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II: ¿Cómo y por qué enfermamos?

No se puede negar que la química y la farmacología han logrado estudiar, descubrir y sintetizar buena parte de las cualidades mágicas de las hierbas, convirtiendo en ciencia repetitiva un conocimiento ancestral y dejando de lado muchas de sus propiedades que no se ajustan a la vida “normal”, ya sea por miedo, por secretismo, por intereses y conveniencias económicas o por considerarlas fuera de lugar.

Las hierbas actúan en un plano físico, y es así cómo la industria las utiliza, las vende y las aprovecha, pero también regulan emociones, abren la mente, depuran el alma y elevan al espíritu; y en este aspecto sólo la parafarmacia y sus píldoras de la felicidad se atreven a abrirles la puerta, pero no van más allá para no salirse de la normalidad impuesta o de la legalidad; únicamente aprovechan la pereza de las sociedades modernas para industrializar y vender más caro algo que tenemos al alcance de la mano y que a menudo utilizamos todos los días sin saber, o sin darnos cuenta, de sus beneficios en todos los campos, como son todas y cada una de las especies que utilizamos para cocinar, o como las plantas que cultivamos o regamos todos los días para embellecer nuestro hogar.

Comprar unas pastillas es más cómodo, aunque muchas veces estas no contengan más que azúcar y excipiente alimentario, una que otra vitamina o producto milagroso que el cuerpo desecha sin aprovechar nada de ella, y más de un tóxico químico que remeda la esencia de una planta.

El cuerpo es sabio, nosotros no tanto

No es fácil aceptar que nuestro cuerpo físico es sabio y, en un 90%, del todo independiente de nuestra conciencia, que funciona perfectamente y que no nos necesita para nada, y que incluso tiene que pelearse con nosotros todos los días, defendiéndose de nuestras absurdas creencias o miedos con los que lo atiborramos de cosas que no necesita, o le negamos elementos que sí requiere para su funcionamiento.

Le negamos proteínas y grasas que sus músculos y huesos necesitan, porque está de moda o porque creemos que sin fuerza, síntesis ni potencia estará más sano y funcionará mejor.

Le damos más líquidos o más agua de la que necesita creyendo que así estaremos más hidratados, cuando en realidad le obligamos a que ponga a trabajar horas extras al hígado, el páncreas y los riñones.

Ingerimos cantidades ingentes de laxantes porque las etiquetas de los productos alimentarios comerciales nos prometen vida sana y larga, cuando lo que en realidad conseguimos es irritar los intestinos y el colón, y destruir o incrementar peligrosamente la flora y la fauna intestinal.

Ignoramos y nos encontramos cómodos en nuestra ignorancia, sin tomar en cuenta otras consideraciones y contagiando a la gente que tenemos alrededor de las mismas malas prácticas. Nuestros hijos pagan muchas veces nuestras ideas sobre salud y alimentación, porque les obligamos a comer “sano” mientras nosotros, a escondidas, rompemos las “dietas saludables” que les imponemos. Muchos casos de apendicitis infantil se deben precisamente a la “alimentación sana” que les obligamos a consumir.

Con moderación, las verduras y las frutas frescas son una panacea, incluso lo son a medio cocer y hasta el caldo donde se cocinan, pero las verduras hervidas o las frutas procesadas prácticamente no contienen más que celulosa, que laxa o estriñe, que el organismo no necesita para nada y que se ve forzado a eliminar.

No está de moda decirlo, pero seguimos siendo omnívoros, con dientes y saliva preparadas genéticamente para masticar y deglutir carnes, cereales, bayas, frutas, verduras, hongos, insectos, larvas, gusanos, algas, peces y muchos tipos de plantas. El cuerpo lo sabe, lo necesita y lo pide a gritos, pero a veces no le hacemos caso y le damos lo que nos recomendó la vecina, lo que sale en la televisión o en las redes sociales, o lo que la publicidad, las ideologías y las etiquetas de los productos comerciales nos sugieren.

