Читать книгу ¿Hubo socialismo en la URSS? - Jaime Canales Garrido - Страница 7
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
“Dictadura significa -¡tenedlo en cuenta de una vez para
siempre, señores demócratas constitucionalistas!- un Poder
ilimitado que se apoya en la fuerza, y no en la ley. Durante la
guerra civil, el Poder victorioso, sea el que fuere, sólo puede
ser una dictadura”.
Lenin
La cuestión de si la dictadura del proletariado representa solamente una fase del período de transición del capitalismo al comunismo, y tal dictadura -al menos, en la forma en que se dio en la Unión Soviética- es compatible del todo con el socialismo en sus primeras etapas, es uno de los temas que, a través del tiempo, han suscitado los más agudos debates en el seno de los partidarios del marxismo-leninismo, y entre estos y sus enemigos.
El término marxista dictadura del proletariado, tal como la dictadura de la burguesía, difiere radicalmente del término político dictadura en general, que en el discurso ordinario presupone algo opuesto a la democracia.
Tratada de esa manera -como término político- la dictadura per se representa, comúnmente, la antípoda de la democracia, independientemente del carácter de clase del poder.
En este sentido político, el término dictadura sólo da cuenta de la forma política de dominación, independientemente de su carácter de clase, y se caracteriza por presentar aspectos formales de la política de dicha dominación como, entre otros, la eliminación total o parcial de las elecciones, el robo desenfadado de los resultados de dichas votaciones; la represión dirigida contra las fuerzas de la oposición; la naturaleza despótica y tiránica del poder político en general, reflejado en la ausencia de libertad de expresión, prensa y reunión o, en su defecto, en una variante algo más sofisticada, una dictadura moderna, de nuestros tiempos, como la de la Rusia o Chile neoliberal, donde los medios de comunicación están en su totalidad concentrados en manos de la oligarquía y de su gobierno “democráticamente” elegido, y, en una porción ínfima, en manos de fuerzas políticas opuestas a la dictadura, mientras la libertad de reunión está confinada, por lo general, al arbitrio de la administración estatal.
En contraste con esta comprensión política estrecha de la palabra dictadura, la concepción marxista parte no solo de las formas del poder político, sino sobre todo de su contenido, de su naturaleza de clase.
En dicho sentido, con independencia de la forma política, en la época moderna, el marxismo reconoce solo dos dictaduras: la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado: “Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado”1.
Todas las demás clases o capas sociales (por ejemplo, el campesinado pobre) y grupos sociales (verbi gratia, la burocracia) sólo pueden imponer un cierto signo en la dictadura proletaria o burguesa, pero ellos por sí mismos no pueden crear su propia dictadura como un modo de poder específico, capaz de generar una eventual alternativa o tercera vía al sistema de producción.
En las obras de Marx, Engels y Lenin es frecuente encontrar referencias sobre la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y el campesinado, por la cual se entiende un poder meramente temporal, de transición, que se asemeja a una dictadura del proletariado, por cuanto se trata de un poder también basado en la iniciativa revolucionaria activa de las masas populares dirigidas por su vanguardia política. Lenin puntualizó que “…la revolución socialista… no está separada de la revolución democrático-burguesa por una muralla china”2 o, lo que es lo mismo, la segunda -con dependencia del desarrollo consecuente de la lucha del proletariado- debe transformarse en la primera.
Pero el mencionado poder es una suerte de tránsito a la dictadura del proletariado, mas, de ninguna manera, constituye una suerte de poder autónomo y definitivo. Esto se debe al hecho de que el modo de producción capitalista -como ya vimos- crea sólo dos clases: el proletariado y la burguesía, cada una de las cuales está asociada a una formación socio-económica particular.
Desde el punto de vista marxista, la dictadura del proletariado es el tipo de poder político estatal en la etapa de transición, que va de la revolución socialista hasta la victoria completa y final del socialismo, esto es, a la creación de una sociedad socialista sin clases y, en consecuencia, sin aparato de Estado.
En el transcurso de las grandes transformaciones que tienen lugar en la sociedad socialista, el proletariado pasa a constituir -junto a otros estamentos sociales- una clase única de trabajadores.
De donde se concluye que la dictadura del proletariado es un sistema de instituciones estatales, normas legales e ideología llamadas a asegurar y proteger el poder de la clase trabajadora, su hegemonía política y la propiedad social -que algunos suelen llamar pública- de los medios de producción.
La antípoda del poder revolucionario -la dictadura de la burguesía- es un sistema de instituciones estatales, normas legales e ideología, que garantiza el poder político de la clase capitalista en su conjunto, el dominio de la propiedad privada y las relaciones mercantiles.
Entretanto, la dictadura del proletariado puede revestir una serie de formas, tal como la dictadura de la burguesía, que se puede realizar de las más diversas formas políticas, a saber, de la democracia parlamentaria al fascismo.
Entre las formas de la dictadura del proletariado -por haber sido la práctica la que las aprobó- se podría citar a los Soviets y a las democracias populares. El futuro nos dirá si surge cualquier otra, para nosotros, todavía desconocida.
Sin embargo, la dictadura del proletariado puede incluso tener instituciones públicas, que, por su aspecto externo, nos harán recordar a los órganos de los estados burgueses o podrá, en ciertos casos, continuar utilizando estos órganos, temporalmente, pero limpios de su contenido anterior.
A la dictadura de la burguesía le es inmanente la utilización muy frecuente de la violencia contra los trabajadores y otras capas de la población, que persigue sofocar cualquier tipo de protesta y cualquier otra forma que la lucha de liberación pueda adquirir, a veces, incluso, recurriendo a métodos terroristas de Estado.
No sería, por tanto, ninguna exageración afirmar que la dictadura de la burguesía se caracteriza por utilizar todos los medios de persuasión e intimidación política, incluyendo la represión armada directa sobre la clase trabajadora, sobre el pueblo, que constituye la mayoría abrumadora de la población de un país.
Las formas no violentas de dominio, usadas por la burguesía, se manifiestan, por regla general, ya sea en el engaño de las masas, valiéndose de los prejuicios de estas y de su ignorancia política, ya sea en la desembozada manipulación informativa de la opinión pública, imponiendo para ello la dictadura de los medios de desinformación de masas, ya sea en la introducción, de manera tenaz e incisiva, de la ideología burguesa en las organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera y de otros trabajadores.
Dichas formas de actuación de la dictadura de la burguesía determinan la agudización de las contradicciones sociales y económicas y, por consiguiente, de la lucha de clases, así como el grado de madurez política de la clase obrera y su vanguardia política. “Las ideas” -explicaba Lenin- “se convierten en una fuerza cuando prenden en las masas… Por sí sola, la justicia, el sentimiento de las masas indignadas por la explotación, jamás las habría llevado al camino certero del socialismo”3.
En contraposición a las formas de actuación de la dictadura burguesa, las del proletariado, como, por ejemplo, la restricción y la privación de derechos políticos de las capas burguesas y pequeñoburguesas de la población, es también determinada por la correlación de fuerzas de clase.
La historia mostró que no siempre el poder proletario puede restringir o privar de derechos a la burguesía y sus aliados: la Nueva Política Económica (NEP), propugnada por Lenin, es prueba de ello.
Sin embargo, pese a todas las diferencias formales existentes entre ambos tipos de dictadura, la dictadura de la burguesía es siempre violencia directa o indirecta de esta sobre el proletariado y las masas trabajadoras, esto es, sobre la mayoría absoluta de la población.
Por su lado, la dictadura del proletariado -que es, también, siempre violencia, directa o indirecta, de la clase obrera victoriosa y las capas más pobres de la población del campo y la ciudad sobre la burguesía y los estratos pequeño-burgueses de la ciudad y del campo- ejerce el control proletario con mano dura sobre una minoría absoluta, de modo de asegurar la construcción del socialismo, esto es, la sociedad del bienestar social para las grandes mayorías.
Debido a que, incluso en el seno de las filas marxistas, hay personas que desconocen la esencia de la dictadura del proletariado, haremos aquí una digresión.
Porque reviste una importancia teórica, histórica, política y práctica radical para el ideario comunista, las fuerzas de izquierda del continente latinoamericano, y en particular para Chile, a lo largo de la exposición de los diversos tópicos que constituyen este estudio, intentaremos ir dando respuestas a algunos juicios y consideraciones sobre la dictadura del proletariado, el socialismo, la Unión Soviética y la doctrina de Marx, Engels y Lenin, formuladas por Orlando Millas -destacado dirigente del Partido Comunista de Chile, antiguo miembro de su Comisión Política, Ministro de Hacienda y Economía durante el gobierno de Salvador Allende, un muy admirable intelectual marxista, periodista y escritor, economista y polemista de incomparable fuste- en el cuarto tomo de sus Memorias, al parecer, publicado después de su muerte4 .
En esta digresión, daremos respuesta a algunos de los planteamientos por él enunciados, en las que será ineludible abordar algunas cuestiones de índole teórica -principalmente, sobre la dictadura del proletariado, la violencia, el socialismo y el Estado- ya que en ellas estriba, precisamente, la fuente de origen de toda la tirada de críticas a la Unión Soviética que Millas llevó a cabo en su libro, muchas de ellas, parcialmente, carentes del necesario fundamento5.
