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La Torre de Babel

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Serpenteando las estrechas callejuelas, emperifolladas de encendidas flores de buganvilias, en la pintoresca ciudad de Taxco; el niño Arturo se encaminaba alegre hacia su casa, después de recibir el catecismo en el templo de Santa Prisca; hermosa edificación, con más de 250 años de antigüedad; construido en cantera rosada, al estilo barroco novohispano; de esta rica villa de plata.

Mientras… en su casa. Las noticias: “dos hispanos, de origen mexicano, irán al espacio, siendo un total de siete tripulantes. La nasa informó que...”

El niño abrió el portón de su morada y se dirigió a darle un beso a su mamá.

—¿Ya fuiste a la doctrina Arturito?

— Sí mamá. De ahí vengo.

—Estaba escuchando las noticias hijo, y ¿sabes?, van a enviar al espacio a dos astronautas mexicanos.

—¿De veras? No sabía que tuviéramos astronautas.

—Desde el año de 1985. El primero fue el doctor Rodolfo Neri Vela. ¿Sabías que también nació en nuestro Estado de Guerrero?

—¡Qué sorpresa! No lo sabía.

—Sí, él es de Chilpancingo, la capital. Y bueno, ¿qué te enseñaron en la doctrina?

—Explícame mamá, a propósito de eso, ¿por qué Dios hizo confundir al hombre haciéndolo que hablara muchos idiomas al tratar de construir una torre para llegar al cielo, y hoy, los astronautas van más allá de cualquier construcción que pudiera hacer el hombre, y cuando llegan a la Tierra, continúan hablando su mismo idioma?

Después de pensarlo un rato, la mamá respondió:

—De veras hijo, no me había puesto a pensar en eso. Pero mira, cuando no encuentres la respuesta, debes hacer lo que decía mi mamacita: déjaselo a la fe.

—¿La fe? ¿Qué es la fe?

—La fe… la fe es la confianza.

—¿Confianza? ¿En qué? Ay mamá, eso no me explica lo que te acabo de preguntar. Yo no sé qué es la fe y tú tampoco, entonces ¿cómo voy a saberlo?

—A ver, déjame traer el diccionario.

—Desconoces tus creencias, no usas la razón. Vas a la iglesia y te hincas, te paras, te sientas, te vuelves a hincar y otra vez a pararte; todos los domingos, dejas tu limosnita y regresas a la casa muy “santa”.

—Ay hijo. Qué chistoso. Bueno, es lo que me enseñaron mis padres.

—¿Y tus padres sí entendían lo que era la fe?

—Yo me supongo que sí.

—¿No les preguntaste?

—No, no era tan preguntona como tú. ¡Ay de mí, que anduviera haciendo esas preguntas!

—¿Por qué? ¿No podías preguntarles nada?

—Sí, pero no de religión. Ellos sólo me decían que tuviera fe.

—Ah, ya veo de donde sale tu fe.

Buscando su madre en las páginas del diccionario dio con la palabra.

—Mira, ya lo encontré: “Fe m. Creencia en un Dios, una religión...”

—Espera ¿Qué significa esa ‘m’?

—¿Eme? ¿Dónde dice eme?

—Aquí mamá.

Señalando con el dedo le indicó m.

—A ver, debe ser masculino. Qué raro, siempre pensé que se decía la fe y hoy me vengo a enterar que es masculino.

—Órale ¿qué pasó con el fe?

—No te burles.

—Es que es chistoso. Déjame ver cuál es ese diccionario: “Norma”. Del Grupo Editorial Norma. Bueno, al asunto madre, síguele con lo que dice el ‘tumbaburros’.

—Oye Arturito, más respeto; no soy ninguna burra.

—Ay mamá, así se le dice al diccionario.

—Le sigo “...en un ideal, etc. Para el cristianismo es una virtud teologal basada en la confianza de la veracidad de Dios. 2 Buen (...)”

—Perdona que te interrumpa ¿Qué es teolog..., eso que dijiste?

—Teologal.

—Sí, eso.

—No te digo, deja de hacerme preguntas.

—Contéstame. Me interesa.

—No sé.

—¿Ya ves? Crees en cosas que no sabes.

—No me critiques, chamaco.

—No es crítica mamá, pero ¿cómo puedes tener fe en lo que no conoces? Tus papás también lo desconocían, por eso te decían que no preguntaras; no querían demostrar que eran ignorantes.

—Oye, más respeto para mis padres.

—Decirle a una persona que no sabe, no es falta de respeto.

—Sí lo es, y no quiero que te metas con ellos. Ve a tu habitación y ponte hacer la tarea. ¡Ahora mismo!

—Ya la hice.

—No me respondas.

El joven Arturo levantó los hombros decepcionado, subió a su habitación y se quedó en su cama meditando con las manos cruzadas bajo la nuca, mirando el techo. Al rato llegó su mamá, abrió la puerta, se acercó a su niño y le preguntó:

—¿Qué haces?

—Pensando.

—Perdóname hijo, me ofusqué.

—No te preocupes mami; fue mi falta.

