la Rusia actual, no hay ningún partido comunista, incluyendo al mayor de ellos -el Partido Comunista de la Federación Rusa- ni movimiento de izquierda, ni la mayor parte de los auténticos académicos en los más diversos ámbitos del conocimiento, particularmente de las ciencias sociales, de investigadores y especialistas reconocidos, que sean o se declaren antiestalinistas.
Todavía más, la mayoría de la población rusa se ha pronunciado a favor de la rehabilitación de Stalin, exigiendo que se permita erigir monumentos y se reconozca el papel histórico jugado por el vilipendiado estadista, que, en buen rigor, fue el mentor y rector de la edificación socialista de la URSS.
Incluso las encuestas oficiales de opinión pública, llevadas a cabo en el seno de una población que, durante más de treinta años, viene siendo objeto de manipulación, desinformación y de periódicas campañas antisoviéticas, arrojan resultados sorprendentes: más de la mitad de la población de Rusia considera que una de las más grandes personalidades y estadistas en toda la historia del gran país fue Stalin. ¡Los comentarios huelgan!
De suyo se comprende que la sesgada visión de la historia de la Unión Soviética fue y continúa siendo promovida por los mezquinos intereses de los círculos más retrógrados de los Estados Unidos de América y sus adeptos del resto del mundo -entre los cuales los gobernantes rusos actuales ocupan un lugar señero- cuyo objetivo principal es denigrar el sistema socialista, pues incluso hoy el contenido humanista de una sociedad sin clases sociales continúa siendo el principal enemigo del degradante modo de producción capitalista.
Visión análoga a la recién señalada continúa teniendo lugar en el seno de las organizaciones políticas y conglomerados sociales -lamentablemente, incluso de las auténticas izquierdas- que, en su mayoría, se han convencido de que la Unión Soviética fracasó, porque el sistema socialista fue incapaz de resolver sus problemas económicos y sociales y, en definitiva, fue derrotada en la competencia con las potencias capitalistas.
Así pues, en este contexto surge esta obra que intenta poner al menos algunas cosas en su lugar, y echar por tierra ciertos mitos creados por la oficiosa propaganda anticomunista de los Estados Unidos, de la aplastante mayoría de los países europeos y del resto del mundo, siendo que estos últimos, pura y simplemente, se limitan a reproducir, mecánicamente, la “información” de las supuestas “fuentes fidedignas” de sus preceptores.
Sin embargo, la difusión generalizada de la propaganda anticomunista no tendría nada de extraordinario, si no alcanzase una amoralidad suprema en el desembozado maridaje de los órganos de comunicación de masas y los organismos de seguridad de la mayor parte de los susodichos Estados.
Todavía, se torna más penoso constatar que, en la actualidad, hay representantes políticos de partidos de izquierda que, con cierta soberbia, se declaran antiestalinistas. No se requiere un análisis muy profundo para concluir que estos políticos de la era neoliberal, infortunadamente, no conocen la verdadera historia de la URSS, la que puede ser estudiada, interpretada y relatada, de manera cabal, solo con base en la documentación original y estudios especializados -infelizmente, desconocidos por los antiestalinistas de ayer y de hoy-, en los datos de los archivos, muy especialmente de los desclasificados del Estado Soviético y del PCUS.
Somos de la firme opinión que la principal fuente de información -se desee o no reconocerlo- tiene su asiento en los archivos históricos rusos, que permitirá a los interesados conocer la verdad y, efectivamente, acercarse a la realidad habida en la URSS entre los años 1923 y 1990.
En las páginas que siguen -y que el lector preocupado con el devenir económico, social y político no trepidará en someter a un oportuno análisis crítico- son formuladas varias tesis que, sin duda, de forma harto novedosa, ofrecen una interpretación dialéctica de los acontecimientos que se concatenaron tanto para el surgimiento y desarrollo de la Rusia de los Soviets como para su destrucción paulatina y, a la postre, para su muerte.
