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Introducción a la técnica de la inducción miofascial
El patrón humano
Todos los terapeutas de cualquier método, pero en especial los que aplican técnicas manuales, buscan un mejor orden de los patrones del movimiento humano traspasando la porosa frontera que separa estructura y función. Cualquier cambio de comportamiento es un cambio de movimiento. Sin embargo, para obtener un cambio sostenido en la base postural del movimiento, es esencial prestar atención a los tejidos de la fascia y sus propiedades.
Cada estructura tangible del mundo real conlleva un equilibro entre la necesidad de estabilidad –necesaria para mantener una estructura coherente con el fin de que los procesos repetitivos se den fácilmente y con confianza– y la movilidad, lo cual permite que la estructura se desenvuelva en todo tipo de ambientes nuevos de forma responsable y sin que “se rompan” partes esenciales.
Mientras que los terrenos y las montañas se encuentran en el extremo de la estabilidad del espectro, las criaturas vivas tienden a situarse en el extremo de la movilidad. Las plantas, generalmente ancladas, optan por la fibra derivada de celulosa de los hidratos de carbono como su principal elemento estructural. Los animales grandes, incluidos los seres humanos, suelen emplear la proteína flexible de la fibra de colágeno para crear estructuras lo suficientemente estables para estar fisiológicamente preparados y, al mismo tiempo, ser perfectamente capaces de moverse por el medio y manipularlo para sus propios fines.
Por consiguiente, es vital estar perfectamente familiarizado con las propiedades y la ubicación de los tejidos de colágeno –los cuales forman la mayoría de los tendones, ligamentos, aponeurosis, envolturas musculares, revestimientos y accesorios de los órganos, y capas de las estruc turas biológicas– para tener éxito en las terapias manuales y el entrenamiento físico. Entender cómo funcionan los músculos y los nervios, aunque esencial, no es suficiente. El tratamiento de la fascia requiere un punto de vista diferente, un contacto distinto y unas técnicas específicas para los tejidos.
Esta relación estabilidad/movilidad puede provocar situaciones “comprometidas” en ambos extremos del espectro. En el extremo de la estabilidad, las partes que deberían ser móviles en relación con otras partes pueden quedarse miofascial o neurológicamente pegadas y perder su capacidad para moverse de forma individual. Esto desemboca en una congestión y una tensión mecánica local o en sobrecargas vinculadas –aunque a veces a cierta distancia– con “otros lugares” (figura 1.1).
Figura 1.1. Los meridianos miofasciales de las vías anatómicas forman un mapa de cómo la compensación puede cambiar de una parte del cuerpo a otra bastante distante.
Por otro lado, algunas veces las partes que deberían mantener un vínculo cercano llegan a ser demasiado movibles en relación con las demás y esta hipermovilidad puede provocar fricción (y por tanto, inflamación y sus secuelas). Este exceso de movimiento también requiere una compensación muscular o miofascial (por ejemplo, una contracción) en algún otro sitio destinada a crear la suficiente estabilidad para que continúe su función (como caminar, mantenerse en pie, sentarse, trabajar o hacer deporte) sin romperse.
Los “nudos” musculares, los espasmos, la tensión a largo plazo en los puntos desencadenantes, los patrones de movimiento poco eficientes, la fascia gruesa o pegada, las zonas “muertas” de amnesia motriz sensorial y por supuesto el dolor en los tejidos son consecuencias a la larga de que el cuerpo haya estado intentando lidiar con problemas de estabilidad/movilidad por todos los medios en la medida de lo posible.
Por tanto, mientras los terapeutas lo que quieren es restaurar la integridad estructural y el equilibrio de nuestros pacientes, nosotros tratamos cada día esta compleja colección de adaptaciones de la red “neuromiofascial”. Bienvendio a una guía práctica con la cual negociar estos patrones a través de intervenciones de manipulación de los músculos y los tejidos conjuntivos excesivamente dañados.
