Читать книгу Trayectorias y proyectos intelectuales - Jaime Eduardo Jaramillo Jiménez - Страница 8
ОглавлениеJuan Sebastián Cristancho Rojas
Introducción
El presente artículo es una propuesta de interpretación gramsciana de la trayectoria intelectual y del pensamiento de José Carlos Mariátegui. Retomando las observaciones hechas por Gramsci (1999), para el entendimiento de una concepción del mundo y, por tanto, para la comprensión del pensamiento de determinado creador (o recreador) de dicha concepción, es necesario reconstruir su trasegar práctico y teórico, y visualizar dentro de este tres momentos del hacer intelectual: primero, cuando es absorbido y estimula su intelecto con las teorías que estudia; segundo, cuando construye un equilibrio crítico con respecto a las teorías de las que principalmente bebe resaltando sus limitaciones y sus vigencias, y tercero, cuando elabora pensamiento propio al hacer suyas con beneficio de inventario las ideas con las cuales ha estimulado su intelecto, de lo que parte para aplicar dichas ideas, complementarlas, incluso proponer nuevas premisas.
Cabe aclarar que en ningún caso estos tres momentos representan tres etapas del pensador y su obra, en las que la superación absoluta de una anterior es requisito necesario para el desarrollo de la siguiente; son, como ya se indicó, momentos que se interrelacionan en una lógica de proceso dentro del hacer intelectual, expresando, sin embargo, el segundo y el tercer punto de maduración de las ideas de un autor, ya sea en ciertos aspectos de su obra, ya sea en su totalidad.
Teniendo en cuenta lo anterior, en el presente artículo se realizará en la primera parte una reconstrucción de la trayectoria intelectual de Mariátegui, exponiendo el proceso de adopción y maduración de sus ideas a lo largo de su vida a partir de un lente gramsciano, para detenerse, en la segunda parte del artículo, en lo que se puede considerar su momento de producción de pensamiento propio como marxista e intelectual orgánico de las clases subalternas del Perú. Resaltando, en este punto de sus ideas, brevemente algunos aspectos que se consideran determinantes en su trayectoria intelectual para posibilitar su aspecto teórico innovador, desarrollar sus principales planteamientos en lo que corresponde a sus propuestas filosóficas, metódicas, políticas y económicas,1 estos dos últimos ejes en relación con la realidad peruana, considerando para todo ello tres obras que, por el lugar que ocupan cualitativa y cronológicamente en su vida, son suficientes para cumplir con el objetivo propuesto.
Se presentará como resultado la definición de Mariátegui como un pensador marxista latinoamericano, es decir, como un pensador que se remite al marxismo clásico en sus elaboraciones y que está situado en su producción intelectual dentro del territorio de América Latina (Sánchez, 1987); dialéctico y socialista, coherente y en desenvolvimiento, que se dio un acento específico en diálogo con la realidad material e intelectual en la que se forjó como pensador. Esta lectura, como interpretación alternativa de su legado, diferenciándose y en discusión con varias de las formas que se han institucionalizado académica y políticamente para interpretar sus ideas, y que lo han expuesto como un pensador compartimentado, contradictorio en sus contenidos, mecanicista, estático, subordinado o ideólogo de otro tipo de propuesta de sociedad diferente de aquella que parte de un punto de vista revolucionario comunista.
De acuerdo con lo anterior, y a manera de conclusión del presente escrito, se resaltará las vigencias de lo expuesto como su pensamiento propio en relación con la sociología y las ciencias sociales en la actualidad, desde donde se sugerirán algunas agendas investigativas.
Trayectoria intelectual de Mariátegui2
Para visualizar los momentos gramscianos dentro de la trayectoria intelectual de Mariátegui, se debe entender desde Marx (1973) y Sánchez (1980) que un individuo es producto de un contexto configurado histórica y socialmente, pero que, en esa medida, la estructura que lo constriñe igualmente posibilita su desenvolvimiento y la trayectoria personal, la libertad individual, bajo los márgenes estructurales, hace que la persona construya y practique una posición con respecto al momento histórico que le correspondió vivir. Por tanto, no se puede entender el pensamiento de un individuo si no se interpreta simultáneamente en su contexto general y como trayectoria particular.
En lo macro, se tiene que afirmar que la vida de Mariátegui transcurrió en el periodo de 1894 a 1930, espacio de tiempo que se caracteriza por explicitar el proceso de transición de una sociedad colonial a una sociedad en la cual se hace dominante el capital monopólico de control imperialista en el Perú. Y que en el ámbito mundial se destaca por ser el periodo de disputa imperialista, principalmente entre los Estados Unidos e Inglaterra, donde el primero se vuelve hegemónico en el orden mundial capitalista a causa de su acelerado desarrollo industrial, que lo pone a la cabeza, y gracias a la inestabilidad económica, política y cultural europea generada al concluir la Primera Guerra Mundial.
En esta primera parte del artículo, se expondrá cómo Mariátegui, ubicado en dicho momento histórico y social determinado nacional e internacionalmente, se acercó a las ideas socialistas por medio de su formación literaria y su labor periodística, en especial por la afinidad religiosa que sintió con el pensamiento revolucionario de Sorel; de ello, desarrolló una inquietud que con su exilio voluntario se concretó como formación marxista en Europa, transitando en estas dos primeras partes de su vida por una oscilación entre los dos primeros momentos gramscianos resaltados para interpretar su trayectoria como pensador.
En diálogo con el panorama material e intelectual de la época, apuntalando un equilibrio crítico en sus ideas con su retorno al Perú, afloró su producción original desde el marxismo, se consolidó como intelectual orgánico de las clases subalternas de su país, es decir, partiendo de lo definido por Gramsci (2001), como un especialista difusor, inclusive, un alto creador de ideas que tenían como objetivo dar homogeneidad y conciencia de la función de grupos sociales que desempeñan una labor importante en la reproducción material y espiritual de una sociedad, pero que los subalternos, a diferencia de los hegemónicos, no se encuentran unidos ni dirigen el sentido de un determinado momento histórico, no son Estado, aunque como explotados y oprimidos pueden llegar a construir y ejecutar una acción política unificada e independiente y, por tanto, convertirse en bloque histórico emancipador y hegemonía alternativa (Gramsci, 2000), permitiéndosele en general la formulación de una innovadora lectura de su realidad nacional y el planteamiento de una solución socialista a las problemáticas que presentaba, que lo llevaron a ubicarse en el final de su vida en un momento cada vez más definido de elaboración de pensamiento propio.
La inquietud socialista
En el siglo XIX, con un repunte en el mercado internacional del guano y el salitre, el territorio costero del Perú empezó a desarrollar núcleos primitivos de acumulación capitalista, a los que posteriormente se empezaron a unir la producción de azúcar y algodón. Dichos capitales estimularon el comercio interno, que evidenciaba la dependencia nacional a la burguesía industrial europea en cuanto a las importaciones que realizaba para su funcionamiento, que, además, afianzaban la dependencia ya existente debido a la deuda por empréstitos hechos a Inglaterra y Francia.
La desorganización y corrupción administrativa de los sucesivos regímenes militares hizo que la burguesía naciente influenciada por la difusión del positivismo se hiciera al gobierno en 1872 a través del recién creado Partido Civil, sin tocar bajo su mandato los intereses de los terratenientes ni tampoco la deuda externa a pesar de las penurias económicas. A final de la misma década y principios de la siguiente, con la pérdida de los territorios costeros con Chile a causa de la guerra del Pacífico, se enterró cualquier proyecto de desarrollo nacional capitalista, el recurso natural motor que impulsaba localmente esas relaciones de producción se perdió o se concesionó a empresas extranjeras en cubrimiento de la deuda externa, profundizada a causa del episodio bélico.
El Partido Civil se plegó en adelante al régimen militar y señorial que asumió la conducción del país y que fue derrocado por el Partido Demócrata al mando de Nicolás de Piérola bajo una sublevación triunfante en 1895, en un periodo de relativa reactivación económica, que posibilitó la construcción de una nueva pero precaria estructura política e institucional que permaneció hasta 1919.
El Gobierno de Piérola tuvo como bandera la atracción de la inversión extranjera al país, continuando el régimen económico dependiente que se venía consolidando. El Perú, inserto en el tránsito de los siglos XIX al XX, hizo que con la pérdida social de una posibilidad de desarrollo autónomo capitalista en adelante este fuera impulsado en el ámbito nacional por la iniciativa del capital extranjero, haciéndose esta la relación de producción dominante en el país a finales del siglo XIX.
Con el capital extranjero controlando mayoritariamente el desenvolvimiento económico nacional y la burguesía local obligada a una acumulación dominada o marginal, el capitalismo de iniciativa extranjera no rompió con las relaciones precapitalistas existentes, sino que las condicionó de manera que le fueran favorables en la obtención de mayores márgenes de ganancia, quedando una vez más intacto el terrateniente, que se inclinó en este proceso a desarrollar la producción agropecuaria (que en una porción se enfocaba a satisfacer las necesidades de los enclaves y los centros urbanos en crecimiento), y a partir de su actividad también comercializar los productos industriales importados de las economías de los países hegemónicos mundialmente.
Mariátegui nació el 14 de junio de 1894 en Moquegua, en el seno de este contexto. Su madre Amalia la Chira y su padre Javier Mariátegui y Requejo, quien abandonó el hogar desde muy temprano debido a cuestiones de estatus y prejuicios religiosos hacia él, al ser nieto de un apóstata dirigente de la independencia peruana dentro de una sociedad profundamente religiosa.
Mariátegui de niño sufrió un accidente que le lesionó una pierna y lo llevó a enclaustrarse en una clínica en Lima, abandonando la escuela a mediados del segundo año. Debido a su incapacidad física, que se hizo permanente, desarrolló una predilección particular por la lectura; el sufrimiento que le causaba su limitación además lo llevó a una profunda creencia religiosa. Para 1905, la lectura de la Biblia y de poesía, en especial la de Amado Nervo, ocupaban el centro de su formación intelectual.
Con la partida de la casa de su hermana Guillermina en 1906, bajo una pobreza agobiante en el hogar, y con la presencia de su hermano menor Julio César, decidió buscar trabajo para ayudar a su madre, y por medio de Juan Manuel Campos, linotipista del periódico La Prensa y admirador de González Prada, logró entrar a desarrollar este mismo oficio en el mismo periódico.
