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Inducción miofascial y desarrollo del tacto

El tacto es esencial, un “alimento” vital para el cuerpo y la mente. Es necesario para refrescarnos, estabilizarnos, reconfortarnos y nutrirnos. Necesitamos el tacto para gran parte de nuestro trabajo y nos sirve para comunicarnos en este mundo en el que vivimos. Se ha escrito mucho sobre los tipos de tactos y se han investigado mucho sus efectos, pero poco se ha escrito sobre cómo desarrollar una manipulación terapéutica segura, efectiva y profunda de los tejidos miofasciales.

Este libro pretende ser algo más que una lista de técnicas; esperamos que sea un catálogo de “intenciones”, de ideas sobre cómo crear diferentes efectos en el tejido usando estilos de manipulación alternativos. Lo analizaremos con más detalle en la siguiente sección, pero primero debemos ver cómo tocamos y comenzar a elaborar un vocabulario que describa lo que hacemos. Existen muchas formas de tocar: para dirigir, para informar, para transmitir amor, para educar, para abusar, para curar, para tranquilizar, para tratar con condescendencia o para seducir. Seremos mejores terapeutas si desarrollamos nuestras capacidades para elegir entre un amplio abanico de capacidades de manipulación.

Montagu (1986), en su texto clásico, escribió sobre los efectos nutrientes del contacto, bien documentados en la literatura de investigación, así como bien resumidas por él, pero muy poco se ha escrito sobre los mecanismos de nuestro principal método de aportación terapéutica. Diferentes autores y maestros han resaltado los diversos aspectos de la manipulación en función de su propia experiencia. Chaitow (2006) habla sobre la fusión de los tejidos; Hungerford (1999) nos advierte de que “no dejemos caer el tejido conjuntivo”; Myers (1999) discurre sobre las tres ies: invitación, intención e información. Sin embargo, faltan un modelo adaptativo y un vocabulario para todos los elementos de una manipulación o una intervención completas.

Esperamos que, con un modelo dividido en fases, podamos comenzar a crear una lengua que facilite el debate. Con términos compartidos que expresen y expliquen los diferentes métodos empleados, podemos, como practicantes individuales o como profesionales, saber más sobre los tejidos y sus maravillosas variaciones, pero también ser más conscientes de las diferentes fases que atravesamos y los diferentes tipos de información que damos o recibimos en cada manipulación.

En las manos de un profesional cualificado, la técnica de la inducción miofascial (FRT) es una experiencia increíblemente relajante y placentera, aunque a veces es ardua para el cliente. Como muchas herramienta, cuando la utiliza un novato puede ser un poco incómoda. Con el fin de evitar someter a tus clientes a molestias innecesarias, te recomendamos que dediques algo de tiempo a trabajar y jugar con las cinco fases que aparecen a continuación. Muchos cometen el error de pensar que lo único que importa es “hacer el trabajo”, pero si lo que queremos es centrarnos en el cliente durante la terapia, nuestra responsabilidad es ser conscientes de que estamos trabajando en una persona, no en un conjunto de tejidos disfuncionales que nos suplican que los salvemos y los curemos, y que a veces nos piden ansiosamente que los toquemos.

El modelo de las cinco fases es:

DVEIF: Desarrollo, Valoración, Estrategia, Intervención, Final

Quizá parezca que el modelo de las cinco fases está dirigido al profesional novato. Esto es intencionado para que puedas ver dónde puede diferir tu estilo o qué se te está escapando y qué aspectos debes resaltar en tu manipulación en detrimento de otros. Creemos que hasta los profesionales más experimentados se beneficiarán del análisis que ofrece este modelo.

Este modelo de cinco fases se creó en un principio como modelo orientativo (Nelson-Jones, 1995); nosotros lo hemos adaptado para el trabajo corporal.

Fase 1. Desarrollo

Muchos enfoques del trabajo corporal hablan de “ablandamiento” en el interior del tejido y de “profundizar a través las capas”; el FRT no es diferente. Fíjate en las capas a medida que las vayas alcanzando y permite que el tejido te abra paso en lugar de penetrar como un tanque. Moldea tus manos, dedos, nudillos o cualquier herramienta que estés utilizando según la forma de la parte del cuerpo en la que trabajes. Emplea sólo la tensión y la presión suficientes para alcanzar la primera capa de resistencia con la lentitud adecuada para ser bienvenido.

En esta fase desarrollas tu “relación” con el tejido. Es el compromiso inicial, el viaje desde el campo energético del cliente a través de cada capa sucesiva de tejido hasta la estructura de destino. Pero es más que eso; el proceso es minucioso, delicado en su transferencia de energía (o en cualquiera y todas las formas a las que seas sensible) y debes sentir esa relación y esperar esa invitación (Myers, 2009) o la absorción de la esponja (una imagen empleada por Maupin [2005]).

Muchas escuelas enseñan que se puede pedir al cliente que espire al presionar; a nosotros nos suele parecer un añadido útil en las zonas difíciles o peliagudas. Si se emplea demasiado, sin embargo, la insistencia en este elemento será más una distracción que una ayuda. Experimenta con tu propia espiración al profundizar con el peso de tu cuerpo en el tejido. Si mantienes tu centro de gravedad alto y la parte posterior de los talones elevada, podrás colocarte con precisión sobre la zona deseada. Si espiras (¡con suavidad!) y dejas caer el centro de gravedad (o profundizas en tu hara), será mucho más fácil para el cliente recibir que si haces fuerza contra él con brazos y manos. La tensión necesaria para presionar provocará la resistencia del tejido del cliente y desembocará en una guerra, aunque discreta, en la que sólo uno podrá ganar.

Si se mantiene un punto de contacto relajado, se evitará la tensión en las áreas trabajadas, ya que éstas intentarán oponer resistencia, pero tú también estarás más sensible a las variaciones de la fascia. Cuanto menos tono tengas en tus extremidades de trabajo, mejor sentirás los cambios en tus clientes.

Consíguelo sacando la fuerza de tus músculos lo más lejos posible del punto de contacto. Por ejemplo, si utilizas la yema de los dedos, éstos sólo han de contener la tensión necesaria para llegar a las capas. La fuerza inicial proviene del peso del cuerpo que emplees sobre esa zona. A medida que vayas necesitando profundizar, aumenta el peso del cuerpo alterando el ángulo de tu pie retrasado. Empuja con el antepié retrasado (recuerda mantener tu centro), estabiliza la cintura escapular y el brazo, y, suavemente, bloquea el codo y la muñeca. Sólo como última opción debes hacer presión con los dedos, ya que es más probable que te sientas “inútil” e incómodo.