“Ligero” o “ligth”, de “dieta”, “vitaminado”, “orgánico”, “bio” o “científicamente comprobado” seducen al consumidor, al que le venden hasta agua prometiendo quelleva electrolitos, sales minerales y que hidrata, cosa que es cierta porque todas las aguas, menos la químicamente pura, hacen y contienen, pero que no es mejor ni más sana ni más hidratante si está embotellada, sino peor, porque en esas aguas estancadas hay restos de plástico y, una vez abiertas, se oxigenan y se contaminan con todo lo que hay en el ambiente.

Todo proceso industrial conlleva una desnaturalización, para evitar malos olores, putrefacción, maduración natural y descomposición o apariencia, matando larvas y bacterias y, de paso, la calidad natural del producto. A pesar de todo, como buenos mamíferos parecidos genéticamente al cerdo y a la rata, sobrevivimos, pero enfermamos más de la cuenta.

Nuestro cuerpo es sabio, pero poco puede hacer para enfrentar nuestras locuras y nuestra pereza. Lo positivo del asunto es que las hierbas mágicas no requieren grandes esfuerzos y se pueden conseguir de manera fácil y económica, sin tener que molestar a nuestro cuerpo.

Holístico

Lo holístico es un término que indica globalidad, totalidad, sinergia, es decir, que considera algo como un todo, y, en este caso, nuestra salud, que no sólo debe ser física sino también psíquica o emocional, mental o intelectual, y espiritual o evolutiva, porque si falla uno de los planos, repercutirá en el resto de forma negativa.

Unos se ayudan a otros, como los que van en una misma barca que requiere el esfuerzo común paras no zozobrar o naufragar, y así navegar en la dirección adecuada.

Si uno falla, pone en peligro al resto.

Si la nave se hunde, se hunden todos.

Si no cuidamos el físico, desestabilizamos al resto cuando:

-No hacemos ejercicio.

-Comemos mal.

-Nos intoxicamos con drogas, alcohol o similares.

-Nos quemamos al sol.

-No nos hidratamos o nos hidratamos de más.

-Nos tiramos de cabeza a un precipicio, debilitamos nuestras emociones, entorpecemos a nuestras mentes y cargamos de fardos a nuestro espíritu.

Las emociones y los sentimientos, que es de lo que se alimenta el alma, curan y enferman:

-La melancolía ataca al sistema endocrino, afectando a riñones, páncreas e hígado.

-Las pasiones desordenadas, incluyendo al enamoramiento y los rechazos sentimentales o amores no correspondidos, afectan al corazón, al estómago, la digestión, al sistema nervioso y al córtex cerebral.

-La tristeza afecta al alma o psique, e inhibe la producción endocrina de hormonas, endorfinas y minerales esenciales, causando fatiga, depresión, infelicidad y capacidad de respuesta al medio ambiente.

-La soledad mal entendida afecta a la mente, al humor, a la empatía e inclina a la torpeza motora, a la hipocondría y a la debilidad psicosomática, convirtiendo en mal o enfermedad cualquier evento.

-La ira, o secreción desmesurada de adrenalina, además de afectar al hígado, a la vesícula biliar, a los riñones, al corazón y al cerebro, atenta directamente contra los demás y contra nosotros mismos.

-El rencor afecta al sistema inmune, y si bien puede alargar la vida en busca de la venganza, da muy mala calidad de vida, con el agravante de que la venganza sólo lo palia, pero no lo cura.

-El fracaso, tomado como afrenta y vergüenza, y no como enseñanza y experiencia, es destructivo, afecta a las vías respiratorias, la garganta, la libido, la fertilidad, la vista, el oído y es capaz de hacer colapsar todo el organismo. Con el agravante que es una percepción emocional personal, que no tiene que ver con la aparente realidad de triunfo, belleza, abundancia, estabilidad o riqueza reconocidas por los demás, y donde uno mismo es su propio juez y verdugo.