—Bueno y ¿en qué piensas?

—Pues, es que no sé; estoy confundido. Eso de la Torre de Babel; no me puedes explicar. Me decías que lo dejara a la fe y tampoco sabías exactamente que era ‘el’ fe. Ja, ja. ¿Ya leíste la Biblia?

—Ay no hijo, la verdad, me da flojera; no me gusta mucho leer.

—Pero si luego te veo leer tu revista de chismes de artistas medio encuerados.

—Me haces reír. Sólo es para pasar el rato.

—Pero dicen puras tonterías y si quieres matar el tiempo, lee algo que incremente tu intelecto; porque además de ‘matar el tiempo’, también mata tus neuronas.

—Y tú, ¿qué estás hojeando mis revistas?

—Pues sí mamá, las dejas por todas partes; no puedo evitarlo.

—Bien, si estás tan interesado en la religión ¿por qué no lees tú la Biblia?

—¿Tienes una?

—Me parece que tu padre tiene una en su librero. Ve a buscarla.

En el librero, encontró una grande y pesada en la parte de más arriba; le sacudió el polvo y la abrió.

“Leeré desde el comienzo”, pensó. Pero cuando vio la letra tan pequeña y lo grueso del libro se abstrajo: “Órale, sí que está cargadita. Debe estar muy interesante. Es el libro de Dios. Habrá muchos misterios y cosas fascinantes”.

Ávidamente comenzó: Gen. 1.1 “En el principio Dios hizo los cielos y la Tierra. Y la Tierra estaba desordenada y vacía. Y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. Y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: sea la luz. Y vio Dios que la luz era buena: y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz día y a las tinieblas noche. Y fue la tarde y la mañana de un día.”

Se quedó pensando en algo y continuó leyendo. “Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas. E hizo Dios la expansión y separó las aguas que estaban debajo de la expansión de las aguas que estaban sobre la expansión. Y fue así. Y llamó Dios a la expansión cielos (…)

—Mamáaaa.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me gritas?

—Es que no entiendo esto de ‘expansión debajo de las aguas sobre la expansión’, loco. Dame una explicación, ‘porfa’.

—Pues párate y ve a donde estoy yo. No me grites. A ver, ¿qué no entiendes?

—Lee esto.

La puso a leer los versículos del 6 al 8.

—Vaya, sí que está enredoso. Mira, mejor cuando venga tu papá que te explique.

—¿No que las mujeres están a la par que los hombres? ¿No que muy liberadas y todo eso?

—¿Qué insinúas? ¿Que soy tonta?

—¡Ay! cómo crees.

—No te burles.

—No es burla, se llama ironía. Esperaré a que venga mi papá, pues.

Por la noche llegó su padre. Arturito permanecía en su pieza.

—Hola familia –dijo el recién llegado. Le dio un beso a su mujer y le preguntó:

—¿Y Arturo?

—Arriba, en su cuarto –respondió su esposa.

—¿Qué hay de cenar?

—Si quieres, asado que sobró de la comida.

—Buena idea.

Subió con su plato a la recámara de su hijo y lo encontró leyendo la Biblia; le preguntó lo obvio.

—Hola hijo ¿qué haces? ¿Lees la Biblia?

—Trato, está muy enredosa e ilógica.

—¿Ilógica? A ver, explícame.

—Mejor tú explícame, porque hay muchas cosas que necesito me las aclares. ¿Ya la leíste?

—La verdad…, parte.

—Entonces, ¿por qué se dicen católicos tú y mi mamá si no saben ni…?

—Ya, ya. A mí nunca me llamó la atención. Veamos ¿qué te parece desatinada?

—Ilógica y enredosa. Pensé que era algo muy interesante y hasta me la imaginé fascinante, pero estoy decepcionado, parece un cuento de niños tontos.

—Más respeto para las Sagradas Escrituras.

—Es que papá, de veras. Mira, lee esto:

El señor se puso a leer el primer versículo y cuando llegó al fin del Génesis 1:7 comenzó a reír.

—Sí, tienes razón. Pero debes entender que las traducciones no siempre son fieles a la escritura original, eso, en primera, y es un libro que tiene miles de años; que fue escrito en una lengua muy antigua y lejana de nuestro idioma.

—Pues sí papá, pero para eso existen los correctores de estilo.

—Mira, hasta donde tengo entendido (y no porque la haya leído), sino porque voy a misa y el sacerdote lee capítulos de la Biblia; dice que no debe modificarse nada de lo ahí escrito, ni incluirse ni cambiarse nada.

—Entonces, los escritores de antaño no sabían nada de escritura.

—Bueno, tanto como nada, no. Recuerda, es una traducción y quizá en el idioma original, sí había más congruencia.

—Papá, ¿lo puedo dudar?

—¿Qué? ¿Lo de no saber escribir bien los antiguos o lo que ahí dice?

—Ambas.

—Ya me hiciste reír. Sí hijo. Estás en tu derecho.

—Qué bueno que no eres obtuso ni tan impositivo.