De inmediato, señalaremos que gran parte de los duros juicios críticos emitidos está compuesta de lo que nosotros hemos llamado -haciendo uso de una forma eufemística- quasi verdades. Porque, en buen rigor, lo que tiene lugar, por lo general, es la enunciación de una verdad que, al mismo tiempo, va acompañada de un error de apreciación o, lisa y llanamente, de una reflexión que no se corresponde con la realidad. Nuestra aserción será demostrada en los comentarios que siguen.
Lo referido tiene particular relación con la interpretación errada de Millas sobre los orígenes de los problemas en los que la Unión Soviética se debatió en los años 80 y 90 del siglo pasado, que él, sin mediar explicaciones, atribuye al pasado estalinista.
¿Será que Millas no supo nada de las campañas de “desestalinización” y la falsificación del marxismo-leninismo por Jruschov y todos los que lo sucedieron, en primer lugar, Gorbachov, que, en la práctica, fue un segundo Jruschov, con el agravante de haber sido un traidor de tomo y lomo?
La impresión que dejan sus escritos es que, no pudiendo, por razones obvias, atacar a Lenin por las políticas llevadas a cabo en el país de los Soviets, de las cuales Stalin fue apenas el continuador y artífice de su puesta en práctica, responsabilizó a este último por todo lo que vendría a suceder en la URSS, incluso después de muerto, e ignorando -¿por prejuicios, posible abstracción o feble información?- el vuelco fundamental provocado por Jruschov y la cúpula del PCUS en los destinos de la Unión Soviética a partir de 1953. De hecho, pone -por así decirlo- todo en un mismo saco y lo arroja al basurero de la historia.
Por eso, nos sorprende, tanto el contenido como la forma, del análisis que Millas hizo en sus Memorias sobre la Unión Soviética, que es lo que, precisamente, no debe hacer un marxista, esto es, no haber estudiado a fondo los fenómenos que tuvieron lugar en las diversas etapas históricas de la vida de la URSS, haber aceptado como verdades axiomáticas algunas de las más horribles falacias de los más férreos anticomunistas -ya hablaremos sobre las represiones, acerca de las cuales Millas se refiere en términos análogos a los propagados por el exagente de los servicios secreto británicos R. Conquest-, sin llegar a conocer, efectivamente, la realidad soviética -en sus más diversas épocas, vertientes, avances y retrocesos-, en la que traza una línea recta y continua, que parte en los años 20 y se extiende hasta los años 90 del siglo XX. Los 70 años de existencia de la Unión Soviética, para Millas, representan una continuidad. En suma, “lavó al bebé, y lo arrojó fuera junto con el agua sucia”. Sin duda, su abstracción fue despropositada.
Por ignotos móviles, llegó a colocar, de modo insólito, a Stalin y Brezhnev en un mismo casillero, en circunstancias que éste último en términos políticos, teóricos, de personalidad y de estadista fue la antítesis de Stalin, amén de que las condiciones históricas en que a ambos les tocó vivir fueron también absolutamente incomparables.
Ahora bien, yendo al meollo de la presente reflexión, es necesario puntualizar que el objeto de los comentarios parciales que aquí formularemos estará constituido por cuestiones, específicamente, relacionadas con la dictadura del proletariado, aguda y furibundamente criticada por Millas, aunque nunca de forma concisa y directa.
El planteamiento de Millas sobre la dictadura del proletariado y la violencia es, por así decirlo, bastante peculiar. Porque, a nuestro modo de ver, afirmó algo inusitado sobre los postulados, tanto de Marx y Engels como de Lenin, los cuales nunca dejaron márgenes para que sus enunciados cardinales pudieran inducir al lector a interpretaciones antojadizas.
Veamos, pues, qué es lo que Millas planteó: “Cuando Marx habla de la lucha por eliminar la resistencia de las fuerzas reaccionarias al libre desarrollo social e, inspirado por el ejemplo de las formas violentas que revistió, particularmente en su tiempo, la revolución burguesa, llega a la formulación, examinando la Comuna de París, de la dictadura del proletariado, jamás lo hace suponiendo que se pudiera prolongar bajo el socialismo propiamente tal”6.
Creemos que en esta no poco sencilla formulación se encuentra la cuestión medular y fundamento de todo el acerbo discurso; es aquí donde tienen su fuente la totalidad de las críticas particulares dirigidas a diversos ámbitos de la vida de la Unión Soviética, razón por la cual nos detendremos circunstanciadamente en su análisis.
Si Millas deseaba referirse al comunismo -rotulándolo en su escrito de “socialismo propiamente tal”, en contraposición al término socialismo a secas, que usa en otros lugares de sus Memorias-, no se entiende por qué no lo hizo. Puesto que, al no hacerlo, amén de suscitar dudas acerca de su visión de las susodichas categorías, provoca inevitables suspicacias.
Como es archisabido, Marx raras veces en su extensa obra habla de socialismo y mucho menos todavía de “socialismo propiamente tal”. Por ello, cabe preguntarse ¿a guisa de qué Millas supone que Marx “jamás supuso” que la “dictadura del proletariado” podría prolongarse bajo el “socialismo propiamente tal”?
De la susodicha cita se puede concluir que lo que preocupaba a Millas era, por un lado, la cuestión de la violencia -casi ubicua a lo largo del camino recorrido por la URSS hasta 1939- y, por otro, la propia dictadura del proletariado que -según él, y no Marx- no podría existir bajo el socialismo.
Pero, veamos qué dice Marx acerca de esta cuestión: “El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase, si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase”7.
Es claro que la supresión de las clases -como ya vimos- tendrá lugar solo en la fase más desarrollada de la sociedad socialista en el tránsito del capitalismo al comunismo, acaso será una realidad palpable en la segunda fase del comunismo “propiamente tal”.
En todo caso, en la cita de Marx está bastante explícita la cuestión de la violencia e, implícita, la duración de la dictadura del proletariado, que continúa siendo indispensable incluso durante el socialismo desarrollado.
En presencia de esta constatación de Marx, se hace evidente que, en el estricto ámbito de la doctrina marxista, las susodichas suposiciones no tienen cabida. Porque a ningún marxista consecuente se le podría haber ocurrido que la dictadura del proletariado podría prolongarse bajo el comunismo “propiamente tal”, esto es, cuando la dictadura del proletariado, habiendo cumplido una de sus tareas fundamentales, se transformará en otro tipo o forma de “Estado”, es decir, en un Estado en extinción.
Por eso, suponemos que Millas entiende por “socialismo propiamente tal” la fase más elevada del desarrollo del socialismo -tomado este como formación social y económica-, precisamente cuando las clases sociales hayan sido definitivamente suprimidas y la existencia del Estado se haya tornado del todo innecesaria.
Por otro lado, habiendo constatado que Orlando Millas no entrega un esclarecimiento conciso e inequívoco acerca de las susodichas cuestiones, nos vemos compelidos a presumir que él o no consiguió asimilar cabalmente los postulados marxistas-leninistas sobre las propiedades y la extensión en el tiempo de la dictadura del proletariado, la violencia, la edificación del comunismo y el futuro del Estado, como aparato al servicio de la clase dominante, o, lisa y llanamente, sus razonamientos tuvieron como base una premisa de dudoso origen.
Sin embargo, al objeto de evitar todas las suspicacias posibles relativas a que nuestra presunción pueda tener un carácter especulativo y taxativo, podemos colegir, por ahora, como una de las alternativas estimables, que Millas, al mencionar lo de “el socialismo propiamente tal”, se refirió a la sociedad socialista desarrollada, esa que se situaría ad portas del comunismo, a la que, infelizmente, la URSS no pudo acceder, gracias a los pésimos servicios prestados por la burocracia partidaria y estatal soviética, especialmente a partir del año 1953.
Nos referimos, precisamente, a la burocracia partidaria que creó, entre finales de los años 50 y los 60, como postulado teórico y consigna política el término “socialismo real”, al que Millas en sus Memorias, a lo que parece, atribuye una existencia que data de la época en que Stalin estuvo al frente del Partido Comunista (b) y del Estado soviético o, al menos, incorpora en ese concepto todas las etapas que atravesó la URSS para llegar a los años 90 o, por último, lo considera fiel reflejo de lo que fue una URSS inmutable: “Durante más de sesenta años, dijimos que la revolución de Octubre de 1917 abría el período de tránsito del capitalismo al socialismo y en el espacio holgado de medio siglo proclamamos que el ‘socialismo real’ llevaba a la práctica las más nobles y elevadas aspiraciones… Ahora está claro que no es así…”8.
He ahí, pues, el quid de la cuestión; es allí donde está la explicación de para qué Orlando Millas necesitaba que Marx “nunca hubiese supuesto” que la dictadura del proletariado podría continuar bajo el “socialismo propiamente tal”.
El citado aserto de Millas nos permitirá, más adelante, formular la única presunción posible relativa al período del desarrollo de la formación económica y social comunista al que él se refirió.
Corrobora nuestra presunción el propio Millas, al afirmar que la “...exaltación por Marx de que el mundo irá más adelante… y avanzará por los caminos del socialismo constituye una expresión superior de humanismo. Conviene, por ello, contrastar el ‘socialismo real’ con lo que Marx y Engels entendían sobre el socialismo…”9. Y, en otro lugar de sus Memorias, agrega: “En cuanto a que ‘el poder político, hablando propiamente, es violencia organizada de una clase para la opresión de otra’, esa es, precisamente, la acusación formulada por Marx a las sociedades… clasistas, por lo cual dedicó su vida a la causa de liberar a la humanidad de la violencia… Su obra fue dedicada… al planteamiento de la posibilidad en nuestra época de avanzar a relaciones sociales exentas de violencia, requisito básico del socialismo, el que para Marx era incompatible con cualquiera violencia organizada”10.