En este libro nos concentramos especialmente en la parte tisular fascial/conjuntiva de esta tríada de patrones. Todo el mundo conoce sus músculos y sus huesos, y se han realizado muchos estudios sobre ellos. Los tejidos conjuntivos que median entre ambos han recibido menos atención y por eso se conocen menos. Es a las propiedades y la disposición de estos tejidos adaptables a las que ahora dirigimos nuestra atención.
Una advertencia: cualquier presentación lineal, como la de este libro, debe necesariamente presentar el enfoque conforme a las “partes” nombradas de forma individual, pero el reto al que se enfrenta todo terapeuta es recoger estas “técnicas” poco sistemáticas y crear un enfoque ingenioso y holísticamente exhaustivo para los patrones generales únicos del cliente. Los problemas crónicos implican especialmente diversos tejidos de zonas amplias del cuerpo y no pueden tratarse con efectividad únicamente mediante el tratamiento local de la zona del dolor o la disfunción.
El desarrollo de las habilidades de valoración visual y de palpación para crear sesiones para todo el cuerpo o estrategias en serie con técnicas como éstas es el objetivo de nuestros cursillos y cursos más largos de preparación (ver Fuentes).
Introducción a la red miofascial
La fascia es la incógnita en la ecuación movimiento/estabilidad. La comprensión de la plasticidad miofascial y la receptividad es una clave importante para que el cambio terapéutico sea duradero y sustantivo.
Aunque los libros de anatomía y los documentos técnicos (incluido éste) identifican y clasifican rápidamente partes muy diferenciadas, es importante recordar que los seres humanos no están formados por piezas como un automóvil o un ordenador. Ninguna “parte” de una criatura biológica podría existir sin la constante e ininterrumpida conexión en el todo.
Todo es una red
Tu red miofascial comienza a funcionar como un todo unificado alrededor de la segunda semana de tu desarrollo y seguirá siendo una única red conectada de los pies a la cabeza y del nacimiento a la muerte. Desde su inicio se ha ido plegando y replegando hasta formar el complejo origami del desarrollo embriológico que hace que un ser humano pueda estar de pie, comer y leer por sí mismo. Cuando identifiquemos las diferentes partes de esta red –la duramadre, la aponeurosis lumbar, el mesenterio, la cintilla iliotibial o la fascia plantar–, debemos recordar que éstos son nombres dados por el hombre a los subconjuntos de ese todo indivisible.
Si bien en anatomía se relacionan unos seiscientos músculos diferentes, es más preciso decir que hay un solo músculo repartido en seiscientas bolsas de la red miofascial. La “ilusión” de que los músculos están separados la crea el bisturí del anatomista, que divide los tejidos a lo largo de los planos de la fascia –y con este proceso, confunde el elemento de unidad de la red miofascial (figura 1.2). Evidentemente estas distinciones son útiles, pero su proceso de reducción no debe cegarnos ante la realidad de el todo unificado.
Tras el nacimiento, este “órgano” único está sujeto a la evidente fuerza de la gravedad –quizá la mayor fuerza que le da forma, para lo bueno y para lo malo–, que interactúa con las posibilidades que le ofrecen nuestros genes y las oportunidades (o la falta de ellas) que ofrece el medio que lo rodea. Puede verse afectado por una lesión o por el corte del cirujano, y hará todo lo posible por repararse él mismo. Adopta su forma según nuestros patrones de movimiento al respirar o caminar, o según nuestros empleos y actividades. Es moldeado por nuestras actitudes psicológicas, por los movimientos que éstas nos permiten y no nos permiten. Finalmente, está sujeto a las ineludibles depredaciones de la edad –la degeneración, el desgaste y el envejecimiento– hasta el momento en que tengamos que marcharnos.
Figura 1.2. La línea posterior superficial diseccionada. Al emplear el bisturí en su costado se observan las conexiones fasciales que unen los músculos de la serie longitudinal –parte de la red única de la fascia que va desde los dedos de los pies (abajo) hasta la nariz (arriba).