-Los celos, tan naturales en todos los seres vivos, cuando son producto de inseguridad, educación, miedos, orgullo, dependencia, apego o patrones posesivos, afectan tanto a los pies como al hígado, al cerebro y a las glándulas endocrinas, al aparato sexual y al sistema reproductivo y, por supuesto, a la capacidad de control del cerebro, con lo que puede provocar más de una tragedia, además de malestares y enfermedad.

-La envidia, que no es otra cosa que un ego maltrecho y envenenado, afecta prácticamente a todo el organismo, baja las defensas e intoxica física, emocional, mental y espiritualmente a todo nuestro ser, degenerándolo todo e inclinando a la destrucción propia y ajena; porque la podredumbre irá siempre por dentro para explotar de maneras poco agradables: desde atentar contra uno mismo o contra los demás, hasta cualquier acto de maldad y de crueldad irreflexivas.

-El miedo, o los miedos, temores o demonios internos que nos amedrentan, nos espantan y nos paralizan, bajan nuestras defensas y nos conducen a enfermedades cada vez más graves o crónicas, empezando por un simple resfriado hasta llegar a una pulmonía o a un cáncer de pulmón. Puede parecer una exageración, pero no lo es. Muchos miedos nacen de sustos inmediatos que se superan fácilmente, es decir, son emociones pasajeras que no tienen la mayor importancia, pero si la intensidad es mayor, un susto afecta a la bilis y a los nervios, provocando vómitos, diarreas y, en casos extremos, paradas cardiacas, parálisis, desmayo o envejecimiento prematuro en forma de arrugas y canas, o de debilidad orgánica generalizada. Si el miedo es constante y no logramos superarlo, nos provocará enfermedades crónicas donde nuestro cuerpo está gritando siempre que necesita protección externa, en largos procesos psicosomáticos donde la persona se cura de un mal para adquirir de inmediato otro, y busca desesperadamente atención y cuidado, ya sea en la familia, la pareja y los amigos, o en el médico y en las medicinas. Para este tipo de personas la soledad es fatal, y cualquier tipo de compañía, por tóxica o negativa que sea, es un bálsamo para paliar sus temores.

Las emociones negativas suelen ser intensas, e incluso dar una sensación momentánea de placer a quien las experimenta, para dar paso inmediatamente después al malestar, la enfermedad o el desasosiego.

Cuando son más duraderas que intensas es cuando son más nocivas y hasta peligrosas para nuestro organismo y para las personas que nos rodean.

Persistir en el error y en el dolor es aumentar y acumular el mal, lo mismo que acallar los sentimientos, las quejas y las necesidades.

Lo negativo no expresado se pudre en nuestro interior.Expresar y reconocer nuestras deficiencias es el primer paso para superarlas.

Todos experimentamos emociones negativas en mayor o en menor medida, porque a menudo son reacciones irreflexivas ante el ambiente, el contexto o las situaciones de la vida, y en este punto las hierbas mágicas pueden ayudarnos a sacarlas del fondo de nuestro ser y a superar sus efectos.

La mente es poderosa, y puede salvar o condenar, restituir o destruir:

-Los pensamientos negativos o pesimistas abren las puertas a las enfermedades autoinmunes y al desorden celular, es decir, al cáncer.

-La gran mayoría de los males y enfermedades son psicosomáticos, es decir, se crean primero en la mente y pueden llegar a convertirse en enfermedades reales, abriendo la puerta a bacterias, virus e incluso a accidentes dolorosos o fatales.

¿Qué es la enfermedad?

Para muchas culturas de la antigüedad, la enfermedad era sólo un proceso de depuración que experimentaba el cuerpo para fortalecerse. Por desgracia, en muchos casos el cuerpo no superaba el proceso y moría, señal de que esa persona estaba mejor en el más allá que en este mundo hostil y peligroso.

Los animales siguen este proceso de forma natural y para superarlo, como los humanos, también hacen dieta y comen hierbas que les ayudan, pero no van al médico ni se atiborran de medicamentos a menos que sean mascotas y sus dueños los “cuiden” y quieran mantenerlos aparentemente sanos, impidiendo que sean ellos mismos los que superen la enfermedad.

