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Prólogo

El efecto placebo y la fe

En el aspecto positivo se puede decir que cada cabeza es un mundo, incluso un universo entero que crea su propia realidad, tanto porque somos seres únicos e irrepetibles, como porque cada alma recorre su propio camino y desarrolla su personal nivel en todos los planos.

Mientras que en el aspecto negativo se suele insinuar que hay cabezas, muchas, muy pequeñas que en lugar de un mundo o un universo propios, tienen si acaso un pueblo, un barrio o cuando mucho su entorno más inmediato, y que no crean absolutamente nada sino que simplemente repiten hasta el hartazgo, como autómatas, los estereotipos, los tópicos comunes y los prejuicios más negativos y absurdos que pueden existir.

Por supuesto, hay quien sólo sabe hablar de lo inmediato —como lo que sale en las redes sociales o en los medios de semicomunicación—, porque no tiene ni más intereses ni más información ni educación, sólo distracciones y mínimos valores para no violentar a la sociedad.

Otras mentes se llenan de letras, cultura y ciencia, y cuentan con otros lugares comunes de conversación, que a menudo son los mismos que los que existen en niveles supuestamente inferiores, simple y llanamente porque comparten el mismo país, la misma lengua y los mismos medios de semicomunicación.

No faltan las mentes lúcidas y despiertas, que sí crean y producen, y a las que a menudo les cuesta relacionarse con el resto. Estas mentes tienen ideas y crean realidades y mundos para ellos y para los demás, pero corren el mismo riesgo de atrofiarse que el resto, sólo porque están en este mismo planeta y gozan o sufren las mismas desigualdades del sistema.

Únicamente aquellos que se alejan de todo y de todos pueden tener independencia y libertad de pensamiento, pero de esos hay muy pocos, y ni los conocemos ni tenemos acceso a ellos.

El cerebro suele ser perezoso y crédulo en la gran mayoría de los seres humanos, incluso en aquellos que parecen famosos, sabios, cultos e intelectuales; y basa sus relaciones en la simpatía, la empatía y la confianza, dando lugar en todos los casos tanto a la fe como al efecto placebo.

Se puede hablar mal del efecto placebo y de la fe, aduciendo que son productos de la ingenuidad y la ignorancia, porque funcionan sólo en personas crédulas, débiles, enfermas e irresponsables que cargan a otros con sus responsabilidades.

Son muchos los que, en lugar de cuidar su cuerpo y atender su salud, de alimentar su mente y elevar su espíritu, dejan todo para último momento y esperan que un milagro los salve de su propia negligencia, y si ese milagro es barato, o gratis, mejor que mejor.

¿Para qué cuidarse si hay quien nos puede dar el remedio de nuestros males por un módico precio?

¿Para qué seguir consejos y hacer dietas si al final siempre hay una píldora o jarabe que esconde nuestros dolores y nuestros males?

No queremos estar sanos, lo que queremos en realidad es no sufrir, no padecer, que sea otro quien nos cure y nos cuide, y morir mientras dormimos plácidamente.

Si somos capaces de hacer eso con nuestros cuerpos, imagínese lo que dejamos de hacer con nuestra mente, con nuestra alma y con nuestro espíritu, que pareciera que se enferman menos porque sus dolores no son inmediatos.

Como se puede observar por lo leído hasta ahora, no suelo ser una persona que crea en las grandezas de la humanidad, generalmente meto el dedo en la llaga y critico a diestra y siniestra todo lo que me rodea, y más de una vez he señalado que la fe y el placebo tienen sus serias limitaciones al enfrentarse con la cruda realidad, aunque funcione en unos casos determinados: según recoge la estadística, en un 25%.

Por suerte, para mí y para mucha gente, existen personas como Janice Wicka que son alegres y positivas, que tienen puntos de vista distintos y frescos, y que aportan ideas y remedios en lugar de ver el lado oscuro que todos tenemos, donde la fe y el efecto placebo crean nuevas y sólidas realidades que, a pesar de sus limitaciones, salvan y mejoran vidas, fortalecen y dan alternativas que de otra manera simplemente no existirían.

Tras leer el original de este libro mi negatividad ha disminuido, y reconozco la labor de una compañera que incide no sólo en el cuerpo al proponer el uso de distintas plantas, como hace la mayoría, sino que además nos habla de la mejora y el cuidado de la mente, el alma y el espíritu a través de ellas, sin caer en los típicos temas de la normalidad del sistema y la moralidad de los represores.

Janice Wicka nos ofrece frescura y libertad de pensamiento, y un uso práctico y sencillo de las hierbas para existir mejor holísticamente, dándole la dimensión de mágicas —no de supersticiones—, donde el efecto placebo y la fe son sólo una parte del todo que funciona a través de la mente y del alma para armonizar al cuerpo.

Como persona crítica, he utilizado alguno de sus consejos para corroborar que funcionen en mi organismo. Me he sorprendido gratamente de los resultados, tanto, que soy el primero en recomendar su uso.

Espero sinceramente que a usted le sea el libro de tanta utilidad como lo ha sido para mí.

Dr. Javier Tapia

Hierbas Mágicas

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