Efectivamente -como se puede ver de la citación de la taxativa afirmación de Millas acerca de las ideas de Marx-, aquel no deja de expresar una verdad, por cierto, muy parcial, que no puede servir de fundamento a su empeño por atribuirle a Marx y Engels la absolutización de la idea de que la violencia es atributo exclusivo de las relaciones sociales en la sociedad burguesa.
Es efectivo que Marx no era partidario de la violencia en general, pero sí la entendía como una necesidad y factor ineluctable en las relaciones del proletariado -transformado en clase dominante- y la burguesía en la etapa de “la dictadura revolucionaria del proletariado”.
Ya tuvimos la oportunidad de conocer el planteamiento de Marx acerca del poder político como “violencia organizada”, refiriéndose al proletariado que se ha transformado en clase dominante. Por tanto, el aserto de Millas no refleja adecuadamente lo que Marx y Engels postularon sobre la fuerza o, lo que es lo mismo, la violencia.
Por otro lado, recurrir, única y exclusivamente, a Marx y Engels para fundamentar sus encarnizadas arremetidas contra lo que él llama el “socialismo real”, aun cuando comprensible y parcialmente correcto y aceptable, no nos parece ser la mejor vía de análisis, si lo que se busca es la verdad y, en fin de cuentas, el que la busca es un marxista consecuente.
Para hablar de socialismo -guste o no guste el camino que siguió la revolución rusa de 1917, por lo demás, obligada, sin alternativas dignas- se nos antoja ser indispensable, junto con recordar a Marx, no olvidar a Lenin, el artífice de la Gran Revolución de Octubre y de la Rusia Soviética, pues la teoría no puede existir sin la práctica revolucionaria y viceversa. Y Lenin es “práctica y teoría”.
Pero, curiosamente, Millas, lisa y llanamente, olvidó a Lenin al formular su aserción sobre las dos trascendentales cuestiones -lo que se nos figura ser una omisión grosera-, porque ¿quién mejor que Lenin formuló tesis y conclusiones, con fundamento y vasto conocimiento sobre la dictadura del proletariado, la violencia, el socialismo y el Estado en la formación social y económica comunista?
Sin perjuicio del olvido por Millas de las posiciones leninistas en este importante ámbito de la teoría marxista -pues no hay que perder de vista el hecho de que sus juicios críticos tienen como objeto a la Unión Soviética, el Estado nacido de la Gran Revolución de Octubre- creemos, firmemente, que el siguiente parecer de Lenin da de lleno no solo en la suposición planteada, sino, también, en las personas que no han comprendido el contenido de la dictadura del proletariado: “La esencia de la teoría de Marx acerca del Estado sólo la asimila quien haya comprendido que la dictadura de una clase es necesaria no sólo en general, para toda sociedad dividida en clases, no sólo para el proletariado después de derrocar a la burguesía, sino también para todo el periodo histórico que separa al capitalismo de la ‘sociedad sin clases’, del comunismo”11.
He ahí una respuesta contundente, que tal vez sería suficiente para acabar aquí estas anotaciones, empero, con el ánimo de explicar las razones que tuvo Millas para hacer el pronunciamiento en causa, acotaremos que estamos persuadidos de que dicho posicionamiento teórico de Millas tuvo como fundamento su convicción de que la “vía pacífica” experimentada en Chile era el mejor camino hacia el socialismo. Pero, esta cuestión particular será tratada más adelante, en las páginas finales del presente estudio.
Precisamente, porque Lenin fue, indiscutiblemente, el más auténtico continuador de la obra de Marx y Engels y su experiencia en la “implantación” de la dictadura de proletariado superó largamente la de los fundadores del marxismo, no es ocioso preguntarse una vez más ¿quién mejor que él podría haber estado en condiciones de analizar y evaluar los más diversos fenómenos habidos en la URSS -algunos objetivos, otros provocados por la acción de terceros, y todavía otros más desatados por los propios bolcheviques-, que se concatenaron para crear las situaciones que Lenin, con su claridad y habilidad proverbiales, supo exponer? ¿Por qué Millas no procuró en la extensa obra de Lenin respuestas a las cuestiones que lo preocupaban? ¡Raro, nos parece muy raro!
Ahora bien, a la luz de todo lo expuesto, consideramos que la única presunción posible es que la crítica de Millas no pudo tener como objeto otra etapa de la sociedad comunista que no sea la primera fase, que fue, en buen rigor, la única que la Unión Soviética vivió y que él conoció, infelizmente, de manera muy superficial.
La suposición constante del parágrafo anterior ha sido subrayada apenas con la finalidad de mostrar la confusión teórica de Orlando Millas, que le atribuyó a la Unión Soviética el estado del “socialismo propiamente tal” o, como lo señaló reiteradamente, con cierta sorna, “el socialismo real” o -decimos nosotros- el socialismo desarrollado.
Lo dicho nos permite determinar, con exactitud, que la base fáctica de información que Millas apreció como verdadera fue la versión jruschoviana de la historia, lo que, en todo caso, no puede ser tratado como un error individual -fueron millones de millones los que vivieron engañados durante más de treinta años, y muchos los que, por la sinrazón, continúan en esa situación-, lo que también nos ayuda a comprender su reacción y la sensación ante la realidad soviética de los años 80 e inicios de los 90, equiparable, para él, “… a un desollamiento, a tener que irse arrancando en vivo la propia piel”12.
Al objeto de que nuestro recelo acerca de la inconsistencia de las interpretaciones de Millas sobre los postulados de Marx y Engels -ya que es a ellos a los que cita- no pueda ser interpretado como una suposición insustancial y no queden espacios para dudas, echemos una mirada más a lo que plantearon específicamente a este respecto Marx y Engels, y -dígase de paso- no en la época temprana de su obra sino entre octubre de 1872 y marzo de 1873: “Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?”13.
¡Más claro que el agua!
Marx y Engels no están en contra de la violencia per se; la aceptan, y entienden bien la necesidad de su existencia durante el ejercicio del poder por parte del “partido victorioso”, que “tiene que mantener por medio del terror” de las armas su “dominio”, por un período de tiempo que ellos no se atrevieron a enunciar.
En realidad, creemos firmemente que la cuestión de fondo es estar o no de acuerdo con que el proletariado, el pueblo, tenga alguna vez en la historia la posibilidad de recurrir a la fuerza -que fue siempre prerrogativa de las clases opresoras-, para aplastar la violencia desatada por las clases expulsadas del poder político. Y, al parecer, hasta ahora, la única forma posible es la del proletariado armado.
En el aludido aspecto, el caso de la URSS -víctima del acoso permanente de la contrarrevolución interna y de las potencias imperialistas- fue paradigmático. Y esta circunstancia no puede ni debe ser ignorada al analizar y evaluar la sociedad edificada en la Unión Soviética.
¿Debería la Unión Soviética haberse defendido? ¿Deberían Lenin y Stalin -en aras de la supuesta “pureza teórica” del marxismo (¿de qué marxismo? ¿El de los socialdemócratas, predicadores de la paz social?)- haber dejado que la burguesía internacional y los restos de la burguesía y capas reaccionarias del campesinado acabaran con las conquistas de Octubre? Está claro que la respuesta puede ser solo una: ¡no! Y los bolcheviques respondieron ¡no!
Pero, de modo de ir acercándonos a la conclusión de nuestros comentarios, recordemos cómo planteó Lenin la cuestión de la dictadura del proletariado y la violencia: “Científicamente, dictadura no significa más que un Poder no limitado por nada, no restringido por ninguna ley, absolutamente por ninguna regla, un Poder que se apoya directamente en la violencia” 14.
Ahora bien, persuadidos de que, para la elucidación de cuestiones teóricas, nunca está demás abundar en argumentos, consideramos que los fogosos ataques de Millas contra la Unión Soviética, que, sin duda, pueden inducir a caer en lamentables errores teóricos a más de alguno de sus lectores, sentimos la necesidad de insistir en esclarecer, entre otros aspectos, la necesidad de la existencia de la dictadura del proletariado, su prolongada duración y el peligro que encierra el hecho de interrumpir su marcha, porque -como lo demostró la trágica experiencia de la URSS-, sin comprender, a cabalidad, el contenido de la susodicha dictadura, tendrá lugar, ineluctablemente, la restauración del capitalismo.
Lenin sintetiza dicho contenido del siguiente modo: “El paso del capitalismo al comunismo llena toda una época histórica. Mientras esta época histórica no finaliza, los explotadores siguen, inevitablemente, abrigando esperanzas de restauración, esperanzas que se convierten en tentativas de restauración. Después de la primera derrota seria, los explotadores derrocados… se lanzan con energía decuplicada, con pasión furiosa, con odio centuplicado, a la lucha por la restitución del ‘paraíso’ que les ha sido arrebatado, por sus familias, que antes disfrutaban de una vida tan regalada y a quienes ahora la ‘canalla vil’ condena a la ruina y a la miseria (o a un trabajo ‘vil’…). Y tras de los capitalistas explotadores se arrastra una vasta masa de pequeña burguesía…” 15.