Nosotros abandonamos la selección natural hace mucho tiempo, pero a partir de la Segunda Guerra Mundial la salud se convirtió en una panacea para los más débiles, que arrastran sus enfermedades durante largos años y se convierten en una magnífica clientela para médicos y farmacéuticas.

La OMS, Organización Mundial de la Salud, unificó los criterios de la salud en todo el planeta, y llevó la depresión y el cáncer a pueblos donde estas enfermedades eran mínimas o simplemente no existían, porque mucha gente sana aprendió a estar enferma.

Sí, aunque parezca una locura, las enfermedades también se aprenden, se copian y se convierten en verdaderas pandemias sociales, como la influenza, el síndrome de las vacas locas, la gripe aviar y similares.

Por supuesto, los gérmenes y las bacterias existen y pululan por todas partes. Nuestro cuerpo contiene más bacterias, virus y gérmenes que células defensivas, es decir, miles de millones que llegan a pesar hasta dos o tres kilos, y a muchas de ellas nos acostumbramos, convivimos con ellas, tanto y de tal manera, que cuando nos abandonan nos ponemos enfermos, igual que enfermamos cuando sus colonias aumentan desmesuradamente, porque lo que les permite vivir y a nosotros estar sanos es el equilibrio.

El cuerpo elimina lo que le sobra y absorbe lo que necesita, bacterias incluidas, y cuando se pierde el equilibrio sobreviene la enfermedad y empieza un proceso de recuperación del equilibrio.

Es por eso que muchos medicamentos alopáticos, es decir, de la medicina oficial, no curan nada, sólo son paliativos para no padecer dolor o inflamaciones, fiebres o falta de energía, mientras nuestro cuerpo batalla contra sus verdaderos males y busca recuperar el equilibrio.

Mi abuela, una mujer sabia, decía que sólo hay dos tipos de enfermedades: las que superas y las que te matan, se llamen como se llamen.

Actualmente y, siguiendo los consejos de la OMS, la enfermedad es la ausencia de la salud física, anímica y mental, y no un proceso de depuración y fortalecimiento. Se ataca con paliativos, vacunas y cirugías, no para erradicar las enfermedades, sino para mantener vivos y en condiciones sociales aceptables a los enfermos.

Tenemos la suerte de que la persona enferma ya no es un ser débil al que hay que abandonar a su suerte para que muera o viva si es lo suficientemente fuerte, sino un ser humano al que hay que cuidar, medicar, tolerar y mantener con vida todo lo que sea posible, independientemente de sus deseos, sufrimientos o carencias, y la eutanasia o el suicidio personal o asistido son ilegales en muchos países, y en los que son legales no acaban de convencer del todo a la población.

Hoy en día, y por regla general, las personas enfermas son consumidoras del aparato de salud del Estado y de las grandes empresas médicas y farmacéuticas, y hay que tratarlas con tacto y darles paliativos para que sobrelleven su enfermedad y no dejen de consumir consultas y medicamentos mientras vivan en este mundo.

La salud, por tanto, no es sólo la ausencia de la enfermedad, sino el bienestar de cuerpo, mente, alma y espíritu.

¿Por qué enfermamos?

Por un desequilibrio entre bacterias y organismo.

Por temores y frustraciones personales.

Por accidentes.

Por necesidad de atención y afecto.

Por moda.

Por contagio real.

Por la acción de parásitos, venenos, tóxicos, malas prácticas y excesos en el comer y/o en el beber.

Por influencia externa o manipulación, porque a menudo basta que alguien nos diga que nos ve mal, con poco o mucho peso, con mal color, mala cara o con síntomas extraños, para que creamos que estamos enfermos, e incluso para que enfermemos de verdad.

Nos recomiendan que vayamos al médico, que nos hagamos análisis, que nos pongamos a dieta, que no comamos carne, que aumentemos las proteínas, que nos hartemos de frutas, que bebamos mucha agua —pero no fría—, que tal o cual remedio es milagroso, que tal o cual té adelgaza sin dejar los excesos y sin hacer ejercicio, y si insisten y se suman dos o tres personas más al veredicto, podemos fácilmente caer en la creencia de que no estamos bien, que algo anormal sucede con nosotros, y, en fin, que estamos enfermos.