A través de todo esto seguirá siendo una red única, unificada y comunicada que mantiene nuestra forma característicamente reconocible y fisiológicamente viable, convierte la contracción de los tejidos musculares en el movimiento acertado y lo transmite a los huesos, y, junto con los nervios y los músculos, suele controlar la fuerzas mecánicas en constante cambio que nos afectan por el hecho de estar en contacto con el resto del mundo.
No se puede eliminar un centímetro cúbico de la carne del cuerpo sin llevarse parte de la red miofascial. Este sistema miofascial que combina fibras duras con un gel amorfo de proteoglicanos (sustancia base) pegajosos en un medio acuoso aporta un entorno a cada célula, preserva todos los tejidos, rodea a cada órgano y mantiene el sistema completo unido. Gracias a su estrecha conexión con cada estructura tisular, también desempeña un gran papel en la inmunidad y el mantenimiento fisiológicos; pero dejaremos que sean otros los que expliquen y den más detalles de sus funciones mecánicas.
Elementos de la fascia
Para tratar esta amplia variedad de fuerzas, las células de nuestros tejidos conjuntivos crean una igualmente amplia matriz de materiales de construcción al modificar ciertos elementos sorprendentemente simples. Los huesos, los cartílagos, los tendones, los ligamentos, las válvulas del corazón, las vainas de dura fábrica que rodean los músculos, la delicada red pegajosa que sostiene el cerebro, la córnea transparente del ojo y la dentina de los dientes –todas éstas y otras muchas estructuras están formadas por células de tejido conjuntivo (figura 1.3).
Figura 1.3. Las células como los fibroblastos y los mastocitos forman tejidos conjuntivos mediante la alteración de los elementos del espacio intersticial, la alteración de las proporciones de los elementos constituyentes: fibras, proteoglicanos pegajosos y agua.
Gracias a las proteínas que aportan los alimentos a través del torrente sanguíneo, las células de los tejidos conjuntivos producen los elementos intercelulares omnipresentes que mantienen unidos nuestros billones de células. El elemento principal de nuestra estructura es la resistente fibra de colágeno, la cual está entretejida con otras fibras –elastina y reticulina– formando una cama de mucopolisacáridos pegajosos, también creados por estas células. Estos grandes polímeros de azúcares y proteínas recogen suficientes cantidades de agua para crear numerosas configuraciones con diversas propiedades con las que satisfacer nuestras diferentes necesidades de estabilidad y movilidad.
En los huesos, la densa red de colágeno parecida al cuero se inserta en un apatito de calcio y sales minerales que sustituye a la sustancia base produciendo el tejido más rígido, y aun así elástico, de nuestro cuerpo –el memento mori que sobrevive cuando nuestros tejidos han desaparecido. El cartílago tiene la misma base correosa (aunque el cartílago puede variar en su cantidad de colágeno o elastina), pero el resto del espacio intersticial está lleno de una condroitina parecida a la silicona.
En los tendones y ligamentos predomina la fibra, con sólo una pequeña cantidad de glucoproteínas en la red de fibras que forman hileras cristalinas irregulares. En la aponeurosis, la proporción de fibras y glucoproteínas es similar, pero las fibras se extienden por todas partes, a su gusto.
En los tejidos laxos, como el areolar o la grasa, las fibras se intercalan con grandes cantidades de glucosaminoglicanos acuosos. La menor viscosidad de estos tejidos permite la fácil dispersión de diversos metabolitos y la lucha contra las infecciones de los glóbulos blancos.
Sin límites, el sistema del tejido conjuntivo es capaz de modificar estos elementos para desenvolverse en las cambiantes condiciones mecánicas, creando ligamentos más fuertes y huesos más densos como respuesta a las demandas de (por así decirlo) un campamento de baile de verano y, por supuesto, para curar heridas, arreglar huesos rotos o reparar tejidos dañados. Desafortunadamente, también puede modificarse de forma negativa como respuesta a la vida sedentaria o a un patrón crónico de mantenimiento debido a la psicología o el tipo de profesión.