De lo expuesto, diáfana, dimana la idea de que no es el proletariado el que promueve y práctica la violencia sin tener causas para hacerlo. De hecho, lo que siempre ha hecho la clase obrera es reaccionar contra la violencia de la burguesía, y, en el caso del proletariado triunfante en la revolución social, fue responder a la violencia centuplicada de los capitalistas y terratenientes que habían sido aventados del poder. Así fue en la época del “terror blanco”, también lo fue parcialmente en los tiempos de la colectivización. Y esta violencia, innegablemente, mortificó a Millas.
Llegamos -por decirlo de alguna manera- a la “conclusión-madre”: hay violencia porque hay resistencia, porque hay… lucha de clases, sobre todo en las primeras fases o tránsitos de la dictadura del proletariado.
Por eso, Lenin aboga el poder obrero, en términos que, sin duda alguna, incomodan a los melifluos defensores de la no-violencia per se: “Más cuando el Estado sea proletario, cuando sea una máquina de violencia del proletariado sobre la burguesía, entonces seremos partidarios, plena e incondicionalmente, de un poder firme y del centralismo” 16.
No olvidemos que es Lenin el que se declara partidario del centralismo: el principio fue asentado.
Considerando que todo lo que era necesario señalar sobre la dictadura del proletariado, teniendo como paño de fondo las opiniones de Orlando Millas, ha sido hecho, terminaremos estos comentarios con uno de los más notables análisis de la dictadura del proletariado en una síntesis magistral de Lenin: “La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada e implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se ve decuplicada por su derrocamiento -aunque no sea más que en un país- y cuyo poderío consiste no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y la solidez de los vínculos internacionales de la burguesía, sino, además, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, por desgracia, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña producción, y esta engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, de modo espontáneo y en masa. Por todos esos motivos, la dictadura del proletariado es imprescindible, y la victoria sobre la burguesía es imposible sin una guerra prolongada, tenaz, desesperada, a muerte; una guerra que requiere serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y voluntad única” 17.
Entretanto, ante semejantes enunciados, irrumpe, pertinente, una interrogante, que nos conmina a cavilar: ¿Cómo construir el socialismo sin acabar con la propiedad privada -léase: propiedad sobre los medios de producción-, aceptando, por un lado, la existencia de diversas áreas de la economía -incluidas pequeñas, medianas y grandes empresas- y, por otro, pretender y proclamar que se está avanzando hacia el socialismo?
Ahora bien, retomando el tema de las diferencias entre la dictadura del proletariado y la de la burguesía, es menester recalcar que incluso la democracia parlamentaria más desarrollada no deja de ser, formalmente, una democracia burguesa, es decir, una de las formas de la dictadura de la burguesía.
La única forma probada de que las mayorías se hagan, efectivamente, del poder político es por medio de un cambio radical de la sociedad, esto es, revolucionariamente. Pero, para que el cambio revolucionario pueda triunfar definitivamente, no solo es condición indispensable que, entre la conquista del poder político por el proletariado y la supresión de las clases, medie un período de dictadura de una sola clase, sino, además que esa clase sea capaz de “… romper ideológicamente con todas las concepciones democrático-burguesas, con toda la charlatanería pequeñoburguesa de la libertad e igualdad en general…” 18.
La dictadura del proletariado sólo puede existir en la forma de democracia socialista, lo que implica, en primer lugar, una democracia real para la mayoría de los trabajadores y, por lo general, una restricción de la democracia formal para los estratos explotadores y pequeñoburgueses. Como es de todos sabido, todo depende en manos de quién está el poder político: “El problema fundamental de toda revolución es, indudablemente, el problema del poder. Lo decisivo es qué clase tiene el poder” 19.
Las diferencias en la esencia de clase también dan lugar a diferencias en las formas de la dictadura del proletariado. Cualquiera que sea la forma que adopte esta dictadura, siempre se apoyará en los órganos de poder del tipo soviético o democráticos populares -radicalmente diferentes a los órganos de poder de todas las formas de Estados burgueses-, en un aparato estatal, en principio, distinto, cuya tónica es la incorporación masiva de amplias capas de trabajadores a la vida política activa.
En Rusia, esa organización surgió en la forma de los “Soviets de Diputados Obreros, Campesinos y Soldados” (en lo sucesivo, Soviets), creados durante la revolución de 1905. Los Soviets se diferenciaban de todas las formas de democracia representativa hasta entonces conocidas, porque en ellos estaba representado, de modo directo, el propio pueblo, y no los partidos políticos. “Los pobres jamás consideran instituciones ‘suyas’ los parlamentos burgueses, ni siquiera en la república capitalista más democrática del mundo. Los Soviets, en cambio, son instituciones ‘propias’, y no ajenas, para la masa de obreros y campesinos”20.
La naturaleza de la dictadura burguesa de ninguna manera cambia por el hecho de que las fuerzas políticas comunistas o socialistas puedan tener temporalmente representación en los órganos legislativos y ejecutivos del Estado burgués. El cambio de personas en el gobierno no se transformará en el cambio de la dictadura de clase, porque, para ello, hay que destruir el Estado burgués y llevar a cabo el correspondiente cambio de las bases constitucionales, nacionalizar o confiscar las palancas fundamentales de la economía y asegurar la dominación ideológica del marxismo-leninismo.
Es importante tener en cuenta que el carácter proletario de la dictadura tampoco cambia por el hecho de que el partido comunista -vanguardia de la clase trabajadora- pueda, en cualquier momento, entrar en alianzas y coaliciones temporales con las fuerzas revolucionarias y democráticas -como ocurrió en la Rusia Soviética a partir de octubre de 1917 y en el período comprendido entre marzo y julio de 1918- cuando los partidos socialistas revolucionarios pequeñoburgueses y, parcialmente, algunos anarquistas estuvieron representados no solo en los Soviets -en los congresos de los Soviets y en muchos consejos locales-, sino también en el Consejo de Comisarios del Pueblo, la Cheka y otros órganos ejecutivos del joven Estado proletario.
Otra diferencia entre la dictadura del proletariado y la dictadura burguesa -que es el resultado inevitable del modo de producción capitalista- consiste en que, si esta última es necesaria a los capitalistas durante todo el período histórico de su dominio de clase, la primera, en cambio, es necesaria a la clase obrera de modo absolutamente temporal -sólo para la construcción de una sociedad socialista sin clases-, y por eso está, en principio, limitada por los marcos históricos de la transición del capitalismo al comunismo. Por lo tanto, alcanzado el objetivo final del proletariado en esta fase -la construcción de una sociedad socialista sin clases- ese será, al mismo tiempo, el momento de la autodestrucción del proletariado como clase y de la dictadura como forma de Estado.
Como ya quedó registrado -pero siempre es bueno repetirlo- el período de la dictadura del proletariado comienza en el mismo momento del triunfo de la revolución socialista y continúa hasta la victoria completa y final del socialismo, es decir, hasta el momento en que la sociedad socialista altamente desarrollada comience, en primer lugar, a desarrollarse sobre sus propias bases y, en segundo lugar, esté totalmente segura de que la restauración capitalista, que puede ser impuesta tanto de dentro como de fuera, es imposible.
Precisamente esta cuestión es una de las que suscita dudas e incomprensión de sus alcances por parte de mucha gente, incluso en el propio seno de las filas de la izquierda.
De allí que nos veamos obligados a hacer una nueva digresión.
Orlando Millas, como muchos otros marxistas, usa -como ya vimos- el término socialismo de tal manera que, con dificultad, se puede deducir a qué fase de desarrollo de la sociedad comunista se refiere, particularmente cuando apunta hacia el momento -que, en rigor, no es un momento, sino más bien un lapso- de la extinción del Estado.
De verdad, es imposible determinar si el concepto de socialismo para él - y a lo que Marx llamó la “primera fase del comunismo”-, es lo mismo de lo que Lenin habla decenas o centenas de veces y lo que casi la totalidad de los marxistas entiende, o al comunismo, como formación económica y social total, esto es, a la sociedad comunista, que abarca tanto la primera fase -socialista- como la segunda, la comunista.
Lo dicho, porque, con frecuencia, Orlando Millas señala que para Marx “…la conquista del socialismo implicaría, lisa y llanamente, la supresión del Estado, al entrar a regir, en vez de relaciones de mando, nuevas formas de articulación de los hombres basadas en el intercambio de valores productivos y culturales en términos cooperativos” 21.
Y que no se piense que es esta una cuestión baladí, porque es de suma importancia teórica tener un punto de vista correcto sobre los períodos, fases o etapas que la clase obrera o proletariado y sus aliados tuvieron y tendrán que recorrer para edificar la sociedad socialista y, en un período de tiempo cuya duración es imposible determinar, arribar a la sociedad comunista.
Además, porque, como ha mostrado la experiencia de la destrucción de la Unión Soviética, desde un punto de vista rigurosamente teórico, es de suyo trascendental determinar la esencia de cada una de dichas fases o etapas.
No es raro leer u oír interpretaciones, tanto provenientes de la derecha -incluidos aquí los socialdemócratas- como de la izquierda a ultranza, de la permanencia y fin de la dictadura del proletariado o período de transición: los primeros, la limitan al momento en que la edificación de las bases de la sociedad socialista ha culminado; los segundos, la desean llevar hasta la sociedad comunista. Y todo ello enclaustrado en una paradoja, pues, tanto los unos como los otros, no llegan a comprender a cabalidad las tareas del Estado en la etapa de la dictadura del proletariado.
