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4. Tercer día: Coiffure Renata, peinados que matan

Hoy me atrasé un poco, tenía clase de karate. Cuando llegué, Otto me estaba mirando por la ventana con la cara aplastada contra el vidrio. Faltaba que gritara: “¡Sáquenme de aquí! ¡Guardias!”.

Abrí la puerta, entre los dientes tenía un cepillo para el pelo: se veía que era bastante coqueto y que no se había olvidado de lo que prometí.

Yo la verdad no sé nada de peluquería, pero traté de recordar algunos peinados y hasta me imaginé un cartel con mi nombre: “Coiffure Renata, peinados que matan”.

Empecé intentando hacer la famosa trenza lateral frontal retorcida y fue imposible, mis dedos en forma de salchichones no eran aptos para ese tipo de trabajos, así que agarré de la cocina algunos ganchos para cerrar las bolsas y voilà, decoraron ese hermoso pelo con colores llamativos. Otto se miró al espejo. ¡Estaba fascinado!, movía la cabeza con mucha energía, sonreía, el cuerno empezó a brillar, miles de colores centellando en el aire, ¡parecía ilusionismo!, hasta que los ganchos salieron volando como lanzas y se estrellaron contra el piso.

La magia se apagó, el cuerno volvió a su color y Otto me miró como acusándome de ser una pésima peluquera.

Quise cambiar de tema y dije las palabras mágicas: “Otto ¡nos vamos a pasear!”.

Aunque él quería encarar para el lado de la peluquería yo insistí en ir a la plaza.

Cuando llegamos, todos los perros lo miraron, él agachó la cabeza, con un poco de vergüenza. Su cuerno brilló con el sol y los curiosos caninos se fueron acercando.

Se sintió distinto, como a veces me siento yo.

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