En su trabajo asistía a reuniones de los grupos anarquistas conformados por obreros, y por medio de ellos llegó a conocer directamente a Manuel González Prada, acercándose a él desde un interés más literario que político. Manuel González Prada representaba una corriente de pensamiento en el ámbito nacional que denunciaba la incapacidad y corrupción de la oligarquía, reflejaba la exclusión de las masas indígenas y su problemática económica y social, hacía un llamado a una nueva generación, y con las nacientes luchas obreras, incursionó el anarquismo en el Perú. Por medio de su hijo, Alfredo González, Mariátegui accedió a la biblioteca del maestro y a través de ella estimuló su intelecto. En casa de los González conoció a lo más representativo de las letras del Perú.
A sus 16 años, por una recomendación de su doctor al director de La Prensa, Alberto Ulloa Cisneros, al ser políticamente copartidarios en oposición a Leguía, quien fue primer magistrado de 1908 a 1912, Mariátegui pudo desempeñar otro trabajo en el periódico que le exigía menos físicamente: fue el encargado de recoger los originales en las casas de los autores y llevarlos al periódico para su compilación. Con la complicidad de su nueva función, pasó clandestinamente un artículo que fue publicado y por el cual además fue duramente reprimido; sin embargo, abrió la posibilidad para que, en 1911, bajo el seudónimo de Juan Croniqueur, presentara un artículo formalmente y fuera incluido en la edición. Desde este momento fue ascendido a cronista en reemplazo de su maestro en dicho oficio, Hermilio Valdizán.
El periódico y las tertulias literarias fueron su escuela, siendo, además, la meditación y el refugio en conventos una de sus actividades permanentes en dicha etapa de su vida. Dentro del contexto nacional también existían capas sociales influenciadas por el positivismo liberal con tendencia modernizante, que querían adecuar el país de la mejor manera para el desarrollo del capitalismo, a las cuales pertenecían políticos como Guillermo Billinghurst. Bajo el apoyo que dio La Prensa a la candidatura presidencial de Billinghurst, conoció en 1912 a Valdelomar, dirigente estudiantil con grandes cualidades literarias, quien fue enviado a Italia en tareas diplomáticas después de la victoria electoral, país donde también residía Valdizán, manteniendo Mariátegui correspondencia con ambos, lo cual lo puso en contacto con la realidad de este país.
Para 1913, Mariátegui colaboraba con notas sociales en revistas como Mundo Limeño y Lulú, se interrogaba por lo culto y la belleza aristocrática, lo cual chocó en 1914 cuando a sus 20 años se convirtió en cronista parlamentario, oficio desde el cual se burlaba del gobierno de José Pardo, quien asumió el poder presidencial en este año después de que Billinghurst fuera tumbado por un golpe militar dirigido por Benavides. Su choque entre notas políticas y notas sociales se hacía más profundo; mientras que, por un lado, rendía culto al ambiente aristocrático peruano asimilándolo como lo culto, por el otro, desde un punto de vista literario y político, se inclinaba por las corrientes antiacademicistas y antitradicionalistas, afín con una voluntad renovadora.
En un ambiente influenciado por Rubén Darío y Enrique Rodó, perfeccionando su oficio de la crónica, se volvió famoso con su seudónimo a los 21 años. Se sumó en 1916 al movimiento Colonida, que como agrupación literaria seguía a González Prada, tenía un afán reformista y reaccionaba contra la oligarquía y su academicismo, despreciaba la política y la cultura colonial, desafiando todo lo que se consideraba culto.
Mariátegui ganó un premio en Lima con la crónica La procesión del Señor de los Milagros, asumió la dirección de la revista de notas sociales El Truf, y junto con Valdelomar, que había regresado al Perú después del golpe militar de 1914, publicó el drama histórico La mariscala. Además, tuvo la intención de publicar, bajo el título de Tristezas, los poemas decadentistas, intimistas y esteticistas que había escrito hasta entonces.
Desarrolló una especial amistad con César Falcón, periodista políticamente de izquierda, con el que renunció a La Prensa cuando esta decidió apoyar al gobierno de Pardo, y juntos entraron a trabajar en el recién creado periódico de oposición leguista El Tiempo. Mariátegui dio paso a la creación de su columna “Voces”, que tenía por objeto comentar la política peruana, y por medio de la cual su interés por este campo se agudizó y le permitió adentrarse en el mundo de los subalternos conociendo a los parlamentarios socialistas y a dirigentes estudiantiles y obreros.
Reportando las luchas de los obreros por la jornada de trabajo de ocho horas y adentrándose de esta manera en la función de intelectual orgánico, organizó, junto con unos compañeros, una presentación de la bailarina Norka Rouskaya en el cementerio, espectáculo que los círculos aristocráticos sin diferenciar una profanación de un evento artístico cuestionaron duramente, razón por la cual Mariátegui desarrolló una decepción con respecto a la cultura aristocrática, objeto de sus notas sociales en El Truf, y una afinidad mayor por los sectores populares que lo respaldaban. Para 1918, Falcón y Mariátegui intimaron con Víctor Maúrtua, diputado de filiación socialista, quien empezó a hacer las veces de guía ideológico de los jóvenes periodistas, a los que presentó la revista España, dirigida por Luis Araquistaín, y comenzó a enseñarles a Marx y a Sorel; por medio de aquel, Mariátegui empezó a introducirse en el pensamiento socialista y revolucionario.
Los vientos del triunfo de la Revolución rusa llegaban a América, la exigencia de religiosidad que expresaban las ideas socialistas de Sorel provocaba una identidad en Mariátegui que le hacía enfocar en esa dirección la profunda fe que había cultivado desde niño, y que, por lo mismo, se distanciaba de la irreligiosidad promulgada por el anarquismo de González Prada. Es por esta razón que junto con Falcón se vincularon a la construcción de un Comité de Propaganda Socialista, Mariátegui convirtiéndose en un ensayista, y desde El Tiempo expresaron su solidaridad con las luchas obreras y estudiantiles, estas últimas por la reforma universitaria.
Mariátegui y Falcón asistían a las tertulias de los obreros en los barrios populares, allí conoció a Victoria Ferrer, madre de su primera hija. En 1918, sacaron una revista titulada Nuestra Época, en la que publicaban sus opiniones sin las censuras que, de todas formas, sufrían en El Tiempo. Después, Mariátegui, que ya se había distanciado de las revistas El Truf y Lulú, renunció en Nuestra Época al seudónimo de Juan Croniqueur. Sin embargo, tras la segunda publicación, fue impedida a esta revista una nueva edición por los contenidos políticamente críticos que expresaba.
Esta censura se debe al episodio que se presentó debido a la publicación del artículo “El deber del Ejército y el deber del Estado”, de Mariátegui, y por culpa de la solidaridad expresada a las luchas sociales desde El Tiempo, el Gobierno censuró el periódico, el director culpó a los jóvenes periodistas (Mariátegui y Falcón), presentando estos su renuncia en 1919, con la intención de sacar un vocero independiente en el que no pudieran ser censurados y pudieran acompañar y estimular la lucha revolucionaria. El Comité de Propaganda Socialista decidió apoyar el ambiente patriotero que se desató debido a la agresión a comunidades peruanas por parte del Gobierno de Chile, razón por la cual los jóvenes en oposición definieron renunciar bajo la acusación que se les hizo de anarquistas por no sumarse a la posición oficial del Comité, inspirado más que todo en sus definiciones por las orientaciones de la Segunda Internacional.
En 1919, con la instalación de un comité proabaratamiento de la subsistencia en el Perú, por medio de préstamos y de la indemnización por la salida de El Tiempo, Mariátegui y Falcón, para hacer seguimiento al movimiento, lograron sacar el primer número (el 14 de mayo) de un periódico denominado La Razón. Desde La Razón acompañaron las huelgas obreras y luchas estudiantiles sin precedentes que se realizaron contra Pardo y contra Leguía, una vez que este último, a pesar de haber ganado las elecciones, asumió la presidencia por medio de un golpe de Estado.
Terminada la Primera Guerra Mundial, la fracción de la burguesía peruana más proimperialista y menos señorial, encabezada por Augusto Leguía, tomó la iniciativa y en 1919 se hizo a la presidencia, el Partido Civil se desintegró, y así se cerró un periodo de disputa en la clase dominante por la conducción nacional, y las capas influenciadas por el liberalismo modernizante empezaron a desarrollar una afinidad con un bergsonismo que les permitía desempeñar un papel crítico frente al régimen que se instauraba definitivamente. El gamonalismo fue la forma de gobierno y economía en lo regional, y con un estado excluyente nacionalmente e indefinido clasistamente, lo que predominó hasta 1930, año en que finalizó el gobierno de Leguía. Este fue un régimen altamente represivo que se tecnificó y perfeccionó en esta mate-ria con el transcurso de los años.
Sin importar la represión, el encarcelamiento y la censura del periódico, los dos jóvenes periodistas estimularon y siguieron el movimiento de proabaratamiento de la subsistencia, siendo conscientes de la imposibilidad que tuvo este de transformarse de un movimiento económico en un movimiento político, a falta de una claridad en sus objetivos y sus aspiraciones ideológicas, lo cual marcó su derrota. Una vez terminado el conflicto, Mariátegui y Falcón fueron colocados bajo vigilancia policial, y posteriormente bajo detención domiciliaria.
Junto con su amigo, decidieron aceptar la propuesta de exilio voluntario enviada por Leguía, que les permitía salir del país como agentes propagandistas del Perú o, al contrario, quedarse y afrontar la más dura represión. Mariátegui definió partir hacia Italia, país con el que ya estaba familiarizado, y Falcón hacia España, ambos con el objetivo de cualificar su formación para contribuir de manera más clara a los subalternos del Perú en sus luchas, reivindicaciones y proyectos. Se embarcaron el 8 de octubre siguiendo la ruta Perú, Panamá, Nueva York y Europa. En Nueva York conocieron a dirigentes obreros e intercambiaron con el movimiento sindical y político revolucionario, llegando posteriormente a Europa a la capital francesa.