Por la fórmula empleada, todo pareciera indicar que Millas tiene in mente la segunda fase de la sociedad comunista; en otras palabras, cuando las clases hayan sido eliminadas totalmente, cuando ya no haya ninguna clase a la que reprimir, cuando hayan desaparecido las diferencias entre trabajo manual e intelectual, el Estado -que representará efectivamente a toda la sociedad- será superfluo, por eso, justamente, se extinguirá.
Empero, constatamos que Orlando Millas olvidó un “pequeño” detalle: nada en la historia es inmediato; todo lo que ocurre en las sociedades son procesos, a veces en extremo prolongados.
El propio Marx, refiriéndose a los cambios que debería experimentar el proletariado triunfante, señaló: “Ustedes, puede ser, tendrán que pasar por 15, 20, 50 años de guerras civiles y batallas internacionales, no sólo para cambiar las relaciones existentes, sino también para cambiarse a si mismos y llegar a ser capaces de ejercer la dominación política”22. Lenin, menos optimista, y con la experiencia de los casi cinco años de gobierno que tuvo, no se refirió a plazos concretos.
Como se sabe, en la fase de la edificación del socialismo existieron varias fases intermedias de transición, pudiendo suponerse que entre la sociedad socialista y la comunista podrá haber uno o varios tránsitos. No puede ser de otra manera.
En relación con la aserción anterior, fue Lenin el que, al estudiar la revolución y su producto -la dictadura del proletariado- llegó a la firme conclusión de que “… el problema más arduo es el de la realización del tránsito de lo viejo, del capitalismo habitual y conocido por todos, a lo nuevo, al socialismo todavía naciente y que no cuenta con una base firme. Este tránsito requerirá, en el mejor de los casos, un período de muchos años. Dentro de este período, nuestra política comprende una serie de otros tránsitos de menor monta. Y toda la dificultad de la tarea que tenemos por delante, toda la dificultad y todo el arte de la política consiste en tomar en cuenta los cometidos peculiares de cada uno de esos tránsitos”23.
Esa aseveración de Lenin refleja plenamente el pensamiento de Marx, quien, al referirse a la cuestión del Estado o “poder público” en la sociedad comunista, expresó lo siguiente: “Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político”24.
Por su lado, Lenin agregó una tesis importantísima al postulado marxista: “Para que el Estado se extinga por completo hace falta el comunismo completo… Por eso tenemos derecho a hablar sólo de la extinción ineluctable del Estado, subrayando el carácter prolongado de este proceso, su dependencia de la rapidez con que se desarrolle la fase superior del comunismo y dejando pendiente por entero la cuestión de los plazos o de las formas concretas de la extinción, pues carecemos de datos para poder resolver estos problemas”25.
A nuestro juicio, cuando Marx caracterizó la esencia de la primera fase del comunismo y planteó su enunciado sobre el período de transición del capitalismo al comunismo -o del capitalismo al socialismo, para sus seguidores- lo hizo teniendo como objeto de sus apreciaciones a los países capitalistas desarrollados.
Por ello, si se pretende llevar a cabo un análisis serio y fundamentado de la Revolución de Octubre y la realidad nacida de ella, esto es, de la Unión Soviética, con todas sus virtudes, falencias, errores y deficiencias, no se debe ignorar este trascendental factor. Porque solamente abordando de esta manera dicha realidad, se podrá comprender claramente el fenómeno del período de transición del capitalismo al socialismo, cuyo Estado -según el propio Marx- “no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”.
Claro está que con el término del período de transición y de la dictadura del proletariado, no se transita en seguida a la fase superior del comunismo.
Todavía más, después de terminado el período de edificación de la sociedad socialista, que ha preparado las premisas para posibilitar el futuro paso a la fase superior del comunismo, cuando se haya llevado a efecto la revolución técnica en el campo, la propiedad cooperativa se haya transformado en un patrimonio socializado y hayan sido liquidadas las diferencias entre la clase obrera y el campesinado por medio del fortalecimiento de la base material y técnica del socialismo, será necesario continuar perfeccionando el socialismo desarrollado, y así desenvolver las fuerzas productivas de modo de hacer posible en la práctica el principio de la sociedad comunista: “De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”.
Ahora bien, cuando Marx y Engels hablan de la extinción del Estado lo hacen sobre el supuesto de que la revolución socialista habrá triunfado en muchos países o, al menos, en la mayoría de ellos: “Por consecuencia, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia y en Alemania”26.
Excepcionalmente, bastante más tarde, Marx, al analizar la situación concreta de la Rusia campesina, en una carta dirigida, en marzo de 1881, a Vera Zasúlich y en los cuatro borradores de dicha carta publicados posteriormente admitió la posibilidad de que la revolución social triunfase en un solo país: en Rusia27. Esta carta será objeto de especial atención más adelante.
Pero, Orlando Millas sabía muy bien que, a despecho de las ideas y deseos de Marx y Engels, la situación era -y continúa siendo- la antítesis de lo que ellos habían planteado. Por tanto, surge, insoslayable, una interrogante que se cae por su propio peso: no existiendo las condiciones señaladas por Marx y Engels, ¿qué deberían haber hecho los bolcheviques en Rusia, con Lenin a la cabeza?
La respuesta a dicha pregunta, está pródigamente explicitada en las obras y práctica de Lenin y, más tarde, en las de Stalin, lo cual también será analizado en sede propia, pero no podemos abstenernos de reproducir una formulación leninista que da una respuesta perentoria a esta cuestión: “La lucha de clases no desaparece bajo la dictadura del proletariado, lo que hace es adoptar otras formas… Mientras subsistan las clases, mientras la burguesía derribada en un país decuplique sus ataques contra el socialismo en el terreno internacional, seguirá siendo indispensable esa dictadura”28.
Este clarísimo enunciado de Lenin es muestra palmaria de que la necesidad de la conservación del Estado de la dictadura del proletariado, en un período avanzado del proceso de edificación de la sociedad socialista, es insoslayable.
Por eso, pretender que el socialismo -como primera fase del comunismo-, inclusive en su etapa de mayor desarrollo, implique la “supresión” del Estado es -por así decirlo- ilusorio, y constituye un sensible error teórico.
Hay que precisar, por otro lado, que los períodos de la dictadura del proletariado y del socialismo victorioso total difieren, además, en gran medida, por la naturaleza de sus contradicciones básicas.
Si para el socialismo maduro o desarrollado es característica la existencia exclusiva de contradicciones no antagónicas, a la dictadura del proletariado le son inmanentes tanto las contradicciones no antagónicas como las antagónicas. Todavía más, las contradicciones no antagónicas en el período de la dictadura del proletariado pueden, en ciertas circunstancias, adquirir un carácter antagónico.
Lo encima referido implica que, si tras la victoria completa y final del socialismo, la vuelta de nuevo al capitalismo es, esencialmente, imposible, en el período de la dictadura del proletariado tal retorno, en principio, es posible. Y cuando se han creado condiciones que son ajenas o alejan a la sociedad del socialismo científico, esa posibilidad es incluso lógica y -como lo demuestra la experiencia de la Unión Soviética- ineluctable.
Por ello, se debe considerar las decisiones de los XXI y XXII Congresos del PCUS (1959 y 1962) -consecuencia y prolongación lógica del XX Congreso- sobre la victoria definitiva del socialismo en la URSS como un craso error teórico.
Siendo el resultado de un enfoque extremadamente primitivo y simplista de la teoría marxista-leninista, la declaración sobre la victoria definitiva del socialismo inició una nueva fase de la trascendental desorientación teórica del PCUS, del Estado socialista soviético y de todo el movimiento comunista mundial. Esta importante cuestión será analizada en lugar propio.
Para construir el socialismo, la dictadura del proletariado debe resolver innumerables tareas sociales, económicas, políticas e ideológicas.
La principal tarea de la dictadura del proletariado es la abolición de las clases. En otras palabras, la construcción de una sociedad, de un “Estado” fundamentalmente nuevo, sin clases.
En relación con este nuevo tipo de Estado, ante la clase obrera surge una tarea dialéctica: por un lado, con la ayuda de este aparato de Estado, tiene que reprimir la resistencia de los explotadores y enfrentar las vacilaciones de la pequeña burguesía; garantizar la seguridad y la capacidad defensiva; y dar los primeros pasos hacia el socialismo; y, por el otro, para poder protegerse de su propio Estado, tiene que evitar la transformación de este Estado en una fuerza independiente, que se coloque por sobre la clase dominante, que fue lo que aconteció en la URSS entre los años 1956 y 1991.
La dictadura le es necesaria al proletariado, sobre todo, para que, habiéndose transformado de proletariado en la clase obrera socialista, a su vez, transforme a todos los ciudadanos de la sociedad socialista en trabajadores de un solo organismo económico, que no solo no tienen propiedad privada, sino tampoco intereses regionales o locales que puedan ser distintos y ajenos a los de todo el pueblo. Durante el período de resolución de esta tarea, el proletariado destruye no sólo las clases de pequeños y grandes propietarios, sino también se destruye a sí mismo como clase social.
De este modo, durante la dictadura del proletariado, deberá ser alcanzada plenamente la homogeneidad de clase de la sociedad socialista, si bien seguirá existiendo la heterogeneidad profesional, relacionada con la división del trabajo.
En tal caso, la uniformidad de clase implicará la destrucción no sólo de las clases antagónicas, sino también de las fronteras o diferencias entre las clases amigas, es decir, antes de todo, serán eliminadas las desigualdades económicas y sociales existentes entre dichas clases amigas: el tornero, el científico, el agricultor, el chofer o el operador de un equipo técnico y el inventor están en la misma posición en relación con los medios de producción, esto es, son trabajadores de una sola empresa socialista.