Hace poco hemos sabido que las propias células, al menos el tipo especial de fibrocitos llamados miofibroblastos, pueden modificarse para ligarse a la red miofascial que ellas han creado a través de las integrinas que veremos en la página 16 y ejercer fuerza para contraerla (figura 1.4). Hasta que se descubrió esto, se asumía que ese músculo era contráctil, pero la fascia era pasivamente plástica. Ahora sabemos que, en ciertas condiciones, la fascia puede contraerse gracias a estas células, convirtiéndose ellas mismas en células de músculo liso y ejercer una fuerza contráctil contra la red miofascial que las rodea.
Figura 1.4. Los miofibroblastos añaden la contracción celular a nuestra imagen de la red miofascial. En ciertas condiciones, algunos fibroblastos anclan su estructura celular a la matriz de tejido conjuntivo y luego ejercen una contracción lenta y suave parecida a la de los músculos contra la red fibrosa.
Estas condiciones son muy interesantes porque, al contrario que el resto de las células musculares –músculo liso, esquelético o cardíaco–, estas células híbridas de tejido conjuntivo no son inervadas. En lugar de ser estimuladas por nervios, lo son por sustancias químicas como las antihistaminas o la oxitocina, o por la tensión mecánica mantenida a través de la fascia a la que están conectadas.
Los miofibroblastos tardan un tiempo en crear una contracción –veinte minutos como mínimo– y varias horas en abandonarla completamente, así que no es una contracción compensatoria inmediata como la que se observa en otros tejidos musculares. Sin embargo, la contracción combinada de muchos miofibroblastos sí que ejerce una tensión significativa en grandes capas como la fascia crural que rodea la pantorrilla, la fascia toracolumbar de la parte inferior de la espalda o las fascias palmar o plantar, donde el exceso de actividad de estas células puede contribuir a causar fibromatosis o la contractura de Dupuytren.
Aunque actualmente se sabe poco sobre las implicaciones clínicas de la presencia o la contracción de miofibroblastos y lo que ello puede indicar al fisioterapeuta, representa un importante punto de partida desde las ideas establecidas y nos demuestra que lo que “sabemos” de la fascia –es decir, que no se contrae activamente– está sujeto a cambio.
Señalización de la fascia
La señalización bioquímica que regula estos cambios tisulares a nivel celular sigue siendo un secreto para los investigadores, pero las implicaciones de esta nueva mecanobiología son muy diversas en todos los manuales y para todos los terapeutas del movimiento. Todas las células, y especialmente los fibrocitos, no sólo “prueban” su entorno químico (del trabajo de Candace Pert et al. [1997] con neuropéptidos), sino que también “escuchan” y responden al ambiente mecánico de tensiones y compresiones.
El mecanismo a través del cual ocurre esto funciona gracias a unas moléculas especiales que se insertan en la superficie de la mayoría de las células del cuerpo, pero especialmente de los fibroblastos y sus primos, llamados integrinas (figura 1.4). Las células se fijan dentro de la red del tejido conjuntivo a través de las integrinas. Las células se mueven por el cuerpo principalmente extendiéndose para crear nuevas conexiones con las integrinas por su “cabeza” y soltando esas conexiones por su “cola”. Las integrinas están conectadas a través del citoesqueleto a la célula, por lo que las tensiones de los tejidos conjuntivos pueden afectar el comportamiento de la célula y hasta la forma de expresarse de los propios genes.
Las implicaciones de estos descubrimientos son profundas. Ello sugiere que podríamos definir la salud estructural como un estado en el que cada célula del cuerpo vive en su ambiente mecánico ideal. Lo que constituye “ideal” varía de un tipo de célula a otro y puede incluso variar dentro de los tipos de células de las diferentes partes del cuerpo.