Podríamos asegurar -sin gran margen de duda- que la lectura atenta de este libro llevará al lector a concluir que el mismo es producto de una incuestionable rigurosidad científica, pues es evidente que las reflexiones y juicios aquí contenidos han sido fundamentados con recurso a un exhaustivo estudio de documentos históricos, de los archivos desclasificados del Kremlin y de obras de autores especializados en la problemática soviética, mundialmente reconocidos, sobre todo rusos-soviéticos, como es el caso del filósofo Aleksandr Zinóviev, del académico Serguei Kara-Murzá, del economista y académico Valentín Katasónov, de los historiadores Yuri Zhúkov, E. Prúdnikova, Yu. Emelyánov, I. Froyánov, S. Mirónin, E. Spitsyn, V. Soima, V. Kardashov, S. Semánov, A. Fúrsov y muchos otros.
No obstante lo referido anteriormente, siendo la seriedad científica una cualidad altamente positiva e indispensable en la elaboración de cualquier trabajo de investigación, ella puede convertirse, a veces, en una suerte de desventaja, pues el intrincado contenido del objeto analizado conlleva el riesgo de que, para el lector no especializado en este ámbito del conocimiento, no represente interés internarse en sus meandros.
Estamos persuadidos de que la visión de las razones de la catástrofe de los gobiernos de los países socialistas, y muy especialmente de la destrucción de la Unión Soviética, que predomina en el mundo -y, en realidad, se le ha impuesto a la opinión pública de los países de América Latina- por lo general, es reductora y simplista.
Asimismo, estamos seguros de que muchos de los análisis que se han hecho sobre el histórico acontecimiento son, en su mayoría, estereotipados -y desde el punto de vista de la realidad histórica-, bastante prejuiciosos y falsarios. Se nos antoja que, muchas veces, lo que prima en ellos es la obsesión ideológica y política, y no el ánimo de encontrar y mostrar la verdad. O, en última instancia y en el mejor de los casos, reflejan la pereza intelectual de algunos de sus autores, que se limitan a repetir las opiniones de los anticomunistas gurús de la “sovietología”.
Los autores de monografías, ensayos, opúsculos y artículos que, con independencia de los fines que perseguían y persiguen, entregaron y entregan al público una visión tendenciosa de lo que fue el proceso de construcción del socialismo en la Unión Soviética -muchos de ellos sin siquiera haberse tomado el trabajo de recurrir al uso de fuentes serias de información para sustentar sus opiniones- parecieran ignorar que sus análisis descansan en un enfoque estrecho y reductor -con mucha frecuencia, falaz- de los hechos reales.
Habría que convenir que, no obstante la rigurosidad científica estar ausente en la mayoría de dichos análisis, estos, a los ojos del lector, continúan teniendo la calidad de estudios dignos de credibilidad, lo que siempre le ha causado un grave daño a la Unión Soviética, que ni siquiera después de su total destrucción, escapa a las tergiversaciones, falacias y ataques virulentos.
Por lo que no tiene nada de extraño que los medios de comunicación de masas al servicio del anticomunismo -liderados, organizados y financiados, en definitiva, por el principal enemigo de la Humanidad progresista- difundan con el empeño propio de propagandistas profesionales a sueldo, total o parcialmente, el contenido de los susodichos estudios. Y, lamentablemente, es este el tipo de información que determina la siempre manejable “opinión pública”.
Empero, el fenómeno más contraproducente que ese tipo de estudios ocasiona estriba en que, al reducir al carácter de absoluto interpretaciones y versiones arbitrarias de los acontecimientos históricos, se les transmite a estas la calidad de verdades absolutas, que, con el correr del tiempo, devienen para las gentes axiomas inconmovibles e irrefutables. Por tanto, enquistados en sus conciencias, son muy difíciles de erradicar.
Así pues, si se desea estudiar, de manera cabal, la edificación del socialismo y las razones de la destrucción de la Unión Soviética, no se debe ignorar el papel determinante que siempre jugó una de las armas más efectivas del capitalismo: la desinformación permanente, que -como la práctica lo ha hecho palpable- fue y es la causa principal del desconocimiento que se tenía -e interesadamente algunos insisten en tener- de la realidad de los países socialistas.
Es preciso, entretanto, acotar que la guerra de desinformación y manipulación de la conciencia de las más amplias masas de la población mundial no se inició con el nacimiento de la Unión Soviética, porque las potencias imperialistas, a la sazón, optaron por el ya archiconocido método: la agresión militar directa contra la recién nacida República de los Soviets, de la que participaron contingentes militares de catorce Estados.