Fase 2. Valoración

Ahora que ya has llegado a “un sitio”, tienes que comprobar dos cosas: primera, ¿es ahí adónde querías llegar? Si, por alguna razón, intentabas encontrar los músculos peroneos, ¿cómo sabes que los has encontrado de verdad? Segunda, si los has encontrado, ¿qué sientes? ¿Qué clase de trabajo necesitan y qué clase de herramienta debes usar? ¿Es mejor usar los dedos, los nudillos o el codo?

Ésta es la fase en la que se hacen preguntas y se obtiene información. Con movimientos tanto activos como pasivos, puedes obtener gran parte de la información que necesitas. Pedir a tu cliente que mueva el pie hacia dentro o hacia fuera mientras buscas los músculos peroneos puede ayudarte a diferenciarlos de los sóleos. Al sentir la calidad del movimiento, podrás valorar qué partes del músculo se abren demasiado o nada en absoluto. Puedes empezar a encontrar las zonas en las que necesitas centrarte, pero ¿cómo vas a hacerlo?

Pick (1999, citado en Chaitow y Fritz, 2006) diferencia tres niveles de tejidos: el nivel superficial, el nivel de trabajo y el nivel de rechazo; sigue cada uno de ellos subsiguientemente más profundo que el vecino. No son capas específicas del cuerpo, sino que dependen del nivel de disfunción o sensibilidad de una zona concreta. El nivel superficial suele encontrarse en la piel; en el nivel de trabajo se producen la mayoría de las intervenciones de trabajo corporal, y en el nivel de rechazo es en el que el profesional anula o ignora cualquier resistencia experimentada y se sufre dolor. El profesional debe decidir en cuál de estos niveles quiere o necesita trabajar. Si es en el nivel de rechazo, debería negociar con el cliente, preferiblemente habiendo tratado primero los tejidos más superficiales para ir preparando la zona. La ubicación de estos niveles puede variar de una zona a otra (en función de las condiciones del tejido), de un día a otro (en función de la dieta y el estrés) y de una persona a otra (el nivel superficial de una persona es el nivel de rechazo de otra). Sé delicado a la hora de hacer tus valoraciones para identificar y saber dónde te encuentras en relación con estos niveles.


Figura 2.1. A veces es necesario llegar a la capa de “rechazo”, pero los clientes no suelen estar dispuestos a aceptarlo, especialmente si los pilla por sorpresa.

Fase 3. Estrategia

Estás donde quieres estar con algo que necesita tratamiento, pero ahora tienes que decidir cómo lo vas a hacer. ¿Qué dirección aportará el mejor efecto terapéutico? ¿Qué movimiento le pedirás al cliente que haga para favorecer tu manipulación? ¿Qué herramienta (dedos, nudillos, antebrazo, etc.) funcionará mejor en esa zona? Ésta es la fase en la que se procesa la información obtenida para crear una estrategia coherente.

Los profesionales suelen saltarse las dos fases de Valoración y Estrategia; no son puntos concretos, sino simplemente parte de un proceso mental, una toma de decisiones consciente que asegura que el trabajo se ajusta a las necesidades del cliente y que no es un simple tratamiento rutinario. Evidentemente, los profesionales novatos necesitan una “receta”. Las personas que tenemos una base en el tema de los masajes recibimos una secuencia básica en los primeros días de práctica, pero a medida que nos sentimos más cómodos con las técnicas y somos más conscientes de sus efectos sobre las variaciones de los clientes como individuos y sus tejidos, aprendemos a adaptar esa plantilla a las necesidades que se nos presentan. Con la FRT esto puede y debe respetarse en todas y cada una de las manipulaciones.

Éstas también son fases que se enriquecen con la experiencia. Es de esperar que con cada cliente y cada incursión en el tejido vayas creando tu vocabulario de la manipulación. Cada vez que conformes una estrategia, manipules y evalúes de nuevo, experimentarás con tus manos el éxito o el fracaso. Estarás estableciendo la base del entendimiento de los estilos, las fuerzas u otras variaciones de manipulación que funcionarán (o fracasarán) en cada situación. Si ignoras la fase de la estrategia, puedes caer fácilmente en modos habituales de trabajar que al final reducirán tu vocabulario y limitarán tus capacidades de manipulación. Una pausa para crear una estrategia ayuda a crear un archivo documental más profundo (y no verbal), pero la velocidad a la que crees esta herramienta documental dependerá de cómo pases a la siguiente fase, la intervención.

Fase 4. Intervención

Finalmente, llegas a la fase en la que se realiza el trabajo. Ya has llegado, has comprobado la zona sobre la que tienes que trabajar, has decidido cómo la vas a tratar y ahora puedes actuar. Como parte de tu estrategia, ya habrás escogido qué herramienta utilizar. Ya has localizado el nivel y la zona en los que quieres estar y ahora puedes tocar con cuidado y/o pedir a tu cliente que mueva esa zona. Sin embargo, en esta fase no es tan importante que tú realices la manipulación como el efecto que obtengas. El profesional tiene que controlar constantemente lo que ocurre por debajo y alrededor del punto de contacto. ¿Se relaja el tejido? ¿Experimenta algún cambio con el movimiento la zona adecuada? ¿Se levanta o se mueve el tejido? ¿Es capaz el cliente de recibir y procesar la información que le ofreces?

A lo largo de toda la intervención, o la manipulación, se establece una retroalimentación con la que es posible valorar su efectividad. ¿Qué cambios puedes realizar para lograr los objetivos fijados? Con cada cambio tienes que volver a evaluar.


Figura 2.2. Con cada aumento de la intensidad, el practicante debería sentir un poco de retroalimentación.

Ahora estás escuchando de verdad al cliente y sus tejidos, estableciendo lo que a veces llamamos una “comunicación entre dos sistemas inteligentes”. Con tu estrategia in mente, ofreces información al cliente y les preguntas a sus tejidos si pueden cambiar y si el trabajo que realizas tiene sentido para ellos. Al escuchar los sistemas que quedan bajo tu mano y permanecer abierto a sus mensajes, podrás ajustar las capacidades del tejido del cliente a tu trabajo, siempre que consigas adaptar tu oído a la lengua que sus tejidos emplean para informarte en respuesta a tu contacto.

Schwind (2006) nos anima a emplear tantas superficies con las que no se trabaja que no sean las manos como podamos para facilitar esta comunicación. El empleo de la mano de apoyo como mano madre, para un contacto nutriente, o como mano auditiva, es común entre muchas tradiciones de trabajo corporal, pero sólo se obtiene el máximo beneficio si se introduce como parte de esta conversación. No debe estar ahí sólo para ofrecer comodidad y relajación, sino para aportar una tercera dimensión a lo que de otro modo sería una manipulación bidimensional. Dos manos que trabajan coordinadas con el movimiento de un cliente multiplican muchas veces el poder terapéutico de simplemente “manipular” con una mano.