Las células musculares prefieren algo de tensión en su ambiente; la mayoría de los nervios funcionan mejor en situación de poca tensión. Las células epiteliales expresarán sus genes de forma diferente en un ambiente más tenso que en uno más comprimido.
En los extremos, las células que sufren demasiada tensión tienden a abandonar su “trabajo” para poder reproducirse y resolver esa alta tensión. Las células demasiado comprimidas prefieren suicidarse (apoptosis) antes que formar un tumor, que es lo que ocurre cuando las células se amontonan.
Los antiguos investigaron la proporción ideal del cuerpo humano observando el punto medio y las proporciones relativas de diferentes partes del cuerpo. Ahora podemos definir un nuevo ideal de proporción basado en el ambiente biomecánico óptimo para cada célula. Aunque estamos muy lejos de medir esto de un modo terapéuticamente específico, este concepto apunta hacia un nuevo y excitante matrimonio entre la biología celular y la terapia manual.
Otra forma de señalización miofascial proviene de la idea de que la red de colágeno húmedo forma un cristal líquido, una red semiconductora. La presión o la tensión crean un flujo iónico dentro de esta red llamado piezoelectricidad, y su flujo eléctrico estimula o deprime los fibroblastos para que formen (o no formen) nuevas fibras (figura 1.5).
Figura 1.5. Hace tiempo que sabemos que la red nerviosa es una red de señalización, pero la red de tejido conjuntivo es potencialmente una red de señalización secundaria, quizá más primitiva, pero cinco veces más rápida.
De este modo, la tensión de nuestros movimientos, especialmente los que repetimos a menudo, permiten la “remodelación” de nuestros tejidos conjuntivos, incluidos los huesos y ligamentos, cuando nos sometemos al campamento de baile de verano del ejemplo anterior o a cambios más sutiles de postura por haber cambiado de trabajo o de actitud psicológica o al ir envejeciendo.
Por tanto, cuando tratamos la red neuromiofascial del cliente, lo que queremos es aumentar o dirigir los procesos naturales para favorecer la curación o un funcionamiento más eficiente, desde los niveles celular y molecular hasta el todo biomecánico del rendimiento –de forma cotidiana, deportiva o artística.
En el ámbito de la neurología, aunque el efecto de la manipulación profunda de los muchos receptores nerviosos de la fascia (la mayoría de los cuales son modificaciones de los receptores de estiramiento) no se ha terminado de establecer, el efecto general parece ser el restablecimiento del nivel de proteínas STAT1 de los nervios, la restauración de la sensación de los nervios insensibles y la disminución del umbral de estimulación de los nervios motores que se atascan en la posición de “encendido” (“on”) (figura 1.6).
Figura 1.6. Tu fascia es tu órgano sensorial más rico, cargado de nervios que incluyen terminaciones nerviosas libres, órganos tendinosos de Golgi, corpúsculos de Pacini, bulbos terminales de Krause y corpúsculos de Ruffini –ofreciendo todos al cerebro una imagen clara de la presión, las vibraciones, la rotura–, de hecho, cualquier deformación de la fascia.
En la fascia, el efecto de la manipulación profunda parece fundir las glucoproteínas que se han hecho más viscosas, y gracias a que son tixotrópicas, pueden volver a ser más maleables, como el gel, y menos viscosas y pegajosas. El tejido conjuntivo es un coloide complicado que podría compararse con un postre de gelatina: si se pone en el frigorífico, se endurece; si se mete en el horno, se licúa (se hace tixotropo). Con la manipulación, el proceso es similar (y probablemente también lo sea en el ejercicio dinámico y en estiramientos como los del yoga).
Cuando la manipulación profunda se aplica con un vector direccional específico, el hecho de que se fundan las glucoproteínas que hay entre las fibras permite que las fibras de colágeno resba len entre sí, lo cual crea una deformación plástica que resulta en un alargamiento sostenido del tejido. Éste es muy diferente –en propósito, sensación y resultado– al tejido muscular elástico que se estira. Es la plasticidad de la fascia la que explica la permanencia y la naturaleza progresiva de la manipulación miofascial bien organizada. Al contrario que los músculos, la fascia –cuando se elonga satisfactoriamente– no “vuelve bruscamente” a su sitio.