La condición sine qua non de la realización de las tareas políticas de la dictadura del proletariado es el desmontaje de la máquina del Estado burgués, particularmente de sus segmentos de represión y de explotación, y la creación de un nuevo aparato de Estado proletario, que ya no será un Estado en el sentido estricto del concepto.
Se podría decir que la base política de semejante Estado proletario -claro está, sin las anomalías introducidas en el Estado Soviético a partir de 1953- son los Soviets u órganos de poder de un tipo semejante, que se tendrían que caracterizar, entre otras condiciones y propiedades, por:
— Otorgar a las masas de trabajadores todas las condiciones y oportunidades para la participación real en la gestión del Estado;
— El establecimiento de relaciones estrechas e inmediatas de los trabajadores con los órganos de poder de tipo soviético;
— La unión del poder legislativo y el ejecutivo, que permite no sólo legislar, sino también controlar la aplicación y cumplimiento de las leyes;
— La responsabilidad de los diputados ante sus electores, y el derecho obligatorio y de fácil ejecución de estos de retirarles sus mandatos;
— La rotación obligatoria y constante en sus cargos de los diputados de todos los niveles;
— La remuneración de los diputados y los funcionarios públicos, incluyendo los del poder ejecutivo, que no deben estar por encima del promedio de salarios de un obrero calificado.
La principal tarea económica de la clase obrera es el desarrollo de las fuerzas productivas que han heredado del capitalismo, y el establecimiento de nuevas relaciones socialistas de producción.
Para alcanzar lo referido, no sólo es necesario erradicar de la economía todas las estructuras no socialistas, sino también transformar la propiedad estatal resultante de las nacionalizaciones o confiscación de la propiedad privada, es decir, transformar el sector estatal de la economía en un sector verdaderamente socialista.
Con todo, podríamos afirmar que la tarea y, a la vez objetivo económico integral de la dictadura del proletariado es la socialización del producto social excedente (plus producto) o suplementario global, producido por el aparato socializado de producción. En otras palabras -y por así llamarla- la apropiación por parte de los trabajadores de la renta nacional.
Así, en los marcos del horizonte histórico en que la dictadura del proletariado se desarrolla, la clase obrera tiene que ir de la socialización formal de los medios de producción -ya sea en forma de estatización, nacionalización, expropiación, confiscación o creación de propiedad colectiva- a la socialización real del producto global excedente.
La socialización real o verdadera de la propiedad sobre los medios de producción presupone no sólo y no tanto el desarrollo del sistema de planificación económica científica, cuanto la incorporación de todos los trabajadores organizados al proceso de determinación de las principales directivas y objetivos de la economía socialista y a la distribución equitativa de su producto, en suma, de la renta nacional.
Por lo tanto, la formación de un titular colectivo o de un auténtico propietario de la propiedad colectiva de bienes es un largo proceso, que se inicia con su papel de amo nominal de dicha propiedad, pero actuando como un controlador de la burocracia en lo que atañe al sector público y cumpliendo el rol de titular en el sector cooperativo de la economía.
Solo aprendiendo a determinar y realizar sus necesidades económicas y sociales de desarrollo, bien como controlando con rigor el aparato burocrático del Estado, la clase obrera será capaz de transitar de la producción de mercancías a la de productos, lo que creará las condiciones materiales para la gradual extinción del dinero en la medida en que este pierda o se atrofien sus propiedades de capital, de instrumento de cambio y de medio de atesoramiento.
La vía para resolver esa tarea radica tanto en la superación del carácter burocrático de la propiedad estatal -controlada por la burocracia central- como en la eliminación de las limitaciones de índole sectorial o local, que impiden el control directo de la propiedad colectiva por parte de los trabajadores.
Si el proletariado cede el control efectivo de sus propios medios de producción a cualquier grupo -ya sean instituciones o estratos sociales- estos pueden utilizar este control en sus intereses sociales egoístas. Por tanto, estos grupos, instituciones o capas sociales tendrán la oportunidad para asignarse o apropiarse no solamente de una parte del producto social -desproporcionada en relación con su contribución al mismo-, sino -y lo que es más peligroso- tendrán la posibilidad y capacidad para frenar el desarrollo de las relaciones socialistas en la sociedad de transición, lo que inevitablemente creará el peligro de la restauración del capitalismo.
Y dicho peligro será cada vez más poderoso en la medida en que la propiedad de la clase obrera -por definición, dueña de la propiedad colectiva- adquiera un carácter nominal, en el que muchos de los trabajadores -en el sentido social más amplio de la palabra- dejen de tener conciencia de que la propiedad pública es suya, lo que, naturalmente, los hará más vulnerables a la influencia de la manipulación oficial, como aconteció en el período de la perestroika y, poco tiempo después, durante el ilegal gobierno de Yeltsin.
Para los destinos de un Estado socialista, desarrollado y auténtico, es determinante que los trabajadores no figuren solamente como dueños nominales, sino como los legítimos depositarios y propietarios de los medios de producción y del producto generado con base en su utilización, de modo de que -siendo y teniendo conciencia de ser tales- estén siempre listos para defender su poder y su propiedad social con los medios que se muestren necesarios, incluyendo el recurso a las armas.
La negativa a resolver el problema de la propiedad social, manteniéndola en manos del Estado y posponiendo indefinidamente la conservación de este como aparato transitorio de una sociedad socialista, no obstante el crecimiento de la economía, la educación, la cultura y la conciencia de la clase obrera, mientras se asevera que “todo le pertenece al pueblo”, inevitablemente conducirá, primero, a la degeneración burocrática del Estado proletario -con el consecuente incremento de tendencias egoístas en su seno y en el partido de vanguardia- y luego a una degeneración burguesa, como ocurrió en la URSS a partir de 1956.
Una tarea no menos importante de la dictadura del proletariado, sin la cual el socialismo es simplemente impensable, es la creación de una base científica y técnica de las más avanzadas, que abra perspectivas reales para la victoria sobre el capitalismo en el ámbito de la productividad del trabajo social.
Sin embargo, la solución de dicho problema solo debe lograrse por medios socialistas en estrecha relación con el desarrollo de las relaciones socialistas de producción.
Cualquier intento de desarrollar la base material y técnica, a largo plazo, con la ayuda de las relaciones de mercado dará lugar, inevitablemente, a una brecha entre el objetivo socialista y los mecanismos no socialistas, esto es, de carácter capitalista, para lograr dicho desarrollo. Como resultado, estos fondos comenzarán a actuar como una especie de fin en sí mismos, lo que inevitablemente conducirá a la deformación del modo de producción socialista, a la preservación de la socialización formal y a la creación de premisas para la restauración del capitalismo.
Otra de las tareas políticas de la clase obrera reside en el hecho de que, en la medida del fortalecimiento de la ideología socialista, deberá transformar los consejos obreros -o, según sea el caso, otros órganos de gobierno del tipo de los Soviets- de órganos de poder de la vanguardia de clase -que actúan en nombre de los trabajadores- en órganos de poder de los propios trabajadores, que pasarán a ejercer este poder directamente, por sí mismos. Es un hecho que la dictadura revolucionaria democrática, así como la proletaria, incorporan a la lucha política y les entregan el poder, inicialmente, no a todos los trabajadores ni a todos los obreros, sino que solo a la vanguardia de los miembros más activos y conscientes de su clase.
Es precisamente por esta razón que la dictadura del proletariado, en lo fundamental, en un inicio, no se apoya en una mayoría aritmética amorfa de los electores, sino en una verdadera mayoría política de la clase obrera, que se caracteriza no sólo cuantitativa sino también cualitativamente.
Las principales características cualitativas de la mayoría política real son, en primer lugar, su organización en sindicatos de clase en torno a sus órganos clasistas del poder bajo la dirección del partido comunista, y, en segundo lugar, su capacidad para imponer su voluntad de clase tanto a la burguesía como a las vacilantes capas pequeñoburguesas.
Numerosos son los casos, tanto en los otrora países socialistas como en los que siempre ha existido el dictado del capital, en que los partidos de izquierda y progresistas, habiendo triunfado u obtenido una voluminosa votación, han sido incapaces de tomar el poder, porque la minoría burguesa, pura y simplemente, ignora los resultados y le impone a la población del país su voluntad reaccionaria. Pero en ello también juega un papel decisivo la conducta de estos partidos o fuerzas políticas, que, si bien no concuerdan con la situación creada por la burguesía, manifiestan, de hecho, cierta aquiescencia, y son incapaces de llamar a sus seguidores a defender la victoria alcanzada. Porque, además, nunca los prepararon para defender sus victorias.
Por lo tanto, los sermones oportunistas de los amigos de los llamados a la no violencia conducen, indefectiblemente, al hecho de que una bien organizada y lista para la violencia minoría burguesa -con el pretexto del surgimiento del demoníaco caos en la economía, de una inminente intervención de las omnipresentes fuerzas armadas o de una guerra civil- siempre será capaz de arrebatar la victoria incluso a una mayoría aritmética, pero amorfa en términos políticos y organizativos.
Y, por el contrario, si la mayoría política real de la vanguardia socialista revolucionaria ni siquiera es una mayoría aritmética de los electores -como lo fue en Rusia en 1917-, de todas maneras, podrá triunfar en la lucha de clases, merced a la conducta consecuente y de principios de defensa de los intereses fundamentales de la clase que representa, y, además, de los de sus aliados.