Así es como crece el vocabulario de tu manipulación, experimentando con todas las muchas variables y escuchando los cambios que se producen. Schleip (2003) nos ha mostrado los muchos tipos de mecanoceptores del tejido miofascial y que cada uno responde a diferentes formas de tensión en las fibras que lo rodean. Por tanto, debemos aprender cómo hablar con cada uno de ellos, ya que tienen diferentes lenguas.

Hay variaciones entre los clientes, e incluso entre las diferentes zonas de un mismo cliente. Habrá variaciones en el tipo de disfunción, así como en las capas miofasciales o estructuras, sean regulares o irregulares, densas o flexibles, rígidas o hipermóviles. Cada una tiene un lenguaje diferente (o un dialecto al menos), así que cuanto más amplio sea tu vocabulario de la manipulación, más clara será vuestra conversación.

Fase 5. Final

Una vez que empieces, tendrás que acabar. Si te tomas todo ese tiempo para cuidar a tu cliente, profundizando, sintiendo las condiciones de sus tejidos y escuchando los cambios que atraviesa mientras trabajas, cumple con el cliente y el trabajo terminando lentamente. A veces parece que los terapeutas se olvidan de que están trabajando con otra persona; a veces parece que se sienten tan aliviados al llegar al final de su manipulación que paran de golpe. No decimos que esté mal, sólo que quizá sea un poco repentino y descortés hacia el cliente. Cambia el peso de tu cuerpo hacia tu pierna adelantada; no te apoyes en el cliente para levantarte. Cuando hayas recuperado tu peso sobre las piernas, levántate y suelta la manipulación, permitiendo que el tejido se asiente en lugar de volver a su posición anterior.

A veces es más placentero para el paciente que el contacto se frene en espiral (Aston, 2006), de forma que se deje de tocar la piel lentamente. Esto es especialmente cierto cuando se trabaja en zonas en las que la piel puede ser más sensible, como alrededor de la axila o en los aductores del muslo.

Éste es sólo un estilo; recuerda que la salida es parte del propósito. Hasta los impactos contra el tejido podrían aportar la respuesta deseada al permitir un efecto de retirada o quizás aumentando el tono y la conciencia en la zona. Lo importante es que sea una decisión consciente y coherente con tu propósito de crear cambios en el cliente.

Son estos pequeños detalles los que se le pueden escapar al cliente, pero suponen una enorme diferencia en su experiencia con el tratamiento. La inducción miofascial puede ser un tratamiento problemático, y cuanto más cómodo lo hagamos hacer para el cliente, mejor lo aceptará y comprenderá sus beneficios.

Somos totalmente conscientes de que el modelo puede pecar de formulario para muchos profesionales que se dejan llevar por la intuición; esto es deliberado. Tenemos que empezar siendo explícitos sobre lo que nos conduce misteriosamente a la capa “adecuada” y nos informa sobre qué dirección escoger para trabajar y con qué herramienta. Con la práctica consciente podemos crear la “intuición” que proviene de la competencia inconsciente, esa sensibilidad aumentada que responde a las necesidades del tejido gracias a una simpatía innata. Nuestras mentes sintonizan gradualmente con el lenguaje del tejido, y rápidamente pasan por estas fases con poca conciencia por nuestra parte.

El modelo DVEIF no es una técnica, ni siquiera un estilo de manipulación, sino una manera de describir un proceso con el que interactuamos con el tejido de nuestros clientes. De este modo esperamos ofrecer más profundidad a la tridimensionalidad de nuestro trabajo. Nuestra intención es escuchar al tejido en cada fase y adoptar, al principio, una dirección consciente hacia nuestro trabajo. A medida que crece nuestra experiencia, permitimos que éste se convierta en un proceso preconsciente, pero nunca en un tratamiento inconsciente y rutinario. Siempre hemos de tener conciencia de la persona entera y de sus muchos niveles al tratarla, y ser responsables de las necesidades de cada nivel, reaccionando de forma que podamos desarrollar una comunicación tridimensional a través de la manipulación.

Técnica de la inducción miofascial

Sabiendo ya cómo entrar y salir, debemos ahora centrarnos en la mecánica de la FRT, porque su estilo y su propósito difieren de los de muchas otras formas de trabajo corporal. En general, cuando se realizan técnicas de masajes, el fisioterapeuta masajea por encima de la fascia, aplicando compresión al tejido con el fin de estimular el flujo de los fluidos y provocar algún cambio en la tensión neuromuscular (figura 2.3).

Con el fin de estirar manualmente el tejido conjuntivo, el terapeuta tendrá que usar un estilo diferente de contacto. Esto se realiza aplicando primero una presión hacia abajo, profundizando hasta el primer nivel que ofrezca resistencia, y luego bajando el ángulo de contacto con el fin de crear una onda por delante del punto de contacto (figura 2.4). Esta onda se mantiene por delante mientras se realiza la manipulación. Ésta debe aplicarse lentamente y a una velocidad determinada por la interacción de la herramienta que se está empleando (pulgar, antebrazo, codo, etc.), la cantidad de lubricante de la superficie y el ritmo al que el tejido del cliente puede fundirse y abrirse mientras trabajas con él.


Figura 2.3. Masaje aplicando compresión.


Figura 2.4. Manipulación para la inducción miofascial.

A veces nos lo imaginamos como un ascensor que baja hasta el piso (nivel tisular) en el que queremos estar. Al salir por la puerta, bajas el ángulo de contacto, te paras en la capa miofascial y luego continúas la conversación que ya estabas manteniendo con el tejido de tu cliente a través de la manipulación.

Nosotros recomendamos experimentar con diferentes tipos de lubricantes, comenzando con sólo los hidratantes para nuestras manos. Aún con poco lubricante, tus manos se deslizarán por los tejidos y no podrás realizar la manipulación con suavidad. Si ocurre esto, humedécete las manos con un poco de agua. Sólo si esto fracasa, puedes intentar ponerte un poco de crema hidratante o lubricante a base de cera (ver Fuentes). Las lociones con demasiado lubricante, las lociones a base de aceite o los aceites en particular reducen la capacidad de agarrar los tejidos, lo cual dificulta la tarea de la FRT y la convierten en algo doloroso e ineficaz. Recuerda empezar siempre con poco, ya que es más fácil añadir un poco que quitar cuando se ha cogido demasiado.

Capas de la fascia

El cliente puede experimentar una sensación de tirantez y quemazón –esto es en parte lo que intentas conseguir cuando “fundes” la sustancia base de la fascia para que pase a un estado más líquido y estire la bolsa de los tejidos conjuntivos alrededor y dentro de las zonas tratadas.