Es necesaria una manipulación sostenida para conseguir que la fascia se ablande y se mueva. También son vitales la profundidad específica y la dirección del estiramiento del tejido. La manipulación profunda también afecta las muchas terminaciones nerviosas de la fascia, y el efecto de elongación puede provocar efectos neurológicos, efectos tixotropos o la combinación de ambos. Este libro está diseñado para guiarte a través de tus sensaciones de los cambios y direcciones de los tejidos, lo cual te aportará el máximo resultado con el mínimo esfuerzo.
En resumen, los nervios, los músculos y la fascia se combinan para hacer de los tejidos miofasciales un lugar dinámico para actuar. La manipulación profunda puede afectar estos tres tejidos, pero el efecto sobre la fascia, cuando ésta se ablanda y se elonga, es sostenida, lo cual da tiempo a los otros dos tejidos para readaptarse al nuevo entorno mecánico. El tejido miofascial en conjunto –células, fibras y “pegamento”– puede deformarse a causa de una lesión, el abuso o el desuso, pero lo bueno es que es “plástico”: puede ser reformardo como respuesta a un buen trabajo corporal, el estiramiento y la conciencia.
En esta sección nos hemos ocupado de explicar los efectos locales de la tensión mecánica y la liberación terapéutica sobre los tejidos conjuntivos, en los que cada célula, como hemos dicho, es sabido que “escucha” y se ajusta a los mensajes mecánicos que recibe del exterior. Pero por otra parte, como terapeutas, estamos acostumbrados a ver que el trabajo en una parte del cuerpo puede provocar cambios en otras zonas bastante lejanas al lugar en que se ha aplicado la manipulación. Por ejemplo, el trabajo en los tobillos puede aliviar la parte inferior de la espalda, o la apertura en el cuello, determinar un patrón de respiración más expandido.
Para saber cómo los cambios locales pueden producir resultados globales, tenemos que volver a la idea de que la fascia es una única red y ver todo el diseño a la luz de una especie inusual de ingeniería de nuestro cuerpo llamada “tensegridad”.
Tensegridad
El cuerpo está diseñado para distribuir la tensión de forma global, no para concentrarla de forma local. Las fuerzas inmediatas del esfuerzo en gravedad, así como las fuerzas de movimiento más lentas para compensar lesiones o patrones de uso, se entienden mejor a través de un tipo particular de geometría conocido como “tensegridad”.
Tratar con la tensión, la compresión, la flexibilidad y la fuerza de cizallamiento es el pan de cada día de los ingenieros. Desde Descartes, nuestro cuerpo siempre se ha descrito como una “máquina blanda” en la que los huesos son como vigas, los músculos son como cables y toda la estructura es algo parecido a una grúa –una serie de poleas y palancas perceptibles según las leyes del movimiento de Newton y (más en profundidad) la termodinámica. Aunque este enfoque mecánico a la cinesiología ha aumentado nuestra comprensión de la biomecánica del movimiento, su análisis no ha sido capaz de aclarar del todo ni siquiera las acciones más sencillas como correr. Lo cierto es que no arroja luz sobre las clases de compensación global para una lesión que exponemos aquí.
La introducción de las matemáticas del caos, las ecuaciones fractales y una mayor comprensión de cómo los sistemas vivos se mantienen sobre el filo de la complejidad ha derivado en un nuevo entendimiento de la dinámica humana en su estabilidad/movilidad. En lugar de ver el cuerpo como vemos nuestras casas y nuestros puentes, lo vemos como un ejemplo de tipo único de estructura conocido como “tensegridad” (un neologismo que proviene de “tensión” e “integridad”), según la cual la integridad de la estructura se apoya en el equilibrio de las fuerzas de tensión en lugar de en la continuidad de las fuerzas de compresión.