—Yo también dudé de la religión cuando niño, pero mis padres eran muy estrictos y más cerrados y yo les reprobé su comportamiento. Sí, me acuerdo, aunque no se los dije, porque de lo contrario, me habrían roto el hocico.

Los dos rieron de buena gana por la expresión malhablada y prosiguió:

—Recordando lo que ellos fueron conmigo, no quiero que tú me repudies por lo mismo.

—Gracias papá.

—Coméntame ¿qué te parece ilógico hijo?

—Muchas cosas.

—Ponme un ejemplo.

—Desde las primeras líneas ya hay algo incierto.

—A ver, ¿dónde está el error?

—Mira: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.

—Y ¿qué está mal, hijo?

—¿No te das cuenta?

—No, francamente, no. Dios es el creador de todo. Bueno, eso suponemos los creyentes.

—A ver papá, reflexiona, vuelve a leerlo.

Volvió a repasarlo: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”.

—Bien, ¿qué es lo que a ti te parece erróneo?

—Bueno, ya veo, no te das cuenta. Dime, ¿a qué se refiere con “cielos”?

—Al Universo, a todo; por supuesto.

—Respuesta incorrecta padre, en realidad no es el Universo, ni mucho menos lo es todo; si lo fuera, ¿para qué seguir con lo demás? Es la atmósfera terrestre.

—¿Cómo sabes?

—Porque está muy claro. El primer día, Dios creó los ‘cielos’ y la tierra, luego creó la luz. Entonces Dios explica cómo fue que creó la atmósfera, o sea, “los cielos”: “Luego dijo Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas, e hizo Dios la expansión, y separó las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas que estaban sobre la expansión. Y fue así. Y llamó Dios a la expansión cielos. Y fue la tarde y la mañana de un día segundo. Dijo también Dios: Júntense las aguas que estaban debajo de los cielos, o sea, de la expansión, en un lugar y descúbrase lo seco. Y fue así”.

—A lo que yo entiendo es: ¿cómo explicas, que debajo de las aguas pueda estar seco? ¿No debería estar mojado? En fin, ya me lo dijiste, “Dios sabe cómo hace las cosas”. Aunque, obviamente, no sabe cómo describirlas. Igual, ¿cómo es posible que pueda separar Dios la luz de las tinieblas? La luz por sí sola lo ejecuta, es un acto físico que se realiza sin la ayuda de ningún Dios.

—No juzgues hijo.

—¿Por qué no? Tú me dijiste que podía dudar de lo que ahí dice y ¿cómo puedo dudar si no tengo derecho a juzgar?

—Tienes razón. No estoy acostumbrado a que alguien haga juicio de las Sagradas Escrituras.

—Deja que te siga leyendo y te darás cuenta de muchas cosas que después te comentaré. “Y llamó Dios a lo seco Tierra y a la reunión de las aguas Mares. Y vio Dios que era bueno. Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él. Sobre la tierra. Y fue así. Y fue la tarde y la mañana de un día tercero”.

—Ahora, pon atención en esto papá: “Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche”.

—¿Puedes creer que Dios creó primero la atmósfera, luego la tierra, después la luz, al día siguiente, los mares y los continentes; al otro día las plantitas y a continuación el Universo? ¿Cómo es posible aceptar que Dios creara primero los jitomates y las cebollas y después el Universo?

El señor rió un poco de la ironía certera del muchacho y otro de su propio atraso.

—Yo no estoy de acuerdo –continuó el jovencito–. ¿Cómo es posible que creara la luz el primer día? ¿Sin Sol? ¿De dónde provenía la luz? Le llamó a la luz día. ¿Días sin Sol? Por favor, y a las tinieblas noche; ¿noches sin Luna y sin estrellas? Muy absurdo.

—Está bien hijo, como te dije, estás en tu derecho de reflexionar sobre esto. ¿Y cuál es tu conclusión?

—Que esto lo escribieron los hombres y no fue ningún dios. Usaron estos cuentos para ejercer poder sobre la gente. Pero eso es lógico en los tiempos bíblicos, ahora sabemos que eso son puras patrañas; y perdóname que no use eufemismos. Lo que me extraña es por qué la gente no considera esto. ¿Por qué lo aceptan? No me contestes; ya lo pensé. Tú y mi mamá son mi ejemplo más cercano. No han leído la Biblia. Sólo aceptaron estas creencias sumisamente, porque respetaban a sus padres, y cuando quisieron cuestionar, los acallaron con la autoridad que imponían como tales.

—Me has dejado perplejo. Eres muy inteligente hijo, estoy muy orgulloso.

—¿Sabes papá? No es que sea muy inteligente, es que no me obligaste a creer en tu creencia. Pienso que si no hubiera tenido esa libertad de pensamiento, la hubiera aceptado sin cuestionar, o bien, habría dudado, pero las sanciones de los padres son muy severas psicológicamente y luego se aceptan ciegamente, aun cuando yo sabría que fueran pura farsa, y con el tiempo y la influencia de toda la sociedad, hasta creería en Dios y todo eso.

—Es tu decisión, estás en tu derecho.

Niño Inteligente

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