Si no estás familiarizado con la palpación de las capas miofasciales que recubren los músculos, intenta explorar las capas de tu antebrazo. Con los dedos de tu mano dominante, empieza primero prestando atención a la superficie de la piel. Siente la resistencia a tu presión, la tirantez de la piel que ofrece una sensación positiva como respuesta al ligero peso de las yemas de tus dedos. Intenta mover la piel por encima del tejido adiposo que tiene debajo. ¿Está separada de la capa inferior? ¿Se mueve la piel más fácilmente en una dirección que en otra?

Ahora profundiza hasta la capa adiposa. Presta atención a la diferente calidad de las sensaciones de las yemas de tus dedos. ¿En qué se diferencia esta capa de la que está “en la piel”? Presiona con un poco más de firmeza y sentirás otra capa tensa por debajo de ésta, más tirante y firme que la piel. ¿Puedes mover la capa adiposa sobre esta segunda piel? Siente cómo la piel y la capa adiposa se mueven juntas fácilmente, deslizándose sobre esta primera capa de la fascia; la capa profunda. Manteniendo la presión con los dedos sobre el tejido adiposo, inclina la presión hacia tu codo, elevando cualquier flacidez y luego flexionando lentamente la muñeca. ¿Sientes el estiramiento de la piel? Con un agarre más firme y más movimiento, podrás sentir cómo este tipo de contacto empieza a ser incómodo. Es parecido a cuando te retuercen el brazo los niños malos del colegio y los hermanos mayores de todo el mundo.

Cuando te recuperes del pequeño abuso al que acabas de someterte (y que esperamos que no te suponga muchos recuerdos traumáticos), deja que tus dedos desciendan a través de las capas de nuevo, esta vez superando la resistencia ofrecida por la capa profunda de la fascia. Sentirás que ahora empujas el vientre, empleando el tono de los músculos cómo guía para valorar en qué nivel estás; el centro es la “piel” del primer músculo con el que te encuentres. Puedes investigar para ver si estás en la capa adecuada flexionando la muñeca de nuevo. ¿Sientes que los músculos se estiran por debajo de tu punto de contacto igual que en el primer intento o sientes que el tejido que rodea las yemas de tus dedos tira de ellas hacia la muñeca?

Si estás en la capa adecuada, ya puedes empezar a aplicar la FRT en los extensores de la muñeca “enganchando” el tejido, empujando hacia el codo mientras lentamente flexionas la muñeca de nuevo. Presta atención a las diferentes sensaciones de los tejidos que hay entre los dos niveles distintos de conexión. Si lo haces bien, ahora sentirás una especie de quemazón profunda, pero más agradable. A veces los clientes la describen como un “dolor bueno”, como si el tejido casi pidiera a gritos la liberación, la estimulación y el estiramiento que le estás ofreciendo.

En el contexto del modelo DVEIF (página 26), has profundizado en los tejidos (Desarrollo), has sentido la capa adecuada (Valoración), has decidido qué dirección seguir y qué movimiento hacer (Estrategia), has realizado el trabajo (Intervención) y finalmente te has fundido con el tejido para acabar (Final).

En cada una de las técnicas de este manual deberías seguir el mismo proceso; todas son conscientes, nutritivas y auditivas. Con cada intervención, debes trabajar en el nivel apropiado y tener la misma conversación, escuchar la retroalimentación y ajustarte en función de todo eso. Experimenta contigo mismo para sentir esa agradable provocación en tu nivel superficial (demasiado superficial para ser efectivo), tu nivel de rechazo (¡fuera!) y tu nivel de trabajo (justo ahí). Por favor, aunque no lo repitamos en cada descripción, nunca olvides que estás en constante relación, no sólo con el cliente, sino más directamente con su tejido, y que ambos merecen que los escuches. Cada movimiento debe realizarse con el mismo cuidado y atención que pone un escultor con su cincel sobre un mármol irreparable.

Ahora puedes explorar todos los músculos del antebrazo. Siente las diferencias del tono, no sólo en el músculo, sino también en la piel de la fascia, el epimisio. Compara el compartimento flexor con el extensor. Realiza movimientos para encontrar el perimisio entre los músculos. Realiza movimientos para identificar exactamente dónde estás jugando con la flexión y la extensión en combinación con la desviación radial y ulnar. ¿Qué diferencia hay en la tensión producida bajo tu mano de trabajo? ¿Sientes que ciertas direcciones del movimiento suponen un mayor desafío para el tejido? A medida que vayas adquiriendo experiencia con esta técnica con la práctica regular, todo esto te informará sobre la zona en la que estés trabajando, sus condiciones y dónde tendrás que centrar tu atención. Serás capaz de alterar sutilmente los ángulos de movimiento para que tu trabajo sea más efectivo.

Mecánica corporal

Como hemos visto antes, existen muchos tipos diferentes de fascia: el tejido conjuntivo denso, regular e irregular, el adiposo y el areolar. Trabajaremos con ellos en sus diferentes manifestaciones dentro del cuerpo. Como cada uno tiene diferentes cualidades y capacidades de cambio, responderán al estrés de formas únicas, creando diversos síntomas en los tejidos y en el resto del cuerpo. Debería ser obvio, por tanto, que no todas las fascias se han de tratar del mismo modo. Tenemos que cambiar el tipo y el estilo de contacto para ajustarnos a la naturaleza del tejido en el que trabajemos y para conseguir resultados diferentes.

Por ejemplo, podemos subir o bajar planos de la fascia (densa irregular) como si estuviéramos recubriendo el tejido miofascial por encima del esqueleto; podemos separar el septo que se ha pegado (por el tejido areolar intermedio), y podemos liberar los nudos y nódulos (tejido denso regular adherido en la miofascia) –todos los signos ubicuos de las pruebas y las tribulaciones de la vida. Cada uno de ellos requerirá una variación de la técnica básica, cambiando el ángulo o la cantidad de contacto de superficie o la naturaleza de la presión empleada.

Existen tantas permutaciones y combinaciones que pueden variar las circunstancias que es imposible tratarlas todas aquí, y por ese motivo recomendamos asistir a un curso completo para dominar mejor la técnica. También hay que tener en cuenta que nosotros en este libro presentamos las ideas. La intención es que sirva como recordatorio para quienes hayan asistido a un taller o quizá como apoyo al buscar una dirección ligeramente diferente para quienes ya son expertos en este enfoque. El profesional novato, sin embargo, suele necesitar la guía directa y manual en este estilo para sentirse cómodo con las capacidades básicas sobre las que se crean estas técnicas.