La formación marxista
En París, los dos peruanos permanecieron 18 días, visitaron las instalaciones de periódicos y revistas de izquierda, se entrevistaron con dirigentes sindicales y socialistas, y siguieron la discusión en el seno del Partido Socialista Francés entre socialistas y comunistas. El 9 de diciembre, Falcón salió con destino a España y Mariátegui salió con destino a Nervi (Génova, Italia), donde se hospedó y conoció a Anna María Chiappe Giacomini, amor que lo acompañó por el resto de su vida y madre de sus otros cuatro hijos. En el distrito genovés, Mariátegui cultivaba su formación a partir de la lectura de periódicos, como L’Ordine Nuovo, dirigido por Antonio Gramsci, y el periódico socialista Avanti.
Bajo un contexto de profunda movilización obrera en Italia, Falcón viajó como corresponsal de un periódico español a Roma, allí se encontró con Mariátegui, quien estaba haciendo las veces de corresponsal de El Tiempo, donde narraba los sucesos acaecidos en Europa, artículos que representaron sus Cartas de Italia desde 1920, textos que evidencian la inquietud socialista que Mariátegui había cultivado en el Perú y la introducción al marxismo y al panorama intelectual en el que empezaba a inmiscuirse con su paso por Francia y su estancia en Italia. En Italia, Mariátegui militaba y frecuentaba los círculos obreros, prestaba especial atención a la disputa entre socialistas y comunistas en el interior del Partido Socialista Italiano y en el interior de la Central General de Trabajadores de ese país.
En sus viajes, dando cuenta de la realidad italiana, osciló entre Génova y Turín, donde se entrevistó con Gramsci; entre Génova y Milán, Génova y Venecia, Florencia, Livorno, Siena y Fiesole. En todas estas regiones y ciudades, visitaba los periódicos de izquierda, presenciaba el movimiento obrero de toma de fábricas y las movilizaciones campesinas a partir de las Ligas Rojas, se entrevistaba con dirigentes obreros y dirigentes comunistas y socialistas. También presenció la claudicación de las huelgas por parte del liderazgo socialista, así como el desarrollo del movimiento fascista.
En 1921, asistió como corresponsal al Congreso del Partido Socialista Italiano en Livorno, fue testigo de la disputa y la táctica de Gramsci y los comunistas de tomar el partido desde adentro, presenció la decisión de fundar el Partido Comunista Italiano por parte de los comunistas en dicho congreso, luego de su derrota al quedar como la segunda fuerza votada en el interior del Partido Socialista Italiano. Después de esto, contrajo matrimonio con Anna y fue a vivir en las cercanías de Roma hasta instalarse posteriormente en dicha ciudad. Allí frecuentaba el Café Arango, donde intercambiaba con dirigentes de izquierda e intelectuales, como Croce y Gobetti, entre otros, mientras militaba por su cuenta en el Partido Comunista Italiano.
De regreso a Génova, tras el asedio de los Camisas Negras en Roma, junto con algunos connacionales de afinidad socialista, adquirió el compromiso de dirigir el proceso de construcción del movimiento socialista y revolucionario en el Perú. Una vez definido su retorno al Perú para el 6 de mayo de 1922, teniendo inconvenientes legales para su materialización, se citó con Maúrtua en París, solicitando su ayuda para el regreso, debido a las funciones diplomáticas que este último desempeñaba para Leguía, su viejo maestro. Después de dos años y cinco meses de residir en Italia, Mariátegui, junto con su familia, salió para París en cumplimiento de lo señalado y allí aguardó mientras las gestiones correspondientes tienen lugar. Esperando una respuesta positiva, desarrolló un viaje para conocer las experiencias revolucionarias europeas inspiradas en el sistema soviético, pero que habían fracasado, así fue como visitó Múnich, Viena, Budapest, Praga y Berlín, permaneciendo en el último tiempo en Alemania, donde desarrolló un intenso momento de estudio.
Estando en Alemania, recibió la noticia del triunfo del fascismo en Italia sobre sus compañeros el 20 de octubre de 1922. Para ese entonces, había renunciado a la corresponsalía en El Tiempo, por la censura, y era corresponsal de la revista Variedades. A la vez, recibió la carta de autorización que le posibilitaba su retorno al Perú. En Berlín, se despidió de Falcón, y el 11 de febrero de 1923 emprendió el viaje de regreso a su patria, hecho un marxista a partir de profundizar en el continente europeo en la inquietud socialista con la que había llegado de su país. Luego de esta experiencia, retornó con el compromiso, adquirido en Italia, de continuar con la tarea inconclusa que había dejado y por la cual se había tenido que exiliar.
Por una parada de escala, Mariátegui primero desembarcó en Ecuador y posteriormente llegó al Callao el 17 de marzo de 1923. Su intención era asumir un papel de difusor de ideas para ir fomentando el pensamiento socialista e ir formando una vanguardia que fuera capaz de liderar un movimiento revolucionario que, a mediano y largo plazo, aprovisionándose de las herramientas organizativas necesarias, lograra transformaciones profundas en el país.
Del equilibrio crítico al pensamiento propio
La Federación Obrera Local de Lima y la Federación de Estudiantes en unidad habían logrado impulsar bajo una influencia predominante del anarquismo las Universidades Populares González Prada, con el objetivo de que fueran una extensión educativa nacionalista enfocada en la justicia social. Víctor Raúl Haya de la Torre era el encargado de su dirección por parte de la Federación Estudiantil, y en entrevista con él, Mariátegui logró insertarse como maestro de la catedra Historia de la Crisis Mundial. También decidió colaborar en la revista Claridad como órgano de difusión de las Universidades Populares mientras trabajaba en la revista Variedades.
A partir de una manifestación en mayo y después de un encarcelamiento, Haya salió exiliado a Panamá, y desde entonces Mariátegui empezó a verse más claramente como un referente.
Mariátegui, pese a que dirigía en 1924 la revista Claridad, trabajaba en la idea de poder sacar una revista autónoma desde donde pudiera impartir una formación más definida hacia los sectores subalternos. Su pensamiento se iba perfilando de forma más específica hacia la comprensión de la realidad peruana, apoyando las diferentes movilizaciones, y en discusión principalmente con el anarquismo, la influencia de Haya y bajo la censura del gobierno, que en distintas ocasiones le costó la cárcel. En 1925, después de la fundación de la Sociedad Editorial Obrera Claridad, se le presentó una gangrena que hizo que le amputaran la pierna derecha, lo cual limitó en adelante el contacto que pudiera tener con otras regiones y realidades del Perú más allá de Lima, entonces fue cuando empezaron a ser fundamentales sus amistades y la correspondencia para sus elaboraciones intelectuales sobre el país y el entorno internacional.
Haya, que había lanzado la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en mayo de 1924 en México, con el objetivo de que en el Perú funcionara como el paso al Frente Único que se venía gestando desde las Universidades Populares, viajó a los Estados Unidos y después a Rusia, pasó por Suiza e Italia, viajó a Francia y, finalmente, llegó a estudiar a Inglaterra. Haya tenía la intención de impulsar un proceso en el Perú de profundización del capitalismo nacional en contra de la feudalidad existente; no obstante, Mariátegui lo contradecía en la medida en que evidenciaba que el capitalismo en adelante solo iba ser posible, según la historia nacional y el orden internacional imperante, bajo los márgenes y el liderazgo del imperialismo, al ser esta la propuesta del régimen existente desde Leguía, la única solución para los sectores populares del Perú era el socialismo. Haya y Mariátegui mantenían una tregua, porque ambos pensaban que en el camino podrían sumar el uno al otro a su respectiva propuesta, por eso Mariátegui participaba en 1925 y mantenía comunicación con Haya para construir la Alianza Popular Revolucionaria Americana en el Perú.
Para ese entonces, Mariátegui publicaba en las revistas Mundial y Variedades, y sus ideas causaban polémica y provocaban discusiones que se llevaban a cabo con dirigentes estudiantiles y obreros en su casa. Haya empezaba a identificarse cada vez más con el Kuomintang chino y a perfilar la propuesta de la Alianza Popular Revolucionaria Americana bajo ese matiz, antiimperialismo y antifeudalismo por una transformación de corte demoburguesa en países de economía atrasada.
Por su parte, Mariátegui, tras convencer a su hermano Julio César de que trasladara a Lima una pequeña imprenta que poseía, realizó su proyecto de construir una editorial independiente inaugurando la editorial Minerva el 31 de octubre de 1925. Así se publicó el primer libro de Mariátegui titulado Escena contemporánea, que compilaba sus análisis con respecto a la crisis mundial, lo cual, junto con las publicaciones que realizaba en revistas del Perú, significó el equilibrio crítico que en su pensamiento se apuntalaba asimilando el clima intelectual europeo en el que había vivido y todavía se movía, y el panorama intelectual vigente en el Perú (que en parte ya conocía), en el que generaba afinidades y al tiempo discutía.
En la revista Mundial, publicaba su columna “Peruanicemos al Perú”, donde realizaba análisis de la realidad nacional y su posibilidad de transformación socialista, inaugurando con ello su momento de pensamiento propio. Estos artículos fueron el preámbulo de la construcción de los Siete ensayos y eran objeto de debate en el Rincón Rojo, espacio destinado a la discusión política e intelectual en la Casa Washington, hogar de Mariátegui, donde se había pasado con su familia para montar una pensión y así mejorar sus ingresos. Como intelectual orgánico, mantenía un contacto profundo con los grupos subalternos, participaba sin falta en la fiesta obrera que se realizaba en la Planta de Vitarte, y con su obra como pensador contribuía a la organización de dichos sectores y a la clarificación de sus propuestas políticas.
En 1926, tras la publicación de Libros y Revistas desde Minerva, Mariátegui anunció la aparición de la revista Amauta, denominada así por recomendación del pintor José Sabogal. En septiembre, salió al público Amauta como órgano mensual de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, que tenía por objetivo ir conformando esa vanguardia revolucionaria dentro del conjunto de sectores antiimperialistas y nacionalistas que conformaban la izquierda.