A menudo algunas madres, generalmente por temores infundados, ensayan con sus hijos métodos y consejos de salud nada recomendables, como atiborrarlos de vitaminas, alimentarlos de manera restringida o excesiva, medicarlos sin necesidad y ponerles lentes o zapatos correctores cuando no los necesitan.

No hay duda de que los seres humanos no somos perfectos y que no podemos evitar los defectos, los accidentes ni los contagios, tampoco nuestros propios errores, por lo que es muy posible que a lo largo de nuestra vida necesitemos del servicio médico, y es de sentido común acudir a cualquier tipo de medicina cuando en verdad se necesita.

En Occidente, a la medicina alopática normalmente, en Oriente a la ayurvédica o a la china, o a cualquier medicina alternativa que funcione en su ambiente o su cultura, incluso a varias de ellas en simultáneo con tal de recuperar la salud. Las hierbas mágicas son una buena y económica alternativa para prevenir antes de lamentar, o para curar cuando el mal o la enfermedad ya se ha manifestado, con sus lógicas limitaciones, como las tienen el resto de las técnicas de salud.

Si necesita de verdad una cirugía, vaya con un cirujano, pero no se opere por capricho, necedad o hipocondría. En cualquier caso, evite las obsesiones.

Todos nacemos y morimos, pero la enfermedad, aunque usted no lo crea, es opcional y puede pasar perfectamente toda su vida sin sufrir ni un leve resfriado, porque su organismo resistirá y, cuando mucho, sentirá una leve irritación sintomática nasal que no durará ni un día.

En los primeros nueve meses de vida y en los últimos años de esta, nuestro cuerpo es más débil y nuestras defensas están más bajas, pero incluso en estos periodos se puede gozar de una vida sana gracias a la utilización de ciertas hierbas mágicas.

La hipocondría o el enfermo imaginario

Antes hemos apuntado que buena parte de las enfermedades y males que nos aquejan son psicosomáticos, es decir, que nacen primero en la mente y que pueden convertirse en una enfermedad real, como también hemos señalado que somos seres influenciables y que a veces creemos que estamos enfermos sólo porque no respondemos al patrón social que nos circunda, por moda o porque alguien nos dice que parecemos enfermos, lo estemos o no.

La hipocondría se parece a estos casos pero, a diferencia de ellos, es la persona la que crea y recrea todo tipo de males sobre sí misma y, si no se enferma, se provoca los síntomas. Cuando la hipocondría o el sentirse eternamente enfermo por el puro gusto de estarlo llega a extremos de autolesionarse o intoxicarse para sufrir o remedar la enfermedad que se desea, se convierte en un trastorno obsesivo que las series televisivas de médicos y enfermeras llaman Síndrome de Münchhausen, y que es en sí mismo una enfermedad que, cuando el cuerpo no da para más o para enfermarse, se puede trasladar a los hijos, a los abuelos o a quien se tenga más cerca, envenenándolos, intoxicándolos o hiriéndolos para que parezcan realmente enfermos.

“De médico, poeta y loco todos tenemos un poco”, dice mi abuela, y a todos nos gusta dar y recibir consejos de salud, medicar a quien tenemos a la mano, y automedicarnos porque nos han dicho que tal o cual medicina es mano de santo. Lo mismo hacemos con las hierbas mágicas: las recomendamos si nos han servido y las satanizamos si no nos han curado o no nos han hecho el efecto deseado, cuando debe ser una persona experta la que nos indique el uso y la dosis, porque no hay enfermedades, sino enfermos.

La enfermedad como hecho cultural

En Europa se esconde a la muerte y a los enfermos, mientras que en países como México la muerte es algo cotidiano que se celebra, y la enfermedad puede ser un mal de ojo o una envidia que hay que combatir, pero no esconder.