Con este texto nuestra intención es que entiendas no sólo los mecanismos de una técnica, sino también las razones clínicas y estructurales de su aplicación –la capacidad para cumplir con la fase de valoración para formar una estrategia, así como las herramientas para realizar la intervención. Sin embargo, el lector debe entender las limitaciones obvias de un libro de este tamaño; no puede cubrir todos los casos. Las ideas sirven aquí como plantillas que ofrecen un esquema para conseguir el objetivo deseado. Muchas de las direcciones ilustradas de las manipulaciones son las que más se suelen emplear, pero pueden invertirse con bastante facilidad o modificarse para que se adapten a patrones menos frecuentes. En otras palabras, son directrices, no mandamientos escritos sobre piedra.

Cuanto mejor entiendas la naturaleza de las variaciones de la fascia, mejor podrás adaptar tu contacto a tu objetivo. La aponeurosis, la capa profunda, las grandes cubiertas de tejidos del epimisio pueden moverse en diagonal, lateralmente, hacia arriba o hacia abajo, y pueden separarse de los tejidos inferiores, pero seguramente precisarán un contacto adecuado y de gran superficie, como el de la base de la mano o la longitud del cúbito. La elongación de la fascia limitada o adherida requiere un punto de contacto más preciso. Los dedos o los nudillos son ideales a la hora de aplicar una liberación centrada o seguir una delgada línea del tejido, y normalmente se emplea un enfoque más firme. La necesidad del tejido areolar de abrirse y dividirse en un septo intermuscular puede requerir una manipulación persuasiva, burlona e insinuante, y el uso de una herramienta lo suficientemente fina como para abrirse paso entre las estructuras adheridas.

Para que te hagas una idea, imagina que pones un mantel torcido. Para ajustar su posición a la mesa, utilizarías las dos manos para extenderlo y ofrecer un contacto amplio. Pero, si no se ha lavado desde la última vez que hiciste una fiesta para los niños, puede que tenga arrugas y dobleces que se han quedado marcadas debido a las extrañas sustancias que se habían derramado sobre él. En este caso, utilizarías un contacto más preciso para despegar las superficies adheridas. Emplea tu peso con el cliente en lugar de tu fuerza. En cierto modo, la FRT es una forma “perezosa” de trabajo manual porque tanto tu sensibilidad como las sensaciones del cliente dependen del uso del mínimo esfuerzo en tu manipulación. La suavidad de tu manipulación es uno de los elementos esenciales que hacen que este trabajo sea agradable de recibir, que prolongan tu capacidad para realizarlo y que de este modo amplían tu vida laboral. Cuanto más permitas a la gravedad hacer el trabajo, menos tensión tendrás que ejercer en el punto de contacto. Esto también aumentará tu sensibilidad a los cambios del tejido de tu cliente y le ofrecerá a él un contacto más suave.

Un aspecto importante de esto es el uso de la pierna retrasada. Debe estar más o menos estirada y el talón ha de levantarse un poco. Parece que muchas escuelas enseñan que hay que mantener el pie plano en el suelo, ya que así se gana estabilidad a la hora de empujar. Sin embargo, nuestra experiencia demuestra que, si se eleva la pelvis –y, por tanto, tu centro de gravedad–, hay que “empujar” menos y se puede conseguir movimiento simplemente relajando la pierna adelantada para dejar que el peso del cuerpo y la gravedad hagan el trabajo por ti. Entonces puedes ajustar tu altura levantando o bajando el talón retrasado, aumentando o disminuyendo el ángulo de contacto, y obtendrás además el beneficio añadido de mantener la columna recta y no tener que torcerla durante una manipulación prolongada.


Figuras 2.5a y b. a) Fíjate en cómo el pie retrasado se levanta para que el cuerpo se eleve por encima del punto de contacto, lo cual permite al cuerpo más profundidad; b) el talón se baja para crear un ángulo hacia delante en la manipulación, ejerciendo contacto en la capa adecuada.

Como ya hemos expuesto, es necesario anclarse en un punto de contacto para llegar al tejido. Puedes conseguirlo fácilmente si mantienes el talón levantado mientras profundizas en el tejido y luego lo bajas ligeramente para disminuir el ángulo y conseguir la onda delante de tu mano, tu codo o tu antebrazo.

Cuando tengas anclado el tejido, toda la parte superior de tu cuerpo se estabilizará suavemente para mantener la forma correcta, pero debe hacerlo de un modo que parece contrario a tu instinto natural. Muchos terapeutas novatos quieren hacer presión en el tejido lo más firmemente posible, por lo que bloquean las manos y proporcionan una sensación dura al cliente. Pero si relajas las manos todo lo posible y trabajas desde el principio desde la cintura y el centro de gravedad de tu pelvis, o tu hara, podrás mantener un contacto suave y la fuerza provendrá del lugar más alejado del cliente que sea posible. Tus muslos, especialmente el adelantado, controlarán gran parte del peso.

Esto no sólo es mucho más cómodo para el cliente, sino que también te ofrece la posibilidad de ser más sensible al tejido del cliente y a cualquier respuesta que dé como resultado de tu trabajo. Como la tensión existente en tus husos musculares afecta su capacidad de respuesta a los cambios de tensión, cuanta menos tensión tengas en tu punto de contacto, más receptivo estarás, y por lo tanto responderás mejor a cambios sutiles.

Uso de la mano

La mano completa o la base de la mano pueden ser una herramienta muy útil para trabajar con grandes extensiones de capas fasciales. El contacto amplio permite un vasto agarre.


Figuras 2.6a y b. a) Las manos y las bases de las manos en particular son útiles para mover las capas superficiales de la fascia y para calentar y preparar el tejido antes de realizar un trabajo más específico y profundo; b) el ángulo de las muñecas ha de ser bastante bajo para minimizar la tensión en la articulación y los tejidos que la rodean, lo cual permite que la fuerza se transfiera a través de los huesos carpianos desde el antebrazo.

Uso de los dedos

Los dedos son neurológicamente la herramienta más sensible que tienes, pero de la que con más facilidad abusamos mecánicamente. Es muy importante mantener en los dedos una flexión neutra o ligera. Nunca los mantengas extendidos, ya que forzarás la integridad de sus ligamentos y al final de sus articulaciones (esta hiperextensión puede ser inevitable al principio, pero, por favor, esfuérzate por mantener una ligera flexión lo antes posible). En las figuras 2.7a y b puedes observar que la muñeca también se mantiene neutra. Toda la fuerza del movimiento se transfiere en línea recta desde los codos, a través de los huesos carpianos y metacarpianos, hasta las falanges. Los ajustes del ángulo vienen desde los hombros al levantar o bajar el pie retrasado.


Figuras 2.7a y b. Fíjate no sólo en el cambio de ángulo a la hora de tratar el tejido de (a) a (b), sino también en que las manos y los dedos están ligeramente flexionados o extendidos. Nunca mantengas una hiperextensión en articulación alguna.