Mientras Haya alegaba una singularidad peruana irreconciliable con los procesos mundiales, Mariátegui comprendía al Perú como país particular inserto en una realidad mundial en diálogo con el indigenismo (en especial con el grupo Resurgimiento fundado en el Cuzco) e insistía en el carácter de clase de la cuestión de la raza. Después de un duro episodio de represión en 1927, en el que varios dirigentes fueron acusados de agentes del comunismo internacional y encarcelados, Mariátegui entre ellos, él pensó incluso en exiliarse en el sur del continente para seguir con la publicación de Amauta, que había sido censurada. Después llegó la liberación de los presos y el regreso de Haya de México, fue entonces cuando lanzó el denominado “Plan de México”, con el cual la APRA pasaba sin una consulta interna de Frente Único a Partido Político de dimensión nacional, con un enfoque similar al de Chiang Kai-Shek en el Kuomintang, que le costó a Haya, por su táctica, un nuevo exilio. En 1928, Mariátegui decidió romper con el nuevo Partido Nacionalista Liberador de Haya y empezó el proyecto de edificar un Partido Socialista en el Perú.
Se llevaron a cabo varias reuniones para organizar el Partido Socialista acordando un programa y su vinculación a las orientaciones de la Internacional Comunista, buscando una base amplia que compusiera sus filas e influencia, además de trazarse la meta de actuar de tal manera que pudiera sobrevivir como organización a la represión del régimen existente. En septiembre, Mariátegui publicó los Siete ensayos, y Amauta se definió socialista. Posteriormente, Mariátegui dirigió la creación y publicación del periódico Labor con la intención de reforzar la difusión de la nueva fase del proyecto revolucionario.
El naciente Partido Socialista había participado en marzo en el Cuarto Congreso Sindical Rojo en la antigua Unión Soviética, después participó en el Primer Congreso Sindical Latinoamericano en Montevideo (mayo de 1929) y en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana en Buenos Aires (junio de 1929); en estos dos últimos encuentros, los peruanos presentaron escritos realizados conjuntamente: “El problema de las razas” y “Punto de vista antiimperialista”.
Las tesis expuestas por los peruanos en los encuentros latinoamericanos, en cuya delegación no estaba incluido Mariátegui debido a su limitación física, no fueron bien recibidas. La Internacional Comunista, organizadora de estos eventos, ya tenía definido para los países entendidos como colonias o semicolonias la realidad que vivían, la táctica de revolución por etapas (una demo burguesa de liberación nacional y antifeudal dirigida por el bloque de cuatro clases en primera instancia y después una socialista obrera) y el tipo de partido que se necesitaba que era comunista y no socialista claudicante, de base predilectamente obrera. Los peruanos rechazaban la profundización del capitalismo en el Perú, porque lo veían como una forma de fortalecer el imperialismo y apuntalar la dependencia nacional, reclamando que la revolución debía ser socialista desde un principio e impulsada por indígenas obreros y campesinos en su país.
Después de la reunión en Buenos Aires, la Internacional Comunista esperaba que los peruanos rectificaran. El naciente núcleo socialista, por haberse apresurado en su gestación, debido a la necesaria ruptura con Haya y con la Alianza Popular Revolucionaria Americana, tenía tensiones internas que se agudizaban cada vez más por las discusiones con la Internacional Comunista, por la incorporación a esta de los núcleos internacionales que hacían parte de dicha Alianza, pero que una vez disuelta su incorporación al comunismo internacional fue la única alternativa que encontraron para seguir en la izquierda al no conocer con suficiente claridad la propuesta y discusión dirigida por Mariátegui y por la afinidad que empezó a existir entre un núcleo del Cuzco apegado de manera literal a los postulados que impulsaba la Internacional Comunista, con dirigentes estudiantiles, obreros e intelectuales cercanos al proyecto de Mariátegui.
Mariátegui contribuyó en la gestación de la Confederación General de Trabajadores del Perú a principios de 1929, lo cual no evitó que posteriormente en medio de las tensiones de los socialistas cada vez perdiera más adeptos; sin embargo, seguía trabajando intelectualmente clarificando su propuesta desde un punto de madurez de sus ideas que hacían paulatinamente más explícito su momento de elaboración de pensamiento propio. Con esta intención, envió a Falcón sus libros Defensa del marxismo e Ideología y política, y así garantizó su publicación debido al contenido (evitando la censura de izquierda y de derecha en América Latina); sin embargo, ambos textos se extraviaron quedando solo el original de Defensa del marxismo, que compilaba artículos que habían sido publicados en Amauta.
De la acusación de europeizante dentro de la Alianza Popular Revolucionaria Americana pasó a la de teorizante por parte de la Internacional Comunista, y, tras una agudización de su tuberculosis articular, buscó la oportunidad de un repliegue pasando a publicar Amauta en el sur del continente a partir de unas clases que se le consiguieron para dictar en la Universidad de Santiago y una operación que se le iba a realizar para colocarle una pierna ortopédica. Su táctica era continuar el debate en el Partido, del cual Ravines asumió en su reemplazo la Secretaría General en representación de la Internacional Comunista, sin fraccionarlo y recuperando posiciones. En marzo de 1930, se acogió la adhesión del Partido Socialista Peruano a la Internacional Comunista. Una vez Mariátegui ya había definido su viaje, muere el 16 de abril de 1930, truncándose su nuevo proyecto, y un mes después de su muerte, el 20 de mayo, el Partido cambió su nombre a Partido Comunista Peruano.
El pensamiento de Mariátegui
Partiendo de la trayectoria intelectual expuesta, y con referencia a ella, en esta segunda parte del presente escrito se proseguirá realizando una interpretación de los contenidos filosóficos, metódicos, económicos y políticos de la obra de Mariátegui en lo que se considera su momento de elaboración de pensamiento propio, con el cual se superan y complementan originalmente los postulados clásicos del marxismo, habiéndolo interiorizado de manera particular y potente filosófica y metódicamente, al dar cuenta, de forma novedosa, de la realidad económica y política de una nación periférica, sus contradicciones, incluyendo fenómenos que no son propios del territorio europeo (principal objeto de estudio de los intelectuales pioneros del marxismo), que, en diálogo y discusión en general con corrientes intelectuales de la época (nacionales e internacionales), le permitieron formular una solución socialista (inexistente hasta ese momento) a las contradicciones y problemáticas presentes en el Perú.
Se incluyen para este fin en el análisis los libros de producción directa (o más directa) del autor objeto de investigación, que dentro de la versión de las obras completas que ha publicado en varias ediciones la Editora Amauta, se titulan: Defensa del marxismo, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana e Ideología y política. Así, según sus contenidos, Defensa del marxismo se utilizará en una primera parte prioritariamente para exponer los ejes filosóficos y metódicos de su reflexión, y los otros dos libros señalados se usarán para hacer explícita, en una segunda instancia, sus ideas políticas y económicas. Dando como resultado, al final de este aparte, una visión total de los lineamientos propuestos de su pensamiento.3
Filosofía y método en Mariátegui
Después de la Primera Guerra Mundial, la hegemonía de los Estados Unidos quedó consolidada, Europa entró en una crisis y se presentó un momento de lucha entre el restablecimiento del capitalismo contra el avance del socialismo a causa del triunfo de la Revolución rusa en 1917. El debate intelectual, por un lado, presentaba posiciones restauradoras del capitalismo o críticas del proyecto y civilización occidentales; y por otro lado, desde la izquierda, lecturas reformistas o revolucionarias del momento vivido en busca de otro modelo social de desarrollo.
Mariátegui, dentro de la izquierda, sacaba su balance del proceso europeo, además por haberlo presenciado directamente durante un buen tiempo, con tal de brindar lo que consideraba debían ser las enseñanzas para el movimiento socialista en general, y en particular, para el movimiento revolucionario peruano. La situación de profunda disputa intelectual y social en el mundo lo llevaron a sentar posición y ubicarse en defensa del marxismo y del camino revolucionario como alternativa, teniendo en cuenta las derrotas propiciadas al comunismo internacional debido, en gran parte, a la inmovilizadora y claudicante táctica reformista del socialismo de la Segunda Internacional y, por tanto, en discusión con ese “revisionismo” heredero de la interpretación del marxismo por parte de Lassalle, que aún era influyente en el mundo sobre sectores subalternos, y que desde la óptica de Mariátegui podía llevar a nuevos fracasos.
Así es como Mariátegui en su libro Defensa del marxismo decidió precisar, entre otras cosas, lo que debía significar filosófica y metódicamente el materialismo histórico para aquellos que tenían una aspiración revolucionaria. Discutiendo con los que denomina revisionistas, como De Man y su texto Más allá del marxismo y Max Eastman y su Ciencia de la revolución, definió filosóficamente al marxismo retomando lo que Lenin había adjudicado, sus tres fuentes y tres partes integrantes, como una continuidad y superación de la tradición alemana en este campo, siendo la dialéctica su componente fundamental. Mariátegui afirmaba que la filosofía marxista se había constituido principalmente como antítesis de los desarrollos de Hegel, adoptando un punto de vista materialista.
El método dialéctico no solamente difiere en cuanto al fondo del de Hegel sino que le es, aún más, del todo contrario. Para Hegel el proceso del pensamiento, que él transforma bajo el nombre de idea, en un sujeto independiente, es el demiurgo (creador) de la realidad, no siendo esta última sino su manifestación exterior. Para mí, al contrario, la idea no es otra cosa que el mundo material traducido y transformado por el cerebro humano. (citado en Mariátegui, 1981, p. 130)
Sin embargo, si bien Mariátegui valoraba la parte filosófica y dialéctica del marxismo, no lo reducía a una filosofía, y sin caer tampoco en la tentación cientificista de precisarlo en el otro extremo como una simple teoría científica, entre ciencia y filosofía dialéctica, afirmaba que Marx creó un método de interpretación histórica de la sociedad que mantenía vivos sus contenidos teóricos al estar apegado al movimiento de masas y enriquecerse en el ejercicio de interpretación y transformación continua de la realidad. Mariátegui explicaba: “El socialismo, o sea la lucha por transformar el orden social de capitalista en colectivista mantiene viva esa crítica, la continúa, la confirma, la corrige” (1981, p. 41).
Por tanto, asimilaba a su vez en su trasegar como teoría revolucionaria lo más sustancial y activo de la reflexión filosófica e histórica que le resultara contemporánea, no plegándose a ella, sino manteniendo su núcleo esencial, recogiendo lo más fructífero para abonar a la teoría transformadora. Fue el caso de Mariátegui acorde con su experiencia vivida sobre todo en Italia y el Perú, con autores como Bergson y Sorel, sumado a que en el conjunto de sus estudios retomó a filósofos, literatos y teóricos importantes de su momento, nacionales o internacionales, incluso autores que consideraba revisionistas, para dar fuerza a sus argumentos, conociendo sus vertientes teóricas, criticándolas y, de ser necesario y valido, dándoles una interpretación desde el ala marxista por lo que le podían significar y por lo que significaban en la batalla de ideas que se libraba en los ámbitos nacional y mundial.
