Читать книгу Cómo cuidar a un unicornio - Jaquelina Romero - Страница 7
Оглавление3. Segundo día: El Príncipe de Inglaterra
Al día siguiente toqué timbre, no sé para qué, si el pobre cuadrúpedo no me iba a responder, así que entré con cuidado.
Me vio y se puso contento, saltó hacia mí con la velocidad de una locomotora sin frenos y me lamió la cara (¡uuuuhhhggggg!) y pensé “¡que asco!, ¡parece que no se lavó los dientes!”.
El unicornio prácticamente nadaba entre papeles picados: era una escena digna de un festejo histórico. Me preocupé un poco cuando vi que uno de los pedazos decía “factura de agua”: Otto no dejó nada, hizo pedazos hasta las flores de plástico del centro de mesa (igual no eran muy lindas).
Evidentemente, eso de estar tanto tiempo solo lo estaba poniendo ansioso, así que tomé una decisión: ¡iríamos a pasear!
Pensé que la Plaza de los Españoles sería una buena opción: todos llevan a sus perros. Manuel también.
Le dije “Otto, ¡nos vamos!” y saltó en dos patas festejando con un “jiiiiiii jiiiii”, algo parecido al caballo del zorro, pero tamaño extra small.
El unicornio caminaba a mi lado por la vereda de piedras, y parecía obediente hasta que quise que pisara el césped. Se negó rotundamente y moviendo la cabeza para los dos lados, puso el freno de mano. En mi primer día como paseadora lo mejor era no forzar la situación. A Otto no le gusta pisar el pasto, es un unicornio un poco raro.
Decidí que lo mejor era caminar un poco por el centro comercial del barrio. La gente nos miraba con curiosidad, me di cuenta de que el unicornio hacía unos movimientos raros con la cabeza, como señalando, y descubrí que su cuerno le servía para comunicarse e indicar las cosas que le gustaban como los helados, la verdulería y la peluquería de Mabel.
No solo es un unicornio vegetariano, parecía que también le gustaba cuidar su apariencia: por momentos lo encontraba mirándose los dientes en las vidrieras y probando sonrisas de selfie.
Quise seguir de largo, pero Mabel me saludó desde la puerta de su peluquería, me llamó por mi nombre y con un grito tarzanesco: “¡Renataaaa!”. Yo pensé: "Sonamos, no me queda otra que ir a saludarla”.
Mabel es la más chusma del barrio. Mi mamá, mi tía, mi abuela, todas se atienden con ella, menos yo, porque no me gusta ir a la peluquería. Sabe vida, obra y secretos de toda la gente de la ciudad, tiene más información que el noticiero y el FBI juntos.
La curiosidad fue más fuerte, verme con un unicornio era demasiado llamativo.
Yo tardé en darme vuelta, pero Otto salió corriendo y entró al salón con paso firme y elegante, llevándose por delante el secador, los ruleros y la escoba, como si fuese el Príncipe de Inglaterra, pero con pelo.
El casi caballo acomodó sus ancas en el sillón principal de la peluquería, esperando que alguien se dignara a atenderlo. Mabel no sabía si hacerle un alisado o llamar a Animal Planet.
La peluquera no se pudo contener y preguntó: “¿Qué es esoooo?, ¿un perro?, ¿un caballo o una cebra después de un baño de lavandina?”. “Es una nueva raza oriunda del Valle de Jiuzhaigou, mi vecina me pidió que se lo cuidara, acá no hay muchos ejemplares pero en su país, son plaga”, respondí.
Pero Mabel no quedó conforme con la respuesta, clavó su mirada, como si le salieran rayos láser de las pupilas y dijo: “¿Eso es un cuernoooo?”. “NOOOOO, ¡cómo va a ser un cuerno, Mabelita! ¡Cómo se te ocurre semejante cosa! En realidad, pasamos por la heladería y bromeando le apoyé el cucurucho en la frente. A Otto le divierte mucho este tipo de juegos, ¡los animales adoran los cucuruchos en la cabeza! ¡Es como disfrazarse de unicornio!”.
Por suerte entró doña Clementina, una vieja y exigente clienta de Mabel que inmediatamente me pidió que sacara al animal del sillón. Traté de hacerlo rápido pero el unicornio me obligaba a arrastrarlo y se resistía clavando sus pezuñas en el parquet, no quería salir del salón de belleza y menos dejarle el trono a doña Clementina.
Tuve que prometerle que iba a hacerle un peinado, algo sencillo y fácil como una trenza lateral con mechón frontal retorcido hasta que quedó conforme. A veces creo que entiende todo lo que le digo.
Cuando llegamos a la casa, me acarició la cabeza con el cuerno. Me pareció tierno. Era una buena señal, ya empezábamos a ser amigos.