Las primeras veces que realices este tipo de manipulación sentirás que la piel empieza a tirarte por debajo de las uñas. Esto se suaviza con la práctica y quizá sea un signo de que trabajas demasiado o de que necesitas agua o cera para facilitar la manipulación, ya que la piel puede estar algo seca y ofrecer demasiada resistencia. Con la práctica, aprenderás muchas de las alteraciones sutiles que se pueden hacer para minimizar esto.

Uso del puño

Normalmente, el puño se ignora o se infravalora como herramienta, y cuando se emplea, suele hacerse con mucha tensión, perdiéndose toda su sensibilidad potencial.


Figura 2.8. Incluso sobre el tejido relativamente fino de la parte lateral del tórax y trabajando sobre las sensibles costillas, un puño relajado puede ser una herramienta útil. La mano debe acercarse al cuerpo con poca o ninguna tensión y los dedos abiertos, no con el puño cerrado. El cuerpo del cliente se ajusta entonces al contacto del terapeuta en lugar de al revés.

Una vez más, la articulación de la muñeca se mantiene neutra, pero esta vez se pueden conseguir cambios del ángulo realizando un movimiento de pala desde el hombro y flexionando el codo, así como modificando la altura de los hombros.

Los dedos que forman el puño se mantienen suavemente fuera de la palma, sin flexionarlos hacia dentro como harías si quisieras dar un puñetazo. Esto confiere al puño delicadeza para amoldarse a la forma del cliente, lo que permite a su tejido empujar contra tus dedos para que no tengas que mantenerlos flexionados ni emplees más tensión muscular de la necesaria en el antebrazo y la mano.

Cuando se utiliza el puño es importante mantener el pulgar mirando hacia delante. El error más común consiste en usar el puño con los nudillos hacia delante, pero así se ejerce mucha tensión en los extensores de la muñeca. La presión, el peso o la fuerza se centran en la cara proximal de la falange proximal, cerca de la articulación metacarpofalángia de los dedos índice y medio. De vez en cuando, con las manipulaciones de barrido, cuando el cuerpo del terapeuta pasa por encima del punto de contacto (como con los toques dorsales, página 210), la palma de la mano mira hacia delante.

Uso del codo y el antebrazo

El antebrazo es una gran herramienta para zonas amplias como la espalda y los muslos, en las que se puede mover y relajar el tejido conjuntivo y los grandes grupos musculares.

Puedes ajustar el centro del punto de contacto en zonas redondeadas como el muslo flexionando o extendiendo el codo para balancearlo por la zona –parecido a cuando se cambia el arco de un violín (figuras 2.9a y b). Para zonas de restricción más específicas, puede conseguirse una mayor precisión y una mejor sensación de poder usando cualquier superficie que rodee el punto del codo y haga un contacto cómodo y adecuado con el tejido que quieras alcanzar (figura 2.9a).


Figuras 2.9a y b. Uso del antebrazo y el codo. En (a) fíjate en cómo la cara del cuádriceps que se está tratando podría modificarse simplemente subiendo o bajando la muñeca derecha para cambiar el ángulo del antebrazo.

Por el contrario, la figura 2.9b muestra el uso del punto del codo. Ambas fotografías ilustran la diferencia de emplear la mano que no trabaja para guiar el movimiento del cliente (figura 2.9a) y/o guiar el punto del codo para asegurar su precisión y su estabilidad (figura 2.9b). En ambos casos, el contacto de la mano que no trabaja puede contribuir a la comodidad del cliente, pero también recibe información relativa a la experiencia del cliente escuchando cualquier estremecimiento como protector o afinando en la comodidad de los tejidos circundantes.

En esta técnica es importante mantener los hombros por detrás de la manipulación, profundizando en ella en lugar de agarrar los tejidos con los músculos de los hombros.

Uso de los nudillos

Aunque el codo puede ser la herramienta más fuerte de la que dispones, a veces es relativamente imprecisa en comparación con los nudillos de los dedos índice y medio. Para mantener su fuerza y estabilidad, es mejor utilizar los nudillos con una rotación interna del húmero y la pronación de la articulación radiocubital para colocar el dedo meñique en la posición de guía (en lugar del pulgar, como cuando empleábamos el puño). Eso te ofrecerá apoyo para estos dos dedos, lo que permitirá a los huesos de las falanges proximales de los dedos índice y medio, a la muñeca, al radio y al cúbito (y, en la mayoría de los casos, también al húmero) estar alineados. Esto aporta el máximo apoyo óseo, eliminando la tensión de los tejidos laxos y permitiendo a los músculos que se relajen para tener la máxima sensibilidad. En las manipulaciones cortas o los puntos duros, los nudillos son herramientas de gran versatilidad que pueden emplearse en posiciones muy diversas.

Como con el uso del puño, las falanges distales que no se emplean retroceden con los tejidos del cliente, no los mantiene el terapeuta flexionados hacia atrás.


Figura 2.10. Fíjate en cómo se alinean las articulaciones desde el codo hasta la parte media de los nudillos (articulaciones interfalángicas proximales). El final de la manipulación se alcanza en el punto en que cualquiera de estas articulaciones tiene que flexionarse para alcanzar el tejido diana. Recolócate para mantener la mecánica corporal correcta y no sacrificar tu cuerpo.

Cuestiones de dirección

Existen muchos puntos de vista sobre lo que se puede realizar con la FRT. A veces nos referiremos a elevar o descender el tejido y moverlo medial o lateralmente. Liberaremos el tejido, lo estiraremos de varias formas y lo expandiremos de otras.

En muchas situaciones queremos cambiar la relación que se establece en la capa profunda, la malla corporal que hay justo debajo de la piel y la capa adiposa. Estos planos de tejido requieren un estilo muy diferente de manipulación en comparación con cuando deseamos liberar tejidos más específicos de la unidad miofascial (una descripción más precisa, aunque engorrosa, que el término común “músculo”).

Para mover las grandes capas de la fascia, tenemos que emplear un contacto mayor y a menudo más suave e imaginar que cogemos la piel que hay bajo la piel real. Profundizamos hasta su nivel y levantamos o movemos toda la zona. Esto puede realizarse en la capa profunda y a veces en el epimisio de los músculos, pero rara vez en los propios músculos. Lo que pretendes transmitir con las manos es esa intención de esculpido, de remodelado. Procura que el tejido cambie –a veces se nutre y a veces se estimula–, casi como si estuvieras remodelando tu cuerpo con arcilla.

Estos tipos de manipulación no se incluyen en el cuerpo principal del texto porque son muy específicos de la forma del cliente, y esto es parte del arte del trabajo. Antes hemos ofrecido un resumen del uso de las manos. Te animamos a explorar con este tipo de contacto en diferentes zonas del cuerpo, ya que es un complemento útil y sirve como preparación para las técnicas más específicas expuestos en el resto del libro.