Metódicamente, en discusión con el revisionismo, Mariátegui afirmaba que el marxismo como doctrina política y social, acorde con su tiempo, estaba basado en la historia y la ciencia. Rechazando el cientificismo de igualar las ciencias naturales a las ciencias sociales, abogaba acorde con su tradición teórica por la autonomía del método para entender los fenómenos sociales, y explicaba que por parte del marxismo este consistía en comprenderlos sin deshacerlos de sus contenidos económicos. Mariátegui afirmaba: “Marx demostró que las clases idealizaban o enmascaraban sus móviles y que, detrás de sus ideologías, esto es, de sus principios políticos, filosóficos o religiosos, actuaban sus intereses y necesidades económicas” (1981, p. 9).
Sin embargo, Mariátegui enunciaba que existían algunos intelectuales que habían exagerado interesadamente dicho determinismo de lo económico en Marx, adjudicándole, más que una mentalidad dialéctica, una mentalidad mecanicista propia del siglo XIX. Incluso se afirmaba que el marxismo condenaba la voluntad humana a estar sometida absolutamente a leyes económicas que se realizaban por medio de la lucha de clases; sin negar como válida la crítica para la ortodoxia socialdemócrata de estirpe lassalleana, Mariátegui, por el contrario, argumentaba: “El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario —vale decir donde ha sido marxismo— no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido” (1981, p. 67).
En un rescate de la subjetividad, Mariátegui explicaba cómo las acciones de los agentes no eran meros efectos estructurales y, por el contrario, recobraban una importancia definitiva en los procesos sociales. De este modo, hacía explicito que “el carácter voluntarista del socialismo no es, en verdad, menos evidente, aunque sí menos entendido por la crítica, que su fondo determinista” (Mariátegui, 1981, p. 69). Así, no se trataba de reducir todo fenómeno social a su explicación puramente económica, sino que consistía en encontrar sus causas económicas “en última instancia”, es decir, como totalidad dialéctica materialista.
Y lo que era válido en el análisis histórico, lo era también para la proyección del proceso transformador de la realidad, para el marxismo metódicamente “la premisa política, intelectual, no es menos indispensable que la premisa económica” (Mariátegui, 1981, p. 88). No era suficiente la condición económica para una transformación socialista, era además necesaria la conciencia de clase, la organización y la acción de los trabajadores. De esta forma, se demostraba cómo el marxismo no era una simple economía positivista y evolucionista, como la que promulgaba el parlamentarismo socialista, con la que, además, apaciguaba la acción política de los trabajadores.
Al igual que en lo filosófico, en lo metódico y en sus hallazgos, el marxismo no era una teoría acabada ni estática, no se podía afirmar:
Que el marxismo como praxis se atiene actualmente a los datos y premisas de la economía estudiada y definida por Marx, porque las tesis y debates de todos sus congresos no son otra cosa que un continuo replanteamiento de los problemas económicos y políticos conforme a los nuevos aspectos de la realidad. (Mariátegui, 1981, p. 77)
Para Mariátegui, apegado al movimiento de masas en la historia, el marxismo manteniendo su núcleo esencial, se critica, se complementa y se realiza.
A diferencia del intelectual servil a la “inteligencia pura” de Berl, es decir, intelectuales sin partido por encima de los conflictos sociales, como antiacademicista, Mariátegui afirmaba que el marxismo debía enriquecerse con la labor desarrollada por intelectuales apegados en sus reflexiones al movimiento de masas como criterio práctico y rasero crítico de sus construcciones intelectuales y previsiones científicas, al contrario del “libre pensador” de Berl, que daba vueltas en sus interpretaciones y no estaba exento de repeticiones que carecían de referencias, al realizar estudios que, además, no se debían preocupar por el desenvolvimiento futuro de la realidad; para Mariátegui, el marxismo no era posible como conocimiento si no era elaborado a partir de una dinámica permanente entre la teoría y la práctica:
Marx y Engels realizaron la mayor parte de su obra, grande por su valor espiritual y científico, aun independientemente de su eficacia revolucionaria, en tiempos que ellos eran los primeros en no considerar de inminencia insurreccional. Ni el análisis los llevaba a inhibirse de la acción, ni la acción a inhibirse del análisis. (Mariátegui, 1981, p. 18)
Así, queda claro a partir de su obra y su experiencia práctica, acorde con el momento vivido, qué le significaba a Mariátegui el marxismo en términos filosóficos y metódicos en un punto alto de madurez de sus ideas, que le facilitó, como base particular y potente, el entendimiento innovador de su realidad nacional específica, para así señalarle un camino socialista.
Economía y política en Mariátegui
Como se indicó, Mariátegui, quien ya había tenido contacto intelectual con la realidad nacional desde sus épocas de cronista y comentarista de la política local, desarrolló una inquietud socialista que después de su exilio se afirmó como marxista, y retornó al Perú con la intención de continuar la tarea que había dejado inconclusa, para de esta manera materializar el compromiso adquirido en Italia de construir el movimiento socialista revolucionario en su país. Regresó al Perú en 1923 después de haber vivido y estudiado la lucha de los pueblos europeos, sus victorias y derrotas, la Revolución rusa, formado en especial en el marxismo italiano. Desde su experiencia internacional, entendía que el Perú estaba inserto dentro de un sistema mundial capitalista e imperialista, y debido a ello la revolución nacional solo podía triunfar si a su vez tenía un rasgo internacional.
De 1923 a 1930, en el ambiente de posguerra, influenciado y en discusión con la Alianza Popular Revolucionaria Americana (y dentro de ella), con la Internacional Comunista, con la tradición gonzález-pradista, con el anarquismo predominante (hasta 1924 en los sectores populares), con el indigenismo y el positivismo, y en debate con la oligarquía y el bergsonismo de élite, bajo un régimen profundamente represivo, retomando a Sorel4 como bisagra entre las ideas libertarias mayoritarias y el proyecto socialista que quería impulsar, Mariátegui desempeñó un papel de difusor de ideas desde el que maduraba y afinaba su proyecto nacional transformador.
Adquiriendo una personalidad dialéctica, histórica y cosmopolita, Mariátegui consiguió aclarar que “el socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni puede serlo” (Mariátegui, 1985, p. 248). Desde el perfil más profundamente innovador del marxismo llegó a afirmar:
No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una generación nueva. (Mariátegui, 1985, p. 249)
Por ello, bajo el contexto en mención, con lo que le implicó asumir el compromiso de intelectual orgánico de los subalternos del Perú en busca de un porvenir socialista, Mariátegui desplegó una intensa actividad investigativa sobre la realidad nacional. Desde un momento intelectual de producción de pensamiento propio, inició comprendiendo y explicando con perspectiva histórica dicha realidad, afirmando que el Perú había pasado por cuatro periodos de desenvolvimiento hasta ese instante: sociedad inca (comunismo incaico), conquista y colonización, independencia y república, y periodo del guano y el salitre, que acentuó la penetración imperialista.
De la sociedad inca explicaba que fue una agrupación de comunas agrícolas sedentarias que consiguieron con su actividad productiva un nivel social estable de vida y, con ello, un crecimiento poblacional considerable, gracias, además, a que su población desarrolló una obediencia al deber social de carácter religioso. Las principales características de dicha sociedad fueron la propiedad colectiva, la cooperación en el trabajo y la apropiación individual del producto. Los recaudos y las obras públicas desde el Estado eran manejados con similitud a los de un Estado socialista.
A pesar de que Mariátegui era consciente de que autocrático, “teocrático y despótico fue, ciertamente, el régimen Inkaiko” (Mariátegui, 2005, p. 80, n. 7 y 15), y que su orden “lo extendían sometiendo a su autoridad tribus vecinas” (2005, p. 13). Lo que le interesó destacar fue cómo esas disposiciones colectivistas y solidarias en los indígenas, acorde con su análisis, eran rasgos que sobrevivían en la comunidad hasta su contemporaneidad.
Mariátegui argüía que los españoles con su llegada habían destruido la potente organización económica de los incas sin reemplazarla por una superior. Despojándolos, inauguraron con el virreinato una nueva fase económica y política, que impulsaba como su base el cultivo del suelo y la explotación de las minas de oro y plata. “Sobre las ruinas y los residuos de una economía socialista, echaron las bases de una economía feudal” (2005, p. 14). La conquista y colonización careció de una política de poblamiento, la empresa española como última cruzada se caracterizó por ser una apuesta militar y religiosa, escaseó de aptitud para crear núcleos de trabajo, no utilizando productivamente al indio sino exterminándolo, con algunas excepciones provenientes del clero misional, como los Jesuitas.
A juicio de Mariátegui, la conquista hubiera sido más incompleta sin el atractivo mineral de la Sierra. Los españoles se ubicaron en un principio en tierras bajas y con la nueva economía colonial, cuya principal preocupación era la explotación del oro y la plata, por medio de la mita obligaron a un pueblo predominantemente agrícola a convertirse en minero. De dicha ubicación de los españoles proviene el predominio costeño nacional en los aspectos económicos y administrativos, proclamando a Lima como capital.
Se edificó un orden feudal incompleto que bajo su despoblación tuvo además que llevar esclavos negros del África para el trabajo en las haciendas de la Costa (en la República reemplazados por el coolíe chino), esclavismo que no solucionó la carencia de brazos y también fracasó como medio de explotación y organización de la colonia. Mariátegui afirmaba que, mientras los Pioneer en América del Norte habían importado el protestantismo y desarrollaron una economía del futuro, los españoles importaron a sus colonias una economía en decadencia que basaba sus principios en el Medioevo católico.
La comunidad indígena, aunque protegida por las leyes de indias, más que ampararla, la nueva economía apenas la toleró, petrificándose y prolongando su existencia. Por lo mismo, el régimen de encomienda permitió a españoles y criollos apropiarse de manera legal o ilegal de la tierra indígena marcando la pauta para la conformación del latifundio individual, con lo cual gran parte de las comunidades fueron desapareciendo mientras la concentración de la tierra en manos particulares fue incrementando, y al dejar al indígena sin la suficiente tierra, el hacendado garantizaba brazos para trabajar sus propiedades.