No es una tarea política menos importante de la dictadura del proletariado difundir la necesidad de la ampliación de la revolución socialista y la creación, para dicho efecto, de una Internacional Comunista, como partido mundial unido y único de tal revolución. Esta necesidad se basa principalmente en el hecho de que en un cerco imperialista hostil, cuando un Estado socialista se ve obligado a vivir y desarrollarse bajo las leyes de una auténtica fortaleza sitiada, llevar a cabo una serie de importantes tareas económicas y políticas de la dictadura del proletariado -por no mencionar la construcción del comunismo- es harto difícil, como lo mostró la experiencia de la Unión Soviética, y lo muestra hoy Cuba.
La principal tarea ideológica de la dictadura del proletariado es asegurar el dominio de la ideología marxista-leninista y, sobre todo, reeducar a las más amplias masas de la población en el espíritu de la prioridad de los intereses comunes sobre los privados, inclusive de los intereses individuales.
Esa tarea debió y debe ser resuelta en medio de una aguda lucha contra la ideología burguesa, la superación de los prejuicios pequeñoburgueses y los intereses egoístas heredados del capitalismo. La principal tarea ideológica de la dictadura del proletariado es elevar a la totalidad de la clase obrera victoriosa a la posición de dueña del país, de su economía, de la ciencia y la cultura.
Sin embargo, la dictadura del proletariado será inestable y estará condenada al fracaso, si la vanguardia de la clase obrera no es capaz de atraer a la causa de la administración del Estado, en primer lugar, a todos los trabajadores, y luego a todos los ciudadanos sin excepción.
Esa incorporación e implicación de todos los estratos no burgueses en la gestión del Estado es la principal tarea creativa de la dictadura del proletariado, en la cual debe ser superada inicialmente la inevitable división de la sociedad de transición en gobernantes y gobernados, y debe ser establecido el poder del pueblo trabajador, ejercido por él mismo.
Lenin y los bolcheviques, a pesar de las condiciones impuestas por la guerra y el sabotaje interno, siempre tomaron medidas, de modo de posibilitar que, a través de los Soviets, los trabajadores participaran en la gestión del Estado. Una de las formas de participación directa en la administración de la propiedad estatal por parte de los trabajadores encontró su más inequívoca plasmación en el “Control Obrero”.
Debido al bajo nivel educacional, cultural y profesional de los obreros y campesinos rusos no fue una tarea exenta de dificultades, pero, poco a poco, el partido y el gobierno fueron creando condiciones para elevar el nivel técnico, profesional y cultural de los trabajadores de la ciudad y del campo, en su gran mayoría, analfabetos.
Pero el propio desarrollo de la revolución socialista en las complejas condiciones de Rusia obligó a los bolcheviques a emprender acciones que no en todo momento respondieron o correspondieron a las causas que las provocaron: la guerra hace impredecible absolutamente todo o gran parte de los acontecimientos y de las soluciones posibles a los problemas que ellos traen consigo.
Las causas de los errores cometidos -pocos e insignificantes, dicho sea de paso- estribaban, como es evidente, en la ruinosa situación en que se encontraba el país y, por ende, su sociedad.
Cuando los bolcheviques se hicieron del poder político, el país había sido sacudido hasta sus más profundas entrañas por el movimiento revolucionario que se arrastraba desde el año 1905; a partir de 1914, por la destructiva Primera Guerra Mundial; y, entre mayo de 1918 y abril de 1921, por la intervención de catorce Estados capitalistas, que desencadenaron la guerra civil a gran escala en todo el país de los Soviets.
Por eso muchos de los pasos dados por el nuevo gobierno bolchevique eran, en cierto grado, experimentales: la teoría se mostraba insuficiente y el terreno exigía creatividad, y no una actitud dogmática.
Pero, lo importante es que los bolcheviques -en condiciones en que, inmediatamente después de haber tomado el poder político en sus manos, se vieron, además, enfrentados a la resistencia despiadada del capital interno e internacional, en medio de una guerra que desangraba al país- tomaban medidas políticas y administrativas, a veces, aventuradas, de modo de dirigir y controlar la vida del inmenso país. Y los resultados que obtuvieron constituyen la más inequívoca demostración de que su accionar fue correcto. Por supuesto que hubo errores, pero el balance fue altamente positivo.
Es en este sentido que, al analizar el proceso de desmontaje del socialismo después del año 1953 y de lo que sucedió en la URSS ulteriormente, es sumamente difícil encontrar una explicación racional para lo ocurrido, a no ser la manifiesta incapacidad de estadista y político de Jruschov, de su desmedida ambición y sed de poder, y de la colaboración -pasiva o activa- de los miembros históricos del Partido Comunista (b) de la URSS.
Porque, contrariamente a toda racionalidad y a las ideas y planes que tenía Stalin -formulados en los trabajos del XIX Congreso del PCUS- tomó en sus manos el poder político la figura más insignificante y menos capacitada en términos teóricos y políticos para dirigir el inmenso país, precisamente, uno de los principales burócratas partidarios, que se había distinguido por ser un ejemplo de obsecuencia ante los líderes del partido y del Estado y observar una manifiesta conducta rastrera, particularmente, en relación con Stalin.
La infausta paradoja histórica estriba en que, históricamente, al frente del partido y del Estado de la gran nación, habían estado dirigentes sabios, aún más, geniales, y, ahora, se hacía del poder, por medio de chantajes, engaños, calumnias y maniobras, un individuo que, aparentemente, no tenía, en condiciones de normalidad, ninguna posibilidad de ocupar tan elevada posición en el Estado Soviético.
Y, como no podía dejar de ser, su gestión a la cabeza del partido y del Estado fue desastrosa, porque recibió un país en pujante desarrollo, poderoso, socialmente cohesionado, con alta moral, pero, debido a la introducción de medidas económicas y políticas que no tenían ningún asidero, inició la destrucción de la base económica, social, moral e ideológica del Estado Soviético. A tal punto fue ruinosa su gestión, que los mismos que colaboraron para llevarlo al poder en 1953 y participaron activamente de su segundo golpe de Estado en 1957, lo depusieron el año 1964.
Este es el primer caso de un alto dirigente del Estado Soviético -el único que, por primera vez, dirigía el país en absoluta paz interna y externa, a pesar de la guerra silenciosa de los Estados Unidos y sus aliados europeos occidentales- que, en lugar de desarrollar el país, lo hizo retroceder en todos los aspectos y sentidos posibles.
En el oscuro período en que Jruschov dirigió los destinos de la URSS -hasta hoy día no se sabe concretamente qué fue lo que motivó su conducta, no obstante la evidencia de que nunca actuó como marxista, porque no lo era- fueron adoptadas una serie de medidas, en todas las esferas de la vida del Estado, que, está a la vista, eran absurdas y que constituyeron la más fidedigna manifestación del desconocimiento teórico y técnico, de la ineptitud gubernamental y de la miopía política del dirigente, las cuales, de hecho, acabaron por desquiciar al Estado socialista.
La Unión Soviética, en un período de cinco años, había conseguido no solo sanar las profundas heridas provocadas por la guerra de agresión nazi-fascista, que la había llevado a sufrir una situación tan adversa como ningún otro país del mundo había experimentado, sino, además -a despecho de los enemigos del socialismo- vio, una vez más, corroborado en la práctica el fenómeno que ya era conocido como el “milagro económico estalinista”.
A partir de esos días, en la Unión Soviética -es obvio que debido a la orfandad teórica, política, administrativa y a los espurios intereses de los individuos que habían llegado al poder- no fueron los dirigentes del partido y del Estado los que administraron los acontecimientos, sino que fueron estos los que comenzaron a gobernar a su arbitrio.
En otras palabras, las medidas tomadas por los dirigentes soviéticos que sucedieron a Jruschov, por lo general, representaron una mera acción de respuesta, paliativa, tendiente a resolver asuntos puntuales, porque lo fundamental -aplicar la teoría en la práctica- no se hacía, acaso porque se ignoraba cómo hacerlo o, pura y simplemente, porque no había voluntad para actuar con base en los principios del marxismo-leninismo.
A diferencia de Lenin y Stalin -que actuaron como verdaderos marxistas al interpretar fenómenos inesperados, siempre dialécticamente- el nuevo-viejo “comunista” y sus sucesores, ignorando la realidad que ellos y la nomenclatura partidaria habían creado, cegatones, incapaces, abordaron los acontecimientos que se escapaban a su control adulterando y acomodando la historia y la teoría para justificar sus crasos errores.
Los sucesores, en lugar de adoptar medidas de contenido y forma socialistas -lo que habría salvado a la Unión Soviética de su destrucción paulatina- agravaron la situación, optando por profundizar la incorporación de mecanismos puros de la economía capitalista en la economía planificada de la URSS.
Ellos -tal como su antecesor-, sistemáticamente, dieron “palos de ciego”, particularmente en el ámbito de la economía, lo que acabaría por crear las condiciones para que Gorbachov y compañía, tal como lo había hecho Jruschov, decidieran “mejorar” el socialismo, decretando su fin.
La reforma de Kosyguin fue fiel reflejo de ello: la cúpula del PCUS no conocía la sociedad que dirigía -es archiconocida la feliz frase de Andrópov, otro controvertido reformista y propulsor de Gorbachov-, porque toda la burocracia partidaria y del Estado, en la práctica, se había alejado del pueblo soviético, no obstante, aparentemente, “sentirse” vanguardia de este último.