Introducida por el artista Kenneth Snelson y desarrollada por el diseñador Buckminster Fuller, la teoría de las estructuras de la tensegridad ofrece un modo contrastante de vernos a nosotros mismos. En lugar de ver el esqueleto como un armazón sólido (lo que claramente no es –hasta el esqueleto de una clase tiene que atarse y colgarse para mantenerlo en pie) del que cuelgan los músculos, podemos ver el cuerpo como una única estructura tensional en la que los puntales óseos “flotan” (figura 1.7).
Figura 1.7. Un nuevo modelo de estructura humana: un modelo de tensegridad en el que los huesos “flotan” en un mar de tensión de tejido laxo (modelo y fotografía por cortesía de Tom Flemons, www.intensiondesigns.com). Esta estructura se comporta, como los seres humanos, de ciertas maneras muy interesantes.
Pronto se empezó a hablar de las características de la tensegridad. Las imágenes ayudan, pero jugar, manipular o crear una estructura de tensegridad es el mejor modo de llegar a sentir cómo funcionan dichas estructuras (figura 1.8).
Estas estructuras son más elásticas que las grúas o las máquinas con las que las solemos comparar y gozan de muchas propiedades únicas que las hacen adecuadas como modelos para el funcionamiento humano:
1. Integridad interna
Tu casa o una grúa no podrían funcionar tan bien si se colocaran bocabajo, pero el cuerpo de un animal, incluido el de un ser humano, mantiene su integridad estructural cuando está colgado de un árbol, haciendo el pino o dando un giro en el aire como los bailarines. Las estructuras de tensegridad, debido al equilibrio interno de la tensión y la compresión, mantienen del mismo modo su forma sin importar su orientación.
2. Distribución de la tensión
Puesto que las bandas elásticas de una estructura de tensegridad son continuas y los miembros de la compresión (los huesos) flotan aislados, cualquier deformación (causada por la presión sobre un hueso o el cambio de tensión en una cadena única) creará una tensión que se distribuye finalmente por toda la estructura. Esto causa pequeñas deformaciones en toda la estructura en lugar de grandes deformaciones locales.
Figura 1.8. La columna modelada como estructura de tensegridad. Obviamente, estos modelos sencillos están lejos de reflejar la complejidad de la columna, pero en acción imitan ciertos aspectos de nuestro propio movimiento y su comportamiento en función y en disfunción.
Este fenómeno ha sido demostrado biológicamente (Huijing, 2009) y, según la opinión de este escritor, no recibe la valoración adecuada en los textos actuales sobre tratamiento. En resumen, cualquier lesión se convierte rápidamente en un fenómeno de distribución que crea patrones en todo el cuerpo y requiere que se examine y se trate todo el cuerpo. Un latigazo cervical es un problema del cuello de unos días, un problema de columna lo es de unas semanas, y a partir de entonces un problema de todo el cuerpo. Continuar tratando sólo el cuello transcurrido este período es una equivocación demasiado frecuente.
3. Expansión o contracción en todos los ejes
Aprieta un globo por el centro y se alargará. Tira de una cuerda y su circunferencia disminuirá a medida que aumente la tensión. Gracias a su cualidad de distribución, las estructuras de tensegridad actúan de formas diferentes (y con frecuencia, también los cuerpos). Si expandes una estructura de tensegridad en una dimensión, algunas veces se expandirá en todas direcciones (en función de su estructura interna). Si la comprimes, no sólo se comprimirá en la línea de fuerza, sino en todas sus dimensiones, lo que la irá haciendo más densa y más elástica.
Los cuerpos también muestran este fenómeno. Un cuerpo con una lesión grave puede contraerse y replegarse a lo largo de todos sus ejes, no sólo en el primero que se vea afectado. Por otro lado, cuando abrimos el cuerpo en una dimensión, éste parece expandirse en todas las dimensiones –más altura, más anchura, más profundidad.