Lo que sucedió en lo económico, similarmente ocurrió en el plano cultural y religioso, “el paganismo aborigen subsistió bajo el culto católico” (Mariátegui, 2005, p. 173). El catolicismo se amoldó y se expandió, pero al mismo tiempo perdió su carácter colonizador y religioso y se convirtió, en su declive, en una simple empresa eclesiástica. Mariátegui, en términos generales, afirmaba que en el periodo colonial “sobre las ruinas del imperio, en el cual Estado e Iglesia se consustanciaban, se esboza una nueva teocracia, en la que el latifundio, mandato económico, debía nacer de la “encomienda”, mandato administrativo, espiritual y religioso” (2005, p. 170).
Explicaba que, como la economía colonial, la economía republicana fue producto de un hecho político y militar, en este caso, la independencia. Sin embargo, el orden republicano, sin proponer mayores modificaciones ni un nuevo régimen económico, fue una prolongación de lo anterior. Una burguesía embrionaria criolla y española con intereses económicos de tipo comercial, influenciada por ideas de la Revolución francesa y la Constitución estadounidense, lideraron la gesta de la independencia con el objetivo de romper con el monopolio comercial de España, encontrándose en intereses con las necesidades que demandaba el desarrollo de la civilización occidental capitalista y su colonización de nuevo tipo, que dio reconocimiento y financiación a las nacientes repúblicas (destacadamente Inglaterra).
Para Mariátegui, los españoles representaban una economía superada para la época, ineficiente e inefectiva productivamente que no abastecía a sus colonias, sino de eclesiásticos, doctores y nobles. Mientras que con la independencia se creó una nueva relación económica donde las nacientes repúblicas abastecían la economía occidental capitalista con productos de su suelo y subsuelo, al tiempo que esta última abastecía a las repúblicas con productos manufacturados e industriales.
Con aventajadas posiciones geográficas, algunas economías latinoamericanas pudieron atraer capitales y migraciones extranjeras que les posibilitaron construcciones relativamente sólidas de capitalismo y democracia; no obstante, en el resto de los territorios, Mariátegui aseguraba que se habían acentuado los residuos feudales. El Perú, debido a su ubicación geográfica, pudo desarrollar un flujo comercial importante con Asia, que derivó en brotes de una economía burguesa que no se consolidó, fruto de la debilidad de la clase que la estimulaba y a falta de una conexión fluida y directa con las ideas y máquinas europeas.
Los pueblos indígenas bajo la República también recibieron una protección desde la ley; pero, sin una fuerza social dirigente que la llevara a la práctica, esta nunca se materializó. La inspiración republicana y burguesa de la independencia dejó intactos a los terratenientes y solo se empeñó en exterminar a la comunidad indígena sobreviviente, a nombre de los principios liberales de no monopolización de la tierra. La República, como orden burgués formal y constitucionalmente establecido, no aplicó efectivamente una desamortización de la tierra y, más bien, prolongó y desarrolló el régimen latifundista edificado en la Colonia, mientras que a los levantamientos indígenas en reclamo de su derecho a la tierra respondió con ahogamientos en sangre. “Sobre una economía semi-feudal no pueden prosperar ni funcionar instituciones demócratas y liberales” (Mariátegui, 2005, p. 53).
A ese régimen débil e indefinido económica y políticamente, también le correspondía una debilidad e indefinición cultural y religiosa. Mariátegui resaltaba cómo en este aspecto la República proclamó desde el primer momento, contradictoriamente, el catolicismo como la religión nacional. Los privilegios feudales como los eclesiásticos quedaron intactos con la independencia en el orden republicano.
Las disputas entre liberales y conservadores nunca tocaron las reivindicaciones indígenas que cuestionaban el régimen de propiedad de la tierra. Los debates entre centralistas y federalistas, sin importar el ordenamiento del país, siempre buscaban el beneficio del gamonal. Eran, en general, disputas entre grupos y no entre clases sociales.
España había configurado al Perú como un territorio productor de metales preciosos, posteriormente Inglaterra lo prefirió como país productor de guano y salitre. A diferencia de los recursos minerales que se tenían que explotar en la Sierra, sin ninguna garantía infraestructural, el guano y el salitre no necesitaban mayores tratamientos y estaban ubicados en la Costa al alcance de los barcos.
Con el auge del guano y el salitre, explicaba Mariátegui, surgió un nuevo periodo de desenvolvimiento del Perú, representaban la principal renta fiscal con la cual el Estado abusó del crédito al pensar que la prosperidad era infinita. De esta época data la hipoteca y entrega de los ferrocarriles del Estado a la administración inglesa. De este periodo también provienen los primeros elementos bien definidos de capital comercial y bancario que complementaban la construcción de una burguesía que por su origen y rasgos sociales se confundía con la aristocracia sucesora de los encomenderos y terratenientes de la Colonia.
Esta burguesía naciente consiguió reemplazar la ola de caudillos militares, que dirigían desde su inicio la administración republicana en alianza con el terrateniente para el desarrollo de una economía feudal con fachada liberal. La nueva Administración proveniente del “civilismo” tenía un acento costeño, por su origen económico, lo que profundizó el dualismo y conflicto con la Sierra. La guerra del Pacífico le arrebató al Perú los yacimientos de guano y salitre, entregando los faltantes a Francia e Inglaterra como respaldo al mayor endeudamiento producto de la guerra, terminando con dicho periodo, que según Mariátegui representó mediocremente un primer impulso de superación de la feudalidad y el desarrollo del capitalismo en el Perú, pero que, al estar dirigido por una metamorfosis de la clase dominante tradicional, no le alcanzó para liquidar el pasado colonial.
El poder regresó a los jefes militares, los cuales no estaban capacitados para reconstruir o instaurar un orden económico superior, con lo cual su incompetencia produjo mayores entregas de la economía nacional al capital extranjero, como el empeño definitivo de los ferrocarriles (Contrato Grace). Solo a base de empréstitos se logró iniciar la explotación de otros productos, predominantemente mineros.
Mariátegui afirmaba que la fraseología liberal solo profundizaba la inversión extranjera y no tocaba por ningún motivo los cimientos de la economía feudal. De esta época data la industrialización de la Costa, la aparición del proletariado y el surgimiento de bancos nacionales que financiaban industria y comercio; toda iniciativa económica previa aprobación de la banca y economía internacional.
El canal de Panamá acortó las distancias entre el Perú y Europa, pero, sobre todo, entre el Perú y los Estados Unidos, tras lo cual este último empezó a explotar minerales y petróleo; de hecho, el petróleo y el cobre se posicionaron como dos de los productos más importantes de la economía nacional. Una nueva clase capitalista dirigía el país, y aunque la propiedad agraria seguía siendo definitiva en su configuración social, ya no los apellidos virreinales. Se fortaleció y profundizó el modelo de país que le servía de contexto, aprovechando el auge de la explotación del caucho y un alza de los productos peruanos debido a la crisis desatada por la Primera Guerra Mundial, la cual contribuyó para dejar a los Estados Unidos como cabeza de la penetración imperialista en el mundo.
El contexto histórico previamente descrito permitió a Mariátegui dar como conclusión “que en el Perú actual coexisten elementos de tres economías diferentes” (2005, p. 28). Existía en su contemporaneidad dentro de la realidad nacional la economía feudal, los residuos vivos de la economía comunista indígena y un crecimiento de una economía burguesa con mentalidad atrasada.
No obstante, el incremento de la minería, el Perú era un país agrícola. Y aunque la agricultura y la ganadería nacionales cubrían insuficientemente la demanda nacional, sobre todo con la producción de alimentos desde la Sierra, sus productos, con los de la minería y la explotación del petróleo, ocupaban la principalidad en las exportaciones del país. El cultivo de la tierra ocupaba la mayoría de la población nacional, de la cual cuatro quintas partes eran indígenas; por tanto, en su conjunto, la producción agropecuaria pesaba más en la configuración económico-social del país.
A pesar de ello, la parte más alta de las importaciones era en “víveres y especias”, lo cual evidenciaba que la producción en el país, carente de soberanía, no tenía una preocupación por las necesidades nacionales y estaba dirigida bajo los intereses del capital extranjero. Solo la ganadería había permitido desarrollos de la industria textil nacional en el Cuzco, donde se evidenciaba cómo “el indio se ha asimilado al maquinismo” (Mariátegui, 1985, p. 37). Legislativa y crediticiamente había mayores garantías para el desarrollo de haciendas que para el impulso de la industria urbana. La minería, la explotación del petróleo, el comercio y el transporte estaban total o mayoritariamente en manos del capital extranjero.
En la Costa, la plantación de alimentos estaba por debajo de la ley y el cultivo se concentraba exclusivamente en la producción de azúcar y algodón. Con una pobre vida urbana, no existían ciudades que permitieran un verdadero comercio fluido y una circulación de la riqueza. La hacienda, que era el tipo de agrupación económica rural dominante, limitaba aún más el intercambio al autoabastecerse en los requerimientos para la producción de azúcar y algodón.
El terrateniente de la Costa justificaba su gran propiedad gracias a que esta le facilitaba su vasta producción, que equilibraba la balanza comercial del país. Mariátegui explicaba que, por el contrario, el terrateniente -“burgués” local, más rentista que capitalista, financiaba su actividad económica por medio de hipotecar su propiedad y producción al capital extranjero. Dicha clase, a falta de formación y espíritu de capitán de industria, terminaba quebrando y perdiendo su propiedad en manos extranjeras, entregando el país y profundizando la presencia y poder imperialista en el territorio nacional.
“Los elementos morales, políticos, psicológicos del capitalismo no parecen haber encontrado aquí su clima” (Mariátegui, 2005, p. 34). La herencia feudal imposibilitaba el desarrollo decidido del capitalismo y era la culpable de la paupérrima condición de vida de la mayoría del país. El papel de yanacones del capitalismo anglosajón, jugado por los terratenientes de la Costa, garantizaba el trabajo del campo por medio de braceros en condiciones extremas de explotación, incluso bajo formas y principios feudales, que aseguraban bajos costos y mayores ganancias. De este modo, era que las haciendas de la Costa conseguían financiar su tecnificación capitalista.