En la figura 2.11, una comparación de los planos de la fascia muestra que los niveles son más bajos por delante que por detrás tanto en los muslos como en el esternón. Si fueras a hacer un corte transversal en estas zonas y colocarlas al mismo nivel anatómico (líneas A y B), deberías torcer la sección hacia abajo para unirla con la inclinación anterior del fémur. Esto es muy diferente al trabajo que tendríamos que realizar con los flexores de la cadera para corregir la inclinación anterior de la pelvis. Éstos requerirían una elongación y trabajaríamos para liberarlos manipulando el tejido en ambas direcciones.


Figura 2.11. Vista lateral de una clienta que muestra diferencias en la relación de la capa profunda entre las partes delantera y trasera del cuerpo.

Nuestra estrategia consiste en facilitar la relajación de los tejidos externos de nuestra modelo en la figura 2.12 levantando los tejidos profundos hacia arriba y hacia fuera, como si estuviéramos volviendo a colocar los hombros en su sitio. Esto revelará entonces los tejidos más profundos localizados en los pectorales mayor y menor.


Figura 2.12. Esta vista superior de la misma modelo muestra, entre otras cosas, la rotación medial y la inclinación anterior de la cintura escapular.

Podemos empezar con el movimiento plano utilizando el contacto de un dedo ancho o una mano para que la remodelación del tejido sea más superficial (figuras 2.13a y b); pero, si tenemos que tratar la fascia más profunda del pectoral mayor, preferiremos utilizar una herramienta ligeramente más afilada o más específica (figuras 2.13c y d). Los dedos se siguen empleando en este ejemplo, pero se observa el cambio del ángulo al profundizar más en el tejido pectoral.

En la figura 2.13c puedes ver que el tejido se estira lateralmente mientras se abduce el brazo. Es lo que llamamos asistencia al estiramiento. El movimiento del tejido y la fuerza de la estimulación van en la misma dirección. Esto aislará el estiramiento del tejido entre tu contacto y la inserción proximal. Si hacemos esto en la manipulación y nos deslizamos lateralmente, se puede perder parte de la efectividad porque una cantidad cada vez mayor de tejido elástico absorbe la fuerza del estiramiento de la fascia cuando te alejas lateralmente desde la inserción.

Si invertimos la estimulación, centrando la atención medialmente (figura 2.13d) y resistiendo el estiramiento activo del cliente, nos centraremos en la liberación del tejido entre nuestro contacto y las inserciones laterales del húmero.


Figuras 2.13a, b, c y d. Varios métodos para trabajar la fascia pectoral en un abanico de direcciones con diferentes herramientas.

Con bastante frecuencia tendremos que diferenciar tejidos. Cada capa del cuerpo debe deslizarse sobre otra de forma independiente, pero esta capacidad puede perderse por muchas razones. Los traumatismos, el uso incorrecto o el sobreuso, por ejemplo, pueden provocar la formación de adherencias y limitar la naturaleza adaptativa del tejido areolar colindante. Cuando esto ocurre, el cuerpo puede sentir que la zona está “bloqueada”, y ésta es una de las razones para emplear en el cliente todo el movimiento posible en tu trabajo. En algunas zonas podemos expandir el tejido para reabrir los septos (ver expansión de los aductores, página 152), profundizar en el espacio existente entre las estructuras para estimular la relajación de las restricciones (ver separación de los músculos isquiotibiales, página 110) o centrarnos en una zona y mover el tejido subyacente del cliente para crear un efecto de “hilo dental” para aumentar la relación del tejido conjuntivo y recuperar una relación diferenciada y suave (ver limpieza del retináculo del tobillo, página 76).

Como ya hemos comentado, nuestra manipulación cambiará en función de nuestra intención y la naturaleza del tejido con el que trabajemos. Nuestra forma de trabajar con el tejido regular denso del tendón de Aquiles será muy diferente a nuestra forma de profundizar en la naturaleza más dura y complicada del septo, y también será diferente entre los distintos septos de varias densidades.

El terapeuta competente será capaz de interpretar no sólo la naturaleza del tejido, sino también el carácter del cliente y qué manipulación producirá la respuesta deseada. La atención constante y los ajustes instantáneos de la manipulación son elementos esenciales de una buena técnica de la inducción miofascial –firme cuando sea necesario, nutriente cuando sea posible.

Diseño de una sesión

Una sesión debe tener un comienzo, una parte central y un fin. Una progresión natural del tratamiento ayuda a relajar al cliente y, como veremos, permite la preparación y la posterior integración del trabajo principal que contiene.

Anteriormente en este capítulo hemos visto el modelo DVEIF con respecto a la práctica de una simple manipulación, pero también se puede emplear como plantilla para una sesión. El terapeuta en principio Desarrolla una relación y una comunicación (o vuelve a conectar con un cliente ya conocido), luego realiza cierta forma de Valoración haciendo una historia del caso, descubriendo lo que ha pasado desde la última sesión o, en el caso del trabajo de liberación fascial, realizando una valoración postural visual a través de la lectura corporal. Esta información se emplea entonces para desarrollar la Estrategia o el plan de tratamiento, cuyo objetivo es cumplir lo que desea el terapeuta para esa sesión. En la fase de Intervención experimentamos para ver si todo concuerda y si podemos conseguir algunos de los objetivos deseados antes de que la sesión llegue a su Final con algún tratamiento de asentamiento, como el trabajo en el cuello, la espalda o el sacro.

Puede haber muchas razones para que un cliente venga a vernos, y las técnicas que aparecen en este libro no son siempre útiles para trabajar con tejidos gravemente lesionados. La razón que se oculta tras nuestro paradigma al trabajar hacia el equilibrio estructural es que cuando facilitamos una mejor alineación en todo el cuerpo, el tejido tiene menos probabilidades de lesionarse. El trabajo es ideal para quienes sufren dolores musculoesqueléticos crónicos. Algunos clientes comprenden fácilmente la lógica de este trabajo, especialmente si utilizas un espejo durante la lectura corporal como se explica más adelante, pero otros quizá necesiten más persuasión para comprender por qué se trabajan zonas completamente diferentes a las que experimentan el dolor.

Al comienzo, la aclaración de los objetivos del cliente puede ser una ayuda, ya que puedes negociar lo que cabe conseguir y lo que se espera de los tratamientos. Preguntar al cliente cuáles son sus problemas estructurales y cómo se experimentan, y buscar un objetivo perceptible y alcanzable para que ambos podáis trabajar, pueden ayudarte a centrarte en la sesión. Recuerda que puedes pedir al cliente que suba o baje de la camilla en cualquier momento (y es de esperar que más de una vez) de la sesión para que pueda experimentar el trabajo y sentir las diferencias, y para que tú puedas valorar de nuevo el progreso conseguido.