En consecuencia, al no poder vencer al nuevo Estado en los frentes de batalla de la guerra civil desencadenada por las potencias imperialistas, iniciaron las actividades de zapa, ocupando un lugar central en ellas la guerra de desinformación, cuya primera campaña alcanzó su apogeo el año 1933, cuando los nazis incendiaron el Reichstag, inculpando de ello a los comunistas.
Ese hecho representó una nueva forma de los métodos propagandísticos de la anticomunista Alemania nazi dirigidos contra su enemigo por excelencia: la URSS, método que más tarde los Estados Unidos heredarían del derrotado Estado alemán fascista, sumándose a la larga lista de la demencial “herencia” nazi-fascista de la que el “democrático” Estado ha hecho uso y abuso a partir de 1945.
Se puede aseverar perentoriamente que el meollo de la información sobre la época en que Stalin dirigió a la URSS, propalado a partir del año 1956 -que dio inicio a un prolongado período de anticomunismo a nivel mundial- no se corresponde con la realidad.
La aseveración formulada tiene su fundamento en la información suministrada por los archivos desclasificados del Kremlin y la publicación del silenciado, oficialmente, durante más de treinta años, “Informe Secreto” de Jruschov al XX Congreso del PCUS. Dicha información permitió establecer que todo lo dicho entonces y después por Jruschov había sido forjado con recurso a interpretaciones arbitrarias y al deliberado escamoteo de hechos reales, donde su decisión de ocultar su participación directa en las represiones no jugó un papel de segundo o tercer orden.
Además, es precisamente en ese informe que se dio inicio a la preparación de cierta suerte de “artillería pesada” a objeto de desplegar un ataque frontal a lo más esencial del marxismo. Por medio de la más grosera calumnia -como ahora se sabe-, Jruschov y el grupúsculo revisionista que lo apoyó, de modo de justificar la revisión de postulados fundamentales de Marx y Lenin sobre la dictadura del proletariado y la lucha de clases, comenzó la campaña de infamias dirigida contra Stalin. Todo lo iniciado por Jruschov entonces encontraría su plasmación en los congresos subsecuentes del PCUS.
Claro está que los mismos órganos de información que, en 1956, difundieron extensamente el mentado “Informe Secreto”, al conocerse la para ellos indeseable verdad histórica, mantuvieron -como era de esperar- un consecuente y explicable silencio.
Al conocer el autor, a finales de los años 80, las revelaciones hechas por los medios de comunicación “aún soviéticos” y de algunas publicaciones de los historiadores rusos-soviéticos auténticos -no las de los propagandistas gorbachovianos o de los “académicos”, que proliferaron como setas durante el inmoral e ilegítimo gobierno de Yeltsin- y de algunos comunistas de los países occidentales, entre las cuales brilló por su ausencia la opinión crítica de comunistas y analistas latinoamericanos y de otros continentes, su asombro fue muy grande.
Efectivamente, dichas revelaciones venían a confirmar ciertas hipótesis que él autor había venido conjeturando desde el año 1967, cuando llegó a la Unión Soviética por primera vez, permaneciendo allí durante doce años, lapso este que le permitió conocer a fondo el país. Porque, en aquel tiempo, al conversar con los ciudadanos soviéticos, nunca escuchó palabras de elogio o simpatía para con la persona de Jruschov: todas, sin excepción, eran acerbamente críticas e irreverentes, sobre todo de parte de gentes que habían vivido el período de la edificación del socialismo en la URSS. Las opiniones de los ciudadanos soviéticos de entonces sobre Stalin, por el contrario, expresaban manifiesto respeto y admiración.
La posición de los dirigentes del PCUS en aquellos años, que manifestaba con elocuencia que, para la Unión Soviética de entonces, Stalin no había existido -pues ni siquiera era objeto de críticas oficiales-, para un observador atento, daban cuenta de que algo muy importante obligaba a la cúpula partidaria y gubernamental soviética a ignorarlo deliberadamente.