En las haciendas de la Costa, sobrevivían métodos de explotación como el yanaconazgo y el enganche; sin embargo, el carácter capitalista de sus empresas las empujaba hacia la concurrencia, y junto con la relativa libertad que tenía el bracero de migrar cuando se le oprimía demasiado, hacían que el salario empezara a reemplazar al yanaconazgo y a los otros mecanismos atrasados de vinculación del trabajo.
En la Sierra prevalecía la feudalidad y la minería, los métodos de explotación en las haciendas hacían que el indio prefiriera someterse al salario paupérrimo de las minas o migrar temporalmente en busca de mejor remuneración a la Costa. Inexistente el salario en dicho territorio (a excepción de las minas), se hacían explícitas todas las manifestaciones de precapitalismo, incluida una reanimación de la mita, llamada Ley de Conscripción Vial, con la que se obligaba a trabajar a los indígenas en obras públicas que beneficiaban directamente a los gamonales.
En la Sierra Mariátegui explicaba que la comunidad indígena permanecía viva, se oponía menos al desarrollo del capitalismo que el latifundio de esta región. Había encontrado en la contemporaneidad posibilidades de evolución y desarrollo, cuando lograba articularse al comercio con garantías técnicas, tecnológicas e infraestructurales, y como cooperativa era más productiva que el latifundio que poseía la mejor tierra, con mayor disposición subjetiva para el trabajo y cultivando las peores tierras. En cien años de república en el Perú, los indígenas no se habían vuelto individualistas, y donde no se conservaba la propiedad colectiva quedaban vigentes formas de cooperación en el trabajo que mostraban la vitalidad del comunismo indígena.
Mariátegui caracterizaba, además, una tercera región que era la de la Amazonia, que había sido el territorio donde pululó el esclavismo mientras el auge y la decadencia de la explotación del caucho. “En la Montaña o Floresta, la agricultura es todavía muy incipiente. Se emplean los mismos sistemas de ‘enganche’ de braceros de la Sierra; y en cierta medida se usan los servicios de las tribus salvajes familiarizadas con los blancos” (Mariátegui, 1985, p. 39).
Todo este análisis histórico y de contexto hecho por Mariátegui le permitió ofrecer una alternativa a las contradicciones existentes en el Perú y a la condición de explotación y dominación a la que eran sometidas las clases subalternas por parte de la clase dominante local aliada del capital imperialista. Por el peso de la agricultura en la configuración económico-social del Perú, el problema agrario era determinante para Mariátegui, y siendo el indígena el directamente afectado, la cuestión indígena adquiría igual importancia. En referencia al problema del indio, Mariátegui marxistamente afirmaba que estaba ligado al régimen de propiedad de la tierra en el Perú, el cual determinaba a su vez el régimen político y administrativo de toda la nación, y sin cambiar este era imposible cambiar el país.
Liquidar el gamonalismo y la feudalidad existentes que condenaban a la servidumbre a la mayoría del país era la única solución para Mariátegui, y debido a que la república bajo sus premisas liberales no lo había podido hacer, lo podría realizar menos aún cuando sus principios estaban en crisis a nivel mundial en el ambiente de la posguerra. Para Mariátegui: “El problema agrario se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad en el Perú” (2005, p. 51). El gamonalismo fortalecía el latifundio y ensanchaba la servidumbre, acentuando, además, el imperialismo en la economía nacional; así que, agotadas históricamente las soluciones capitalistas, acorde con el momento vivido en el mundo, la única solución verdadera para Mariátegui era el socialismo.
Mariátegui no les adjudicaba ningún papel revolucionario a las burguesías latinoamericanas, de ahí sus discusiones en el interior de la Internacional Comunista y la táctica definida para las colonias y semicolonias, y por ello su ruptura con Haya y la propuesta de alianza de los sectores populares con la burguesía nacional y la pequeña burguesía intelectual antiimperialistas como clases dirigentes en la edificación de un capitalismo nacional especial. Consciente de la época, Mariátegui afirmaba que para América Latina:
El imperialismo no consiente a ninguno de estos pueblos semi-coloniales, que explota como mercado de su capital y sus mercaderías y como depósito de materias primas, un programa económico de nacionalización e industrialismo. Los obliga a la especialización, a la mono cultura. (Mariátegui, 1985, p. 248)
No les permitía, por tanto, construir una economía emancipada de las taras feudales, sino simplemente el perfeccionamiento de la explotación de la tierra y de los campesinos. Los países latinoamericanos al llegar tarde a la competencia capitalista, en la época de los monopolios, tenían asignado el puesto de colonias o semicolonias; los primeros puestos ya se habían fijado definitivamente hacía tiempo.
Para Mariátegui era claro que solo la revolución socialista opondría un dique definitivo al avance del imperialismo, liquidando a su vez con la feudalidad en el Perú. Revolución socialista que llevaba inmerso, por ello, un carácter antiimperialista, una aspiración de liberación nacional.
No obstante, a diferencia de la lucha antiimperialista en otras latitudes, donde podía primar el sentimiento patriótico y nacional, Mariátegui explicaba que, en América Latina, con contadas excepciones, los elementos burgueses y feudales sentían el mismo desprecio racial que los imperialistas blancos por el indio, el negro o mulato, y que dicho sentimiento actuaba en la clase dominante local en favor del sometimiento imperialista.
Por tanto, en América Latina y el Perú se demandaba un antiimperialismo de clase y racial más que nacional, de acuerdo con esto, la cuestión de las razas adquiría un carácter de clase, las clases explotadas eran, además, odiadas como raza, y en esa medida, para redimirse como razas, debían redimirse como clases, sin caer en el extremo de un racismo inverso con alternativas, como la de autodeterminación de los pueblos, que terminaría con la creación, por ejemplo, de Estados burgueses indígenas sin solucionar la causa económica del problema, propuesta sugerida por cierto indigenismo y por la Internacional Comunista. Y aunque en algunos países latinoamericanos la cuestión de la raza no pasaba de ser un problema regional, Mariátegui señalaba que, sobre todo en los países andinos, este era determinante y obligatoriamente debía contemplarse.
Mariátegui resaltaba que, además de lo mencionado, en el Perú el problema de las razas era desde los indígenas una posibilidad de construcción de la unidad de la nación a partir de la porción poblacional mayoritaria excluida históricamente, de creación de la nación, fragmentada esta en el tiempo por la división y el conflicto entre regiones (Costa, Sierra y Montaña) y todo lo que ello implicaba económica, política y culturalmente.
Para Mariátegui, el indígena como raza en el Perú representaba al tiempo la mayoría de las masas explotadas y oprimidas en el campo y las ciudades, lo cual sugiere que obreros y campesinos peruanos como subalternos debían edificar el socialismo. Dicho socialismo pretendía hacer hegemónica la gestión colectiva y estatal en la economía nacional en perjuicio de los latifundistas, burgueses nacionales y capitales extranjeros, y en beneficio de los indígenas obreros y campesinos. Quería proyectar productivamente para sí lo más avanzado que en materia económica se había manifestado en dicha sociedad.
El socialismo encuentra lo mismo en la subsistencia de las comunidades que en las grandes empresas agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria, solución que tolerará en parte la explotación de la tierra por los pequeños agricultores ahí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad recomiendan dejar a la gestión individual, en tanto que se avanza en la gestión colectiva de la agricultura, las zonas donde ese género de explotación prevalece. (Mariátegui, 1985, p. 161)
El arrendatario del latifundista (yanacona) o pequeño propietario que tuviera la posibilidad de desempeñarse como jefe de empresa se proyectaría en la nueva sociedad cumpliendo un papel importante con su cultivo productivo y la plusvalía que generara, en la superación de la feudalidad. Para ello, además, se debían abolir en el ámbito nacional todos los métodos atrasados de vinculación al trabajo y dar garantías para que este se desarrollara justamente.
En contravía de la mala gestión de los grandes latifundios tecnificados capitalistamente, el Estado debía asumir su administración colectiva, como lo venía haciendo con los azucareros que se quebraban, dándoles una mejor proyección productiva y diversificando el cultivo.
Los latifundios azucareros y algodoneros no podían ser parcelados para dar paso a la pequeña propiedad —solución liberal y capitalista del problema agrario— sin perjuicio de su rendimiento y de su mecanismo de empresas orgánicas, basadas en la industrialización de la agricultura. La gestión colectiva o estatal de esas empresas es, en cambio, perfectamente posible. (Mariátegui, 1985, p. 271)
Se debían nacionalizar, además, las grandes fuentes de riqueza, incluidas las industriales, mineras, financieras, etc., más importantes que estaban en manos del capital extranjero o de la burguesía nacional.
Asimismo, las sobrevivencias del comunismo agrario incaico debían desempeñar un importante papel en la construcción de la nueva sociedad. Donde existía la comunidad debía convertirse en potentes cooperativas, expropiando en su beneficio el latifundio. No era un anhelo de restauración de la sociedad inca el de Mariátegui, cayendo en un indigenismo milenarista ingenuo, sino una propuesta de una evolución posible y contemporánea de la comunidad sobreviviente bajo un proyecto socialista en el siglo XX.
El Estado que debía construir el proceso revolucionario era, a su vez, un Estado obrero y campesino que garantizaría la administración colectiva de la economía nacional, socializaría el poder militar y policiaco en una milicia obrero-campesina y construiría nacionalmente los municipios de obreros, campesinos y soldados.
Acorde con su realidad, Mariátegui y los socialistas peruanos proponían un camino hacia el socialismo que no demandaba una primera etapa demoburguesa como canon universal, pero que no negaba que en este la revolución tuviera que cumplir con algunas tareas teóricamente capitalistas.
De esta forma, teniendo como base una interiorización particular y potente del marxismo en sus contenidos filosóficos y metódicos, Mariátegui definía sus ideas políticas y económicas en general con las cuales se constituyó y desempeñó un papel importante de intelectual orgánico de las clases subalternas del Perú, no solo como difusor, sino también como alto creador de pensamiento, hasta que su existencia física se lo permitió.