El arco de una sesión

La sesión suele describir una progresión en arco: desde un comienzo sensitivo, va aumentando en intensidad, la manipulación va valorando capas más profundas o zonas menos receptivas antes de relajarlas o suavizarlas, y se integra el trabajo al final. El primer contacto con los músculos psoas o pectíneo puede ser horrible para el cliente. Comienza por zonas o estructuras más superficiales y menos íntimas. Prepara las zonas que necesitan ayuda. Prepara al cliente psicológicamente empezando por las zonas más accesibles y abiertas al tacto –para la mayoría de la gente son las extremidades o la espalda. Sabrás ya que tienes que trabajar con el pectoral menor o los rotadores laterales profundos y seguramente los conoces bien, pero es probable que el cliente no esté preparado para que trates esas zonas. Respeta el arco, incluso con los clientes conocidos; empieza suave y superficialmente, y ve avanzando hacia la parte central y más intensa de la sesión.

Final del juego

Intenta siempre asegurarte de que te sobra tiempo en la sesión tras la parte más intensa para que tu cliente pueda asentar el cuerpo e integrar algunos de los cambios que han tenido lugar. Como hemos comentado, este “final del juego” normalmente consta de un trabajo en el cuello y/o la espalda, la elevación de la pelvis, unos toques en la espalda y la liberación occipital en particular. La elevación pélvica y la liberación occipital son relajantes y de asentamiento (y en general parasimpáticamente estimulantes) y pueden, por supuesto, ser usadas en conjunción con los objetivos estructurales de la sesión; son algo más que una manipulación agradable. El trabajo que se realiza con el cliente sentado y con la espalda apoyada es algo más estimulante simpáticamente, ya que aquél tiene que apoyarse e involucrarse de manera más activa. La elección de qué manipulación emplear y en qué orden la determina el efecto que desees o necesites obtener para tu cliente. Si su sistema está excitado y precisa calma, concentra el trabajo en cuello y pelvis; si parece algo adormilado y ha de conducir después de la sesión, haz que se recupere realizando el trabajo con el cliente sentado con la espalda apoyada, por ejemplo.

Es importante que el cliente se sienta completo al final de la sesión, y puedes contribuir a ello con tu modo de proceder en la sesión, así como escogiendo la manipulación final. Cada sesión debe diseñarse con dos o tres objetivos: no trates un problema estructural en una sesión; no saltes por el cuerpo de una extremidad a otra, de la parte superior del cuerpo a la inferior, y vuelta a empezar. Tu trabajo debe seguir una línea coherente. Trabaja con una capa o una zona y luego pide al cliente que se levante y sienta el trabajo. Luego podrás profundizar o equilibrar tu trabajo con la otra extremidad y repetir el proceso. No tengas miedo de hablar con el cliente y pedirle que se mueva y se levante de la camilla. Nuestro objetivo consiste en ayudarle a volver a conectar con su cuerpo, no a que se desvincule de él.

Tras la sesión, haz que el cliente camine o realice movimientos familiares. Anímalo a sintonizar con su cuerpo y escuchar su retroalimentación. Reexamina tus objetivos: ¿los has alcanzado o no? Y si no, ¿por qué no? ¿Cómo ha resistido el cliente el trabajo mientras tanto? ¿Existen hábitos que podrían verse alterado, como las posiciones al sentarse en el trabajo o en casa? ¿Qué movimientos o estiramientos o ejercicios de toma de conciencia podría hacer entre este momento y la siguiente sesión? Crea una red de preparadores de movimiento y ejercicio, otros trabajadores corporales a los que puedas derivar a tu cliente. Al derivarlo, presta mucha atención a las necesidades e intereses del cliente. No todo el mundo quiere ir a clases de Pilates o de yoga. Asegúrate al valorar el “trabajo en casa” que el camino que sugieres a tu cliente es el que realmente le conviene y el que seguirá.

Número de tratamientos

Todos hemos visto películas del estilo de Frankenstein en las que alguien se hace adicto a la cirugía plástica. Aunque esperamos que nuestro trabajo no produzca resultados parecidos, considéralo un aviso para quienes se sientan tentados a “tomar sólo una más”. Muchos clientes (y terapeutas) quieren llegar más allá y conseguir la perfección en esto y aquello. Es tentador hacer caso al cliente cuando apela a tu amor propio, cuando ves que tu cuenta bancaria va bajando y hay muchos huecos en tu agenda. Nosotros creemos firmemente que debe haber un comienzo, una parte central y un final –un arco– en una serie de sesiones de trabajo estructural y en todo el trabajo que se realiza con un cliente. Tiene que terminar en algún punto, así que es mejor enfocar este proceso conscientemente. Dentro de una integración estructural, por tradición, hay diez o doce sesiones, pero pueden ser sólo tres y a veces incluso una.

Las herramientas de este libro no están diseñadas para ser utilizadas constantemente con los mismos clientes. Muchos de los cambios que pueden conseguirse con ellos requerían cierto tiempo para madurar. Confía en que lo harán y anima a tu cliente a que él también lo haga. Las señales de aviso de que estás trabajando demasiado un aspecto con un cliente en concreto son: (1) que todas las sesiones con él empiezan a parecerse mucho –las mismas áreas, el mismo tipo de manipulación, los mismos problemas–, o (2) que los resultados de las sesiones son cada vez menores –no son tan espectaculares como al principio. Cualquiera de estas cosas debe empujarte a finalizar estas series con el cliente, y a dejarlo que absorba tu trabajo entre seis meses y un año antes de comenzar de nuevo.

Si quisieras una presentación para una serie sencilla de tres sesiones, tendrías que trabajar: (1) el equilibrio de la pelvis y las extremidades inferiores, luego (2) el equilibrio de la caja torácica y las extremidades superiores, y finalmente (3) el equilibrio de la columna.

Las sesiones sencillas y únicas pueden ser muy útiles como apoyo de otro trabajo para problemas agudos. Al aportar más simetría a la zona, puedes ayudar a eliminar parte de la tensión accesoria. Procura, sin embargo, no eliminar lo patrones de compensación que puedan servir al cliente. Éstos pueden ser demasiado complejos y variados para explicarlos aquí, pero al trabajar con otros profesionales involucrados en el cuidado del cliente podrás esclarecer tus objetivos.

Para observar las complejidades de una serie completa de integración estructural, te recomendamos que asistas a un curso completo (como el de la IASI, ver Fuentes), ya que hay muchos aspectos de la interacción cliente/terapeuta que no pueden explicarse en un único libro.

Inducción Miofascial para el Equilibrio Estructural

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