Por todo lo que había precedido al XX Congreso del PCUS, y, sobre todo por los asombrosos resultados de la gestión de Stalin, que, dirigiendo al Partido y al pueblo soviético, había transformado a la Unión Soviética de un país muy atrasado y destruido -el menos desarrollado de los países prósperos de Europa- en una potencia industrial, altamente desarrollada -la segunda en términos económicos y militares a nivel mundial, que, además, había acabado con el enemigo más sanguinario de la humanidad, el nazismo-, de más en más, adquiría ribetes de veracidad la idea de que Jruschov -y los que callaron o lo apoyaron el año 1956-, irremisiblemente, habían mentido por razones desconocidas y, por consiguiente, entonces, inexplicables.
Porque un país gobernado por un tirano con base en el terror nunca podría haber triunfado en una guerra tan cruenta y desigual, como la Gran Guerra Patria.
Asimismo, una nación gobernada por un “sanguinario dictador” nunca podría haber llevado a cabo, en todas las esferas de la sociedad, lo que el pueblo soviético alcanzó antes de la guerra y después de ella.
Un pueblo consciente y culto no llora la muerte de un tirano.
De donde se sigue que -si se pretende actuar con justicia y equidad- es imprescindible analizar al hombre y sus actos sin hacer abstracción de su época, de las condiciones objetivas entonces imperantes y de la posición que ocupó en la sociedad, así como también los objetivos que persiguió y los que alcanzó.
Lo que aconteció el año 1956 fue una de las más tristes y trágicas paradojas de la historia universal. Porque nadie fue capaz de vislumbrar que lo que, aparentemente, era verdad, en buen rigor, era la más horrenda falacia. Horrible, porque marcaba un hito histórico acaso sin precedentes, pero que sí sentaría precedente: de una plumada, se obligaba a todo un pueblo heroico y orgulloso de su pasado a renegar de su historia. Treinta años más tarde, Gorbachov y la cúpula de la burocracia partidaria -buenos conocedores del precedente- repetirían la puesta en escena jruschoviana y acabarían la tarea por esta iniciada.
Otra incalificable paradoja derivada del “Informe Secreto” reside en el hecho de que las verdades jruschovianas, en Occidente, consiguieron encontrar cabida en el seno de la abrumadora mayoría de los partidos comunistas y de muchos partidos identificados con las izquierdas, que fueron incapaces de evaluar la veracidad de la información propalada y sus nefandas consecuencias para la salud e integridad del socialismo vivo, de las huestes marxistas nacionales y, sobre todo, del movimiento comunista internacional.
Entretanto, en la Unión Soviética, al parecer, ninguno de los participantes del contubernio se detuvo a pensar que, si Occidente, exultante, celebraba la confabulación de Jruschov -y treinta años más tarde haría lo mismo en relación con Gorbachov-, ello se debía a que algo andaba mal y que todos estos supuestos comunistas habían ignorado una realidad por poco axiomática: “Si tu enemigo te aplaude, es porque estás haciendo las cosas muy mal”.
Fueron publicados en Occidente innumerables trabajos de análisis sobre la Unión Soviética, de autoría de estudiosos -tanto de izquierda como de ultra izquierda- que afirman que lo que se estaba construyendo en la URSS no era socialismo, sino un modelo de sociedad que no tenía nada en común con lo postulado por Marx, Engels y Lenin, como si los fundadores del marxismo hubiesen elaborado cartabones o definido en pormenor cómo se debería edificar una sociedad socialista y las formas que debería revestir. ¡Nada más alejado de lo propugnado por Marx, Engels y Lenin sobre la primera fase de la sociedad comunista! ¡Nada más contrario a la dialéctica!
Por otro lado, hubo y hay consideraciones acerca de la vida en la Unión Soviética que adolecen de serias insuficiencias debido, básicamente, a limitaciones de índole teórica e ideológica -sobre todo, de gentes identificadas con la socialdemocracia y el reformismo socialista surgido en los años 80- que lleva a los autores a tener una antojadiza interpretación del socialismo, que, en su mayoría abrumadora, podría ser calificada como un enfoque puramente “mercantilista”.
Entretanto, creemos pertinente aquí acotar que no constituye objeto del presente trabajo analizar las obras de autores antisoviéticos, pues, ellas son, en esencia, parte constitutiva de la estereotipada propaganda anticomunista ya harto conocida.