Brezhnev, Kosyguin, Súslov, Gromyko, Andrópov y compañía fueron débiles como líderes de una potencia tan singular como la Unión Soviética, e, infelizmente, fueron incapaces -conscientes o inconscientes- de continuar construyendo y desarrollando el socialismo.
En lugar de ello, cayeron en el reformismo, pero en un reformismo absolutamente reñido con la esencia del socialismo, pues, paradó-jicamente, intentaron -¿irresponsable o conscientemente?- resolver los problemas que había creado su antecesor con mecanismos de la economía capitalista, acaso, esperando revivir el período de la NEP que, como se sabe, fue producto de la necesidad de asegurar la subsistencia de la República Soviética, tras la destrucción de su tejido económico y social, provocada por más de siete años de guerra y de sabotaje.
Pareciera innecesario decirlo, pero, sin embargo, lo haremos: entre los años 50 y 60 del siglo XX, la situación de la URSS se diferenciaba radicalmente -aún más, era la antípoda- de la de la Rusia Soviética de los años 20.
Si la cúpula del PCUS declaró, por un lado, que la URSS se encontraba en la fase del socialismo desarrollado y la propiedad era del todo el pueblo, no se entiende cómo el “teórico” del partido -Súslov, en este caso- y los restantes miembros del Buró Político, con su Secretario General a la cabeza, pudieron adoptar mecanismos de la economía de mercado, en flagrante contradicción con los principios básicos de la economía planificada, provocando un perjuicio irreparable al sistema socialista y a su población. Esto es, continuaron la criminal política iniciada por Jruschov a mediados de los años 50.
La burocracia, que se había adueñado de los comandos del partido y del Estado, donde los intereses individuales primaban -por cierto, solapados y parciales- por sobre los de la comunidad, en contraposición a lo que había sido la gloriosa y compleja fase de la creación de las bases del socialismo y de su desarrollo en la URSS, usaba y abusaba del nombre de Lenin a todo nivel, en la vana tentativa de convencer al pueblo soviético de que la dirección del partido y del Estado no se habían apartado del glorioso pasado socialista.
Así pues, queda meridianamente claro que, desde 1953 hasta 1984 -el período de 1985 a 1991 es de mero y acelerado desmontaje del sistema socialista-, la teoría marxista-leninista fue dejada de lado en favor de consignas hueras y falsas, que no se correspondían con la realidad del país ni con lo que su población, ya harto desorientada, esperaba.
Porque, ahora, sabemos a ciencia cierta que la burocracia partidaria no podía desconocer que la población -en virtud de todos los errores cometidos a partir de 1953- había evolucionado, parcialmente, en el sentido que querían muchos de los más altos dirigentes del PCUS y del KOMSOMOL, imbuidos del designio de apoderarse de la inmensa riqueza estatizada de la Unión Soviética: tanto, tanto se mintió oficialmente, -sobre todo, entre los años 1953 y 1964 y, más tarde, entre 1985 y 1990- que la población perdió, en parte, la confianza en el socialismo, en sus valores: la solidaridad, el sentido comunitario, su entrega al trabajo (ahora había que trabajar para los directores de las empresas y la burocracia partidaria y estatal), la inviolabilidad de la propiedad de toda la sociedad, el sentido del sacrificio en aras de la construcción de un futuro digno y radiante para sus hijos, en aras de un futuro esplendor para su gran nación y la humanidad toda.
1 C. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista. Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx, México, 2011, p. 31.
2 V. I. Lenin. Obras Escogidas en tres tomos. Moscú, 1961. Editorial Progreso (en adelante OEE), Tomo III, p. 349.
3 V. I. Lenin. Obras en 12 tomos en español, Editorial Progreso, Moscú 1973 (en adelante, OE). Tomo VII., p. 132.
4 Orlando Millas: Memorias (Cuarto volumen, 1957-1991). Una disgresión. Santiago de Chile, Ediciones ChileAmérica, CESOC, 1996.
5 Rebatir algunos puntos de vista sobre la realidad soviética, particularmente de la autoría de Orlando Millas, no es -desde un punto de vista moral y afectivo- tarea fácil. Porque, para los que crecimos en las filas de las Juventudes Comunistas y, más tarde, del Partido -sobre todo, habiendo tenido a Orlando Millas como uno de los principales ejemplos a seguir, tanto en su calidad de militante comunista como de auténtico estudioso y conocedor de la doctrina marxista-leninista-, se torna casi doloroso verificar que el Maestro erró el tiro al evaluar determinados fenómenos -en particular del pasado y del entonces presente del país donde le correspondió vivir varios años, concretamente más de un decenio-, lo que, para los que tuvimos la honra de conocerlo y trabajar con él, constituye, simplemente, algo inusitado. Pensamos que el momento histórico que le tocó vivir -la acelerada decadencia del sistema socialista a manos de los tardíos jerarcas de la URSS y, de modo muy especial, de Gorbachov- le jugó una pésima pasada, por cuanto, para poder haber estado compenetrado en pormenor, asimilar y evaluar al menos parte de la verdad histórica, Orlando Millas tendría, por un lado, que haber conocido las diversas versiones de la historia existentes en la URSS y, por otro, haber estudiado más a fondo la extensa obra de Lenin y de Stalin, aun cuando la de este no es tan vasta como la de aquel. Con todo, nadie mejor que Stalin podría haber llevado a cabo el debido análisis de la realidad de aquel largo período de vida de la URSS, y encontrar o crear los fundamentos teóricos pertinentes -sin perder de vista la dialéctica- para hacer frente a los desafíos que presentó la vía bolchevique de edificación del socialismo, algo que, por indefectibles razones, ni Marx, ni Engels, ni Lenin pudieron hacer. Además, de modo de tener una visión más acorde con la realidad pasada y presente de la URSS, Millas debería haber trabajado con la información proveniente de los archivos históricos del Kremlin -desclasificados, como ya lo hemos señalado, entre los años 1989, cuando Millas todavía estaba en la Unión Soviética, y 1996- y, lo último pero no menos importante, haber conocido la lengua rusa”. Estamos convencidos de que el “descubrimiento” hecho por Orlando Millas de la falsificación del marxismo-leninismo en la tardía etapa de la sociedad soviética le asestó un golpe moral demoledor, del cual no se pudo recuperar, y para el cual no encontró una explicación plausible por desconocimiento de la historia soviética. Por lo que se limitó a reproducir lo que, tanto a nivel de la Unión Soviética de aquellos años, como a nivel internacional, en una nueva campaña de manipulación de la población soviética, el anticomunismo propalaba. Además, no podemos obviar el hecho de que la mayor parte de los descarnados juicios críticos de Orlando Millas fue formulada en momentos muy difíciles para él, preso de un mal en su fase terminal, que -no tenemos dudas- influyó decididamente en sus juicios y, en definitiva, provocó su deceso. Sin perjuicio de todo lo referido, consideramos una obligación política responder a algunos de los profusos ataques que Orlando Millas lanzó en sus Memorias contra la Unión Soviética.
6 Orlando Millas. Op. Cit., p. 258. (subrayado por el autor. De aquí en adelante, todos los subrayados, tanto en texto principal como en los notas al pié de página, son del autor, salvo indicación en contrario).
7 C. Marx y F. Engels. El Manifiesto Comunista, p. 59
8 Orlando Millas. Op. Cit., p. 241.
9 Ibid., p. 257.
10 Ibid., p. 273.
11 V. I. Lenin. OE. Tomo VII. El Estado y la revolución, p. 14.
12 Orlando Millas. Op. Cit., p. 261.
13 F. Engels. De la autoridad. En C. Marx y F. Engels, OE. Tomo II, p. 220.
14 V. I. Lenin. OE. Tomo XI, p. 101.
15 V. I. Lenin. OE. Tomo IX. La revolución proletaria y el renegado Kautsky, p. 12.
16 V. I. Lenin. OE. Tomo VII. ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?, p. 127.
17 V. I. Lenin. OEE. Tomo III. La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo, p. 191.
18 V. I. Lenin, OEE. Tomo III, p. 116.
19 Ibid., p.91.
20 V. I. Lenin. OE, tomo VIII, p. 52.
21 Ibid., p. 257.
22 К. Маркс и Ф. Энгельс. ПСС. Том VIII, Разоблачения o Кёльнском Процессе. Cтр. 431.
23 V. I. Lenin. OE. Tomo X. Discurso sobre el trabajo del Comité Ejecutivo Central de toda Rusia (CECR) y del Consejo de Comisarios del Pueblo (SOVNARKOM) en la primera sesión de la VII reunión del CECR del 2 de Febrero de 1920, p. 164.
24 C. Marx y F. Engels. El Manifiesto Comunista, p. 59.
25 V. I. Lenin. OE. Tomo VII, p. 36, 37.
26 F. Engels. Principios del Comunismo. En C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas en tres tomos, Moscú, 1980, Editorial Progreso. Tomo I, p. 45. (En adelante OE).
27 К. Маркс и Ф. Энгельс. OC. Tом 19. Стр. 400-421. Los cuatro borradores no tienen versión en español, al menos conocida por el autor. La carta a Vera Zasúlich puede ser encontrada en: Carlos Marx y Federico Engels: OE. Tomo III, p. 85 y siguientes.
28 V. I. Lenin. OEE. Tomo III, p. 159, 343.