Conclusiones
Una vez hecha una propuesta de reconstrucción de la trayectoria intelectual de Mariátegui a partir de un enfoque gramsciano y haber expuesto su pensamiento en su momento de gestación propia desde los focos aludidos, se puede afirmar y ratificar a manera de síntesis que Mariátegui se debe entender como un marxista dialéctico y en diálogo con la realidad y el panorama intelectual existente desde lo metódico y filosófico; y como pensador que desde lo económico y político, entendiendo de modo innovador su entorno nacional enmarcado dentro de un orden económico mundial capitalista e imperialista, también en diálogo y discusión con corrientes intelectuales nacionales e internacionales, formuló coherentemente con su pensamiento en general una solución socialista a las problemáticas presentes en su país, que aspiró convertir como intelectual orgánico en movimiento histórico y, por tanto, conciencia y voluntad popular de los indígenas obreros y campesinos del Perú.
Por tal motivo, su legado desde lo filosófico y metódico no se puede comprender como “soreliano”, “marxista abierto” o “idealista”, o desde lo económico y político como pensamiento “dirigente de la revolución campesina del Perú”, “determinista económico” o “socialista etapista”, formas que se han elaborado en el tiempo desde diferentes acentos y se han formalizado para interpretar su reflexión de manera equivocada (Cristancho, 2014). La situación de la exégesis sobre el pensamiento de Mariátegui se desarrolla, puntualmente, en el capítulo tres del trabajo de grado: “El pensamiento de José Carlos Mariátegui: el reto de construir el socialismo en América Latina”.
Retomando lo anterior y siguiendo con lo propuesto en este escrito, para finalizar, se presentará lo que desde su perfil intelectual y su obra expuesta se considera son aportaciones a la sociología y a las ciencias sociales en sus discusiones contemporáneas, de lo cual, además, se puede abstraer algunas agendas de investigación.
En primera instancia, es necesario resaltar la capacidad que tuvo Mariátegui de producir un conocimiento original de su entorno social que no recae en una traducción vulgar de una determinada teoría externa (en este caso el marxismo); sin negar lo que pueda resultar universal de ella, nunca perdió en la realización intelectual el contexto y el sitio desde el que estaba produciendo. Es solo desde allí que pudo pararse para formular el socialismo en el Perú, partiendo de las contradicciones que presentaba su realidad inserta dentro de un sistema económico mundial, con una sociedad local con capitalismo imperialista dirigente, predominantemente no proletarizada, donde la producción agropecuaria era sobresaliente, y donde el obrero, sin dejar de ser central, no podía salir adelante en su proyecto emancipador sin contar con los también indígenas, campesinos y comunitarios, que igualmente estaban posibilitados objetiva y subjetivamente en este caso particular para construir un proyecto estructural y superestructuralmente socialista.
Un segundo punto es la capacidad que tuvo de combinar en el entendimiento de la realidad el enfoque sincrónico con el enfoque diacrónico, propio de los pensadores latinoamericanos de su época, que sugiere la fuerza argumentativa que en la actualidad puede llegar a tener la utilización de la sociología histórica. Cuatro periodos de desenvolvimiento habían pasado y daban como resultante la realidad peruana vivida por Mariátegui; por tanto, no se podía entender esta última sin entender sus etapas de desenvolvimiento anterior. Es este particular enfoque lo que viabilizó en la investigación, por ejemplo, dar cuenta rigurosamente del surgimiento y trasegar del terrateniente y el latifundio en el Perú, sus posibilidades y caducidades para la época; o lo que le posibilitó explicar el desarrollo de la comunidad desde su nacimiento, su permanencia histórica y su manifestación “actual”, para ver cómo esta convertida en cooperativa era afín con el proyecto socialista en el Perú.
Un tercer punto, a propósito del debate actual sobre la insuficiencia monodisciplinar para dar cuenta de manera abarcadora de los diferentes objetos de investigación, fue el ejercicio transdisciplinar que realizó en el estudio del Perú, común a los ensayistas latinoamericanos de su época, el cual le permitió explicar el contexto social involucrando diferentes áreas del conocimiento. Analizó histórica, económica, política y sociológicamente los cuatro periodos de desenvolvimiento de la sociedad peruana enunciados, sus transiciones, rupturas y permanencias, y proyectó de la misma forma el desarrollo de la alternativa socialista, teniendo en cuenta simultáneamente en general la relación de lo exógeno con lo endógeno, es decir, el transcurrir del Perú en su relación con el mundo.
De la misma manera, el análisis que propuso evidenció la coexistencia de diferentes modos de producción, donde puede haber uno predominante, superando la racionalidad monista con la que generalmente se cercena la realidad que se tiene por objeto de indagación. Producto de su examen histórico, Mariátegui mostró para la realidad peruana de la época la coexistencia de tres economías: feudal, comunista indígena y capitalista, donde era dirigente la iniciativa capitalista bajo subordinación imperialista. Sin esta singular lente le hubiera sido imposible dar cuenta completamente de la situación presente, y, por tanto, la formulación de una solución a las problemáticas que esta manifestaba, es decir, su proyecto socialista.
En la misma vía, se encuentra la utilización que hizo del concepto de clase, relacionándolo dentro de las realidades latinoamericanas con cuestiones étnico-raciales. Destacó el carácter de raza de las clases obrera y campesina explotadas y oprimidas, y su potencial solidario y cooperativo para la edificación de un orden socialista en el Perú. Equivalentemente, explicó la élite blanca terrateniente burguesa y dominante, afín económica, cultural y políticamente más con el capital extranjero y el extranjero dominante que con sus “connacionales” desprestigiados y extraños por su condición de clase y raza. Queda enunciada la inquietud si puede ser demostrable dicho relacionamiento de estas variables en la actualidad o en algún caso histórico haciendo referencia, por ejemplo, a los negros en América Latina.
En alusión con lo que se puede considerar la sociología del desarrollo, algunas pautas para tener en cuenta desde la praxis de Mariátegui son, en primera medida, el entrecruzamiento que hizo de las variables de clase y étnico-raciales para indagar sobre los procesos de construcción de las naciones en América Latina. Lo ajeno que le resultaban por su condición de clase y raza los explotados y oprimidos del Perú a las élites dominantes condicionaron la propuesta de nación excluyente y al servicio del capital extranjero que construyeron; las disputas de raza y de clase se formularon además como disputa por formas de concebir y construir la nación. No aplicándola solo al Perú, este postulado de Mariátegui resulta sugerente para realizar investigaciones similares con respecto a la construcción de las naciones allí donde el factor étnico y racial tiene un peso significativo, por ejemplo, el territorio andino latinoamericano.
Otra fue la posibilidad de demostrar cómo el desarrollo del capitalismo en países de América Latina puede resultar cerrado por una vía nacional en condiciones específicas, siendo solo posible por una vía dependiente subordinada al direccionamiento de las potencias imperialistas. Lo anterior abre alternativas de entendimiento, acorde con un ejercicio de investigación respectivo, de fenómenos actuales, como la carencia de autonomía y soberanía alimentaria de algunos países latinoamericanos. Así como el algodón y el azúcar eran necesidades del desarrollo de la economía mundial y hacía que un país, aunque predominantemente agropecuario como el Perú, no fuera capaz de satisfacer su demanda nacional en alimentos, asimismo se puede ver bajo subordinación imperialista cómo países actualmente agropecuarios dan prioridad no soberanamente a las necesidades de las economías extranjeras que al cubrimiento alimentario de sus naciones.
Por último, y en igual sentido, hacer explícita la capacidad que tuvo de desafiar los cánones y parámetros del desarrollo, proponiendo para su país y para América Latina formas de desenvolvimiento que traspasan los marcos limitantes del capitalismo hegemónico, que hoy retoma vigencia con mayor fuerza, a partir de la crisis económica y civilizatoria (sobre todo ambiental) por la cual atraviesa el planeta. En consecuencia, actualmente más que en tiempos de Mariátegui, resulta necesario y determinante comprender nuestro mundo para transformarlo, y por eso sigue siendo, en consonancia con sus enseñanzas, una misión digna de una nueva generación en América Latina.
Referencias
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Notas
1 Se obviarán, por cuestiones de objetivos, las contribuciones de Mariátegui en campos como el educativo y artístico, entre otros, sin restarles interés como materia de importante pesquisa y relación con lo aquí consignado.
2 Se tendrá como referencia para la reconstrucción de la trayectoria intelectual de Mariátegui lo señalado por autores, como Aníbal Quijano (1979), el esbozo biográfico realizado por María Wiesse (1982), los apuntes autobiográficos consignados por Mariátegui en carta a Samuel Glusberg en 1927, principalmente los dos tomos biográficos realizados por Guillermo Rouillon (1975 y 1984) y lo expuesto por Alberto Flores Galindo (1980) en especial su profundización en los últimos tres años de vida de Mariátegui.
3 No se utilizaron todos los textos o capítulos que agrupan las compilaciones respectivas, sino que se juzgó que resultan suficientes algunos escritos incluidos para cumplir con lo propuesto para el trabajo. De Defensa del marxismo se utiliza sobre todo la primera parte, ya que las otras dos (segunda y tercera), una vez ilustrado lo filosófico y el método por parte de Mariátegui, se enfocan más en hacer un análisis de fenómenos derivados de la configuración y disputa imperialista y el estudio de lo que denomina la “ideología de la reacción” en Europa, acorde con el periodo de posguerra. De Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana se excluye en la exposición, ya que se salen temáticamente de los tópicos propuestos, los capítulos titulados: “El proceso de la instrucción pública” y “El proceso de la literatura”. De Ideología y política se incluyen, por su relación directa y general con lo mencionado a analizar sin entrar en minucias, los textos titulados: “El problema de las razas en la América Latina”, “Punto de vista antiimperialista”, “Principios programáticos del Partido Socialista”, “Aniversario y balance”, “Respuesta al Cuestionario Nº 4 del ‘S. de C. P.’” (Seminario de Cultura Peruana) y “El problema agrario”.
4 De Sorel es importante resaltar, entre otras, la influencia que tuvo la idea del “mito” en el pensamiento político de Mariátegui, que parte conceptualmente de dicho autor francés, y que el peruano asimiló más profundamente en el ambiente intelectual italiano. Para Mariátegui y su contribución desde el papel de difusor de ideas y forjador del movimiento transformador en el Perú, el socialismo se puede entender como el mito de su contemporaneidad, que, como idea fuerza, se inserta y nutre a partir de la práctica política de las masas populares, y que como proyecto por el que vale la pena actuar y luchar, así se legitima (o se debe legitimar), impulsa como una fe religiosa laica a estas masas para conseguir sus objetivos históricamente emancipadores.