En la Rusia postsoviética, se ha escrito y se ha hablado mucho -y se continúa escribiendo y hablando- acerca de la destrucción de la URSS: millares y millares de libros, ensayos, artículos y opúsculos escritos; ponencias en televisión y en otros medios de comunicación; mesas redondas en las que participaron y participan connotados historiadores, filósofos, economistas, analistas y personalidades políticas, que todo lo que se escriba hoy y se pueda escribir mañana no será, prácticamente, más que una reiteración de opiniones, enfoques e ideas ya archiconocidos.
Dentro del vasto universo de estudios sobre la Unión Soviética en general y, en particular, acerca de su destrucción, hay un sinnúmero de análisis y reflexiones de académicos, historiadores, economistas, sociólogos, estudiosos sociales, especialistas en el ámbito de las ciencias militares, de la seguridad del Estado y politólogos rusos-soviéticos, honestos y reputados, que basan sus investigaciones en el conocimiento empírico que poseen de su país y en la información fidedigna de que disponen -en su gran mayoría documentos de los archivos históricos y obras especializadas relativas a su época- y que se abstraen de la propaganda oficial y oficiosa, de ayer y de hoy.
Con todo, debido a que el contenido del masivo volumen de las publicaciones rusas es casi desconocido en el extranjero, y muy especialmente en los países de América Latina, hemos considerado necesario hacer un intento más de llevar hasta el público de nuestros países la verdad sobre el proceso de construcción y destrucción de la URSS, esta última ocultada durante tanto tiempo.
Acaso sea de Perogrullo señalar que, en lugar de ensalzar -como algunos incautos lo hicieron y lo continúan haciendo- o aceptar de buen grado al Judas redivivo de los años 80, los partidos comunistas deberían haberse preocupado de llevar a cabo, con independencia y alturas de mira, un análisis más acucioso y fundamentado de lo que había ocurrido en la Unión Soviética, y no caer, en medida importante, en la añagaza tejida por los medios de comunicación y desinformación imperialistas. Pero, el susodicho estudio debería haber sido realizado periódicamente, y no solo a partir del año 1956, sino desde el inicio de los años veinte hasta los años 80 del siglo pasado. En este sentido es muy loable -y digna de ser emulada- la actitud que siempre observó Luis Emilio Recabarren en relación con los acontecimientos que tenían lugar en la Rusia Soviética.
Semejante análisis habría impedido que esos mismos partidos, movimientos y, en general, la opinión pública mundial cayesen en el error de aceptar, de buenas a primeras, la retahíla de falsedades y calumnias difundidas en el XX Congreso del PCUS. Ello, a su vez, habría permitido entender el porqué de los infamantes ataques a Stalin y la grosera falsificación de la historia.
Los documentos desclasificados del XIX Congreso del PCUS(b) -que fueron ocultados por la burocracia partidaria o nomenclatura durante más de treinta años, tal como los materiales del XX Congreso- mostrarán al lector no solo la verdad histórica del momento y sus hechos inmediatos, sino, también, las lamentables consecuencias que advinieron de las acciones llevadas a cabo por la cúpula de la burocracia partidaria -dígase de paso, ajenas a la moral de cualquier individuo consciente-, que, en rigor, conllevaron en sí el germen de la destrucción de la URSS o, en otras palabras, colocaron en sus fundamentos una bomba de tiempo.
En suma, son las razones ya señaladas las que atizaron el irresistible impulso para llevar a cabo este estudio, siempre con el empeño inquebrantable de acercarnos a la esquiva y veleidosa objetividad de lo sucedido en las entrañas del sistema económico y social entonces existente en la URSS.
Para comprender correctamente la especificidad de la edificación del socialismo en la Unión Soviética, es menester ir a sus orígenes y observar y analizar la compleja y dolorosa transición del modo de producción capitalista al modo socialista. Porque -como la práctica lo ha mostrado- dicha transición fue llevada a cabo en el país cuya economía había sido destruida, en consecuencia de la guerra imperialista, del saqueo desmedido de los recursos humanos, materiales y financieros por parte de las clases dominantes locales y foráneas.
Por otro lado, las transformaciones que la transición de un sistema a otro conlleva condicionaron el surgimiento de graves problemas económicos y sociales y, concomitantemente, de errores en la gestión gubernamental asumida por las nuevas fuerzas sociales y políticas.