Mucho se ha gastado en crear conciencia para que algunos males y algunas deficiencias del ser humano sean aceptadas y toleradas por la sociedad: el autismo y el síndrome de Down cada vez son menos rechazados, y se consideran más un estado o una diferencia que una enfermedad.

Por una parte aparecen nuevos síndromes y males, y por el otro muchas conductas y estados han dejado de ser una enfermedad para ser una simple condición. La homosexualidad, considerada durante siglos como una enfermedad mental, un desorden hormonal, un pecado o una aberración biológica y social, continúa con su lucha de aceptación, y mientras en algunos países empieza a ser tolerada e igualada en derechos —aunque el matrimonio en muchos casos sea más un tormento que un derecho—, en otros países sigue siendo perseguida, atacada, discriminada y hasta condenada con penas de cárcel o muerte física y social. Unos la consideran simplemente un problema identitario social, porque al fin y al cabo el sexo no es más que una función fisiológica como el comer o como el defecar, y moralizarlo o implementarlo como diferenciación social es lo que lo convierte en un problema, porque quien no se acepta en realidad es la persona homosexual, independientemente del país tolerante o represivo donde viva.

La enfermedad, en suma, es cultural, y muchas veces ha dependido más de las creencias, las religiones y de las leyes que de la ciencia, y ha convertido hechos completamente biológicos, como el sexo, en pecados, enfermedades, desviaciones o productos del mal.

Las sociedades cambian y las culturas se sincretizan, y lo que ayer era un mal deja de serlo (al menos de cara a la galería y a lo políticamente correcto) para convertirse en una condición, lo que no impide que en el fondo la tolerancia sea falsa o impostada, y que la persona se siga sintiendo mal, enferma o fuera de lugar.

En algunas culturas la enfermedad provoca empatía y solidaridad, pero en otras sigue provocando antipatía y rechazo, y la gente enferma de uno o de otro lado se ve obligada a comportarse como su ambiente social le exige.

El embarazo y la menstruación suelen ser ambivalentes, y durante milenios se han considerado enfermedades serias, estados de gravedad infecciosos y con peligro de muerte, e incluso faltas sociales, donde la menstruación se esconde y se finge que no mancha ni duele, y el embarazo fuera del matrimonio o a edades muy tempranas es un error grave.

Lo aparentemente moderno de aceptar ciertos males y conductas se mezcla con los terrores de la antigüedad que subyacen en todas las sociedades, porque durante milenios la enfermedad fue un pecado, un mal, un contagio, una pandemia capaz de aniquilar al enfermo y a su entorno, como en el caso del sida, que en sus inicios creó verdadero pánico en todo el mundo y se consideró contagioso y letal en la totalidad de los casos, y no una simple enfermedad vírica cuyo contagio exige insistencia y constancia, prácticas determinadas y organismo receptivos a la enfermedad, como el resto de los males físicos, psíquicos y mentales.

En muchas culturas, las personas que se sienten queridas y aceptadas socialmente enferman menos que las que se sienten rechazadas y despreciadas, mientras que en otras la enfermedad es una forma de despertar afecto, recibir cuidado, atenciones y aceptación. Para unos tener cicatrices, operarse o ir al médico representa todo un prestigio social, pues denota buena economía, cuidado de sí mismo o simplemente diferencia positiva, originalidad, que uno es especial; mientras que para otros esto mismo produce rechazo, desconfianza, indiferencia fingida y desprecio. Unas culturas se medicalizan y otras vuelven o siguen con lo natural, mientras que las personas enfermas sufren o “gozan” su malestar.

¿En qué tipo de sociedad o entorno se encuentra usted? ¿En el mundo de los hospitales y las medicinas, o en el mundo de los curanderos? ¿En un ambiente social que le rechaza y se aparta cuando enferma, o en uno que le cuida, le protege y le ayuda a sanar?

Quizá lo mejor, como siempre, sea el equilibrio donde la enfermedad no es más que un proceso que el cuerpo se encarga de superar con la ayuda de ciertos remedios, como las hierbas mágicas, de un buen estado anímico y de una mentalidad positiva y fuerte.

Hierbas Mágicas

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