Aunque el veredicto final no se base exactamente en cómo funciona la mecánica del cuerpo, observarlo según su tensegridad conduce a coherentes estrategias globales que mejorarán enormemente la eficacia y la longevidad del tratamiento local.
La fascia es muy importante en todos los aspectos que hemos mencionado –su plasticidad, su elasticidad, su comunicación y su naturaleza holística–, pero evidentemente ahí no acaba la película. Podemos seguir completando el “cuerpo fibroso” añadiendo los otros dos sistemas que ocupan todo el cuerpo: el sistema circulatorio y el sistema nervioso. Estos dos sistemas se entienden mejor que el sistema miofascial, y nuestros músculos están claramente unidos a las señales nerviosas y al torrente sanguíneo nutricional para funcionar. Por tanto, la mayoría de las terapias locomotrices se han centrado en el libre flujo de líquidos hacia y desde las células o en la coordinación del movimiento a través de los nervios libres de obstáculos (figura 1.9).
Está claro que estos efectos bien documentados sobre lo que es en realidad una red neuromiofascial de una pieza son muy importantes y en la práctica es imposible separarlos por completo. Sin embargo, nuestra tesis se basa en las propiedades de la parte miofascial de esta red que media entre estabilidad y movilidad.
Figura 1.9. Las tres redes que ocupan el cuerpo fueran perfiladas por Vesalius, quien las publicó ligeramente antes que este libro, en 1548. En sus maravillosos grabados, observamos que cualquiera de estas redes nos mostraría la forma del cuerpo entero. La red miofascial es la menos desarrollada de estas tres imágenes y sigue así 450 años después.
En comparación con estas otras redes, la red miofascial es más rápida a la hora de comunicarse –322 m/seg en información mecánica frente a 67 m/seg en el sistema nervioso–, pero es más lenta al responder que la neural o la vascular. La respuesta de remodelación de la fascia se mide en días y semanas, no en segundos o minutos. Es lenta para aceptar cambios iniciados desde el exterior y conserva los cambios que sufre. Esto convierte al sistema miofascial en un depósito de muchos de los patrones para problemas crónicos, como opuestos a los agudos. Evidentemente, los tejidos conjuntivos pueden sufrir traumatismos agudos, como ocurre en una fractura ósea, en la rotura de un tendón o en la distensión de un ligamento, pero el efecto de este traumatismo se distribuye por la red tisular y tiende a persistir mucho después de la curación inicial de los otros tejidos.
La respuesta inflamatoria que hincha y aporta proteínas curativas a los tejidos lesionados también provoca al final un aumento de la fibrosis, la pérdida del movimiento entre las capas y una “pegajosidad” en los elementos intersticiales que obstruye el flujo vascular y linfático. La tensión crónica causada por la inapropiada longitud o relajación de la fascia puede provocar puntos gatillo neuromusculares. Y ocurre lo mismo a la inversa: la tensión crónica causada por la ansiedad o el mal uso o el desuso, el abuso o el sobreuso ocupacionales puede conducir al espesamiento de la fascia.
Como conclusión, aunque existen muchos enfoques válidos para tratar la red neuromiofascial, hay razones para considerar el componente miofascial de la terapia a corto y largo plazo para el equilibrio estructural (figura 1.10).
Figura 1.10. Una interpretación moderna de la red miofascial realizada por ordenador por Jeff Linn utilizando el Visible Human Data Project. Aquí se observa el muslo, una pequeña sección de lo que podría ser representado en su totalidad: la red miofascial del cuerpo, que lo incluiría desde las meninges hasta las bolsas de los órganos y sus soportes, el epimisio, el endomisio y el perimisio musculares, y los tabiques intermusculares, rodeados por una profunda fascia de revestimiento y las capas superficial areolar y dérmica.
1. Proteínas STAT: transductores de señal y activadores de transcripción (por sus siglas en inglés, Signal Transducer and Activator of Transcription). (N. de la T.).