Lo que tuvo lugar, particularmente en los primeros tiempos del establecimiento del nuevo poder, fue, en rigor, una lucha sin cuartel entre las fuerzas del progreso y, las entonces moribundas, del regreso, en un terreno desolado por la destrucción, que no pudo no dejar su impronta en la realidad cotidiana de toda la sociedad.
Por ello, si lo que se procura es una cierta imparcialidad en las evaluaciones que se hagan sobre el movimiento revolucionario que ha tomado el poder en sus manos, tendrá que reconocerse que los supra referidos errores o deficiencias fueron, en la mayor parte de los casos, el resultado de causas objetivas, muchas de ellas provocadas, especial y premeditadamente, por aquellos que lucharon, encarnizadamente, por no perder sus privilegios, los cuales -como reiteradamente lo ha mostrado la historia de la humanidad- no dudaron en recurrir a los crímenes más abominables para defender sus intereses egoístas y mezquinos, esto es, sus intereses de clase dominante desplazada.
Todo lo referido anteriormente se vio exacerbado en el caso de la Rusia Soviética, porque el país en el que triunfaron las fuerzas revolucionarias, que derrotaron en toda la línea tanto al capital interno como al internacional, fue el primero y único en el mundo.
La situación de Rusia se vio todavía más agravada por el hecho de que el país venía saliendo de una guerra imperialista, con su tejido económico y social enteramente destruido y fuerzas armadas dirigidas por oficiales provenientes, fundamentalmente, de las capas sociales altas y, en consecuencia, portadores de una ideología reaccionaria y antipopular.
Peor fue aún la realidad para el novel e inexperto poder revolucionario debido a que el país fue víctima de una guerra desencadenada por las potencias imperialistas y las fuerzas reaccionarias de todo el mundo, de la que participaron activamente, combatiendo al lado de los enemigos internos del nuevo poder.
Otra importante causa, que no debe ser ignorada -también de índole objetiva-, es la que guarda relación con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la Rusia de inicios del siglo XX, en la cual, y no obstante el nivel de concentración y centralización del capital, el sector predominante de la economía del país era la agricultura, siendo, por consiguiente, agrícola la mayoría aplastante de su población, con todo lo que ello trajo aparejado.
La Unión Soviética surgió en 1917 como resultado del colapso de la Rusia de los zares y, en cierto sentido, como forma de restaurar el país destruido y dividido, es claro, con contenido y forma definitivamente distintos.
El autor basó su obra en abundantes fuentes originales de información en varios idiomas, especialmente en ruso, develando en ella numerosos hechos históricos y trabajos de autores que, en general, son desconocidos por el grueso del público lector o, siendo conocidas, sus obras han llegado deturpadas o falseadas hasta sus manos.
Hubo casos en que el autor no habiendo tenido acceso a la versión española de algunas de las obras mencionadas en este trabajo, tuvo que traducir los pasajes o citaciones correspondientes, razón por la cual podrá haber ciertas diferencias de forma y estilo entre las traducciones del autor con las de las versiones publicadas por las casas editoriales, pero, de ningún modo, podrá haber discrepancia de contenido o sentido.
Las cuestiones estudiadas en esta obra fueron sometidas a un riguroso análisis, basado en un escrupuloso método investigativo, de modo que los sucesos, aparentemente ya archiconocidos, adquirirán a los ojos del lector un nuevo contenido y forma -dicho sea de paso- más acorde con su verdadera esencia y dimensión.
He aquí, pues, este trabajo cuyo objetivo primordial es mostrar el proceso de construcción de la sociedad socialista y develar algunas de las causas capitales de la destrucción del primer Estado socialista en el mundo, cuya finalidad principal y razón de ser fue el pueblo trabajador.
Con independencia de todas las vicisitudes que ha experimentado el ideario marxista y los que lo han propugnado y defendido, y de la gran derrota sufrida por el movimiento comunista internacional resultante de la destrucción de la Unión Soviética, con la perspectiva que la historia nos permite tener ahora, esto es, cuando ya ha transcurrido más de un siglo del momento en que Marx, Engels y Lenin formularon sus teorías, con base en un vasto y profundo estudio de las obras más excelsas del pensamiento científico, filosófico, económico e histórico de esa altura, podemos constatar la exactitud, certeza y vida del análisis de las sociedades que llevaron a cabo los fundadores del marxismo y de la actualidad de su doctrina.